Conversaciones y novedades

Homenaje a una estrella de mar

Julio Cortázar

Año

1982

Tipología

Memorias

Temas

Recontextualizaciones

Lustros

1980-1984

 

Nueva Delhi, 1968


Abandonada por una ola en pleno mediodía, cuando cada grano de arena se enfurece y brilla con todas sus facetas, la estrella de mar propone una síntesis de la naturaleza que el ojo distraído recorre a lo largo de las dunas y del horizonte cabalgado por la interminable tropilla de la espuma. Sumido en ese movimiento incesante, en ese derroche de espacio y de color, todo aquel cuya inteligencia busca las claves se detendrá maravillado ante esa forma perfecta que resuelve y domina el gran desorden de las cosas y las imágenes. Hablo de maravilla se, porque frente a esa coagulación de lo múltiple en unidad, la mirada presiente ya el nuevo punto de partida que insinúa esa húmeda brújula en la que cada punta marca rumbos jamás balizados en nuestras cartas de viaje.


A lo largo de treinta años la obra de Octavio Paz ha sido para mí esa estrella de mar que condensa las razones de nuestra presencia en la Tierra. Poeta ante todo, es decir cazador de ser, Paz posee esa rara cualidad que sólo se encuentra en un Valéry o en un T. S. Eliot: el poder de hacer coexistir paralelamente y sin choques (puesto que a partir de Einstein hemos aprendido que las paralelas acaban por encontrarse) el canto poético y la reflexión analítica. En este siglo de especializaciones suele suceder que incluso las "ciencias diagonales", esos esfuerzos por descompartimentar la fría colmena de miel sintética que constituye nuestro alimento forzoso, desembocan finalmente en una nueva especialización disfrazada. Lo mismo puede decirse de las "ciencias humanas", o de algunas indagaciones que acaban por girar en el vacío. Quizá para luchar contra eso, el pensamiento de Octavio Paz, inseparable de su correlación sensual con el sol que cae sobre su máquina de escribir, con todo lo que lo rodea, se ha aplicado en estos últimos años a temas aparentemente tan distantes entre sí como el método de Claude Lévi-Strauss o el de Marcel Duchamp. Existe en Paz algo como una profunda necesidad de situar en una nueva perspectiva tantas instancias mentales, artísticas, políticas y morales que otros pretenden mostrarnos aisladas y con etiquetas diferentes. Así, como lo sabían ya un Antonin Artaud y un Gaston Bachelard, suele ocurrir que esta perspectiva heterodoxa acaba por revelar los lazos profundos que unen dominios aparentemente estancos; así también, negándose a las fáciles analogías en cuyas trampas cayó muchas veces el surrealismo, Paz descubre los ritmos subyacentes que enlazan ciertas realidades tenidas por alógenas.


Presocrático en el sentido más osado de un término que hará sonreír a aquellos que se bañan demasiado en el río de la historia y del progreso, el pensamiento de Paz asciende hacia el canto total del ser, así como su poesía es una búsqueda obstinada del sentido extremo de las cosas: mujer, pájaro, destino mexicano, porvenir de América Latina. Como latinoamericano, sabe que entre nosotros todo espera en cierto modo un redescubrimiento, y en primer término el redescubrimiento del hombre mismo, y que para ello no sólo no se debe renunciar ingenuamente al acervo de las civilizaciones crepusculares, sino que es preciso buscar, como lo buscó el crepuscular Mallarmé, la forma de dar un sentido más puro a las palabras de la tribu.


Octavio Paz se obstina desde hace mucho en esa búsqueda, mirando por cada una de las ventanillas del tren Verbo, consultando las fuentes más selladas del erotismo, los signos esotéricos o exóticos, suscitando las respuestas que se desgajan de un haikú, de un relieve de Kajuraho o de Konarak, de un método estructuralista, del habla de su pueblo, de un ready-made, de las mitologías americanas, de la poesía de un Fernando Pessoa o de un Luis Cernuda. En un hombre que ha sabido mostrar su responsabilidad personal al definir claramente su posición frente a los siniestros acontecimientos que convulsionan a su patria, esta interrogación tiene un sentido revolucionario ejemplar.


A veces discutibles, siempre exaltantes, los múltiples ensayos de Paz referidos a una vertiginosa pluralidad de temas dan prueba de un pensamiento y de una visión que se sitúan entre las más altas y las más coherentes de la América Latina contemporánea. Volcado abiertamente hacia el futuro (y, para eso, conociendo a fondo un pasado que tantos escritores revolucionarios fingen despreciar por la simple razón de que lo ignoran), Paz postula a su manera ese hombre nuevo del que tanto se habla en nuestros países. Para él, en todo caso, ese hombre se define como el llamado a abrazar una realidad mucho más vasta que la de nuestros días en América Latina y en el resto del planeta. Y si la revolución le abre algún día ese acceso, ello sólo será posible si la poesía está presente en la cita. Una poesía de vida, que nada tiene que ver con esa deslavada vida poética que se obstinan en defender tantos románticos anacrónicos en sus torres de marfil e incluso de cemento armado.


Hace ya mucho que Octavio Paz hace cantar esa poesía, que es llave de paso, en una lengua capaz de aliar implacablemente la belleza al rigor, dando también así un ejemplo en un país como México donde perviven las tendencias a la retórica y al engolamiento. En el corazón de esa obra se alza "Piedra de sol", para mí el más admirable poema de amor jamás escrito en América Latina, respuesta en el dominio erótico a la sed de confrontación total del hombre con su propia trascendencia, allí donde todas las falsas fronteras se ven abolidas, donde el ser no se reduce al yo histórico del Occidente sino que se abre a una armonía con tantos dioses abjurados o perdidos: los dioses del cuerpo, que son innumerables, los dioses del canto, los dioses de la felicidad que acarician llorando la cabeza de los niños de los suburbios miserables y de los Vietnam del planeta, los dioses que sólo esperan al hombre para cederle el lugar en una Tierra al fin reconciliada.

La estrella de mar sigue ahí, en la playa, síntesis y nueva partida, dialéctica secreta y sin embargo tan próxima, tan accesible. Pocos son los que, como Octavio Paz, han comprendido que la estrella de mar los llama hacia su centro después de haber inventado tantos nuevos puntos cardinales para las vertiginosas fugas del espíritu y la carne. Brújula, rosa de los vientos...


[Pere Gimferrer (comp.), Octavio Paz, Taurus, Madrid, 1982.]


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