Conversaciones y novedades

Versiones y reversiones: Entre la piedra y la flor (el poema de Mérida)

Guillermo Sheridan

Año

1937

Lugares

Mérida

Personas

Garro, Elena

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Lecturas y relecturas: la obra poética

 

A lo largo de los dos meses que pasó en Mérida visitando las zonas arqueológicas y haciendas henequeneras aledañas, Octavio Paz comenzó a escribir un poema ambicioso que publicaría como plaquette en 1941: Entre la piedra y la flor, poema Penélope que escribió y desescribió y volvió a escribir a lo largo de cuarenta años de insatisfacción.

     Lo consideró, junto con casi todos los textos de su juventud, “sin valor literario, parte de mi formación poética. Son mi prehistoria”. [1] Pero el poema, ay, siguió muriendo: lo escribió a partir de 1937, lo publicó en 1941, lo modificó en 1956, le hizo más cambios en 1968 y lo reescribió en 1976 al grado de “dificultar la identificación de la versión inicial con la nueva”, como escribe Jean-Claude Masson. [2] La palabra obsesión no se emplearía mal: ¿qué había en ese poema que Paz siempre está empezándolo? Su juventud, su pasión revolucionaria, su necesidad de “renacer” siempre como poeta y como hombre. En una carta de 1976 a Pere Gimferrer, le dice acerca de Entre la piedra y la flor : “[lo] escribí este año”, [3] como si estuviera de nuevo en Mérida en 1937.

     La inacabable reescritura del poema se suma a su expulsión de la primera edición de Libertad bajo palabra (1949) y de las primeras antologías. Como en el caso de otros de los poemas llamados “comprometidos” del periodo de la estancia en Yucatán y del viaje a la España durante la Guerra Civil, esto dio pie a acusaciones en el sentido de que Paz se autocensuraba ideológicamente, es decir, que las reescrituras no obedecían tanto a un afán perfeccionista poético, sino a una estratagema para ocultar posturas políticas de las que había ido abjurando. Suele obviarse que, por lo general desafecto a su poesía juvenil, fueron los poemas amorosos y eróticos del periodo juvenil los que más revisiones y reescrituras sufrieron, como lo han estudiado Judith Goetzinger y Luis Ángel Rodríguez Bejarano. [4] La respuesta era entonces que al corregir esos poemas amorosos lo que buscaba en realidad era ajustarlos para que reflejaran actitudes estéticas de su escritura posterior.

     Más allá de la discusión sobre el derecho de un poeta a reescribir sus poemas y de que sería iluso suponerlo tan ingenuo como para pensar que las versiones previas pasarían desapercibidas, en el caso de Entre la piedra y la flor creo que Paz erró al crearle, por acción u omisión, una genealogía equívoca. Fue un poema crucial en la historia de su escritura, un poema fronterizo que —más allá de su voluntad o su gusto— tenía su propia historia editorial: una verdad —digamos— histórica. Alzándose de hombros, Paz contestaría entonces, como lo hizo en una entrevista de 1988, que “de todos modos, las revisiones no fueron mutilaciones pues existen las versiones anteriores. El crítico y el lector pueden leer y preferir las versiones antiguas.” [5] (De hecho, en sus Obras completas, si bien en diferentes volúmenes, aparecen una de las primeras y la última de esas versiones.) Paz alegaba que sus cambios no tenían que ver con los poemas, sino “con la manera en que estaban dichos”; buscaba “hacer la forma más expresiva, es decir, servirle más al poema y menos al hombre que lo escribe”; lo movía “un anhelo estético pero también una idea de la naturaleza de la poesía: el poeta que escribe no es idéntico al hombre que vive”. Es un dilema de difícil resolución, pues modificar un poema... ¿no implica traicionar al poeta —el otro, el mismo— que lo escribió antes?; ¿no traiciona al tiempo al que el poema respondió al nacer?

     La acusación de revisionismo lo irritaba particularmente, en especial, si quienes la hacían se referían a sus posturas políticas. Entre la piedra y la flor se presta singularmente para el caso. Por ejemplo: en uno de sus inteligentes escritos al respecto, Rubén Medina piensa que la diferencia entre la versión inicial del poema (1941) y la última (1976) radica esencialmente en que el poema pasó de denunciar “la explotación del campesino yucateco” a “una aceptación fatalista de la realidad degradada”; Medina sostiene que el autor transitó de “dolerse y compadecerse del campesino” a una mera disertación “sobre la vaciedad del dinero, ya no en una región específica (Yucatán), sino en el planeta entero”. [6] Un reproche que no deja de incluir una fe superior: que un poema puede cambiar la realidad. Esta fe reivindica a la poesía como una categoría superior a la historia (como lo cree Paz). Y, en efecto, es curioso que ahora el poema, por ser dos, es más poema que antes, incluso cuando ello aparenta censurar las veleidades ideológicas de su autor.

     Veamos la conversación con Anthony Stanton sobre el tema (15: 113):

A.S.: Entre los poemas políticos me interesa destacar Entre la piedra y la flor, una apasionada e iracunda denuncia de la explotación y la injusticia, cuya primera versión publicada es de 1941. ¿No cree usted que en la más reciente versión de 1976 se pierde una parte de la pasión, el dramatismo y la fuerza, resultando este gran poema más abstracto, más conceptual y más estilizado?

O.P.: Es posible. Pero yo prefiero la última versión porque en ella desaparece el ideólogo y aparece la realidad. De una manera oblicua, digo cosas más fuertes que en la primera y más ingenua versión. En la primera yo veía al explotado; en la segunda, veo también a la cultura india humillada. Mejor dicho: a la cultura tradicional, a la de nuestro pueblo.

A.S: Y en la última versión se ven mecanismos de dominación más sutiles, ¿verdad?

O.P.: Por ejemplo aludo al dinero de una manera menos dramática pero más eficaz. Toco, además, un tema que no aparece en la primera versión: la superstición del progreso.

Pero, claro, si Paz sentía la necesidad de escribir un poema sobre esa superstición, ¿por qué no lo hizo en un nuevo poema? Si todo poema es la expresión única y suficiente de un instante, ¿por qué alterarlo? En otra entrevista, [7]  ahora de 1987 con César Salgado, vuelve al tema:

C.S.: Usted corrige mucho su poesía: ¿por qué?

O.P.: No. Cada poema es siempre el borrador de otro poema no escrito. O quizá sea más exacto decir que cada poema es la traducción, siempre aproximada, de un poema ideal no escrito. Pero ¿cómo resistir a la tentación de acercarse un poco a ese poema que nunca escribiremos? Además, el tiempo, los cambios del tiempo. No sólo el hombre cambia; también los poemas cambian. Son seres vivos. Hay que ayudarlos a ser lo que, obscuramente, quieren ser. La obra está animada por una voluntad secreta.

C.S.: ¿Cuál ha sido la reacción de la crítica y los lectores ante estos cambios?

O.P.: Depende. Los críticos pueden escoger, si les parece, las versiones anteriores de este o de aquel poema. Por otra parte, los cambios no han sido substanciales; quise mejorar la expresión, decir con mayor eficacia lo que intenté decir al escribir el poema. Mejor dicho: lo que el poema quiso decir. Wordsworth cambió muchos versos y estrofas de "The Prelude" por razones políticas, filosóficas e históricas. Ésos sí fueron cambios substanciales. También los cambios y supresiones de Auden obedecieron a consideraciones de orden moral y religioso. No es mi caso: cambié a veces una frase o una estrofa, precisamente por fidelidad al texto, para decir mejor lo que el texto quería decir. Creo que en esto seguí el ejemplo de Yeats, para no hablar de poetas de mi lengua, como Juan Ramón Jiménez y Borges.

Un día conjeturable, una computadora audaz, algoritmeada por un exégeta digital, realizará un cotejo comparativo con todo detalle. Por lo pronto, me limito a registrar una cronología del poema mutante.


Las versiones iniciales

Paz llegó a Yucatán bien enterado de la importancia del henequén, símbolo del momento: una planta mítica que convierte la tierra y el agua en sudor y sangre hacia su metamorfosis final en dinero; una materia prima alrededor de la cual se tejían intereses económicos, sociales y políticos importantes en la época; un tesoro asediado por el imperialismo; una fuente de poder que enriquecía a unos cuantos mientras condenaba a la semiesclavitud a miles de indígenas. Cambiar ese estado de cosas fue una de las apuestas más ambiciosas del presidente Lázaro Cárdenas y de su proyecto (más o menos) socialista; este fervor, lamentablemente, no tardó en colapsar. Al llegar, Paz ya tiene la idea de escribir un poema sobre ese símbolo sociopolítico y económico, pues en esos días —como le dice en carta a Elena Garro— está leyendo a Marx, esto es, El capital, y “las cuestiones filosóficas” de Engels, es decir, el Anti-Dühring (Paz dice preferir al primero). No es difícil, en efecto, apreciar en el canto IV del poema las famosas ideas de Marx sobre la alquimia del dinero que pasa por “la retorta social a la que se avienta todo para resurgir después como un oro de cristal” (I, 3), ni las de Engels sobre el interés y la usura en “La formación del Estado”: “el mercader logró que todos los productores de bienes se postraran en la adoración del polvo: el dinero”. El problema intrigaba al joven Paz, como se aprecia no sólo en el poema, sino en sus contemporáneas “Vigilias II” (13:153):

El trabajo, en el mundo capitalista, es infinito, es decir, no tiene fin, ni finalidad; no sólo no posee ningún sentido personal sino que su esencia consiste en no tener sentido y en ser impersonal, puesto que no es más que una rueda que exprime el tiempo y lo vacía, chupando toda su substancia. La burguesía, que no tiene ya la noción del objeto y del origen, ha convertido el instrumento en su fin y se ha tornado en una clase estéril, impotente para crear o, por lo menos, para regular la vida de lo que ella creó. Y, así, hay trabajos totalmente improductivos —y el trabajo, si no es creación, ¿qué puede ser y qué lo justifica o hace pensable siquiera?—; trabajos que no tienen más objeto que dar «quehacer»; se inventan «tareas para ocupar el tiempo» y para «reducir el número de los desocupados»... ¿Qué tienen que ver esos extraños «trabajos» con el auténtico sentido del trabajo? Todos los oficios han perdido su sabor, hasta los más antiguos y venerables, sabor que provenía de que, antes que tarea, eran obra. El trabajo se mide en tiempo, como ha mostrado Marx, y el tiempo en dinero. El dinero es una abstracción sin savia ya, un signo hueco y mágico […]. Es la única criatura viva del mundo burgués. Pero el dinero no tiene fin ni objeto, es, simplemente, un mecanismo infinito, que no conoce más ley que la del círculo. Es la más pura de las realidades modernas, porque es la más abstracta. No tiene ningún sabor terrenal. No sirve para nada, puesto que no se dirige a nada. Pero todos son sus servidores. Y todos giramos en su órbita, sin salida alguna, en un mundo sin principio ni fin, vacío.

Esta inquietud —que habría que analizar con detalle— no deja de relacionarse con dos trasuntos biográficos: el primero es el trabajo “extravagante” que tuvo en 1933 en la Comisión Nacional Bancaria que consistía en incinerar billetes viejos en un horno del Banco de México, experiencia que lo intrigó siempre; [8] y el segundo: los aprietos económicos causados por la súbita muerte de su padre en 1935; esto dejó a Paz con la responsabilidad de mantener a su madre, lo cual le generó ansiedades contradictorias —desdén y avaricia— que se aprecian bien en las cartas a Garro. (El tema del dinero, síntesis del poder, “el Rey de este mundo”, [9] que en su obra suele aparecer sujeta al clásico estudio de Freud sobre el oro excremental, merecería un estudio detallado.)

     Por otra parte, debe mencionarse que el henequén es un símbolo que también representa un íntimo enigma superior de muy diferente naturaleza: el de sus complicados amores con Elena Garro, otra planta singular que, en los poemas aledaños de tema erótico de la misma época, es como un henequén íntimo, no menos “natural”, no menos serpiente, que carcome otra clase de economía, la afectiva del joven “henequenero” enamorado, como se aprecia en la primera carta 37 (marzo 13 de 1937) que le envía desde Mérida:

Y aquí, Helen, tierra de mitos y diosas terribles, maravillosamente hundidas en las rocas, diosas raíces, diosas reptiles, misteriosas diosas inmóviles y llenas de poder danzante, silenciosas como un cielo mágico, desnudo, yo tengo un gran aprendizaje: a los mitos se les vence con amor más fuerte que su odio, con odio más fuerte que su amor, colaborando con ellos. No esclavitud, ni dominación, sino magia. Magia del amor, de ti, mito, serpiente venenosa, Helena mía. Rosa y serpiente, [10] roca y agua, eres como Yucatán, sedienta y exasperada.

El joven comunista que sueña con refundar el mundo, mira en su amor por Elena (¡Helena!) una prolongación de su ánimo revolucionario. El que en 1935 miraba en su novia a la Diosa que abarca al Valle de México, una diosa flotante de luz dorada y aire cristalino, la convierte en Mérida en una arquetipal Diosa Serpiente, telúrica y “terrible”, suerte de Melusina maya, que se desliza, hermosa e impredecible, entre las líneas de la correspondencia.


Primera escritura (fragmento de marzo de 1937)

La primera mención al poema aparece en la carta 38 (15 de marzo), donde menciona que trabaja “en un poema largo”. Cuatro días después le envía los primeros versos en la carta 41 (marzo 19). Se hallaba aturdido por el calor sofocante:

me imaginaba a la tierra como un vasto, silencioso y sofocante invernadero, un lívido invernadero que iba alimentando, conforme crecían calor y poder perverso del suelo, serpientes, larvas, lentos animales, hombres demasiado reales para ser contados. No tuve más escape a esa angustia, a esa vergüenza del existir, que la poesía […]. Principié un poema, que quizá sea el que determine todo el sentido de mi trabajo, el que coordine los fragmentos dispersos, que tú conoces, y dé unidad moral, unidad metafísica, digamos, al conjunto. Realmente es muy poco, pero eso te dará una idea: [11]

          En el alba de callados venenos
          amanecemos serpientes
          Amanecemos en un estéril vaho
          en una piedra seca, tibiamente
          Si yo toco mi cuerpo soy herido                         5
          por rencorosas púas
          por enemigos poros erizados
          La luz en estas horas es acero
          es el agudo labio del desprecio
          Bajo este llanto congelado                                  10
          amanecemos hombres viles, hombres,
          hombres/etc

Sigue así, y eso será el principio de algo más vasto, que no sé si llegue a terminar alguna vez.


Segunda escritura (fragmento de abril de 1937)

Un par de semanas después, el poema vuelve a la conversación, en la carta 53 (10 de abril):

Tengo casi lista la primera parte de un poema. Trata del henequén. Del hombre esclavizado por el cielo y la tierra terrible de Yucatán. El henequén, que debía salvarlo del hambre que asoló la cultura maya (…) y la época colonial, no hizo sino esclavizarlo más. El hambre siguió. Y los canallas que aquí controlan la vida (descastados y vendidos, feroz y despiadada burguesía de violadores y traidores, silenciada [sic] por la casta de los intelectuales) ha construido Mérida y los ferrocarriles y todas las flores y los panes y los jardines con esa sangre india y mestiza. En la primera parte está el paisaje, físico y moral. El suelo, el cielo, el henequén, el hombre. Es la parte más fácil. Después vendrá lo otro. Un poema grande, un libro casi […]. [Me siento] más maduro. Más equilibrado. Casado contigo, comunista y joven, humano. Un poco idiota, pero renovado por ti. Te voy a mandar una versión provisional del poema. No la enseñes a nadie. Dame tu juicio.

Pero se arrepiente y no envía el escrito. En la carta 54 (14 de abril), le anuncia: “te mando mi poema: ahí está claramente dicha mi actitud personal poética)”, pero nuevamente lo detiene. Siempre susceptible, casi intimidado por la posible reacción adversa de su novia, por fin, en la carta 56 (15 de abril), le remite los primeros versos y aun con una corrección a mano sobre el texto mecanográfico:

Antes de poner la carta vi el poema. Sin corregir te lo mando. Te suplico me lo devuelvas con tu juicio. Ya sabes que es uno de los que más estimo, no por ser tuyo, sino por tu talento.

Materialmente no puedo corregir el poema. Quiero hacerlo más tarde. Es lo único que he hecho desde el libro. Creo que he bajado. Te necesito.

          En el alba de callados venenos
          amanecemos serpientes.
          Amanecemos en un estéril vaho,
          cabe una piedra seca, tibiamente.
          Un círculo sediento el horizonte,                               5
          frenético de piedras y serpientes,
          nos entrega a un destino sin espera,
          a un letargo sin sueños ni salidas.
          Amanecemos hombres de labios minerales,
          de descarnada sed y esperanza impía,                    10
          brotando de la fiebre subterránea,
          límites de la piedra
          y lo que obscuramente alienta en larvas.
          Amanecemos ciegas fibras,
          oh plantas enraizadas en lo inmóvil.                        15
          tercas raíces mías,
          obstinada ternura de raíces,
          hundidas en el jadeo reseco de la tierra.
          La luz en estas horas es acero,
          es el desierto labio del desprecio.                             20
          (Si yo toco mi cuerpo soy herido
          por rencorosas púas,
          por erizados poros enemigos.)
          Bajo esta luz de llanto congelado
          el henequén, inmóvil y rabioso,                                 25
          en sus índices verdes
          hace visible lo que no remueve,
          el callado furor que nos devora.
          En esa quieta cólera, en esa fija sed,
          la muerte en que crecemos se hace espada            30
          y lo que crece y vive y muere
          se hace lenta venganza de lo inmóvil.
          El henequén que surge de las rocas
          es la muerte que acecha,
          la sequedad del trópico desierto,                               35
          el destino del hombre.
          El hombre en estas horas amanece,
          entre la luz y el suelo enemistados,
          en la llanura cruel amanecemos,
          Entre la luz que llueve su invisible fuego
                                                             [silencioso fuego         40
          Y la tierra sin poros que no mata.
          El hombre en estas horas amanece.
          El henequén vigila cielo y tierra.
          Es la venganza de la tierra,
          la mano de los hombres contra el cielo.                    45

La ansiedad por enviar el poema se le convierte en la de ignorar qué opina la lectora. En la carta 60 (abril 21), lamenta: “Tengo una queja contra ti: no me has dado tu opinión (seria) sobre el poema. Creo que es muy bueno y que allí está mi camino, fiel a mí mismo, pero con mayor objetividad.” Y en la carta 63 (27 de abril):

Mi poema sigue: se llama El Henequén. Creo que será algo nuevo. Hay partes ya casi acabadas. Será algo como del tamaño de Raíz [12]  y ya tengo 60 u 80 versos, pero todo pensado. Dime, por favor, qué opinas del principio (que no es, desde luego, lo mejor, pero que no es tampoco frío). Esa opinión la espero hace mucho.


La pausa y el nuevo título (1937-1941)

Paz vive los días más atareados de la estancia en Mérida (la llegada de los estudiantes, el inicio de cursos, los líos laborales) y trabaja en el poema sólo por las noches. El 20 de abril se entera de la invitación al Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia y todo se apresura: debe cerrar el capítulo Mérida, viajar de regreso a la Ciudad de México, resolver si hay boda y preparar el viaje a Europa (que dura del 13 de junio al 19 de diciembre). Transcurrieron tres años hasta que Paz quiso, o pudo, publicarlo e iniciar la prolongada vida de revisiones, alteraciones y reescrituras de este poema mutante y nunca satisfactorio.

     El poema siguió titulándose El henequén casi hasta su llegada a la imprenta en 1941. Así lo anuncia todavía el 15 de febrero de ese año Antonio Acevedo Escobedo en la sección “Anuncios y presencias” de Letras de México (año V, vol. III, número 2): “pronto saldrá un nuevo libro, El henequén, de Octavio Paz (Ediciones Nueva Voz)”. En tiempos de maledicencia entre los rivales de las muchas cofradías de escritores, Paz se habrá percatado de que no le convenía, casado con Elena, ser apodado el Henequén y sazonar el guiso de los epigramas (ya con la Garro y el Paz era suficiente). Pudo haber reparado entonces en que un verso del tercer canto, “entre la piedra y la flor”, podía ser un mejor título: incluye un «entre» (que es palabra crucial en la poética de Paz: cifra del cambio y bisagra del tropo) y es una cabal síntesis del poema: contiene el ciclo del henequén y señala sus semejanzas con la vida humana. ¿Ese verso habrá surgido del título de una crónica de su amigo Efraín Huerta, “Entre la piedra y el cielo” (publicada el 11 de enero de 1937), que terminaba con esa frase? Una frase que, a su vez, se inspiraba en un verso de Luis Cardoza y Aragón ante los vestigios de Chichén Itzá y Uxmal: la piedra lenta, rescatada de la sombra.


1. La primera edición: Nueva Voz (1941)

La primera edición de Entre la piedra y la flor apareció como plaquette con el sello de la editorial Nueva Voz en marzo de 1941. Fue un tiraje de “doscientos ejemplares que numeró y firmó el autor”. Estuvo al cuidado de Agustín Velázquez Chávez, amigo de Paz, poeta a sus horas y propietario de esa pequeña, heroica editorial que publicó a todos los poetas importantes del periodo.


Gracias a la Universidad de Chile, puede leerse en línea el número 191 de ese tiraje, escuetamente dedicado por Paz a Pablo Neruda y a su esposa, Delia del Carril, en “México, Mayo de 1941”. La reproduzco, respetando sus características formales, con sus 243 versos y rubricada en “Mérida, Yucatán, 1937”:

ENTRE LA PIEDRA Y LA FLOR
                    I
EN el alba de callados venenos                                              1
amanecemos serpientes.
Amanecemos en un estéril vaho,
cabe una piedra seca, tibiamente.
Un círculo sediento el horizonte,
frenético de piedras y serpientes,
nos entrega a un destino sin espera,
a un letargo sin sueños ni salida.
Amanecemos labios minerales,
bocas impías y descarnada sed,                                            10
brotando de la fiebre subterránea,
límites de la piedra
y lo que obscuramente alienta en larvas.
Amanecemos ciegas,
desesperadas fibras,
tercas raíces mudas,
obstinada ternura de raíces
hundidas en el jadeo reseco de la tierra.
Amanecemos.
La luz en estas horas es acero,                                              20
es el desierto labio del desprecio.
Si yo toco mi cuerpo soy herido
por rencorosas púas,
por erizados poros enemigos.
El hombre en estas horas amanece.
Fiebre y jadeo de lentas horas áridas,
sin lágrimas ni piel, solo raíces,
miserables raíces atadas a las piedras.
Bajo esta luz de llanto congelado
el henequén, inmóvil y rabioso,                                            30
en sus índices verdes
hace visible lo que nos remueve,
el callado furor que nos devora.
En su cólera quieta,
en su tenaz verdor ensimismado,
la muerte en que crecemos se hace espada
y lo que crece y vive y muere
se hace lenta venganza de lo inmóvil.
Cuando la luz extiende su dominio
e inundan blancas olas a la tierra,                                        40
blancas olas temblantes que nos ciegan,
y el puño del calor nos niega labios,
un fuego verde cerca al henequén,
muralla viva que devora y quema
al otro fuego que en el aire habita.
Invisible cadena, mortal soplo
que aniquila la sed de que renace.
Nada sino la luz. No hay nada, nada
sino la luz contra la luz rabiosa,
donde la luz se rompe, se desangra                                     50
en oleaje estéril, sin espuma.
El agua suena. Sueña.
El agua intocable en su tumba de piedra,
sin salida en su tumba de aire.
El agua ahorcada,
el agua subterránea,
de húmeda lengua humilde, encarcelada.
El agua secreta en su tumba de piedra
sueña invisible en su tumba de agua.
A las seis de la tarde                                                                60
alza la tierra un humo blanco y amoroso,
un humo que la ciñe con sofocado espanto.
Al henequén le nacen luces
siniestras y apagadas.
Vuelan pájaros mudos, barro alado,
y danzan levemente cosas y humo.
Arrasan nubes crueles el cielo sin orillas.
Pero en la noche el agua gime.
Un cielo de metal
oprime pecho y venas                                                             70
y tiembla en el ahogo el horizonte.
El agua gime entre sus negros hierros.
El hombre corre de la muerte al sueño.
El henequén vigila cielo y tierra.
Es la venganza de la tierra,
la mano de los hombres contra el cielo.
                    II
¿QUÉ tierra es ésta?
¿qué extraña violencia alimenta
en su cáscara pétrea?
¿qué fría obstinación,                                                              80
años de fuego frío,
petrificada saliva persistente,
acumulando lentamente un jugo,
una fibra, una púa?
Una región que existe
antes que sobre el mundo alzara el aire
su bandera de fuego y el agua sus cristales;
una región de piedra
nacida antes del nacimiento mismo de la muerte;
una región, un párpado de fiebre,                                        90
unos labios sin sueño
que recorre sin término la sed,
como el mar a las lajas en las costas saladas.
La tierra sólo da su flor funesta,
su espada vegetal.
Su crecimiento rige
la vida de los hombres.
Por sus fibras crueles
corre una sed de arena
trepando desde sótanos ciegos,                                         100
duras capas de olvido donde el tiempo no existe.
Furiosos años lentos, concentrados,
como no derramada, oculta lágrima,
brotando al fin sombríos
en un verdor ensimismado,
rasgando el aire, pulpa, ahogo,
blanda carne invisible y asfixiada.
Al cabo de veinticinco amargos años
alza una flor sola, roja y quieta.
Una vara sexual la levanta                                                   110
y queda entre los aires, isla inmóvil,
petrificada espuma silenciosa.
Oh esplendor vengativo,
única llama de este infierno seco,
amor que apenas nace muere,
¿tanto silencio hundido,
tanta fiebre acallada,
surge en tu llama rígida, desnuda,
para cantar, sólo, tu muerte?
                    III
SI yo pudiera,                                                                          120
en esta orilla que la sed ilumina,
cantar al hombre que la habita y la puebla,
cantar al hombre que su sed aniquila!
Al hombre húmedo y persistente como lluvia,
al hombre como un árbol hermoso y ultrajado
que arranca su nacimiento al llanto,
al hombre como un río entre las llamas,
como un pájaro semejante a un relámpago.
Al hombre entre sus fines y sus frutos.
(Los frutos de la tierra son los fines del hombre.             130
Mezcla su sal henchida con las sales terrestres
y esa sal es más tierna que la sal de los mares:
le dio Adán, con su sangre, su orgulloso castigo.)
Si pudiera cantar
al hombre que vive bajo esta piel amarga!
El nacimiento,
el espanto nocturno,
la vasta mano que puebla y despuebla la Tierra.
¡El hombre entre sus fines!
sus principios oscuros,                                                         140
la luz que lo visita,
su agonía, piedra y fuego en el polvo!
Entre el primer silencio y el postrero,
entre la piedra y la flor,
tú, el círculo de ternura que alimenta la noche.
Donde la tierra es muerte
y de su muerte sólo brotan muertes,
verdes, sedientas, innumerables muertes,
tú caminas. Te ciñe un pulso aéreo,
un silencio flotante,                                                               150
como fuga de sangre, como humo,
como agua que olvida.
Llamas petrificadas te sostienen.
Caminas entre espadas,
casi invisible, ileso,
bajo el turbio temblor del cielo liso,
con un paso, un solo paso tierno,
un leve paso de animal que huye.
Tú caminas. Tú duermes. Tú fornicas.
Tú danzas, bebes, sueñas.                                                   160
Sueñas en otros labios que prolonguen tu sueño.
Alguien te sueña, solo.
Tu nombre, polvo, piedra,
en el polvo sediento precipita su ruina.
Mas no es el ritmo obscuro del planeta,
el renacer de cada día,
el remorir de cada noche,
lo que te mueve por la tierra.

                    IV
¡OH rueda del dinero,
que ni te palpa ni te roza                                                      170
y te deshace cada día!
Angel de tierra y sueño,
agua remota que se ignora,
oh condenado,
oh inocente,
oh bestia pura entre las horas del dinero,
entre esas horas que no son nuestras nunca,
por esos pasadizos de tedio devorante
donde el tiempo se para y se desangra.
¡El mágico dinero!                                                                  180
Invisible y vacío,
es la señal y el signo,
la palabra y la sangre,
el misterio y la cifra,
la espada y el anillo.
Es el agua y el polvo,
la lluvia, el sol amargo,
la nube que crea el mar solitario
y el fuego que consume los aires.
Es la noche y el día:                                                               190
la eternidad sola y adusta
mordiéndose la cola.
El hermoso dinero da el olvido,
abre las puertas de la música,
cierra las puertas al deseo.
La muerte no es la muerte: es una sombra,
un sueño que el dinero no sueña.
¡El mágico dinero!
Sobre tus huesos se levanta,
sobre los huesos de los hombres se levanta.                   200
Pasas como una flor por este infierno estéril,
sin llamas ni pecados,
hecho sólo del tiempo encadenado,
carrera maquinal, rueda vacía
que nos exprime y deshabita,
y nos seca la sangre,
y el lugar de las lágrimas nos mata.
Porque el dinero es infinito y crea desiertos infinitos.
                    V
DÁME, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,                                                            210
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas, invisiblemente,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma                                      220
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisiblemente y calcinado,
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;                                     230
entre los hombres y los huesos, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,                                                           240
oh mundo seco,
para acabar con todo.
                                          Mérida, Yucatán, 1937.


2. La edición de Asociación Cívica Yucatán (1956)

En 1956, Paz reactivó el poema para una edición que apareció en Mérida con siete grabados de Álvar Carrillo Gil; fue publicada por Ediciones Asociación Cívica Yucatán, empresa de este último .


Grabado al inicio del canto V

Es conjeturable que Carrillo Gil, notorio coleccionista de arte muy ufano de su arraigo yucateco, le haya solicitado a su amigo el poeta algo para su editorial y que, en consecuencia, Paz resucitara Entre la piedra y la flor. En agosto de 1956, se tiraron seiscientos ejemplares bajo el cuidado del mismo Carrillo Gil y de Luis Correa Sarabia. El ejemplar que consultamos es el de José Luis Martínez, el cual incluye una sobria dedicatoria del autor. En la página legal, de manera manuscrita, se indica sobre la firma del autor que es el “Ejemplar No. 9”.

     La versión es esencialmente la misma que la de 1941. Se corrigieron un par de erratas y se cambiaron detalles como abrir los signos de admiración. El cambio más relevante consistió en desaparecer el paréntesis de los vv. 130-134. Las reescrituras se limitan a cuatro estrofas (en tres de las cuales se eliminaron versos), por lo que el poema disminuyó de 242 a 237. No tiene caso reproducir la totalidad de la versión, igual a la de 1941 salvo por esas estrofas que registro en seguida, comparándolas con la versión de “Nueva Voz”:


A. Versión Nueva Voz (vv. 1-8):
En el alba de callados venenos                                           1
amanecemos serpientes.
Amanecemos en un estéril vaho,
cabe una piedra seca, tibiamente.
Un círculo sediento el horizonte,                                       5
frenético de piedras y serpientes,
nos entrega a un destino sin espera,
a un letargo sin sueños ni salida.
Versión Cívica (vv. 1-5):
En el alba de callados venenos                                          1
amanecemos serpientes.
Un círculo sediento el horizonte,
nos entrega a un destino sin espera,
a un letargo sin sueños ni salida.                                        5


B. Versión Nueva Voz (vv. 60-67):
A las seis de la tarde                                                            60
alza la tierra un humo blanco y amoroso,
un humo que la ciñe con sofocado espanto.
Al henequén le nacen luces
siniestras y apagadas.
Vuelan pájaros mudos, barro alado,
y danzan levemente cosas y humo.
Arrasan nubes crueles el cielo sin orillas.
Versión Cívica (vv. 57-62):
A las seis de la tarde
alza la tierra un vaho blanquecino
un humo que la ciñe con sofocado espanto.
Vuelan pájaros mudos, barro alado,                                60
y danzan levemente cosas y humo.
Arrasan nubes crueles el cielo sin orillas.


C. Versión Nueva Voz (vv. 153-155):
Caminas entre espadas,
casi invisible, ileso,
bajo el turbio temblor del cielo liso,
Versión Cívica (vv. 150-153)
Caminas entre espadas,                                                     150
casi invisible, ileso,
bajo el temblor del cielo liso,


D. Versión Nueva Voz (vv. 230-234):
Entre mis huesos delirantes, arde;
entre los hombres y sus huesos, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
Versión Cívica (vv. 226-229)
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,

Una última diferencia es de carácter paratextual: si en la versión Nueva Voz el poema estaba rubricado en “Mérida, Yucatán, 1937”, en la edición “cívica” lo está en “Yucatán, 1937”.


3. La versión 1960

La primera edición de Libertad bajo palabra apareció en 1949 y no recogió Entre la piedra y la flor; sí lo hizo la segunda, la de 1960. No fue, desde luego, el único cambio. Después, con nuevas, innumerables variantes, apareció una tercera edición “corregida y disminuida” (11:526) en 1968. En la “Advertencia” fechada en “Delhi, noviembre de 1967” a esta tercera Libertad bajo palabra, Paz confiesa no estar “muy seguro de que un autor tenga derecho a retirar sus escritos de la circulación”, pues “una vez publicada, la obra es propiedad del lector tanto como del que la escribió”. A pesar de las reticencias, anuncia: “decidí excluir más de cuarenta poemas”, una exclusión que “no cambia al libro: lo aligera”. El lector, pues, ha perdido una copropiedad del material que, desde luego, en el caso de Paz, nunca rebasó la gentileza retórica.

     El poema yucateco —castigado desde A la orilla del mundo (1935-1941), al que Paz comenzó a llamar “mi primer libro verdadero” (13:29)— reaparece en la edición de 1960, lo cual coincide con su creciente actividad política de esos tiempos agitados. Lo ubica en uno de los subgrupos de una de las cinco secciones de Libertad bajo palabra, “Calamidades y milagros”, lejos de los poemas juveniles, pero junto a otro poema de 1937 (“Los viejos”, que roza la Guerra Civil Española) y los de 1940 a 1948. Paz lo rubrica en “Yucatán, 1937” (como en la versión Cívica), pero no es la misma.

     Ésta versión de 1960 es la que Paz recogerá años más tarde entre Miscelánea. Primeros escritos, tomo 13 de sus Obras completas I, asestándole así un doble carácter de poema misceláneo y juvenil. Lo rubrica en “Yucatán, 1937 - México, 1940”, que es su manera de relegar al limbo editorial la versión Nueva Voz de 1941 —la que, en rigor, era la realmente original y “juvenil”. No creo que Paz, de memoria tan afilada, se hubiese confundido. En el posterior preliminar a esa edición (13:29), escribe:

Aunque no me considero un «poeta comprometido» —expresión confusa— no he sido ajeno a los asuntos públicos. En 1937, en Yucatán, comencé a escribir un largo poema, Entre la piedra y la flor, que terminé hacia 1940. Intenté expresar un paisaje: las tierras llanas y áridas de Yucatán; unos hombres: los descendientes de los antiguos mayas; y una realidad histórica y social: la situación de las comunidades indígenas, sometidas a las oscilaciones del mercado mundial del henequén (sisal). No quedé satisfecho y me propuse, vanamente, corregirlo […]. Aquí me atrevo a publicar la versión anterior porque es substancialmente distinta a la última.

Así pues, ésta de 1960-68 es una edición anterior a la que será la final, pero no es la primera. El poema —que continúa adelgazando— lleva ahora 219 versos contra los 242 de la versión Nueva Voz de 1941 y los 237 de la versión Cívica de 1956:

Entre la piedra y la flor
I
En el alba de callados venenos
amanecemos serpientes.
Amanecemos piedras,
raíces obstinadas,
sed descarnada, labios minerales.
La luz en estas horas es acero,
es el desierto labio del desprecio.
Si yo toco mi cuerpo soy herido
por rencorosas púas.
Fiebre y jadeo de lentas horas áridas,                              10
miserables raíces atadas a las piedras.
Bajo esta luz de llanto congelado
el henequén, inmóvil y rabioso,
en sus índices verdes
hace visible lo que nos remueve,
el callado furor que nos devora.
En su cólera quieta,
en su tenaz verdor ensimismado,
la muerte en que crecemos se hace espada
y lo que crece y vive y muere                                             20
se hace lenta venganza de lo inmóvil.
Cuando la luz extiende su dominio
e inundan blancas olas a la tierra,
blancas olas temblantes que nos ciegan,
y el puño del calor nos niega labios,
un fuego verde cerca al henequén,
muralla viva que devora y quema
al otro fuego que en el aire habita.
Invisible cadena, mortal soplo
que aniquila la sed de que renace.                                  30
Nada sino la luz. No hay nada, nada
sino la luz contra la luz rabiosa,
donde la luz se rompe, se desangra
en oleaje estéril, sin espuma.
El agua suena. Sueña.
El agua intocable en tu tumba de piedra,
sin salida en su tumba de aire.
El agua ahorcada,
el agua subterránea,
de húmeda lengua humilde, encarcelada.                     40
El agua secreta en su tumba de piedra
sueña invisible en su tumba de agua.
A las seis de la tarde
alza la tierra un vaho blanquecino.
Vuelan pájaros mudos, barro helado.
Arrasen nubes crueles el cielo sin orillas.
Pero en la noche el agua gime.
Un cielo de metal
oprime pecho y venas
y tiembla en el ahogo el horizonte.                                 50
El agua gime entre sus negros hierros.
El hombre corre de la muerte al sueño.

El henequén vigila cielo y tierra.
Es la venganza de la tierra,
la mano de los hombres contra el cielo.
II
¿Qué tierra es ésta?,
¿qué extraña violencia alimenta
en su cáscara pétrea?
¿qué fría obstinación,
años de fuego frío,                                                             60
petrificada saliva persistente,
acumulando lentamente un jugo,
una fibra, una púa?
Una región que existe
antes que sobre el mundo alzara el aire
su bandera de fuego y el agua sus cristales;
una región de piedra
nacida antes del nacimiento mismo de la muerte,
una región, un párpado de fiebre,
unos labios sin sueño                                                        70
que recorre sin término la sed,
como el mar a las lajas en las costas desiertas.
La tierra sólo da su flor funesta,
su espada vegetal.
Su crecimiento rige
la vida de los hombres.
Por sus fibras crueles
corre una sed de arena
trepando desde sótanos ciegos,
duras capas de olvido donde el tiempo no existe.       80
Furiosos años lentos, concentrados,
como no derramada, oculta lágrima,
brotando al fin sombríos
en un verdor ensimismado,
rasgando el aire, pulpa, ahogo,
blanda carne invisible y asfixiada.
Al cabo de veinticinco amargos años
alza una flor sola, roja y quieta.
Una vara sexual la levanta
y queda entre los aires, isla inmóvil,                                90
petrificada espuma silenciosa.
Oh esplendor vengativo,
única llama de este infierno seco,
¿tanta fiebre acallada,
surge en tu llama rígida, desnuda,
para cantar, sólo, tu muerte?
III
¡Si yo pudiera,
en esta orilla que la sed ilumina,                                     100
cantar al hombre que la habita y la puebla,
cantar al hombre que su sed aniquila!
Al hombre húmedo y persistente como lluvia,
al hombre como un árbol hermoso y ultrajado
que arranca su nacimiento al llanto,
al hombre como un río entre las llamas,
como un pájaro semejante a un relámpago.
Al hombre entre sus fines y sus frutos.
Los frutos de la tierra son los fines del hombre.
Mezcla su sal henchida con las sales terrestres          110
y esa sal es más tierna que la sal de los mares:
le dio Adán, con su sangre, su orgulloso castigo.
¡Si pudiera cantar
al hombre que vive bajo esta piel amarga!
El nacimiento,
el espanto nocturno,
la vasta mano que puebla y despuebla la tierra.
¡El hombre entre sus fines!
Sus principios obscuros,
la luz que lo visita                                                             120
su agonía, piedra y fuego en el polvo.
Entre el primer silencio y el postrero,
entre la piedra y la flor,
tú, el círculo de ternura que alimenta la noche.
Donde la tierra es muerte
y de su muerte sólo brotan muertes
verdes, sedientas, innumerables muertes,
tú caminas. Te ciñe un pulso aéreo,
un silencio flotante,
como fuga de sangre, como humo,                               130
como agua que olvida.
Llamas petrificadas te sostienen.
Caminas entre espadas,
casi invisible
bajo el temblor del cielo liso,
con un paso, un solo paso tierno,
un leve paso de animal que huye.
Tú caminas. Tú duermes. Tú fornicas.
Tú danzas, bebes, sueñas.
Sueñas en otros labios que prolonguen tu sueño.     140
Alguien te sueña, solo.
Tu nombre, polvo, piedra,
en el polvo sediento precipita su ruina.
Mas no es el ritmo oscuro del planeta,
el renacer de cada día,
el remorir de cada noche,
lo que te mueve por la tierra.
IV
¡Oh rueda del dinero,
que ni te palpa ni te roza
y te deshace cada día!                                                     150
Ángel de tierra y sueño,
agua remota que se ignora,
oh condenado,
oh inocente,
oh bestia pura entre las horas del dinero,
entre esas horas que no son nuestras nunca,
por esos pasadizos de tedio devorante
donde el tiempo se para y se desangra.
¡El mágico dinero!
Invisible y vacío,                                                                160
es la señal y el signo,
la palabra y la sangre,
el misterio y la cifra,
la espada y el anillo.
Es el agua y el polvo,
la lluvia, el sol amargo,
la nube que crea el mar solitario
y el fuego que consume los aires.
Es la noche y el día:
la eternidad sola y adusta                                               170
mordiéndose la cola.
El hermoso dinero da el olvido,
abre las puertas de la música,
cierra las puertas al deseo.
La muerte no es la muerte: es una sombra,
un sueño que el dinero no sueña.
¡El mágico dinero!
Sobre los huesos se levanta,
sobre los huesos de los hombres se levanta.
Pasas como una flor por este infierno estéril,             180
hecho sólo del tiempo encadenado,
carrera maquinal, rueda vacía
que nos exprime y deshabita,
y nos seca la sangre,
y el lugar de las lágrimas nos mata.
Porque el dinero es infinito y crea desiertos infinitos.
V
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,                                                                190
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,                            200
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;                                                     210
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.                                                      219
                                        Yucatán, 1937 – México, 1940.
4. La versión final (1976)

Conjeturo que, cuando Paz preparaba la edición de Poemas (1935-1975) para Seix-Barral (1979), volvió a sentirse lastimado por la púa Entre la piedra y la flor, así que decidió deshacer el entuerto de una vez por todas y escribió la nueva versión, la final. Lo hizo a finales de 1976 y la publicó en el número 9 de la revista Vuelta (agosto de 1977, p. 12). La siguió dejando en la subsección “Calamidades y milagros (1937-1947)”, le adjuntó la nota que le asestó en la revista y ahí se quedó hasta el primer tomo de su Obra poética I (1935-1970), volumen 11 de las Obras completas de 1996. La nota es ésta:

En 1937 abandoné, al mismo tiempo, la casa familiar, los estudios universitarios y la Ciudad de México. Fue mi primera salida. Viví durante algunos meses en Mérida (Yucatán) y allá escribí la primera versión de Entre la piedra y la flor. Me impresionó mucho la miseria de los campesinos mayas, atados al cultivo del henequén y a las vicisitudes del comercio mundial del sisal. Cierto, el gobierno había repartido la tierra entre los trabajadores pero la condición de éstos no había mejorado: por una parte, eran (y son) las víctimas de la burocracia gremial y gubernamental que ha substituido a los antiguos latifundistas; por la otra, seguían dependiendo de las oscilaciones del mercado internacional. Quise mostrar la relación que, como un verdadero nudo estrangulador, ataba la vida concreta de los campesinos a la estructura impersonal, abstracta, de la economía capitalista. Una comunidad de hombres y mujeres dedicada a la satisfacción de necesidades materiales básicas y al cumplimiento de ritos y preceptos tradicionales, sometida a un remoto mecanismo. Ese mecanismo los trituraba pero ellos ignoraban no sólo su funcionamiento sino su existencia misma. Entre la piedra y la flor se editó varias veces. En 1976, lo releí y percibí sus insuficiencias, ingenuidades y torpezas. Sentí la tentación de desecharlo; después de mucho pensarlo, más por fidelidad al tema que a mí mismo, decidí rehacer el texto enteramente. El resultado fue el poema que ahora presento —no sin dudas: tal vez habría sido mejor destruir un intento tantas veces fallido (11:525).

El poema ahora tiene dedicatoria (a su cardiólogo y amigo); ha bajado de cinco cantos a cuatro y de 219 a 199 versos; el canto más reducido es el primero, que pasa de 76 versos en 1941 a apenas 18; el canto III ha adquirido una gravedad superior, una rara actitud en la poesía de Paz (excepción hecha del “tú” amatorio): la interlocución directa en segunda persona con el sujeto del texto, el campesino; en el canto IV han amainado las resonancias de T.S. Eliot y ha aparecido un poco el Ezra Pound del célebre Canto XLV, With Usura.

Entre la piedra y la flor
                                            A Teodoro Cesarman
                 I
Amanecemos piedras.
Nada sino la luz. No hay nada
sino la luz contra la luz.
La tierra:
palma de una mano de piedra.
El agua callada
en su tumba calcárea.
El agua encarcelada,
húmeda lengua humilde
que no dice nada.                                                               10
Alza la tierra un vaho.
Vuelan pájaros pardos, barro alado.
El horizonte:
unas cuantas nubes arrasadas.
Planicie enorme, sin arrugas.
El henequén, índice verde,
divide los espacios terrestres.
Cielo ya sin orillas.
                 II
¿Qué tierra es ésta?
¿Qué violencias germinan                                                 20
bajo su pétrea cáscara,
qué obstinación de fuego ya frío,
años y años como saliva que se acumula
y se endurece y se aguza en púas?
Una región que existe
antes que el sol y el agua
alzaran sus banderas enemigas,
una región de piedra
creada antes del doble nacimiento
de la vida y la muerte.                                                        30
En la llanura la planta se implanta
en vastas plantaciones militares.
Ejército inmóvil
frente al sol giratorio y las nubes nómadas.
El henequén, verde y ensimismado,
brota en pencas anchas y triangulares:
es un surtidor de alfanjes vegetales.
El henequén es una planta armada.
Por sus fibras sube una sed de arena.
Viene de los reinos de abajo,                                            40
empuja hacia arriba y en pleno salto
su chorro se detiene,
convertido en un hostil penacho,
verdor que acaba en puntas.
Forma visible de la sed invisible.
El agave es verdaderamente admirable:
su violencia es quietud, simetría su quietud.
Su sed fabrica el licor que lo sacia:
es un alambique que se destila a sí mismo.
Al cabo de veinticinco años                                               50
alza una flor, roja y única.
Una vara sexual la levanta,
llama petrificada.
Entonces muere.
                 III
Entre la piedra y la flor, el hombre:
el nacimiento que nos lleva a la muerte,
la muerte que nos lleva al nacimiento.
El hombre,
sobre la piedra lluvia persistente
y río entre llamas                                                                60
y flor que vence al huracán
y pájaro semejante al breve relámpago:
el hombre entre sus frutos y sus obras.
El henequén,
verde lección de geometría
sobre la tierra blanca y ocre.
Agricultura, comercio, industria, lenguaje.
Es una planta vivaz y es una fibra,
es una acción en la Bolsa y es un signo.
Es tiempo humano,                                                            70
tiempo que se acumula,
tiempo que se dilapida.
La sed y la planta,
la planta y el hombre,
el hombre, sus trabajos y sus días.
Desde hace siglos de siglos
tú das vueltas y vueltas
con un trote obstinado de animal humano:
tus días son largos como años
y de año en año tus días marcan el paso;                      80
no el reloj del banquero ni el del líder:
el sol es tu patrón,
de sol a sol es tu jornada
y tu jornal es el sudor,
rocío de cada día
que en tu calvario cotidiano
se vuelve una corona transparente
—aunque tu cara no esté impresa
en ningún lienzo de Verónica
ni sea la de la foto                                                               90
del mandamás en turno
que multiplican los carteles:
tu cara es el sol gastado del centavo,
universal rostro borroso;
tú hablas una lengua que no hablan
los que hablan de ti desde sus púlpitos
y juran por tu nombre en vano,
los tutores de tu futuro,
los albaceas de tus huesos:
tu habla es árbol de raíces de agua,                                100
subterráneo sistema fluvial del espíritu,
y tus palabras van —descalzas, de puntillas—
de un silencio a otro silencio;
tú eres frugal y resignado y vives,
como si fueras pájaro,
de un puño de pinole en un jarro de atole;
tú caminas y tus pasos
son la llovizna en el polvo;
tú eres aseado como un venado;
tú andas vestido de algodón                                            110
y tu calzón y tu camisa remendados
son más blancos que las nubes blancas;
tú te emborrachas con licores lunares
y subes hasta el grito como el cohete
y como él, quemado, te desplomas;
tú recorres hincado las estaciones
y vas del atrio hasta el altar
y del altar al atrio
con las rodillas ensangrentadas
y el cirio que llevas en la mano                                        120
gotea gotas de cera que te queman;
tú eres cortés y ceremonioso y comedido
y un poco hipócrita como todos los devotos
y eres capaz de triturar con una piedra
el cráneo del cismático y el del adúltero;
tú tiendes a tu mujer en la hamaca
y la cubres con una manta de latidos;
tú, a las doce, por un instante,
suspendes el quehacer y la plática,
para oír, repetida maravilla,                                             130
dar la hora al pájaro, reloj de alas;
tú eres justo y tierno y solícito
con tus pollos, tus cerdos y tus hijos;
como la mazorca de maíz
tu dios está hecho de muchos santos
y hay muchos siglos en tus años;
un guajolote era tu único orgullo
y lo sacrificaste un día de copal y ensalmos;
tú llueves la lluvia de flores amarillas,
gotas de sol, sobre el hoyo de tus muertos                  140
—mas no es el ritmo obscuro,
el renacer de cada día
y el remorir de cada noche,
lo que te mueve por la tierra:
                 IV
El dinero y su rueda,
el dinero y sus números huecos,
el dinero y su rebaño de espectros.
El dinero es una fastuosa geografía:
montañas de oro y cobre,
ríos de plata y níquel,                                                        150
árboles de jade
y la hojarasca del papel moneda.
Sus jardines son asépticos,
su primavera perpetua está congelada,
sus flores son piedras preciosas sin olor,
sus pájaros vuelan en ascensor,
sus estaciones giran al compás del reloj.
El planeta se vuelve dinero,
el dinero se vuelve número,
el número se come al tiempo,                                         160
el tiempo se come al hombre,
el dinero se come al tiempo.
La muerte es un sueño que no sueña el dinero.
El dinero no dice tú eres:
el dinero dice cuánto.
Más malo que no tener dinero
es tener mucho dinero.
Saber contar no es saber cantar.
Alegría y pena
ni se compran ni se venden.                                             170
La pirámide niega al dinero,
el ídolo niega al dinero,
el brujo niega al dinero,
la Virgen, el Niño y el Santito
niegan al dinero.
El analfabetismo es una sabiduría
ignorada por el dinero.
El dinero abre las puertas de la casa del rey,
cierra las puertas del perdón.
El dinero es el gran prestidigitador.                                180
Evapora todo lo que toca:
tu sangre y tu sudor,
tu lágrima y tu idea.
El dinero te vuelve ninguno.
Entre todos construimos
el palacio del dinero:
el gran cero.
No el trabajo: el dinero es el castigo.
El trabajo nos da de comer y dormir:
el dinero es la araña y el hombre la mosca.                   190
El trabajo hace las cosas:
el dinero chupa la sangre de las cosas.
El trabajo es el techo, la mesa, la cama:
el dinero no tiene cuerpo ni cara ni alma.
El dinero seca la sangre del mundo,
sorbe el seso del hombre.
Escalera de horas y meses y años:
allá arriba encontramos a nadie.
Monumento que tu muerte levanta a la muerte.          199
                                                                                         Mérida, 1937 - México, 1976


Bibliografía mínima

Para colaborar a lo que ahora se llama “la recepción”, en otra parte de esta zona hemos reproducido las dos primeras reseñas de Entre la piedra y la flor que aparecieron con motivo de la edición de 1941: una de José Luis Martínez y otra de Ermilo Abreu Gómez. Se reproducen en seguida algunos registros que aporta Hugo Verani en su Bibliografía crítica de Octavio Paz, con sus comentarios:

  • Rodríguez García, José María. “La piedra y la flor en William Carlos Williams y Octavio Paz”. Tropelías núm. 9-10 (1998-1999), pp. 361-379. Perceptivo estudio comparatista de la compenetración de flores y piedras para reconciliar mundos culturales divergentes; a la vez, cuestiona la versión de la historia como progresión lineal. Se ocupa de “Entre la piedra y la flor” y “Salamandra”.
  • Rodríguez García, José María. “Surrealismo, vorticismo e historia en Octavio Paz” Bulletin of Hispanic Studies, vol. 108, núm. 2 (2006), pp. 517-554. Analiza los procedimientos retóricos que permiten a Paz dar un tratamiento mítico tanto a su poesía como a algunos de sus ensayos. Ejemplifica con “Entre la piedra y la flor” y “Salamandra”.
  • Pastén B., J. Agustín. “Building the Perfect Cocoon: Towards an Understanding of Octavio Paz’s Concept of Image”, Semiotics. Ed. Teny Prewitt. Lantham, Maryland: UP of America, en prensa. Intenta trazar el itinerario de la imagen poética, concentrándose en “Entre la piedra y la flor”, y Blanco.
  • Peña, Guillermo de la. “Modernidades alternativas: O. P. frente al mundo indígena mexicano,” Octavio Paz: La palabra en libertad. Jacques Lafaye (editor), pp. 145-166. Considera algunas ideas importantes de Paz para desentrañar el significado del mundo ancestral. Ejemplifica principalmente con “Entre la piedra y la flor”.
  • Santí, Enrico Mario. “Poesía e historia”, Octavio Paz: Entre poética y política. A. Stanton (editor), pp. 21-35. Desde su inicio hasta sus últimos poemas, Paz nunca abandona preocupaciones sociales y políticas. Santí se concentra en el poema “Entre la piedra y la flor”, que revela su preocupación histórica, su “compromiso”, o mejor, su indignación moral con la miseria de los campesinos mayas, aspecto clave para entender cabalmente la poesía y la poética de Paz.
  • Medina, Rubén. Autor, autoridad y autorización: Escritura y poética de Octavio Paz. México: El Colegio de Mexico, 1999, 251 p. Convincente examen de la relación entre la poesía y la ensayística de Paz desde 1931 hasta 1967. Medina se concentra en las tensiones entre poesía e historia, relaciones que para él no son meramente complementarias sino estratégicas y contradictorias. A través de sus ensayos Paz reconstruye y defiende su poesía y su biografía poética, crea una autoridad literaria y utiliza su obra ensayística para interpretar su obra poética. El modelo crítico adoptado radica en la discusión de las estrategias de poder, explícitamente polémicas. El autor analiza finamente las revisiones de poemas hechas por Paz en Libertad bajo palabra, en particular “Entre la piedra y la flor”, “Niña”, “Junio” y “Cuarto de hotel”, que inicia, para él —y en esto discrepo— el proceso de depuración ideológica y autocensura. Cuando empieza a consolidar su poética, Paz altera sus poemas tempranos de acuerdo a consideraciones estéticas, no ideológicas, reparo saliente, en un estudio que, por otra parte, se distingue por su sobriedad y ecuanimidad.

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