Conversaciones y novedades

Octavio Paz lee los libros de texto gratuitos

Año

1975

Tipología

Controversias

Temas

Retorno a México: los años de Plural (1972-1976)

 

Las polémicas que provocan los libros de texto gratuitos (LTG) son como los cometas que regresan ritualmente al cielo mexicano. En 1975 sucedió una de ellas, cuando, durante el gobierno de Echeverría, se decidió crear unos nuevos y le hizo el encargo al subsecretario de educación Roger Díaz de Cossío quien, a su vez, nombró coordinadora a Josefina Vázquez de Knauth para el área de las ciencias sociales (quien tuvo como colaboradores a Guillermo Bonfil, Rodolfo Stavenhagen, Víctor Urquidi y Luis González y González, con su Armida de la Vara), mientras que las áreas de matemáticas y ciencias se le encargaron al CINVESTAV, con la coordinación, respectivamente de Carlos Ímaz (el padre) y Juan Manuel Gutiérrez Vázquez.

 

Como también es ritual, la polémica tuvo en su origen la discusión sobre si la SEP y sus LTG tenían autoridad para proponer como tema asuntos de sexualidad humana, a lo que se oponían la iglesia y las organizaciones de padres de familia. A eso se sumaron los normalistas ofendidos porque no se les entregó a ellos la tarea, intelectuales que acusaron a los libros de no exaltar adecuadamente al nacionalismo revolucionario e intelectuales que los defendieron.

 

Durante la polémica de 1975, Paz decidió opinar pero no sin leer antes todos los libros de texto. El resultado fue “Los libros de texto en su contexto”, que publicó en la revista Plural (42, marzo). Cuando el cometa regresó en 1992, volvió a publicarlo (ahora en el número 191 de la revista Vuelta, y luego lo recogió en Miscelánea II, volumen 14 de sus Obras completas).

 

 Amerita ser leído de nuevo, ahora que el cometa regresó, piloteado por un señor decidido a que los LTG lleven al “nuevo mexicano” hacia una “nueva mexicanidad” en la “sociedad del futuro. (GS)



Los libros de texto en su contexto


El furor de los ataques a los libros de texto gratuitos editados por el Estado, y la aspereza de la respuesta a esos ataques, han sido un nuevo ejemplo de la degradación de la crítica intelectual y política entre nosotros. En esas acusaciones y contraacusaciones no encontré razones de orden pedagógico —ni siquiera razones a secas— que justificasen tantas destemplanzas. Encontré, sí, pasión ideológica. A muy pocos de los que se han ocupado en la prensa de este asunto les interesa realmente la cultura de México; lo que quieren, unos y otros, es apoderarse de las conciencias, reclutar partidarios, ganar futuros militantes y feligreses. Cansado de los denuestos, decidí enterarme por mí mismo y leer los libros. Lo que sigue no es el juicio de un especialista —no soy un pedagogo— sino la impresión de un lector.

Los textos abarcan del primer al sexto año de educación primaria y están divididos en cuatro secciones: Matemáticas, Ciencias Naturales, Español y Ciencias Sociales. Su apariencia física es agradable y algunos, pienso sobre todo en los de Matemáticas, son francamente bonitos. Un reparo: demasiadas reproducciones del arte oficial e ideológico de Rivera, Siqueiros y el tropel de sus acólitos e imitadores sin talento. ¿Y el contenido de los libros? Si se les compara con los del pasado inmediato, los actuales resultan muchísimo mejores; en cambio, me parece que los textos en que estudió mi generación eran superiores. Los de hoy simplifican en demasía y revelan horror por la teoría y sus rigores. Son libros fáciles para alumnos perezosos, libros que desestiman la inteligencia de los niños y su capacidad de trabajo. La idea detrás de esta pedagogía complaciente es que “jugando se aprende”. Tal vez sea cierto pero en los juegos de estos libros se aprende poco y por eso, al cabo de un rato, resultan juegos aburridos. ¿O la superficialidad y facilidad es la consecuencia de la falta de preparación de los maestros? Hago la pregunta porque, en los libros dedicados a los maestros, hay glosarios en los que figuran palabras como árbol genealógico, átomo, bacteria, combustión, eco, erosión, densidad, interacción, mitología, morfología, nómada, patógeno, proceso, reptar, sedimento, trayectoria, ulterior. Sobran los comentarios.

Salvo las reservas anteriores, los libros de Matemáticas están hechos con agilidad y discernimiento. Los de Ciencias Naturales abarcan demasiadas disciplinas, desde nociones de Astronomía hasta Biología elemental. Los capítulos dedicados a la Física y la Química son rudimentarios en exceso. Las partes que tratan de Botánica, Zoología y Biología humana son mucho mejores. Merece particular elogio la clara explicación de la evolución y la selección natural; lo mismo digo del capítulo consagrado a las funciones de reproducción entre las plantas, los animales y los hombres. ¡Y pensar que ese capítulo es el que ha enrabiado más a los fanáticos! También son acertadas las consideraciones sobre la contaminación del medio ambiente, la demografía y la necesidad imperiosa de limitar la natalidad.

         En los libros de Español echo de menos, otra vez, el rigor de mis viejos textos y la importancia que daban al aprendizaje de la gramática, de la morfología y la sintaxis, a la ortografía. La selección de trozos y autores —me refiero a los libros de quinto y sexto grado— tampoco acaba de gustarme. La mayoría de los poemas y los fragmentos en prosa pertenecen a ese lirismo bobalicón que ve las estrellas como «mariposas de plata», los nidos como «flores con pétalos de pluma» y la luna como «una moneda blanca caída en el pozo». Tal vez los autores de las selecciones tienen una idea demasiado cándida del alma infantil. ¿No hay un lirismo más robusto en nuestra lengua: Gil Vicente, Lope de Vega y tantos otros? ¿Y por qué reducir la literatura al lirismo? A los niños les gusta que les cuenten, en verso o en prosa, sucesos heroicos o mágicos, humorísticos o fantásticos. ¿Por qué no incluir más romances y corridos? ¿No hubiera podido escogerse un fragmento del Poema del Cid, en la hermosa versión de Pedro Salinas? Hacen falta también relatos en prosa que satisfagan el hambre infantil de aventuras y maravillas. El apetito por lo sublime y fuera de lo común, la fascinación por la gesta heroica y el gusto por lo cómico son tendencias que aparecen muy pronto en los niños. En otras sociedades las vidas de los santos y los mártires o las de los héroes satisfacen estas necesidades psicológicas; las «historietas», la televisión y el cine cumplen entre nosotros esta función, sólo que en sentido inverso, no para sublimar los instintos sino para degradarlos: no el heroísmo sino la violencia, no la fraternidad sino la complicidad. Los libros de Español, en lugar de dar ejemplos de sublimación y transfiguración de las tendencias agresivas y sadomasoquistas, ofrecen a los niños un lirismo inocuo y con frecuencia espolvoreado de cursilería juanramonesca e ibarburesca. Las ausencias mexicanas son numerosas: nada de López Velarde, sor Juana, Gutiérrez Nájera (el prosista), Torri, Azuela, Pellicer, Villaurrutia, Novo y unas pocas muestras insignificantes de Vasconcelos, Reyes y Martín Luis Guzmán. Uno de los propósitos de los libros que enseñan la lengua nacional es vincular al alumno con una historia y una tradición. En este sentido, las verdaderas fronteras de nuestra patria son las de nuestra lengua. Los libros de texto dan una imagen más bien vacua de esa patria espiritual.

El paso de los libros de Español a los de Ciencias Sociales es como bajar de la azotea al sótano. El primer error es llamar libros de Ciencias Sociales a los que no son sino textos elementales, y a veces menos que elementales, de Historia de México e Historia General. El libro de Historia de México (cuarto grado) da una imagen convencional y maniquea de nuestro pasado: la acostumbrada exaltación sentimental de la civilización mesoamericana, ahora por fortuna con una visión más realista de lo que fue y significó la hegemonía azteca, y el retrato en negro y blanco de Nueva España, en general más negro que blanco. Es curioso que los autores no hayan destacado, por lo menos, el carácter feminista de gran parte de la obra de sor Juana. El maniqueísmo se acentúa en la parte moderna, es decir desde la Independencia hasta nuestros días. Para los autores del libro los mexicanos se dividen en progresistas y reaccionarios, buenos y malos. Los buenos tienen estatuas en los parques y en las plazas; los malos se precipitan en el infierno del olvido. La censura ideológica no se contenta con la condenación de los hombres, los hechos y las obras sino que arranca de raíz los nombres de los impíos. No se menciona siquiera al conservador Lucas Alamán, uno de los hombres más lúcidos de nuestro siglo XIX; tampoco, sin duda por su contaminación porfirista, al liberal Justo Sierra. Los párrafos sobre el origen del PRI y sus funciones son, simultáneamente, elusivas e hipócritas. El texto se refiere muchas veces —y siempre con veneración— a lo que llama «nuestra herencia cultural» pero nunca se explica en qué consiste esa herencia, cuáles son las obras que la constituyen y cuál es el carácter de esas obras. Claro, muchos de los nombres centrales de esa herencia —de sor Juana a López Velarde, Tablada y Villaurrutia, de Azuela a Rulfo y Salvador Elizondo— son ajenos cuando no contrarios a la ideología primaria que sustenta el librito. Al hablar de la reforma educativa de la Revolución mexicana y de las «misiones culturales» no se cita a Vasconcelos: ¿por que? La cultura de México en el siglo XX se reduce a la pintura (Rivera, Orozco) y a la música (Ponce, Revueltas, Chávez). Ni una palabra sobre Reyes, Azuela, López Velarde, Martín Luis Guzmán, Pellicer, Gorostiza, Novo... para no hablar de los escritores y artistas contemporáneos.

Los libros destinados a los alumnos de quinto y sexto año son compendios de Historia General. En ambos hay cosas y casos curiosos. Por ejemplo, en el entusiasta capítulo dedicado a China, se omite el nombre de Confucio. En el capítulo dedicado a Grecia tampoco se menciona a Platón, Aristóteles, Euclides. En el capítulo que trata de la decadencia de Roma se menciona al cristianismo: ocho líneas, ni más ni menos. En el libro del sexto grado, la parcialidad y la chabacanería crecen. Como siempre, la suficiencia y la vulgaridad intelectual se alían a la visión unilateral de la sociedad y de los hombres. En un artículo aparecido en Excélsior, Gastón García Cantú señaló el dogmatismo pseudoizquierdista de esos textos. El testimonio insospechable de García Cantú me ahorra una aburrida demostración. Los libros de Ciencias Sociales del quinto y sexto grado pertenecen al género de la literatura beata y confesional. Los textos de las otras colecciones no son perfectos y, por supuesto, habrá que revisarlos y corregirlos en vista de ediciones venideras; los libros de Ciencias Sociales del cuarto al sexto grado, sobre todo el último, no son corregibles: hay que retirarlos y hacer otros. No para darle gusto a los fanáticos del otro bando sino por honradez intelectual. Mis reservas frente a los libros de Español no son, después de todo, sino un affaire de goût; mi crítica a los libros de Ciencias Sociales es de otra índole y puede resumirse así: los autores de esos textos han substituido los hechos por las opiniones, las explicaciones por los juicios. No son libros de ciencia, son folletos de propaganda. 

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