Conversaciones y novedades

"Nostalgia de la tribu": Una polémica con Ignacio Retes

Ignacio Retes ; Octavio Paz

Año

1995

Tipología

Controversias

Temas

Últimos años (1991-1998)

 

En 1995, Paz protagonizó con Ignacio Retes una de sus últimas disputas intelectuales. Ésta aludía directamente a sus años en Jurisprudencia e inició por una aseveración de Retes que daba por cierta su participación en la campaña política de Gabriel R. Guevara, candidato a la gubernatura del estado de Guerrero a finales de 1932 y principios de 1933.

          A continuación, reproducimos dicha confrontación que tuvo como escenario la revista Proceso.




Proceso, 13 de marzo de 1995

HOMBRE DE TEATRO DE TODA LA VIDA, IGNACIO RETES EXPLICA SU INCURSIÓN EN LA NOVELA A LOS 76 AÑOS; NOSTALGIA DE LA TRIBU, FINALISTA DEL PREMIO PLANETA

Roberto Ponce


A sus 76 años, el dramaturgo y director de escena Ignacio Retes incursionó en la narrativa con Nostalgia de la Tribu sobre sus recuerdos del zapatismo y la guerra cristera, obra finalista del IV Premio Internacional de Novela Planeta/Joaquin Mortiz 1995, 400 páginas inspiradas en la novela de la Revolución Mexicana.

     En su estudio de Tlalpan, donde trabajó el libro cuatro años (“leyendo, investigando cien libros y deshaciendo textos”), el fundador en 1946 del grupo teatral La Linterna Mágica muestra su álbum fotográfico familiar y exclama entre sorbos de café espeso:

     —La influencia más sana a la que puede acudir un escritor hoy en día es a la lectura de Martín Luis Guzmán y Rafael M. Muñoz, los dos grandes de la novela de la Revolución Mexicana.

     El galardón Planeta/Mortiz de 150 mil nuevos pesos fue para La corte de los ilusos, de “Marquesa de Alta Peña”, seudónimo con que presentó su obra Rosa Beltrán. ¿Qué sintió Retes al enterarse que el jurado formado por siete intelectuales dio a Nostalgia de la Tribu la segunda mejor votación de las diez finalistas?

     —Me sentí descorazonado —suspira—. Considero que el texto triunfador debe ser muy bueno, porque si no, yo hubiera ganado. Así de fácil. Tal vez haya contribuido el que mi novela la juzgaron muy desbalagada, muy arbitraria, muy libre. Ese ir y venir en el tiempo y el espacio debió resultarles confuso. Yo no lo creo. Me imagino que la novela ganadora es muy concreta, pues se refiere a los once meses del imperio de Iturbide.

     Retes, lúcido y de hablar fuerte, viste camisa invernal café a cuadros. De tez rojiza, relumbra con sus cabellos y bigotes casi porfirianos. Mira bonachón tras sus anteojos y se autodefine como un “narrador realista”.

     —Nunca pretendí ser un escritor con problemas individuales, de “si no escribo me muero”. Me cuesta trabajo escribir, se me complica la vida; pero estoy encantado. No trato que la gente se entere de mi problemática interna, de mi sufrimiento, eso de “el manejo del lenguaje se me complica a tal grado que es una angustia permanente y no encuentro la palabra adecuada…”. ¡Eso no! Ese personalismo a mí no me late.

     Enseña el original redactado en tres discos de su computadora en Word Perfect (sistema que se le rebela y no logra dominar del todo) y acerca con palabras a quien considera otro de sus influjos literarios: Fernando del Paso.

     —Mi admiración por del Paso es concluyente, yo creo que es el gran novelista mexicano de nuestro tiempo. Y de mucho tiempo. Posiblemente José Trigo sea para mí su mejor novela, no tanto su bellísima investigación sobre el lenguaje, sino más bien su hermoso manejo de los ambientes.

     Nostalgia de la Tribu es una novela ruda, de rompimientos: puede pasar en pocos renglones de la revolución a los años sesenta, e inmediatamente a la guerra cristera. En el fondo, la familia es el fondo duro que se resquebraja en el niño, en el Retes adolescente que se mete, oye, ve, vive las guerras de la traición y navega salpicado por ríos de sangre.

     —A veces hay alguien ahí que ni siquiera soy yo, quien está narrando.

     En síntesis: La familia de su madre Teresa Guevara de Chilpancingo, Guerrero, simpatiza con los cristeros; la paterna, los Retes de Tepic, Mazatlán y Sonora, son anticlericales. El escritor se halla, como el Balsas donde ocurren algunos pasajes, en medio de aguas irreconciliables. Retes se decide cuando escribe: “Dios se me fue de las manos” en la iglesia de la Sagrada Familia.

     —¿Leyó usted La Cristiada de Jean Meyer?

    —Sí, lo tengo “deshecho”. Jean Meyer habla de Guevara, de Retes y es documento primario para estudiar la cristiada: “salva” a los cristeros; son ángeles, dioses, héroes. Y los soldados federales son los canallas, pero no estoy de acuerdo con él.

      —¿Mejor el proceso de escribir novela que el resultado?

     —Me fue llegando mi país conforme fui escribiendo. No tenía idea tan clara de cómo fue México. Escribir me llenó.

     Entonces regala su propio espejo: “quien escribe, plagia”.

     —No me da pena meter una línea de un gran escritor como Rafael M. Muñoz. No se puede inventar un lenguaje nuevo. Nadie. Tenemos que asumir esa herencia. Manuel José Othón dice: Inmensidad arriba, inmensidad, inmensidad abajo

     “Esa línea yo la tengo clavada y simplemente la utilizo. Lo confieso textualmente; llega el momento en que uso palabras ajenas que hice mías y las digo textualmente: Muelles a la deriva, deslumbramientos, música amueblada por sus ojos… 

     “Es una frase textual de Vicente Huidobro que está en Altazor y yo se la aplico a una muchacha”.

     El erotismo de Nostalgia de la Tribu vibra en la prosa de Retes, como en el pasaje cuando se sienta, de chamaco, a escuchar cómo toca el piano su áurea Guadalupe:

     Los dedos de mi prima tropezaban con las teclas conforme los míos recorrían su cuerpo hasta abarcar sus pechos increíbles y rozar una y otra vez con el pulgar, el índice y el cordial sus pezones enhiestos como flores salvajes.

     Retes se echa hacia atrás en el sillón, cual niño travieso.

     —Hay muchas personas que están vivas todavía de las tantas que menciono en la novela. Pero le aseguro que no hay afán autobiográfico de hablar de mí mismo, como usted dice. Estoy totalmente seguro de que no hay ningún prurito de vanidad atrás del texto.


LOS MOTIVOS DE RETES

Si en el teatro Retes se mueve como pez en el agua, ¿por qué ahora se decide por otro género y, además, mete el texto a concurso?

     —Porque me dio miedo —dice— ponerme en el caso de ir con mi legajo bajo el brazo a buscar editor. Dije: “No, aquí de una vez: funciona o no”. Y pensé que me daría una enorme, […] satisfacción sacarme el premio y haber sido finalista en una empresa de Joaquín Diez-Canedo. Fue el mejor y más entrañable amigo de mi juventud, lo sigo queriendo más que a un hermano.

     Además, el diálogo dramático había “asqueado, aburrido” a este hombre de teatro:

     —Había que matarlo (al diálogo). Maté todas las descripciones inocuas, inútiles. Narro y de pronto aparecen subrayados trozos de diálogo incrustados, elementos esenciales del diálogo y muchas acotaciones. Ahí sí es herencia del cine y del teatro; la edición, quitar y mover secuencias: la esencia.

     —¿Qué piensa de la novela mexicana?

     —No he leído mucho, no me atrevo a juzgar a los jóvenes, no tengo el menor derecho.

     Pero el ahora novelista se decide:

     —Es triste, está sucediendo mucho que los individuos que hacen la cultura mexicana se sienten y están por encima de sus obras. Es el ego, es el yo. Los novelistas jóvenes saben del Támesis, del Bronx; pero no saben del Balsas, de los tlapanencas ni los amusgos. Digamos, todos los creadores de literatura light que es como la coca-cola, un servicio a la comunidad. Eso no tiene nada que ver con la profesión honesta del escritor.

     —¿Qué sucedió con quienes debieron heredar la tradición novelesca de la revolución mexicana?

     —Creo que se desvincularon del país. Esta corriente de la literatura que abandonó el realismo para enredarse en el estructuralismo, el objetivismo, en miles de cosas que han perjudicado a la novela porque no han pasado de ser aproximaciones, intentos de acercarse a un lenguaje que no nació con nosotros. Eso es muy claro también en el teatro…

     —En novela, ¿qué ejemplos le gustan?

     —Mire, yo estoy esperando la próxima novela de Fernando Del Paso. Si las novelas no adquieren esa dimensión que adquieren las de él, si la poesía no adquiere la dimensión que le han dado Octavio Paz o Efraín Huerta, como que no me satisface. Tal vez es una posición muy chocante, pero no: es muy concreta. Me gusta la novela que cuenta cosas, acontecimientos, y no las novelas individualistas. ¿Cómo le diré? Las famosas “novelas río” a mí me encandilaron de joven. Las novelas que fluyen, que cuentan. Roger Martin du Gard (1881-1958), son ocho tomos de Los Thibault, una novela de la Francia de la primera posguerra. Son novelas en que el texto está por encima del que escribe, no al revés.

     Retes, quien se declara zapatista, escribió ya su primera montaña narrativa y tiene el gusanito por subir de nuevo.

     —Puede ser que haga otra novela, pero todavía ando medio confuso. Para mí sería muy fácil retomar una de estas corrientes que se mueven en mi novela y a partir de ahí para irme a otra historia. El tema de las muchachas brigadistas de Santa Juana de Arco es increíble históricamente hablando. Apenas lo toco y no hay nadie quien lo haya tocado.

     Parpadea. Los ecos del histrión lo reclaman:

     Por ahí me gustaría ir para una obra de teatro. Es deslumbrante la acción de esas mujeres. Leí que Fernando del Paso está escribiendo sobre los cristeros, ojalá que trate a las brigadistas de Santa Juana con toda la dimensión que merecen.

     Hay alegría de vivir al terminar la entrevista:

     A mi edad me doy cuenta de que he conocido a mucha gente. El Negro Durazo, los Figueroa… Hasta Porfirio Barba Jacob y Octavio Paz aparecen en mi novela. A Jacob lo conocí, es un poeta muy importante. Llegó a Guerrero y le sucedió lo que le sucedió: se puso a sembrar mariguana en el corralito de atrás (suelta la carcajada), era el jefe de la imprenta del estado. Y Paz se ha de avergonzar ahora, pero estaba allá, haciéndole campaña a Gabriel R. Guevara para gobernador del estado de Guerrero.



Proceso, 27 de marzo de 1995

CARTA DE OCTAVIO PAZ: PIDE A IGNACIO RETES RECTIFICAR

Querido Julio:

No sin estupefacción he leído en el último Proceso (No. 958, del 13 de marzo) la entrevista de Ignacio Retes con Roberto Ponce acerca de su novela Nostalgia de la Tribu. Al final Retes dice: “he conocido a mucha gente: el Negro Durazo, los Figueroa… hasta Porfirio Barba Jacob y Octavio Paz aparecen en mi novela… y Paz se ha de avergonzar ahora pero estaba allá haciéndole campaña a Gabriel R. Guevara para gobernador del estado de Guerrero”. Jamás he participado en una campaña electoral, no conozco al señor Guevara, no soy de Guerrero y no he vivido nunca en ese estado. Quiero creer que se trata de una confusión de Retes y le pido que la rectifique inmediatamente en Proceso.

     Por otra parte, tengo entendido que esa novela aún no ha sido publicada, de modo que Retes tiene tiempo para corregir su error.

Un saludo afectuoso

Octavio Paz

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EXPLICACIÓN DE IGNACIO RETES

Ante la próxima publicación de Nostalgia de la Tribu, “la novela río” con que debutó en narrativa y quedó segundo lugar del IV Premio Planeta/Joaquín Mortiz 1995, Ignacio Retes considera que en su texto no hay equivocación histórica ni corrección que hacer.

     Con la versión definitiva de su obra casi en prensa, y debido a la exigencia del poeta Octavio Paz de que “hay tiempo para que usted corrija”, Retes dice a Proceso que “no se trata de vilipendiar ni calumniar a Paz”. Y reafirma: Paz anduvo en Guerrero durante la campaña de Gabriel R. Guevara.

     En Nostalgia de la Tribu, escribe Retes:

     De sus tiempos de estudiante en San Ildefonso, Manuel Sánchez H. —presidente de sociedades de alumnos, organizador de concursos de oratoria— conservó amistades y relaciones que lo mantenían en contacto con la metrópoli y lo aliviaban de los desastres de la cultura provinciana. Se carteaba con compañeros que conservaban en cajones de sus escritorios novelas, poesía, teatro, en espera de ser publicado algún día; era amigo de Rafael Solana, de Efraín Huerta y de Octavio Paz, quien a instancias suyas participó en la campaña de Guevara para gobernador.

     Explica Retes:

     —Manuel Sánchez H., quien fue el jefe de la campaña que promovía el general Gabriel R. Guevara a la gubernatura del estado de Guerrero a finales del año 32 y principios del 33, invitó a varios condiscípulos suyos, jóvenes que tenían 19, 20 años y estaban en la Facultad de Leyes, y estos jóvenes, la mayoría guerrerenses, fueron al estado de Guerrero, entre ellos Octavio Paz.

     Su fuente histórica es una novela autobiográfica de un guerrerense “de tierra caliente, de Arcelia particularmente”, Bulmaro Tapia y Terán, El libro que no escribí (Recuerdos de una vida intrascendente). En el pasaje del capítulo tercero en edición de autor (“quien falleció hace dos años”), “Con la proa en la Patria Chica”, del ejemplar original (sin fecha, págs. 16 y 17), se lee:

     Reunidos en un despacho de Brasil número 23, segundo piso, empezamos a coordinar y estudiar la mejor forma de organización para la campaña política que iniciaríamos en esos días en apoyo del general Gabriel R. Guevara. Don Rufino Salgado, Ramón Campos Viveros, Salomón Burgos y otros de la “vieja guardia” y los “recién nacidos” en estos menesteres, Manuel Sánchez H., Alejandro Gómez Maganda, Manuel M. Reynoso, Jesús Salazar Romero, Medardo Sánchez, Ramón Magaña, Jesús Mastache Román, Roberto Guzmán Araujo, Octavio Paz, Armando Salazar, el “grandote” Oropeza, Ángel Sánchez, Lamberto Zapata, y el que esto escribe; Gilberto Adame Guillén se unió a nosotros en Chilpancingo, después de renunciar al puesto que venía desempeñando en el norte de la República en la entonces Comisión Nacional Agraria. De este último grupo, sólo Jesús Mastache y Ángel Sánchez rebasaban los 25 años, los demás aún no cumplíamos los 22 y los menores 18 años. De aquí nació un grupo homogéneo, indisoluble que sólo la muerte te ha venido mermando.

     Retes expone los siguientes puntos:

     —Yo considero que Octavio Paz, siendo muy muy amigo de Manuel Sánchez H. (eso es irrecusable) se adhirió a esa campaña un poco por viajar, por conocer… él no es de Guerrero, es del D.F. Con ellos estuvo en Chilpancingo y en Tixtla. De Tixtla era Manuel Sánchez H. y ahí invitó a Octavio Paz.

     —Aunque no haya conocido a Guevara estuvo en el grupo que hizo esa campaña. ¿No sabía Octavio Paz quién era el general Guevara? ¿Qué andaba haciendo entonces en esos trotes? ¿Andaba de observador? Si Paz lo niega, ni modo. Yo me atengo a lo que está escrito aquí y a la información de tipo oral: mi madre supo que Octavio Paz estuvo en esa campaña.

     —De ninguna manera voy a corregir la novela, no fue un error lo que yo digo. No es ni lesivo ni ofensivo, ni calumnioso. No veo por qué tenga que corregir.

     —Creo que estamos hablando de otros niveles. El concepto de literatura que tengo, lo que acabo de escribir, y pretendo escribir en el futuro, está íntimamente ligado a aspectos de mi personalidad, de mi posición ante el gobierno y la censura. Mi novela es finalista y ya existe un contrato de publicación con la editorial. (Roberto Ponce)



Proceso, 27 de marzo de 1995

UNA ACLARACIÓN Y UN RECUERDO

Octavio Paz

México, a 22 de marzo de 1995.

Señor Julio Scherer, 

Director de Proceso

Querido Julio:

     Lamento de veras volver sobre un asunto nimio. Sobre todo en estos momentos. No tengo más remedio: la obstinación de Ignacio Retes me obliga. Sin embargo, no todo ha sido árida disputa. Al escribir esta aclaración volvió a mi memoria un episodio de mi adolescencia: el descubrimiento de los muchos Méxicos que es México. Por esto te ruego que, a pesar de su extensión, se publiquen en su integridad estas páginas. Te doy las gracias desde ahora. 

     Ignacio Retes dijo en Proceso que yo había participado, en 1932 o 1933, en la campaña electoral del general Gabriel R. Guevara para gobernador del estado de Guerrero: “Y Paz ha de avergonzarse ahora pero estaba allá, haciéndole la campaña a Gabriel R. Guevara”. En el número siguiente de Proceso aclaré que jamás había participado en campaña electoral alguna, que no conocí al señor Guevara ni sabía quién era, y que no soy del estado de Guerrero. Pensé que Retes era víctima de una confusión y le pedí que rectificase. En lugar de la respuesta sensata que yo esperaba, Retes replicó que no había nada que rectificar y que se sostenía en su dicho. Nos ha colocado así, a él y a mí, en una situación difícil: a él porque repite un hecho que es falso y se niega, sin razón, a restablecer la verdad; a mí porque me llama, implícitamente, mentiroso. Sin mucha esperanza, de que me oiga, le pido que reflexione: ¿por qué y para qué me empeñaría yo en ocultar un hecho que en sí mismo es insignificante? ¿Por qué es vergonzoso —o al contrario: enaltecedor— participar en una campaña electoral de un personaje desconocido? ¿No es más cuerdo pensar que él y sus informantes han sufrido una confusión de fechas o de nombres?

     Curioso por conocer la identidad del general Guevara, consulté anoche la Enciclopedia de México (1987). En el tomo VII, página 3718, leo: “El 25 de marzo de 1933, una semana antes de que terminase su período, una división en la Cámara, que los diputados dirimieron a balazos, produjo el desafuero del gobernador Adrián Castrejón y la entrega anticipada del poder al general Gabriel R. Guevara, al cual a su vez fue también desaforado en noviembre de 1935…”. Esto es todo lo que dice la Enciclopedia de México y esto es todo lo que yo sé del general Guevara.

     Mi reacción ante este infundio puede parecer exagerada. No lo es: se trata de mi vida y debo evitar que se me atribuyan actos, sean buenos o malos, que no he cometido. ¿Qué pruebas aduce Retes? Un párrafo de un libro que nadie ha leído de un señor Bulmaro Tapia Terán y una información familiar. En cuanto a lo primero: Retes transcribe unas frases del libro de Tapia Terán en las que relata, sin precisar la fecha, que en un despacho de Bolívar se reunió un grupo de jóvenes y de otros no tan jóvenes para organizar una campaña en favor de la candidatura de Guevara. Mi nombre aparece entre los asistentes a esa reunión. Absolutamente falso: nunca asistí a esa reunión ni a ninguna otra de ese tipo. Entre las personas que menciona Tapia debe haber, probablemente, algunos sobrevivientes: sería bueno escuchar su testimonio. Retes agrega que Manuel Sánchez, “a finales de 1932 o principios de 1933, invitó a varios condiscípulos suyos”, y que esos jóvenes “fueron al estado de Guerrero; entre ellos estaba Octavio Paz”. ¿Puede mostrar Retes una carta o un documento cualquiera para probar que Manuel Sánchez me hizo esa invitación en 1932 o en 1933 y que yo la acepté? ¿Hay algún documento, periódico, carta o testimonio en el que se diga que estuve en Guerrero en 1932 o en 1933? Retes concluyo: “yo me atengo a lo que está escrito aquí” (el libro de Tapia) “y a la información de tipo oral: mi madre supo que Octavio Paz estuvo en esa campaña”. No tuve el honor de conocer a la señora Retes pero, por más respetable que sea su memoria, transmitió a su hijo, si en efecto lo hizo, una información errónea.

*****

Conocí a Manuel Sánchez en 1930 o en 1931. Estudiamos el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso. Era amigo de varios amigos míos y nos presentó uno de ellos: Raúl Vega. ¿O fue José Alvarado? Un poco mayor que nosotros, Sánchez era un muchacho simpático y de espíritu despierto. No fue un íntimo amigo mío aunque siempre nos tratamos con cordialidad. Era un buen compañero. Llegaron las vacaciones de Semana Santa de 1931 —o sea, más de un año antes de los hechos a que se refiere Retes— y Sánchez me sorprendió con una invitación: pasar unos días en su pueblo natal, Tixtla. Acepté, encantado. Era la primera vez que salía solo, de México. Muy temprano tomamos un autobús. En Chilpancingo dormimos en un hotel. Un hermano suyo nos esperaba con tres caballos. Salimos en la madrugada. Aunque Sánchez me había prevenido y yo me había provisto de unas botas, no sabía montar. Pero aquellas bestias eran mansas y nunca, al menos conmigo, galoparon. Durante horas y horas subimos y bajamos cerros, atravesamos valles y cruzamos barrancos y hondonadas. A trechos nos deteníamos para comer un bocado, beber agua de nuestras cantimploras o descansar a la sombra de un árbol. Al anochecer entremos a Tixtla. No recuerdo sino una oleada de calor húmero y la violencia de la noche que cayó sobre nosotros en unos pocos minutos. Llegué muerto de cansancio. Me dolían las piernas: nunca había montado tantas horas. Pero tenía diecisiete años y, después de un refrigerio, me eché en un catre hecho de carrizos, instalado en un corredor de la casa. En el trópico de México, como en la India, mucha gente duerme al aire libre. A pesar de la dureza del catre, me dormí pronto, mecido por la música de los grillos y el rumor de los follajes.

     A la mañana siguiente, muy temprano, me despertaron el sol y los pájaros. Me levanté molido. Me dolía todo el cuerpo. Pero no perdí el ánimo. Los Sánchez eran campiranos y yo, un muchacho de la ciudad, no quería ser menos que ellos. Salimos y recorrimos el pueblo. Allí nació Altamirano; seguramente en la plaza había un busto suyo pero yo no lo vi o no lo recuerdo. Tixtla es (o era) un pueblo blanco como muchos de tierra caliente. Había huertas con árboles, agua, rincones de sombra y frescura. Paseamos por los alrededores, nos refrescamos en un arroyo de aguas puras; en una huerta vecina, propiedad de unos amigos de los Sánchez, cortamos unos melones y, echados en el suelo, nos los comimos mientras unos pájaros volaban de un árbol a otro. Dimos otra vuelta por el pueblo. No había monumentos que visitar y la única atracción era la naturaleza tropical: los árboles, los pájaros, las frutas. Y la gente: abierta pero sin la familiaridad excesiva de cubanos y veracruzanos. Hombres y mujeres de sonrisa fácil y, de pronto, miradas relampagueantes. Sensualidad y ráfagas de violencia. Me dijeron que eran frecuentes los raptos de mujeres y los hechos de sangre, fuese por asuntos de faldas o por rivalidades de familia. La política era una de las manifestaciones de esa violencia general. Regresamos a la casa al anochecer. Nos recibieron con alborozo las mujeres, que me veían con curiosidad y un poco de burla. Mis anfitriones me iniciaron en los misterios del pozole guerrerense y de otros platillos y bebidas. Naturalmente alguien trajo una guitarra y se cantaron canciones.

     Un día después, cuando apenas me reponía de las magulladuras, me anunciaron que teníamos que visitar Chilapa, sede del arzobispado. Temblé ante esta nueva prueba pero asentí con una sonrisa estoica. De nuevo la cabalgata interminable. Subimos y subimos. Piedras y más piedras, torrentes secos, rocas, polvo, hondonadas y visitas admirables. Abajo, una tierra áspera y una vegetación de púas: órganos y otras plantas espinosas. Arriba, un cielo límpido y manadas blancas de nubes rodando perezosas sobre los cerros pelados. Chilapa anida en un valle entre montañas. Es (o era) una ciudad eclesiástica. Pensé que encontraría alguna construcción novohispana; no los edificios eran del siglo pasado. Una arquitectura pesada y sin estilo. La cal de los edificios brillaba bajo el sol alto y poderoso. Sol y sombra de nuestras montañas: mediodías ardientes y atardeceres helados, como las almas de muchos de nosotros. Visitamos un convento y en una ventanilla del refectorio —fresco y silencioso como una catacumba— compramos unos dulces que hacían las monjas. Merendamos en el mesón que nos hospedaba y los comimos. Un manjar exquisito. Es curioso que la buena cocina mexicana haya nacido en los conventos de monjas y que allí se hayan preservado. Dimos una vuelta al atardecer por la melancólica plaza: jóvenes adustos y muchachas recatadas. Nada más distinto de Tixtla. Dos Méxicos: uno tropical, republicano y echado hacia fuera; otro, clerical, pétreo y ensimismado. Los dos violentos. Dormimos en la posada y al amanecer emprendimos el descenso hacia Tixtla. En los altos del camino, el hermano de Manuel Sánchez, que llevaba un pistolón, disparaba contra los pájaros. Pasé en Tixtla otros dos días y, de nuevo a caballo, regresamos a Chilpancingo. Allí me despedí de los Sánchez y volví a México en un autobús rechinante.

     Durante los siete días que duró mi excursión no se habló una sola palabra de política local. Quizá Guevara no era todavía candidato o los Sánchez aún no eran sus partidarios (si es que lo fueron). Hablamos de Vicente Guerrero y del Plan de Iguala, de Galeana y los Bravo, de Juan Álvarez y el Plan de Ayutla (¡cuántos planes tiene nuestra historia!). Hablamos también de Vasconcelos y, sobre todo, de Tixtla y de Chilapa: una, tierra y agua; otra, piedra y cielo. La estrella de Acapulco y sus playas apenas despuntaba. Del otro, el Acapulco de la nao de China, los Sánchez apenas si tenían noticia. No era accidental esa ignorancia. En nuestras escuelas se enseña una versión sectaria de la historia de México, dividida en dos grandes períodos: la legendaria del mundo prehispánico (simplificado e idealizado) y la épica novelesca de los siglos XIX y XX, teatro de las luchas entre los buenos (nosotros) y los malos (ellos). El período intermedio, Nueva España, es visto como un paréntesis y una usurpación. Sin embargo, México nació en ese paréntesis, en los siglos XVII y XVIII.

     Al año siguiente (1932) ingresé en la Facultad de Derecho por imposición familiar y asistí, por decisión propia en Filosofía y Letras, como “oyente”, a los cursos de Antonio Caso, Julio Torri y otros. Pero Manuel Sánchez no volvió a la Universidad. Dejé de verlo varios años. Supe que vivía en Guerrero. Hacia 1941 o 1942 lo volví a ver en dos o tres ocasiones y recordamos nuestra memorable excursión. A esto se redujo mi relación con Manuel Sánchez. A veces lo recuerdo y sonrío: aquel paseo fue una iniciación.

     *****

El error de Retes es explicable. No lo es su obcecación. ¿Terquedad o altanería? No es grave cometer un error; es grave negarse a enmendarlo. Se lo pedí cortésmente y él ha contestado con un tono de porfía y con pocas razones. Ojalá que recapacite: no tengo nada en contra suya y le será imposible probar que yo estuve en Guerrero en 1932 o en 1933. De otro modo, tendré que recurrir a la autoridad judicial. He hablado ya con la Editorial Joaquín Mortiz para enterarlos de mi propósito. Espero que no sea necesario llegar a mayores.

     Un abrazo cordial,

     Octavio Paz

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DECLARACIÓN DE JESÚS SALAZAR ROMERO

En el año 1930 ó 31 se formó un grupo en la Preparatoria, del que formaba parte Octavio Paz, Roberto Guzmán Araujo, Salvador Toscano, Raúl Vega Córdoba, Enrique Ramírez y Ramírez, Rafael López Malo y como unos 10 estudiantes más. Políticamente encabezaba ese grupo Manuel Sánchez H., que era presidente de la Escuela Nacional Preparatoria y contendía en esos años para presidente de la Federación Universitaria, apoyado por todos los ya mencionados.

     En el año 32 Manuel Sánchez H., que era guerrerense, fue invitado por el general Gabriel R. Guevara, tío de Ignacio Retes, para que lo acompañara a su campaña política para gobernador del estado de Guerrero. De ese grupo, varios estudiantes acompañaron a Sánchez, entre ellos su servidor, que tenía 17 años, los mismos de Octavio Paz.

     Sobre lo que viene polemizando Octavio Paz, si estuvo en esa campaña o no, a mí me consta que estuvo en Guerrero en el año de 1931 invitado por Sánchez H., a conocer su pueblo, Tixtla, y Octavio aceptó la invitación y estuvo en Tixtla y Chilpancingo por ese motivo. En el año 32 empezó la campaña, a la que como queda dicho concurrieron varios compañeros del grupo de Octavio Paz, por lo que seguramente quienes lo vieron en Guerrero el año anterior dieron por hecho que había ido a la campaña del general Guevara.

     Pero a mí me consta que Octavio no estuvo en la campaña, ni pronunció discursos ni nada que se le parezca, por lo cual es explicable la confusión de Retes. De todo ese grupo solamente Octavio Paz y yo somos sobrevivientes.



Proceso, 3 de abril de 1995

RESPUESTA DE IGNACIO RETES A OCTAVIO PAZ

Distinguido Julio Scherer:

El general Guevara decía a sus oficiales “hay que relacionar los hechos con sus tiempos”. Es lo que pretendo, no sin antes ofrecer una disculpa a Octavio Paz por el lenguaje grosero e improcedente que usé en la entrevista con Roberto Ponce que dio pie a esta amarga controversia. Acerca de esas palabras me forjé una explicación, que no una justificación: me siento dueño de un patrimonio espiritual heredado, en gran medida, de la poesía de Octavio Paz. Mi admiración, mi devoción por su obra poética es indeclinable. Intuyo, sin embargo, que el mismo Octavio Paz me ha despojado de parte de ese patrimonio. Confieso, sin eufemismos, que guardo hacia él una cierta actitud hostil: no comulgo con sus ideas políticas, con su proclividad a inciertas virtudes de las democracias occidentales. De allí se derivan, supongo, las groseras palabras por las que vuelvo a ofrecer mis disculpas.

     Ahora bien, ninguna de esas palabras aparece en el cuerpo de la novela, no existe la menor sombra de ofensa hacia Octavio Paz, quien es mencionado tres veces a propósito de, primero: “Manuel Sánchez H. era amigo de Octavio Paz, quien, a instancias suyas, participó en la campaña de Guevara para gobernador”, seguida de la descripción de una fotografía de Octavio Paz tomada en Tixtla, misma que conservó Manuel Sánchez H. en su biblioteca hasta su muerte.

     Segundo: instalé una línea de las seis que abren y cierran el poema más ambicioso de Paz, línea que quedó amorosamente resguardada a babor por “Moby-Dick”, a estribor por Herman Melville. No encontré mejores nombres para enmarcar el verso refulgente.

     Tercera y última mención: conservo una antología editada en 1939 por el periódico El Nacional en la que el poeta guerrerense Manuel M. Reynoso y José Muñoz Cota comparten espacios con algunos poemas de Octavio Paz: “Raíz del Hombre” en sus primeras versiones y algo de “Bajo tu Clara Sombra”.

     Octavio Paz no comulga con la tradición oral, exige pruebas palpables, documentos, periódicos, etc. Y rechaza todo aquello que provenga de personas desconfiables por su escasa relevancia en la vida nacional. La retractación de Jesús Salazar Romero —la fuente más amplia de mis informaciones—, acosado por poderosos telefonemas, me deja —es un decir— sin sustento para mis puntos de vista. No es así. Lamento que Salazar Romero haya convertido a Bulmaro Tapia, tras una amistad entrañable de más de sesenta años, en un pobre imbécil embustero y mitómano.

     Regreso, como decía el general Guevara, a relacionar los hechos con sus tiempos: en la semana santa de 1931 Manuel Sánchez H., apoyado por sus condiscípulos, Paz, Guzmán Araujo, Toscano, Raúl Vega Córdoba —en cuya casa en el barrio universitario se reunían con frecuencia los estudiantes acogidos por la madre de Raúl, doña Pura Córdoba, la gran veterana de la radiofonía en México—, Enrique Ramírez y Ramírez, Rafael López Malo y algunos más, organizó, en su calidad de Presidente de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria, una excursión a la prensa de Necaxa, en lo más intrincado de la sierra de Puebla. El propio don Pedro de Alba, director de la preparatoria, participó de la aventura.

     “Los hechos y sus tiempos”: no viene al caso discutir si Octavio Paz concurrió o no a esa excursión. Lo importante es precisar que en las vacaciones de semana santa de 1931 Manuel Sánchez H. andaba por la sierra de Puebla, no en Tixtla. 

     Octavio Paz pone en duda, inclusive, la participación de Sánchez H. en la campaña de Guevara. Es natural: la memoria se va abriendo poco a poco hacia el pasado cuando se persigue a los recuerdos. Paz, a la mitad de esta controversia, acabó por recordar su viaje a Tixtla. Son las fechas las que no recuerda con precisión. Manuel Sánchez H. no sólo fue el jefe de la campaña política del general Guevara sino que, a la vez, era candidato a diputado local precisamente por el distrito de Tixtla, su tierra. Los gastos de campaña —transportes, hospedaje, alimentación, gastos menores— corrían por cuenta del dinero proporcionado por el general Guevara. Manuel administraba esos gastos. Octavio Paz formaba parte de ese grupo. Si en los siete días de permanencia de Octavio Paz en Tixtla no se habló de Guevara y Manuel no mencionó siquiera su propia candidatura y se dedicaron a hablar de Vicente Guerrero y de Vasconcelos y del Plan de Iguala, es un fenómeno que no acabo de explicarme.

     No cuento con el merecidísimo prestigio de Octavio Paz ni con un grupo de poder que me respalde. Me desconsuela la amenaza de un ejercicio de autoridad de corte dinosáurico. No tengo con qué responder —ni lo haría— a una demanda judicial en mi contra.

     No sé qué sería de mí si Nostalgia de la Tribu se queda enclaustrada en la gaveta del escritorio de algún funcionario de Planeta-Mortiz. Corro el riesgo.

Atentamente:

Ignacio Retes

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