En la mirada de otros

En la mirada de Gloria Prado

Gloria Prado Garduño

Año

1937

Tipología

En la mirada de otros

Lustros

1930-1934
1950-1954

 

La familia Paz-Garro celebrando el cumpleaños 13 de Helenita, Ginebra, 12 de diciembre de 1952

Gloria Prado Garduño (9 de diciembre de 1940) es profesora e investigadora de la Universidad Iberoamericana. Doctora en Letras Modernas, sus intereses se enfocan en teoría y crítica literaria, estudios culturales, hermenéutica y psicoanálisis.

 

Para hacer esta reconstrucción se tomaron fragmentos del texto que fue publicado originalmente en el libro de ensayos Elena Garro:Lectura múltiple de una personalidad compleja, volumen que precisamente se enfoca en ofrecer a lo largo de varios ensayos una visión —completa y desmitificadora— de Garro. El retrato de Gloria Prado, sobrina de la escritora, reconstruye una imagen distinta en "Lazos de familia", a partir de entrevistas, cartas, anécdotas y obras que vienen desde sus padres. “El caso es que el trabajo de Prado nos destruye la imagen idealizada de la pareja progenitora, compuesta de seres tranquilos y silenciosos, que siempre aparecía en los retratos hechos por la hija en sus entrevistas[1](AP)


 

Desde que recuerdo, siempre oí hablar de Elena Garro: la prima, la escritora, la hija de la tía Esperanza y de Pepe Garro, "mi sobrina”, ... “sus hermanos, Devaki, Albano, Estrella...",..."cuando vino a vivir a la casa...",... "cuando era novia de Octavio...",..."cuando íbamos a casa de mi tía Amalia... "...."cuando estaba embarazada de Elenita..."...."cuando se fueron a España",...

[...] Elena poblando los recuerdos, las reminiscencias, los juicios aprobatorios y reprobatorios, la multinombrada, la omnipresente, la protagonista de episodios, aventuras, anécdotas... La heroína o la villana (nunca medias tintas) de una historia, forja de sus acciones, refigurada en el imaginario familiar, narrada por sus parientes contemporáneos, los próximos, y los que continuamos en las generaciones subsiguientes. Cada uno contando su propia historia, cada uno configurando a su personaje, cada uno desdiciendo a los otros y afirmando apofánticamente su propia versión, la "verdadera", frente a las "falsas" que pretendían ser la absoluta verdad. [...]

 

Más tarde (ya la familia Garro-Navarro, de nuevo en la ciudad de México, todos, padres e hijos), cuando ambas iban a la Facultad de Filosofía y Letras —Marga cursaba la carrera de Geografía, Elena más dedicada al arte: la danza, la literatura, aunque no de manera formal— se conocieron Octavio Paz y Elena en un baile. Octavio quedó prendado de ella: hermosa, inteligente, sensible, creativa, irónica, aguda, pero sobre todo, rebelde, subversiva e insolente a pesar de su aire de inocencia e ingenuidad. Seductora, en una palabra. Octavio formaba parte de un grupo de jóvenes que estudiaban Derecho —entre ellos Rafael López Malo, quien sería el primer esposo de Amalia Hernández, y Salvador Toscano— atraídos enormemente por la poesía y el arte en general, al que llamaban "los Barandales" debido a que solían reunirse en los corredores de la Escuela de Jurisprudencia, recargados en los barandales precisamente, en donde hablaban, discutían, dialogaban sobre los temas y manifestaciones artísticas y políticas que les interesaban y que ellos mismos cultivaban, lo que dio pie a la creación de una revista, principal aunque no exclusivamente literaria, llamada Barandal. Poco tiempo después iniciaron su noviazgo Elena y Octavio, Amalia y Rafael.

 

En casa de la tia Amalia y de su esposo, Lamberto Hernandez, ubicada en la calle de Guadalajara #94, en la colonia Roma de la Ciudad de México, la tía organizó un “club” al que llamó el Club Jade. Formaban parte de él todos los primos, hijos de las Navarro, así como vecinos de la colonia que por entonces era una de las residenciales de la ciudad. El arquitecto Mariscal había construido muchas de las mansiones que se ubicaban en ella —entre las que se contaba ésta precisamente—entreveradas con casas de menos lujo y aspiraciones, como ocurría y sigue ocurriendo en nuestra urbe. En esta misma localidad vivían todas las hermanas Navarro con sus familias, motivo por el que los primos hermanos convivían, asistían a las mismas escuelas públicas, y en casa de los Hernández nadaban, jugaban frontón, tomaban clases de baile en el gran salón que la tía Amalia había destinado para que sus hijas y sobrinas aprendieran danza clásica, moderna y baile flamenco con las mejores bailarinas y maestras que había en México o habían llegado por entonces. Ahí es donde Amalia Hernández y Lin Durán (Lilita) comenzaron su carrera de bailarinas y coreógrafas y Elena pudo iniciarse en este arte que tanto amaba. Ahí, asimismo, alternaban por igual con los hijos de los nuevos generales, políticos mexicanos surgidos de la Revolución: los Obregón, los Treviño, los Calles... como con las Blanchet, las Torregrosa y otros jóvenes que vivían en la colonia. En la misma que Doña Valentina C. de Aymes fundara "Les Cadettes du Christ", una agrupación de niñas y mujeres jóvenes que pertenecían a una clase social más encumbrada (refiguradas algunas de ellas por Elena Poniatowska en su Flor de lis), de la que los descendientes de las hermanas Navarro tenían noticia e incluso conocían a algunas, pero con quienes no se relacionaban directamente ya que éstos descendían del sector liberal y revolucionario. Las fiestas del Club Jade en la casa de los Hernández eran extraordinarias, a ellas acudían Elena y Octavio, algunos de los integrantes de Los Barandales, otros estudiantes de Derecho y de Filosofía y Letras, compañeros y amigos, los primos, los vecinos, los pretendientes de las primas, los amigos de los amigos..., fiestas de disfraces en ocasiones, espléndidas, donde se bailaba, se cantaba y se vivían momentos y sensaciones maravillosas.

 

En el año de 1937 Elena y Octavio se casaron y se fueron a Nueva York y Canadá. Elena le escribió a su prima Marga una postal en la que le decía: "Queridos Marga y Luis: Viaje formidable, estoy en Canadá. Mañana en la tarde embarco a París. Cásense y hagan lo que nosotros todo es decidirse. En N.Y. estuve feliz y me eché a la bolsa la ciudad en menos que se los cuento. Yo salía de compras sola de extremo a extremo. Ya les contaré de París. Besos a todos. Escríbanme a la Emb. Mex. de París. Helena."


A partir de ese momento, el contacto se fue haciendo cada vez más difícil pues los Paz viajaban mucho (se fueron a París y luego a España al Congreso de Intelectuales Antifascistas...), Amalia se casó también con Rafael López Malo, Marga con Luis Prado, Devaki con el pintor Jesús Guerrero Galván y cada quien fue tomando su rumbo, haciendo vida de familia y teniendo hijos: Amalia y Rafael a Norma López, la actual dirigente del Ballet Folklórico de México que creara su madre, Elena y Octavio a Laura Elena (Helena Paz Garro, ahora), Devaki y Jesús a Paco Guerrero Garro y, después, Marga y Luis a Gloria. Sin embargo, las noticias sobre los Paz eran constantes ya que la madre de Elena, Esperanza, contaba a sus hermanas, las Navarro, lo que sabía de ellos cuando se encontraban fuera del país o estaban en México. El carácter violento y apasionado de Esperanza, igual al de su esposo, coloreaba sus relatos con profusión de epítetos, juicios tanto favorables como desfavorables, hipérboles y tintas ya sombrías, ya resplandecientes. Los sentimientos que albergaba respecto a Elena y al resto de sus hijos, eran ambiguos y contradictorios. Esto contribuyó a que se fuera forjando una imagen difuminada y misteriosa —como la de la fotografía de Mariana— de Elena, Octavio y Elenita en el seno de la gran familia de los Navarro. A veces eran los héroes de una novela fabulosa, a veces los antagonistas, admirados o reprobados episódicamente. El apasionamiento y la enjundia con los que narraba sus historias resultaban cautivantes y su audiencia, de la que en ocasiones yo formaba parte, quedaba atrapada por ellas. La leyenda de Elena, Octavio y Elenita (la Chata), se forjaba, crecía, tomaba enormes vuelos y se entretejía en las anécdotas que las tías y los primos recordaban, recontaban y tramaban con los hilos de las historias de Devaki, Amalia Hernández y los Durán: Horacio, Rubén y Lilita (Lin), hijos de la tía Lidia (Lilí), en una inmensa telaraña en la que todos quedaban (quedábamos) capturados. De ese modo, teníamos noticia de un cúmulo de supuestos, de posibilidades, de informaciones contradictorias y excluyentes de acontecimientos que habían sucedido hacía tiempo o recientemente, con Elena y Octavio protagonizándolos. Que si la Guerra Civil Española, que si el embarazo de Elena, y Octavio cumpliéndole todos sus “antojos”, que si el parto había sido terrible para ella, que la muerte de José Antonio Garro y los sucesos derivados en los que Elena y principalmente Octavio habían tomado parte, que los episodios con los campesinos en Morelos y las visitas que hacían a la ciudad, que cómo Elena recogía de la calle a jóvenes indigentes y los llevaba a vivir a su casa y luego le robaban, que el 68, que el falso deceso de Elena en París... La propia familia era jugada por el juego envolvente y misterioso de Elena e iba configurando novelas de su vida a partir de las señales —complejos enigmas— que ella enviaba y entre todos intentábamos descifrar.


Los Paz iban y venían, vivían temporadas cuya duración era variable, en México. En el año en el que cumplió quince Elenita, estaban aquí. Hacía poco tiempo que habían regresado, y se habían instalado en un edificio redondo en la esquina de la avenida de los Insurgentes y Viaducto Miguel Alemán. Ahí fuimos unos cuantos primos y tíos a un festejo pequeño e interesante. No tuvo nada de convencional, convivimos, platicamos, adolescentes y adultos, en una tertulia familiar en la que se habló de temas muy diversos. Elena Paz destacaba entre los primos por su inteligencia y conocimientos. Los demás nos sentíamos apabullados y la veíamos como un ser de otros mundos, lo que exactamente acontecía, ya que el transcurrir de su vida entre viajes, artistas e intelectuales le confería una dimensión que estaba a siglos luz de aquellas en las que nosotros nos movíamos. Días antes los tres Paz habían estado en nuestra casa de Guadalupe Inn y los primos nos habíamos puesto a jugar a "dígalo con mímica". A Elenita le tocó actuar el nombre de la película Julio César, entonces fingió con las manos el movimiento de un río y luego un salto muy amplio. Huelga decir que nadie de nosotros, primas y primos, la mayoría menores de edad que ella y mayores en ignorancia, pudimos adivinar de qué se trataba. Nos explicó, al ganar, que era “el salto” (el paso) del Rubicón. Todos, adolescentes, niños y adultos, quedamos verdaderamente asombrados. No así Elena y Octavio que encontraron totalmente natural que su hija hubiera actuado de esa manera.


Algún tiempo después, mi abuela Margarita nos comunicó que Elena nos invitaba muy especialmente (y le había dado boletos para la función) a ver la puesta en escena de algunas de sus obras teatrales en Poesía en voz alta. Acudimos mi madre, mi abuelita y yo. En mi caso con una emoción intensa a pesar de lo poco enterada que estaba en la materia. Era una adolescente bastante ignorante y más que la expectativa respecto al valor poético y dramático de las obras, lo que me atraía enormemente era el registro anecdótico y fabuloso del que la propia Elena, para mí, formaba parte. Era, en mi fantasía (que según mi madre era “igual a la de Elena”, afirmación que emitía no sin un dejo reprobatorio) ella en su creación, ella sus propios personajes dramáticos, ella a quien yo iba a ver en el escenario teatral y en el de mi imaginación. Y no fui la perdedora en mi apuesta: Un hogar sólido estaba poblado por los personajes que habían sido mis ancestros, contados, descritos, recreados por mi abuela, y luego reconfigurados por mí misma. Los podía ver ahora, en escena, muertos-vivos, gracias al prodigio de la escritura, de la imaginación creativa de Elena y la magnífica puesta en escena. Mis historias robadas de las de mi abuela y de mi tía Esperanza, cobraban realidad en el teatro dentro del teatro, cercadas por "Los pilares de Doña Blanca". Y aquéllos que "andaban entre las ramas". Pero la maravilla se colmó cuando Elena salió de no sé dónde y se aproximó sonriente, esplendorosa, a saludarnos y besarnos efusivamente.


Después de estas ocasiones, no volvimos a tener un contacto directo con los Paz. Sólo esas noticias que provenían de los relatos de las madres, las Navarro, que, refigurados, nos transmitían a sus hijos e hijas, nietas y nietos, o bien a través de los suplementos culturales, gacetas o revistas especializadas. 



[1] Melgar Lucía; Mora, Gabriela. Elena Garro: retrato múltiple de una personalidad completaEtalcontenidos, 2018, pp. 25-41.