Conversaciones y novedades

El poeta en su laberinto de pasiones

Antonio Cajero Vázquez

Año

2021

Tipología

Historiografía

Temas

Recontextualizaciones

 

Neruda, convaleciente tras el ataque, en su casa en México.

El más reciente libro de Ángel Gilberto Adame, Pasiones, fracturas y rebeliones: Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín, reconstruye, más que las afinidades electivas o las simpatías y diferencias de tres actores fundamentales de la cultura hispánica, la crónica pormenorizada de las relaciones peligrosas que superaron la barrera de las geografías, y del tiempo mismo, para inscribirse en el terreno de las pugnas viscerales e intelectuales, personales y políticas de larga duración. La mayoría de los eventos que detonaron las pasiones y las fracturas entre Paz, Neruda y Bergamín, con una populosa comparsa (in)voluntaria, tuvo como epicentro la Ciudad de México, con ramales hacia Cuernavaca, Oaxaca y Yucatán; Valencia, Caracas, Montevideo, Estocolmo, según las necesidades expositivas que llevan al autor del pasado al futuro, de un actor a otro, de país en país, en una red de ideas, textos, conflictos y solidaridades tejida en torno de tres poderosas personalidades convergentes en México hacia 1939-1942 (y sus secuelas en decenios subsecuentes), con sus respectivos prosélitos. Uno como exiliado en las postrimerías de la Guerra Civil, el ácido editor y poeta José Bergamín; otro como cónsul de Chile en México, el prolífico poeta Pablo Neruda, y, por último, un joven intelectual mexicano cuyo liderazgo se halla en plena consolidación con la dirección de una revista emblemática en la historia de la literatura hispánica: Taller. Todas personalidades explosivas, apasionadas y hasta intransigentes en cuanto tenía que ver con las lealtades: hombres en su siglo, se diría.

Esta maraña de relaciones podría sintetizarse en las palabras de César Arístides, en cuyo “Prólogo” resume los que, a su juicio, constituirían asuntos medulares de Pasiones, fracturas y rebeliones: Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín:

Causará extrañeza al lector encontrar en estas páginas a un lamentable José Revueltas, regañado por el mistagogo Neruda — su “hermano mayor”—, a Salvador Novo, Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia, cofradía de pillos en un foro teatral dispuestos a lanzar su veneno de papel a Bergamín, de los pocos exiliados que leyó a escritores mexicanos —incluso defendió la dramaturgia del autor de El gesticulador—, y conocer los rumores sobre la actitud donjuanesca de Juan José Domenchina (p. 15). Sobre los vínculos Revueltas-Neruda, a contrapelo del progresivo deterioro de la

Pablo Neruda

amistad entre éste y Paz, me gustaría traer a colación un dato que explicaría, en alguna medida, el opacamiento de José ante la imponencia del chileno, a quien leía con entusiasmo desde 1937 al tiempo que se lo daba a conocer a su hermano Silvestre. Como Adame lo demuestra, Neruda habría remplazado la imagen de Silvestre, muerto a mediados de 1941 a consecuencia de su alcoholismo crónico. José no sólo admiraba a Silvestre, sino que confiaba ciegamente en él. Así lo confirma el hecho de haberle pedido una opinión acerca de El quebranto. Silvestre, con toda la seriedad del mundo, le hizo ver las fallas y los aciertos de una narración que sufriría los avatares del nomadismo de su autor. A la muerte del compositor, Neruda asumió la tutela de José. Con esta función vicaria, el 9 de agosto de 1941, el autor del “Canto a Stalingrado” escribe a José Vasconcelos para que ayude a su protegido:

Querido y admirado amigo:
Le escribo estas cuatro letras para pedirle que se interese por mi joven amigo José Revueltas, a quien considero el más alto valor entre los jóvenes escritores mexicanos y sin duda el novelista de más alto vuelo de su generación. Revueltas, por circunstancias inesperadas, ha quedado en la mayor pobreza, quedándose sin trabajo hace unos pocos días. Ojalá Ud. pueda hacer algo por él, aunque no sea mucho, pero algo que lo preserve momentáneamente del desastre. Se lo recomiendo con el mayor fervor y con el mayor cariño hacia este muchacho, hermano de mi inolvidable compañero Silvestre Revueltas, cuya obra Ud. seguramente conoce.
Cuanto le sea posible hacer por él, se lo agradezco de antemano. Y aprovecho la oportunidad para saludarlo con el mismo respeto y la misma viva y cordial amistad de siempre

                    Pablo Neruda

Por sí misma, esta carta de recomendación genera algunas suspicacias: ¿por qué el comunista Neruda se declaraba “querido y admirado amigo” de quien timoneara la efímera revista Timón, promotora del nacionalsocialismo en México? ¿Habría acudido Revueltas con el apóstol del conflicto cristero? ¿La recomendación funcionó? Al parecer, la carta no tuvo efectos inmediatos, pues el autor de Los muros de agua se aferró a otra tabla de salvación: a partir del 31 de agosto de 1941, y hasta marzo de 1942, tendría una mayor participación en la página editorial de El Popular; empezó a colaborar hasta en dos ocasiones por semana con su columna “La Marea de Los Días”, sin firma, y con esporádicos artículos firmados. Ni siquiera a mediados de 1943 habría de coincidir Revueltas con Vasconcelos en la revista Así, donde éste había dejado el encargo de la página editorial. Otro desencuentro: el 26 de noviembre de 1941, Revueltas denunciaba que La Nación, fundada por Gómez Morin, y Timón, escondían “el rapado cráneo de los agentes de Hitler”. En esta especie de lucha por los alimentos terrestres, tampoco habría fraguado la beca que Revueltas solicitó a la Fundación Guggenheim en enero de 1942: ser estimado por Neruda como “el más alto valor entre los jóvenes escritores mexicanos y sin duda el novelista de más alto vuelo de su generación” fue insuficiente para gozar de la distinción que Paz recibiría en 1943. En estas circunstancias, ¿por qué Revueltas no habría de sacar la cara por Neruda ante Juan Ramón Jiménez, por ejemplo? Al final, José caería de la gracia nerudiana con el polémico libro Los días terrenales.

Ahora bien, quisiera destacar que la investigación de Adame perfila la actuación de otros personajes aláteres que, a mi juicio, no pueden considerarse menores en la configuración del campo literario de finales de los años treinta y principios de los cuarenta: Efraín Huerta, León Trotsky, David Alfaro Siqueiros, los Revueltas (José y Silvestre), Rodolfo Usigli, Salvador Novo, Andrés Henestrosa, Juan José Domenchina, Ricardo Paseyro, Tina Modotti, entre muchos otros. Analógicamente, el libro representa un mural sobre los años turbulentos de la historia sociocultural mexicana, como puede verse en el atentado, primero, contra Trotsky y, luego, con su vergonzoso asesinato en México; la polémica en torno de una sufrida antología de la poesía hispánica, Laurel, víctima de los efectos de la animadversión entre Neruda y Bergamín; la consolidación de una prensa de todos los colores con la fundación de El Popular, Hoy, Así  y diversas publicaciones periódicas de interés general (con su sesgo político, por supuesto), además de las literarias como Letras de México, Ruta, Taller, Revista de Literatura Mexicana, Tierra Nueva, Rueca y El Hijo Pródigo.

Para hacer honor al título, Pasiones, fracturas y rebeliones, el libro de Adame también se puede ver como la crónica de las disputas apasionadas no sólo entre Neruda, Paz y Bergamín, sino de las relaciones peligrosas, como decía yo al principio, entre Neruda y Paseyro, entre Neruda y José Revueltas: entre Paz y sus otrora compinches de la Nacional Preparatoria: Huerta y Ramírez y Ramírez, o sus prologadas escaramuzas con Aguilar Camín y su violenta ruptura con Fuentes; entre Bergamín y la turba de epigramistas conformada por Villaurrutia, Novo y Usigli; entre Lorenzo Varela y (don) Juan José Domenchina, quien habría, primero, seducido y luego, desahuciado a Lupe Marín. Aquí cierro el recuento, porque querría también subrayar lealtades de larga duración, como la de Bergamín y Henestrosa, la de Paz y Luis Rosales o, por último, la de Neruda con Artur Lundkvist, decisiva en la depuración de la imagen de “La Chirimoya” (como lo llamaba despectivamente Bergamín, según testimonio de Elena Garro) para que alcanzara el Nobel.

Así, con documentos de primera mano (cartas, testimonios, entrevistas, prensa de la época) Adame relata el ambiente de intriga, hasta la infamia, que vivieron Neruda, Paz y Bergamín en una época candente de la historia social y cultural de México. Los retrata, si cabe, como seres humanos proclives a la pasión y la fractura, a la fractura y la rebelión, a la afrenta verbal que, con frecuencia, desembocó en la contienda física.

Por último, entre el mar de aciertos y novedosos documentos del libro comentado, quisiera ampliar algunas afirmaciones que, me parece, admiten una mínima apostilla: 1. Respecto de una declaración en que Paz se solidariza con las Juventudes Socialistas Unificadas de Madrid, “como miembro de la JSU de México”, Adame anota: “Las JSU de México no existía, pero Paz se nombra miembro como una forma de solidaridad figurada” (p. 25). Lo cierto es que, en consonancia con las resoluciones del VII Congreso de la Internacional Comunista al que Revueltas asistió, en 1935, en México sí se formó un frente popular denominado Juventudes Socialistas Unificadas de México, en que el duranguense habría fungido como secretario de Acción Obrera desde enero hasta el 27 de septiembre de 1937 en que presenta su renuncia al cargo. Ignoro si Paz era miembro activo de las JSUM, lo cierto es que sí existía una organización hermana de la madrileña hacia el mes de julio de 1937 en que se llevó a cabo el II Congreso de Escritores Antifascistas por la Defensa de la Cultura, contexto de la citada declaración. 2. En cuanto a los escritores españoles que se habrían ocupado de sus pares mexicanos, el autor de Pasiones, fracturas y rebeliones: Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín señala que Paz era injusto al considerar que “ni Bergamín, ni Alberti, ni Cernuda, ni tantos otros escribieron una línea sobre sus pares en América”, pues “Bergamín defendió a Rodolfo Usigli en 1947; Paz se muestra particularmente duro con los exiliados”. Comparto completamente el juicio de Adame, porque entre 1939 y 1942 Benjamín Jarnés dedicó cuantiosos trabajos a los literatos mexicanos desde su columna “Libros y Autores”, de la revista Hoy; José Herrera Petere reseñó positivamente El luto humano en Letras de México, etc.; y cómo olvidar que si alguien sintió y expresó su fascinación por el país de acogida fue Moreno Villa, autor de Cornucopia de México (1940). 3. En efecto, Paz dejó de colaborar en El Popular el 24 de noviembre de 1941, justo cuarenta días después de que, en primera plana, se anunciara: “Desde hoy, nuestra página editorial cuenta con la colaboración del destacado escritor Octavio Paz. // Quincenalmente publicaremos sus artículos exclusivos” (14 de octubre de 1941). Al parecer, sin embargo, el veto que se le impuso, con el consecuente distanciamiento de Huerta, Revueltas e Iturriaga (que para esas fechas habían tomado partido por Neruda), fue burlado por Alí Chumacero con una muy positiva reseña de A la orilla del mundo en el diario de Lombardo Toledano, acompañada de un fragmento de “Bajo tu clara sombra” (8 de noviembre de 1942).

Sin duda, Pasiones, fracturas y rebeliones: Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín, como su antecesor Octavio Paz. El misterio de la vocación (2015), representa un material invaluable (y en buena medida inobjetable) sobre el joven Paz: viene a cubrir huecos de su vida y obra que poco habían interesado a los especialistas, por un lado; por otro, a establecer desafíos para quienes desde ahora intenten acercarse al Premio Nobel de 1990, que no podrán obviar fechas ni nombres ni lugares. [1]





[1] Ángel Gilberto Adame, Pasiones, fracturas y rebeliones: Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín, Taurus, México, 2020.



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