Conversaciones y novedades

Octavio Paz y la Universidad

Guillermo Sheridan

Año

2001

Personas

Revueltas, José; González Casanova, Pablo; Huerta, Efraín

Tipología

Controversias

Temas

Recontextualizaciones

 

Reproducimos el artículo de Guillermo Sheridan “Octavio Paz y la Universidad” publicado originalmente en la revista Vuelta en junio de 1998. Una última versión se publicó en la Revista de la Universidad de México, en marzo de 2001, misma que se transcribe a continuación.


[1] Se impone regresar a la historia de la UNAM en pos de iluminaciones que colaboren a desembrollar los nuevos episodios de su vetusta complejidad. Creo que Octavio Paz es un buen guía para transitar esa historia y para entenderla a partir de su crítica en tanto que los recientes acontecimientos son consecuencia de aquellos a los que el poeta les dedicó su atención desde 1968.

     Las relaciones de Paz con la UNAM fueron desde luego anteriores. Entre 1929 y 1936, de la secundaria a San Ildefonso, la UNAM fue el primer escenario de su participación en la actividad política y uno de los primeros temas de discusión en su etapa formativa con algunos de sus mentores, como Jorge Cuesta. Fue también el ámbito en el que habrá experimentado por primera vez los deleites y sinsabores de la camaradería, el complejo sistema de lealtades y fervores compartidos por una generación que debutaba en el activismo político. Y fue, claro, el ámbito de su estreno como poeta y crítico en la revista Barandal y otras en las que colaboró junto a sus amigos Rafael Solana, Efraín Huerta, José Alvarado, José Revueltas, entre otros. Con algunos de ellos compartió su paso por la Preparatoria de San Ildefonso y, después, por la Facultad de Leyes. En 1936, consideró que ser abogado era impropio de un poeta. Prefirió sumarse a las brigadas educativas y se fue a Yucatán en 1937: "Me rehusé a presentar la tesis final. Me negué a convertirme en abogado. Mi familia, como todas las familias mexicanas de la clase media de entonces, quería que su hijo fuese médico o abogado. Yo sólo quería ser un poeta y, aunque parezca extraño, un revolucionario". [2]

     Cuando, décadas más tarde, Paz volvió a reflexionar sobre el problema universitario, recordó los años de Gómez Morín: si bien ahora era la izquierda la que utilizaba a la UNAM como bastión político, se utilizaban tácticas similares y se perseguían objetivos parecidos. Sintió que se encontraba ante otro caso fascinante de “simetría inversa", como llamaba Claude Lévi-Strauss a esos mecanismos reiterados en la oscilación histórica: "las ideologías son opuestas, pero la relación entre los términos que componen la situación es idéntica". 


De 1968 a la quema en efigie

La remota UNAM, así, alcanzó a Paz en la India, donde renunció a su cargo de embajador al enterarse de la matanza de Tlatelolco. Antes de eso, había lamentado la caída de su amigo el rector Ignacio Chávez en 1966 y había previsto lo que sucedería después. A su regreso a México en 1971, poco después de fundar la revista Plural, vio en la UNAM uno de los escenarios —quizás el más evidente— del retorcido enfrentamiento entre dos intransigencias: la del Gobierno ante la urgente reforma democrática y la de una izquierda confundida para la cual la UNAM ya era una pequeña república privada.

     Sus comentarios sobre el problema universitario se convirtieron de ese modo en un capítulo de su crítica al espíritu y a los métodos de la izquierda. A fines de esa década, ya había perdido el interés en la UNAM: le parecía un problema sin solución, una parálisis institucionalizada. Tenía la impresión de que la universidad mexicana padecía defectos semejantes a los de la intelligentsia: no utilizaba las armas intelectuales de la crítica, el examen y el juicio. Y, mucho menos, la autocrítica. Paz no entendía que esas virtudes pudiesen escasear tanto en una institución que nació por ellas y para ellas. Su resumen era lacónico y elocuente: cuando ha sido utilizada como trinchera de oposición a los Gobiernos, las universidades no han derrocado a ninguno, pero casi logran desaparecer en el intento: "el nivel académico de nuestras instituciones de educación superior amenaza con convertirse en uno de los más bajos del mundo".

     Le parecía que la ruta que llevaba de la crítica en el claustro a la arena de los gladiadores arrasaba con la calidad de la inteligencia profesional que la Universidad debía redituarle a quien la patrocina. Volver a las universidades escenarios sentimentales y alternativos de una mistificación revolucionaria (lo que él llamaba "blanquísimo guevarista") había terminado por cancelar su eficiencia académica. La única solución que veía era trasladar esa lucha política de las universidades a un "espacio público abierto", es decir, a los escenarios propios de la democracia. Pero las universidades, que eran las herederas de las aspiraciones de apertura del movimiento del 68, habían preferido también trasladar las responsabilidades de la democracia "a la representación —drama y sainete— de la revolución en los teatros universitarios". El costo que Paz pagó por estas críticas le valió un rencor que, por la naturaleza propia de la Universidad, se transmitiría de generación en generación. El encono contra su figura y su pensamiento en todos los niveles universitarios era extraño: tanto los revolucionarios de birrete como los poetastros financiados a perpetuidad coincidían en ese rencor activo.

     ¿Por qué la Universidad se convirtió en un ámbito propicio para este resentimiento, siendo que, en principio, podía haber aprovechado la crítica de Paz? A su regreso a México, luego de su renuncia a la embajada de la India, la UNAM lo recibió calurosamente. Seis años más tarde, cuando Paz hizo una severa crítica al problema universitario de 1977, la calidez comenzaría a convertirse en censura. Más tarde, en 1984, cuando los diarios destacan en su "Discurso de Frankfurt" [3] las críticas al sandinismo nicaragüense, los universitarios radicales se gradúan pasando de la censura al repudio y queman una efigie de Paz frente a la embajada norteamericana: "¡Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz!". [4]

     La UNAM monopolizaba todavía entonces la representación del "progresismo", la vocación popular, la herencia contestataria de los sesentas y el bastión más reconocible de la oposición al Gobierno; además, su sindicato había logrado decorarse con el prestigio de una organización laboral independiente. Por otra parte, dada la capacidad de reclutamiento de opinión fomentada por el ánimo tribal, el rencor contra Paz encontró un caldo de cultivo propicio, remiso a la reflexión y a la crítica, cautivo de la emoción "revolucionaria". No hubo interés por las ideas de Paz sobre el papel de la Universidad ni sobre la urgencia de trasladar la democratización a un terreno extramuros. Fue más fácil sentenciar que estaba con el "poder" político y, desde luego, no leerlo. Un par de generaciones de estudiantes mamaron este prejuicio y lo fortalecieron hasta convertirlo en parte de su catecismo sentimental. Los poetastros incrustados en la nómina perpetua de la UNAM, por su parte, resolvían en ese rito sus envidias y cada quincena se juntaban, ante las pagadurías, para quejarse de "la mafia" de Plural o Vuelta

     Paz se había convertido en el contraste preferido de la pasión purista. Esta actitud no tardaría en trasladarse a otros terrenos fértiles del sentimentalismo, como algunas universidades provincianas y, sobre todo, extranjeras, tan necesitadas de escritores políticamente correctos tan necesitados de ingresos. Es curioso que, años más tarde, cuando muchos puros reconocieron los errores y horrores del "socialismo real", no sólo no otorgaron a Paz el crédito de haberse adelantado, sino que reforzaron su rencor. Ahí es donde ya el problema se horizontaliza en el particular diván. Las universidades aportaron un reclutamiento acumulativo de rechazo, nutrido de mitos, que tardó mucho tiempo en diluirse dentro de ellas, pero que se prolongó en las esferas de poder de los ex universitarios. Hoy en día, el nombre de Paz ya se puede pronunciar en la UNAM sin provocar una rechifla generalizada, pero tuvieron que pasar lustros.

     Es curioso que esto le haya sucedido a un escritor que estuvo atento a discutir los problemas de la Universidad desde una posición desinteresada, pues sólo perteneció a ella durante sus años estudiantiles. Su renuncia a servir en el Gobierno luego de la matanza de Tlatelolco había tenido su origen no sólo en su repulsa a la represión y al crimen, sino en una elemental simpatía por el anhelo de democracia que había percibido en el movimiento estudiantil, antes de que éste se convirtiera en un instrumento partidario.


Hippies y libertarios 

Durante la década de los sesentas, Paz se interesó en los hippies y apoyó la resistencia estudiantil a la Guerra de Vietnam y a la carrera armamentista. Le llamaba la atención que fuesen rebeldías que oscilaban "entre la religión y la revolución, el erotismo y la utopía". [5] Ambos movimientos, pensaba, constituían un "gran movimiento de rebelión juvenil": los hippies con su actitud pararreligiosa y los estudiantes con su deseo de heredar "la gran herencia libertaria”. [6] Sin embargo, escribió Paz, los flower children desaparecieron y la revuelta estudiantil "dejó un reguero de pequeños grupos de sectarios fanáticos que, a su vez, han engendrado a las bandas terroristas. Los jóvenes de esa década descubrieron el antiguo manantial de la libertad; sus sucesores lo han cegado".

     En septiembre de 1968, en Nueva Delhi, Paz respondió a una solicitud de análisis que le hizo Antonio Carrillo Flores, secretario de Relaciones Exteriores de Díaz Ordaz, sobre la situación estudiantil en su país de adscripción y sobre la forma en que el Gobierno de la India trataba el asunto. El oficio de Paz, reproducido íntegramente en la revista Vuelta (núm. 256, marzo de 1998), es una síntesis interesante de lenguaje diplomático y análisis crítico. Paz encomia que la forma privilegiada por lndira Gandhi para negociar en los disturbios estudiantiles fuese el diálogo: "Es particularmente notable que en esa ocasión el gobierno de la India no haya vacilado en hacer una autocrítica de los medios de represión empleados y de su política educativa".

     En ese análisis, Paz identifica los problemas estudiantiles con el crecimiento demográfico y con el consecuente "acceso de las mayorías a la educación", lo que crea un desfase entre el número de estudiantes y la infraestructura (recursos y número de profesores): "nunca ha habido tantos jóvenes reunidos en tan pocos edificios y con un número tan reducido de profesores. Esto explica el famoso gap entre estudiantes y profesores: la imposibilidad real, física, del diálogo".

     Luego de analizar las diferentes circunstancias que prevalecen en los distintos países donde ha brotado el descontento estudiantil, Paz se decide a aportar sus ideas sobre el caso mexicano, disculpándose ante su superiores puesto que ese aspecto no estaba considerado en la solicitud que se le había hecho ("tal vez mi lealtad y mi franqueza contribuyan a disculpar mi atrevimiento", dice).

     Paz lamenta que la política educativa haya privilegiado el crecimiento excesivo de la UNAM y el IPN en desdoro de las universidades de provincia, "que merecen difícilmente el nombre de universidades, pues de tal modo son reducidos sus recursos y deficiente la enseñanza que imparten”. Después, aparte de las condiciones globales de la crisis universitaria —como "el renacimiento del pensamiento revolucionario y libertario" y "la amenaza de la guerra atómica"—, busca causas "específicamente mexicanas", y concluye que, si bien el progreso económico de México había sido adecuado, "el social es bastante más reducido, aunque de ninguna manera desdeñable, y el progreso político casi nulo":

Las revueltas estudiantiles son un síntoma de ese desequilibrio de la sociedad mexicana en su sector desarrollado... No es una crisis social, sino política: la gente desea mayor participación en la vida política del país... En el fondo, el problema consiste en introducir un equilibrio entre el desarrollo económico, el social y político. La reforma de nuestro sistema político aceleraría el progreso social, o sea la mejor distribución de la riqueza, sin que esto dañase al desarrollo económico.

A Paz le preocupa sobre todo un ingrediente que percibe en México: “es evidente que nuestros jóvenes no tienen gran fe en la democracia representativa tradicional. No les falta razón". Constreñido al formato de informe diplomático, Paz se las arregla no obstante para enviar su mensaje al Gobierno sin mencionar la palabra quemante, democracia: "Necesitamos encontrar formas de participación política y económica que den a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, ya sean estudiantes u obreros, la posibilidad de discutir los asuntos públicos y de colaborar efectivamente a su resolución".

     En un agregado manuscrito enviado tres días más tarde a su "querido amigo", y ya no a su jefe el canciller, Paz agrega algunas observaciones aún más delicadas: de no iniciarse una reforma política, los jóvenes pueden expresar su inquietud "por medio de otros grupos sociales, como ocurrió al final del periodo de Ruiz Cortines y también en determinados momentos de la gestión de López Mateos" (es decir, pueden reforzar al Partido Comunista Mexicano). Y lo más grave: de no emprenderse esa reforma, "la próxima década de México será violenta".


1971: diálogo imposible 

La reforma democrática no sucedió y las predicciones se cumplieron. EI 10 de junio de 1971, jueves de Corpus, una banda paramilitar atacó brutalmente una manifestación pacífica de estudiantes causando muertos y heridos. Octavio Paz estaba esa tarde con José Alvarado y otros escritores en una mesa redonda en la Facultad de Filosofía y Letras. Al enterarse, los escritores cancelaron el acto, expresaron su repudio a las tácticas violentas y exigieron una investigación. El presidente Luis Echeverría despidió al regente de la ciudad y anunció una investigación que, predeciblemente, llegaría "hasta las últimas consecuencias”. Paz leyó en esa promesa de justicia el anuncio de democratización y declaró su confianza en el presidente, “una confianza condicional y crítica", sujeta a que las pesquisas llegaran a término y a que se iniciara una reforma.

     Algunos sectores de la izquierda vieron eso como una claudicación. Otras observaciones prudentes de Paz, que contrastaban con el radicalismo natural posterior a los hechos, indignaban a los extremistas. Por ejemplo, un mes después del ataque, Paz declaró que si no era "un adulador del poder establecido", tampoco lo era "del poder juvenil: un poder con el que es difícil dialogar porque tiene mil cabezas, así como el poder institucional sólo tiene una (la gritería y el monólogo)", [7] y reiteró la necesidad de otorgarle al presidente un plazo perentorio de confianza. La promesa nunca se cumplió y Paz, desde las páginas de Plural, nunca dejó de recordárselo al presidente, a diferencia de otros intelectuales que aprovecharían más tarde sus favores. 

     Pero el poeta también comenzó a cuestionar los procedimientos del Partido Comunista en su capitalización del espíritu libertario juvenil y estudiantil del 68. Sus reticencias ante "el poder juvenil" aumentaron durante esa década junto a sus reflexiones sobre los nacientes movimientos guerrilleros latinoamericanos y mexicanos, y su amenaza a la alternativa democrática. Eran los tiempos en que la Liga 23 de Septiembre y otros grupos proponían la alternativa radical. Paz escribió que "los movimientos populares deben conquistar la legalidad, no la clandestinidad", [8] y descalificó a…

los extremistas que prefieren la conspiración en el subsuelo a la organización democrática al aire libre, [que] aparte de no ser muy ortodoxos desde el punto de la doctrina que dicen profesar: el marxismo, revelan que no han comprendido nada de la historia reciente de México y del mundo. En general se trata de muchachos de la clase media que transforman sus obsesiones y fantasmas personales en fantasías ideológicas en las que el "fin del mundo" asume la forma paradójica de una revolución proletaria... sin proletariado. [9]

Paz notó desde entonces el papel que las universidades públicas estaban jugando en esas rencillas entre el radicalismo juvenil, los intereses del Partido Comunista y el autoritarismo de los políticos más conservadores del PRI. La puesta en escena de ese conflicto se estrenó a mediados de 1972, cuando la Rectoría —al mando de Pablo González Casanova— fue amenazada por un naciente sindicato y por una insufrible dupla de provocadores que posaban como artistas excéntricos, Falcón y Castro Bustos. Al principio, no se conocía el talante ideológico del sindicato, que terminó por revelarse afín al Partido Comunista. Los excéntricos tomaron la Rectoría, indignados porque no se otorgaba a los normalistas la exención general de exámenes de ingreso. La confusión era total. Paz percibió que la UNAM era un escenario a escala de los conflictos que enfrentaba el país.

     En un artículo sin firma publicado en Plural y titulado "Canción de la torre más alta", [10] enumeró los problemas universitarios: la manipulación interesada por parte de la izquierda del problema del ingreso y del derecho a la educación; el aprovechamiento político del Gobierno de ese asunto; la pasividad de la mayoría universitaria; la farsa “democrática" de los activistas; así como el culto irresponsable a la subversión:

los lemas cómicamente heroicos como "Inscripción o Muerte", los atuendos de revolucionarios de music-hall, las frases melenudas y los discursos mostachones, el Padre Ubú disfrazado de guerrillero latinoamericano. El incidente se ha convertido en un espectáculo insólito. Parece que asistimos a una farsa revolucionaria escrita por un perverso pero gracioso sainetista reaccionario. Un nuevo género que a Valle-lnclán le habría encantado: el esperpento ideológico.

Observó también un ingrediente inédito en el análisis: que los problemas de la UNAM mucho tenían que ver con la explosión demográfica ("la UNAM y el IPN se han convertido en aglomeraciones inhumanas y abstractas") y con la falta de oportunidades: "Los muchachos quieren forzar las puertas de la UNAM porque sencillamente no tienen otra parte a dónde ir". El atado de circunstancias que rodeaban el episodio llegaban a ser de tal modo complejas, incomprensibles y contradictorias, que Paz comenzó a reaccionar con un humor agrio y desesperante:

Para entender los problemas de lo Universidad hay que tener el genio de Hegel, que encontró en la lógica de las contradicciones la razón de la sinrazón de la historia; para desenredar sus embrollos hay que poseer la sagacidad de Monsieur Dupin, que descubrió que el asesino de la Rue Morgue era un orangután... [11]

El “pueblo universitario” posterior a 1968 se convertía en una confusión pactada entre el Partido Comunista, Gobierno, sindicatos y, sobre todo, la siempre pasmosa apatía de la mayoría universitaria, a quienes los comentarios de Paz irritaban por igual. No obstante, Paz procuró ir desenredando la madeja, poco a poco y por partes. Por ejemplo, ante el nacimiento del sindicato:

¿La Universidad es una empresa capitalista o es una institución nacional de cultura? Es claro que si fuese una empresa, el derecho de huelga de sus empleados no podría tener más limitaciones que las señaladas por las leyes federales... En cambio, si no fuese una empresa (¿y cómo podría serlo realmente?) las proposiciones de las autoridades son equitativas y razonables: libertad para constituir un sindicato, derecho de huelga con modalidades específicas; convenio colectivo de trabajo con el sindicato que acredite mayoría y libre afiliación individual...

Al mismo tiempo, revisó las posturas de los grupos partidarios de la “universidad crítica” para quienes la creación del sindicato único era un avance político:

La "universidad crítica" es la inconforme con el actual estado de cosas, rebelde y promotora de la conciencia revolucionaria [sic]. Es imposible que no se den cuenta de que si la autonomía es condición sine qua non de la "Universidad crítica", la libre afiliación sindical a una central obrera es el fin de la Universidad y el fin de la crítica... La "Universidad crítica" es un corral donde aficionados de buena fe y farsantes felones representan sainetes y pantomimas revolucionarias; la “universidad crítica” de mañana tendría por rector invisible a un Fidel Velázquez.

El papel del Gobierno ante los desaguisados de sindicalistas y trabucaires dejaba también mucho que desear: no hacía —dice Paz— otra cosa que faltarle el respeto a la opinión pública y a sí mismo. ¿Cómo podía entenderse que el sindicato exigiera una "cláusula de exclusión" que le otorgara una representatividad laboral única? Aceptar era tanto como convertir al sindicato "en el árbitro de la Universidad". [12]

     El conflicto terminó meses más tarde con la remoción del rector González Casanova y la elección de Guillermo Soberón. "Ojalá que no sea una nueva víctima de la vesanía de los demagogos, los sambenitos de los comisarios del Santo Oficio y los tejemanejes de los politicastros", deseó Paz, sin mucha convicción.

Paz no dejaba de preguntarse a qué se debían estos problemas y "¿quiénes mueven a estas gentes y qué es lo que quieren realmente?" Según la izquierda, se trataba de una conjura de lo que entonces se llamaba el "imperialismo" para despojar al país de su UNAM y, por tanto, de la capacidad crítica que se le supone inherente para defender la identidad nacional. A esta explicación, Paz respondía con la que llamaba "la hipótesis astronómica": "Atribuir a una maquinación del imperialismo la crisis de la Universidad equivale a explicar la caída de Constantinopla o la Guerra de Cien Años por la situación del planeta Tierra en el sistema solar: no es falso: es remoto". [13]

Paz comenzó a denunciar la falta de congruencia intelectual de la izquierda: sus ideas se habían vuelto "gaseosas y mostrencas" y habían dejado de ser una visión crítica para convertirse "en una ideología en el sentido marxista de la palabra: un velo para ocultar la realidad". Le parecía que el objetivo del Partido Comunista era claro: hacerse de un sindicato nacional para, una vez dominada la Universidad, utilizarla como ariete contra el Gobierno, como se veía claramente en el caso de Puebla, que había "cambiado la crítica por la acción. Ya no es una universidad: es un bastión". Su crítica al Partido Comunista de entonces fácilmente se podría trasladar al Partido de la Revolución Democrática de treinta años después, que, aun convertido en partido democrático y con el Gobierno de la capital en su poder, no modifica su política dentro de la UNAM:

El Partido Comunista Mexicano es una agrupación minoritaria de la clase media, aislada del pueblo y con escasísima influencia entre obreros y campesinos. Empeñado además en una loca competencia con los grupitos que, a su izquierda, lo azuzan, se desboca. Su debilidad numérica y su pobreza teórica están en proporción inversa a su radicalismo. Como no puede controlar siquiera a un sindicato de obreros industriales, aspira a tener por lo menos uno de empleados; como no puede desfilar en el Zócalo, desfila por los claustros universitarios.

Junto al problema de los usos y abusos políticos, Paz insistía en la sobrepoblación y la centralización educativas. Pensó que era necesario “satisfacer la creciente demanda de educación superior de una clase media también creciente cada día y de una aristocracia obrera que empieza a mandar a sus hijos a las universidades”. Le parecía una tarea inmensa y se preguntaba quién la acometería: si el Estado o la iniciativa privada (IP). Es interesante que Paz se hiciera esta "pregunta cardinal" en una época en la que la inversión de la IP en la educación superior se limitaba a un puñado de universidades y tecnológicos privados (la Universidad Iberoamericana recién había logrado su reconocimiento oficial). Pero el Estado, mal que bien, encamaba "un proyecto nacional", mientras que la IP carecía de él:

Sin embargo, la iniciativa privada sentirá fatalmente la tentación de apoderarse de la cultura superior en provecho propio. Por eso lo que se juega en la crisis universitaria no es esa revolución de bolsillo con que sueñan los ilusos y los suicidas, sino algo infinitamente más concreto, inmediato y precioso: la cuestión de la educación media y superior es la cuestión del ser de México[14]

Para empezar, Paz reconoce el impulso de la IP como una fatalidad —en el sentido etimológico— y como una práctica utilitaria ("en provecho propio"). En ese momento, expresa una opinión más bien severa contra la IP: le parece expresión de una burguesía zafia e ignorante movida por intereses "estrictamente privados y lucrativos". Lamenta que las burguesías de Europa y Estados Unidos "fueran creadoras de Naciones y Estados" mientras que la mexicana, "heredera de la concepción árabe de la riqueza, atesora y vive amurallada como en un país conquistado", y está formada por gente "desarraigada, the brown sahib of Mexico", incapaz de heredar de sus antecesores siquiera proyectos como el de Maximiliano.


La plaza y la catacumba

Poco más tarde, en junio de 1973, lamentará la represión contra  una manifestación estudiantil en Puebla: a la par que denuncia el uso de la fuerza bruta y exige la investigación de rigor, propone a la izquierda el traslado de su lucha de las universidades a "una organización popular independiente". [15] Al perseverar en el uso de las universidades para tambalear gobiernos, sólo se los deja más firmes y se derriba únicamente... a las universidades mismas:

Las universidades [...] pueden (deben) ser centros de crítica intelectual, moral y política pero no pueden transformarse en catapultas revolucionarias... La función crítica ha sido sustituida por el activismo radicaloide y el resultado, claro, no ha sido el cambio de las estructuras sociales sino la destrucción de la vida universitaria.

Paz sospecha que sobre esta elección pesa un desaprovechamiento del impulso del 68, cuyo sentido profundo siempre le pareció un ánimo democratizador en el país. A cinco años de distancia, la izquierda, "heredera natural" de ese impulso, hacía sólo "la representación —drama y sainete — de la revolución en los teatros universitarios" en lugar de persistir en la organización democrática y en sus verdaderos escenarios. Esta incapacidad —que a mí en lo personal me parece una elección holgada y consciente, subsidiada por el menor esfuerzo y el oportunismo sentimental— le arrancaba a Paz un tipo de crítica que enconaba a la izquierda:

Incapaz de elaborar un programa de reformas viables, la izquierda se debate entre el nihilismo y el milenarismo, el activismo y el utopismo. El modo espasmódico y el modo contemplativo: dos maneras de escaparse de la realidad. El camino de la realidad pasa por la organización democrática: la plaza pública, no el claustro ni la catacumba, es el lugar de la política.

También en Plural, en noviembre de 1974, Paz tocó otra vez el problema universitario con una óptica nueva: si en un inicio lo entendía como una expresión de la problemática de la izquierda, ahora comienza a cuestionarlo —lo mismo que a la izquierda— como parte de los conflictos propios de la clase media, ese personaje que, a su entender, juega en el drama histórico mexicano el papel peculiar de dar palos de ciego.

     En agosto de 1974, es secuestrado José Guadalupe Zuno, suegro del presidente Echeverría, "en momentos particularmente difíciles", [16] a manos de un grupo que se declara marxista y revolucionario, y que bautiza su acción con el nombre Operación Tlatelolco. Paz advierte que un gesto de ese tipo es una provocación al Gobierno que amenaza con justificar medidas que "limiten o restrinjan los derechos políticos: las imperfecciones de la democracia no se curan con la supresión de las democracias". El poeta inicia una serie de reflexiones sobre la naturaleza de la violencia revolucionaria en ese momento de México: piensa que la violencia campesina "no es nacional ni ideológica; es regional y espontánea", mientras que "el terrorismo urbano es ideológico y tiene otras causas y otro estilo", sobre todo, porque no recluta milicias entre la clase obrera, sino entre...

la clase media y la pequeña burguesía. La desesperación de esos grupos es más de orden psicológico y moral que social. Son las verdaderas víctimas de la alienación... leen a Lenin pero su "toma del Palacio de Invierno" se reduce al asalto de un banco y al secuestro de un inocente... El hecho de que todos estos grupos se alimenten o, mejor dicho, se intoxiquen con la retórica de la izquierda, es un síntoma de la profunda crisis intelectual y moral por que atraviesa el pensamiento revolucionario.

Los estudiantes y las universidades se convertían en una cámara de reverberación de esa violencia ideológica. Blanco inmediato del blanquismo, fingían resolver en ella su carácter de clase media atribulada por su culpa histórica: "el nihilismo de la abundancia". Los ideólogos hospedaban en la fantasía de la "universidad-pueblo" su incompetencia y su frustración:

la mayoría no halló mejor manera de librarse de sus obsesiones que proyectar sus sueños en las actividades de los jóvenes estudiantes rebeldes. Pero no se contentaron con aprobar la legítima rebelión juvenil sino que se convirtieron en los apologistas y en los retóricos de la alianza contra natura entre las prácticas fascistas de los extremistas y la ideología del socialismo.

Resulta interesante trasladar esa lectura a la edición 1999 del movimiento estudiantil, pues éste demostró que, en su seno, las ideologías perviven intocadas y fuera de la historia. Quienes alabaron en 1972 las proezas de los extremistas terminaron por horrorizarse, del mismo modo que quienes apoyaron al CGH en 1999 acabaron por censurarlos en 2000. Si en 1974 esos solidarios se acogieron a las teorías de la "mano negra" para exculparse (declarando que Falcón y Castro Bustos eran un invento de la derecha, o que los grupos guerrilleros eran un invento del PRI o del "imperialismo”), en 1999 sucedió algo parecido: la ultra pasó de ser un movimiento de “pureza juvenil” a ser el instrumento con que la derecha quiso desprestigiar al PRD. La respuesta pertinente, entonces como ahora, es la que dio Paz: "pero la derecha no podría servirse de los extremistas de izquierda si, antes, no se hubiese bendecido y santificado la alianza ilegítima e inmoral entre las ideas socialistas y las prácticas fascistas y gangsteriles".

     Cuando, en marzo de 1975, el presidente Echeverría fue sacado de la UNAM a pedradas, Paz publicó un "Monólogo en forma de diálogo" [17] en el que, entre otras cosas, sostenía que la violencia de los estudiantes era injustificable: "Oponer el grito a la idea, contestar con insultos a la crítica, negarse a discutir, utilizar la violencia verbal y física... Todo eso es el camino hacia el fascismo. ¿No ha dicho Lukács que hay una relación directa entre irracionalidad y fascismo?”. En febrero de 2001, una pandilla de activistas del CGH atrapó a un grupo de profesores en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, procedió a desnudarlos, humillarlos y hacerlos marchar con las manos en la nuca ante las cámaras. La respuesta a la pregunta de Paz fue contundente.


Sindicatos y estrategias políticas y sociales

Más tarde, en septiembre de 1977, después de un paro de diecisiete días que el STUNAM le recetó a la Universidad, Paz regresó al tema con el artículo "La universidad, los partidos y los intelectuales". [18] El Sindicato del Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM, de tendencia comunista) pretendía hacerse de un contrato colectivo de trabajo único que arrasaría con las AAPAUNAM, las Asociaciones de Personal Académico, independientes, con las que el rector Guillermo Soberón firmó el título XVIII del Estatuto del Personal Académico (EPA) sobre la libertad de asociación y representación.

     En ese punto, los sindicatos de izquierda, tanto el de trabajadores y empleados (STEUNAM) como el de personal académico (SPAUNAM) se fusionaron en uno solo, el aún existente STUNAM. El nuevo sindicato presentó de inmediato su respectivo proyecto de contrato único, pero con una novedad: no establecía diferencia alguna entre el trabajo académico y el administrativo. Emplazó a huelga para el 20 de junio y la recién creada Federación de Sindicatos de Trabajadores Universitarios (FSTU) le otorgó su apoyo. 

     El rector Soberón se mantuvo firme en su rechazo a otorgar un contrato único que suponía entregar el control de la Universidad y que representaba una seria posibilidad de agraviar la libertad de cátedra y de investigación. Estalló la huelga, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje la declaró ilegal y el rector solicitó la intervención de la fuerza pública para retomar la propiedad universitaria. Finalmente, la Rectoría reconoció que el STUNAM representaba a los administrativos y el STUNAM reconoció que los académicos seguirían siendo regidos por el título XIII del EPA. La aspiración de la izquierda por hacerse de un sindicato único —era público que entre los directivos del STUNAM había varios miembros del PC— que monopolizara el trabajo administrativo y académico era a todas luces irrealizable, lo que no le impidió paralizar a la UNAM y forzar el ingreso de la policía.

     ¿Por qué este empeño en lo imposible? Paz aventuró una explicación: el Partido Comunista Mexicano tenía una peculiaridad, quizás única en el mundo: en vez de ser un partido obrero, era un partido universitario. Encontró razones para ello: luego de la "explosión libertaria" de 1968 —que no perteneció a partido alguno—, el PC era el único partido con cierta "coherencia ideológica y organización política" que estaba en condiciones de llenar, dentro de la UNAM, el vacío que había dejado el movimiento: "Así, el Partido Comunista recogió la herencia de 1968 a pesar de que, como todos sabemos, en un principio se opuso abiertamente al movimiento y, después, participó sólo tangencialmente y à contrecoeur". La historia era semejante a la forma en que las "facciones clericales y conservadoras" ocuparon el vacío dejado en la Universidad luego del ya mencionado movimiento por la autonomía universitaria de 1929; sin embargo, había una diferencia central: el movimiento conservador "se ejercía a través de los profesores y estudiantes, mientras que los comunistas, según corresponde a su estrategia, dominan el sindicato de empleados y lo han convertido en su base de operaciones". En ambos casos, fuesen del signo que fueren, los usuarios políticos cuentan sólo con el apoyo de una "clase media amorfa" y carecen de fuerzas organizadas. Paz insiste de nueva cuenta en que "la universidad ha sido la fortaleza de la oposición al gobierno, pero es una fortaleza que acaba por ahogar a aquellos mismos que ampara. La salud política está fuera, en el aire libre de la intemperie".


Intermedio actual

Detengo mi glosa del ensayo de Paz para proponer que quizás ahí es donde cesan, paradójicamente, las similitudes con lo ocurrido en 1999. El Partido Comunista renunció —no sin rezongos— a su plataforma, la mezcló con el nacionalismo revolucionario de los ex priistas, se convirtió en un partido "socialista unificado" y, más tarde, en uno de la "revolución democrática"; es decir, optó por reciclarse como un partido que acepta el juego democrático. Y, entonces, ¿por qué no dejó a un lado su estrategia universitaria? El PC —dice Paz— "carece de fuerza y de crédito fuera de la universidad; así, no posee capacidad de maniobra ni puede replegarse en un sitio para avanzar en otro"; algo muy distinto del actual PRD, que contó con suficiente simpatía popular como para alzarse con el Gobierno de la capital y cuenta en ella con bases organizadas de diferente índole. Entonces, ¿a qué obedece su incapacidad de romper su Edipo con esa mater que ha anidado en su alma? Algunas respuestas: 

  1. Nostalgia del origen: buena parte de sus cuadros altos y medios están formados por académicos (Rosario Robles, los ceuístas "históricos", etcétera), por asesores que son académicos (Adolfo Gilly) o por estudiantes activistas (lnti Muñoz, quemador de camiones en 1997, vocero de la jefa Rosario Robles en 2000). 
  2. La incertidumbre política, que hace de la UNAM un sitio al cual regresar en caso de un descalabro electoral o laboral. 
  3. Es un municipio con una nómina generosa cuyo control no está determinado por un proceso democrático. 
  4. Es una causa cuya naturaleza educativa ofrece la mejor coartada para encender la movilización social y abanderar expectativas populares. 
  5. Es una adecuada escuela política de cuadros y, ante el nuevo Gobierno panista, una revaluada base de operaciones y un reforzado bastión de resistencia.

Otras diferencias: a la "clase media" de 1977, beneficiaria social de la UNAM, se ha sumado un sector pauperizado por las crisis económicas. El nivel académico ha bajado por el ingreso "automático" de miles de jóvenes que apenas rozarían esa calificación de clase. Habría sido interesante conocer la opinión de Paz de los ultras (la "banda" de 1999), tan alejados de los "muchachos" de 1968. Se trata de jóvenes sin proyecto político pero con emociones fijas, sin organización pero tumultuarios, con más rencores que aspiraciones, más adictos al "relajo" de la acción que a las despreciables ideas y que se convirtieron entre 1999 y 2000 en un ingrediente de fácil manipulación que estuvo a punto de destruir el refugio universitario del PRD. Si no lo lograron del todo, colaboraron, qué duda cabe, a desprestigiar ante los votantes de "la intemperie" al PRD, como se notó en las elecciones. Paradojas del uso político de la UNAM: gracias a un problema que el PRD propició dentro de la UNAM, sus proyectos de reforzar su presencia política en el resto del país se vieron seriamente afectados por no dejar a tiempo la comodidad de ese "Palacio de Invierno". Luego de desgarrarse las vestiduras por la intervención policiaca, muchos que han regresado a la UNAM la habrán agradecido en secreto. El reconocimiento público, a cargo de algunos militantes reconocidos, de los errores cometidos por el PRD dentro de la UNAM, nunca llevó a cabo un análisis que precaviera su repetición. Paz decía:

Desde la universidad se puede intervenir e influir en la marcha pública y en el Estado mismo. Es un punto sensible y tocarlo es tocar uno de los centros nerviosos de México. Aquí aparece otra vez la contradicción: precisamente por ser un punto sensible, la universidad es particularmente vulnerable. El gobierno no puede soportar por mucho tiempo las presiones ejercidas desde el sagrado recinto universitario. A su vez, la opinión de los dos sectores que definen a la universidad —los profesores y los estudiantes— no puede consentir indefinidamente en que se degrade la institución hasta convertirla en mero instrumento político de esta o aquella facción.

Es cierto, pero, una vez más, la experiencia reciente ha modificado estas apreciaciones: la huelga de 1999-2000 pasará a la historia como "la huelgota" o como "la madre de todas las huelgas": durante diez meses el Gobierno la toleró y la soportó por diversas razones: el "supersticioso terror ante los estudiantes" del que habla Paz, la evidencia de que el conflicto desprestigiaba al PRD y el fastidio empresarial ante una Universidad que algunos funcionarios no valoran más que como un campo de verano de mil millones de dólares anuales que saca de las calles a un cuarto de millón de jóvenes que no encontrarían empleo. Y, por último, la asombrosa abulia de la mayoría de los profesores y los estudiantes que aguantó diez meses de degradación casi sin chistar.


Salida: crítica y más critica

Más que nunca, en vísperas del congreso de reforma universitaria, se impone ejercer una crítica seria a los participantes en este conflicto que ya lleva treinta años de duración, pero cuyas actitudes fundamentales no han cambiado un ápice, ni siquiera bajo el peso de la historia de su propia improductividad.

     El STUNAM sigue insistiendo, cada vez con mayor energía, en que su protagonismo también "define a la universidad" (paréntesis de 2001: el STUNAM decide cerrar una facultad si no se cumplen sus exigencias laborales). En 1977, Paz pensaba que "el sindicalismo es sólo uno de los aspectos del problema y no el central”, causado este último por la inexistencia en ese momento de zonas de libertad política propicias a la organización democrática. El remedio que proponía para los problemas de la UNAM era el mismo que para otras muchas tribulaciones nacionales: "la evolución hacia una verdadera democracia". No haberla logrado, sin embargo, no le parecía sólo pericia del PRI y del Gobierno: éramos corresponsables de la "mentira constitucional" y de su perpetuación lo mismo los "intelectuales poseídos por el dogmatismo y el espíritu de partido" que los partidos de oposición, esa "asamblea de fantasmas".

     En todo caso, el STUNAM ha logrado preservarse en la imaginación universitaria como un sindicato “independiente" o, por lo menos, leal al partido que aún cree encarnar el "progresismo" social, el cual, a cambio de esa lealtad, lo apoya en su convicción de ser un "sector" autorizado para opinar sobre el sentido y la dirección de la academia, y con derecho de asistir como igual al eventual congreso de reforma universitaria. ¿Cómo conciliar que el sindicato, eficaz negociador de proezas como declarar de descanso obligatorio el Día de la Mujer, comparta poder de decisión con los académicos?

     El dogmatismo de los intelectuales partidarios sigue tan vigente ahora como en 1977. Las sacudidas históricas recientes en el país y en el mundo, lejos de provocar en ellos una autocrítica adecuada que podría suponer un replanteamiento de su trato con las universidades públicas, parece fortalecer su dependencia de ellas. El conflicto de 1999-2000 fue una repetición, detalle a detalle —aunque más largo, claro— de episodios anteriores, incluyendo el horror a que la policía restituya el control del campus a los universitarios. En este sentido, las palabras de Paz en el marco del ingreso de la policía en 1977 y del conflicto del sindicato podrían trasladarse perfectamente a la actuación del CGH en el 2000:

Convertir la protesta en un reflejo pavloviano, más que una ligereza, es un vicio del carácter y una perversión del espíritu. ¿Por qué ignoran los antecedentes y circunstancias que definían al conflicto? ¿Por qué cerraron los ojos ante el carácter minoritario del sindicato de profesores, la amenaza de intromisión en la vida académica y, en fin, la naturaleza plenamente política del movimiento y sus transparentes designios hegemónicos sobre la universidad? Comprendo que les haya parecido reprobable la presencia de la policía pero ¿no les pareció reprobable la tentativa de convertir a la universidad en un feudo de una facción política?

Como entonces, la respuesta ahora también fue no. La intervención de la policía en la UNAM en 2000 para recuperarla de un puñado de protofascistas revivió los términos de una ecuación holgada y de un ritual hospitalario que, frente a la incertidumbre de la democracia y sus responsabilidades, cobijó una indignación pública. La estentórea condena contra el efecto fue proporcionalmente inversa al silencio sobre la causa.

     La UNAM sigue siendo un "centro nervioso" de México, un "espejo del país", "el espacio donde se vigilan los derechos de los mexicanos", como dijo Adolfo Gilly, ese versátil ideólogo que aconseja a la vez al PRD y a la Fundación Guggenheim; es también un problema político, un bastión de la izquierda, un leviatán incorregible, un "desperdicio de recursos", como dijo un fascista de frac (un fracsista)...

     Luego de treinta años de ser todas esas cosas, la UNAM sigue siendo una universidad a la que, se dice y se dirá una y otra vez, es necesario academizar. El hecho sorprendente es que, después de ser todo eso y de actuar tal cantidad de papeles antagónicos, en sus ratos libres la UNAM continúa siendo una institución que investiga, enseña y difunde ciencias y humanidades. 

     Los tiempos se han cumplido: luego de setenta años de monopolio de partido, hemos ingresado a la alternancia en el poder. Le hemos dado a la democracia, a los partidos, a la libertad, la oportunidad de demostrar que sirven para algo más que para ser opositores perpetuos. ¿No le podemos dar a la UNAM la oportunidad de ser, finalmente, sólo una universidad? Si es cierto que, a lo largo de treinta años, los movimientos universitarios no han cambiado en nada las estructuras de poder y en cambio han dado al traste con la Universidad, ¿por qué no apostar a que, funcionando sólo como universidad, la UNAM quizás demuestre una utilidad social inesperada que su uso político le ha escamoteado hasta ahora? 

     Paz apostó siempre, en el tema de la Universidad como en cualquier otro, a la crítica y a la disensión. El silencio expectante que comentaristas y editorialistas guardan ante los problemas académicos, estudiantiles y sindicales de las universidades mexicanas se convierte en cómplice de su inoperatividad y alienta los oportunismos. Dijo Paz a los intelectuales que condonaron la conducta del STUNAM en 1977: "decir cuatro verdades al adversario es relativamente fácil; lo difícil es decírselas al amigo y al aliado. Pero si el escritor se calla, se traiciona a sí mismo y traiciona a su amigo... ¿Los escritores han dejado de ser las tapaderas de los antiguos caudillos para serlo de los secretarios generales?". 

     La discusión sobre el tipo de universidad que necesitamos se ha convertido a veces en una indolencia satisfecha para las partes involucradas. Es un caso más frente al cual decir: llevamos treinta años diciendo que las cosas ya no pueden seguir así. Hoy que la mesa está puesta otra vez para que, con motivo del congreso de reforma se desaten de nuevo las viejas pasiones de la izquierda, convendría repasar los artículos de Paz sobre la Universidad y su invitación al realismo y a la imaginación.



[1] Una versión breve de este ensayo apareció en mi libro Allá en el campus grande (Tusquets, México, 2000). E es parte de un libro titulado Ensayos en Paz que aparecerá a fines de 2001.

[2] “Tiempos, lugares, encuentros (entrevista con Alfred MacAdam)”, Vuelta, núm. 181, diciembre de 1991, p. 11.

[3] El “Discurso” no había sido aún publicado en México.

[4] Paz comenta divertido este episodio en el prólogo a Pequeña crónica de grandes días (Obras completas [OC], t. 9, p. 375). Recientemente, en La gran mascarada, Jean-Francois Revel relata el episodio como ejemplo del desfase intelectual entre el comunismo y la realidad.

[5] Tiempo nublado, en OC, t. 9, p. 272.

[6] “Las dos ortodoxias”, ibid., pp. 256 y ss.

[7] “Respuesta a diez preguntas” (entrevista con Josefina e Ignacio Solares)”, en OC, t. 8, p. 483.

[8] “Aterrados doctores terroristas”, op. cit., p. 490.

[9] Idem.

[10] Plural, núm. 12, septiembre de 1972, p. 53.

[11] “Los misterios del Pedregal”, Plural, núm. 15, diciembre de 1972, p. 38.

[12] “Los misterios del Pedregal II”, Plural, núm. 16, enero de 1973, p. 37

[13] Idem.

[14] Subrayado de Octavio Paz.

[15] “Entre Viriato y Fantomas” (Plural, núm. 21, junio de 1973, p. 40; recogido en OC, pp. 489 y ss).

[16] “El plagio, la plaga y la llaga”, en OC, t. 8, pp. 496 y ss.

[17] Op. cit., pp. 516 y ss.

[18] Vuelta, núm. 10, recogido en OC, t. 8, pp. 523 y ss.


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