Conversaciones y novedades

Octavio Paz ante la Revolución Cubana

Guillermo Sheridan

Lugares

Cuba

Personas

Krauze, Enrique; Tajonar, Héctor; Fernández Retamar, Roberto; Revel, Jean François

Tipología

Controversias

Temas

Lecturas y relecturas: la obra en prosa

Recogemos algunas de las muchas reflexiones de Octavio Paz sobre la Revolución Cubana. La primera, de 1967, aparece en una carta a Roberto Fernández Retamar en la que Paz dice que “Cuba es un comienzo: el principio de algo que cambiará decisivamente a nuestros pueblos”, aunque sugiere que, más que a Lenin, convendría seguir a Bolívar y a Martí. Esas ilusiones terminaron de agotarse en 1971 por el caso Padilla, cuando Paz concluyó que Fidel Castro convertía a Cuba en un satélite de la URSS; a su partido, en una burocracia; a sí mismo, en un César… Las referencias entre paréntesis remiten, como siempre en la Zona Paz, a las Obras completas en quince volúmenes publicadas por el Fondo de Cultura Económica, cuya guía se encuentra aquí. El título de cada entrada es mi responsabilidad de editor. (G.S.)



¿Lenin? Mejor Bolívar y Martí 

[…] Me parece que la firma de manifiestos, la asistencia a reuniones y congresos y los viajes periódicos a Cuba no son las únicas maneras de servir a la causa que ustedes defienden. En mi caso particular, por lo menos, hay otras maneras más silenciosas, pero, quizás, no del todo ineficaces... Acabo de recibir una invitación para asistir al Congreso de Escritores de La Habana. Aparte de que físicamente no me es posible concurrir, tampoco creo que sería útil mi presencia.

     Todo lo anterior es entre tú y yo. Ahora: la explicación. También es de amigo a amigo, pero, por su índole misma, tú puedes darla a conocer o publicarla, si crees que valga la pena:

     Mi amistad y mi admiración por el pueblo de Cuba, su Revolución, sus dirigentes y sus artistas y escritores no son estrictamente ideológicas, al menos en el sentido usual de esta palabra. En un libro reciente (que quizá te haya llegado ya: Corriente alterna) expongo mis puntos de vista —sería necio llamarlos teoría— sobre las características de la revuelta de los países del llamado Tercer Mundo. Esta revuelta no se ajusta a las nociones clásicas que teníamos sobre lo que es una revolución ni tampoco a las previsiones y predicciones del pensamiento revolucionario marxista o no. Pero, apenas es necesario decirlo, mis discrepancias no son ni tan profundas ni decisivas como para impedir repetir que, para mí, la independencia de Cuba es una causa sagrada. Creo que la mayoría de los escritores y artistas latinoamericanos piensan y sienten como yo. No sé, nadie lo sabe, cuál será la forma (las formas) que adoptará la revuelta latinoamericana. Nadie tiene las llaves de la historia. Ningún partido, ninguna filosofía, ningún Estado (ni siquiera los que tienen el monopolio del arma atómica) es dueño del porvenir. En cambio, sé con una certidumbre que es a un tiempo racional y pasional, que Cuba es un Comienzo: el principio de algo que cambiará decisivamente a nuestros pueblos. Por esto, defender a Cuba no es tanto defender la ideología política que ustedes representan, con admirable honradez y lealtad, como defender el derecho de nuestros pueblos a vivir libres al fin de la opresión interior y del imperialismo. Dos rasgos de la Revolución cubana me exaltan: su afirmación de la unidad latinoamericana (Guevara me recuerda a Mina, el español que murió en México defendiendo nuestra independencia) y el respeto de su régimen por la libertad de creación artística. Ustedes se dicen continuadores de Lenin. Yo los veo más cerca de la tradición de Bolívar y Martí. 

Carta a Roberto Fernández Retamar. Nueva Delhi, 21 de diciembre de 1967 (archivo de la Zona Paz).


La “peste autoritaria”

Las «confesiones» de Bujarin, Rádek y los otros bolcheviques, hace treinta años, produjeron un horror indescriptible. Los Procesos de Moscú combinaron a Iván el Terrible con Calígula y a ambos con el Gran Inquisidor: los crímenes por los que se acusó a los antiguos compañeros de Lenin eran a un tiempo inmensos, abominables e increíbles. Tránsito de la historia como pesadilla universal a la historia como chisme literario: las autoacusaciones de Heberto Padilla. Pues supongamos que Padilla dice la verdad y que realmente difamó al régimen cubano en sus charlas con escritores y periodistas extranjeros: ¿la suerte de la Revolución cubana se juega en los cafés de Saint-Germain des Prés y en las salas de redacción de las revistas literarias de Londres y Milán? Stalin obligaba a sus enemigos a declararse culpables de insensatas conspiraciones internacionales, supuestamente para defender la supervivencia de la URSS; el régimen cubano, para limpiar la reputación de su equipo dirigente, dizque manchada por unos cuantos libros y artículos que ponen en duda su eficacia, obliga a uno de sus críticos a declararse cómplice de abyectos y, al final de cuentas, insignificantes enredos político-literarios. 

     No obstante, advierto dos notas en común: una, esa obsesión que consiste en ver la mano del extranjero en el menor gesto de crítica, una obsesión que nosotros los mexicanos conocemos muy bien (basta con recordar el uso inquisitorial que se ha hecho de la frasecita: partidario de las «ideas exóticas»); otra, el perturbador e inquietante tono religioso de las confesiones. Por lo visto, la autodivinización de los jefes exige, como contrapartida, la autohumillación de los incrédulos.

     Todo esto sería únicamente grotesco si no fuese un síntoma más de que Cuba ya está en marcha al fatal proceso que convierte al partido revolucionario en casta burocrática y al dirigente en César. Un proceso universal y que nos hace ver con otros ojos la historia del siglo XX. Nuestro tiempo es el de la peste autoritaria: si Marx hizo la crítica del capitalismo, a nosotros nos falta hacer la del Estado y las grandes burocracias contemporáneas, lo mismo las del Este que las del Oeste. Una crítica que los latinoamericanos deberíamos completar con otra de orden histórico y político: la crítica del gobierno de excepción por el hombre excepcional, es decir, la crítica del caudillo, esa herencia hispanoárabe. 

“Las confesiones de Heberto Padilla”, 1971 (9:171)


El caudillo excepcional

Después de diez años de Revolución, a mí me parece terrible que todavía Cuba no tenga una constitución y sobre todo que la Revolución cubana no se haya enfrentado al problema del poder personal. Castro es un dirigente extraordinario, pero asimismo es un caudillo. Uno de los males que afligen a la mayoría de nuestros países es que se sigue gobernando de un modo personal. El caudillo es la excepción hecha gobierno. 

Solo a dos voces, charla con Julián Ríos, 1972 (15:343)


Una tontería de Sartre

La ignorancia de la historia y de la realidad latinoamericana llevó a Sartre a decir: «Cuando fui por primera vez a Cuba, recuerdo que una de las principales preocupaciones de los cubanos era la de resucitar su antigua cultura, que infortunadamente es la española, para oponerla a la influencia de los Estados Unidos». Nos gustaría saber por qué es infortunado hablar en español. ¿Qué otra cultura quería Sartre que tuviesen los cubanos? ¿Les habría ido mejor si hablasen francés, inglés, ruso, holandés? La idea de que Castro y sus partidarios querían «resucitar su antigua cultura» es más bien cómica. Es imposible resucitar a la cultura española porque, alicaída y todo, no ha muerto. En Hispanoamérica no sólo sobrevive, sino que ha cambiado y se ha renovado. En Cuba la cultura hispanoamericana se llama Martí, Varona, Casal, Ballagas, Lydia Cabrera, Carpentier, Guillén, Lezama Lima, Vitier, Cabrera Infante, Sarduy...

“El parlón y la parleta”, 1973 (9:174)


Burocracia totalitaria

Las dictaduras militares de América del Sur y la degeneración de la Revolución cubana en burocracia totalitaria (ojalá que no ocurra lo mismo en Nicaragua) son consecuencia en parte, de la paz armada y de la rivalidad de las superpotencias.

“La política y el instante”, entrevista con Antonio Marimón, 1981 (15:487-488)


El silencio como escándalo

Siempre he condenado a las dictaduras militares de América Latina. La diferencia entre mi posición y la de mis críticos es la siguiente: yo me niego a distinguir entre los escritores víctimas de la Junta Militar de Argentina o de Pinochet y los perseguidos por la dictadura burocrática de Castro. El silencio frente a los escritores encarcelados en Cuba o desterrados de la isla ha sido y es escandaloso. 

“El cuerpo del delito”, 1982 (3:322)


El contagio a Nicaragua

Al igual que la democracia, el totalitarismo nació en Europa. Nació dos veces, una en Alemania y otra en Rusia. La versión nazi fue derrotada, pero en Rusia se afianzó, creció y se ha extendido por los cinco continentes. Es ya un imperio. El agente más activo y eficaz de la expansión del totalitarismo ruso en América Latina es el régimen de Fidel Castro, que reproduce la estructura burocrática-militar del modelo soviético. Su influencia ha sido decisiva en Nicaragua, en donde el proceso de sovietización está muy avanzado, según lo reconocen observadores objetivos como Alan Riding. En El Salvador las prácticas terroristas de los guerrilleros delatan una mentalidad totalitaria. Apenas si necesito aclarar, una vez más, que la crítica del proceso de sovietización de Nicaragua y de las tendencias totalitarias de los guerrilleros salvadoreños no significa cerrar los ojos ante los crímenes y las atrocidades de los Ríos Montt y los D'Aubusson. El presidente de México dijo hace poco que «una acción inteligente podría fortificar el carácter nacionalista de los movimientos revolucionarios de Centroamérica». Interpreto esta declaración en el sentido de que el régimen de Nicaragua, así como los distintos movimientos revolucionarios centroamericanos, deberían sustraerse a la influencia y a la dominación ruso-cubana. Por mi parte me atrevo a agregar que esos movimientos, además de nacionalizarse, deben democratizarse.

“¿Y qué América Latina?”, 1983 (14:368)


La inagotable fe de los creyentes

La desdichada involución del régimen de Castro ha sido el resultado de la combinación de varias circunstancias: la personalidad misma del jefe revolucionario, que es un típico caudillo latinoamericano en la tradición hispanoárabe; la estructura totalitaria del Partido Comunista Cubano, que fue el instrumento político para la imposición forzada del modelo soviético de dominación burocrática; la insensibilidad y la torpe arrogancia de Washington, especialmente durante la primera fase de la Revolución cubana, antes de que fuese confiscada por la burocracia comunista; y, en fin, como en los otros países de América Latina, la debilidad de nuestras tradiciones democráticas. Esto último explica que el régimen, a pesar de que cada día es más palpable su naturaleza despótica y más conocidos los fracasos de su política económica y social, aún conserve en América Latina parte de su inicial ascendencia, sobre todo entre los jóvenes universitarios y algunos intelectuales. Otros se aferran a estas ilusiones por desesperación. No es racional, pero es explicable: la palabra desdicha, en el sentido moral de infortunio y también en el material de suma pobreza, parece que fue inventada para describir la situación de la mayoría de nuestros países. […]

     No es difícil entender por qué el régimen de Castro todavía goza de algún crédito entre ciertos grupos. Pero explicar no es justificar ni menos disculpar, sobre todo cuando entre los «creyentes» se encuentran escritores, intelectuales y altos funcionarios de gobiernos como los de Francia y México. Por su cultura, su información y su inteligencia, estas personas son, si bien no la conciencia de sus pueblos, sí sus ojos y sus oídos. Todos ellos, voluntariamente, han escogido no ver lo que sucede en Cuba ni oír las quejas de las víctimas de una dictadura inicua. La actitud de estos grupos y personas no difiere de la de los estalinistas de hace treinta años; algunos, un día, se avergonzarán como aquéllos de lo que dijeron y lo que callaron. Por lo demás, el fracaso del régimen de Castro es manifiesto e innegable. Es visible en tres aspectos cardinales. El internacional: Cuba sigue siendo un país dependiente, aunque ahora de la Unión Soviética. El político: los cubanos son menos libres que antes. El económico y social: su población sufre más estrecheces y penalidades que hace veinticinco años. La obra de una revolución se mide por las transformaciones que lleva a cabo; entre ellas, es capital el cambio de las estructuras económicas. Cuba era un país que se caracterizaba por el monocultivo del azúcar, causa esencial de su dependencia del exterior y de su vulnerabilidad económica y política. Hoy Cuba sigue dependiendo del azúcar. […]

     Durante años y años los intelectuales latinoamericanos y muchos europeos se negaron a escuchar a los desterrados, disidentes y perseguidos cubanos. Pero es imposible tapar el sol con un dedo. Hace apenas unos años sorprendió al mundo la fuga de más de cien mil personas, una cifra enorme si se piensa en la población de la isla. La sorpresa fue mayor cuando vimos a los fugitivos en las pantallas de cine y de televisión: no eran burgueses partidarios del viejo régimen ni tampoco disidentes políticos sino gente humilde, hombres y mujeres del pueblo, desesperados y hambrientos. Las autoridades cubanas indicaron que todas esas personas no tenían «problemas políticos» y había algo de verdad en esa declaración: aquella masa humana no estaba formada por opositores sino por fugitivos. La fuga de los cubanos no fue esencialmente distinta a las fugas de Camboya y Vietnam y responde a la misma causa. Fue una de las consecuencias sociales y humanas de la implantación de las dictaduras burocráticas que han usurpado el nombre del socialismo. Las víctimas de la «dictadura del proletariado» no son los burgueses sino los proletarios. La fuga de los cien mil, como una súbita escampada, ha disipado las mentiras y las ilusiones que no nos dejaban ver la realidad de Cuba. ¿Por cuánto tiempo? Nuestros contemporáneos aman vivir, como los míticos hiperbóreos, entre nieblas morales e intelectuales. […]

     Ninguno de nuestros dictadores, ni los más osados, han negado la legitimidad histórica de la democracia. El primer régimen que se ha atrevido a proclamar una legitimidad distinta ha sido el de Castro. El fundamento de su poder no es la voluntad de la mayoría expresada en el voto libre y secreto sino una concepción que, a pesar de sus pretensiones científicas, tiene cierta analogía con el Mandato del Cielo de la antigua China. Esta concepción, hecha de retazos del marxismo (del verdadero y de los apócrifos), es el credo oficial de la Unión Soviética y de las otras dictaduras burocráticas. Repetiré la archisabida fórmula: el movimiento general y ascendente de la historia encarna en una clase, el proletariado, que lo entrega a un partido que lo delega en un comité que lo confía a un jefe. Castro gobierna en nombre de la historia. Como la voluntad divina, la historia es una instancia superior inmune a las erráticas y contradictorias opiniones de las masas. Sería inútil tratar de refutar esta concepción: no es una doctrina sino una creencia. […]

     Los cubanos son hoy tan pobres o más que antes y son mucho menos libres; la desigualdad no ha desaparecido: las jerarquías son distintas, pero no son menos sino más rígidas y férreas; la represión es como el calor: continua, intensa y general; la isla sigue dependiendo, en lo económico, del azúcar y, en lo político, de Rusia. La Revolución cubana se ha petrificado: es una losa de piedra caída sobre el pueblo. En el otro extremo las dictaduras militares han perpetuado el desastroso e injusto estado de cosas, han abolido las libertades públicas, han practicado una cruel política de represión, no han logrado resolver los problemas económicos y en muchos casos han agudizado los sociales. Y lo más grave: han sido y son incapaces de resolver el problema político central de nuestras sociedades: el de la sucesión, es decir, el de la legitimidad de los gobiernos. Así, lejos de suprimir la inestabilidad, la cultivan. 

“América Latina y la democracia”, 1983 (9:84)


Socialismo no es

Los partidos socialistas de izquierda, para que tengan porvenir democrático, tienen que renunciar a varios mitos y a varias cárceles ideológicas. En primer lugar, tienen que renunciar al mito de la Unión Soviética y Cuba como países socialistas, ya que no lo son. Para que los mexicanos comunes y corrientes les creamos, ellos tienen que decirle al pueblo: “Nosotros no queremos socialismo en México, que esto se parezca a lo que pasa en Rusia y a lo que pasa en Cuba”. En segundo lugar, tendrían que renunciar al mito leninista del partido como vanguardia del proletariado y así sucesivamente. Es decir, deberían tener una reforma moral muy profunda, redescubrir al verdadero marxismo y redescubrir, naturalmente, a la vieja tradición revolucionaria no marxista. […]

     Es atroz lo que pasa en América Latina. Yo no voy a defender ni a las oligarquías latinoamericanas ni a los militares norteamericanos, ni a las dictaduras latinoamericanas y mucho menos a los Estados Unidos, cuando han apoyado y siguen apoyando a veces a esos regímenes reaccionarios. No se trata de eso, evidentemente; se trata de algo muy distinto […]: hoy en México tenemos una libertad de la que carece Cuba, que es la de poder expresar si estamos o no de acuerdo con la ideología del Gobierno. Yo no puedo decir eso en Cuba. Esto es el límite entre lo defendible y lo no defendible. Ahí donde hay posibilidad de criticar al Estado y a los poderosos, existe la posibilidad de cambiar a la sociedad; si no, estamos perdidos.

“Presente en México”, plática con Enrique Krauze y Héctor Tajonar, 1984


¿Socialismo con o sin democracia?

La izquierda mexicana no ha hecho el examen de conciencia histórica que exige nuestro tiempo. Tampoco ha asumido una actitud de verdad crítica ante la Unión Soviética, Cuba y, hay que decirlo y repetirlo, ante Nicaragua. Si la izquierda quiere ganar influencia, votos y respeto público, debe responder a la cuestión capital de este fin de siglo: ¿socialismo con o sin democracia? No niego que, aquí y allá, han brotado valiosos y valerosos gérmenes de renovación crítica. Es alentador, pero no es suficiente.

“Conversación”, entrevista con Roberto Vallarino, 1985 (15:496)


Vigilar la ortodoxia

En Nicaragua estalló una revolución en contra de la dictadura de Somoza. La Revolución era popular, nacionalista y se proponía la destrucción de un régimen corrompido. Los norteamericanos no sólo habían sido los coautores sino, por mucho tiempo, los cómplices de la dinastía Somoza. Muy pronto la Revolución fue confiscada por una facción de los revolucionarios, el Frente Sandinista de Liberación Nacional. No es exacto, como dicen por ahí algunos intelectuales y muchos periodistas, que el régimen de Managua haya sido empujado, por la hostilidad de los Estados Unidos, a los brazos de los soviéticos y de Fidel Castro. Desde el principio los dirigentes sandinistas fueron prosoviéticos y procubanos. No me refiero únicamente a la ayuda militar, económica y política que proporcionan la URSS y sus aliados al régimen de Managua; me refiero también a su orientación ideológica y política. Examine usted sus escritos, sus discursos y las medidas político-policíacas que dictaron apenas tomaron el poder como la formación de esas milicias calcadas de Cuba (los Comités de Defensa Sandinista) que vigilan, en cada barrio y en cada manzana, la conducta y la ortodoxia política de la población. 

“Inventar la democracia”, 1985 (9:110)


Estados Unidos como fantasma diabólico

Jean-François Revel: La mutación que se produjo en Europa hace diez años y, más particularmente, en Francia, ¿es percibida por los latinoamericanos?

     Octavio Paz: Sí, es percibida. Primero alarmó y escandalizó mucho y de manera muy profunda; escritores, y, sobre todo, los profesores y periodistas, fueron más o menos directamente influidos, e incluso formados, por el debate ideológico francés desarrollado desde 1945 bajo la dirección del marxismo y de Sartre, en particular. Actualmente, todas esas personas están alarmadas y entristecidas por el hecho de que Francia haya abandonado esa ideología. 

     J.F.R.: ¿Y no se preguntan por qué lo ha hecho?

    O.P.: Sí, se lo preguntan. Comienzan a ser tocados por la duda. No hablan ya del modelo soviético o del modelo cubano. Se quedan callados: les da vergüenza recordar aquello, pero descargan su furia con los norteamericanos. Ven en los Estados Unidos al culpable universal, al mal. Han transferido todas sus angustias a esa especie de fantasma diabólico en que se ha convertido para ellos los Estados Unidos. 

“Nuestro mundo al reojo”, 1986 (15:290)


La blasfemia Castro/Pinochet

El silencio de nuestros críticos de arte y de nuestros antropólogos ante esta notable exposición es signo de los tiempos: ¿pereza, ignorancia, apatía, indiferencia? Cierto, su silencio es menos grave, moralmente, que el de la inmensa mayoría de nuestros intelectuales y comentaristas políticos ante la rehabilitación de Nagy, la publicación del Archipiélago Gulag en Rusia, las elecciones en Polonia, las huelgas en Siberia, la matanza de Pekín y, sobre todo, ya que les toca más de cerca, los fusilamientos de La Habana. ¿Esto último no merece siquiera un comentario o una explicación de aquellos que apenas hace unos meses criticaban y se burlaban de los escritores que habían pedido al dictador cubano que celebrase un plebiscito? ¿Todavía les parece una blasfemia comparar a Castro con Pinochet? 

“Baudelaire y Catlin”, 1989 (14:203) 


Gobernar en nombre de la Historia

El régimen cubano no se presenta como transitorio de excepción, como las dictaduras militares de nuestro continente. Frente a los regímenes fundados en la democracia, la división de poderes y un sistema de garantías individuales, afirma una legitimidad de orden distinto: no la que consagra una elección popular sino la de un movimiento revolucionario que toma el poder en nombre del proletariado. Fidel Castro gobierna en nombre del partido de la clase universal que encarna en nuestro tiempo el movimiento histórico. Castro gobierna en nombre de la historia. Fantasía ideológica que, a pesar de su crudo simplismo, sedujo a muchos y, entre ellos, a no pocos intelectuales latinoamericanos. Fantasía que hoy la historia barre y deshace como el viento a un poco de niebla que obstruye el horizonte. 

“Alba de la libertad”, 1990 (9:470)


¿México sí y Cuba no?

Los grupos y partidos políticos que exigen, con razón, mayor transparencia en las elecciones de México, ¿por qué no le pidieron a Castro que permitiese elecciones libres en Cuba? Se habló mucho del principio de autodeterminación de los pueblos, pero ¿cómo pueden ejercer ese derecho los cubanos si ni siquiera tienen libertad de reunión y de palabra? Por último, todos guardaron silencio ante la manifiesta incompatibilidad entre el marxismo-leninismo que dice profesar Castro y el iberoamericanismo. 

“Un escritor incómodo”, entrevista con Danubio Torres Fierro, 1991 (14:233-234) 


Escuchar a la razón

A propósito de Castro y de la sobrevivencia de su régimen: algunos intelectuales latinoamericanos de izquierda se mesan las barbas, estremecidos ante la posibilidad de que en Cuba ocurra algo parecido a lo que sucedió en la Rumania de Ceausescu. Sus temores y sus aspavientos, además de ser extemporáneos —jamás han protestado contra las diarias violaciones y atropellos en contra de los derechos humanos que se cometen en Cuba— están mal dirigidos: no es a los gobiernos ni a la opinión pública a los que deben pedir que impidan un desenlace violento, sino al mismo Castro. Él y sólo él puede evitar una convulsión sangrienta: bastaría con que escuchase a la razón y se decidiese a celebrar elecciones libres en su país —como se lo hemos pedido muchos y desde hace varios años— para que se disipe el peligro de un estallido en Cuba. 

“Un escritor mexicano ante la URSS”, 1991 (9:237)

 

La falta de respeto a la realidad

Un intelectual mexicano, antiguo rector de la Universidad [Pablo González Casanova], ha publicado un ensayo en el que afirma que Cuba representa la democracia del porvenir y compara a Castro con Montesquieu. Alguna vez escribí que nuestros intelectuales de izquierda eran los herederos de los teólogos neotomistas del siglo XVI. Exageré: el neotomismo fue una filosofía compleja y sutil mientras que el marxismo hispanoamericano no es sino una suma de vulgaridades, simplezas y obcecaciones. Un verdadero obscurantismo: ninguno de nuestros marxistas ha tenido ni tiene la hondura y la originalidad de un Suárez o de un Vitoria. A pesar de todo esto, en algo se parecen a los neotomistas del XVI: conciben su misión como una cruzada y durante años y años han sido los incansables guerreros de una ideología. Fueron sacerdotes y evangelistas de una pseudorreligión sin dios, pero con inquisidores y verdugos. Nuestros intelectuales de izquierda heredaron también la intolerancia jacobina y la creencia ingenua en un puñado de frases como llaves del universo y de la historia. Han prolongado así uno de los vicios tradicionales del pensamiento hispanoamericano: la fe en las soluciones globales, la falta de respeto por la realidad. 

“América en plural y en singular”, 1991 (9:147-148)

 

El embargo

Un leitmotiv del Coloquio [el Coloquio de Invierno de la revista Nexos] fue la obstinada defensa del régimen de Cuba, precisamente mientras el Gobierno de Castro fusilaba oponentes y encarcelaba a sindicalistas libres y a profesores universitarios. Hubo, de nuevo, algunas excepciones, como la de Carlos Monsiváis. Me habría gustado, de todos modos, que hubiese sido más explícito: diluyó su crítica con demasiadas cláusulas exculpantes. La mayoría de los oradores del Coloquio pidieron que se levantase el embargo norteamericano, como si la escasez en la isla fuese realmente la consecuencia del embargo y no de la reciente suspensión de los enormes subsidios soviéticos, la falta de divisas y la ineficaz política económica del régimen. En tanto los intelectuales peroraban, la poetisa María Elena Cruz Varela sufría prisión y era vejada por la policía cubana. El silencio del Coloquio frente a las indignidades a las que ha sido sometida María Elena Cruz Varela es una mancha que no será fácil borrar ni olvidar. 

“La conjura de los letrados”, 1992 (14:332)

 

Stalin (modelo reducido)

El régimen de Castro comenzó como un levantamiento en contra de una dictadura; por esta razón, así como por oponerse a la torpe política de los Estados Unidos, despertó grandes simpatías en todo el mundo, principalmente en América Latina. También despertó las mías, aunque, gato escaldado, procuré siempre guardar mis distancias. Todavía en 1967, en una carta dirigida a un escritor cubano, Roberto Fernández Retamar, figura prominente de la Casa de las Américas, le decía: soy amigo de la Revolución cubana por lo que tiene de Martí, no de Lenin. No me respondió: ¿para qué? El régimen cubano se parecía más y más no a Lenin sino a Stalin (modelo reducido). Sin embargo, muchos intelectuales latinoamericanos, obliterados por un atracón de ideología, aún defienden a Castro en nombre del «principio de no intervención». ¿Ignoran acaso que ese principio está fundado en otro: el «derecho de autodeterminación de los pueblos»? Un derecho que Castro, desde hace más de treinta años, niega al pueblo cubano.

Itinerario, 1993 (9:49)

 Responder a la Cuestión

En un número reciente de la prestigiada revista norteamericana de izquierda Dissent, el historiador marxista Eugéne Genovese se pregunta: «¿Cuándo la izquierda norteamericana supo que la noble causa que tantos entre ellos apoyaban —el movimiento comunista internacional— rompió todos los "records" de matanzas colectivas, apilando millones de cadáveres en menos de un siglo?». Genovese llama a esa terrible pregunta la Cuestión y agrega: mientras la izquierda intelectual norteamericana no conteste a la Cuestión o lo haga de manera evasiva, no tendrá crédito moral.

     La misma pregunta debe hacerse a la izquierda intelectual mexicana, aún más cerrada que la norteamericana. De una vez por todas, no en privado y con voz susurrante, sino en público y con voz clara para ser oída por todos, los intelectuales de izquierda deben confesar sus complacencias y complicidades con las tiranías totalitarias (sobre todo con Castro) y afirmar la incompatibilidad entre su actual ideología democrática y la totalitaria. Esto es esencial porque hasta la caída del muro de Berlín un gran número de intelectuales del PRD no ocultaban sus simpatías por la URSS, China, Cuba y los otros Estados totalitarios. 

“Las elecciones de 1994: doble mandato”, 1994 (14:232)

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