Edgar Morín
Tipología
Controversias
Temas
Recontextualizaciones
Voy a intentar mostrar la integración de la política en el pensamiento de Octavio Paz. Sin embargo, antes quiero decir que donde reinan visiones unilaterales compartimentadas y además maniqueístas, reina también la incomprensión hacia Paz y, por lo mismo, hacia una personalidad polivalente y multidimensional.
Hoy día, Leonardo da Vinci,
Voltaire y Goethe, como tantos otros, se considerarían superficiales por no ser
especialistas. De manera semejante, si consideramos a Paz como poeta, y
solamente poeta, perderemos no sólo su multidimensionalidad sino también su
estatura de pensador: uno de los más altos de nuestro siglo. Pensador: palabra que falta en las
tarjetas de identidad y en las categorías socio- profesionales. Pensador a la
vez concreto, singular y universal; no de un universalismo abstracto, al contrario,
de un universalismo con raíces, su doble raíz mexicana, una y doble a la vez, y
también el conocimiento concreto experimentado del Oriente, de la India, del
Japón, del Occidente europeo, de Francia, de Estados Unidos, es decir, de las
civilizaciones. Su concepción política no está aislada de los contextos
civilizacionales ni de la doble problemática Este-Oeste, Norte-Sur. Paz asume
su identidad mexicana, latinoamericana y humana de ciudadano de nuestro planeta
—entendiéndolo como una unidad dentro de sus diversidades y sus diversidades
dentro de su unidad—, y su concepción política está ligada a los problemas
humanos de nuestro planeta. Hay además una antropología ligada a su concepción
política, la concepción de la condición humana en la naturaleza y en el cosmos.
Gracias a esta concepción antropológica, ve muy bien la relación del contenido
humano de la literatura y de la poesía con la antropología y la política.
Paz habla de la necesidad, para
el que escribe de teoría o de filosofía política y para los políticos, porque
lee y medita a Sófocles, Esquilo, Eurípides… Al final de Medea, Las Bacantes, Alcestes siempre llega lo inesperado.
Shakespeare, Dante, Cervantes, Balzac, Dostoievski… es decir, el papel
maravilloso, terrible y permanente de las pasiones humanas, los amores, odios,
conflictos, celos, admiraciones, envidias. Paz ve la política como un juego de
fuerzas impersonales que poseen a los humanos, y también como las tentativas de
los seres humanos por establecer un juego personal de conciencia. Es en este
contexto donde podemos concebir a Paz como pensador político. Paz sabía unir
los dos elementos antagonistas para concebir la política: la pasión y la
crítica. Hay que recordar para esto un concepto clave en Paz: la pasión crítica, es decir, unir la crítica —que
significa también la autocrítica— y la pasión, y nunca disociarlas.
En la biografía de Paz, como en las de muchos intelectuales de su generación, hay una suerte de prueba de iniciación al mundo verdadero: el pasaje por el comunismo. Paz entendió muy bien el carácter religioso del comunismo. Aquí me gustaría hacer una pequeña corrección, si me lo permiten, a la palabra de Paz. Dice que el comunismo es una “pseudorreligión”. Pienso que deberíamos eliminar el prefijo “pseudo”. El comunismo fue una religión que creía en la salvación terrestre de los hombres y que pretendía emanciparlos de los horrores de la historia humana. Fue una religión con su promesa, con su mesías (el proletariado), con su apocalipsis (la Revolución). Era una promesa aparentemente científica y laica, pero religiosa sin duda. La lucidez crítica de Paz le ayudó, durante la guerra de España, a entender que no había coherencia tras el comportamiento y los actos, que la actitud de los comunistas no era coherente con la pasión de comunidad y emancipación, que el sacrificio personal iba de la mano con la hipocresía y con salvajes represiones.
Su lucidez lo orientó, como
también la amistad con Benjamín Péret, a quien conoció en México. Otra figura
importante fue André Breton, cuya integridad personal mantuvo a Paz despierto. Ante la prueba de iniciación, a
partir de la guerra de España, Paz permaneció despierto. Así, escapó a la
fascinación de las alternativas de hierro (nazismo, comunismo, socialismo),
ante las cuales se rindieron tantos intelectuales. De igual manera, su crítica
a la idea de Revolución fue pertinente y cardinal. Con agudeza vislumbró que,
al decretar el fin de los mitos, la Revolución se erigió en el mito central de
la modernidad. Entendió muy bien el papel mítico y fascinante de la Revolución,
y después la implosión del sistema —del imperio— soviético. Paz mantiene el
rechazo de las alternativas, tanto la del supuesto socialismo —demasiado
fantasmático—, como la del liberalismo económico —demasiado real. No en balde
señala que el mercado no tiene conciencia ni —palabra maravillosa—
misericordia. Es decir, Paz hace uso de sus lecturas humanas al “leer” el campo
de la política.
Hasta el fin de su vida, Paz fue un buscador. Recuérdese que la búsqueda es una palabra clave en su obra. Un buscador en movimiento, buscador de la tercera vía. En El laberinto de la soledad habla sobre los modelos que ofrecen tanto el Este como el Oeste y que no son más que compendios de horrores. Frente a ellos, Octavio Paz reflexiona acerca de la necesidad de que inventemos modelos más humanos. La cuestión queda abierta hasta hoy: unir las aspiraciones fundamentales que se encuentran enunciadas en la fórmula de la Revolución (digamos, de la República francesa): libertad, fraternidad, igualdad. Paz sabe muy bien que estas palabras son fundamentalmente complementarias, pero también que hay antagonismos tras ellas, porque la libertad sola, destruye la igualdad y destruye la fraternidad; si se impone la igualdad se destruye la libertad y en consecuencia la fraternidad; y la fraternidad es algo que no se puede decretar, pero resulta indispensable en una vida cívica, socializada. Paz no se resigna a abandonar ninguno de estos tres términos, de esta trinidad laica. Tal vez esa posibilidad exista en el camino de la tercera vía, del pensamiento meridional, del sur de la Europa mediterránea, del sur de América, es decir de la América Latina… Un pensamiento que pueda resistir a la barbarie nacida de nuestra misma civilización, una barbarie helada, anónima, mecanizada, donde priva el predominio de la técnica, de lo cuantitativo, de lo formal, del proyecto que oculta la realidad de las cualidades humanas, de las cualidades de la vida. Debemos buscar, responsabilidad también de las nuevas generaciones, debemos continuar esta búsqueda.
El pensamiento político de Paz —insisto— no estaba aislado, no se apartaba de la ética ni de la problemática del mal. Era sensible al mal, como en Dostoievski. Creo que uno de los fundamentos de su ética política es luchar contra el mal donde quiera que pueda surgir o brotar. Es decir (lo pongo en mis propias palabras) resistir a la crueldad del mundo.
Se trata de un pensamiento trágico. No podemos escapar a la tragedia del mundo, a la tragedia de la política, pero debemos asumir en el presente, en el aquí, de nueva cuenta, el sí, el no. Asumir al mismo tiempo la revuelta que la aceptación. En el movimiento final de su último cuarteto, Beethoven quería mostrar este conflicto permanente, indisociable, el sí / el no. Por ello escribió en su partitura: “Muss es sein?” Es muss sein!* Y yo me pregunto: ¿es posible la revuelta y la aceptación sin que uno de los términos elimine al otro? La lección fundamental, pienso, es resistir, resistir con integridad, resistir con lucidez, resistir con la pasión crítica, resistir contra las dos barbaries de nuestro siglo, que están muy vivas, muy activas, en el último año del siglo. La barbarie fría y helada que salió de nuestra civilización misma, y también las barbaries del odio, de la destrucción, que llegan del fondo de los tiempos históricos.
Creo que hay un mensaje fundamental de la resistencia. Este mensaje es el de Octavio Paz.
NOTAS
* “¿Es posible?” ¡Es posible! (N. del E.)