Correspondencia

Inventario: las cartas de Octavio Paz a su hija Helena Paz

Helena Paz Garro ; Octavio Paz

Tipología

Correspondencia

 

Helena Paz Garro, ca. 1955

Apareció recientemente un libro publicado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla titulado Helena. La soledad en el laberinto. Epistolario de Helena Laura Paz Garro y Ernst Jünger, una colección de cartas que estudian las psicoanalistas de arte Elsa Margarita Schwarz Gasque y María del Carmen Vázquez Martínez.

El libro adjudica los muchos problemas de Helena Paz Garro (12 de diciembre 1939 - 30 de marzo 2014) a Octavio Paz, a quien ella y sus psicoanalistas (que le creen todo) acusan de que no la quería, le tenía envidia, obstaculizaba sus planes, la alejaba de él, no quería que estudiara ni que escribiera, nunca la apoyó en ningún sentido, la tenía en la miseria y hasta le robó la herencia que le dejó su abuela.

Esto me llevó a calcular la conveniencia de publicar algunos párrafos de cuatro de las muchas cartas que Paz le envió a su hija a lo largo de los años. No sirvió de mucho. Al parecer de las personas involucradas en la factura de ese libro, Paz fue no sólo cruel e injusto con su hija, sino que además logró encarnar un horrible autoritarismo que parece victimar a las escritoras mexicanas en general, como dijeron en elocuente resumen durante la presentación del libro:

Las escritoras mexicanas ahora somos como Helena Paz, hijas de una literatura masculina, ególatra, patriarcal y hostil, que admite a su lado una talentosa escritura femenina a la que nunca permite florecer del todo.

Mis comentarios suscitaron una pequeña polémica. Tampoco sirvió de nada. En todo caso, aporto ahora el inventario de todas las cartas a su hija que conservamos en la Zona Paz y reproduzco sus páginas más pertinentes. Quizás haya quien quiera leerlas sin anteojeras. Recorren todo el espectro de las relaciones familiares: las penas y alegrías; el amor, los encuentros y los desencuentros. Será difícil deducir de ellas que Paz fue el villano que esa nueva religión propone; podrá advertirse en cambio que, si en algo se excedió, fue en una paciencia que, para su mal y el de su hija, no dio frutos.

 
Las cartas

La primera carta que se conserva fue enviada en 1951, cuando Helena Paz tiene 12 años de edad, y la última es de 1992, cuando tenía 53. Sería prolijo anotarlas. Me limito a reproducir los párrafos más pertinentes. Pongo en cursivas los títulos de libros y revistas; los subrayados son siempre de Paz.

 

I. Cartas del ingreso a la mayoría de edad (1957-1959)


13 de noviembre de 1957

Paz y Garro han decidido divorciarse. Él pasa unos días en París en misión ante la UNESCO. Su hija está en México, con su madre, a punto de cumplir 18 años:  

no ceso de pensar en ti y recordarte y de imaginarte. Recordarte de niña; imaginarte de grande e imaginar lo que pensarás y sentirás cuando regreses. Porque mi decisión, lejos de entibiarse se ha fortalecido. Creo que, ya sea conmigo, o con tu mamá, o sola, es indispensable que regreses a París y vivas aquí algún tiempo.
            Tengo poco que contarte. En realidad me siento un poco —o bastante— triste: fuera de sitio (aquí y allá). Pero eso es, quizá, la condición humana. Mis amigos han envejecido. Y yo mismo… Pero no te abrumo. Acaso, la semana que viene, con más tiempo para caminar y ver y recordar y hablar y oír, cambie mi estado de ánimo…
            En cuanto me llegue el dinero (como siempre: ¡se han retrasado!) les enviaré una suma. Di qué quieres que te lleve. Dile a tu madre que he pensado mucho en ella, que la quiero mucho y que la encuentro admirable. ¡Que escriba! Y para ti, todo

          Octavio


30 de marzo de 1959

Paz está en México. Helena Paz y Elena Garro se han instalado en un hotel en Nueva York. A punto de declararse el divorcio, Paz comienza a enviarles los 300 dólares mensuales (unos 2,600 dólares de 2020) que ha dispuesto el juez. 

No te puedes imaginar (me equivoco: tienes gran imaginación y sabes lo que te quiero) la alegría que me dio tu carta. El poema me pareció (lo es) maravilloso. “Otras transparencias” (sin decir cuáles) es un hallazgo: precisión y vaguedad, uno de los elementos de la poesía, que dice sin decir o que, diciendo poco, significa mucho y muchas cosas. Gracias. Pocas veces me he sentido tan halagado (la vanidad: una de mis debilidades).
            Todo lo que me cuentas me divirtió e interesó. Veo que el “gran mundo” te atrae. No me parece mal, a condición de no ser devorada por toda esa agitación brillante e insensata. Te aconsejaría cierto escepticismo —pero el escepticismo no se puede “aconsejar”; es un estado de espíritu, una filosofía o una experiencia (casi siempre tardía). De todos modos, ¿qué te puedo desear si no es una gran felicidad? Breton hacia votos porque su hija fuese “locamente amada”. Yo también te deseo el amor… y otras cosas. Mejor dicho: otra cosa. Algo de lo que alguna vez hablamos: que seas dueña de ti misma.
           La situación de la mujer en estos días, ya no es por fortuna la de antes y menos en ese país. Pero aún hay muchas limitaciones, muchos obstáculos. Sin embargo, lo que llaman ahora “la liberación de la mujer” es, dentro de ciertos límites, posible (al menos para algunas). No te deseo el matrimonio prematuro, no te deseo la dependencia económica y espiritual de otro (marido o padres). Me gustaría verte dueña de ti misma y, por tanto, responsable, libre y con el sentimiento de que la libertad no es algo que se goza (entonces no es libertad: es don, gracia que se nos da) sino algo que se conquista. Esa libertad tiene que ser, en primer término, espiritual y económica. No consiste en hacer lo que se quiera sino en ser dueño responsable de nuestra vida, lo único que tenemos, lo único de verdad nuestro, lo único que no podemos confiar a nadie. Nuestra vida es intransferible y nadie puede vivirla por nosotros. Apenas tenemos consciencia de esto, apenas tomamos posesión de nuestra propia vida, empezamos a ser tolerantes con los demás y a reconocer que nuestra libertad se funda en la libertad de los demás. No te quiero ni te deseo esclava o dependiente pero tampoco tirana (en general las dos cosas van juntas). Entonces, ya libre, el amor podrá ser algo mejor que un sueño o una pesadilla: la unión de dos libertades… Perdóname: me vuelvo abstracto, un tanto pesado y, como me ocurre fatalmente, didáctico (¡yo que odio el espíritu de sistema y acción!).
            En fin, lo que quería decirte es que me parece muy bien que trabajes. Esa es la base de tu libertad y de tu responsabilidad. Además, temo que sea indispensable. No veo —si no trabajan ambas— cómo podrán subsistir en esa ciudad tan cara. Ojalá que en tu próxima pudieses ser más explícita sobre un punto de tanta importancia. Temo mucho que pronto (si no tienen entradas suplementadas o algún trabajo fijo) se enfrenten a una crisis penosa e innecesaria. De ahí mi interés (que no puede confundirse con ninguna curiosidad indiscreta o con una indebida intromisión) por saber algo más preciso sobre tu situación. (Se me ocurre, por ejemplo, que el hotel es demasiado caro y que acaso un departamento sea más accesible —y más cómodo— para ustedes).


9 de abril de 1959

Paz, que cumplió 45 años una semana antes, recibe un telegrama de su hija, que sigue viviendo en Nueva York con su madre. Mientras prepara su traslado a la embajada de México en París, Paz hace las funciones de agente literario de Garro:

Recibí, el 1 de abril, tu telegrama. Fue mi mejor regalo. Eres, literalmente, adorable.
             (…) El cuento de tu mamá: lo vendí, inmediatamente, a Claridades Literarias (la revista de [Emilio] Uranga, de próxima, inminente aparición). Excepcionalmente pagarán 500 pesos. Me indicaron que no podrían seguir pagando esas sumas y que esto era sólo por una vez y para demostrar el gran aprecio que le tienen. [Tomás] Segovia (el Secretario de Redacción) me dijo que tendrían interés en recibir colaboración de tu mamá aunque, por razones de espacio, de menor extensión (artículos y comentarios: 3 a 4 cuartillas; cuentos: 6 a 8). Les gustaría una colaboración fija (mensual o quincenal, una suerte de “Carta de Nueva York”, crónica de libros, espectáculos, vida neoyorquina, etc.) Pagarían entre 200 y 300 pesos por esos artículos. Sería conveniente que tu mamá escribiese a Uranga, si le interesa la proposición. En mi próxima enviaré su dirección. Por otra parte, también quizá sería bueno que los originales de tu mamá fuesen un poco más “cuidados”. En este último había ciertas faltas de máquina y otras de sintaxis. Me imagino que lo hizo muy de prisa. Es lástima porque son pequeños lunares que afean el todo. El cuento es muy gracioso y lleno de vida, aunque que con ciertas explicaciones “racionalistas” que destruyen un poco, al final, la carga de misterio. En realidad no es un cuento sino un sucedido, una anécdota. Pero está “contado” magistralmente.
            Para acabar con los temas literarios: envío una nota, un poco tonta pero bien intencionada y elogiosa, sobre El Hogar Sólido. El libro sigue teniendo éxito. Donald Allen, que está aquí, regresará a Nueva York dentro de unos días. Tiene mucho interés en conocer a tu mamá.[1] Es una persona excelente y sensible. Quizá —mejor dicho: estoy seguro— le podría ser útil (aparte de su valía personal) para arreglar cuestiones editoriales, traducciones, etc.
             En tu última carta, muy lacónica, no me dices nada acerca de si piensas continuar estudiando o no. Tampoco sobre tu situación económica: ¿trabajas, trabaja tu mamá? Ese hotel debe ser muy caro y no creo que con los 300 que mando les alcance. Pero quizá soy impertinente al preguntar estas cosas…
            Tu vida —al menos vista desde fuera— es maravillosa. En mi carta anterior hacia la apología del “escepticismo”: quería decir, en realidad, “ver las cosas con cierta distancia”. No entregarse sino aquello que de verdad cuente y que valga por sí mismo. Claro que esto es un poco nebuloso, pues ¿qué es el valor, qué es lo valioso? Sin duda, no es simplemente algo subjetivo, lo que queremos o deseamos. Pero, objetivamente ¿qué podría ser valioso? Iríamos de Platón a Kant sin ponernos de acuerdo —y sin que ellos, tampoco se pongan de acuerdo. Quizá el “reconocimiento” de lo valioso dependa siempre, en último término, de la subjetividad, de la intimidad de cada uno. Sólo que todos estamos combatidos por deseos contradictorios y lo más difícil es distinguir cuál de todos esos deseos es el legítimo y el que nos lleva a la creación y no a la destrucción de nosotros mismos (y, a veces, de los demás). Quizá haya que confiarse en el corazón, en la llamada interior, en el apetito del alma: aquello que, de verdad, deseamos porque forma parte de nuestro ser, eso es lo valioso. Con todo esto te quiero decir que es maravilloso que salgas y veas el mundo, pero que no te pierdas entre fantasmas (“el que juega con fantasmas”, creo que decía Novalis, “corre el riesgo de convertirse en fantasma”) sino que guardes intacta, en ti, la voz interior, el llamado para “las grandes cosas” (que no son las “cosas grandes” sino aquellas que, por ser valiosas, deseamos verdaderamente). Y aquí corto. La manía de los sermones no me deja.
            Besos, tu papá,
                                  Octavio

  

7 de mayo de 1959

Helena Paz y su madre se han ido a Cannes, en Francia, con Archibaldo Burns, amante de Garro (que ha dejado a su familia en México). Paz, que está a punto de viajar a París, reaccionó con molestia y ofrece disculpas. Continúa insistiéndole que debe estudiar en París, a donde él ya va a instalarse, y en donde le alegraría que viviera con él…

Cuando me hablaste, me molestó saber así, de improvisto, que salían hacia Francia. La noticia era una sorpresa. Esta circunstancia —y otras razones o, mejor, causas, unas racionales y otras irracionales, demasiado complejas para ser explicadas por carta— me hicieron reaccionar de una manera brusca y desagradable. Lo siento de verdad y te pido perdón. Esa misma mañana —apenas colgaste la bocina del teléfono— te volví a llamar pero habías salido. Más tarde, al fin, pude comunicarme contigo. Te dije entonces lo que ahora te repito: que mi reacción había sido tonta e injusta. Y ahora, con mayor frialdad, te repito que, por lo que toca a tu mamá, es natural y perfectamente legítimo que ella se instale donde guste y prefiera —trátese de Nueva York, París o Patagonia— sin que yo tenga razón alguna para intervenir u opinar. En cuanto a ti, nuevamente te digo que si tú deseas vivir conmigo, esa decisión tuya me dará mucha alegría. Al mismo tiempo, si tú decides vivir con tu mamá, esto de ninguna manera afectará mi amor por ti y mucho menos disminuirá o alterará las relaciones que yo deseo tener contigo: las de un padre y las de un amigo.
            (…) Te repito: nada me gustaría más que tenerte conmigo. Creo que ustedes estarán aún en Francia para esa época. Por favor, escríbeme si cambias de hotel o de ciudad de modo que mis cartas te puedan alcanzar y no se rompa la comunicación.
            Por lo pronto, querida Elenita, sé feliz. Es maravilloso estar en Cannes (no por el Festival) sino por el Mediterráneo. Te deseo todo lo mejor: la alegría, el sol, la plenitud vital. ¡No estés triste! Sé tolerante y buena (no débil, caprichosa o tiránica) con tu mamá y con los que te rodean. No dilapides tú (como lo he hecho yo, aunque yo no tenía “tesoros”) todos los tesoros que tienes: talento, belleza y cierta grandeza de alma. Piensa alto y con ternura y generosidad, ama la vida. Y escríbeme pronto, besos,
                                                                                              Octavio
            (…) Y de nuevo: quiero que todo equívoco se desvanezca —y no sólo entre tú y yo sino también frente a tu mamá: la admiro y la quiero y creo que, una vez aclarada la situación y libres las dos, podremos ser amigos. (Por eso el divorcio es indispensable). En cuanto a ti: nada anhelo más que ser tu amigo, salir contigo, pasearme contigo, ver juntos el mundo. Me gustaría que reanudaras tus estudios… Por favor, diviértete estos meses. Me gustaría que dijeses algún día, como Goethe: “Detente, momento, sos tan bello”… Besos,                                                                                               Octavio

  

II. Cartas de 1960 a 1965

París, 27 de junio de 1960

Paz le pide a su hija, de 21 años, que le informe de sus planes sobre las vacaciones que piensa pasar en Italia y en Grecia con sus amigas y de los que tiene para “reanudar tus estudios”. Le advierte que si no responde no financiará sus vacaciones, aunque, como siempre, enviará “la pensión mensual” que le parece imprudente enviar por adelantado, como ella se lo pide.

Hoy por la mañana, de una manera muy vaga, me diste a conocer tres proyectos de vacaciones, las que, según me indicaste, habían sido aprobadas por tu mamá. Insisto en que me agradaría más conocer tus proyectos para después de las vacaciones, es decir, si tú y tu mamá piensan que debes reanudar tus estudios o iniciar cualquier actividad útil. (…) Cualquier arreglo posterior con tu mamá deberá ser por escrito y ante abogados, ya que he resuelto no hablar con ella de viva voz o por teléfono, para evitarnos a todos escenas desagradables y, sobre todo, inútiles

 

París, 16 de agosto de 1961

Su hija está en Ascona, Suiza, con su madre. Paz le pide datos sobre dónde depositar la pensión mensual, y agrega:

Pasado mañana es tu santo. No te deseo felicidades porque deseo siempre que seas feliz todos los días y no sólo una vez en el año: ¡sé feliz siempre! (aunque la felicidad sea un mito). Ya no puedo darte consejos. Nunca me sentí con autoridad para dárselos a nadie —y cuando los di, fracasé. Pero si no te doy consejos —has crecido mucho y eres inteligente— sí te envío mi afecto; la felicidad es instantánea pero ese instante vale toda la vida. El resto es “sagesse” y filosofía. Hoy tenemos muchas filosofías y poca “sagesse”. Leo, como siempre que puedo, a los chinos —a Chuang— Tsé. Ahí, perdida, encuentro una semilla de verdadera sabiduría. Ascona debe ser muy hermoso. El agua es pacífica y melancólica —el agua dulce de los lagos. El mar es otra cosa. Te mando un pequeño regalo.
            [Carlos] Fuentes me dijo que estabas muy guapa y simpática. Me dio mucho gusto oírlo.
                       
                        Besos,
 
Octavio

Año 1962

Helenita vive ahora con su madre en París. Paz está molesto porque su hija se empeña en que se le preste la embajada de México para hacer una fiesta con sus amigos, a lo que Paz se niega: “De ninguna manera puedo aceptar que en la Embajada de México (que no es mi casa, ni la tuya) se dé una fiesta”.

 

15 de julio de 1962

Paz está en México, preparando su traslado a la India; su hija con su madre en París. Le han contado que se llevará a escena la pieza La dama boba de Garro en traducción de su hija, lo que entusiasma a Paz (la idea no prosperó). La carta tiene un “aparte” para Garro, a quien le avisa que Joaquín Díez-Canedo “quiere publicar” Los recuerdos del porvenir y que ha iniciado, con el mismo objeto, pláticas con las editoriales Plon y Les Lettres Nouvelles.  

Ya se imaginarán la alegría que me dio saber lo de La Dama Boba. Ojalá que todo salga bien. Ni por un instante dudo de la impresión que le hará a [Jean-Louis] Barrault (la pieza, aparte de ser una obra maestra, está dentro del género en que él puede acertar). También coincido en que Nicole [Bergier] (ya te lo había dicho) haría una Lupe magnífica. Lo único que temo son las sorpresas perpetuas del teatro (compromisos anteriores, programas hechos, etc.). Pero se trata de un exceso de pesimismo. Estoy seguro de que tu obra, ya sea en el Odeón o en el teatro de Lutece, será puesta en Francia y será amada y apreciada por lo que es: una prodigiosa construcción verbal, cuya transparencia revela ciertos seres y ciertas almas que un día pertenecerán a la imaginación universal, como todos los grandes personajes de la novela y el teatro. Y cuando escribo tu “obra”, no me refiero solamente a La Dama Boba sino a todo el conjunto (Felipe Ángeles, las piezas cortas y lo que aún tienes en borrador). Tengo la certeza, por otra parte, que la traducción de la Chata será espléndida —a pesar del ritmo forzado en que ha tenido que hacer el trabajo. Pero supongo que podrá, posteriormente, pulir y corregir esta primera versión.

El resto de la carta se dedica a lo que Paz llama “negocios”, es decir, asuntos de carácter práctico: ha tramitado un préstamo bancario para darles el dinero a ellas, “lo cual va a significar una sangría bastante grande en mis entradas”. Como se irá viendo, es un dinero para que renueven y pongan en orden un departamento en París que se compró Archibaldo Burns y para salvar trámites— puso a nombre de ellas. La remodelación, los impuestos y los gastos del departamento los paga Paz. De acuerdo con Lucinda Urrusti, esposa de Burns, ella y su familia quedaron en el desamparo por la compra.[2] Paz prepara su viaje a la India, donde debe presentar credenciales como embajador en septiembre.

Nos veremos, así sea un día o dos, a mediados o fines de agosto. ¿Dónde estarán? Las buscaré. Sí, fue una lástima que tuviésemos tantos pleitos, y tan estúpidos. Pero yo, en general, no me siento culpable. Las adoro pero, por lo visto, vivir juntos es herirnos perpetuamente. Habría que inventar una fórmula de coexistencia pacífica (el refrán mexicano: “juntos pero no revueltos” —o algo así). Por lo pronto, no hay que hacer planes sino resolver lo inmediato. Urge que la Chata me dé a conocer su decisión sobre las posibilidades de empleo que le hice en mi carta anterior. Insisto en que el tiempo pasa. Aquí me ha ido muy bien. Pero me matarán con sus comidas y festejos si no huyo pronto. ¡Cómo me gustaría quedarme! Hay tantas cosas que hacer. Sin embargo, Helena tiene razón (cuando la tiene, la tiene): lo más “sage”, por ahora, es hacer una obra. (¡Y cómo admiro la suya!).

  

México, 30 de julio de 1962

Carta de “negocios”. Paz ya manda 400 dólares mensuales (un dólar de 1962 tenía el poder adquisitivo de 8.55 dólares de 2020). Reporta los envíos de muebles, cuadros, objetos y dinero que las Helenas le han pedido que haga (según su hija, claro, Paz se robó todo). Está procurando conseguirle trabajo a su hija (“la Chata”) en París:

[José] Gorostiza ha estado enfermo y por eso no he arreglado lo de la Chata. Confío en que obtendré el empleo de Canciller para ella, aunque el nombramiento no será inmediato (septiembre u octubre, tal vez). Ya conocen la lentitud de Relaciones. Pero no quisiera que más tarde la Chata se arrepintiese o dejase de ir —como ocurrió con aquel empleo, durante las vacaciones, en la Comisión de Energía Nuclear. No sólo me haría quedar mal (y me cerraría las puertas para alguna otra gestión) sino que ella misma aparecería como persona poco seria. De ahí en que insista en saber si se trata de un compromiso formal.

 

Nueva Delhi, 7 de septiembre de 1962

Negocios. Paz le avisa a su hija que envía “el cheque de septiembre” por 400 dólares y otros 120 mensuales para otra deuda de su departamento. También promete más para que las Helenas rescaten unas alhajas del montepío (las mismas alhajas, supongo, que luego dirán que les ha robado Paz). 

En una de nuestras conversaciones me dijiste que necesitaban una suma (no recuerdo el monto) para sacar las alhajas. ¿Puedes decir cuánto es para enviártelo inmediatamente? Asimismo, me hablaste de otra deuda (creo que los impuestos sobre el departamento): ¿cuándo debo remitir esa suma y a cuánto asciende? Finalmente, deseo saber la suma que debe de pegarse a [el abogado de las Helenas] Weill: ¿podrías decírmela o pedirle a él que me lo diga por escrito? Mi mamá me dice que el préstamo ya está casi arreglado, de modo que podremos pagar todo o casi todo lo que se debe al arquitecto o a los entrepeneurs [los fiadores]. A riesgo de parecer latoso te suplico que a vuelta de correo me des los tres datos que te pido (alhajas, impuestos y Weil). No cejo en lo de tu empleo. ¿Cómo has estado? Saluda a tu mamá y a tu primo. Y para ti, besos de tu padre que te quiere.  

  

Nueva Delhi, 24 de septiembre de 1962

Las Helenas han enfurecido porque Paz ha intervenido en sus líos con el departamento. Paz le explica a su hija que todo lo que ha hecho es ayudarlas, explica la ayuda, enumera las cantidades de dinero que les ha enviado y, fastidiado, termina oponiéndose a que su hija lo visite en la India.   

1. Mi intervención cerca del señor Weill fue con absoluta buena fe y con el objeto tanto de ayudarlas, como lo había prometido, cuando de terminar cuanto antes el asunto de su deuda con el arquitecto y los “entrepeneurs”. No hubo ni hay nada de deshonesto en mi visita ni en mis proposiciones; nada que perjudicase a ustedes, económica o moralmente; se trataba (y se trata) simplemente de pagar una deuda de ustedes, utilizando a su abogado y con el objeto de liberar a su departamento del peligro de un juicio que, con toda seguridad (consulté a varios abogados) ustedes perderían.
2. El procedimiento para el pago también es perfectamente honesto y jurídico. Ofrece todas las garantías para ustedes. Por una parte, tengo la impresión de que el señor Weill es honrado; por la otra, el procedimiento en que se haría el pago excluye toda posibilidad de malversación de fondos por parte del abogado. [...]
4. La única razón que se me ocurre para explicar tu actitud y la de tu madre, sería que tuviesen otras deudas. No es la primera vez que aludo a esto. Si fuese así, te ruego que me lo digas, en la inteligencia de que necesitaría saber no sólo la suma sino las demás circunstancias del caso, para ver si, haciendo un nuevo esfuerzo (inmediato o más adelante) se puede liquidar esa cantidad. Si, como espero se debe únicamente lo del arquitecto y los “entrepreneurs”, creo que hay que proceder lo más pronto posible al pago, tanto porque la suma que piden es, más o menos, la calculada originalmente (punto 3 de esta carta) cuanto porque si se abriese un juicio, con toda seguridad, a la larga, lo perderían. Así pues, te ruego que a vuelta de correo me contestes: a) si deseas que se pague al arquitecto y a los entrepeneurs, inmediatamente y en la forma señalada; b) Si, además, hay alguna otra deuda (excluida, por supuesto, la de Inmobilia) en relación con el departamento. Espero tu respuesta en un plazo de diez días. La ausencia de tu respuesta indicará que te niegas a aceptar mi proposición y, en consecuencia, que mi tentativa por salvar el departamento, fracasó por culpa de ustedes.
5. Lo anterior muestra que mi propósito fue y es el de ayudarlas, porque considero que ese departamento es un bien del cual no deben desprenderse —no sólo porque aumentará de precio cada día, ni tampoco por estar situado en París y en un barrio agradable sino porque, por encima de todas esas ventajas, te da a ti y a tu madre, una estabilidad que perderían si lo vendiesen. Moral y económicamente sería un grave error, vender ese departamento. Para que lo conserven, no he vacilado en incurrir en una deuda grande (pagaré mensualmente durante dos años 275 dólares), que me obligará a escribir en periódicos y realizar trabajos extras en mis ratos libres. Por supuesto, tú y tu madre pueden hacer lo que quieran. Debo advertirles, sin embargo, que nada personal o interesado me guía para obrar y hablar como lo hago. Pero ustedes son las responsables y mis palabras, como mis actos, tienen un límite. Dejo en sus manos el asunto. Allá ustedes si deciden volver a la vida errante y gastarse el dinero en negocios fantásticos u en otras cosas.
6. Deseo vivir tranquilo estos años. Creo que tu presencia aquí, al menos por ahora y mientras tu actitud no cambie, me arrebataría la calma que necesito y, además, te haría daño a ti también. En consecuencia, estoy decidido a conservar esa tranquilidad e independencia; tu presencia aquí (o la de cualquiera otra persona cerca a ti) significaría una ruptura definitiva e inmediata. Deseo estar solo y que me dejen en paz todos. Esto es definitivo.
7. Cualquiera que sea la decisión que adoptes respecto al departamento y a tu vida, no impedirá que te envíe, oportunamente, si, pero teniendo en cuenta las distancias y otras dificultades la pensión de 400 dólares. Nunca he dejado de hacerlo y el retraso último se debió a mi cambio de adscripción.
8. Te envío un cheque por 400 dólares, correspondientes a octubre, asimismo, la suma para el pago el desempeño de las alhajas. Sobre esto, debo decirte que ni tengo la obligación de pagar esos extras inesperados (y siempre frecuentes) ni soy responsable de que tú, con toda ligereza, des cheques sin fondos. Puesto que, con toda razón, me dices que ya eres mayor de edad, creo que esa responsabilidad se extiende a todos tus actos. Por lo que se refiere al envío de mis cheques personales: el procedimiento es largo (salvo si puedes lograr que te los cambien inmediatamente) pero no he encontrado otro en virtud de que en la India hay control de cambios y no se puede girar al extranjero. Finalmente, enviaré al National City Bank el pago de Inmobilia correspondiente al 25 de octubre.
            Te ruego contestación a esta carta, sobre todo a los puntos que exigen respuesta. Y puedes ahorrarte todos tus comentarios, como yo me ahorro los míos.
            Esta es la ultima vez que te doy explicaciones. En realidad, ni las mereces ni las creo útiles. Pero no quiero que te engañes sobre el tono de esta carta: estoy decidido a poner fin a todo diálogo que no se ajuste a la verdad y al mutuo respeto. Y estoy decidido a defender mi calma y mi independencia. Estoy harto.

 

Nueva Delhi, 27 de septiembre de 1962

Paz se arrepiente del tono de la carta previa, y explica que obedece al temor que le causa que pierdan el departamento. Al parecer, las  Helenas piensan irse a un pleito legal, mientras que Paz y el abogado Weill piensan que lo mejor es que se paguen las deudas (Paz ha contratado préstamos y enviado el dinero).

Consideré que para liberar el departamento y ayudarlas, aun contra su voluntad, tenía que conseguir esa suma. No sin trabajos la obtuve pagando un rédito crecido, sin embargo, el sacrificio me pareció que valía la pena porque les quitaba a ustedes un peso de encima y liberaba su departamento de la amenaza de juicio, embargo y pérdida final. ¿Cómo es posible pensar que obré de mala fe, o con tontería o con falta de honradez? El comentario que merece la reacción de ustedes prefiero callarlo. O es locura y orgullo exagerado… No vale la pena, sin embargo, insistir sobre mis intenciones y los móviles de mi conducta sino sobre los hechos. Quiero, te pido, te conjuro, te suplico que tomen en consideración los siguientes hechos, con toda frialdad y objetividad, y sin pensar en mí:
            El departamento —tú lo sabes mejor que nadie— representa una inversión segura. Ustedes lo arreglaron, compraron muebles, lo repararon y, en fin, hicieron de él algo de verdad hermoso y lleno de encanto. Venderlo será, en primer término, perder dinero —perder los muebles o malbaratarlos (han gastado en ellos varios millones). Pero no es sólo el valor económico (pérdida segura, tú lo sabes perfectamente, por miles de razones, y tú mamá también lo sabe) sino la estabilidad, la permanencia, volver a vivir en hoteles, no sé si en París o en otra ciudad, no encontrarán fácilmente un departamento y, en fin, continuará la vida que a ti te tenía cansada. ¿Cómo es posible que dejen un hogar, una casa hermosa, la posibilidad de hacer una vida tranquila en uno de los barrios más bonitos de una de las ciudades más hermosas del mundo, para qué…? ¡Y todo por un movimiento de cólera o mal humor! Vuelve en ti, vuelvan las dos a sí mismas y —piensen que todo los que le digo está inspirado no por rencor ni el odio sino en la amistad. Y aún más: no piensen en mí: pesen mis razones (y las que ustedes mismas se dan en el secreto de sus consciencias) y abandonen los gestos y las actitudes. Tienen la posibilidad de pagar al arquitecto o a los entrepeneurs y liquidar esa deuda: el dinero está en México y lo giraré apenas me lo indiquen en la forma convenida por mí. Lo de Inmobilia lo seguiré pagando cada mes —a reserva de hacer un pago definitivo dentro de unos dos o tres años. Y por supuesto, cada mes tendrán su pensión de 400 dólares. ¿Cómo es posible que no veas, que no vean, que tienes en tus manos la tranquilidad y la posibilidad de hacer otras cosas, ya que tienes resulto lo fundamental: una hermosa casa en París y una pensión que cubre tus gastos básicos con gran amplitud? Tú hablas de pasión —en mi caso. No, yo no tengo pasión —tengo afecto y amistad. Dentro de lo posible (ya sé que no soy perfecto y que puedes reprocharme muchas cosas) he querido, ya que no darte la felicidad, sí la posibilidad de que hagas algo por ti misma. Lo mismo digo respecto a tu madre: la admiro y quiero, a pesar de todo lo que nos hemos hecho. Vivir juntos es imposible —estoy decidido a conservar un poco de calma en mi soledad, para trabajar y vivir. Pero me angustia y horroriza que pretendan echarlo todo por la ventana, por favor, recapacita. Tú piensas con objetividad, cuando quieres y no te domina tu cólera. Yo no te doy consejos (hace mucho que no se los doy a nadie, ni siquiera a mí mismo): te ruego (lo mismo le digo a tu madre) que no se obstinen y cometan una barbaridad irreparable. Será imperdonable.

 

Nueva Delhi, 9 de octubre de 1962

Mientras el embajador Paz tiene en la India al presidente López Mateos en visita de Estado, su hija le escribe pidiéndole más dinero y diciéndole que su madre está muy enferma. Paz lamenta la enfermedad de Garro y reporta que sólo ese mes les ha enviado, o pagado, 800 dólares (unos 7 mil dólares de 2020). Inmobilia, como su nombre lo indica, era la compañía inmobiliaria que maneja el departamento.

El Presidente está aquí, desde hace 4 días, acompañado de 70 personas. Hace más de quince días que no tengo un instante libre y estoy lleno de preocupaciones y problemas. Tal vez esto no te parezca importante. Por desgracia, lo es… Tampoco entiendo cómo, si mandé oportunamente el cheque por 400 dólares, menos de ocho días después no tenían dinero. Es imposible continuar así. En fin, te envío, con esta carta un cheque por 290 dólares. Es de banco a banco y podrás cobrarlo fácilmente. Son mis gastos de instalación. Aunque no lo creas  (tengo la impresión de que ni siquiera lees mis cartas) lo único que he recibido desde que estoy aquí, es ese dinero. Espero que esta semana, al fin, recibiré mis sueldos. 
            Oportunamente pagaré los 125 dólares de Inmobilia (octubre). También, en cuanto pueda (es decir, dentro de unos días) te enviaré otros cien dólares más. Con ellos y los que ahora te mando se habrá cubierto la deuda de las alhajas y de las contribuciones. Como tú pareces no saber cuánto es lo que gano y cuánto es lo que les envío, te haré (contra mi voluntad y a sabiendas de que provoco tu cólera) una pequeña cuenta: 400 (pensión) + 125 (Inmobilia) + 275 (réditos y capital nuevo préstamo para liquidar arquitecto) = 800 dólares mensuales. Este mes he podido pagar extras (290 ahora y 100 que enviaré más adelante) porque sólo hasta noviembre empezará a pagar los 275 últimos. Después no será posible.


Nueva Delhi, 23 de octubre de 1962

Su hija le ha escrito quejándose, una vez más, de no tener dinero. Paz vuelve a explicar:

Sería mejor que antes de escribir leyeses mis cartas y, especialmente, rectificases cifras y datos. Aunque es absurdo volver a restablecer unas y otros, no tengo más remedio que hacerlo y rectificar tus cifras y afirmaciones. En primer término, los retrasos y la irregularidad de los envíos se han debido tanto a que no había recibido mis sueldos como al control de cambios, lentitud del correo, etc. Sin embargo, en ningún momento, han dejado de recibir las sumas que, por distintos conceptos, les debo enviar. La pensión: con esta carta te envío los 400 dólares correspondientes a noviembre. Desempeño de alhajas (1200 Francos) y contribuciones (780 F): hace unos 10 días te mandé un cheque por 290 dólares y hoy te envío otros 110 dólares, es decir, en total, 400 dólares = 1200 dólares + 780 F.N. [francos nuevos]. Finalmente, tengo comprobantes de que Inmobilia ha sido pagada en agosto, septiembre y octubre (creo que los dos últimos meses con un retraso de uno o dos días) con esta fecha envío al Banco otro cheque por 125 dólares, que cubrirá el mes de noviembre (los pagos deben hacerse el 25 de cada mes, así que llegará con anticipación). Creo que queda contestada la primera parte de la carta.
            La segunda: mi idea era (y es) en primer término pagar a los entrepeneurs y al arquitecto. Eso implica para mí un sacrificio considerable —una deuda que pagaré en un año y medio o dos (como máximo). Después, esto es, dentro de un año y medio, mi intención es pagar la hipoteca de Inmobilia. Todo eso para que ustedes cuenten con una casa limpia de deudas e hipotecas. No veo en dónde está mi crimen, mi deslealtad o mi maldad. De parte de ustedes, en cambio, veo sólo un inexplicable capricho y un espíritu de contradicción suicida. No te repetiré lo que pienso del proyecto de venta del departamento: es insensato y producirá más ruina. No me siento responsable de ninguna decisión ni tengo la culpa (como tú pretendes) de esa venta. Ustedes son mayores de edad. Lo único que haré es lo que hago: procurar salvar ese departamento y ayudarlas. Les tengo demasiado cariño para no [ilegible] contra ustedes, pero en favor de ustedes, a riesgo de que me insulten. No importa.
            Saluda a tu mamá con afecto y para ti mi cariño.

  

Nueva Delhi, 6 de noviembre de 1962

La respuesta de Helena es decir que su madre está enferma y que probablemente tenga tuberculosis, la enfermedad tabú de los Garro.

Tu carta me ha afligido y desconcertado. Afligido, por las malas noticias que me das sobre la salud de tu mamá. Es necesario que se cure y que vea a un buen médico. Espero, creo, deseo que no sea la enfermedad que me dices. Ya ves que en otras ocasiones los médicos se han equivocado. Es necesario un buen diagnóstico. Determinar si se está o no enfermo de tuberculosis es ahora, según parece, relativamente fácil, con las técnicas nuevas. Así pues, lo más importante son las radiografías y las pruebas de laboratorio. ¿A qué médico está viendo? No dejes de informarme sobre esto, especialmente sobre el resultado de los análisis y del diagnóstico final. Te repito: deseo fervientemente que no sea lo que temes. Dícelo de mi parte. Es inútil decirte que esta noticia me ha afectado mucho y de ahí que espere con ansia tus nuevas con datos más precisos… 

            […] Quiero recomendarte que hagas ejercicio físico. Yo, de joven, practiqué varios deportes; después, durante muchísimos años, viví una vida sedentaria. Desde que llegué aquí, me puse a practicar el yoga, no como ejercicio espiritual sino como gimnasia. (Pero no es indispensable que sea el método yoga: cualquier gimnasia, como la sueca, produce resultados equivalentes.) El deporte es placentero pero quita mucho tiempo (y yo no tengo demasiado) y da resultados psíquicos inferiores (está basado en la competencia). En cambio, dedicar todos los días unos quince minutos a ejercicios gimnásticos lentos, no demasiado violentos, tendientes a robustecer los músculos y los nervios, a lograr que el sistema vegetativo obedezca —así sea un poquito— a tu cabeza —es algo maravilloso. Una disciplina, por una parte. Por la otra, un bálsamo psíquico y físico. Te da una gran sensación de armonía. Yo he bajado cuatro kilos, sin alterar mi dieta (no como mucho, por lo demás). Pero no sólo es la pérdida de peso sino el bienestar general. Tú deberías hacer algo semejante. Hay varios libros con instrucciones detalladas. Lo más importante, sin embargo, es la constancia. Ojalá que no olvides este consejo, insignificante en apariencia.

 

Después la carta se dirige a los “negocios”: una vez más, Paz le pide que dejen de querellar por su departamento, que acepten las recomendaciones suyas y de los abogados, que paguen lo que se debe pagar (con el dinero que él ha conseguido) y que, sobre todo, no quieran salir del embrollo con un ardid que, según Garro, es realizable y que, según Paz y los abogados sería un fraude.

En estas circunstancias, me parece un capricho, una inconsecuencia y una necedad haberse negado a liquidar ese problema. Hice un sacrificio considerable para obtener el dinero (50.000 pesos de préstamo y 10.000 de la venta de mi coche), tengo desde hace ocho días el dinero en un banco, listo para ser entregado y, en fin pago mensualmente 250 dólares de capital e intereses. ¿Todo en vano? Me resisto a creer que sean tan obstinadas y que, ignoro las razones, se dediquen con tal decisión a luchar contra sus intereses. Te ruego que recapaciten (…) el asunto se puede retrasar pero ustedes deben pagar. Las “soluciones” que tu mamá pensaba —aparte de no ser justas— son imposibles. Incurrirían en responsabilidades penales. En México, es decir: en la legislación penal mexicana, eso se llama fraude. Consulté también esto con varios abogados franceses y coincidieron con la opinión que yo le di a tu mamá desde el primer día.

Por último, Helenita le pide nuevamente que le envíe más dinero para sus propios gastos (que es decir los de su madre y los del infaltable primo Garro que vive con ellas y, a veces, golpea a su prima).

Me pides una suma adicional. No la tengo. Me molesta profundamente tener que negarla. Te suplico que releas mis últimas cartas para que veas las sumas que gasto mensualmente: 400 dólares de la pensión; 125 de Inmobilia; 250 del préstamo (no sé si son 250 o más: me descuentan automáticamente y la nómina aún no me llega. Lo que sé es que le dan una gran tajada a mi sueldo. Lo sabré cuando se regularice el envío de sueldos). En total: 775 dólares mensuales. Por otra parte, comprendo (no del todo) que se encuentren a veces limitadas. De ahí que sea indispensable que trabajes. Como me imagino que lo de la enfermedad de tu mamá debe ser una extra grande, les envío 100 dólares. No puedo más. Y recuerda que el mes pasado les envié otros 400 extra.

            Besos,

                                    Octavio.

  

Nueva Delhi, 24 de noviembre de 1962

Paz enlista los pagos que acaba de hacer para cubrir impuestos, hipotecas y arreglos del departamento. Lamenta el tono con que su hija le reprocha que no le envíe más “ayuda”… (necesitan dinero para ir a Baviera y a los Alpes para tomar el aire, como le escribe Helena Paz a Jünger en esos días).

Preferiría no contestar a tu última carta —recado, más bien. Su tono —sobre todo después de lo que, positiva y concretamente, hago para solucionar los problemas— es, por lo menos, injusto y ligero. Por lo visto la palabra “ayuda” tiene significados distintos para ti y para mí. Pero no deseo polemizar. Basta con que examines el tono de tus cartas (para no hablar de todo lo demás) para que resulte claro. Debemos dejar pasar un tiempo largo que, tal vez, servirá para que tú veas con mayor claridad tu actitud y juzgues la mía con menos severidad y más justicia. De todos modos, nunca he pensado dejar de ayudarte y mis actos lo prueban (lo mismo digo, aunque en otro sentido, acerca de tu mamá). Creo que tú tienes tu vida, una vida que te pertenece y que es, al mismo tiempo una posibilidad y una responsabilidad. Ayudarte, para mí, significa darte, hasta donde las circunstancias me lo permiten, facilidades para que esas posibilidades (que en tu caso, por tu talento y otras cualidades, son grandes) se cumplan. Pero la responsabilidad te corresponde a ti por entero. Y ya no te aburro más con estas reflexiones. ¿Haces gimnasia, tiene alguna actividad diaria y constante?

 

Madrás, 2 de diciembre de 1962

Helenita le reprocha su “silencio” y Paz le enumera las cartas que le ha escrito recientemente. Confirma el último envío de dinero y los pagos del departamento. Después se refiere al trabajo que le ha conseguido, con franco nepotismo, en el consulado en París.

Creo que habrás recibido ya noticia de tu nombramiento. Verás así que mi gestión no fue vana. Ese trabajo, unido a lo que yo envío, les dará no sólo independencia económica sino holgura. Me abstengo de darte consejo alguno pero debo recordarte dos cosas: pedí el empleo a sugestión tuya y luego de que me lo confirmaste por escrito (en carta que me enviaste a México, el verano pasado); segundo, tu trabajo implica un mínimo de disciplina, puntualidad y armonía (que no excluye distancia sino que, más bien, la exige) con tus superiores y compañeros. Creo que este trabajo, además de representar una suma importante que te dará independencia económica, te servirá para formar tu carácter. En Relaciones, por una deferencia que les agradezco, me comunicaron por telégrafo la noticia de tu nombramiento. A mi regreso a Delhi, una vez que termine este viaje oficial, nada agradable, te enviaré lo de tu santo y navidad.

  

Nueva Delhi, 12 de diciembre de 1962

Helenita le ha escrito diciéndole que ha comenzado a trabajar. Espera tener acceso a los descuentos en vinos y licores, sin impuestos, que se venden a diplomáticos, y se molesta porque no le van a dar su aguinaldo ni “gastos de instalación” (pues ya vivía en París al iniciar sus labores)…

Me dio una gran alegría (a pesar de que su tono, en general, es más bien desconsiderado) saber que ya estás instalada y que has tomado posesión de tu empleo. Quizá te pareceré pesado pero debo recordarte lo que te decía en mi última carta, desde Madrás: procura estar en buenos términos con el Embajador —es un lugar en donde la convivencia es, a un tiempo, difícil e indispensable. Evita, te lo digo por experiencia, la excesiva confianza y la familiaridad pero, asimismo, la demasiada lejanía. Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos: una afable distancia te evitará más de un dolor de cabeza.
            Supongo que te darán cigarrillos, licores y otras cosas (bastante pocas) que la Embajada importa sin derechos. En mi tiempo, Miguel estaba encargado de eso. Creo que continuará con esa tarea. Salúdalo de mi parte. Ya escribo al Embajador para recomendarte con él. Desde Madrás, escribí al señor Tello, dándoles las gracias por el nombramiento, lo mismo que a Gorostiza y a Alfonso de Rosenzweig, que intervinieron activamente en el caso. Tú, naturalmente, no tienes por qué hacerlo. Creo, como tú, que con los 450 de tu empleo y los 400 que yo les envío, gozarán de verdadera holgura. 850 dólares al mes es una suma bastante alta si además no pagan renta. (Por mi parte, según te lo he dicho varias veces, yo seguiré pagando lo de Inmobilia). Por eso sería absurdo que abandones el empleo o lo cambies por otro. En cambio, más adelante, tal vez podrías presentar los exámenes y obtener el puesto de Vicecónsul. Eso te permitiría ascensos rápidos (si la palabra rapidez tiene un sentido en la Secretaría de Relaciones Exteriores…).
            Lo del aguinaldo: efectivamente sólo tienen derecho los empleados y funcionarios que tienen un año o más de servicios. Esa es la regla, según entiendo. Y se trata de una regla de universal aplicación, de modo que no veo cómo podría lograrse una excepción. 

En otros asuntos, Paz informa haber hecho los pagos de la pensión y los de la hipoteca, etc. Y al final, lamenta que la editorial Seix-Barral no haya contratado Los recuerdos del porvenir:

Espero que tu mamá se cuide y que se alivie pronto. Es absurdo lo de Barral. Lo más lógico hubiera sido, como lo propuse oportunamente, ofrecer la novela a [Joaquín Díez] Canedo y el teatro (todo, en un volumen o en dos) al Fondo [de Cultura Económica]. Ambos se interesan… No olvido —nunca lo he olvidado— que hoy es tu cumpleaños. Te escribo con cierta tristeza. Es infortunado que nuestras relaciones sean tan tensas y difíciles. Pero no me quejo. Lo importante es que tú logres madurar y ser libre y responsable. Cuídate. No olvides lo de la gimnasia. Te aseguro que es esencial, sobre todo en una ciudad como París. Sé feliz.

 

Nueva Delhi, 17 de diciembre de 1962

 Además de inquirir sobre cómo va el asunto del departamento, Paz les desea felices fiestas a las dos Helenas.

Si ninguna tuya a que referirme, te escribo nuevamente, según te lo había dicho en mi última carta, para, en primer término, desearles a ti y a tú mamá felices Pascuas y un año de 1963 más tranquilo y fecundo. Te envío el cheque, que es mi regalo para ustedes de Navidad y tu cuelga. No te mandé antes lo de tu santo, creo habértelo dicho, tanto porque aún se retrasan, inexplicablemente, mis sueldos como porque preferí mandarlo todo junto. Así luce más. 
            Espero que sigas contenta en la Embajada. Dime si es posible (aunque lo dudo) lo de los gastos de instalación pues si así fuese yo haría una gestión lateral. No me cuentas qué tipo de trabajo te dan (debe ser bastante latoso). No te impacientes si te parece insignificante. Muchas veces lo es y otras así lo parece a primera vista. Lo importante es conocer un poco la técnica, es decir, la forma en que debe presentarse el trabajo. Me imagino que los compañeros serán amables contigo y te darán orientaciones. Procura ser discreta porque el círculo de una Embajada es siempre reducido y propicio a toda suerte de equívocos. Deben de tener ahora menos afluencia de visitantes —ese es el principal inconveniente de París: los viajeros y, en consecuencia, un poco más de calma.
            Ojalá que en tu próxima carta me des informe sobre lo de los entrepreneurs (asunto que debería haberse arreglado ya si se hubiese aceptado mi consejo) y, sobre todo, sobre tu vida lo que haces y proyectos.
            Les deseo de nuevo paz y felicidad.

 

Nueva Delhi, 25 de febrero de 1963

Paz avisa el envío de la pensión, mas 750 dólares “para satisfacer, parcialmente, lo que me pedías en tu carta”. Entre diciembre y marzo Helena Paz ha recibido 1,700 dólares de su padre que, sumados a su salario mensual dan casi 3 mil dólares (cuyo poder adquisitivo en 1963 equivale a 29,000 dólares de 2020).

Espero que hayas salido de ese apuro económico, absolutamente injustificado, ya que en diciembre recibiste 650 dólares y en enero otros 650 —para no hablar de los 600 que recibes mensualmente como sueldo, lo que hace más de 1000 dólares mensuales. Te envío ahora un cheque por 400, correspondientes a marzo.

  

Nueva Delhi, 15 de marzo de 1963

A un reclamo de su hija, Paz explica haber enviado 250 dólares “para ayudar a pagar médicos y medicinas de tu mamá”;  avisa que ha pedido a su abogado que envíe otros 500 dólares “con el mismo fin”; avisa haber pagado la hipoteca y “la cuenta del arquitecto que no ha sido pagada exclusivamente por culpa tuya” (pues Helenita recibe el dinero, pero lo gasta en otras cosas, entre ellas, mantener a su primo, el que la golpea).


Kabul, 4 de junio de 1963

Paz se ha enojado porque Helena ha abandonado su empleo para irse a México con su madre. Había dejado con ellas en París libros y cuadros que desea recuperar. Por su parte, él ha pedido a su madre, en México, que les entregue el menaje de casa que dejaron a su resguardo…

En efecto, decidí desde hace meses suspender el diálogo contigo (monólogo, debería decir) sin embargo, hoy tu carta me obliga a romper mi silencio —aunque sólo será para arreglar ciertas cuestiones de orden práctico.

            No comento tu abandono del empleo —un empleo que yo conseguí a instancias tuyas y creyendo que cumplirías con el compromiso que habías adquirido al aceptar el nombramiento y cobrar el sueldo. Creí que ese empleo te daría independencia económica y un poco de holgura. Sé, por lo demás, que nunca te presentaste en la oficina, excepto los primeros días… Dejo a otros —a la famosa opinión pública que tanto te preocupa— la tarea de comentar tu actitud…

            He escrito a mi madre dándole instrucciones para que, si ustedes lo desean, les entregue todos los objetos, muebles, vajillas y cuadros que aún están en su poder. Recordarás que una gran parte fue entregada a la familia de tu mamá… Sin embargo, por razones de orden personal, deseo conservar el sillón de mi abuelo y la antigua mesa de juego. Asimismo, entre los cuadros, el de Moreno Villa y dos más pequeños de Soriano (no el retrato de tu mamá sino una tela de su periodo “abstracto”) y de Carrillo Gil. Por supuesto, los libros deberán seguir guardados en casa de mi madre.


Después avisa que el abogado Weill le ha dicho que debe pagar cerca de ocho mil  dólares, por concepto de pago de deudas personales, problemas causados por la expedición de cheques sin fondo que ellas han hecho, y gastos relacionados con el departamento, para el que las Helenas han sacado una nueva hipoteca. “El total hace lo que se llama ‘una bonita suma’”, concluye Paz…  


Nueva Delhi, 23 de octubre de 1963

Paz ha recibido una carta confusa y llena de “palabrotas”, de las que prefiere hacer caso omiso. Vuelve a enviar dinero para las hipotecas del departamento, y vuelve a pedir que le envíen

…las condiciones de la nueva hipoteca. Te dije que era lo mínimo que podía pedirse, no sólo porque yo soy el que la pago sino porque se hizo sin mi consentimiento y contra mis consejos. También te dije que enviaría directamente el dinero al acreedor, porque no quería exponerme a las “sorpresas” de costumbre (darles el dinero a ustedes y luego tener que pagar de nuevo, pues ustedes lo han empleado para otras cosas). Sin embargo, como es inútil todo lo que haga o diga, te envío el dinero que me pides. Tú sabrás lo que haces. Después de todo, el departamento es de ustedes y tienen derecho, como me lo han dicho varias veces, a disponer de él como se les antoje. Tienen razón. Mi intención en este asunto, como en los otros, sólo me ha valido insultos y dolores de cabeza. El departamento se perderá porque hay una voluntad encaminada a ese fin; todo lo que han hecho (deudas, nueva hipoteca, viaje, etc.) tiende a eso y sólo descansarán cuando se hayan quedado sin nada. Pero el tema del departamento, como tantos otros, ha dejado de interesarme. Me limitaré a enviarte cada tres meses los 340 dólares, hasta que un día, indirectamente, me entere (como ocurrió con la nueva hipoteca) que ya lo malbarataron o que fue rematado por falta de pago…

 

Paz ha descubierto que el dinero que les enviaba para pagos de impuestos y administrativos del departamento no fueron usados para eso. Y ahora están pensando vender o rentar el departamento…

Tu idea de que haga un viaje a París, precisamente para colaborar en la venta o el alquiler del departamento, me habría irritado si no me hubiera hecho reír. Ni puedo hacer ese viaje ni, si pudiese, lo haría. Ya llueve sobre mojado. Pueden hacer con el departamento lo que quieran. Me limitaré a aconsejarte (más por amor al sentido común que con la esperanza de que me escuches) que procures no venderlo sino alquilarlo. La venta, además de ser difícil y larga, implica el peligro de que el dinero que se obtenga se disperse en mil cosas. Esto lo sabes tú mejor que yo. Si no quieres quedarte con las manos vacías, no vendas ese piso. Alquilarlo no es difícil. Basta con que confíes la administración a una agencia inmobiliaria conocida.

En otro asunto, su hija le ha dicho que pasarán un tiempo en México, pero que se saldrán del país si él regresa…

Entre paréntesis: a propósito de tu estancia en México, me dices que dejarán el país a mi regreso. Te aclaro: ni ese regreso será próximo ni mis actos y decisiones deben afectarlas. Mi línea de conducta es simple: cumplir mis obligaciones de orden material contigo y con tu madre; darte consejos, cuando sea imprescindible (a ti y sólo a ti), hasta que te canses de oírlos y me escuches o yo me canse de predicar en el vacío; y no intervenir para nada en su vida ni dejar que intervengan en la mía.

Su hija le dice que ha pedido una licencia en su trabajo (en el consulado de México) para irse a México. Ahora fantasea conseguir un empleo en Alemania (cerca de Jünger)… Y Paz vuelve a desear que deje de ser una niña…

Me dices que te darán una licencia por dos meses más (supongo que sin goce de sueldo). ¿Y después? Si has decidido dejar el empleo, no me parece nada bien que cobres todos estos meses pasados. Si pretendes continuar en Relaciones pero no en Francia, considera que tu nombramiento es de traductora (francés); fuera de París, Bruselas, o Ginebra no se dónde te podrían comisionar —excepto en México, pero el sueldo, en pesos, ha de ser bien poco. ¿Has pensado en todo esto? Aparte de la situación desagradable en que te colocas (y me colocas) con tantos cambios y decisiones contradictorias, me preocupa el sesgo que toma tu vida. Mejor dicho, la falta de sesgo. Mi propósito al conseguirte el empleo fue doble: darte independencia económica y ayudarte indirectamente a encontrarte a ti misma. Del mismo modo que no acierto a comprender todavía como dejaste el empleo y como tu madre no advirtió en que era absurdo (en el sentido económico y en el moral) llevarte a México sin plan fijo para ti, tampoco ahora comprende qué sentido tiene para ti quedarte en México. ¿Qué es lo que piensas hacer —cuáles son tus deseos, propósitos, ambiciones, aficiones, amores, proyectos— qué te mueve a quedarte en México? ¿Piensas trabajar, estudiar, estás enamorada, —en suma, qué deseas o quieres hacer? No quiero que me respondas a esas preguntas; quiero que te las hagas a ti misma. Lo único que te pido es que reflexiones y que, al adoptar una decisión, cualquiera que sea, sepas que se trata de ti, de tu tiempo y de tu vida. Ya no eres una niña… No volveré a hablarte de esto —que es lo único que me importa y lo único que debería importante a ti (y a tu madre) hasta que tus actos y tus palabras me indiquen que no hablo a solas, como un sonámbulo. Ojalá que no sea demasiado tarde…

 

Nueva Delhi, 28 de noviembre de 1963

Paz manda dinero y avisa que ya acabó de pagar las deudas que tenían con su departamento. Sigue pidiendo información sobre la nueva hipoteca, pues las Helenas le piden que envíe 2,000 dólares con carácter de urgente…

Supongo que se trata de una amortización anual de capital. ¿Y después? No comentará más esta ruinosa, innecesaria y estúpida operación. Observo únicamente: se perdió todo el dinero que yo había pagado por la hipoteca anterior; se duplicó sin necesidad el adeudo (me pregunto cómo pretenden ustedes pagar los 12,000 dólares que ahora deben); supongo que la cantidad trimestral que te envío es sólo por intereses. Por último: tu razón (?) para asumir esta nueva deuda fue que necesitabas (?) 1,600 dólares; les dieron 12,000 que, si entendí bien tu carta, se distribuyeron así: 6,000 para liquidar la hipoteca anterior; 3,000 como depósito para el primer pago anual (2,000) y gastos notariales (excesivo, a mi juicio); y 3,000 que te dieron en efectivo. O sea: te dieron el doble de lo que “necesitabas”. Si a eso se agrega tu sueldo y mi pensión (1,800 mensuales) y las sumas extras que les envié en el curso del año (más de 1,500 dólares), el total es fantástico. Y para dos mujeres que no pagan renta. Sin embargo, continuamente se quejan de dificultades financieras y dejan una estela de deudas por donde pasan… No volveré a referirme a este problema. De acuerdo con mi promesa te enviaré en enero la suma trimestral por la hipoteca (supongo que son los intereses). Me informan de Relaciones que pediste una nueva licencia. Puedes hacer lo que quieras pero te suplico que, cuando esté a punto de terminarse y si, como presumo, has decidido no volver a tu empleo, por lo menos les des personalmente las gracias. Por otra parte, espero que pronto encuentres alguna actividad remunerativa —como me anuncias en tu carta— pues no veo como podrán afrontar todos esos nuevos gastos (inclusive la renta de esa casa en Las Lomas, que ha de ser elevada) contando sólo con mi pensión…

Las Helenas, en efecto, han rentado una casa en la calle de Alencastre, en Las Lomas, barrio postinero. Paz está cada vez más abrumado por la situación. Una y otra vez dice que ya no ayudará (más allá del pago de la pensión), y una y otra vez hace una excepción…  

Perdí el interés. Lo único que deseo aclarar —y esta será última vez que lo haga— es lo siguiente: mis obligaciones respecto a tu madre están definidas en la sentencia del divorcio; y respecto a ti, dependen de tres factores: mis posibilidades económicas, el hecho de ser tú ya mayor de edad y responsable y, en fin, nuestra relación recíproca. Esto último, que es de carácter moral y sentimental ante todo, quiere decir que una relación, cualquiera que ella sea, implica no sólo intercambio —y no me refiero a cosas materiales— si no reconocimiento de la existencia del otro. En mis últimas cartas —más o menos llenas de consejos y hasta de mal humor ante tu actitud —creo que ha sido palpable mi empeño de entablar contigo ese intercambio, ese diálogo. Tus respuestas —para no hablar de tu indiferente conducta— me han demostrado, una vez más, la inutilidad de mi empeño. Me había prometido, desde mi última carta, no volver a tocar estos temas. Rompí mi decisión —por esta única vez— por amor a la claridad y porque, inclusive las decisiones unilaterales, deben ser conocidas por la otra persona que interviene, así sea ilusoriamente, en el diálogo. Pero, repito, no volveré a tratar ninguno de estos temas. Seguiré cumpliendo con lo que te prometí y con mis obligaciones: eso es todo. Les deseo a las dos buena suerte y un poco más de cordura. Tienen todo —talento, una base económica, gracia. El resto, es responsabilidad suya.

 

Nueva Delhi, 27 de diciembre de 1963

Carta helada de Paz avisando envío de la pensión y un extra por “navidad y cuelga”. Después declara haber pagado el préstamo que las Helenas debían a una señora Posquiere, por 60,000 francos nuevos, así como los intereses y los gastos notariales (esos 60 mil francos nuevos eran unos 12 mil dólares de entonces, casi cien mil de hoy…) 

 

Nueva Delhi, 12 de enero de 1964

Paz acepta hacer un pago más sobre la hipoteca, lo que hace “contra mi voluntad, pues nada tuve que ver con esa hipoteca y nada quiero tener que ver”. Ahora le piden dinero para comprar muebles para la casa de Alencastre. Paz pide los datos del vendedor para pagar directamente, y agrega:

Celebro que estés contenta en México. Yo, aunque tú tengas la impresión contraria, siento aquí una gran paz y tranquilidad. En realidad, la India me conquista y fascina cada día más y pienso con horror que un día tendré que dejarla… Te recomiendo (ya ves que poco sugiero) que hagas ejercicio diariamente. Desde que lo hago me siento muy bien y he adelgazado. Peso ahora 67 kilos (en España, según recordarás: 76). He releído la novela de tu mamá: una obra maestra.

 

Nueva Delhi, 23 de enero de 1964

Avisa del envío de la pensión y ofrece colaborar a pagar por los libreros de la casa que han rentado. Sigue preocupado por los libros y cuadros que dejó en el departamento de las Helenas en París.

  

Nueva Delhi, 12 de marzo de 1964

Acepta pagar la mesada de la nueva hipoteca, a pesar de que se opuso a ella. Les pide que renten el departamento para financiar la hipoteca y ganar algo de dinero. Su hija le pide mil dólares y que le compre y le mande unos saris. Paz agrega:

Leí una entrevista que le hizo a tu mamá E. Poniatowska. ¿Era necesario decir tantas cosas, tantas verdades mezcladas con inexactitudes, confusiones e injusticias? La demagogia no es el camino de la autora de De la memoria (el título de la novela es una desdichada concesión; era mejor el original). Pero me meto en lo que no me importa. Por mi mamá —pero ella es abuela y su opinión es parcial— y por [Antonio] González de León, me he enterado de que has adelgazado y que estás guapísima y muy elegante. Me dio muchísimo gusto. En cambio me inquieta tu proyecto de ir a Nueva York (y el viaje de tu madre a París). ¿No puedes quedarte quieta?


Nueva Delhi, 30 de marzo de 1964

Ante la noticia de que las Helenas piensan vender el departamento, discute asuntos de pagos de la hipoteca y ofrece pagar “la mitad del pago anual”.  Paz explica que es mejor conservarlo, rentarlo, pagar la hipoteca y los gastos con la renta, y ofrece cubrir lo que falte. Luego ofrece un cuadro detallado de cómo administrar la deuda para que el departamento les dé dinero.  Por primera vez, Paz da a entender que está al tanto de los “parásitos” que viven del dinero que ha estado enviando…  

La venta del departamento excluye de antemano toda mi posible intervención en este asunto. Sería absurdo que yo me ocupase en arreglar el pago de la hipoteca si ustedes por su parte se disponen a vender el departamento. Así pues, para no hacerme perder el tiempo, la energía y el dinero, es indispensable que, categórica y definitivamente me indiques si han decidido o no conservar el departamento. Sin una declaración tuya al respecto, que no deje lugar a dudas me abstendré de toda participación. Así pues, en tu próxima carta —es decir, lo más pronto posible— debes contestarme a este punto central. No te repetiré las razones que me llevan a oponerme a la venta del departamento. Sería una operación aún más ruinosa que la nueva hipoteca y al final se quedarán en la calle —no sólo porque son gastadoras sino porque están rodeadas de parásitos.

Helena Paz le ha dicho que se quiere ir a vivir a Nueva York porque ha aceptado un trabajo allá. Su padre, que le sigue creyendo todo, lo celebra, a pesar de lo que ha costado instalarlas en México. La idea de que su hija, que tiene 25 años de edad, viva sola y lejos de su madre lo entusiasma…

Si tu viaje a Nueva York tiene que ver con tu trabajo, no sólo no me opongo sino que te felicito ¿qué trabajo? Nada me daría más alegría que verte trabajar y vivir sola por una temporada. Si efectivamente has decidido trabajar y afrontar las cosas por ti misma, permíteme que te bese.

 

Nueva Delhi, 23 de abril de 1964

Paz les informa que el abogado Weill, en París, pide 1,500 dólares de hipoteca e intereses, dinero que él, Paz, ya había enviado y que su hija, nuevamente, no le entregó al abogado.

Después de este nuevo engaño, considero inútil hacerte cualquier reproche: tú juzgarás mejor por ti misma tu conducta. Como el abogado Weill me indica —eso yo ya lo sabía— que si no se paga la hipoteca se ejecutará (es decir: embargo, remate, etc.) enviaré la suma directamente.

Paz advierte que bajará la cantidad de la pensión, porque

no estoy dispuesto a pagarte dos veces (…) No sólo me irrita que, una vez más, se intente hacerme pagar doble —sino el engaño y la mentira. También resulta vergonzoso que por pura pereza, capricho o simple incapacidad, no hayas siquiera logrado alquilar ese departamento y de esa manera facilitar un poco el pago de lo que se debe. A ese respecto, lee de nuevo mi última carta. No deseo juzgar tu actitud. Sólo quiero decirte que mi interés en ese departamento es mi interés en ti y en tu porvenir. Yo acabo de cumplir 50 años. Pensaba y pienso retirarme, con una pensión que me impedirá auxiliarte en la forma en que hasta ahora lo he hecho. Quiero decir: no dispondré de dinero para extras (intereses, deudas, hipotecas, etc.). De ahí que antes deseo que se arregle y liquide lo del departamento. Interés personal no tengo. Mi único deseo es vivir en paz y si es necesario que para conservar esa paz rompa todo trato contigo (como lo he hecho con tu madre) no tendré más remedio que hacerlo. Lo sentiría —porque creo que tus errores no han dañado, no deben dañar tu naturaleza profunda —que es, o debería ser— cordial y racional.

 

Nueva Delhi, 26 de abril de 1964

Paz va a ir a París y pide a su hija que se le permita recuperar sus libros y cuadros del departamento. Luego continúa la discusión sobre ese tema y reitera su oferta:

Por mi parte yo me comprometería a pagar —si fuese posible antes de los plazos señalados— el resto del adeudo hipotecario, es decir, cerca de las dos terceras partes. A penas contestes con claridad a esta proposición podemos hablar del siguiente paso. A ese respecto te diré que, a pesar de mis temores de salir como el cohetero de la feria, yo estaría dispuesto, aprovechando mi paso por París, a buscar un agente inmobiliario honrado. Pero yo no podría aceptar esta responsabilidad sin dos condiciones: que no se me eche la culpa sobre cualquier dificultad futura; que tú aceptes a la persona que yo escoja y las modalidades del arreglo (que serían, parece inútil decirlo, las usuales en esa clase de negocios). Si tú aceptas esto, yo me encargaría del asunto.

Después, su hija le reprocha su divorcio (que ocurrió siete años antes), y Paz le responde: 

Preferiría no discutir más lo del divorcio. Yo no deseo discutir sino arreglar las cosas que tengan arreglo. El divorcio es perfectamente legal y fue hecho, como sabe tu mamá muy bien, después que ella dio su acuerdo, en vísperas de su precipitada salida hacia los Estados Unidos. Nunca se ha negado u ocultado que el matrimonio se hizo bajo el régimen de comunidad de bienes. Ahora me dices que las cláusulas económicas —si entiendo bien esa es la objeción— no son justas. A mí me parecen equitativas. Pero no tengo inconveniente en oír nuevas proposiciones, relativas a las cláusulas económicas. Siempre he estado y estaré dispuesto a oír y atender proposiciones razonables. Repito: esto como en todo lo demás no me guía sino el deseo de arreglar lo que tenga arreglo y trazar, con la mayor equidad posible, lo que llamaría la esfera de nuestras obligaciones y derechos recíprocos.

 

Nueva Delhi, 5 de junio de 1964

Ante la falta de respuesta de su hija, Paz escribe

No has contestado a mis cartas y telegramas. Era de esperarse, aunque yo me empeño siempre en creer lo contrario, con una ingenuidad que no tengo más remedio que llamar por su verdadero nombre: estupidez. Sí, soy un estúpido y merezco esto y más. Así, no te escribiría ahora si no fuese porque debo comunicarte las reflexiones y consecuentes decisiones que tu silencio y tu actitud última me han inspirado. No importa que sea inútil: debo hacerlo. 
            Tu silencio me indica que no tienes ningún deseo en resolver el problema del departamento en la forma que a mí se me ocurrió. Por supuesto, esto no te impedirá acudir a mí en el futuro, como lo has hecho hasta ahora, para que te saque de nuevos atolladeros. Habría que preguntarse si esta conducta es admisible. Tú nunca te has hecho esta pregunta; el día en que te la hagas, todo cambiará —no para mí: para ti. Tu silencio también me da a entender que no podré recoger mis libros, cuadros y objetos. Y no porque te interese guardarlos para ti (ese egoísmo, al menos, lo entendería) sino por desidia, indiferencia y desdén. ¿A ti qué te puede importar que yo desee recobrar libros que amo, algunos dedicados y otros que son parte de lo que soy o he querido ser? Dejemos en paz a los libros. No sólo de letras se vive: que esos volúmenes y cuadros sufran la suerte de otros muchos, malbaratados o empeñados, destruidos u olvidados. No volveré a tratar el tema y paso a cosas de mayor urgencia.

Las cosas “de mayor urgencia” son un aviso de la madre de Paz, en México, que le avisa que como las Helenas no han pagado la renta de la casa en Las Lomas van a embargarla a ella, pues es la fiadora. Esto sucede una semana después de que el banco en Francia avisa que embargarán el departamento por falta de pagos.

En los dos últimos meses he pagado, además de la pensión mensual, la suma de dos mil doscientos sesenta y cuatro dólares, para cubrir sus deudas. Te envío, anexo, una hoja con las cuentas. Esta suma es fantástica, sobre todo si se piensa en las que has recibido desde que dejaste París: cinco mil dólares por la nueva hipoteca (solo mil se quedaron en poder del notario); dos mil setecientos dólares de Relaciones, la pensión mensual de cuatrocientos dólares y todas las cantidades suplementarias que te he enviado. Tal vez estás poseída por lo que llamaría el vértigo (o la rabia) de la consumación o estás rodeada de parásitos o… qué sé yo. La causa es lo de menos. Lo grave es tu debilidad, frente a ti misma y frente a los demás. Y tu despreocupación. Por lo visto ya te acostumbraste a vivir entre deudas, líos y toda clase de enredos económicos y judiciales. Me pregunto si se puede tener una vida propia —hasta donde eso es posible en nuestro mundo— cuando se vive, al pie de la letra, enajenada y con la amenaza continua del embargo. No exagero: esos embargos secuestran, embargan, el alma y la voluntad. 

            Creí que tu vida debería ser tuya porque sólo aquel que, así sea en mínima parte, es dueño de sí mismo, puede darse a los demás y establecer con los otros —amigos, compañeros, vecinos o enamorados— un intercambio, una relación verdadera. Pensé que el empleo de Relaciones (modesto o insignificante: no importa) podría darte cierta independencia —ganada por ti misma: no dada— y, consecuentemente, responsabilidad y albedrío. Mi empeño en que terminases el bachillerato se inspiró en los mismos propósitos. En alguna carta me dijiste que ibas a la Universidad y que pensabas trabajar: me dio alegría saberlo. Como me la daría saberte enamorada o apasionada por una causa, una idea o una actividad intelectual, estética o pragmática.

             Nunca te he pedido nada para mí. Lo único que he querido es ayudarte a vivir la vida que a mí me parece si no la más alta —esa es sobrehumana y pertenece a los héroes y los santos— si la más digna: la fundada en el albedrío, el esfuerzo propio y la responsabilidad ante uno mismo y los demás. Nunca me ofrecí como ejemplo ni como modelo (bien sé que no lo soy). Insistí, insisto, en esas ideas de libertad y responsabilidad porque, por más manoseadas que parezcan, son el fundamento de toda vida digna. Esa vida —única, intransferible, que sólo a nosotros nos pertenece y que sólo nosotros podemos hacer y vivir. Se dice que el trabajo es una maldición; lo es, pero asimismo es una conquista de nosotros mismos y una alegría. Quise que estudiases y trabajases porque sólo en el esfuerzo se forma el carácter, uno se hace dueño sí mismo, al hacerse dueño de la materia que estudia o de la técnica que emplea en su tarea. Quise que fueses libre y que esa libertad, por ser tuya y no mía ni de nadie, la usases de acuerdo con tu conciencia y tu voluntad. En lugar de eso te veo endeudada. Deudas, deudos, pendencias: dependencia. Yo no puedo decirte —ni lo sé ni me harías caso— qué debes hacer. Lo único que sé es que tienes que hacer algo. Nunca he dudado de tu inteligencia ni de tu sensibilidad (ni siquiera tienes la disculpa de ser tonta. Eres lúcida. Recordarás ciertas conversaciones que tuvimos, por ejemplo, aquella en la playa, en la Costa Blanca…). Eso no cuenta si uno no se enfrenta a sí mismo y decide lo que deba decidirse. 

            Hace muchos años escribí un poema, La vida sencilla —puedes leerlo en mi libro— que tiene un Envío al final: tú eres la destinataria. En aquella época tenías cinco años. No te lo dije antes por pudor, timidez o porque nuestras relaciones, desde hace mucho, no son cristalinas. Verás en ese poema que jamás quise que dependieses de mí o de alguna manera te sintieses con alguna deuda —moral, sentimental o económica— conmigo. Quise que, “ligera y sin memoria” de mí, fueses tú misma. Pero es mejor morderse los labios y callarse.

            El juego de las deudas y su liquidación bajo amenaza de embargos y otros líos nos hace daño a ti y a mí. A ti por pedir y a mí por ceder. Esto se aplica a los otros problemas y enredos en que, voluntariamente o empujada por las circunstancias, te ves envuelta una y otra vez. Además, en el caso de las deudas, ya no tengo dinero. Así, he decidido no volver a pagar, por ningún concepto, ninguna nueva deuda. Tampoco enviaré sumas extraordinarias o suplementarias. Estás avisada: de ahora en adelante tú resolverás las cosas de acuerdo con tus recursos y posibilidades. Lo mismo digo de las complicaciones en que con frecuencia te ves mezclada. Espero que tomes en serio esta advertencia.

            No tengo más remedio que tocar otro punto. Las últimas cartas de mi madre —aunque ella nada me dice claramente— me dan a entender que el molino de la fantasía sórdida sigue con invenciones y distorsiones de la realidad. Dos cosas me entristecen: la falta de novedad de los chismes y la tortura, deliberada o inconsciente es lo mismo, que se influye a una anciana indefensa. Esto último no lo permitiré. Tampoco toleraré nuevas intromisiones en mi vida o en lo que, estúpidamente, se supone que es mi vida. Así pues, lo mejor será que cada quien se quede en su sitio y no se entrometa, de palabra o de hecho, en las vidas ajenas. Esta advertencia es también definitiva.

            No te preocupes en contestar esta carta. Por mi parte: será difícil que en mucho tiempo te vuelva a escribir. No me atrevo a decirte adiós, sin embargo. Un día —lo deseo ardientemente— podremos hablar. Ojalá que no sea demasiado tarde. Mentiría si te dijese que todo lo que te he dicho —y es la última vez que te lo digo— no lo he dicho con tristeza. Lo único que me anima es pensar que, inclusive si es después de mi muerte, tú alguna vez verás con otros ojos nuestra relación.

A la carta, Paz anexa una relatoría del dinero que les ha enviado, o pagado por ellas, en los últimos dos meses: 2,264 dólares. Y registra que hay por lo menos 5 mil dólares perdidos de la segunda hipoteca que se sacó sobre el departamento…

  

Nueva Delhi, 27 de noviembre de 1965

Paz acusa recibo de una carta llena de “insultos, impertinencias e inexactitudes”. Su hija le dice que ahora tiene una oferta de trabajo en Alemania, en donde, según le dice su hija, está un pretendiente con el que quiere casarse. Paz la felicita y le manda 200 dólares para que compre ropa.

 

Nueva Delhi, 23 de diciembre de 1965  

Paz acepta aumentar la pensión de 400 a 600 dólares mensuales, a pesar de que el juez ordenó que fuera de 3,500 pesos, y les avisa que su madre ya no fungirá como fiadora de la renta de la casa de Las Lomas, ni él a encargarse de los gastos del departamento en París (que las Helenas acabarán vendiendo).

Aquí hay una prolongada pausa… En 1968, su hija publica en México la tristemente carta a su padre en la que, entre otras cosas, denuncia a Paz, al rector Javier Barros Sierra, a Luis Villoro, Leopoldo Zea, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Heberto Castillo y Rosario Castellanos como los responsables de la matanza en Tlatelolco y de estar al servicio del “Moloch materialista, devorador de almas”. Escribe Helena Paz Garro:

Tú no presenciaste en el Anfiteatro “Che Guevara” sus vibrantes insultos, ni sus llamados al crimen, al sabotaje y a la sedición. Tampoco hablaste, como yo lo hice, con sus víctimas, los jóvenes terroristas, a quienes tus “corresponsales” dotaron de armas de alta potencia, dinamita y odio. Tu condena debió ser dirigida a los apoltronados, que arrojaron a la muerte y a la destrucción a jóvenes desposeídos de fortuna y a los cuales arrebataron también el futuro, para ellos, los intelectuales, hacer mejor su mezquina política local.
            Debes saber que estos directores del desastre de los jóvenes no han tenido ningún escrúpulo. Primero: en dejarlos caer y renegar de los caídos. Segundo: en entregarlos a la policía, en cuyas manos, siento decírtelo, están muchísimo más seguros que entre sus secas cabezas enfermas de ansia de poder. Tercero: encubrirlos de injurias, que van desde cobardes, asesinos, espías, traidores, delatores, provocadores, granujas, etc., sólo porque perdieron la sangrienta batalla de Tlatelolco, que los intelectuales organizaron y a la cual, por supuesto, no asistieron.

 Un par de años después, Helenita le escribe a Jünger que Fidel Castro está empeñado en destruir Occidente por medio de los comunistas, los hippies, “los nuevos asesinos de la Nueva Izquierda” y los “gángsters asesinos intelectuales”: en suma, el “grupo de bastardos” entre cuyos jefes intelectuales se cuenta a su padre...   

 

III. Los años finales: 1983 — 1992

No se conservan cartas del periodo 1965 a 1983. La correspondencia se reinicia cuando Paz va a cumplir setenta años y su hija 44. Se habían reconciliado en 1982, cuando Paz acude a Madrid para recibir el premio Cervantes. Despúes la invitó a Londres, donde pasó una temporada con él y su esposa, Marie José (a quien las Helenas llaman “la árabe judía” o la “pied-noir”, es decir la “pies negros”, que es como llaman los franceses europeos a los de África del norte).

 

México, 28 de marzo de 1983

Paz está en México y su hija en París.

La primera carta de esta nueva etapa inicia con un nuevo pacto de cese de las hostilidades, un esfuerzo de reconciliación y una celebración del amor filial:

Después de varios días de espera e inquietud, llegó al fin tu carta. Nuestra última conversación telefónica me produjo cierto desasosiego y la falta de tus noticias acabó por angustiarme. Temí lo peor: volver a lo de antes. Acabo de leer tu carta. Me conmoviste de nuevo y, como tú dices, se me humedeció el alma. Gracias por tu ternura y gracias por tu inteligencia. Exageras, como siempre. No soy ese ser excepcional que dices, casi un Bodisatva, como tampoco soy el individuo ridículo y bastante monstruoso de tus antiguas invectivas. Pero no me conmueve la imagen que tú tienes de mí sino la imagen que yo tengo de ti a través de lo que me dices. Es hermoso saber que, al fin, no te perdí y que, al volver a hablar contigo, hablo con la niña que fuiste, y al mismo tiempo, con una inteligencia clara y sensible, honda y fantasiosa, que sabe razonar y sabe hablar. Encontré a mi hija y encontré lo más raro: un interlocutor, una amiga que sabe oír y sabe responder. Pero ¡basta de elogios! Bajo a la prosa vil.

La prosa vil es el envío de dinero y el producto de la venta “de la plata que ustedes dejaron”, que habrá de generar 15 mil dólares (según su hija, después, Paz se robó esa plata). Otro tema: una vez más, Paz consigue con su amigo Alfonso de Rosenszweig que se le dé trabajo a su hija, nuevamente en la embajada en París.

Te he pedido que aceptes este trabajo —insuficiente, ya lo sé: yo no les pedí eso— porque de otra manera no podría, más adelante, hacer ninguna reclamación. Quiero demostrarles que no sólo eres perfectamente capaz de realizar ese trabajo sino cosas más difíciles —y que ellos no pueden hacer, como leer un poema y entenderlo. Ante mi insistencia, Alfonso volvió a decirme que esa “ayuda” —esa fue la palabra que empleó— era temporal y que, más adelante, si eras eficaz, se te daría una ocupación y un sueldo más en consonancia con tus méritos. Me dio a entender, nuevamente, que se trata de una prueba.

 

México, 10 de julio de 1983

Paz lamenta no poder aceptar una invitación para escribir sobre Simón Bolívar que, por medio de su hija, le hacen  de la revista L’Herne. No tiene humor, dice, para “exaltar a una figura como Bolívar” en el tono que quieren Regis Debray y otros participantes en el proyecto.

Con mayor coherencia que ellos —también como más honradez y, claro, con inmenso talento y verba— Marx pintó a Bolívar como una caricatura de Bonaparte. Había algo de verdad en eso. Pero es un rasgo de la época: Napoleón fascinó a su siglo: de Chateaubriand a Nietzsche, para no hablar de Nerval, Stendhal, Hugo. ¿Has leído algo de Bolívar? Su prosa recuerda a veces a la de Chateaubriand. Por ejemplo, en la inolvidable Ascensión al Chimborazo que leí, niño, en mi libro de lectura en el Colegio Francés del Zacatito. Admiro a Bolivar pero desde lejos —como desde el Chimborazo. (…)

            Pienso con mucha frecuencia en ti. Yo también deseo verte. Un deseo mezclado a un poco de temor: ¿cómo será ese encuentro? Hace años, en 1944, cuando vivía solo en San Francisco, en un momento difícil —era pobre, estaba solo y, más que solo: aislado, con la sensación de que el mundo se había cerrado para mí— escribí un poema, “La Vida Sencilla”, que fue una suerte de afirmación vital, más resignada que desafiante y más serena que resignada. El poema es el último de Puerta Condenada y en verdad abre esa puerta. Termina con un Envío. Lo escribí pensando en ti y a ti te lo dediqué mentalmente. Dice así:

         Tal sobre el muro rotas uñas graban
         un nombre, una esperanza, una blasfemia,
         sobre el papel, sobre la arena, escribo
         estas palabras mal encadenadas.
         Entre sus secas sílabas acaso
         un día te detengas: pisa el polvo,
         esparce la ceniza, sé ligera
         como la luz ligera y sin memoria
         que brilla en cada hoja, en cada piedra,
         dora la tumba y dora la colina
         y nada la detiene ni apresura.

[Versos] Vivos no por su poesía, son bastante retóricos, sino por lo que dicen y a quien se lo dicen… Y como los envejecidos pero vivos endecasílabos te envío también un beso más grande, Octavio.


Tres cartas de Helena Paz a su padre

Se conservan cuatro cartas, que resumo. En ese año de 1984, según cartas de Helena Paz a Jünger recogidas en el citado libro de las doctoras psicoanalistas Schwarz Gasque y Vázquez Martínez, Helena rememora que cuando ella y su madre vivían en París, su primo Jesús Garro vivió con ellas ocho años. Este señor Garro, dice Helena, solía golpearlas a ella y a su madre con mucha frecuencia. A raíz de esas golpizas, dice Helena, le dio por comenzar “de nuevo con la bebida y cada vez que bebía compraba ropa muy cara. En resumen, estamos cargadas con deudas por mi culpa”, al grado de que quiere volver al hospital para desintoxicarse pero no tenían dinero y su padre se lo negó. Según Helena Paz, su madre Elena Garro le pidió dinero a Paz, que contestó así: “¡Me resisto a pagar el hospital por una chiflada!” (pp. 262-263). Las psicoanalistas interpretan que el primo la golpeaba por “celos” y que Paz “desde luego, él no mostraba ningún sentimiento de responsabilidad sobre lo que le pasaba a Helena y no hacía ningún intento de ayudarla” (p. 265). 

Estas cartas están fechadas en París. Una de ellas dice al calce: “De Chata para su papá. La escribo yo, como siempre. Elena Garro” (la simbiosis entre ambas ya es completa).   

a) La primera es del 19 de marzo de 1984. Narra su vuelta a París luego de haber vivido en España con “su dimensión tercermundista, tan mínima, detallista, plagada de discolerías, mezquindades e ingenios enanos”; se queja de su trabajo en el consulado de México (“sólo sello y sello y relleno y relleno boletas de turismo”) y de sus líos con la casera. Debe ir a trabajar en el metro y no tiene dinero para comprarse ropa. “Te quiere forever and forever and forever tu hija…”

b) La segunda es del 8 de mayo de 1984. Está orgullosa de que sus compañeras de trabajo lo encuentren guapo y famoso. Por fin le ha comenzado a llegar su salario; siguen sus problemas con la casera; está angustiada porque “me siento terriblemente sola y me asusto”. Una vez más se ha enfermado y la enviaron de urgencia al hospital pero, como no tiene dinero, fue mejor con un especialista que le diagnosticó úlcera estomacal (A Jünger le dice que “estoy llena de tumores”). No tiene nada ni a nadie: “sólo te tengo a ti, padre lejano y legendario para mí”. Y termina:

Papá, ya me cansé, ojalá el médico me remiende “pour de bon” y se me pongan mejillas de manzana y la energía vital que tenía antes me vuelva. Creo que sí, y será gracias a ti, al trabajo que me conseguiste. Ya no me aterres con tu silencio que me quita las ganas de vivir, comer, respirar, me hace sentirme una infeliz, una desdichada. Papá, aunque no me creas nada, yo siempre te he querido mucho, demasiado, pero uno quiere y no por eso se vuelve una Santa por desdicha, quiero decir que te he querido de la única manera que puedo: con todos mis defectos y alguna pequeña cualidad que tengo por allí escondida. Entonces mi amor ha sido defectuoso, como todos los amores humanos. Sólo el amor de Nuestro Señor que dio su Vida por nosotros es perfecto. Tu hija que te quiere.

c) La tercera es del 24 de noviembre de 1988. Le pide a su padre que intervenga para dejar su trabajo como cajera en el consulado: “un trabajo espantoso y para mí muy raro”. Cree que estaría mejor en la embajada haciendo “algo cultural”. Explica que para ella “la muerte sería una LIBERACIÓN” pues “ya no tomaría el hediondo metro todos los días ni haría esas cuentas horribles que me dejan seco el cerebro”. Su casa está “oscura y helada” y sólo come “sánduiches fríos en el consulado”. Está aterrada de quedarse en la calle y sólo tiene a “mi padre, con el que sólo hablo por teléfono cuando yo lo pago, ya que tú, ser mitológico, no me escribes ni me llamas jamás, ¡jamás!”.  Y le pide que disponga “alguna seguridad para mi incierto, oscuro, funesto futuro”, querría que su padre le diga “si intentas dejarme algo. Si así fuese dímelo y dime qué es es y en dónde está”.

México, 27 de febrero de 1992

Su hija se queja de tener problemas en el consulado y le ha pedido a su padre que intervenga. Habrá que suponer que Paz buscó al secretario de Relaciones Exteriores, Fernando Solana. Es desconcertante, por lo menos, que Paz no haya recordado que años antes, en 1963, había sucedido lo mismo…  

He tratado de arreglar tus asuntos en Relaciones. Regreso con la cabeza baja y avergonzado. Durante siete meses, del cinco de junio al veintidós de diciembre, te presentaste a trabajar únicamente doce días. Sin embargo, te pagarán dos meses de sueldo completo y otros dos meses medio sueldo. Como si fuera poco, en enero te dieron otros cinco mil dólares, por concepto de sueldos adelantados (algo inusitado). Pero tú, durante enero y febrero volviste a faltar muchísimo. Correspondiste al favor con nuevas faltas de asistencia. Si sabías todo esto, ¿cómo te atreviste a pedirme que intercediera por ti? Y falta lo peor: se me ha dicho que no te han corrido porque eres mi hija, pero que ya no es posible seguir tolerando tanto incumplimiento. Si continúan tus faltas, serás cesada por “abandono de empleo”. Tuve que callar e inclinar la cabeza: ¿qué podía decir?

            No intentes llamarme por teléfono: no responderé. Tampoco intentes escribirme recados con la persona que contesta el teléfono: le he dado orden de no recibirlos. He decido suspender mi trato contigo hasta que no cambies radical y definitivamente. Te doy un plazo de seis meses: si cambias, podría reanudar nuestra relación; si continúa el incumplimiento y la irresponsabilidad, romperé para siempre.

México, 28 de febrero de 1992

Helena responde de inmediato, pidiendo dinero…

Me dices que estás llena de deudas y que has firmado cheques sin fondos. Esto último puede causarte líos con la justicia: está penado por la ley. Para auxiliarte, y por última vez, te he enviado cinco mil dólares. Y recuerda que en estos dos últimos meses, enero y febrero, te envié otros cinco mil quinientos y hace unos días otros dos mil. En total, diez mil dólares. No puedo ni debo hacer más.

         Te repito que he prohibido que me llames por teléfono. Te he dado plazo de seis meses: o te corriges o el rompimiento sería final y definitivo.

Y Helenita no se corrigió…


Epílogo

Helena y su madre volvieron a México a mediados de 1993. En julio de ese año, Helena Paz le escribe a Jünger que

Mi corazón está ROTO. He dejado París porque al final de diez años de trabajo en el Consulado, donde todos estos desagradables indios burócratas e imbéciles me han tratado peor que una doméstica, no pude resistir más.

Se queja de que su primo Jesús Garro, que vivió con ellas ocho años (y aprovechó los envíos de dinero de Paz) “había estado golpeándome continuamente”, al grado que tuvo que intervenir la policía e ir en ambulancia al hospital varias veces.

Así que comencé de nuevo con la bebida y cada vez que bebía compraba ropa muy cara. En resumen, estamos cargadas de deudas. Yo quería volver al hospital para desintoxicarme, pero no teníamos el dinero para la fianza.

Y acusa a su padre de no haberla querido pagar (“encantador como de costumbre”)… y de que se puso “furioso porque abandoné el pequeño empleo que me había procurado”.  

No está contenta en México. La gente que las trajo de regreso no cumplió sus promesas. No es gente agradable, dice:

Para mí son animales de sangre fría, víboras, escorpiones, arañas venenosas, ¡falsos, hipócritas, mentirosos, ladrones incluso! Sólo respetan el dinero, dinero, dinero. Y perezosos. 

La última mención a su padre en las cartas a Jünger es de agosto de 1996. Ahora es su madre, Elena Garro, quien no la “ayuda”, y

Papá se ha vuelto más monstruoso, más malo que nunca conmigo, bajo la influencia de la horrible judía pie-negro. 

Cuando Paz agonizaba, Marie José le preguntó si deseaba despedirse de su hija. Paz contestó: “No. A mi hija la perdí para siempre”. Murió el 19 de abril de 1998, no sin dejar una serie de provisiones para su hija y su madre que se acataron escrupulosamente.

El día 20 de abril, Helena Paz declaró que el divorcio de sus padres había sido ilegal y agregó que su padre había dejado una fortuna de veinte millones de dólares, de la que ella era la única heredera legítima.

Helena Paz Garro murió en 2014, a los 75 años de edad.




NOTAS

[1] Donald Allen era un escritor, traductor y editor en la prestigiada Grove Press.

[2] Véase “Lucinda Urrusti, pintora: retrato de una época”, entrevista de Elena Poniatowska. De acuerdo con la pintora, Garro estaba loca y era una “robamaridos”.


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