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El liberalismo escéptico de Octavio Paz: una mirada a la modernidad política

Yvon Grenier

Tipología

Controversias

Temas

Recontextualizaciones

 

Yvon Grenier

La excentricidad de América Latina consiste en ser una excentricidad
europea; quiero decir, es otra manera de ser occidental. Una manera
no-europea. Dentro y fuera, al mismo tiempo, de la tradición europea,
el latinoamericano puede ver a Occidente como una totalidad
y no con la visión, fatalmente provinciana, de un francés, un
alemán o un italiano.[1]

Octavio Paz

 

If liberalism is, as I believe it to be, a large tendency rather
than a concise body of doctrine, then, as that large tendency
makes itself explicit, certain of its particular expressions are
bound to be relatively weaker than others, and some even useless
and mistaken. If this is so, then for liberalism to be aware of
the weak or wrong expressions of itself would seem to be an
advantage to the tendency as a whole.

Lionel Trilling (1951 xi)


*Antes de triunfar y convertirse, a fines de este siglo, en la ideología política dominante, el liberalismo era una excentricidad anglosajona[2]. A pesar de la globalización del capitalismo (una consecuencia del liberalismo, más que su axioma), parece ser que la estructura filosófica y política del liberalismo se apoya en cimientos que, en el mejor de los casos, son endebles. De aquí que podamos hablar de un frágil triunfo del liberalismo, el cual bien puede ser el último conjunto verdaderamente moderno de ideas y creencias de Occidente, su última gran epopeya.

El presente ensayo intenta mostrar cómo esta incongruencia política, la extensa pero frágil diseminación del liberalismo, pone al descubierto un aspecto interesante de nuestra modernidad política. En otras palabras, no es tanto que el liberalismo sufra de una malaise crónica, sino que hay una especie de desconexión entre las principales prácticas liberales (en palabras de Schumpeter, “mecánica democrática”, capitalismo y libertades civiles y políticas), las cuales se aceptan sin reservas, y sus valores fundamentales (progreso, igualdad, libertad, universalidad), que cada vez se ponen más en duda, o incluso llegan a rechazarse.


El liberalismo escéptico

Para examinar este aspecto de nuestra modernidad de una manera original y, esperamos, fructífera, podemos acercarnos al pensamiento de Octavio Paz, renombrado artista e intelectual[3]. Las ventajas de este acercamiento pueden resumirse en una sola frase: Octavio Paz es uno de los últimos intelectuales[4], esto es, los individuos que entienden la cultura en su conjunto, los amateurs informados que conectan la estética con la moral[5], los que se esfuerzan en dar forma a la res publica[6] por medio del pensamiento. En pocas palabras, Octavio Paz es uno de los últimos hombres capaces de criticar los cimientos mismos del orden establecido. Más aún, es un verdadero cosmopolita, un ciudadano de su tiempo que, sin embargo, escribe y piensa desde México, un país en vías de modernizarse que experimenta la tensión creadora resultante de conjugar patrones sociales antiguos y modernos, la estabilidad con la transición. Como muchas, si no es que la mayoría, de las debilidades del liberalismo surgen de sus fundamentos morales y éticos (o de la falta de esos fundamentos) más que de sus prácticas, resulta útil conocer lo que artistas y filósofos tienen que decir al respecto, en especial si, como Paz, están preparados para revisar y criticar la ideología “desde dentro” (pues las ideologías francamente antiliberales ya son bien conocidas y han terminado por ser muy predecibles).

A Octavio Paz se le suele contar entre los intelectuales “liberales” de América Latina (una categoría un tanto despoblada). Es de los poquísimos intelectuales que, mientras denunciaban el “socialismo real” y el castrismo, han declarado que la pluralidad y la democracia (“sin adjetivos”) son una necesidad imperiosa para México y América Latina[7]. Esto bastó para que muchos de sus colegas lo tildaran de “conservador” (¡o algo peor!). Sin embargo, Paz claramente toma distancia con respecto al conservadurismo tradicional, en especial en su versión latinoamericana (clerical, de un nacionalismo narcisista y con una concepción orgánica de la sociedad), lo cual, a los ojos de cualquier observador medianamente enterado, hace de él un destacado exponente del liberalismo.

Entre los colegas de Paz, han sido pocos los que han dejado pasar la oportunidad de mortificarlos a él y a “sus amigos” (la mayor parte de los cuales colaboraron en Vuelta, la revista del poeta) por acumular su desdén sobre el comunismo y no sobre las dictaduras capitalistas de América Latina[8], más numerosas y más necesitadas de desdén. A grandes rasgos, los inquisidores de Paz tienen razón. No obstante, pasan por alto un punto importante: el pensamiento político de Paz es, ante todo, un contrapeso intelectual que iguala las fuerzas en disputa dentro de la intelligentsia, lo cual es más importante que su eficacia para enfrentar el problema en el mundo. Hay que tomar en cuenta que la intelligentsia latinoamericana, hasta hace muy poco tiempo, era de mayoría abrumadoramente leninista.

Los “intereses” y no las “ideas” son el apoyo de los Pinochet del mundo. Paz habla de política, primero y siempre, con los que están a su mismo nivel. En sus escritos, denuncia la dictadura totalitaria y la sociedad liberal (aunque nunca deja de distinguir las diferencias entre ambas): casi nunca le presta especial atención ni energía intelectual a las dictaduras militares ya que nadie las defiende o se atreve a negar su mediocridad. Paz no arremete contra murallas vencidas.

Dicho esto, resulta que el compromiso de Paz con el liberalismo no es tan fuerte ni tan “profundo” como pudiera parecer a primera vista. Es más, pensamos que, en realidad, Paz no es un liberal de “tiempo completo”. Siempre que se refiere a la modernidad, parece que estuviera aceptando un sino. Por ejemplo, en Itinerario (1993), Paz se refiere a su libro más famoso, El laberinto de la soledad (1950), como “una apasionada denuncia de la sociedad moderna en sus dos versiones, la capitalista y la totalitaria” (Itinerario 41). Ataca sin misericordia el materialismo y la civilización tecnológica. Hacia la idea del tiempo lineal y el progreso, conceptos clave del liberalismo y el pensamiento moderno, no dirige otra cosa que su desprecio[9]. Paz piensa que estamos viviendo “el crepúsculo de muchos de los supuestos que fundaron hace dos siglos a la modernidad. Entre ellos dos básicos: el culto al futuro y la idea de progreso, en sus dos vertientes, la evolucionista y la revolucionaria”[10].

Al mismo tiempo. Paz siente, nostalgia de los valores comunitarios tradicionales, arraigados en la historia de su patria y en la cuna de nuestra civilización. Su herencia filosófica se remonta a Kant[11] pero, como es costumbre, pasa por los hijos turbados de la modernidad: Marx, Freud y Nietzsche. Tomó sus ideas sobre el arte y la cultura de los ríos y afluentes del romanticismo, del romanticismo inglés y del alemán (donde tal vez podamos incluir a Freud y a Marx), de la vanguardia latinoamericana y, por supuesto, del surrealismo (Van Delden 1997). En El arco y la lira, Paz afirma que la poesía es “un alimento que la burguesía —como clase— ha sido incapaz de digerir”, lo cual explica por qué “la poesía moderna se ha convertido en el alimento de los disidentes y desterrados del mundo burgués” (oc 1: 66). ¿Es la burguesía mexicana incapaz de digerir a Paz? Tal vez la respuesta sea no, pues la burguesía se ocupa del aquí y del ahora (donde Paz es más conciliador) y no le preocupa mucho que, según Paz, “la historia de Occidente puede verse como la historia de un error, un extravío, en el doble sentido de la palabra: nos hemos alejado de nosotros mismos al perdernos en el mundo. Hay que empezar de nuevo” (oc 1: 117). Alguien podría decir que si así son los liberales de México, el país no necesita antiliberales.

Y sin embargo, Paz es antes que nada un practicante del arte moderno. Lo moderno de ese arte no le viene a pesar de criticar sin clemencia la modernidad, sino, como Paz no se cansa de repetirlo, gracias a ello. Es cierto, Paz critica la modernidad y, no obstante, es parte de ella: por eso la fortalece. Según sus propios principios, Paz es tan liberal como puede serlo un artista. En consecuencia, sus contribuciones son únicas y muy útiles para entender la actual crisis de los valores liberales. En resumidas cuentas, Paz es el corresponsal en el territorio enemigo de románticos y antiliberales.

Es muy cierto que los puntos de vista de Paz a menudo se contradicen entre sí. Esto, en gran parte porque Paz evita discutir los problemas en blanco y negro, lo cual es especialidad de los ideólogos. Paz es, tout-a-tour, un liberal conservador, un socialista liberal, un liberal romántico, un liberal del espíritu. Más propiamente, mi liberal antiliberal. Sus contradicciones bien pueden indicar el nivel máximo de liberalismo posible en un país que no es liberal[12], en una época de la historia occidental en la cual el compromiso con los valores liberales es, a lo más, superficial. En conclusión, las contradicciones políticas de Paz no son sólo suyas: son las contradicciones de nuestro tiempo[13].


De la libertad al liberalismo y viceversa

Las aventuras del arte han sido
las aventuras de la libertad.
Octavio Paz (oc 7: 213)

 

Isaiah Berlín dijo una vez que su compromiso intelectual con el liberalismo era “inevitable” dados su “interés por la libertad individual” y su “completa oposición” a cualquier clase de “solución final”[14]. Es muy cierto que alguien puede alejarse de los valores y prácticas periféricos del liberalismo (como lo hizo el mismo Berlin con su colectivismo y, tal vez, con su sionismo), pero la celebración de la libertad de los individuos y, por extensión, la desconfianza frente a las autoridades corporativas, monistas (la Iglesia, el Estado, el Partido) son las pruebas cruciales.

El poeta mexicano pasa esas pruebas. Es más, la libertad ocupa el centro de su visión del mundo, en general, y de su teoría del arte, en particular. Él concibe la libertad como la oportunidad para decir “no”, para cambiar de opinión, improvisar, para no seguir las normas establecidas[15]. No es ni una agenda política planeada para el futuro ni un mito, “una historia sagrada de los orígenes”, en palabras de Mircea Eliade. La libertad no es una ideología: jamás debe serlo. Es el pivote alrededor del cual gira la “filosofía del presente” de Paz.

En su conferencia de aceptación del premio Cervantes 1981, cuyo atinado título es “La tradición liberal”, Paz declara claramente cuál es su posición:

Apenas la libertad se convierte en un absoluto, deja de ser libertad: su verdadero nombre es despotismo. La libertad no es un sistema de explicación general del universo y del hombre. Tampoco es una filosofía: es un acto, a un tiempo irrevocable e instantáneo, que consiste en elegir una posibilidad entre otras. No hay ni puede haber una teoría general de la libertad porque es la afirmación de aquello que, en cada uno de nosotros, es singular y particular, irreductible a toda generalización. Mejor dicho: cada uno de nosotros es una criatura singular y particular. La libertad se vuelve tiranía en cuanto pretendemos imponerla a los otros [oc 3: 306].

  

Para Paz, la libertad, incluso el liberalismo, precede a la ideología política del liberalismo abanderada por los filósofos escoceses de la Ilustración y se extiende más allá de ella. Para él, Cervantes, el inventor de la novela moderna, es “el escritor nuestro que encarna más completamente los distintos sentidos de la palabra liberal”. Resulta obvio que Paz piensa esto porque Cervantes fue el primero y más poderoso abogado del pensamiento crítico y no porque se comprometa con el liberalismo en la acepción contemporánea de la palabra:

Con Cervantes comienza la crítica de los absolutos: comienza la libertad. Y comienza con una sonrisa, no de placer sino de sabiduría. El hombre es un ser precario, complejo, doble o triple, habitado por fantasmas, espoleado por los apetitos, roído por el deseo: espectáculo prodigioso y lamentable. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce: el yo es plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír[16] [oc 3: 307].

 

De la defensa de la libertad resultan el rechazo del absolutismo y el centralismo y, por ende, sus simpatías hacia la democracia plural. Como él mismo señala: “El centralismo —económico, político, cultural— no es sino una forma más perfecta y terrible del monopolio, es decir, del absolutismo.”[17] Como lo repite en Itinerario: “Debemos defender esas instituciones y defender los gérmenes de libertad que contienen, no anularlos” (Itinerario 110-111). Paz menudea estos consejos cuando critica las “sociedades democráticas liberales” en su conjunto. Por ejemplo, el poeta escribió: “Ayer dijimos el horror que sentíamos ante las injusticias del sistema totalitario comunista: con el mismo rigor debemos ver ahora a las sociedades democráticas liberales” (Itinerario 124).

En conclusión, Paz valora las virtudes del liberalismo político y la democracia plural, pero parece no tener en cuenta las condiciones sociales, económicas e históricas que probablemente hicieron surgir esas virtudes.


Fascinación fatal por la modernidad 

La modernidad es una palabra en busca de su significado:
¿es una idea, un espejismo o un momento de la historia?
¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación?
Nadie lo sabe a ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la perseguimos.
Para mí, en aquellos años, la modernidad se confundía con el presente o,
más bien, lo producía: el presente era su flor extrema y última. 
Octavio Paz, “La búsqueda del presente”, conferencia Nobel (oc 3: 36)

 

Las opiniones de Paz sobre la modernidad son diversas. La modernidad está vinculada con numerosos fenómenos relacionados entre sí: primero, los valores de la Ilustración y el liberalismo (igualdad, libertad, progreso, universalismo) y, después, conforme se fue propagando, la revolución (“la religión pública de la modernidad”), la tecnología, la ciencia, el capitalismo, la urbanización, el individualismo y la secularización. A veces, Paz se congratula de algunos de esos fenómenos o de sus repercusiones. En conjunto, es imposible dejar de concluir que Paz piensa que, con todo y sus horrores, la modernidad es la aventura de nuestro tiempo, en la que México debe participar de lleno —y ante la cual tiene la esperanza de que participe de manera crítica y constructiva.

A lo largo de su obra, Paz define la modernidad de muchas maneras. Antes que nada, es una “aspiración” eterna, una proyección hacia el futuro[18]. Lo que importa no es el futuro, pues nunca se le alcanza, sino la aspiración misma, el “incesante advenimiento del ahora”[19] (oc 3: 144). La modernidad es un periplo sin fin, la búsqueda de una utopía, tal vez con un carácter fundamentalmente religioso, pero éste, a diferencia del cristianismo, sí termina, no es eterno.

La historia de esta aspiración es muy antigua y, por tanto, puede presentarse como una “tradición”. Tal es la tradición de la ruptura que, en lo que toca a las artes, a menudo significa una vuelta a los orígenes, entendidos no como un suceso del pasado sino como un estado perpetuo, arquetípico. Este pasado vive y da forma al único tiempo que importa: el tiempo presente[20].

Al expresar su intento personal por alcanzar la modernidad, Paz hace memoria: “Mi búsqueda no fue quimérica, aunque la idea de modernidad sea un espejismo, un haz de reflejos. Un día descubrí que no avanzaba sino que volvía al punto de partida: la búsqueda de la modernidad me condujo a mi comienzo, a mi antigüedad. La ruptura se volvió reconciliación” (oc 3: 37). El pasado y el futuro importan sólo cuando se integran al momento presente, el instante libre donde los hombres se vuelven a inventar a sí mismos:

Volví a mi origen y descubrí que la modernidad no está afuera sino adentro de nosotros. Es hoy y es la antigüedad más antigua, es mañana y es el comienzo del mundo, tiene mil años y acaba de nacer. Habla en náhuatl, traza ideogramas chinos del siglo IX y aparece en la pantalla de televisión. Presente intacto, recién desenterrado, que se sacude el polvo de siglos, sonríe y, de pronto, se echa a volar y desaparece por la ventana. Simultaneidad de tiempos y de presencias: la modernidad rompe con el pasado inmediato sólo para rescatar al pasado milenario y convertir a una figurilla de fertilidad del neolítico en nuestra contemporánea. Perseguimos a la modernidad en sus incesantes metamorfosis y nunca logramos asirla. Se escapa siempre: cada encuentro es una fuga. La abrazamos y al punto se disipa: sólo era un poco de aire. Es el instante, ese pájaro que está en todas partes y en ninguna. Queremos asirlo vivo pero abre las alas y se desvanece, vuelto un puñado de sílabas. Nos quedamos con las manos vacías. Entonces las puertas de la percepción se entreabren y aparece el otro tiempo, el verdadero, el que buscábamos sin saberlo: el presente, la presencia [oc 3: 41].


Sobre todas las actividades humanas, es en las artes donde se entiende mejor que la modernidad es una aspiración. Aquí Paz juzga lo moderno con relativa benignidad, pues el arte moderno supone una disposición crítica hacia la sociedad en su conjunto y hacia el arte mismo. Incluso cuando anuncia que el arte moderno ha dejado de cumplir la tradición de la ruptura[21], tan sólo está repitiendo lo que prácticamente todos los artistas han dicho y hecho desde hace dos siglos. Astucia suprema de la historia: al criticar la modernidad se la renueva.

La modernidad en las artes celebra el cosmopolitismo pues la creación artística es un intercambio en el cual participan las generaciones de artistas de todo el mundo. Hoy ya no existe una “periferia” porque tampoco hay un “centro”. Como dice Paz: “Los estilos son temporales; no pertenecen a los suelos sino a los siglos.”[22] Las identidades nacionales nunca son confiables, mucho menos cuando se trata de identificar a los grandes artistas.

Por ejemplo, refiriéndose a los modernistas de fines del siglo pasado (en particular, a Rubén Darío), Paz declara:

Los modernistas no querían ser franceses: querían ser modernos. El progreso técnico había suprimido parcialmente la distancia geográfica entre América y Europa. Esa cercanía hizo más viva y sensible nuestra lejanía histórica. Ir a París o a Londres no era visitar otro continente sino saltar a otro siglo. Se ha dicho que el modernismo fue una evasión de la realidad americana. Más cierto sería decir que fue una fuga de la actualidad local —que era, a sus ojos, un anacronismo— en busca de una actualidad universal, la única y verdadera actualidad. En labios de Rubén Darío y sus amigos, modernidad y cosmopolitismo eran términos sinónimos. No fueron antiamericanos; querían una América contemporánea de París y Londres [“El caracol y la sirena” oc 3: 142]. 


Resulta muy interesante comprobar que los muralistas mexicanos (Rivera, Orozco y Siqueiros), elevados por el gobierno mexicano a pintores oficiales de la Revolución y, a diferencia de los modernistas, considerados en general como verdaderos “nacionalistas”, le merecen un comentario similar: “La pintura mexicana moderna es el resultado de la confluencia, como en el caso del descubrimiento del arte prehispánico, de dos revoluciones: la social de México y la artística de Occidente.”[23] Como por accidente, América Latina no siempre es el mudo receptor de este diálogo entre artistas de todas las naciones: los artistas latinoamericanos han tenido gran influencia en España[24] y sus contribuciones al arte moderno son de relevancia evidente.

En pocas palabras, parece ser que la modernidad, si se entiende como una aspiración, es compatible no sólo con una enorme creatividad sino también con un cierto universalismo, expresado en el cosmopolitismo de los artistas modernos y, por supuesto, festejado tanto por el liberalismo como por la filosofía de la Ilustración.

Además de ser una aspiración, la modernidad suele confundirse con los diferentes proyectos de sociedad que se han establecido en Occidente a partir de la Revolución francesa. Paz los ataca a todos con entusiasmo, aunque no siempre con el fino juicio que se espera de él.

En la base del ataque furibundo de Paz contra esos proyectos, se puede encontrar que sus denominadores comunes filosóficos, la razón y la utopía del progreso, le merecen una pobre opinión. En esto, Paz revela claramente su deuda con los románticos, inventores de la poesía moderna y patronos poco reconocidos no sólo de Marx, Freud y Nietzsche, sino que, es de suponerse, también de los críticos más recientes del liberalismo. La razón lleva a “la crítica de todo sustancialisino” (oc 1: 303), al agnosticismo y, por extensión, al liberalismo. Separa al individuo de su verdadera esencia de persona y es incapaz de llenar el vacío así creado que Nietzsche llama “la muerte de Dios”. En el discurso de aceptación del Premio Tocqueville 1989, Paz arguye que:

El liberalismo democrático es un modo civilizado de convivencia. Para mí es el mejor entre todos los que ha concebido la filosofía política. No obstante, deja sin respuesta a la mitad de las preguntas que los hombres nos hacemos: la fraternidad, la cuestión del origen y la del fin, la del sentido y el valor de la existencia. La edad moderna ha exaltado al individualismo y ha sido, así, el periodo de la dispersión de las conciencias. Los poetas han sido particularmente sensibles a este vacío [oc 1: 527].

 

Algo similar dice en Itinerario (1993): “Vivimos un vacío histórico. El mercado libre probó ser más eficaz que la economía estatal, pero el mercado no es una respuesta a las necesidades más profundas del hombre. En nuestros espíritus y en nuestros corazones hay un hueco, una sed que no pueden satisfacer las democracias capitalistas ni la técnica” (Itinerario 233-234. Las cursivas son mías).

Los liberales son los principales culpables de esta situación desoladora. Fueron ellos los primeros en erigir a la razón en Ser Supremo, seguidos después por los positivistas y los socialistas: “Los tres proyectos —el liberal, el positivista y el revolucionario— son variantes de la misma idea. Los une el mismo propósito y los anima la misma voluntad: convertir a México en una nación moderna. Así, el fracaso de estas tres tentativas es el fracaso del proyecto liberal original.”[25] Es especialmente severo con eso que Tocqueville, un liberal, pero al mismo tiempo un aristócrata ilustrado, identifica como una de las amenazas más poderosas contra las sociedades democráticas: la uniformidad del gusto, la masificación de la sociedad, la cómoda mediocridad. Por ejemplo, en Itinerario escribe al respecto: “En nuestro mundo la conformidad y la pasividad conviven con el egoísmo más despiadado y el individualismo más obtuso. La técnica ha uniformado los gustos y las costumbres pero no ha extirpado a las pasiones que dividen a los hombres: la envidia, las rivalidades, el horror o el desprecio a los extraños” (160).

Es curioso cómo los artistas, quienes más se benefician de vivir en sociedades donde la comunión social es optativa (es decir, no obligatoria), son, al parecer, los que más sufren por la falta relativa de un sustento social. Según Paz, tampoco está claro cómo es posible que las sociedades que hicieron del principio de autocrítica un modus vivendi puedan haber degenerado en sociedades frívolas, sin seso y consumistas.

Dicho esto, resulta evidente cómo Paz, a diferencia de la mayoría de los románticos, se da perfecta cuenta de que la razón puede ser un instrumento de liberación si se aplica sobre sí misma. La razón es valedera si sirve para aprender y criticar, no si suplanta a Dios, el Ser Supremo al que se dirige toda alabanza: “La única cura del nihilismo es la crítica de la razón. Por eso es útil volver a Kant; no para repetirlo sino para continuarlo. La razón no es una diosa sino un método, no es un conocimiento sino un camino hacia el conocimiento” (Itinerario 208).

Hay veces en que Paz se lamenta de que México, junto con el resto del mundo español, no se haya aventurado a la Ilustración en el siglo XVIII (oc 3: 62). Esto deja a esos países sin una tradición crítica, la cual ha enriquecido y fortalecido a las más “modernas” naciones septentrionales[26]. Si hay que soportar los inconvenientes de la modernidad, sería bueno que, al menos, se pudiera gozar de su característica redentora: la autocrítica.

 
Abajo el homo economicus y el progreso

El mercado ha minado todas las antiguas creencias —muchas de ellas, lo
acepto, nefastas— pero en su lugar no ha instalado sino una pasión: la
de comprar cosas y consumir este o aquel objeto. Nuestro hedonismo no
es una filosofía del placer sino una abdicación del albedrío y habría
escandalizado, por igual, al dulce Epicuro y al frenético Donatien de Sade.
El hedonismo no es el pecado de las democracias modernas: su pecado es
su conformismo, la vulgaridad de sus pasiones, la uniformidad de sus
gustos, ideas y convicciones.
Octavio Paz (Itinerario 132)

 

A lo largo de su vida, Paz ha denunciado el mercado y el capitalismo —quizá con menor frecuencia en los últimos años— pero, a diferencia de la mayoría de los intelectuales latinoamericanos, no lo ha hecho desde el punto de vista del socialista cándido. Paz concede cierta importancia al problema de la desigualdad social, pero puede pensarse que la ve más como una cuestión de ciudadanía (igualdad frente a la ley, igualdad de oportunidades, igualdad política) que como mi asunto de igualdad en los resultados[27]. Más aún, Paz es implacable cuando ataca a los “adoradores de la estúpida y suicida religión del progreso infinito”, entre los cuales, sobra decirlo, están los socialistas y comunistas (Itinerario 240).

Las denuncias de Paz son el vínculo entre corrientes filosóficas sin conexión evidente pues lo mismo recoge ideas y creencias del romanticismo (la razón deshumanizante) que del torismo (las desventuras del individualismo craso) o, acaso, del cristianismo (la expulsión de los mercaderes del templo), incluso de lo que se puede llamar “liberalismo escéptico” á la Tocqueville (las sociedades rebajadas al nivel de su miembro más bajo, la bêtise de las repúblicas comerciales, etc.)[28]. En sus denuncias también se pueden encontrar trazas de aristocratismo apenas velado, el cual conforma la percepción de los artistas sobre los gobernantes modernos (que carecen de buen gusto, que no son reyes-filósofos, que pasan de largo sin miramos) y provoca un sentimiento típico entre los intelectuales franceses de la segunda mitad del siglo (recordemos que Paz llama a Francia su segunda “patria intelectual”): una molestia pertinaz contra los juguetitos y aparatejos de las sociedades industriales (la televisión, los chunches tecnológicos, la comida rápida, etc.). El resultado es, aunque una crítica devastadora contra el capitalismo y el productivismo, una denuncia realizada bajo vagos supuestos históricos y filosóficos:

…el triunfo de la economía de mercado —un triunfo por défaut del adversario— no puede ser únicamente motivo de regocijo. El mercado es un mecanismo eficaz pero, como todos los mecanismos, no tiene conciencia y tampoco misericordia. Hay que encontrar la manera de insertarlo en la sociedad para que sea la expresión del pacto social y un instrumento de justicia y equidad [“La búsqueda del presente” oc 3: 40].

Ante una sociedad que ha perdido la noción misma de significado —el mercado es la expresión más acabada del nihilismo— el artista ha de preguntarse para qué escribe o pinta. No pretendo conocer la respuesta. Afirmo que es la única pregunta que cuenta[29].

La frase de Marx es, en español, un alejandrino perfecto: En las aguas heladas del cálculo egoísta. Eso es la sociedad. Por eso el amor y la poesía son marginales[30].

A nosotros el mercado nos condena a desechar lo que compramos ayer y, por la boca ubicua de la publicidad, nos intoxica con la droga infernal de la novedad. Idolatría del siglo XX: la adoración de las cosas nuevas que duran lo que dura un parpadeo. Gran engañifa del mercado, servidor de la nada, rival de Satanás [Itinerario 120]. 

 

Frecuentemente, Paz acusa al mercado de causar todos los males asociados con la industrialización (capitalista o no) y la falaz civilización tecnológica, a saber, la “masificación de los individuos y los pueblos”, destrucción del ambiente, productivismo y materialismo:

El mercado no se detiene nunca y cubre la tierra con gigantescas pirámides de basura y desperdicios; envenena los ríos y los lagos; vuelve desiertos las selvas; saquea las cimas de los montes y las entrañas del planeta; corrompe el aire, la tierra y el agua; amenaza la vida de los hombres y la de los animales y las plantas [Itinerario 120-121].

El tema del mercado tiene una relación muy estrecha con el deterioro del medio ambiente. La contaminación no sólo infesta al aire, a los ríos y a los bosques sino a las almas. Una sociedad poseída por el frenesí de producir más para consumir más tiende a convertir las ideas, los sentimientos, el arte, el amor, la amistad y las personas mismas en objetos de consumo. Todo se vuelve cosa que se compra, se usa y se tira al basurero. Ninguna sociedad había producido tantos desechos como la nuestra. Desechos materiales y morales [“La búsqueda del presente” oc 3: 40].

Olvidemos por un momento los crímenes y las estupideces que se han cometido en nombre del desarrollo, de la Rusia comunista a la India socialista y de la Argentina peronista al Egipto nasserista, y veamos lo que pasa en los Estados Unidos y en Europa occidental: la destrucción del equilibrio ecológico, la contaminación de los espíritus y de los pulmones, las aglomeraciones y los miasmas en los suburbios infernales, los estragos psíquicos en la adolescencia, el abandono de los viejos, la erosión de la sensibilidad, la corrupción de la imaginación, el envilecimiento de Eros, la acumulación de los desperdicios, la explosión del odio […] Ante esta visión, ¿cómo no retroceder y buscar otro modelo de desarrollo? Se trata de una tarea urgente y que requiere por igual la ciencia y la imaginación, la honestidad y la sensibilidad; una tarea sin precedentes porque todos los modelos de desarrollo que conocemos, vengan del Oeste o del Este, conducen al desastre [Posdata oc 8: 292].  


Paz considera que ha ocurrido lo mismo en el mundo del arte, donde la influencia del mercado ha sido negativa, pues sujeta la creación y la imaginación al doble riesgo de los gobernantes estéticamente impedidos y las leyes económicas, impersonales, inmisericordes, frívolas:

El mercado suprime la imaginación: es la muerte del espíritu. El mecenas obtuso o inteligente, el burgués sensible o grosero, el Estado, el Partido y la Iglesia eran, y son, patrones difíciles y que no siempre han mostrado buen gusto. El mercado no tiene ni siquiera mal gusto. Es impersonal; es un mecanismo que transforma en objetos a las obras y a los objetos en valores de cambio: los cuadros son acciones, cheques al portador. Los Estados y las Iglesias exigían que el artista sirviese a su causa y legislaban sobre su moral, su estética y sus intenciones. Sabían que las obras humanas poseen un significado y que, por eso, podían perforar todas las ortodoxias. Para el mercado las obras sólo tienen precio y, así, no impone ninguna estética, ninguna moral. El mercado no tiene principios; tampoco preferencias: acepta todas las obras, todos los estilos. No se trata de una imposición. El mercado no tiene voluntad: es un proceso ciego, cuya esencia es la circulación de objetos que el precio vuelve homogéneos. En virtud del principio que lo mueve, el mercado suprime automáticamente toda significación: lo que define a las obras no es lo que dicen sino lo que cuestan[31].

 

Si bien es cierto que este comentario vale para las obras de arte que no se pueden reproducir para satisfacer una demanda creciente (la pintura y la escultura, por ejemplo), tiene un saborcillo aristocrático cuando se aplica a las categorías artísticas que se prestan fácilmente a la reproducción y venta masiva y, en fin, a la democratización (por ejemplo, las artes gráficas y la música). ¿Es tan nefasta la venta masiva de grabaciones de sonido si permite que la gente tenga acceso a las obras maestras de Mozart, John Coltrane o los Beatles?

 
México a fines del siglo XX

Y, sin embargo, México necesita ahora mismo progreso y crecimiento económicos. Una cosa es criticar al mercado, al capitalismo, a la industrialización y al consumismo en general como características de nuestra civilización; otra muy distinta es decir que México debe dar la espalda a la civilización sin recibir a cambio ningún beneficio tangible e inmediato. Y es que no hay otra alternativa que la democracia capitalista y es preferible pertenecer al “primer mundo” que ir a la zaga, teniendo de cualquier modo que pagar los pasivos de la modernidad, y, además, es requisito indispensable pertenecer a él antes de querer cambiarlo. De ahí que Paz apoye las reformas neoliberales promovidas por el expresidente de México Carlos Salinas de Gortari.

En un libro publicado en 1993, Paz asegura que “han sido decisivas las reformas económicas y políticas realizadas por Carlos Salinas y su equipo” (Itinerario 252). Cuando habla de crecimiento económico, Paz parece casi un republicano de Texas: “estoy seguro de que, si el crecimiento económico continúa, los beneficios de la reforma alcanzarán a la mayoría”. Para ser justos, hay que decir que, si se felicita por las reformas económicas, es más por sus consecuencias políticas que por sus resultados económicos. Por ejemplo: “las privatizaciones, aparte de vitalizar a la economía, han contribuido indirectamente al proceso de democratización” (Itinerario 253). ¿Cómo es que Paz dice esto? Pues porque “las reformas que ha llevado a cabo el gobierno de Salinas rompen, definitivamente a mi juicio, con el patrimonialismo tradicional de México” (Itinerario 254; las cursivas son mías). Paz da por hecho que, sin el desarrollo económico, es difícil, acaso imposible, alcanzar la democracia (por ejemplo, véase oc 8: 359); que la supremacía del dinero y el egoísmo es menos perjudicial que su antepasado premoderno, la supremacía del poder y el status; que la falta de crecimiento económico condena a los países en desarrollo a renunciar tanto a la democracia como a la revolución, a vivir por un lado con facha de democracia y, por el otro, a dar la cara verdadera, revueltas estériles de relumbrón. Como el mismo Paz lo señala: “Como en el caso de los nacionalismos, no propongo la supresión del mercado: el remedio sería peor que la enfermedad. El mercado es necesario; es el corazón de la actividad económica y es uno de los motores de la historia. El intercambio de cosas y productos es un lazo poderoso de la unión entre los hombres; ha sido creador de culturas y vehículo de ideas, hombres y civilizaciones” (Itinerario 121).

¿Es esto una contradicción? O es la conciencia de sí misma típica de la cultura burguesa, que ve sus limitaciones al mismo tiempo que reconoce que sus principios son los peores que existen, aunque mejores que todos los demás. La modernidad no es tan sólo la tradición de la ruptura: también es la tradición en la cual la autocrítica es el motor del cambio y la práctica legitimadora que, al prometer mejoras y reformas continuas, da pie a que exista estabilidad para las instituciones y normas establecidas. El futuro le gana tiempo al presente.

 
Adiós al proyecto

En primer término: está en entredicho la concepción de un Proceso
abierto hacia el infinito y sinónimo de progreso continuo […] En
segundo término: la suerte del sujeto histórico, es decir de la colectividad
humana, en el siglo XX […] En tercer término: la creencia en el progreso
necesario […] Y para terminar esta apresurada enumeración: la ruina de
todas estas hipótesis filosóficas e históricas que pretendían conocer las leyes
del desarrollo histórico.
Octavio Paz, “La búsqueda del presente” (oc 3: 38-39)

 

El fin de la noción de trascendencia histórica, el fin de las utopías (“cárceles de conceptos”), el fin de la ideología del progreso, el fin de la metahistoria: todo esto que termina revela la consumación de un elemento capital de la modernidad: el mito de la ingeniería social fundada en la razón y sostenida por un conjunto homogéneo de creencias:

El verdadero cadáver intelectual de nuestro tiempo no es el del marxismo sino el de la idea de la historia como depositaría de una mítica trascendencia [Itinerario 162].

…el mundo vive, desde hace ya años, no las consecuencias de la muerte de Dios sino de la muerte del Proyecto. Ese proyecto se llamó a veces Progreso, otras Revolución.

…asistimos al ocaso de las utopías, lo mismo las capitalistas que las socialistas. Unas y otras estaban basadas en la creencia en el progreso infinito que, a su vez, había engendrado la ilusión del desarrollo continuo. Hemos descubierto que vivimos en un planeta finito y con recursos finitos. La crisis de los energéticos y el futuro y previsible agotamiento de los recursos naturales ponen un hasta aquí al optimismo de las filosofías del siglo pasado [“Suma y sigue” 1977, oc 8: 380-381].

¿Fin de las utopías? Más bien: fin de la idea de la historia como un fenómeno cuyo desarrollo se conoce de antemano. El determinismo histórico ha sido una costosa y sangrienta fantasía. La historia es imprevisible porque su agente, el hombre, es la indeterminación en persona.

…muy probablemente, estamos al fin de un periodo histórico y al comienzo de otro. ¿Fin y mutación de la Edad Moderna? Es difícil saberlo. De todos modos, el derrumbe de las utopías ha dejado un gran vacío, no en los países en donde esa ideología ha hecho sus pruebas y ha fallado sino en aquéllos en los que muchos la abrazaron con entusiasmo y esperanza [“La búsqueda del presente” oc 3: 39].

 

Las señales del desplome de una de las columnas que sostenían el edificio de la modernidad ya han sido descritas: el desencanto que provocan la revolución, el progreso (“la colonización del futuro”) y el productivismo. La única ideología que ha resistido la tormenta es el liberalismo; y, sin embargo, el liberalismo “privatizó” algunos de los lazos que daban cohesión a las comunidades y sociedades. Esto incita a Paz a lamentarse del desleimiento de la religión, aunque no tanto que le apene su separación de la política ni la decadencia del clericalismo:

La democracia moderna postula una prudente neutralidad en materia de fe y de creencias. Sin embargo, no es posible ni prudente ignorar las religiones ni recluirlas en el dominio reservado de la conciencia individual. Las religiones poseen un aspecto público que es esencial, como se ve en una de sus expresiones más perfectas: el rito de la misa.

…La separación entre religión y política es saludable y debe continuar. Pero la religión puede mostrarnos nuestras carencias y ayudarnos a redescubrir y recuperar ciertos valores [Itinerario 135].

 

Según Paz, el precio de la liberación de los individuos y de la “privatización” de los valores puede acabar siendo excesivo:

Las sociedades son históricas pero todas han vivido guiadas e inspiradas por un conjunto de creencias e ideas metahistóricas. La nuestra es la primera que se apresta a vivir sin una doctrina metahistórica; nuestros absolutos —religiosos o filosóficos, éticos o estéticos— no son colectivos sino privados. La experiencia es arriesgada. Es imposible saber si las tensiones y conflictos de esta privatización de ideas, prácticas y creencias que tradicionalmente pertenecían a la vida pública no terminará por quebrantar la fábrica social. Los hombres podrían ser poseídos nuevamente por las antiguas fluías religiosas y por los fanatismos nacionalistas. Sería terrible que la caída del ídolo abstracto de la ideología anunciase la resurrección de las pasiones enterradas de las tribus, las sectas y las Iglesias. Por desgracia, los signos son inquietantes [“La búsqueda del presente” oc 3: 40].  


A esto hay que añadir que el liberalismo es una ideología y que la ideología es o bien “la enemiga del verdadero saber” (“Re/visiones: la pintura mural” 1978, oc 7: 218), o bien “formas inferiores del instinto religioso”[32], o bien “fe mundial”[33]. Paz anuncia el fin de la idea de un proyecto social, pero al mismo tiempo teme las consecuencias de su ocaso. Hace suyos algunos de los valores centrales del liberalismo, algunas de sus prácticas, pero tiene grandes reticencias para aceptar la ideología como un ensemble, según lo diría Braudel. Es irónico pensar que renunciar a El Proyecto y a la idea misma de ideología sea el modo más seguro de exacerbar la falta de sustancia que ya caracteriza —y, según Paz, amenaza— a las sociedades liberales.

 
Hacia el reciclaje de comunidad y tradición

En el fondo, el gran debate de la historia moderna
de México, desde el siglo XVIII, es el de la modernización
[…] Muy pocos intelectuales han hecho la crítica de la
modernización. La crítica la ha hecho el tradicionalismo del
pueblo mexicano, algunos poetas […] y, a veces, como en
la época de Zapata, el pueblo pobre en armas […] Pienso
que en ese sueño de nuestros campesinos hay una semilla
de verdad. ¿Por qué no poner en entredicho los proyectos
ruinosos que nos han llevado a la desolación que es el mundo
moderno y diseñar otro proyecto, más humilde pero más
humano y más justo?
Octavio Paz, “Suma y sigue”, 1977 (oc 8: 382)


Desvanecidas las crueles utopías que han ensangrentado a nuestro
siglo, ha llegado, al fin, la hora de comenzar una reforma radical, más
sabia y humana, de las sociedades capitalistas liberales.
Octavio Paz, La otra voz, poesía y fin de siglo, 1990 (oc 1: 583)

 

Hay aspectos de las opiniones políticas y filosóficas de Paz que no quedan muy claros. De éstos, el más oscuro es cómo presenta las antiguas tradiciones populares de México como la musa de la renovación de sus instituciones políticas, económicas y sociales. No es que esta idea carezca de interés: antes al contrario, el lector está ansioso de seguir a Paz por este camino, de descubrir la sapiencia soterrada en el pasado, tallada por la gente sencilla de sentido común. No obstante, al parecer, el camino es corto. Es difícil no hacerse a la idea de que Paz salmodia estas tradiciones populares más que presentarlas ante nuestro juicio de un modo sistemático, ponderando valor y adaptabilidad al tiempo presente.

Por supuesto que Paz es sobre todo artista y poeta. No tiene por qué apoyar sus opiniones sobre enormes legajos de evidencia. Y sin embargo, resulta interesante notar que, para él, la renovación de la política debe inspirarse en las experiencias anteriores al liberalismo, de carácter tradicional y comunitario, donde se pueden descubrir los principios universales que, como la poesía, resisten las tormentas de la historia. Como los principios existían antes del liberalismo, es posible concluir: 1) la renovación a la que invita Paz a sus lectores podría haber ocurrido en cualquier momento de los últimos ciento cincuenta años, y 2) la inspiración debe buscarse en el pasado o, más exactamente, en la porción del pasado que perdura en nuestra civilización.

 
Hacia una filosofía del presente

El reto de nuestros tiempos puede enunciarse así: tenemos que encontrar una filosofía del presente que trascienda el liberalismo y el socialismo, que nos devuelva el tercer elemento de la célebre tríada, “libertad, igualdad, fraternidad”, y nos reconcilie con los otros y con nosotros mismos.

Dice Paz: “Así como hemos tenido filosofías del pasado y del futuro, de la eternidad y de la nada, mañana tendremos una filosofía del presente” (oc 3: 41). Ni premoderna (filosofía del pasado) ni esencialmente moderna (filosofía del futuro), la filosofía del presente, en su forma ideal, debe abandonar el tiempo lineal y buscar una reconciliación entre los conceptos que se oponen en nuestra civilización: tú y yo, tradición y modernidad, inteligencia y naturaleza, vida y muerte, el ser y la nada, objeto y sujeto, poesía y razón, centro y periferia.

También declara que “la experiencia poética puede ser una de sus bases” (“La búsqueda del presente” oc 3: 41). Después de todo, el arte es “emblema de la perdida comunidad”[34]. La poesía es la otra voz, la posibilidad de recrear el “instante original”, el momento anterior a que fuera apartado “por un acto de violencia racional” de las ideas y de la razón[35] (oc 3: 301). La poesía es “irreductible a las ideas y a los sistemas […] No la palabra de la historia ni la de la antihistoria sino la voz que, en la historia, dice siempre otra cosa —la misma desde el principio”[36]. La revelación poética es revolucionaria, como lo sugiere André Bretón, pero no en el sentido de un proyecto utópico extendido sobre nosotros con el propósito de organizar de nuevo a la sociedad. Esta forma de revolución quedó atrás. Es revolucionaria porque critica permanentemente los cimientos políticos y sociales de cualquier sociedad —religiones, mitos, ideologías—, porque se critica a sí misma. La poesía se hace con palabras y, en última instancia, el lenguaje fracasa en su intento de salvar el espacio entre la persona humana y el mundo exterior. El lenguaje es un punto medio, una especie de pecado original que comparten todos los poetas, todos los artistas. Enaltece lo posible y lo imposible de la condición humana.

¿Hasta qué punto puede contribuir la poesía —entendida en su acepción más amplia— a renovar nuestra civilización? Responde Paz:

Ya he indicado que si naciese un nuevo pensamiento político, la influencia de la poesía sería indirecta: recordar ciertas realidades enterradas, resucitarlas y presentarlas. Ante la cuestión de la supervivencia del género humano en una tierra envenenada y asolada, la respuesta no puede ser distinta. Su influencia sería indirecta: sugerir, inspirar e insinuar. No demostrar sino mostrar [La otra voz oc 1: 591].

  

Hay que sacar a la luz las realidades soterradas: tal es el primero de los consejos que Paz les da a sus contemporáneos. En sus ensayos sobre poesía, arte, filosofía, política e historia, siempre se puede escuchar un llamado insistente a la vuelta a los orígenes, y todos los comentarios favorables que Paz hace sobre cualquiera de estos temas se concentran en la idea de vuelta[37]. Dicho esto, ya no puede sorprendemos que la crisis actual de la civilización occidental, representada por la muerte del arte moderno como protagonista de la tradición de la ruptura, se manifieste soliviantándonos a “la revuelta de las realidades suprimidas”[38]. Es más, “no asistimos al fin de la historia, como ha dicho un profesor norteamericano, sino a un recomienzo. Resurrección de realidades enterradas, reaparición de lo olvidado y lo reprimido que, como otras veces en la historia, puede desembocar en una regeneración. Las vueltas al origen son casi siempre revueltas: renovaciones, renacimientos” (La otra voz oc 1: 584).

De algún modo, ya estamos viviendo la filosofía del presente, pues tanto el pasado como el futuro son “una invención del presente”[39] (oc 1: 27). Lo realmente innovador sería reconocer que la estamos viviendo y aprovechar la lección que nos deje este reconocimiento.

 
Fraternidad

Es costumbre de Paz admitir sus deudas tanto con el liberalismo como con el socialismo. No obstante, cuando habla de la necesidad de encontrar inspiración en estas dos ideologías para crear una tercera, más humana, más respetuosa de la naturaleza, trae a colación el tercer elemento de la tríada de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Para Paz, la fraternidad es “la gran ausente en las sociedades democráticas capitalistas. La fraternidad es el valor que nos hace falta, el eje de una sociedad mejor. Nuestra obligación es redescubrirla y ejercitarla” (Itinerario 194). Es característico del poeta mexicano haber escogido un principio que se encuentra en la raíz de nuestra civilización, uno del cual puede pensarse que ha sido olvidado o bien por los hombres obsesionados por un pasado rígido e invariable, o bien por los hombres enfrascados en buscar mejoras materiales interminables en el futuro. Como lo señala el mismo Paz:

…su otro nombre es solidaridad, herencia viva del cristianismo, versión moderna de la antigua caridad. Una virtud que no conocieron ni los griegos ni los romanos, enamorados de la libertad pero ignorantes de la verdadera compasión. Dadas las diferencias naturales entre los hombres, la igualdad es una aspiración ética que no puede realizarse sin recurrir al despotismo o a la acción de la fraternidad […] Advierto que no hago sino imaginar o, más exactamente, entrever, ese pensamiento. Lo veo como el heredero de la doble tradición de la modernidad: la liberal y la socialista. No creo que deba repetirlas sino trascenderlas. Sería una verdadera renovación [La otra voz oc 1: 585-586]. 

 

Según Paz, entre libertad y fraternidad “no hay contradicción sino distancia —una distancia que el liberalismo no ha podido anular” (oc 1: 526). Tampoco la hay entre fraternidad e igualdad, lo cual es obvio si se toma en cuenta lo siguiente: a la ideología moderna que hizo de la igualdad su principio fundamental —el socialismo— se le debe depurar del culto desmedido por el progreso y de su disposición al autoritarismo. Paz lo dice muy claramente: “no se trata de renunciar al socialismo como libre elección ética y política, sino a la idea del socialismo como un producto necesario del proceso histórico” (Los hijos del limo oc 1: 465).

La reconciliación entre socialismo y liberalismo está lejos de ser una novedad: desde John Stuart Mili, los liberales reformistas y los defensores del Estado protector, por no decir nada de los descarriados simpatizantes de los “terceros caminos” (derechistas católicos y fascistas), la reconciliación entre libertad e igualdad es el tema principal de casi todas las reformas de los últimos dos siglos. Como lo demuestra François Furet en su libro más reciente, por primera vez desde que la burguesía campea por sus fueros, la conciencia de la realidad de la desigualdad en las modernas sociedades capitalistas es ingrediente esencial de la cultura dominante (Furet 1995). Lo más original de todo es que ha nacido la intuición —aún no podemos llamarla idea, mucho menos ideología— de que más allá, debajo de las instituciones políticas de la democracia, es posible encontrar una idea de la persona humana (en oposición a una “visión del mundo”) que pueda trascender las fronteras del tiempo. En otras palabras, es posible encontrar una idea arquetípica como las que precedieron a las religiones (meras racionalizaciones de esa idea original) y que han perdurado en las artes a través de las eras.


Conclusión. El cimiento social de una sociedad pagana

¿Qué puede hacer realmente por su país un escritor mexicano?
Yo no creo que los escritores tengan deberes específicos con su país.
Los tienen con el lenguaje -y con su conciencia.
Octavio Paz, “Suma y sigue”, 1977 (oc 8: 378)

 

Quien quiera encontrar sistemas establecidos y definitivos en la obra
crítica de Octavio Paz se equivoca de medio a medio. No existe nada
de eso. Las revelaciones, o iluminaciones, que nos hace siguen
siempre abiertas.
Jorge Rodríguez (1975: 59)

 

A lo largo de este trabajo hemos detectado, a ojo de pájaro, los elementos principales de lo que he llamado el liberalismo escéptico de Octavio Paz:

           1) Una vigorosa defensa de la libertad en el arte y la política.

           2) Una defensa con reservas de las instituciones democráticas pluralistas.

        3) Una condena enérgica contra todo aquello asociado a la modernidad, salvo sus dos principios gemelos, la crítica y la autocrítica y, por extensión, sus modos de manifestación política e institucional (referidos en el punto 2).

          4) Una defensa acotada del liberalismo, esto es, una defensa que se limita a lo que concierne al punto 1.

      5) Un llamado a descubrir de nuevo nuestra esencia de personas a través de una vuelta a los valores de comunión y fraternidad.

Estos cinco puntos tocan cuestiones vivas pues aunque, hasta el día de hoy, las instituciones democráticas son la única opción política que tiene legitimidad y el capitalismo se extiende por todo el mundo, los elementos esenciales de la modernidad y el liberalismo encuentran muy pocos defensores. Cada día que pasa el mundo semeja más una armadura vacía.

En uno de los muchos comentarios que hizo sobre el marqués de Sade, Paz declara lo siguiente: “que yo sepa, nadie se ha atrevido a describir una sociedad atea. Falta algo en la obra de nuestros contemporáneos: no Dios sino los hombres sin Dios'’’(Corriente alterna 1967, oc 3: 229). Esta breve sentencia contiene el problema más espinoso al que se enfrentan las sociedades liberales modernas, problema que, con sensibilidad extraordinaria, percibió le Divin Manquis: ¿Cómo se construye una sociedad si se tiene como materia prima al individuo libre y razonable? ¿Cómo vivir con uno mismo y con otros si se carece de un sólido sustrato ético común? Hay que vivir en paz, hay que vivir una vida útil para los demás, donde el prójimo ayude al prójimo, donde la solidaridad entre los hombres sea el valor fundamental, una vida donde el bienestar material no tenga, ni con mucho, la importancia que tiene hoy para los hombres. Sin embargo, ni siquiera todos estos cambios nos acercarían a resolver de una vez por todas el enigma del significado último de la vida.

Las reveladoras diferencias entre las ideas de Octavio Paz sobre el significado del arte y sus ideas sobre las soluciones políticas a los problemas contemporáneos no sólo se articulan sobre su peculiar talento de artista: también surgen de que, hoy día, sólo el arte ofrece una senda de salvación. El mensaje nos dice que la política puede inspirarse en el arte (que no es lo mismo que decir que puede inspirarse en las opiniones políticas de los artistas), aunque todavía está por descubrirse la naturaleza exacta de esta inspiración.



NOTAS

* Versión corregida de una ponencia presentada en el coloquio de la Latin American Studies Association (LASA), realizado en Guadalajara, México, los días 17 al 20 de abril de 1997.

[1] Tornado de “El arquero, la flecha y el blanco”. Vuelta 117 (agosto 1986) y recogido en Octavio Paz, Obras completas (en adelante oc) 3: 216.

[2] Quiero dar las gracias al Consejo para los Estudios en Ciencias Sociales y Humanidades del Canadá y al Consejo Universitario de Investigación de la St. Francis Xavier University por su ayuda financiera.

[3]Con frecuencia, los libros de ensayos de Paz contienen textos publicados con anterioridad (tanto entrevistas como artículos) y, en consecuencia, cambian de una edición a otra. En la medida de lo posible, proporcionamos información sobre la primera edición de los textos citados, pero no los cotejamos contra la versión incluida en sus Obras completas. No tenemos motivos para pensar que, en el caso del material utilizado en este trabajo, las diferencias resulten significativas. Por otra parte, consideramos que los escritos políticos de Paz son un conjunto que, entre la publicación de El laberinto de la soledad en 1950 hasta su muerte en 1998, ha permanecido prácticamente sin cambios. Hay investigadores que interpretan su acercamiento al gobierno mexicano, ocurrido hacia el fin de su vida, como un cambio de sus opiniones sobre política, el papel de los intelectuales, etc. Sin embargo, para tomar esta interpretación con justicia, hay que pensar que la posición filosófica de Paz no sufrió mayores cambios en todo ese tiempo (por ejemplo, véase Itinerario 1993) y que, a partir de que Miguel de la Madrid fue presidente de México (entre 1982 y 1988), el sistema político mexicano realizó progresos importantes en materia de democratización y liberalización. Para una bibliografía completa de Paz, véase Verani, 1997.

[4] Claude Roy escribió: “On a toujours peur de louer les grands esprits avec de trop grands mots, et on hésite un instant à dire d'Octavio Paz qu’il s’agit d’un des esprits universels de ce temps. C’est pourtant vrai. Il n’a pas le savoir ‘encyclopédique’, il a la sagesse intériorisée de celui qui des cultures d’Amérique, d’Europe, d’Asie et de la poésie du monde a fait la chair de la chair, le mouvement même de sa víe.” Le Nouvel Observateur (julio 1996), 56.

[5] La defensa del diletantismo como característica fundamental del intelectual genuino que hace Edward Said sería más convincente si no disfrazara sus opiniones sobre asuntos públicos (por ejemplo, que la fuerza no debió ser utilizada para disuadir a Saddam Hussein) con el traje de la Verdad. Tenemos de nuevo el caso de que, al proponer una definición del intelectual, se termina con un ejercicio altanero de autopromoción. Véase Said 1996.

[6] Para una mirada crítica a la condición actual de los intelectuales de América, véase Grenier 1995.

[7] O, para precisar mejor, más pluralismo y democracia en México, pues, según Paz, la hegemonía del PRI no convierte al gobierno en una dictadura (y mucho menos en una dictadura “perfecta”, como alguna vez dijo Mario Vargas Llosa) sino en un tipo muy peculiar de régimen: “puede hablarse de un monopolio del PRI pero no de una dictadura. Varias veces he dicho que vivimos en un régimen peculiar, un régimen hacia la democracia”. Véase “Hora cumplida (1929- 1985)”, Vuelta 143 (octubre1988). El artículo también aparece en oc 8: 388. Las cursivas son mías.

[8] Véanse las referencias a los enemigos y contrarios de Paz en Toledo y Jiménez Trejo 1994, y Oppenheimer 1996. Véanse también Van Delden 1996; Rodríguez Ledesma 1996; y Vizcaíno 1993.

[9] Gabriel Zaid, colaborador cercano de Paz en Vuelta y uno de los más brillantes ensayistas mexicanos, escribió un libro sobre el tema, el cual Paz cita y celebra con frecuencia. Véase Zaid 1988.

[10] Paz continúa: “Fui uno de los primeros que se ocuparon de estos asuntos. Ahora se han popularizado y hoy circula una abundante literatura, a veces aguda y otras indigesta, sobre lo que se ha llamado la ‘postmodernidad’.” (oc 1: 25). Para más información sobre este tema, véanse Santí 1992 y Verani 1992.

[11] Véase la entrevista con Juan Cruz aparecida en Vuelta 192 (noviembre 1992), 14-18.

[12]Como dice en El ogro filantrópico: “Salvo durante los interregnos de anarquía y guerra civil, los mexicanos hemos vivido a la sombra de gobiernos alternativamente despóticos o paternales pero siempre fuertes; el rey-sacerdote azteca, el virrey, el dictador, el señor presidente. La excepción es el corto periodo que Cosío Villegas llama la República Restaurada y durante el cual los liberales trataron de limar las garras del Estado heredado de la Nueva España” (oc 8:337).

[13] Esta es una paráfrasis de Paz, quien, en Itinerario, dice: “Recuerdo que en 1935, cuando lo conocí, Jorge Cuesta me señaló la disparidad entre mis simpatías comunistas y mis gustos e ideas estéticas y filosóficas. Tenía razón pero el mismo reproche se podía haber hecho, en esos años, a Gide, Bretón y otros muchos, entre ellos al mismo Walter Benjamín. Si los surrealistas franceses se habían declarado comunistas sin renegar de sus principios y si el católico Bergamín proclamaba su adhesión a la revolución sin renunciar a la cruz, ¿cómo no perdonar nuestras con tradiciones? No eran nuestras: eran de la época” (Itinerario 50-51. Las cursivas son mías).

[14] En The Observer (14 noviembre 1990), citado en Leca 1995: 371.

[15] De ahí que “la libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No”. Véase el discurso de aceptación del Premio Alexis Tocqueville 1989, recogido en oc 1: 522.

[16] Sobre cómo se complementan el pensamiento crítico y la democracia política, Paz afirma que son “los dos elementos centrales que conforman lo que llamamos modernidad” (oc 8: 301). Varias veces ha deplorado la ausencia relativa del primero de esos elementos en la tradición hispánica: “En otras ocasiones me he referido a nuestra carencia mayor: la ausencia de una tradición de pensamiento crítico como la que existe, desde el fin del siglo XVII, en el resto de Occidente. Es tina carencia que compartimos con España y Portugal y, en el otro extremo de nuestro mundo, con Rusia. Nuestros países no tuvieron siglo XVII y nuestra modernidad es incompleta.” Conferencia pronunciada el 4 de diciembre de 1976 en la Universidad de Yale y publicada en oc 3: 56.

[17] En “Suma y sigue”. Proceso 57-58 (5 y 12 diciembre 1977); publicado también en oc 8: 376. Como señala Stephen Holmes, los liberales suelen pensar que “todos los liberales están de acuerdo en que la más grande amenaza para la libertad es la concentración del poder. Esto es cierto ya sea que el poder esté concentrado en la esfera pública o en la privada” (Holmes 1994: 11).

[18] Dice Paz: “Cada época, cada generación, cada año y aun cada día tienen su modernidad: nunca la misma. No obstante, todas se parecen en algo: el querer ser modernas. La modernidad no es un estado sino una aspiración. Un amor inmoderado por lo que está pasando, no tanto por lo que es como por lo que va a ser.” En “Una de cal…”, Papeles de Son Armadans CXL, 1967 y recogido en oc 3: 281.

[19] En “El caracol y la sirena: Rubén Darío”, Revista de la Universidad, México: diciembre de 1964, publicado más larde en Cuadrivio. México: Joaquín Mortiz, 1965, y oc 3: 144.

[20] Como lo declara en la conferencia de aceptación del premio Nobel: “La búsqueda de la modernidad poética fue una verdadera quête, en el sentido alegórico y caballeresco que tenía esa palabra en el siglo XII. No rescaté ningún Grial, aunque recorrí varias waste lands, visité castillos de espejos y acampé entre tribus fantasmales. Pero descubrí a la tradición moderna. Porque la modernidad no es una escuela poética sino un linaje, una familia esparcida en varios continentes y que durante dos siglos ha sobrevivido a muchas vicisitudes y desdichas: la indiferencia pública, la soledad y los tribunales de las ortodoxias religiosas, políticas, académicas y sexuales. Ser una tradición y no una doctrina le ha permitido, simultáneamente, permanecer y cambiar” [oc 3: 37].

[21] En Los hijos del limo, Paz afirma: “Hoy somos testigos de otra mutación; el arte moderno comienza a perder sus poderes de negación. Desde hace años sus negaciones son repeticiones rituales: la rebeldía convertida en procedimiento, la crítica en retórica, la transgresión en ceremonia. La negación ha dejado de ser creadora. No digo que vivimos el fin del arte: vivimos el fin de la idea de arte moderno.” Recogido en oc 1: 463.

[22] En “De la crítica a la ofrenda”. Puertas al campo, México: Universidad Nacional Autónoma de México. 1966; recogido en oc 7: 268.

23 Diego Rivera, tal vez el más conocido de los tres, es un ejemplo particularmente revelador. Dice Paz: “El cubismo mostró a Rivera la vía de la comprensión de la escultura mesoamericana y otros artistas, como Gauguin, le revelaron la magia de una naturaleza y una vida ajenas a la moderna civilización urbana. El camino de regreso a México pasó por París y por la experiencia de la vanguardia cosmopolita del siglo XX.” Ambas citas provienen de “El arte de México: materia y sentido”. Sábado, supl. cultural de unomásuno 1 (México: 19 noviembre 1977); recogido en oc 7: 64.

[24] En El signo y el garabato, Joaquín Mortiz, 1973, Paz escribe: “El modernismo (1890) y la vanguardia (1920) nacieron en Hispanoamérica y de allí fueron trasplantados a España. En los dos casos los españoles acogieron con reticencia esas revoluciones, aunque terminaron por adoptarlas, las modificaron con genio y les dieron un baño de tradicionalismo (Unamuno, Machado y Jiménez en el primer cuarto de siglo; Gerardo Diego, Lorca, Cernuda y Alberti en el segundo). Así, la primera nota distintiva de la poesía hispanoamericana, por oposición a la española, es su sensibilidad frente a lo temporal, su decisión de afrontar la modernidad y fundirse con ella. Su nostalgia de futuro, diría. La otra: su curiosidad, su cosmopolitismo” (oc 3: 72-73).

[25] En “Las ilusiones y las convicciones: Daniel Cosío Villegas”, Plural 55 (abril 1976); recogido en Itinerario 8: 360.

[26] “No creo que la pobreza de nuestra crítica se deba a una incapacidad para juzgar. Al contrario, juzgamos con gran facilidad y siempre de manera inapelable. Nuestro infierno no está empedrado de buenas intenciones sino de juicios temerarios. Pero ni los españoles ni los hispanoamericanos somos capaces de relacionar. No es una falla intelectual sino moral. Llámela usted individualismo, envidia, orgullo, sentimiento de inferioridad —como quiera. No cultivamos nuestras diferencias —eso se llama exotismo— sino que nos instalamos en ellas como en cerradas fortalezas.” En “Una de. cal…”, recogido en oc 3: 289.

[27] Como señala Stephen Holmes: “No obstante, la mayoría de los liberales no ve la desigualdad de la riqueza por sí misma, separada de los males de la dependencia, la pobreza y la corrupción, como un mal social inaceptable […] Nuestro liberal típico e ideal acepta la desigualdad de los recursos, pues la ve como el efecto secundario inevitable de una economía productiva […] La propiedad común, que pretende igualar las condiciones, no sólo es económicamente ineficiente, sino que destruye los recursos independientes y descentralizados que dan vida a la oposición política” (Holmes 1994: 17).

[28] Paz recibió el premio Alexis de Tocqueville de manos del presidente de Francia, François Mitterrand, en 1989.

[29] En “El precio y la significación”, publicado por primera vez en Puertas al campo, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1966 y recogido en oc 7: 337.

[30] “Vuelta a El laberinto de la soledad”, Plural 50 (México: 1975); recogido en Itinerario 8: 260.

[31] En “El precio y la significación”, publicado por primera vez en Puertas al campo., México: Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1966, y recogido en oc 7: 335.

[32] In/mediaciones, Seix Barral, 1979; recogido en oc 3: 65.

[33] Las ilusiones y las convicciones: Daniel Cosío Villegas”, recogido en oc 8: 363.

[34] En La otra voz. Poesía y fin de siglo, Seix Barral, 1990; recogido en oc 1: 538.

[35] En Los signos en rotación (1965) Paz afirma en el mismo tenor: “al extirpar la noción de divinidad el racionalismo reduce al hombre”. Recogido en oc 1: 259.

[36] En El signo y el garabato, Joaquín Mortiz, 1973; recogido en oc 3: 78-79.

[37] Las guerras de independencia de América Latina fueron “una rectificación de la historia americana y, por tanto, es el restablecimiento de la realidad original” (oc 1: 287). La Revolución mexicana “fue un sacudimiento popular que mostró a la luz lo que estaba escondido. Por esto mismo fue, tanto o más que una revolución, una revelación” (oc 1: 36).

[38] “Third Herbert Read Lecture” fue dictada en The Institute of Contemporarv Arts de Londres en 1970; publicada por primera vez en El signo y el garabato (1973) y recogida en oc 1: 314.

[39] Esto evoca un pasaje del Retrato del artista adolescente de Joyce: “Then she remembers the time of her childhood and mine, if I was ever a child. The past is consumed in the present and the present is living only because it brings forth the future” (Penguin Books, 1972, 251).


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