Conversaciones y novedades

El Colegio Francés del Zacatito

Ángel Gilberto Adame

Año

1921

Tipología

Historiografía

Temas

La infancia (1914-1930)

 

La llegada a México de instituciones educativas religiosas como La Salle, motivada por factores de índole político, fue una de las grandes aportaciones de la cultura francesa al Porfiriato.

          Ya que Porfirio Díaz fue muy laxo en la aplicación de las disposiciones legales emanadas de la Reforma, durante esos años, el ambiente se caracterizó por la tolerancia religiosa y la copiosa inmigración de religiosos franceses.

          Luego de que Emile Combes presentara, el 18 de diciembre de 1903, el proyecto con el que se prohibía a todas las congregaciones, autorizadas o no, la posibilidad de enseñar, tres institutos educativos franceses llegaron a México: los hermanos maristas, los hermanos lasallistas y las hermanas de San José de Lyon. 

          El 10 de enero de 1910, los lasallistas, con el auspicio de doña Agustina Bonet de Martel, fundaron el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús; su ubicación inicial fue la antigua Hacienda del Zacatito, en lo que hoy es la calle de Galicia número 8:


En un punto conocido con el nombre del Zacatito y que da salida al camino de San Ángel, se levanta risueño respirando higiene y alegría, un amplio edificio de arquitectura sencilla […].

Ocupa un terreno de cien metros de largo por cuarenta de ancho y desde la entrada se nota una mano cuidadosa que ha estudiado los mejores métodos y la distribución más adecuada para un establecimiento de este género.

Atravesando un pasillo rematado por un portón de madera, con figuras caladas de gusto exquisito, se descubre un amplio patio pavimentado de cemento, con los corredores de mosaico, muy propios de un lugar consagrado al estudio, en el que debe haber mucha luz, alegría y recogimiento.

A la derecha, elegante y severamente decorado, está el salón de recibir, y rodeando el patio se encuentran cuatro grandes salones para estudio, dotados de bancas y todo lo necesario para un cuerpo numeroso de educandos.

Hacia la izquierda se encuentran las cocinas, el comedor y otros departamentos destinados al servicio interior.

Por una puerta que se halla a la derecha, se llega a un extenso jardín que abarca todo el largo del terreno y que está sembrado de frondosos y copudos árboles […]. En la parte alta, a donde se llega por una escalera dividida en dos, y que ostenta en el primer descanso una hermosa imagen de la Purísima Concepción, hay tres amplios departamentos para clases, un salón de reunión para profesores, dotado de bien surtida biblioteca […].

Hacia el fondo se encuentra el Oratorio, en forma de herradura prolongada por sus extremos, y que viene a ser la filigrana del establecimiento. Está todo estucado y sus arabescos de medio relieve están pintados de blanco, con adornos de oro […].

En el mismo piso alto hay ocho dormitorios para profesores, pues se ha dispuesto que vivan en el mismo establecimiento. […] El conjunto, pues, del edificio es muy armonioso y obedece a una sabia disposición escolar. [1]


La familia Martel se distinguía por su amplia fortuna y por su filantropía:


Felipe Martel Barbosa [2] era nativo de la capital, en 1° de mayo de 1839, de los descendientes de antiguas y nobles familias de la Nueva España. De su matrimonio con doña Ernestina Bonet tuvo una hija, doña Concepción A. Martel y Bonet. Era un caballero de gran personalidad, clara inteligencia y fina educación.  Magnánimo y caritativo, auxiliaba numerosas instituciones religiosas.  Así, junto con su esposa (doña Agustinita, como la llamó el público), fundó […] el Hospital de San Agustín en Mixcoac, el Colegio Teresiano en Mixcoac [3] y el Colegio “El Zacatito” en Mixcoac.

Luego fue un gran benefactor del colegio “El Buen Pastor” (Tacubaya), del Asilo de la Divina Infantita (Tlalpan), del Asilo de San José de la Montaña en Tacubaya, de la RR. PP.  Salesianos, Vicentinos y Misioneros Josefinos.  Además, colaboró generosamente en la construcción del Templo Expiatorio de San Felipe.

En julio de 1909, don Felipe se sirvió del abogado Agustín Rodríguez para ofrecer el local del "Zacatito" a los Hermanos.  Lo poco que se sabe de esa casona remonta a 1850 cuando pertenecía a una familia Martínez Campos.  Era entonces el casco de la Hacienda del "Zacate", de donde su nombre de “Zacatito”. [4] Hacia 1899 fue comprada por la riquísima familia Martel.  Llena de celo por la educación de la niñez, esta familia instaló allí un colegio de niñas bajo la dirección de las MM.  Teresianas. Poco después una moderna construcción adecuada a colegio dejó libre el casco cuando las niñas se trasladaron a su nuevo recinto.

El H. Visitador se entrevistó con la familia Martel y juntos inspeccionaron el casco de la exhacienda, con fuertes construcciones y campo.  Gustó mucho al H. Visitador quien llevó al H. Adolphe Arséne y determinaron las transformaciones necesarias para una escuela.  La familia pagaría los gastos, pero quería que fuera de paga (similar al de las Teresianas) para familias acomodadas.  El H. Visitador ganó la causa a favor de una escuela gratuita primaria, pero de paga para el comercio.  El mantenimiento de los HH.  quedaba a cargo de la familia que pagaría $300 por mes, más acondicionamiento. [5]


Según las crónicas, el barrio de Actipan se convirtió en un fraccionamiento que se componía de setenta manzanas y que estaba limitado, al suroeste, por Avenida Río Mixcoac o Valerio Trujano, y, al norte, por un callejón que conducía al pueblo llamado en esa época Gabriel Illescas. 

          Tres años después, el Colegio del Sagrado Corazón ya contaba con una capacidad para ciento cincuenta alumnos, plantilla que se duplicaría al año siguiente:


Los lasallistas utilizaron el método simultáneo, ya practicado en México por la Compañía Lancasteriana desde principios del siglo XIX. La novedad consistía, según ellos, «en el matiz», es decir en dar a la organización de las clases más ámbitos de aprendizaje, según el grado de avance de cada uno. Así, la enseñanza de la lectura tenía nueve grados y sólo al término del último se pasaba al aprendizaje de la escritura que, a su vez, constaba de doce niveles. Después del cuarto empezaba la enseñanza de la aritmética, y al llegar al séptimo se iniciaban los estudios de ortografía. Para llevar a cabo este programa se contaba con la Guía de las escuelas (1703), que contenía todo lo que el educador debía conocer acerca de su preparación, métodos de enseñanza, ejercicios, etcétera, la enseñanza «metódica y racional» era la característica de la enseñanza elemental lasalliana. Sin embargo, su objetivo primordial fue «llevar a los alumnos a la santificación a través de la práctica del evangelio» y como segunda finalidad «integrar a sus alumnos a la sociedad como hombres de bien y útiles a los demás». Sin embargo, los programas utilizados en las escuelas durante el Porfiriato variaron mucho según la legislación local, la preparación, los métodos de enseñanza y ejercicios, etcétera. [6]


Sin embargo, la lucha intestina posterior a la caída del huertismo afectó a las escuelas privadas, al grado de obligarlas a cerrar o reducir sus expectativas:


Diferentes facciones, algunas anticlericales, acusaron a los religiosos de apoyar al régimen huertista, por lo que intensificaron la persecución de sacerdotes y montaron una campaña en contra de las escuelas que éstos dirigían; la lucha fue enconada, por lo que muchos planteles cerraron durante algunos años o desaparecieron definitivamente. Hay quienes aseguran que en ese año “todos los colegios sufrieron la clausura de sus actividades a mano militar”. [7]


Bajo esas condiciones, el Colegio fue abandonado en agosto de 1914:


El Zacatito fue ocupado por varias familias entre ellas una familia Vega […]. En 1916, el Gobierno se apodera de la casa para hacer de ella una escuela para hijos de militares de la “Legión de honor” que ocupó y deterioró los locales. En 1919, mediante un fuerte rescate, la familia Martel recuperó la propiedad para los HH. Tres de ellos tomaron posesión inmediata para emprender las reparaciones, pagadas por la familia de don Felipe. [8]


Mientras tanto, un nuevo grupo de lasallistas se embarcaba hacia México. Encabezado por el suizo Charles Bovey, arribó el 30 de noviembre de 1919 y se apresuró a reabrir la escuela, ahora con el nombre de Colegio Francés del Zacatito:


Los establecimientos confesionales no estaban dispuestos a claudicar en sus esfuerzos catequizadores, por lo que únicamente modificaron su apariencia externa. Para ello, la mayoría tomaron precauciones con el fin de evitar ser molestados por las autoridades; eliminaron de las aulas imágenes, catecismos, libros y medallas; los religiosos cambiaron el aspecto exterior de su vestimenta, y el nombre de sus establecimientos. [9]


Bovey era un hombre de aproximadamente 1.70 m de estatura, de cerca de cuarenta años, con cabello y ojos oscuros. Antes de llegar a México, obtuvo su doctorado en psicología y se convirtió en director de la sede de La Salle en La Habana. De salud deficiente, falleció en 1943.



Sentados: Laget, C. Boillot, C. Bovey (Dtr.) y C. Thierry. De pie: A. Ruiz, Delmas y Barmier.


         Durante su periodo presidencial, Álvaro Obregón fue condescendiente con el funcionamiento de las escuelas particulares, aun con las confesionales. José Vasconcelos apoyó la creación de todo tipo de colegios sin importar su credo. Para el secretario de Educación, la competencia entre las escuelas públicas y privadas debía establecerse en el terreno de la calidad y no en el del contenido ideológico; consideraba que, debido a las precarias condiciones económicas del país, no se podían despreciar los pocos recursos disponibles. Por consiguiente, había que estimular la actividad de los particulares en la educación. 

          Esa tolerancia hacía que los inspectores escolares tuvieran que ignorar violaciones como la que se relata:


La visita a esta escuela me produjo tristeza porque con el medio en que están los niños, con el ambiente de misticismo arcaico, la organización pedagógica y el espíritu de la enseñanza, sin duda que se contribuye a la deformación del espíritu humano que para su perfecto desarrollo necesita un amplio ambiente de libertad, de verdad, de justicia, y disciplina racional. Cuando entré sin ser notado, pude ver que algunos niños estaban hincados por castigo, y cuando el director se dio cuenta de mi presencia y me di a conocer, cambió inmediatamente su aspecto [sic] con los niños. [10]


Cuando la familia Paz Lozano regresó de su exilio en los Estados Unidos, decidió matricular a su hijo en el Colegio Francés del Zacatito, cuya popularidad era cada vez mayor. Entre la planta docente, además del director Bovey, destacaban Jacques Mourgue (procurador y organista), Teodoro Vey, Albert Gilles, Antonio M. Lozano (el padre Antoine), Jesús Oviedo, Lorenzo Camacho y Carlos Thierry. Sobre este último, José Herrera Rossi recuerda:


El hermano Carlos ejercitaba las funciones más heterogéneas.  En la Capilla, ante el facistol, descifraba los apretujados jeroglíficos del pentagrama y sus ensayos reiterados manifestaban su batuta —ágil también para castigar como una milagrosa vara de virtud: las voces cristalinas, diáfanas, no dejaban traslucir la bataola vencida, la burla dominada, el cultivo estoico y paciente. Él era la sombra del Patio de Honor, su honor mismo: su mano firme trazaba los pulcros rasgos de la letra redondilla que pregona a los nombres de los alumnos distinguidos, él conservaba con una fidelidad de cartujo su oasis de silencio, él vigilaba por su ritual preñado de respetos.

Cuando el reloj misántropo del patio apuntaba con sus vanidosas manecillas las horas de salida las doce; las cinco—, la expectación era febril.  Salía el hermano Carlos de su clase con su paso peripatético —en el medio está la virtud—, recorría el pasillo hasta su extremo, puntual, exacto, hacía sonar las campanadas de la bienventuranza. Y era también el que rompía con la misma exactitud ineluctable, con dos silbatazos secos —atención; silencio y formación— la alegría de las holganzas intermedias. [11]


Uno de los factores que influyeron en la decisión familiar fue el de la cercanía a su hogar. Las condiciones de la familia, además, eran muy similares a las del historiador Carlos Martínez Marín: “Hice mi primaria en dos lugares: un año con los maristas [12] en el Colegio Francés […]. Allí iban niños católicos; con todo y que mi padre no lo era tanto, mi madre sí". [13]

          Entre los requisitos que el niño debió cumplir era tener por lo menos siete años de edad y presentarse aseado. La colegiatura se consideraba elevada para la época:


El cronista se lamenta de lo elevado de las mensualidades escolares: $3 a $9. Las compara al pago de un peso de antes de 1914. El colegio se convierte pues en “francamente de paga”. La familia Martel rehusó dar el sostenimiento de la comunidad y pagar todas las reparaciones. Pero, sí contribuyó con $300 mensuales a las necesidades del principio. Esta aportación alivió el presupuesto, solamente durante el primer año, retirándola en los años posteriores. [14]



Planta de profesores del Colegio Francés del Zacatito en 1921.


Para 1921, había cuatrocientos diez alumnos inscritos. Paz evocaría las circunstancias de su ingreso a El Zacatito:


Fieles a las tradiciones familiares mis padres me matricularon en un colegio francés de la orden de La Salle. Aunque yo hablaba el inglés, no había olvidado el español. Sin embargo, mis compañeros no tardaron en decidir que era un extranjero: un gringo, un franchute o un gachupín, les daba lo mismo. El saberme recién llegado de los Estados Unidos y mi facha —pelo castaño, tez y ojos claros— podrían tal vez explicar su actitud; no enteramente: mi familia era conocida en Mixcoac desde principios del siglo y mi padre había sido diputado por esa municipalidad. Volvieron las risitas y las risotadas, los apodos y las peleas, a veces en el campo de futbol del colegio y otras en una callejuela cercana a la parroquia. Con frecuencia regresaba a mi casa con un ojo amoratado, la boca rota o la cara rasguñada. Mis familiares se inquietaron, pero, con buen acuerdo, decidieron no intervenir: las cosas se calmarían poco a poco, por sí mismas. Así fue, aunque la inquina persistió: el menor pretexto bastaba para que volviesen a brotar las acostumbradas invectivas. [15]


Años más adelante, Paz rememoraría su primera escuela en México:


Un edificio grande, con un patio de pesadas columnas rectangulares, grandes salones, una capilla con un coro (famoso entre los entendidos) y las habitaciones de los hermanos. En todos los muros, crucifijos y estampas sagradas. Sin embargo, la construcción evocaba, más que a la piedad, a la utilidad. No la gracia sino la razón práctica. Sus proporciones y su disposición podían compararse a una proposición racional, destinada no a despertar inquietudes sino a confirmar las creencias y las convicciones. Pero sin nostalgias ni complacencias: era un colegio a un tiempo conservador y moderno, decidido a enseñarnos a navegar en las agitadas aguas del naciente siglo XX. Campos de futbol, el juego favorito (en el Williams reinaba el béisbol) y una extensa huerta en la que los hermanos cultivaban con arte y eficiencia muchas legumbres. Sin descuidar a las ciencias y a los conocimientos útiles, nuestros maestros subrayaban la enseñanza del lenguaje y la gramática. El lenguaje claro, decían, ayuda a pensar. Más exactamente: nos obliga a pensar. Los libros de lectura eran excelentes, aunque expurgados de herejías liberales y limpios de molicie y sensualidad, aun la más inocente [...]. [16]


Otro testimonio sobre El Zacatito es el de Herrera Rossi:


Cruzando la exedra —inmediato— se entraba al Patio de Honor del Colegio rodeado de escuetas columnas. Allí se hacían, como en los castillos medievales, las formaciones solemnes. Los escolares, obligatoriamente descubiertos no podrían hablar sin incurrir en varias sanciones: silentes, hieráticos, desfilaban con método inflexible a las clases; ansiosos al patio de recreo donde los recibía el alborozo de sus compañeros, o en filas —disciplinados como legión romana— a la calle, rumbo al hogar, con ventura fragmentaria porque la tarea y los estudios exigidos al día siguiente, acibaraban las mieles del descanso y del cariño materno.

El Patio de Honor semejaba atrio de iglesia torpemente renovado. Las puertas de las clases menores con sus marquesinas superfluas, la dirección, el refectorio —tentación indómita y excelsa para el hambre de las detenciones—, abrían sus puertas hacia su inclemencia de luz.  La escalera que conducía a la Capilla y a las aulas superiores se iniciaba en uno de sus ángulos.  La entrada al patio de recreo —beata abertura del paraíso vedada a los laxos— incurría también en busca de la circulación donada por el Patio de Honor que, en suma, era el corazón del Colegio. Suspendido en su centro, el cuadro que legaba su nombre al peristilo, pregonaba en las entrañas de su marco dorado, con pulida letra redondilla, los nombres de los escolares más aprovechados, eminencias del colegio y solapados objetivos de la burla ignara de la mayoría.

El Salón de Actos accesible únicamente en las solemnidades —proclamación de premios, onomástico del director y fiestas religiosas en las que se usaba el foro para colocar el altar—, se alzaba a un costado del campo de entretenimiento. Al entrar se inhalaba una fragancia de cosa nueva, recién estrenada.  Su olor se hincaba en la memoria y su recuerdo permanecía vivaz e incitante.  Su piso encerado, su iluminación deslumbradora, el alineamiento simétrico de la sillería, la boca enterciopelada del foro, imponían a su decoro una reminiscencia prístina de perenne domingo.

Atrás del salón, se alzaba la verticalidad de las bardas —que por su anverso servían de frontones— de la huerta-hortaliza: inexpugnables murallas que defendían del ánimo ansioso y aventurero, los codiciados y prohibidos duraznos, las brevas, las peras, las uvas...
En el amplio patio de recreo, diseminadas, una contra otra, se veían las canastas del baloncesto. [17]


En su primer año en El Zacatito, el niño Octavio vivió las fiestas por el centenario de la consumación de la Independencia. El 13 de septiembre, el Comité Ejecutivo responsable de la organización informó acerca de los preparativos de la ceremonia de jura de la bandera. Dicho organismo indicó que a la Presidencia de la municipalidad de Mixcoac se le hizo entrega de 1696 banderas, de las cuales le correspondieron 350 al Colegio Francés. [18]

          La ceremonia se programó para el 15 de septiembre. Las autoridades educativas recomendaron que los niños estuvieran en el lugar designado a las 10:15 de la mañana. La prensa reportó:


Probablemente más de cincuenta mil alumnos de las escuelas del Distrito Federal formaron la doble valla que, partiendo de la puerta del Palacio Nacional, se extendió hasta la entrada del Bosque de Chapultepec.

Enorme multitud invadió bien temprano las calles por donde se formaron las escuelas y como una enorme serpiente inquieta y amenazadora, casi toda la población de la capital se extendía desde la Plaza de la Constitución, Avenida Madero, Avenida Juárez, Paseo de la Reforma y Calzada de Circunvalación del Bosque.

El recorrido de esta larga línea era por demás interesante: la fila de niños a uno y otro lado de las avenidas protegidas por doble valla de soldados y al exterior, masas compactas de gente; militares de tricolores banderas flameando orgullosas en las manos de los muchachos: las casas todas engalanadas con los colores simbólicos del lienzo de Iguala, los balcones y azoteas coronados de curiosos y un continuo ir y venir de automóviles empavesados de banderas y flores daban a la capital un aspecto singular y magnífico.

Y entre esa fila interminable de escolares dando una nota por demás consoladora y simpática, el público vio esta vez a los marciales alumnos del Colegio Alemán de cabezas rubias y ojos azules, formando impecables hileras al lado de los muchachos del Hospicio de Niños correctamente uniformados; a las alumnas del Colegio Salesiano, muchas de ellas italianas o descendientes de italianos, portando su uniforme azul; a las educandas de la Escuela del Verbo Encarnado con sus uniformes rojos, a los gallardos alumnos del Colegio Inglés, distinguiéndose por su disciplina; a los simpáticos alumnos del Colegio Francés escoltando el lienzo mexicano, a los humildes muchachos de las escuelas de Xochimilco que se distinguían por sus limpios trajes; a los correctos alumnos del Colegio Mexicano y a otros de los que haremos especial mención. […]

No cabe duda que el número que reseñamos resultó lucido por la buena organización que se le dio. No se olvidaron los detalles y las explicaciones publicadas por el Comité para que las escuelas tomaran a hora determinada los tranvías y la fijación exacta de los sitios en que cada una de ellas había de tener, contribuyó [sic] al éxito.

Con precisión matemática los tranvías recogieron en las poblaciones del Distrito a los alumnos de las escuela foráneas a la hora que se les había fijado y de esta suerte desde poco después de las diez de la mañana se observó que los educandos se iban extendiendo desde la puerta de honor del Palacio Nacional, por frente a ese edificio, luego frente a la Catedral y la Avenida Madero y casi al mismo tiempo se iba formando una valla en el Paseo de la Reforma y a la entrada del Bosque de Chapultepec frente al café del mismo nombre.

Entre tanto, en la Avenida Juárez, casi en una forma automática, se formaban grupos de escuelas a lo largo de la acera norte, en tanto que fuerzas de la guarnición de la plaza, portando uniformes enteramente nuevos y catando dotados [sic] muchos de los cuerpos de todo el equipo del antiguo Ejército Federal, iban extendiéndose a la mitad de la avenida para impedir la invasión del público del centro de la calle por donde habría de pasear el Primer Magistrado a la hora de la Jura de la Bandera.

A las once de la mañana solo faltaba de cubrirse un espacio en las inmediaciones de la Estatua de la Independencia, pero pocos minutos después la línea quedó cerrada desde las puertas del Palacio Nacional hasta la entrada del Bosque.

Entonces pudo verse que acunada, la mitad del paseo de la Reforma por tropas militares hasta el centro y por los niños de las escuelas hacia el otro lado, la otra mitad quedó invadida por coches y automóviles en tal cantidad que se hizo ya imposible el tráfico.

Estaban ya formadas cerca de sesenta escuelas particulares, entre ellas las siguientes extranjeras:

Colegios y escuelas italianas, Colegio Español de la Calle de Mesones, Colegio Francés de la Calle de la Perpetua, Colegio Francés de “El Buen Tono”, Instituto Papa Carpentier, Colegio Francés de la Calle de Honduras, Liceo Fournier, Colegio Sara L. Keen [19],  Colegio Francés del Puente de Alvarado, Colegio Alemán de la Calzada de la Piedad, Colegio Español de la Calle del Factor, “English School”, Colegio Francés La Salle e Instituto Franco Inglés.

La hora anunciada para la salida del presidente de la República eran las once, según el horario oficial. Ya entonces las calles de la formación estaban henchidas de gente, pero principalmente las avenidas Madero y Juárez eran intransitables, pues no había un sitio vacío y lo mismo pasaba en balcones y azoteas de esas avenidas.

La gran tribuna que se colocó frente al Palacio Nacional estaba también ocupada por militares de personas [sic] que desde temprano habían tomado allí lugar.

A la entrada del Bosque se había dado colocación a varios colegios extranjeros y a los alumnos del Hospicio que llevaban flamante uniforme color kaki con franjas rojas y gorras japonesas y las niñas trajes color de rosa. […]

Cuando se acercaba la hora para que pasara el primer magistrado, los escolares recibieron la orden de desenrollar sus banderas y las bandas militares que se habían colocado a determinada distancia de toda la formación, se prepararon para ejecutar el himno patrio tan luego como los clarines fueran anunciando la proximidad del ciudadano presidente de la república. […]

Siguiendo la línea de formación de los escolares, [Obregón] se dirigió por frente a la Catedral y Avenida Madero para entrar a la de Juárez y, a su paso, las fuerzas tendidas allí presentaban armas, las bandas ejecutaban el Himno Nacional y los alumnos de los establecimientos docentes coreaban nuestro canto de guerra, en tanto que hacían flotar al aire libre de una mañana esplendorosa los colores brillantes del lienzo que hace un siglo unificó las tendencias de los bravos soldados de Guerrero, sostenidas a fuerza de sangre por las de don Agustín de Iturbide para formar el Ejército Libertador.

Siguió la comitiva por el Paseo de la Reforma, donde se replicaron las mismas manifestaciones a medida que pasaba el presidente de la República, hasta la entrada del Bosque de Chapultepec, donde terminaba la formación. 

A las doce del día la ceremonia había terminado y nuevamente se vieron pasar por nuestras calles tranvías llenos de niños y grandes camiones coronados de banderas que alegremente hacían “flotar” los asilados del Hospicio. La ciudad seguía en todas sus calles, llena de paseantes y por el centro la multitud discurría entre himnos de colores.

Gracias a la filantropía del señor Enrique Zúñiga, acreditado comerciante en el ramo de papelería, los niños que tomaron parte en la formación de ayer, pudieron saborear algunas ricas paletas de dulce que este caballero les obsequió. [20]


Para Martínez Marín, “la preparación de los maristas en el Colegio Francés del ‘Zacatito’, cuya educación básicamente fue de conocimientos y de disciplina —independiente de su organización, de sus objetivos ideológicos y todo eso— me permitió adquirir una muy buena educación, porque cuando yo dejé el Colegio Francés […] y llegué al Centro Escolar Benito Juárez, me inscribieron en el tercero, así que pude allí brincarme un añito”. [21] Paz también valoraría sus años de aprendizaje con los lasallistas:


En El Zacatito [...] aprendí (y muy bien) los rudimentos de la gramática, la aritmética, la geografía, la historia de México (menos bien) y la historia sagrada. Debo decirlo: la historia sagrada era (es) prodigiosa, incluso en las versiones endulzadas del hermano Charles y del hermano Antoine. En la capilla me aburría durante las misas interminables. Para escapar del suplicio de ese ocio obligado y de la dureza de las bancas, me di a urdir fantasías y quimeras licenciosas. Así descubrí el pecado y temblé ante la idea de la muerte. En los campos jugué futbol, tuve peleas, sufrí castigos (horas y horas frente a una pared) y, en los juegos y travesuras con mis amigos y compañeros, di los primeros pasos en ese camino que recorremos todos los hombres: los corredores del tiempo y de la historia. Una tarde, al salir corriendo del colegio, me detuve de pronto; me sentí en el centro del mundo. Alcé los ojos y vi, entre dos nubes, un cielo azul abierto, indescifrable, infinito. No supe qué decir: conocí el entusiasmo y, tal vez, la poesía.

De trecho en trecho, para aliviar el camino, habían plantado, como si fuesen patrullas de centinelas inmóviles, grupos de «truenos». Me encantaban esos arbolillos, aunque no acertaba a descubrir su relación con los truenos que me estremecían en las noches de temporal. Uno de mis profesores en el colegio de El Zacatito, el hermano Antoine, me aclaró: no son truenos sino troène. En francés, unos arbustos. ¡Ah!, respondí aturullado. Esa tarde busqué en el diccionario francés-español el significado de troène: alheña. Ante esa palabra árabe mi confusión fue mayor. Seguí buscando y encontré otro enigma, ahora latino: ligustro. Pero ¿qué es ligustro? Alhaña. ¿Y qué es alhaña? Ligustro. Perversidad de los diccionarios: las definiciones circulares.


Entre otras actividades:


el colegió ofreció clases de francés y de inglés después de las labores. Lo mismo durante las vacaciones, hubo cursos para los rezagados, llegando a contar con 76 en una ocasión. […]
Lo más notable de todos los actos culturales eran las fiestas mensuales para distribuir diplomas y la fiesta de premios al fin del curso. Todos recuerdan con emoción la variedad, lo artístico de las ejecuciones, lo largo y ameno de las obras representadas como el “Zapatero dentista” y los premios que se otorgaban siendo de Excelencia, Exactitud, Honor, Examen (para todos aquellos aprobados en los oficiales), de Aplicación a los pequeños. Era todo un éxito con el salón repleto.

Existía igualmente un Centro Recreativo abierto durante las vacaciones tres días a la semana y con todo tipo de juegos. Patrocinaba también tres o cuatro paseos en autobús en los sitios famosos: El Desierto, El Chico, Las Pirámides, Río Frío […]. [22]


Además, la institución tomó como santo patrono al Sagrado Corazón de Jesús, celebrándolo el primer viernes de febrero. En mayo de 1921, se inauguró el cinematógrafo de la escuela.



Planta de profesores del Colegio Francés del Zacatito en 1922.


          El 11 de junio de 1922, se informó de nuevas actividades culturales:


Suscritas por Clemente L. Beltrán, Inspector de Escolar; José D. Santamaría, director de la Escuela Superior “Valentín Gómez Farías”; Luisa Ramirez Falcón, directora de la escuela “Centenario”; Concepción Peredo, directora de la escuela "Amado Nervo" y Emilio R. Cario, director de la escuela “Jesús Díaz de León”, de la cercana población de Mixcoac; han circulado entre numerosas familias las invitaciones a la segunda reunión social de la serie que se efectuará el día 11 del presente mes, de 10 a 12 horas, en la sala de cine del colegio Francés del Zacatito en dicha población.  

Esta reunión está patrocinada por el ministro de Educación Pública y el H. Ayuntamiento de dicha localidad.

Publicamos a continuación el programa que se desarrollará:

I. Obertura por la "Agrupación Artística Nava”. 

II. La confraternidad de las personas y las cosas, conferencia económica sustentada por don Alberto Beteta. 

III. Canto.  A. Fanciulla del West-Puccini. B. “La Bohemia” de Leoncavallo, por el profesor Samuel Pedraza (Tenor).

IV. Bailes típicos internacionales típicos por niñas de las escuelas “Centenario” y “Amado Nervo” y niños de la escuela “Valentín Gómez Farías”, arreglados por Juventina Pichardo.

V. “Los motivos del lobo”, composición poética de Rubén Darío, recitada por Esther Castillo, profesora de la escuela “Valentín Gómez Farías”.

VI. Tabla de gimnasia sueca, por niños de la escuela “Valentín Gómez Farías”, dirigida por el profesor Roberto Velasco. 

VII. “Barvarola”, letra y música del profesor Francisco Nava, cantada por niñas de las escuelas “Jesús Díaz de León” y “Valentín Gómez Farías”.

VIII. Himno Nacional, cantado por los niños y personal docente de las escuelas. [23]

Formarán la misa coral, setecientas voces de niños y niñas de los colegios siguientes, que bondadosamente han prestado su valiosa ayuda: Asilo “La Soledad”, (Tacuba); Colegio de Niñas de San Antonio, Tacuba; Colegio Salesiano, Santa Julia; Colegios Teresianos, «1 de Mixcoac y el de la Capital»; Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de las Religiosas Sacramentarías, de Guadalupe Hidalgo; Colegios Franceses para niños; el de la Perpetua, el del Puente de Alvarado y la Salle; Colegio de las Hermanas Guadalupanas, de Guadalupe Hidalgo; Colegio de la Enseñanza, de la misma población; Colegio “Zamora y Duque”, Tacubaya; Colegio “Mier y Pesado”; Colegio Francés para niños, de “El Zacatito", Mixcoac. Cantarán, además, las obreras que antes formaban el coro de San Gregorio de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, vulgarmente “El Buen Tono”, y otras piadosas personas que anhelan la restauración de la música litúrgica en México. [24]


Durante el tiempo que Paz estuvo inscrito, la escuela tuvo un franco crecimiento. Para 1922, contaba con 364 alumnos matriculados; en 1923, con 377; y, hacia 1924, alcanzó la cantidad de 422 alumnos. 



Planta de profesores del Colegio Francés del Zacatito en 1924.


          Por los conflictos religiosos y el anticlericalismo de su padre, Paz abandonó aquella escuela justo al concluir el cuarto año de primaria, a los diez años de edad. El Zacatito quedaría en su memoria:


Ahí estudié los primeros cuatro años de la primaria. Y en el último año tuve entre mis maestros a un hermano, un profesor al que le llamábamos el hermano Antonio. Nos fascinaba porque nos contaba las leyendas de la historia sagrada de un modo lleno de poesía. Los milagros, todas estas historias de la Biblia que son prodigiosas si las oímos, en versión muy depurada porque la Biblia es un libro bastante arriesgado. [25]


En 1926, se incorporó a El Zacatito el hermano Juan Fromental:


Por fin, llega a la Ciudad de México, al tan esperado Zacatito en Mixcoac.

Por cierto, que esta palabra le causaba extrañeza a nuestro Hermano, la repetía con insistencia hasta que logró dominar su pronunciación. Un Hermano le explica su significado: Hermano Juanito, Mixcoac significa serpiente de nube, y quedó satisfecho.

En aquel entonces Mixcoac estaba separado del centro de la Ciudad de México, por algunos sembradíos y terrenos baldíos, distaba de ésta unos cinco kilómetros.

El Colegio del Zacatito gozaba de muy buena y reconocida fama, dirigido en aquel entonces por el Hno. Carlos Bovey, que recibió cariñosamente a nuestro Hermano. ¿Quién iba a pensar que sería su casa por 25 años, cuna de sus alegrías y calvario de sus dolores? […]

Negros nubarrones presagiaban la tormenta de la persecución religiosa que desataría Calles.

Muy dura fue sin duda la vida para los colegios religiosos durante esta persecución, pero no tanto como en la época del cardenismo.

Se conservó la obra, gracias a la relativa distancia de la capital y a la preocupación de los padres de familia por defenderla.

Se defendía el Colegio bajo la apariencia de casa huéspedes o de un internado. [26]


Ese mismo año, Bovey dejó la dirección, regresó a Francia y fue sustituido por Dosas Lucien Moeme. De 1927 a 1932, debido al problema religioso y a la difícil situación sociopolítica del país, la obra lasallista se desarrolló casi en la clandestinidad, aunque en 1929 la propiedad del terreno fue donada a los lasallistas por Felipe y Piedad Martell. [27]  De esa época convulsa, Guadalupe Martínez, quien conoció al niño Octavio, recuerda:


Yo estudié en el Colegio Teresiano de Mixcoac, que estaba en la calle que ahora se llama la calle de Goya. Ese edificio lo expropiaron cuando era presidente Calles y secretario de Educación un señor Narciso Bassols. Expropiaron el edificio que era de una señorita que se llamaba Piedad Martell. Ahí pusieron después una secundaria, echaron a perder el edificio porque las madres del Teresiano lo tenían perfectamente cuidado y ahí en esa escuela iban personas de mucha categoría. En el Teresiano había internado, traían a las muchachas más ricas de la provincia. ¡Ah!, estaban también de interna la sobrina del arzobispo, una sobrina de Calles… de las principales, de mucho renombre. Cuándo nos corrieron de la escuela, llegó una tarde Bassols con su séquito a decirnos que por favor saliéramos, que saliéramos todas de la escuela, pero las madres lo que decían era que ellas eran responsables de todas las niñas internas, las externas nos íbamos a nuestras casas, pero las internas, ¿cómo? ¿A dónde iban a ir? Entonces, empezó ahí la discusión y Narciso Bassols llamó a los bomberos que entraran y con la manguera nos querían sacar, pero no, no sacaron a nadie y eso lo irritó tanto, tanto, que entonces ha de haber pensado “que se queden aquí todas, internas y externas”, nos clausuraron, ya no dejaron entrar a nadie y estaban los chamacos del Zacate, del colegio Zacatito y nosotras ahí. Los muchachos fueron a ayudar. [28]



Diploma de mérito del Colegio Francés del Zacatito.



[1] “Un nuevo instituto benéfico abre sus puertas”, El País, 9 de enero de 1910, pp. 1 y 2.

[2] En la lista de pasivos del inventario de los bienes de Rosa Solórzano —contenido en su testamento—, aparece el inmueble de la tercera Revillagigedo 73 (37, según La Patria) como un crédito en litigio “que tiene Felipe Martel en contra de la sociedad, por rentas insolutas de la casa N° 73 de la 3ª calle de Revillagigedo de la ciudad de México, según consta en el instructivo del Juzgado Sexto de lo Civil que conoce del negocio en la vía sumaria”. Testamento de Rosa Solórzano de Paz, sección segunda, 8 de mayo de 1916, folio 228427.

[3] Hoy Secundaria Diurna número 10.

[4] Es probable que la Hacienda tuviera ese nombre porque en esa zona creciera hierba que servía de pasto y forraje.

[5] Bernardo A. Grousset y Andrés Meissonnier, La Salle en México. Primera etapa (1905-1921), México, Servimpresos, 1982, p. 72.

[6] Valentina Torres Septién, “Los educadores franceses y su impacto en la reproducción de una élite social”, en línea: https://www.jstor.org/stable/j.ctv5138wq.8?seq=1

[7] Ibid.

[8] Bernardo A. Grousset y Andrés Meissonnier, op. cit., p. 157.

[9] Valentina Torres Septién, La educación privada en México (1903-1976), México, El Colegio de Mexico / Universidad Iberoamericana, 1997, en línea: https://www.jstor.org/stable/j.ctv5138wq.8?seq=1

[10] Ibid.

[11] José Herrera Rossi, Semblanzas, México, Editorial Jus, 1952, pp. 55-56.

[12] Martínez Marín confunde que en ese tiempo la educación de los maristas y los lasallistas no estaba unificada, a pesar de que en 1922 hubo un proyecto conjunto de ambas cofradías en el que se establecía que los primeros se encargarían de las preparatorias y los segundos, de las primarias. El proyecto no se pudo llevar a cabo y los maristas decidieron solicitar permiso para fundar su propia preparatoria y primaria.

[13] Alicia Olvera, “Carlos Martínez Marín. Entre la historia y una nueva disciplina”, Historia e historias. Cincuenta años de vida académica del Instituto de Investigaciones Históricas, México, UNAM, 1998, p. 75.

[14] Bernardo A. Grousset y Andrés Meissonnier, op. cit., p. 158.

[15] Octavio Paz, “Entrada retrospectiva”, Obras completas VIII. El peregrino en su patria, México, FCE, p. 18.

[16] Octavio Paz, “Evocación de Mixcoac”, Obras completas XIV. Miscelánea I, México, FCE, p. 347.

[17] José Herrera Rossi, op. cit., pp. 48-50.

[18] “La jura de la bandera”, Excélsior, 13 de septiembre de 1921, p. 7.

[19] Años después, la niña Elena Garro estudiaría en esta institución.

[20] “Más de cincuenta mil niños, haciendo flamear la enseña nacional, saludaron al presidente”, Excélsior, 16 de septiembre de 1921, primera sección, pp. 1 y 4.

[21] Op. cit., p. 76.

[22] Bernardo A. Grousset y Andrés Meissonnier, op. cit., p. 37.

[23] “Fiestas y recepciones”, Excélsior, 10 de junio de 1922, segunda sección, p. 3.

[24] “Virgen de Guadalupe, reina de México, ¡sálvanos!”, El Heraldo de México, 12 de octubre de 1922, pp. 1 y 9.

[25] Enrico Mario Santí, "Entrevista a Octavio Paz", Letras Libres, 31 de enero de 2005.

[26] Hermanas Guadalupanas de La Salle, Hno. Juan Fromental Cayroche, México, Servimpresos, 1985, pp. 24 y 25.

[27] Johanna Marcela Osses Rivera, Estrategias de fomento a la lectura en estudiantes de nivel secundaria del turno vespertino del Colegio Simón Bolívar, Mixcoac, tesis profesional, México, UNAM, 2012, p. 37.

[28] Guadalupe Martínez de Ritz, “El Mixcoac de mis recuerdos”, entrevista realizada por Graziella Altamirano el 7 de agosto de 2003, en Santa Mónica, Estado de México, en línea.


Artículos relacionados