Correspondencia

Una carta a Juan Soriano

Octavio Paz

Año

1944

Tipología

Correspondencia

 

Marek Keller, Octavio Paz y Juan Soriano, ca. 1985

La amistad entre Paz y Juan Soriano (18 de agosto 1920 - 10 de febrero 2006) fue prolongada y especialmente intensa. En “Repaso en forma de preámbulo”, prólogo a Los privilegios de la vista, la recopilación de sus ensayos sobre arte moderno, Paz narra que se conocieron en 1938, Juan recién llegado de Guadalajara y él apenas de vuelta de la España en guerra civil:

Pronto fuimos amigos. Su conversación era un surtidor de fuegos de todos los colores, algunos quemantes; su pintura tenía la poesía de los patios con altos barandales por donde se asoman, ojos grandes y moños enormes, niñas con cara de vértigo.

 

Paz le dedicó más ensayos a su arte que a ningún otro artista: siete textos que cubren su producción a lo largo de los años. Para escribir la historia de esa amistad, algo que ya emprenderá alguien, algún día, va a ser crucial su correspondencia. Para buscar a ese “alguien”, y para celebrar el centenario del nacimiento de ese pintor genial e inaudito ser humano, reproducimos la primera de las cartas de Paz a Soriano que guardamos en la Zona Paz, gracias a la generosidad de Marek Keller. Un documento esencial para entender la poesía de Paz en ese periodo de cambios…  (GS)



 

 

La playa, 1943

 

                                                                                                                                      Berkeley, junio 1 de 1944

Sr. D. Juan Soriano

México, D.F.

 

Muy querido Juanito:

 

Ante todo: no te puedes imaginar la sorpresa que nos causa tu carta, nunca supusimos que tuvieras la humorada de contestar; tú, como Gautier cuando visitó a Heine paralítico, “eres muy original”. En fin, nosotros los mexicanos decimos que los amigos se conocen en la cama y en la cárcel. Se debería añadir: y en la ausencia, pues si mi amor de lejos es amor de… no se puede decir lo mismo de la amistad.


Muchas gracias por las noticias que nos das de todo el circo de payasos, fieras, domadores, empresarios, porteros, barrenderos, mordelones, publicistas, paleros, etc. Helena[1] tiene mucha curiosidad por conocer el libro de Solana[2] —que imagina más terrible de lo que, supongo, es y ya prepara venganzas indo españolas, es decir, desollamientos a la azteca y después pira inquisitorial, con previo paseo de réprobo con San Benito. También me gustaría ver los cuadros de Martínez[3] y, por encima de todo, los tuyos. Supe por Deva[4] que expusiste al fin aquel cuadro, con aquel mar infernal y los condenados de verano retorciéndose muy contentos en las olas de las llamas.[5] El cuadro podría llevar el título, bastante literario y humorístico, del libro de Rimbaud: Temporada en el infierno, o algún otro sacado de Dante en aquellos pasajes en que habla de los pecadores en un mar de pez[6] o un mar de hielo o de otras materias… ¿por qué no, El mar muerto?

Me pides noticias. Tengo pocas que darte. Vivimos bastante aislados y, como dice Pellicer (cuando tenía humor e imaginación y no era jefe): “aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas”[7] y, de veras las rosas, los lirios y todas las flores gozan de una salud admirable, lo mismo que las muchachas y los muchachos de Berkeley. Y eso es lo único importante.  A las flores y a ellos los veo con los mismos ojos, porque creo que se pueden ver, oler, gustar y hasta masticar, o ponerlas en un hermoso jarrón, pero no puedes hablar con ellas. Las flores tienen un lenguaje distinto, porque algún ángel te lo sopla llegas a entender el lenguaje de colores que usan, y resulta lo mismo, pues quizá ellas no tengan conceptos, sino colores, palabras, perfumes y todo así es distinto; lo mismo pasa con los hermosos árboles —desde el barbado eucalipto hasta el pino adolescente. Además, la salud es incompatible con el espíritu —aunque no quizá con El Espíritu.

Tenemos muy pocos amigos: tenía una horrible profesora muy amable pero con una inteligencia triangular o cúbica. Afortunadamente, en busca de reposo, ha huido hacia México. Conocí una poetisa gorda y con fealdad que podría llamar suntuosa, a la manera del difunto Silvestre Revueltas: se llama Muriel Rukeyser[8]. Te confieso que la encontraba muy de mi gusto, muy mexicana, muy María Izquierdo de la poesía, y esto quiere decir que tenía unos ojos expresivos y apasionados y una conversación en la que había algo más que los lugares comunes de todos los países. Desgraciadamente se fue a Nueva York (allí espero volverla a ver, pues iré en octubre). Antes nos presentó con un poeta chino y con su mujer, que canta canciones chinas. Arriesgo que me juzgues, no te diré que me encanta la música popular china. La cantante y su marido han editado un álbum de música popular de su país con este precioso título: “El Tambor Florido”. Los vemos poco porque son gente ocupada y sólo los domingos tienen tiempo; como aquí no es posible ir a un café o a un bar o a un restaurante a pasarse las horas muertas, es necesario invitar a la gente a comer y a pasar la tarde contigo. Y Helena le tiene horror a la cocina, de modo que generalmente no viene nadie. También conocemos a una pareja norteamericana, bastante agradable: el poeta Elliot (es muy joven, tiene talento y una mujer mayor que él, comprensiva e inteligente, ay, pero no muy hermosa). Mr. Elliot traducirá poemas míos, que quizá se publiquen en Poetry y en otras revistas de poesía. Piensa mandar sus traducciones a New Directions (creo que lo escribí mal), que es la mejor, pero no sé si las termine para el plazo requerido (esa revista es un libro que sale una vez al año y es una especie de antología anual mundial, de lo que aquí llaman poesía experimental (¡tú verás!)[9].

Creo que deberías pedir la beca Guggenheim. Estoy seguro de que te la concederían, y si son los jóvenes como tú, sin grandes obligaciones y con la vida por delante, como decía un tío mío cuando yo tenía los consabidos 20 años y el no tan consabido genio que perdí después… En un año aprenderías el inglés, que no te serviría para ver la mala pintura americana, pero sí para leer a sus poetas —algunos son magníficos, sin hablar de los ingleses— y a sus novelistas. ¿Has leído a Faulkner? Hay traducción de sus obras. Te lo recomiendo entre los contemporáneos. Y también otros dos que leo ahora: Melville (Moby Dick) y Hawthorne (The Scarlet Letter). Leyendo a estos tres novelistas del siglo pasado se explica uno la importancia de la actual novela americana. No tenemos en Hispanoamérica nada semejante. Los poetas también me han impresionado, especialmente una mujer, Emily Dickinson, que pienso traducir en cuanto conozca más el inglés. Ahora leo por pura pasión literaria, con diccionario, desesperación, amor, imaginación. De modo que muchas veces las sublimes composiciones a lo mejor, conociendo mejor el idioma, son más bien versos mediocres. Pero ese no es el caso de la Dickinson: es como si los pájaros pudieran hablarnos de sus experiencias o, mejor dicho, es como si las cosas más profundas y más hondas de la vida diaria de la vida humana, se dijeran con el lenguaje de los pájaros. Ay, ya me desvío al terreno de la literatura…

Escribo mucho, no el estudio, que resultará una mamarrachada[10], sino poesía. A veces me da miedo, porque escribir tanto, aunque sea poemas de diez líneas, no es normal. O son estupideces o empiezo a tener inspiración. Lo último me da miedo, pues se me ha metido en la cabeza que esta inesperada riqueza indica que me voy a morir este año. O que por lo menos este será el último en que escriba poesía. Muchas veces no escribo los poemas que pienso o imagino: es decir, dejo que solo sean poesía y se escapan y se van. No me siento con fuerzas para apresar tanta imagen, tanta sensación y tantos recuerdos. Mi infancia, que la tenía sepultada, se me presenta a cada rato; lo mismo me pasa con mi adolescencia y paso de un estado de ánimo a otro, con mucha velocidad y sin ninguna causa externa. Y sin embargo me gusta muy poco lo que escribo, porque me parecen solo bocetos de lo que fue dentro de mí, como si el lápiz y la palabra traicionaran toda mi vida interior. A pesar de que no me gusta, te lo digo sin vanagloria, lo considero, al menos en espíritu, superior a lo que últimamente escribía en México, que no solo era escaso sino retórico y retorcido. Juzgo lo mismo a toda la literatura seudo poética que están redactando en México y, en general, en todo el idioma español, los poetas modernos. Es una poesía de artesanos, de profesores, de profesionales del verso, o en el menor de los casos, de artífices. En fin, escribo mucho (tengo como veinte poemas de todos los tamaños, algunos de cuatro líneas, otros más extensos) y no sé qué salga de todo este brotar[11]. A veces pienso que se escribe por debilidad; un mundo poético sería un mundo sin escritores de poemas. Bastaría una imagen, y podríamos vivir en imágenes, en lugar de imaginarlas. Por ejemplo: la sonrisa es a veces la puerta de la blancura, pues en lugar de imaginar y retorcer la realidad, si cuando una muchacha nos sonríe entráramos de veras a lo blanco.

Volviendo a lo que te decía al principio: no tengas miedo que me muera, porque creo que todo lo que escribo son estupideces. Ahora que son estupideces sagradas… De vez en cuando leo periódicos mexicanos (me dan asco) y siempre (aunque me aburren) las revistas literarias: el Hijo[12] (que es cada vez más un arca de Noé) la Olla de Grillos de Letras de México y Cuadernos Americanos (que no sé por qué llaman cuadernos, siendo tan espesos de espíritu y tan voluminosos de páginas). Helena está bien; rabia por ir a México, aunque, muy explicablemente, también rabia cada vez que piensa en nuestro país. Y, así, jura no regresar nunca, a pesar de que quisiera hablar contigo y con los pocos amigos que son de verdad México para ella. (A propósito de mexicanos: está aquí en la International House un estúpido disque agrónomo, de 28 años, que tiene una pensión de doscientos dólares del gobierno mexicano. No te digo el nombre porque no lo conoces. Este imbécil es el hazmerreír de los estudiantes latinos y hasta de los americanos, que nunca se ríen. Lo primero que hizo al llegar —no habla una palabra de inglés— fue comprarse dos libros: El Arte de Mascar Chicle y Cómo triunfar en la Vida y en el Amor (absolutamente auténtico). En las fiestas —y también los domingos— se pone el precioso uniforme de Chapingo, verde y con dorados; algunos creen que es portero de un hotel. Es ridículo porque aquí todos los jóvenes usan uniformes en serio, para ir a la guerra, no para salir a desfilar. Este pobre diablo ha tenido, sin embargo, un rasgo que aquí le ha sido muy criticado pero que a nosotros nos ha divertido mucho. Cuando llegó enloqueció —ésa es la palabra— con las muchachas y con la libertad de que aquí gozan, aunque por otra parte esta libertad tiene un límite: el de la caprichosa voluntad de las damas, que muchas veces consideran al amor como un calmante, de modo que, cuando están tranquilas se ríen de todos tus arrebatos. Pues bien, el pobre mexicano empezó a tratar muchachas, especialmente jovencitas, género peligroso en todas las latitudes, pero especialmente aquí. Una tarde, en no sé qué casa de estudiantes, empezó a bailar el chick-to-chick[13] con una mocosa; después, supongo, hubo necking (que es un verbo popular, intraducible[14], porque no se refiere al cuello sino todo al cuerpo) de porte universal entre los adolescentes, y allí deberían haber parado las cosas. El apasionado agrónomo no se conformó y empezó a corretear a la muchacha por todo el jardín, primero, y luego por toda la casa, en medio de un gran escándalo, gritando: “ahora me la tiro, desgraciada”. Cuando otras muchachas, que por cierto hablan español, los separaron, todavía forcejeaba, diciendo: “Me tiene que cumplir, me tiene que cumplir”. Las cosas se han mantenido en relativo secreto, de modo que las autoridades universitarias no han tenido conocimiento. De lo contrario le cerrarían la puerta de la Universidad. (Aunque me temo que no pueda entrar, porque no tiene los estudios suficientes). Los puritanos de la International House, según me dijeron en el Consulado, furiosos con el agrónomo le han pedido que se cambie. En este país todo se puede hacer, PERO EN SECRETO. No hay que hablar de eso, nunca. Ésa es la diferencia: en México se hace menos, pero se habla más. Bien, el chisme ha sido excesivo. Lo único lamentable es que a ese señor le den doscientos dólares al mes, para que ni siquiera sepa hacer las cosas.

Esta carta ha resultado interminable. La escribo un domingo vacío, en la que me acordé de los primeros versos que publiqué: “Con un patín de duro hielo – resbalo por la azul pista del hielo”[15]. ¡Si ahora pudiera escribir así, es decir, si ahora pudiera resbalar por la pista azul!

Si contestas esta carta, cuéntanos muchas cosas. Tenemos hambre de noticias, de cualquier clase y sobre quien sea. ¿Cómo te trata Torres Bodet?[16] A mí me siguen pagando cien pesos, es decir 20 dólares al mes y creen que me hacen un gran favor. Escribí a [Jorge] González Durán pero no me contestó. ¿Y José Luis [Martínez]? Sé que el insolente Siqueiros está en México. No quisiera volver sólo por no verlo. Si regreso sé de antemano que tendré que pelear contra todos esos demagogos, abierta y definitivamente, por primera vez en mi vida.

Te manda besos Helena y yo un abrazo.

 

Octavio.

 

Estrella[17] también te besa. No hagas los dibujos ya, porque Mr. Mallan[18] ya no trabaja en esa oficina.



NOTAS

[1] Elena Garro, a quien su esposo llama “Helena”.

[2] Supongo que se refiere a La música por dentro (1943), colección de cuentos en los que Rafael Solana “retrató” a algunos de sus conocidos.

[3] Alfonso Michel Martínez.

[4] Devaki Garro, hermana de Elena, casada con el pintor Jesús Guerrero Galván.

[5] Se refiere a “La playa” (1943).

[6] Es decir, de resina.

[7] Carlos Pellicer en su “Discurso por las flores”.

[8] Becaria Guggenheim, como Paz, vive en San Francisco. Fue una poeta importante de su generación y tradujo mucho a su amigo mexicano.

[9] La presencia de Paz en algunas little reviews norteamericanas de esos años está siento estudiada por la Zona Octavio Paz. En New Directions aparecieron algunos poemas traducidos por Rukeyser.

[10] Paz se había comprometido con la Fundación Guggenheim a escribir un estudio sobre la expresión poética en Hispanoamérica. Nunca lo acabó.

[11] Saldrían muchos poemas que recogió en Semillas para un himno (1943-1955).

[12] El Hijo Pródigo, que fundó con Octavio G. Barreda.

[13] Es decir, mejilla con mejilla, o “de cachetito”, como solía decirse.

[14] Lo que se llamaba “el faje”, por meterse, supongo, a los refajos.

[15] A pesar suyo, tuvo que recoger “Preludio viajero” en Miscelánea I. Primeros escritos (13:36).

[16] Era el secretario de Educación Pública, una de las varias instituciones que le daban a Paz pequeños estipendios.

[17] Estrella Garro, hermana de Elena, vivía con ellos en Berkeley.

[18] Lloyd Mallan prepararía "A little Anthology of Young Mexican Poets" para la revista New Directions (Nueva York, 9, 1947), Paz incluido.


Artículos relacionados