Conversaciones y novedades

Octavio Paz: dos lunas en Yucatán (1937)

Adolfo Castañón

Año

1937

Lugares

Mérida

Personas

Cross, Elsa; Gorostiza, José; Villaurrutia, Xavier; Garro, Elena; Cuesta, Jorge; Pellicer, Carlos; Novo, Salvador

Tipología

Investigación histórica

Temas

Los inicios del poeta (1936-1943)

 

Palacio municipal y arcos de Mérida. Fotografía de Casasola (ca. 1910). INAH.

Palabras leídas en el marco del homenaje a Octavio Paz en el Festival Internacional de la Cultura Maya 2014, que tuvo lugar el día 18 de octubre en el Salón Magno de la Historia del Palacio de Gobierno del Estado Libre y Soberano de Yucatán, en la ciudad de Mérida. Con el permiso del autor, reproducimos una versión levemente abreviada de la conferencia, publicada luego en Letras Libres (5 de marzo de 2015), donde se puede leer en su integridad.



I

Octavio Paz estuvo en Yucatán sesenta y cinco días, desde el 11 de marzo hasta el 15 de mayo de 1937. Al llegar, tenía veintidós años; al regreso, veintitrés, cumplidos en esa estribación de México colindante, de un lado, con el Caribe y, del otro, con el pasado profundo de la historia mexicana: ese cenote donde se funden las aguas límpidas de la civilización maya, las rocas de la colonia y la planicie desértica que recuerda a ciertos parajes de la India, como saben Marie José Paz y Elsa Cross.

     Se iba como maestro de una escuela secundaria oficial en compañía de sus amigos Octavio Novaro y Ricardo Cortés Tamayo, este último, portador de una credencial que lo identificaba como miembro del Partido Comunista en el que militaba, al igual que José Revueltas y Efraín Huerta, también amigos de Octavio Paz. Era la primera vez que el joven poeta tomaba un avión: fue un viejo aeroplano de la compañía Mexicana de Aviación en el que aterrizó luego de largas y ruidosas horas que lo dejaron casi sordo. Era también la primera ocasión en que se ausentaba durante tanto tiempo de su casa, ahora medio vacía. Su padre había muerto la aciaga tarde del 11 de marzo de 1935, despedazado por un tren, un año y tres días antes del viaje.

     Al joven Paz lo agobiaba y oprimía la Ciudad de México, a pesar de que, al desprenderse de ella, lo hacía también de una novia de la que estaba peligrosamente enamorado (Elena, la hija del teósofo Garro); y, por otra parte, a pesar de que había publicado en septiembre de 1936 un poema titulado "¡No pasarán!", y de que, poco después, había dado a la luz un libro de exaltados poemas de amor: Raíz del hombre. Si bien el primer poema había sido aplaudido por sus amigos comunistas y recorrió el mundo hasta llegar a España, también fue recibido con desdeñosa frialdad por los poetas de la revista Contemporáneos (en el  número 1 de Letras de México, Bernardo Ortiz de Montellano firmó con las iniciales de su pseudónimo la nota “Poesía y retórica”, donde, sin citar por su nombre a Octavio Paz, subrayaba ciertas coincidencias entre el poema de Paz y el “Galope muerto”, de Pablo Neruda).

     Paz Lozano se sentía incómodo en la tensa ciudad literaria de aquel entonces. En cierto modo, la ciudad se desdoblaba en él y sus lealtades se dividían: de un lado, hacia sus amigos militantes de izquierda; del otro, hacia sus maestros y, a la larga, tutores. El joven Paz había sido aceptado hacía poco por ese cerrado círculo de la aristocracia intelectual mexicana de aquellos años, conocido con el nombre de “Contemporáneos”: Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Bernardo Ortiz de Montellano, Manuel Rodríguez Lozano… partidarios, todos, del bando republicano en la Guerra Civil de España; todos, más o menos, eran críticos del marxismo y del discurso revolucionario oficial imperante en aquel México gobernado por Lázaro Cárdenas; casi todos, en consecuencia, críticos obligados a merodear en las afueras del cardenismo.

     A Octavio Paz esta situación seguramente lo incomodaba. Las relaciones tormentosas con su novia y su familia no ayudaban a la serenidad del joven poeta. De ahí que, cuando por fin bajara del avión y se hubiese repuesto del viaje, haya tenido la sensación de despertar de un largo sueño oscuro. Despertó en Mérida como quien sale de una larga estación. El viaje de dos meses (dos largas lunas) a Yucatán se dibujaría en el recuerdo como un ciclo privilegiado en el que, en cierto modo, se miniaturizaría su destino y trayectoria. Esas ocho semanas representarían un momento-mandala, una pausa-talismán en la que se trenzarían los distintos hilos de su itinerario ulterior.

     Gobernaba México Lázaro Cárdenas, quien había organizado misiones educativas. Naturalmente, Paz se sumaría a ellas. Sin embargo, recordemos que estamos en México: aunque el viaje estaba abanderado por el estandarte del presidente Cárdenas, los tres jóvenes escritores misionarios se verían obligados a encarar dificultades con aquella burocracia que era, en más de un sentido, municipal; la mística de aquellos tres mosqueteros, como los calificaría Efraín Huerta, chocaría con la suspicacia de los profesores locales, quienes veían a los capitalinos con ojos evasivos. Este viaje inicial fue un viaje iniciático: ahí empezaría, para decirlo con Paz, un itinerario que lo llevaría primero a España (Valencia y Madrid) y París en 1937; a San Francisco en 1945; de nuevo, a París en diciembre de ese mismo año; y, de París, a una escalada planetaria: la India, Tokio, Ginebra, París, México, Estados Unidos, París, la India, Afganistán… Este recorrido fue paralelo a la odisea en verso y en prosa que cumple su obra, que va del poema al ensayo, de la traducción a la crítica política, de la viñeta lírica al ensayo filosófico, crítico e histórico, de Piedra de Sol a El mono gramático, de El arco y la lira a Los hijos del limo. El joven poeta que aterriza en Mérida en marzo de 1937 había leído a Aldous Huxley, a D.H. Lawrence —cuya obra no era para él literatura, sino una suerte de visión profética que él mismo compartía y practicaba, según confesaría después—, a Paul Valéry, a André Malraux, —al que no tardaría en conocer en Valencia— y a André Gide —cuyas ideas y posiciones de crítica a la Unión Soviética le eran familiares (aunque aun no las compartía), pues eran materia de conversación entre esos escritores mayores que, en cierto modo, habían adoptado al joven poeta quien hacía un año había perdido a su padre—. Paz llevaba bajo el brazo algunas lecturas de poesía medieval española y de la obra de T.S. Eliot, particularmente, de Los hombres huecos. El viaje a Yucatán tiene para ese joven escritor —que ya se encuentra desde hace algunos años en plena posesión de sus facultades críticas y poéticas— el valor premonitorio de una estación mágica, un momento-talismán, una visión ulterior plasmada más tarde, por ejemplo, en El laberinto de la soledad, como muestran sus “Notas” fechadas en Mérida, hace setenta y siete años. [1]


II

Habría que entretejer dichas "Notas" con tres cuerdas: de un lado, con las dos versiones que hizo Paz de su poema “Entre la piedra y la flor” (la de 1937 y la de 1976); en segundo término, con las cartas escritas por Octavio Paz a Elena Garro; [2] en tercer lugar, con las diversas citas que hace Octavio Paz de los dioses, objetos y lugares sagrados de la civilización maya a lo largo de su obra. Un ejemplo de ese conocimiento es la siguiente página que escribió Paz en 1962 en el texto “Obras maestras de México en París”:

Entre los mayas cada día era un dios, portador de una “carga de tiempo” fasto, nefasto o indiferente. Gracias a una ingeniosa combinación del calendario, cada 260 años terminaba un ciclo y comenzaba otro, siempre en el día Ahau (dios sol). Trece divinidades regían sucesivamente los períodos de 20 años en que estaba dividido cada ciclo. Obsesionados por la idea del tiempo, los mayas querían saber de dónde venía cada fecha, para utilizar su “carga” benéfica o, si era adversa, para neutralizarla por medio de ritos y sacrificios. El presente y el futuro eran el fatal resultado del pasado: no el de los hombres sino el de los astros. En una estela hay una inscripción que registra una fecha vertiginosa: 400.000.000 de años. Fue lo más lejos que llegaron en su exploración del pasado. La tentativa no era descabellada: les parecía la única manera de enfrentarse al presente y apoderarse del futuro. Esa inmensa investigación mágico-matemática al fin se reveló estéril: el tiempo es insondable. [3]

En agosto de 1937, poco después de que Octavio Paz dejara la península, Lázaro Cárdenas viajó a Yucatán en compañía de una nutrida comitiva para asegurar in situ la Reforma Agraria y tratar de dar realidad a los ideales de la Revolución que había promovido durante su campaña como presidente. El proceso de lucha contra los latifundistas había empezado desde antes. De hecho, en esa atmósfera caldeada por los ánimos, llegaría Octavio Paz a Yucatán. La Revolución podía tener diversos sentidos: de un lado, el que le daban los cardenistas; del otro, el que veían los opositores al régimen (como, por ejemplo, José Revueltas, quien, dos años antes, cuando aún no cumplía la mayoría de edad, había sido enviado prisionero a las Islas Marías).

     Durante esas semanas de 1937 serían esbozadas y escritas las páginas de “Entre la piedra y la flor”, extenso “himno entre ruinas” o, como diría Paz más adelante, “maleza entre escombros”, cuyo tema, materia y asunto lo acompañarán como una herida abierta a lo largo de su longevidad. No otra cosa muestra el hecho de que, en las Obras completas, él mismo haya propuesto la inclusión de las dos versiones de ese poema que escribió y reescribió a lo largo de treinta y nueve años. Salta a la vista que, entre las “Notas” atrás citadas —las cuales, en parte, presagian El Laberinto de la soledad—, el poema y los poemas que siguen, hay puentes, corredores, ecos, correspondencias.

     Cabe hacer al paso una observación relativa al sentido y a la práctica misma de la reescritura de un poema: ¿es posible? ¿Es viable? ¿Es eficiente? ¿Tiene sentido más allá de lo catártico? Si bien es cierto que la “fundación mitológica de Buenos Aires” ha sido objeto por parte de su autor, Jorge Luis Borges, de no menos de nueve versiones, ¿tiene sentido la reescritura de “Entre la piedra y la flor”, también un poema fundacional no de la ciudad sino de la obra y la visión misma de Octavio Paz? ¿Cómo interpretar el hecho de que, mientras la primera versión cuenta con 243 versos, la última condensa la lección del mismo en 199, para no hablar de otros matices de la enunciación? ¿Se puede decir que el poema busca indagar en los cimientos y fundamentación simbólica de la ciudad, y que ocupa en la obra de Octavio Paz el lugar de una raíz? ¿Se puede afirmar que es un poema raíz y que, acaso, podría subtitularse “Raíz del hombre” en Yucatán? A la orilla del río, como “Piedras sueltas”, quedan algunos poemas sobre la ciudad sagrada de los mayas que me permito reproducir como una suerte de atrio textual antes de entrar al doble patio de “Entre la piedra y la flor”:

En Uxmal
1
La piedra de los días

El sol es tiempo;
el tiempo, sol de piedra;
la piedra, sangre.
2
Mitad del día

La luz no parpadea,
el tiempo se vacía de minutos,
se ha detenido un pájaro en el aire.
3
Más tarde

Se despeña la luz,
despiertan las columnas
y, sin moverse, bailan.
4
Pleno sol

La hora es transparente:
vemos, si es invisible el pájaro,
el color de su canto.
5
Relieves

La lluvia, pie danzante y largo pelo,
el tobillo mordido por el rayo,
desciende acompañada de tambores:
abre los ojos el maíz, y crece.
6
Serpiente labrada sobre un muro

El muro al sol respira, vibra, ondula,
trozo de cielo vivo y tatuado:
el hombre bebe sol, es agua, es tierra.
Y sobre tanta vida la serpiente
que lleva una cabeza entre las fauces:
los dioses beben sangre, comen hombres. [4]


III

En la vida de un hombre se dan momentos clave en que se superponen, como en un Aleph o momento-talismán, los distintos lazos y desenlaces del destino. Uno de esos momentos lo vivió Octavio Paz en 1937, en Yucatán, un año después de muerto su padre y luego de haber publicado dos poemas y poemarios que marcarían su historia: "¡No pasarán!" y Raíz del hombre. En Chichén Itzá, en el patio del juego de pelota, una mañana de la primavera de 1937, tiene Paz la revelación de su destino en una visión donde el pasado, el presente y el porvenir se funden en el relámpago de un instante. Así evoca ese momento:

Una mañana, mientras caminaba por el Juego de Pelota, en cuya perfecta simetría el universo parece reposar entre dos muros paralelos, bajo un cielo a un tiempo diáfano e impenetrable, espacio en el que el silencio dialoga con el viento, campo de juego y campo de batalla de las constelaciones, altar de un terrible sacrificio: en uno de los relieves que adornan al rectángulo sagrado se ve a un jugador vencido, de hinojos, su cabeza rodando por la tierra como un sol decapitado en el firmamento, mientras que de su tronchada garganta brotan siete chorros de sangre, siete rayos de luz, siete serpientes. Una mañana, mientras recorría el Juego de Pelota, se me acercó un presuroso mensajero del hotel y me tendió un telegrama que acababa de llegar de Mérida, con la súplica de que se me entregase inmediatamente. El telegrama decía que tomase el primer avión disponible pues se me había invitado a participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas que se celebraría en Valencia y en otras ciudades de España en unos días más. Apenas si había tiempo para arreglar el viaje. Lo firmaba una amiga (Elena Garro). El mundo dio un vuelco. Sentí que, sin dejar de estar en el tiempo petrificado de los mayas, estaba también en el centro de la actualidad más viva e incandescente. Instante vertiginoso: estaba plantado en el punto de intersección de dos tiempos y dos espacios. Visión relampagueante: vi mi destino suspendido en el aire de esa mañana transparente como la pelota mágica que, hacía quinientos años, saltaba en ese mismo recinto, fruto de vida y de muerte en el juego ritual de los antiguos mexicanos. [5]

El vértigo de ese momento en que se comunican dos tiempos y dos ciclos acompañará, como una sombra, a Octavio Paz durante toda su vida: como si, en su mirar bifocal, coincidieran la cuenta larga y la cuenta corta; como si, a partir de ahí, su corazón hubiese empezado a latir en dos tiempos: sístole instantánea y calcinante, diástole milenaria. Conciencia pendular que subyace en su escritura: el destino suspendido en el aire líquido del tiempo. No es extraño, entonces, que aquél poema “Entre la piedra y la flor”, que empezó a escribir en la primavera de 1937, lo haya acompañado como una sombra, como un duelo o una herida abierta a lo largo de décadas y que fuese reescrito encarnizadamente una y otra vez. “Entre la piedra y la flor” es, en la obra de Paz, como una espina enterrada; el nombre de Yucatán despierta en la mente del poeta la imagen y experiencia de un caracol marino. Momento de revelación como un arco y como una hondura sobre la cual se deberá descodificar, contra el horizonte milenario, la experiencia del ahora: sístole del presente, diástole inmemorial. La vocación poética de Octavio Paz se rige por el principio de una llama doble: de un lado, la expresión militante y forense del poema “¡No pasarán!”; del otro, las efusiones amorosas cristalizadas en Raíz del hombre: sístole-diástole que se prolongará en el futuro: de un lado, “Nocturno de San Ildefonso”; del otro, “Viento entero”. Contra la piedra suelta de las anécdotas contingentes se abre el largo ciclo y la cuenta larga de los calendarios astronómicos, que, a su vez, rebotan en la pared del compacto poema breve.

     En esa anécdota del viaje inicial e iniciático que es como el puente aéreo hacia el otro viaje, hacia el viaje interior, parecería estar integrada la biografía ulterior de Octavio Paz. En ese microrrelato ya está planteado el escenario que luego se desarrollará: el santuario remoto que representa Yucatán y la cultura maya, y que, luego, más tarde, representará la India; la amistad de Efraín Huerta, conjurado cómplice; la mala fe de los representantes de la nomenclatura comunista que encarna Juan Marinello; la amistad mensajera de Elena Garro; el paisaje de fondo de la amistad de un Rafael Alberti y de un Pablo Neruda conmovidos por el poema “¡No pasarán!”; la compañía solidaria pero distante de los disidentes que fueron los escritores de Contemporáneos; la soledad de la poesía y la poesía de la soledad.

     La conciencia viva como un ascua ardiente de este instante vertiginoso le permitirá a Octavio Paz escribir más adelante, muchos años después, las proféticas páginas de Posdata (1970). En ellas advierte con su penetrante conciencia de filósofo de la historia un hecho que se delineaba ya en aquellos días y que ahora cobra intensa vigencia y realidad: el riesgo de que aquel inmenso pasado inmemorial de las antiguas culturas mayas y su alta civilización se transformara en un espectáculo de luz y sonido, en una coreografía simulada en la cual el lugar de los campesinos explotados y esclavizados por el cultivo del henequén lo pasaran a ocupar los turistas y sus guías acarreados por la mercadotecnia del turismo planetario hacia los venerables sitios arqueológicos: “Entre la piedra y la flor” no sólo es un poema memorable en sus dos versiones, sino también una prueba de que sigue escribiéndose en nuestro interior, aunque quizás ahora la flor sea de piedra y papel, y la piedra de fibra de vidrio.



[1] “Notas”, se publicó en El Nacional, 8 de mayo de 1937, pp. 1-3. Las puedes leer en esta Zona; “Notas”, de Octavio Paz, Primeras Letras, en “Testimonios” en Obras Completas, volumen 8, Miscelánea I., Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 189-192.

[2] Se encuentran en la Biblioteca de la Universidad de Princeton bajo el lema de “Elena Garro Papers”; sobre ellas ha escrito Guillermo Sheridan en su ensayo “Octavio Paz: cartas de Mérida”, al que tanto debe esta paráfrasis. “Octavio Paz: cartas de Mérida”, Guillermo Sheridan, Cuadernos Hispanoamericanos, publicado en el número 754, abril de 2013. También véase “Camarada henequenero” en “Los guerrilleros de la poesía” (1929-1936), Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, Ediciones Era, México, 2014, pp. 214-227.

[3] Octavio Paz, “Obras maestras de México en París”, “Arte precolombino”, Los privilegios de la vista (Arte moderno universal. Arte de México), Obras completas, volumen 4, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2001, p. 586.

[4] “En Uxmal” en Obras completas, volumen 3. “Semillas para un himno” (1943-1955) en Libertad bajo palabra (1935-1957) en Obra poética I, de las Obras completas, volumen 11, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 141-142.

[5] Octavio Paz, “Primeros pasos” en Itinerario, en “Prólogo” en Ideas y costumbres I. La letra y el cetro, en Obras completas, volumen 9, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 22-23.


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