Conversaciones y novedades

Apuntes sobre "Nocturno de San Ildefonso"

Adolfo Castañón

Año

1974

Personas

Reyes, Alfonso; Villaurrutia, Xavier; Cuesta, Jorge; Sheridan, Guillermo; Huerta, Efraín; Pellicer, Carlos; Toscano Escobedo, Salvador; Moreno Sánchez, Manuel; Novo, Salvador

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Retorno a México: los años de Plural (1972-1976)

 

"Nocturno de San Ildefonso" aparece en el número 36 de Plural, publicado en septiembre de 1974.
A


I

El poema “Nocturno de San Ildefonso” fue publicado por primera vez en septiembre de 1974, de la página 24 a la 27 del número 36 de Plural, la revista mensual de Excélsior dirigida por Octavio Paz. Poco después, apareció en el libro Vuelta (1976), que recoge poemas escritos entre 1969 y 1975. Dividido en cuatro partes —cuatro patios—, el poema puede ser considerado como un espejo o un cristal en el que se reflejan, encuentran y desencuentran el joven Octavio Paz —cuyo primer poema se titula “Nocturno”, fechado el 19 de diciembre de 1930— y el poeta maduro que, luego de una travesía de varias décadas por diversos países y continentes, regresa a la ciudad que le da nombre al país —México— y a ese lugar en el cual se le dieron amistades, experiencias y conocimientos: los aprendizajes de Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, así como el contacto con compañeros de generación como Efraín Huerta, Salvador Toscano o Manuel Moreno Sánchez, que lo marcarían a él y a ellos. 


II

“Nocturno de San Ildefonso” alude a Xavier Villaurrutia, el señor de los nocturnos, y a Alfonso Reyes, quien también escribió un poema titulado “San Ildefonso” donde se da ese mismo encuentro entre el poeta precoz y el adulto lleno de experiencia. El poema puede ser descifrado como la relectura que hace Paz de la obra y de la persona del joven Paz, así como de las obras y personas de sus maestros Villaurrutia y Reyes. El poema es un viaje en el tiempo y en la historia: atraviesa edades y épocas, y se da a la sombra de la conciencia que tiene el escritor de la densidad a la par sólida y corrosiva, curativa y opresiva de ese pasado cuyo emblema es el edificio mismo que le da nombre a la escuela de jesuitas que luego fue arsenal, que volvió a ser escuela y que, más tarde, fue rehabilitado por esa Revolución Mexicana que exornó sus paredes con redes de imágenes didácticas, trazadas por los pintores del muralismo mexicano. San Ildefonso es, de hecho, una frase que aparece citada en las Obras completas de Paz un número muy alto de veces:

  • Colegio de San Ildefonso: T. VII, fresco de Alva de la Canal sobre la erección de la primera cruz en las playas de México: 202; pinturas de Bustos (véanse tb. San Alfonso de Ligorio, San Bernardo, San Buenaventura y San Ildefonso): 155; mural de Charlot (véase tb. La caída de Tenochtitlán); mural de Leal sobre la fiesta del Santo Señor de Chalma: 202; frescos de Orozco (véanse tb. El conquistador edificador y el trabajador indio, La destrucción del viejo orden, Falsedades sociales, La huelga, Maternidad, Los Teules, La trinchera, La Trinidad, El sepulturero y las representaciones de Cortés, la Malinche y el Padre Eterno): 201-204, 231, 238-239, 241-249; primer mural de Rivera: 64; murales de Siqueiros sobre Cristo (véase tb. Entierro de un obrero): 202-203. 
  • Cristo de San Ildefonso (Siqueiros): T. VII, 193. 
  • ILDEFONSO, San: T. VI, 13. 
  • Noche de San Ildefonso (Paz): T. XII, 62. 
  • Nocturno de San Ildefonso (Paz): T. XIV, 18. T. XV, 138, 529, 544. 
  • San Ildefonso (pinturas murales de; Alva de la Canal, Charlot, Leal, Revueltas, Siqueiros y Rivera): T. VI, 29.


III

El nocturno se describe a sí mismo como una “caminata nocturna”, es decir, como un paseo y como una evocación de aquellas voces y alientos que alimentaron al poeta durante su formación. Es también una reescritura de los poemas juveniles donde aparece de nuevo la “ciudad dormida” y se cifra una suerte de confesión retrospectiva de la culpabilidad de los arrogantes redentores que fueron él y sus compañeros de generación. Es un regreso al espacio encantado de la juventud perdida desde la mirada escéptica y acaso estoica del joven abuelo de sí mismo llamado Octavio Paz. Regreso y catarsis, retorno y cicatriz. El curioso recuerda que San Ildefonso de Toledo escribió un tratado Sobre el progreso del desierto espiritual (De progressu spiritualis deserti). ¿Es una coincidencia que, en sus últimos años, Octavio Paz haya estado merodeando los temas de la melancolía y de la acidia que había leído en Aristóteles y que cita en el primero de los sonetos de ese otro poema, “Aunque es de noche” —relacionado con el “Nocturno de San Ildefonso”—, que está inspirado en la figura del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008)? El poema busca limpiar las heridas, purificar el cuerpo roto o pervertido de la mente. Echa mano de algunas imágenes recurrentes: la ventana como telescopio hacia el mundo interior, las calles vacías, “el espectro de un perro”, la algarabía, “las calles [que] fueron canales”, la idea de la ciudad como un bosque petrificado, los guiños literarios a personajes medulares de la formación adolescente ("Aliocha K.[aramazov]" y "Julián S.[orel]") o a títulos de Alfonso Reyes (“árbol de pólvora”). De hecho, Alfonso Reyes es el zócalo sobre el cual se instala este andamiaje poético: el “San Ildefonso” del regiomontano sostiene al “Nocturno de San Ildefonso” del nieto de Ireneo Paz. Se da también en este poema un tejido y destejido de otros poemas del autor, ya sea que hayan sido escritos en la misma época, como “Vuelta”, o que pertenezcan a las letras sepultadas de la juventud. Nocturno rima con crepúsculo y con amanecer. Puede pensarse que el poema dialoga también con poemas de otros compañeros de generación como podría ser el caso de Los hombre del alba, de Efraín Huerta. Otro poema del propio Paz con el que dialoga íntimamente es el titulado “Crepúsculos de la ciudad”, dedicado a su entrañable amigo “Rafael Vega Albela, que aquí padeció”. “Nocturno de San Ildefonso”: sonaja encantada que despierta la memoria de otros poemas y de otros poetas. No es casual que Ildefonso o San Ildefonso sea una de las voces que la aritmética de los índices arroja como más asiduos en el marco de las Obras completas.


B


¿Por qué regresó Octavio Paz a México después de haber renunciado a la Embajada en la India? ¿Cuáles fueron los motivos que lo atrajeron hacia su solar nativo? ¿No tuvo la tentación de quedarse en Europa o en los Estados Unidos? Parece indicarlo así el hecho de que sólo regresara aquí unos años después, en octubre de 1971, para fundar la revista Plural.

     Algunas semanas después de haber renunciado a la Embajada de la India, tras un febril intercambio de correspondencia en el marco de los movimientos de 1968, Octavio Paz se dirigió en barco desde la India hacia España, pasando por Ciudad del Cabo. Desde el barco respondió algunos mensajes. Uno de ellos fue dirigido a Manuel Moreno Sánchez (1908-1993), su compañero de generación y amigo de juventud, quien le había hecho llegar a Paz un artículo escrito por él. La respuesta de Paz fue inmediata y mediata. La primera se encuentra vertida en la carta del 28 de noviembre de 1968, donde se expresan sus sentimientos y resentimientos sobre la historia de México:

Al enviar mi carta de renuncia a Carrillo Flores creo que fui fiel a aquellas interminables conversaciones nocturnas, durante nuestras caminatas no menos interminables, de la Preparatoria a la Calle de Mina o a la de Ciprés —y a veces hasta Atzcapotzalco o Mixcoac. Mi renuncia no fue sino un intento más por preservar un poco esa imagen colectiva del joven que fuimos. Por esto, entre las distintas reacciones que produjo mi pequeño gesto, tres me conmovieron particularmente: tu artículo, un cable de Alejandro Gómez Arias y una llamada telefónica de Pepe Alvarado.
No sé si recordarás que hace unos veinticinco años, en la casa de la calle de Pánuco (todavía en vida de Salvador), nos dijiste que México había entrado ya en una nueva era histórica, a la que llamaste, para simplificar, “neo-porfirista”. Tenías razón, aunque hay una diferencia notable: durante los últimos treinta años el poder no ha sido ejercido por un caudillo sino por un partido político. Sólo que este partido se ha convertido poco a poco en una burocracia política, como las burocracias comunistas del Este europeo. La analogía entre la situación actual y los años finales del porfirismo es notable: la misma ceguera, la misma incapacidad para percibir los cambios que ha sufrido el país. En cierto modo, 1968 repite a 1908. El cambio principal, ahora, ha sido la aparición de una clase obrera todavía dormida— y, sobre todo, de una nueva clase media, a la que pertenecen los estudiantes y los intelectuales, que exige mayor participación política, así sea de una manera aún confusa. Lo más curioso es que este cambio es la obra del sistema político imperante, su mayor logro histórico. El régimen ha envejecido tanto que es incapaz de reconocerse en sus criaturas y de dialogar con ellas. Justo Sierra pensaba que México no sería un país democrático, moderno, sino hasta que surgiese una clase media. Esa clase ya existe. Estoy seguro de que nuestro país inventará sus propias formas democráticas y de participación social, como hace cincuenta años encontró soluciones para los problemas heredados de la Colonia y del siglo XIX. Es una tarea que requiere aquella imaginación política de que hablábamos en nuestras conversaciones juveniles. Algo de que carecen tanto los dirigentes actuales como los viejos partidos de la izquierda fosilizada y los grupos de la izquierda frenética. Es la hora de la crítica creadora —la verdadera crítica siempre lo ha sido— y creo que tú tienes mucho que decirnos y decir a los jóvenes. [1]        


II

Estas palabras de la carta a su amigo de juventud Moreno Sánchez quedan resonando en la memoria del lector que recuerda los versos del “Nocturno de San Ildefonso”: 

El muchacho que camina por este poema,
entre San Ildefonso y el Zócalo,
es el hombre que lo escribe:
                                                    esta página
también es una caminata nocturna.
                                                                Aquí encarnan
los espectros amigos,
                                        las ideas se disipan.
El bien, quisimos el bien:
                                                    enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
                                         nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia.
Preceptos y conceptos,
                                        soberbia de teólogos:
golpear con la cruz,
                           fundar con sangre,
levantar la casa con ladrillos de crimen,
decretar la comunión obligatoria.
                                                       Algunos
se convirtieron en secretarios de los secretarios
del Secretario General del Infierno.
                                                                La rabia
se volvió filosofía,
                        su baba ha cubierto al planeta.
La razón descendió a la tierra,
tomó la forma de patíbulo
                                        —y la adoran millones.
Enredo circular:
                            todos hemos sido,
en el Gran Teatro del Inmundo;
jueces, verdugos, víctimas, testigos,
                                                                todos
hemos levantado falso testimonio
                                                     contra los otros
y contra nosotros mismos.
                                       Y lo más vil: fuimos
el público que aplaude o bosteza en su butaca.
La culpa que no se sabe culpa,
                                                    la inocencia,
fue la culpa mayor.
                                        Cada año fue monte de huesos. [2]

Muchos se han preguntado por qué Octavio Paz regresó a México luego de aquella renuncia a la Embajada de ese otro México que es la India si tenía las puertas abiertas de las universidades y espacios académicos de Europa y los Estados Unidos. Acaso la respuesta sea que Paz se vio interiormente apremiado por el malestar, por la vergüenza. En el siguiente poema, dedicado “A Dore y Adja Yunkers”, dice:

Intermitencias del oeste (3)
(México: Olimpiada de 1968)
La limpidez
                      (quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
                        no es límpida:
es una rabia
                           (amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
                               La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
                                                           si
un nación entera se avergüenza
es león que se agazapa

para saltar.
                              (Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios.)
Mira ahora,
                            manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
                           la limpidez. [3]

También pudo haber jugado en Paz un sentido sacrificial y trágico de expiación. Volvería a México siguiendo el dictado de las voces provenientes del lado oscuro de lo sagrado. La dedicatoria a Adja y Dora Yunkers traduce la afinidad del poeta mexicano con el artista plástico de origen ruso nacionalizado norteamericano (1900-1983) y con su esposa: Paz escribiría un ensayo titulado “La invitación al espacio” [4] donde expone su simpatía por esta aséptica vocación pictórica guiada por el despojo, la desnudez y la vía negativa como vía activa. Yunkers pertenece a lo que podría denominarse la diáspora de la vanguardia. Yunkers, además, colaboró con Paz en distintos libros de artista: Poems for Marie Jose (1969) y Blanco (1974), entre otros.

     Algunos años antes, en la sección “Intermitencias” del libro Ladera este, Paz publicó un breve poema que es, en realidad, un retrato de tres generaciones: la del abuelo-caballero, la del padre-aventurero y la del hijo-pordiosero de lo sagrado en la historia.

Mi abuelo, al tomar el café,
me hablaba de Juárez y de Porfirio,
los zuavos y los plateados.
Y el mantel olía a pólvora. 
Mi padre, al tomar la copa,
me hablaba de Zapata y de Villa,
Soto y Gama y los Flores Magón.
Y el mantel olía a pólvora.
Yo me quedo callado:
¿de quién podría hablar? [5]

Desde la orilla de 2014, el lector podría responder: de la sangre derramada en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. 


C


Desde que Guillermo Sheridan me invitó a escribir sobre el “Nocturno a San Ildefonso”, volví a las andadas y desandadas del mal dormir. Las líneas arriba transcritas son “hijas del mal dormir”.

     La circunstancia de que las cenizas de Octavio Paz y de Marie José Paz sean depositadas en ese espacio no deja de hacerme pensar. Es raro. Es cierto que esos años de la Preparatoria fueron para él importantes… muy importantes. También es cierto que su distancia con la Universidad fue objetiva y que, de hecho, en la medida en que la Universidad reflejaba muchos de los problemas del país, se transformó para él en un modelo o, mejor dicho, en un antimodelo. Cuando Paz mandó un mensaje para la inauguración de la interrumpida Cátedra Octavio Paz, recordó que los alumnos se dedicaban a mandar aviones de papel en clase, según creo recordar. La expulsión del Dr. Chávez de la Rectoría lo hizo tomar conciencia de los peligrosos enjambres “corporativos” que la dominaban y dominan todavía.

     Recuerdo que don Jesús Castañón alguna vez dijo que quería que sus cenizas se dispersaran en el campus; recuerdo que lo consultó con alguien que le dijo que eso estaba prohibido y que ni a Mario de la Cueva, que se paseaba como un solterón los sábados y los domingos por la mañana por el campus, se le había permitido eso. Por cierto: muchas veces acompañé a don Jesús con don Mario a hacer esos paseos que entonces no entendía.

     Otra figura que vuelve a mi mente al recordar el “santuario académico” llamado San Ildefonso es la del maestro Erasmo Castellanos Quinto (1879-1955), quien llenaba los salones con sus amenas clases. Don Erasmo era todo un personaje. Le gustaba proteger a los animales. Vestía traje con tenis, llevaba saco y corbata pero en las bolsas del saco se permitía transportar menudencias, retazos, bofes y huesos para darlos a los animales que se encontraba en el camino. Enseñó a muchos a leer La Biblia y El Quijote (a El Quijote como La Biblia y a ésta como aquél); enseñó a leer el Mahabharata y el Ramayana. No sé si Paz alcanzó las lecciones de don Erasmo. Constato que no lo menciona en sus Obras, aunque sí, desde luego, lo conoció. Alrededor de este edificio debe haber muchas anécdotas y no sé si el de Paz es el único poema dedicado a sus paredes. A don Jesús Castañón le gustaba visitarlo de tanto en tanto sólo por pasearse en sus patios y corredores. Don Jesús tenía una relación entrañable con la Universidad: quería regalar su biblioteca a la Facultad de Derecho después de muerto. Eso no se logró. Sin embargo, yo conseguí que su biblioteca y su nombre se inscribieran con letras de oro en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, donde están también todos sus libros en una sección que no se dispersó. Lo agradeceré siempre. Pero vuelvo al tema: es rara y sintomática la relación de la Universidad con Octavio Paz —como lo sabemos—. La cifra o la marca «Octavio Paz» pesa mucho —pero, más bien, en términos adversativos—. Pensar en México se ha convertido en sinónimo de “pensar” contra Octavio Paz, que no tiene un lugar ni una cátedra en las clases de letras ni de historia ni filosofía, aunque sí lo tiene en la comunidad universitaria, que, hace años, en un Día de Muertos, llenó las Islas con figuras y esculturas efímeras de Paz y de sus libros.


                                               Anexo


Noticias sobre San Ildefonso

San Ildefonso (Ildefonso de Toledo), (Toledo 607-667). Padre de la Iglesia Latina. La Vita vel gesta S. Ildephonsi sedis toletanae episcopi, atribuida a Cixila, obispo de Toledo (ca. 774-783) (PL 96, 44-88; Flórez, V, 501-520), donde se mencionan por primera vez los milagros de su vida, y la Vita Ildephonsi archiepiscopi toletani, de fray Rodrigo Manuel Cerratense, s. XIII (Flórez V, 521-525), añaden al Elogium tradiciones posteriores con tinte legendario.


Obras:

De las reseñadas en el Elogium se conservan las siguientes:

  • Sobre la virginidad perpetua de Santa María contra tres infieles (De virginitate Sanctae Mariae contra tres infideles), su obra principal y más estimada, de estilo muy cuidado y llena de entusiasmo y devoción marianos (fue llamado el Capellán de la Virgen en la comedia que, con ese mismo título, escribió Lope de Vega). Los tres herejes a que se refiere son Joviniano y Elvidio, refutados ya por San Jerónimo, y un judío anónimo. Esto da pie a pensar que intenta refutar a algunos de su época, que, quizá por influencia judía, resucitaban los mismos errores. Consta de una oración inicial y de 12 capítulos. En el primero, defiende contra Joviniano la virginidad de María en la concepción y en el parto; en el segundo, mantiene contra Elvidio que María fue siempre virgen; a partir del tercero muestra que Jesucristo es Dios y la integridad perpetua de María. Depende estrechamente de San Agustín y San Isidoro, y constituye el punto de arranque de la teología mariana en España. Fue traducida por el Arcipreste de Talavera.
  • Comentario sobre el conocimiento del bautismo (como reseña San Julián) o Anotaciones sobre el conocimiento del bautismo (Liber de cognitione baptismi unus), descubierto por E. Baluze y publicado en el libro VI de su Miscelánea (París, 1738). Es de sumo interés para la historia del bautismo en España. Escrito con finalidad pastoral, expone al pueblo sencillo la doctrina de la Tradición sobre este sacramento. Dividido en 142 capítulos, en los 13 primeros trata de la creación del hombre y de la caída original; del capítulo 14 al 16, del bautismo de Juan y del bautismo de Cristo, afirmando que sólo el último perdona los pecados; del 17 al 35, expone cómo se ha de recibir el bautismo y explica las ceremonias; del 36 al 95, explica el "Credo niceno", que ha de aprenderse de memoria (es un valioso documento para el estudio de la historia del Símbolo en España); del 96 al 131, vuelve sobre las ceremonias bautismales; del 131 al 137, explica el "Padre nuestro"; del 138 al 140 trata de la Comunión; finalmente, del 141 al 142 explica la liturgia del lunes y martes de Pascua como coronación de las ceremonias de la iniciación cristiana. Las fuentes principales son: las Enarrationes in psalmos, de San Agustín; las Moralia, de San Gregorio Magno; así como las Etimologías, de San Isidoro.
  • Sobre el progreso del desierto espiritual (De progressu spiritualis deserti), prolongación de la obra precedente. Tras el bautismo, simbolizado por el paso del Mar Rojo, el alma camina por el Evangelio, como los israelitas por el desierto. Utiliza excesivamente la alegoría.
  • Sobre los varones ilustres (De viris illustribus), continuación del texto de San Isidoro. A diferencia de éste, enumera no sólo a escritores, sino a eclesiásticos ilustres por su santidad o dotes de gobierno. De los trece personajes que en ella figuran, siete son toledanos. En cambio, autores tan importantes como Braulio de Zaragoza o Isidoro de Sevilla son apenas destacados. En el estilo y noticias depende de San Jerónimo, San Genadio y San Isidoro. Aunque no está reseñada esta obra en el Elogium, dada la atribución manuscrita que se la atribuye unánimemente, puede darse por auténtica.
  • Finalmente, se conservan dos cartas dirigidas a Quirico de Barcelona. No se conservan las siguientes: Liber prosopopejae imbecillitatis propriae, Opusculum de proprietate personarum Patris et Filii et Spiritus Sancti, Opusculum adnotationum actionis propriae, Opusculum adnotationum in sacris. El Elogium habla de misas compuestas por Ildefonso, himnos y sermones; la tradición manuscrita le atribuye algunos que la mayor parte de los críticos toman como apócrifos.

Históricamente, los jesuitas llegaron a la Nueva España en el año 1572 y, pocos años después, en 1589, el edificio no terminado se ocupó para seminario; en 1618, por orden del Rey, se dedicó a San Ildefonso.



[1] Cartas sobre el 68, dirigidas a Manuel Moreno Sánchez por: Octavio Paz, José Revueltas y Víctor Rico Galán. Fundación Carmen Toscano 1992-2002, en papel membretado de Lloyd Triestino.

[2] Octavio Paz, "Nocturno de San Ildefonso", en Obras completas XII, Obra poética II, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 66-67.

[3] Octavio Paz, Ladera este, en Obras completas XI, Obra poética I, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 374.

[4] Octavio Paz, “La invitación al espacio”, en Obras completas VI, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 272-274.

[5] Octavio Paz, “Intermitencias del oeste 2”, Ladera este (1962-1968), en Obras completas XI, Obra poética I, p. 373.


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