Correspondencia

Una carta poco conocida de Octavio Paz a Jaime García Terrés

Adolfo Castañón

Año

1986

Personas

Martínez, José Luis; Reyes, Alfonso; Orfila Reynal, Arnaldo; Cosío Villegas, Daniel; Castañón, Adolfo; Schneider, Luis Mario; Cardoza y Aragón, Luis; García Terrés, Jaime

Tipología

Memorias

Temas

La consolidación de la figura: Vuelta, encuentros y desencuentros (1976-1991)

 

Jaime García Terrés en una foto de La Jornada.

Las relaciones entre el Fondo de Cultura Económica y Octavio Paz se remontan a la publicación de sus primeros libros: El laberinto de la soledad (1950), ¿Águila o sol? (1951), El arco y la lira (1956) y Libertad bajo palabra (1968), cuando la editorial era dirigida por Daniel Cosío Villegas y, en la sombra, por Alfonso Reyes. Cada uno de los títulos enunciados tiene su historia particular. A esos seguirían otros como Pasado en claro (1975), que sería, de hecho, el primer libro de Paz que me tocaría corregir junto con Ana María Cama, y Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe (1982); ambos fueron publicados por el Fondo en la época en que éste era dirigido por José Luis Martínez con la subdirección de Jaime García Terrés.

     A Octavio Paz y a José Luis Martínez los reunía una larga amistad; así lo prueba la correspondencia publicada por Rodrigo Martínez Al calor de la amistad (1959-1984). La relación con Jaime García Terrés (15 de mayo de 1924 - 29 de abril de 1996) se remontaba a 1953, como puede documentarse por la carta del 13 de abril desde Nueva Delhi, escrita por Paz a García Terrés, que es la primera que recoge Rafael Vargas en la correspondencia entre ambos, titulada El tráfago del mundo (1952-1986) (México, FCE, 2017, p. 35). La carta aquí transcrita sería la primera de un intercambio que llega hasta 1986.

     En 1987, el FCE publicaría la colección México en la obra de Octavio Paz, inspirada en el tomo preparado en 1979 por Luis Mario Schneider titulado México en la obra de Octavio Paz. Al poeta le entusiasmó la idea, hizo suyo el proyecto y apartó diplomáticamente al investigador argentino. La obra terminaría teniendo tres volúmenes, se presentaría en una caja y sería publicada por el FCE en 1987. Se imprimió en la imprenta de Robles Hermanos.

     Por otra parte, El Río. Novela de caballerías, del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, se publicó en 1986. El FCE organizó una presentación que fue acompañada de una exposición iconográfica que daba cuenta de la vida del poeta en Guatemala, París, Madrid y México, entre otros lugares.

     Hubo, sin embargo, un momento de tensión entre la editorial y Paz, por la reacción de este último ante el lanzamiento en grande del volumen del autor guatemalteco. Amenazó a su amigo, Jaime García Terrés, con retirar sus obras por la exagerada promoción al otro libro. El subdirector del FCE me pidió que fuese a hablar con Octavio Paz. Lo hice. Argumenté viva y firmemente ante él que, si retiraba sus obras de la editorial, los más afectados serían sus lectores y, desde luego, él mismo. Di varias vueltas a ese argumento. Salí de su casa algo inquieto pensando que tal vez había sido demasiado vehemente. Al día siguiente, al llegar a la editorial, me estaba esperando García Terrés blandiendo una carta en la mano y pidiéndome que la leyera. Lo hice. Me sorprendió. A partir de ese momento, yo tenía la responsabilidad de ser el interlocutor del poeta Octavio Paz con la editorial. Aquí se transcribe textualmente esa carta:



A 3 de noviembre de 1986. [1]  

 

 

Señor Don Jaime García Terrés  

Director del Fondo de Cultura Económica,  

Ciudad de México.  

 

Querido Jaime:  

 

            Ante todo: agradezco de nuevo la paciencia con que me oíste la otra mañana. Sin duda te diste cuenta de mi estado de ánimo y de cómo luchaban en mí impulsos encontrados: mi antigua aunque infortunada relación con el FCE (salvo en la época de Arnaldo Orfila Reynal, que me trató como el que quise ser siempre: un autor de la casa), mi afecto hacia ti (al compañero, al poeta), la pena de soportar un trato injusto y desigual, el rubor que se siente ante la impotencia de nuestra indignación. Creo que te mostré con numerosos ejemplos, unos del pasado y otros recientes, que se me ha tratado sin equidad ni consideración, a veces con indiferencia y otras con impaciencia y aún desdén. Como a un intruso. Las sumas que se me han dado como anticipos por mis derechos de autor han sido inferiores a las que se otorgan a otros escritores, aunque mis libros, como tú mismo lo reconociste, se venden tanto o más que los de ellos. No soy rico pero el dinero no es lo que más cuenta para mí; por lo tanto, prosigo: a la inversa de la política que sigue el Fondo con sus autores, ninguno de mis libros ha tenido la menor promoción. Todos ellos han salido a la calle si no huérfanos de padre sí privados de amigos, valedores y publicistas. Nada de mesas redondas y los otros pitos y flautas, trompetas y tambores con que ustedes celebran —casi siempre con justicia— la aparición de este o aquel libro de alguno de sus autores. Por último, en ciertos casos —como pude probarlo y tú reconociste— el desdén se transformó en apenas encubierta hostilidad. Es natural que, por todo esto, no me sienta un autor del FCE.

     No te culpo a ti ni a tu antecesor, mi amigo José Luis Martínez. El quiso enderezar un poco las cosas y tú también lo has intentado. Tampoco olvido el cuidado inteligente y generoso con que Adolfo Castañón se ha ocupado de mis libros. Nada de esto ha sido suficiente: los esfuerzos individuales casi nunca pueden modificar una situación de orden general. Para lograrlo sería necesaria una reforma profunda de la moral de la casta intelectual mexicana y otra, no menos honda, de la mentalidad y los hábitos de nuestra burocracia y de sus cortesanos. El Fondo de Cultura Económica es una institución oficial y refleja, más allá de la voluntad de sus individuos, el estado de la cultura mexicana. Todos sabemos que está regida por dos poderes: el institucional del Gobierno y el del obscurantismo ideológico de los obispos, frailes y abadesas que ofician en los distintos cultos, hermandades y litolatrías que pululan en nuestra ciudad. Ambos poderes miran con antipatía a los escritores independientes. Al ofrecerles a ustedes mis tres libros —más de mil quinientas páginas sobre México, su arte y su literatura— creí acogerme a sagrado y librarme de la nesciencia de los poderosos y de la saña de los inquisidores. Ahora me doy cuenta de mi ingenuidad. Como no tengo la mansedumbre de Alfonso Reyes ni soy hombre de pelea como José Vasconcelos, creo que lo mejor será regresar a mi rincón. Desde allí continuaré la conversación con mis lectores. Porque eso sí: pueden excluírme pero no callarme. Seguiré escribiendo hasta el fin.

     El viernes pasado me visitó Adolfo Castañón. Sus razones, más que convencerme, me conmovieron. Aunque ustedes no me pidieron esos libros —yo se los ofrecí— sí es verdad que aceptaron mi idea como simpatía. Me dijo, además, que tú estabas preocupado por las consecuencias jurídicas y económicas de este enredo: hay unos contratos firmados y he recibido los anticipos usuales por derechos de autor. Tu alarma es injustificada: no es la primera vez que un editor y un autor rescinden un contrato. Castañón habló en nombre propio pero me impresionaron su buena voluntad, su sinceridad y su amistosa insistencia. Me hizo reflexionar y se me han ocurrido dos soluciones. Tu escogerás la que te parezca más conveniente.

     La primera consiste en seguir adelante con el proyecto y publicar los tres volúmenes bajo este título general: México en la obra de Octavio Paz. Título de cada volumen: I El peregrino en su patria / Historia y sociedad. II Generaciones y semblanzas / Libros y autores. III Los privilegios de la vista / Arte y artistas. Para evitar nuevos equívocos enumero ciertas condiciones que, estoy seguro, tú aprobarás: 1. El Fondo designará una persona encargada de la edición de los tres volúmenes y que estará en constante relación conmigo; 2. Los tres volúmenes aparecerán en la primera quincena de marzo de 1987; 3. El volumen Los privilegios de la vista incluirá 48 ilustraciones, 32 en color y 16 en blanco y negro; 4. Se imprimirá un número suficiente de ejemplares (no menos de cinco mil cada volumen); 5. El libro aparecerá al mismo tiempo (más o menos, claro) en Buenos Aires y en Madrid; 6. Las ediciones argentina y española serán lanzadas en la forma habitual para esta clase de libros, es decir, con la promoción y la publicidad acostumbradas; 7. En cuanto a la edición mexicana: no se hará promoción o publicidad. La razón es doble: primero, para respetar la tradición del Fondo en sus tratos conmigo; segundo, porque no creo que ustedes puedan influir en los cortesanos, secretarios y “ninguneadores” que en los diarios y revistas de México silencian —cuando no injurian— a los escritores independientes.

     La otra solución es más simple y menos engorrosa: rescindir los contratos y devolverme los originales. El editor que publique mis libros les pagará a ustedes las sumas que han erogado. En caso de que yo no encuentre un editor, cubriré esas cantidades con mis derechos de autor. No sin pesar sospecho que esta solución podría ser la mejor para el Fondo: así lograría deshacerse de un autor incómodo.  

     Mi última suplica: contéstame pronto y por escrito. Te doy las gracias de antemano.

     Te envío, con estas líneas.

 

[Manuscrito]: Un saludo cordial

[Firma]: Octavio Paz



[1] Carta de Octavio Paz a Jaime García Terrés. A máquina. Encabezado: Paseo de la Reforma 369-104. México, 5. D.F.  


Artículos relacionados