Conversaciones y novedades

Octavio Paz vs el "pastelero literario"

Malva Flores

Año

1953

Personas

Martínez, José Luis; Fuentes, Carlos; Poniatowska, Elena; Revueltas, José; Reyes, Alfonso; Xirau, Ramón; Barreda, Octavio ; Chumacero, Alí; Carballo, Emmanuel; Castañón, Adolfo; Aridjis, Homero; Uranga, Emilio; Aub, Max; González Rojo, Enrique; Cardoza y Aragón, Luis; Pellicer, Carlos; Castro Leal, Antonio; García Terrés, Jaime; García Márquez, Gabriel; Arreola, Juan José; Novo, Salvador

Tipología

Controversias

Temas

Primer retorno a México (1953-1962)

Lustros

1950-1954

 

Marco Antonio Montes de Oca, Octavio Paz y Carlos Fuentes caminando cerca del Estadio Olímpico Universitario. Foto de Ricardo Salazar Ahumada.

En 1953, y como siempre que regresó al país, un temor se anudaba en la garganta de Octavio Paz: el de la soledad en medio de una multitud cuyo rostro tenía la marca de la indiferencia o el ninguneo. Lo cierto es que su regreso era esperado por varios amigos y su aparición en el mundo cultural no pasó inadvertida. Apenas dos días después de su arribo, la prensa lo recibió de esta manera: “Por asociación de ideas, al hablar de espléndidos poemas, nos acordamos de los de Octavio Paz y de que éste debe haber llegado ya a su puesto de subdirector de Organismos Internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores”. [1]  En la misma nota se anunciaba que la editorial de Arreola, Los Presentes, estaba decidida (“a como dé lugar”) a publicar un libro de poemas suyo. Tal vez Arreola recordaba que durante sus momentos de hambre y penuria en París, Paz le había regalado camisas, dinero, “no sé cuánto, si dos o tres mil francos y además, algo inaudito, la mitad de una pieza de turrón, de Alicante o Jijona, no sé, pero turrón auténtico”. [2]  En Los Presentes, sin embargo, no se publicó ningún libro de Paz.

     No sólo la prensa lo acogió a su llegada. Carlos Fuentes organizó una cena para recibirlo en el domicilio de sus padres, en la calle de Río Tíber, y ahí lo celebraron Ramón y Ana María Xirau, José Luis Martínez, Jorge Portilla, Emilio Uranga, Alí Chumacero, Creel y Elena Poniatowska que, temblorosa, se atrevió a decirle al hombre que acababa de conocer: “¿Sabe usted, señor, que Juan José Arreola lo llama ‘el becerro de oro’? Quizá asombrado, pero sonriente, Paz preguntó la razón y obtuvo una respuesta: Porque todos acuden a adorarlo”. [3]

     A pesar del afectuoso recibimiento de sus amigos, el trabajo en la Secretaría era agobiante y la Ciudad de México lo desconcertó. En muy poco tiempo volvió a aparecer su mayor obsesión: hacer una revista. ¿Con quién, con quiénes? Desde mediados de ese año, Jaime García Terrés había asumido la dirección de Difusión Cultural de la UNAM y en el mes de septiembre apareció el primer número de la Revista Universidad de México en su nueva época, ya bajo su encargo. En ese número se estrenó también la columna de Carlos Fuentes, “El cine”, y, junto con sus amigos Flores Olea y Sergio Pitol, se encargó de varias de las “Notas Bibliográficas” de la revista. Para el número 3 (noviembre de 1953) Fuentes ya aparecía en el directorio como jefe de redacción, puesto que dejaría en marzo del año siguiente, cuando reingresó a la SRE como jefe de Departamento de la Dirección General de Prensa y Publicaciones, según el acuerdo de esa fecha, firmado por el Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Padilla Nervo. Su encargo en la revista de la Universidad fue asumido entonces por Emmanuel Carballo.

     Carballo había dejado su natal Guadalajara el mismo mes en que Paz volvió a México. Al principio solo en la gran ciudad, pronto hizo amistad con varios de los redactores de la Revista Universidad de México y, según relató a Iván Pérez Daniel, [4] su primer acercamiento con Fuentes surgió después de que el jalisciense visitara a Paz en su oficina de la Secretaría de Relaciones Exteriores... El poeta los puso en contacto. A partir de entonces entre los tres planearon lo que en 1955 se convertiría en la Revista Mexicana de Literatura. Aunque el mismo Pérez Daniel refuta estas declaraciones pues son temporalmente inexactas, sí fue Paz quien, en la opinión de Fuentes, los impulsó a crear una revista “que ofendió seriamente los sentimientos xenófobos y nacionalistas de la época”. [5]

     Pero aún faltaban dos años para que eso ocurriera y existieron variados intentos del poeta para fundar una publicación: primero, con Ramón Xirau y, más tarde, con Octavio G. Barreda —el “Almanzor Barreda”, “el más implacable inquisidor”, como lo llamaba el poeta diez años atrás, cuando juntos hacían El Hijo Pródigo y, desde Berkeley, Paz comentaba a sus compañeros redactores el disgusto que le había provocado un número de la revista y lo hacía con su “habitual encarnizamiento, de corrido y, por primera vez, sin ‘interrupciones.’” [6]  Tal vez por ello intentó reanimar aquellas críticas pero amistosas disputas del tiempo de Barreda; sin embargo, mientras esto ocurría y el lanzamiento de una nueva revista dirigida por Paz era la comidilla del medio cultural, el propio Carballo y otros jóvenes planeaban también una publicación cuyo nombre tentativo era Calibán. Esos jóvenes (el mismo Carballo, Fausto Vega, Enrique González Rojo) estaban decididos a publicar una revista que a un tiempo propusiera nuevos horizontes para la literatura mexicana sin olvidar a los grandes nombres de nuestra tradición. Comenzaron a realizar entrevistas que tentativamente aparecerían en dicha publicación y consultaron a cuantos escritores pudieron. Uno de ellos fue Alfonso Reyes, quien el 12 de febrero de 1954 los recibió en su casa y apuntó en su diario los generales de esa entrevista que no vio la luz en Calibán, pues ésta nunca apareció. A ellos se refería Paz cuando ese mismo día le escribió a José Bianco pidiéndole colaboraciones para una nueva publicación realizada por “un grupo de muchachos que se han hecho amigos míos”, y, también, a Lambert, a quien le escribe el 12 de febrero y le ofrece datos generales de esa “gaceta literaria” (“será mensual y se llamará Calibán”), cuya aparición estaba planeada para el mes de marzo y, explicaba Paz, se trataba de “una versión, bastante modesta, de los semanarios literarios en París. Los editores —Emmanuel Carballo y Fausto Vega— desean que usted les envíe un artículo de cuatro páginas con informaciones sobre la vida literaria y artística de París”.

     Aunque Paz escribía a sus amigos solicitando colaboraciones para aquellos jóvenes, su ánimo era más bien sombrío: a medio año de su llegada a México, la atmósfera le parecía “atroz”. Todo tomaba el perfil de “un gran fracaso”, se quejaba con Lambert al final de esa carta. Apenas en enero había ofrecido una entrevista a Rosa Castro para México en la Cultura, en la que su ansiedad y disgusto son evidentes por la forma como realizó la entrevista: rechazó cualquier pregunta y, “apenas planteado el asunto, lo abarcó todo de golpe, de golpe también afloró la respuesta en sus ojos y, si no la lanzó también por entero de golpe, fue sólo por la imposibilidad física del hombre de no poder pronunciar más de una sola palabra a la vez”. [7] Las declaraciones de Paz abordaron, sin mencionarlo directamente, las ideas de su viejo amigo José Revueltas, quien había manifestado que sólo consideraba a la literatura “como un instrumento para trabajar socialmente” en el suplemento anterior. Para Paz la misión de la literatura consistía en descubrir y revelar al hombre. No era un instrumento ni una herramienta pues, al revelarlo, la literatura descubría a un hombre concreto, a un hombre libre. Las herramientas no podían rebelarse contra su propia naturaleza y condición; los hombres, sí, y esa capacidad se llamaba libertad. Pero existían poderes externos —“los Estados, las Iglesias, los partidos y las academias”— que pretendían desnaturalizar o mutilar la obra artística y para el poeta oponerse a ellos era la batalla primordial a librar. Paz estaba en pie de lucha y el ambiente no era ajeno a su intención.

     El 24 de enero, en la columna “Autores y Libros” de México en la Cultura, se afirmó que Paz pronto se convertiría en “jefe de escuela, no porque aspire a que lo sigan los escritores mexicanos […], no porque pretenda establecer una academia ni una capilla, sino porque ha mostrado ser capaz de interesarse por lo que hacen los demás y de interesar a los demás en lo que él hace”. [8] Sin embargo, nada lo consolaba, según puede apreciarse en los apuntes de Alfonso Reyes en su diario, pues el 19 de abril de 1954 escribió: “Visita de Octavio Paz, muy quejoso, pero no hay que acompañarlo en sus quejas porque nada más se le daña, y luego sus quejas mudan de rumbo”. En esa circunstancia, para Paz sólo había dos salidas: entablar una polémica o publicar una revista propia.

     En la primera página del número 271 de México en la Cultura, el 30 de mayo apareció “Poesía mexicana contemporánea”, un artículo demoledor de Paz contra Antonio Castro Leal, autor de la antología La poesía mexicana moderna. [9] Castro Leal no era cualquier crítico: último rector de la Universidad antes de que se volviera autónoma, miembro de El Colegio Nacional, de la Academia Mexicana de la Lengua y de la generación conocida como los “Siete sabios”, en 1952 había concluido su encargo como embajador de México ante la Unesco y había regresado al país y a la Universidad con el puesto de Coordinador de Humanidades, en el que se desempeñó hasta 1954.

     Precisamente la Unesco, por instancias de su director, Jaime Torres Bodet, había promovido en 1950 la realización de la Anthologie de la poésie mexicaine [10] con selección e introducción de Paz, y presentación de Paul Claudel, que muchos disgustos había causado al joven poeta pues, le comentó a Reyes el 1 de junio de 1950, se le había exigido un panorama histórico —“fantasmón de nuestra época”—, lo cual le había impedido ser más riguroso en la selección. Lo cierto es que, a causa de la presentación que Claudel hizo de la antología, se enlazó en tremenda batalla verbal con Torres Bodet, a quien le escribió varias cartas desde Nueva Delhi expresando su rechazo y disgusto. Una de ellas, la del 10 de abril de 1952, fue especialmente dura. Torres Bodet le había sugerido que dejara a un lado su cólera y rencor contra Claudel y Paz le repuso: “Debo responder a su invitación para que reflexione ‘sin cólera y sin rencor’. La cólera, en el mundo actual, no me parece una mala pasión —cuando no es la cólera de los fuertes—. Más bien es un indicio de salud moral. Su otro nombre es indignación. Pero, indignado o colérico, no me siento culpable de rencor. ¿Por qué tendría yo rencor?” Debía ser intransigente pues para Paz era claro que no era necesario viajar a “Oriente para saber lo que significa la palabra imperialismo” y la actividad de Claudel, tanto como su obra o la de Kipling, eran el testimonio de una época atroz, más allá de sus méritos literarios. [11]

     Años después, Paz enviaría a Torres Bodet otra carta —si no colérica, sí terrible— para solicitarle que no fuera él, Torres Bodet, quien contestara su discurso de ingreso a El Colegio Nacional. Pero en 1950, cuando realizó la antología —siguió narrándole a Reyes—, había revisado una “copiosa nómina de Castro Leal —cerca de ochenta poetas, más de los que acepta Gide en su Antología [de la poesía] francesa—” y la redujo a treinta y cuatro nombres, pese a que él habría preferido incluir sólo una docena.

     Tres años más tarde, aún desde Ginebra, y cuando la desdichada antología de la Unesco ya había aparecido, Paz supo de una conferencia que Castro Leal había dictado, y le escribió a Reyes el 25 de julio de 1953: “Tengo entendido que Castro Leal dijo una conferencia sobre la poesía mexicana moderna ¿Cómo podría conseguirla? Como soy ‘parte’ no me atrevo a pedírsela directamente”. Dicha conferencia, ofrecida como discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua apenas el 11 de julio anterior, no era otra que la introducción a la antología que pocos meses después apareció publicada por el FCE.

     El trabajo de Castro Leal fue el de un “prologuista vidrioso”, según Adolfo Castañón, “quien en su crítica no supo ser justo con el poeta Reyes” [12]  ni con el propio Paz, a quien acusó de “haber renunciado a la redención del hombre y de las naciones como tema político” [13] a consecuencia —discurrió Castro Leal— del contacto del joven con los surrealistas parisinos. Castro Leal oponía el universalismo de Paz a un nacionalismo rancio y proponía una idea de poesía, más que viva, administrativa y académica. Años atrás, el propio Castro había saludado al joven poeta con estas palabras: “No creo que sea prematuro decir que en la generación de los poetas que van a cumplir los veinticinco años, entre los cuales se destaca sobre todo Octavio Paz, se anuncia ya una saludable ampliación del horizonte humano y una nueva sensibilidad para nuevos intereses y problemas”. [14] Tenía razón entonces: Paz representaba esa nueva sensibilidad que, sin embargo, no quiso ver a la hora de publicar su antología. Para Paz, oponerse a esa nómina fue el motor de un asunto que una década después lo llevó a participar —a regañadientes, siempre en desacuerdo, pero finalmente entusiasmado e imperativo— en un trabajo antológico cuyo único propósito  —según le confesó a Tomás Segovia en carta del 12 de marzo de 1966— fue enfrentarlo a la reedición de la antología de Castro Leal que planeaba el FCE a mediados de los sesenta. La sola idea de que pudieran volver a publicar sus poemas en esa antología le horrorizaba y le escribió a Alí Chumacero y a Salvador Azuela, entonces director del FCE, para evitar que eso ocurriera. El 12 de febrero de 1966, le explicó al director del Fondo: “Ignoro si el señor Castro Leal ha incluido, como lo hizo en la primera edición de su obra, una selección de mis poemas. Si así fuese, ruego a usted tomar nota de que de ninguna manera autorizo la reproducción de cualquier escrito mío en la Antología del señor Castro Leal”. [15]  La suya, le decía a Arnaldo Orfila el 3 de mayo, debía ser una antología polémica y su antagonismo a la de Castro Leal tenía el fin único de “representar otro punto de vista”. [16] Pero eso ocurriría hasta 1966, cuando, junto con José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Alí Chumacero, publicó Poesía en movimiento.

     Entrevistado en Excélsior por Elena Poniatowska, apenas en enero de 1954, Paz aseguró que la antología de Castro Leal ocultaba la poesía mexicana en vez de revelarla; también aseguró que “muy pronto” lo demostraría en un artículo. “Conozco a muchas personas que piensan lo mismo que yo, que critican a Castro Leal, pero se quedan calladas. El silencio general y constante de todos los que son capaces de decir algo le ha dado a Castro Leal una especie de impunidad”. [17] La misma Elena había iniciado una encuesta a propósito de la antología y, efectivamente, algunos de los participantes (Julio Torri y Héctor Azar) reaccionaron a las palabras de José Luis Martínez, también entrevistado, y cuya declaración había sido contra “la vanidad de los literatos que ‘tañen en soledad egoísta una pequeña lira oxidada’”.

     Tal como lo había adelantado en enero —y después de criticar el embuste de que México era un país de pintores y no de poetas—, en su nota contra Castro Leal, Paz enderezó sus armas contra los críticos que no se comprometían y preferían hablar, “interminablemente, de la responsabilidad social, política o metafísica del escritor”. [18] No le interesaba saber si era el miedo, la pereza o la indiferencia lo que producía este fenómeno que, en el fondo, hablaba únicamente de una “deserción”. Acto seguido explicó las razones de su texto: “Todo acto —y un libro es un acto— merece una respuesta. La mía es una réplica”. Su primer apunte al respecto fue asegurar que el libro no se trataba de una antología (pues incluía a más de cien poetas), sino de un “catálogo de nombres”. A pesar de contener a tantos, el antologador había olvidado a varios poetas importantes, entre ellos, Octavio G. Barreda y González Durán. La primera sección de la antología (de Gutiérrez Nájera a Pellicer), le parecía acertada; no así la segunda, que reveló “una incomprensión casi total de lo que significa, quiere y es la poesía contemporánea”. Acusó a Castro de incurrir no sólo en omisiones, sino en mutilaciones graves, debido a una insensibilidad hacia la poesía moderna; lo imaginó “poseído por una triste rabia fría. (Tijeras, sonrisa helada y frotarse las manos, bastante pueril, ante cada pequeña jugarreta)”; se explayó en el ejemplo de la “mutilación” de una estrofa de “Yerbas del tarahumara”, de Reyes. Esa amputación le había molestado mucho al poeta regiomontano, que, el 5 de octubre de 1953, apuntó en su diario: “Castro Leal me muestra en capillas su antología poética para el Fondo y me cuenta que ‘se permitió’ quitar un pedazo de mis ‘Yerbas del tarahumara’ que no le gusta. Le dije que bien podía haberme preguntado, para siquiera poner allí puntos suspensivos. Tales puntos calza él”.

     Si esta y otras podas (a Novo o Usigli, por ejemplo) eran vergonzosas, el hecho de no considerar Muerte sin fin a Paz le resultó escandaloso. Castro Leal no tenía la capacidad para entender el acto poético más que como un ejercicio de correcta versificación y no podía advertir los elementos perturbadores de la poesía pues estaba “ocupado en limar sus frases hasta cortarles las uñas, amasando la pasta de su elegante prosa con lascivo regodeo de pastelero literario”. El “pastelero literario” tenía, además, una enorme debilidad por la palabra “fino”, y Paz citó las veces que la utilizó para calificar a los poetas (más de treinta). “A fuerza de finura —concluye su relación— se acababa por sentir náuseas. Es como embriagarse con crema de cacao”.

     Cada uno de los apuntes críticos de Castro Leal fue despedazado por Paz hasta llegar a su propia generación —la de Taller—, sobre la que, aseguró, el potosino había revelado una absoluta “sordera espiritual”. Aunque el lenguaje había sido una de las preocupaciones centrales de ese grupo, nunca había visto a la palabra como instrumento literario o como un simple medio de expresión. Su “repugnancia” por lo literario estaba ligada a la búsqueda de “la palabra original, por oposición a la palabra personal”; ese solo dato los distinguía de la generación previa, la de Contemporáneos:

No queríamos tanto decir algo personal como, personalmente, realizarnos en algo que nos trascendiese. Para los Contemporáneos el poema era un objeto que podía desprenderse de su creador, para nosotros un acto. O sea, la poesía era un ejercicio espiritual […]. Una experiencia capaz de transformar al hombre, sí, pero también al mundo. Y, más concretamente, a la sociedad. El poema era un acto, por su naturaleza misma, revolucionario. La actividad poética y la revolucionaria se confundían y eran lo mismo. Cambiar al hombre exigía el previo cambio de la sociedad. Y a la inversa. Así pues, no se trataba de un “imperativo social” —para emplear el lenguaje de Castro Leal— sino de la imperiosa necesidad, poética y moral, de destruir a la sociedad burguesa para que el hombre total, el hombre poético, dueño al fin de sí mismo, apareciese.

El tono de El arco y la lira, que corregía desde el año anterior, asomaba en esta defensa de su generación, y Paz aseguró que las palabras clave para reunir a los poetas de Taller eran Amor, Poesía y Revolución, sinónimos ardientes.

     Entonces recordó que todos aquellos jóvenes poetas habían cambiado o muerto y que las posiciones políticas de los que aún estaban vivos muchas veces los situaban en sitios opuestos. “El grupo se desgarró. Nosotros mismos, por dentro, estamos desgarrados. Es triste reconocer que no es para mañana el reinado del hombre”, dijo, pero nada de eso daba derecho a Castro para suponer que algunos de los miembros de Taller hubieran renunciado a sus creencias de juventud. Calificó de “pérfida” la alusión del crítico al desarrollo de su poesía, pues, con una hojeada a su obra, el potosino se habría dado cuenta de que eso que mal llamaba “temas sociales” aparecía constantemente en su obra, pero no como “apuntes” o “temas de composición”, y le pareció “grotesco” que Castro Leal atribuyera al surrealismo su postura frente a los problemas sociales. ¿No era, de algún modo, un reproche similar al que le habían hecho a Breton en 1951, cuando lo acusaron de haber traicionado la causa revolucionaria?

     El 31 de mayo, Alfonso Reyes envió un breve mensaje de gratitud a Paz: “Habría que ser, de veras, un gran poeta para encontrar las palabras no gastadas, virgíneas, que expresaran mi agradecimiento y mi emoción. Ud. sabe bien que he vivido entre incomprensiones y hasta traiciones, aunque no he dejado que se me amargue por eso la viña del alma. Pues bien: Ud. me compensa plena, cabalmente. Me alegro de haber alcanzado a vivir lo bastante para que llegara este día. Perdóneme si no me atrevo a pensar que Ud. se equivoca: ¡me ha hecho Ud. tanto bien!”. Si la defensa de “Yerbas del tarahumara” habrá alegrado al polígrafo, tal vez, aún más, las líneas donde el joven Paz advertía que sólo a “regañadientes” Castro había considerado a Reyes un poeta, lo que resultaba incomprensible pues, además de su numerosa obra poética, era autor de los más importantes ensayos sobre poesía en nuestra lengua y de un amplio número de traducciones de poesía. Concluía su defensa: “No es necesario repetir aquí lo que he escrito en otras partes sobre Reyes. Baste decir que sin él nuestra literatura sería media literatura”. Con su mensaje, el maestro agradecía así al alumno que en tantos otros proyectos lo seguía, dentro o fuera de México. Uno de ellos, la revista Mito, que apenas el mes anterior había aparecido en Colombia, dirigida por Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Golkel, y, entre cuyos visibles patrocinadores, se encontraban Reyes, Paz, Vicente Aleixandre, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Drummond de Andrade y León de Greiff. En sus páginas aparecerían, quizá por primera vez juntos, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, pocos meses después. [19]


Reaparece “el pastelero”

El 8 de abril de 1967, Paz le pidió a Guillermo Haro que fuera él —en vez de Torres Bodet— quien le respondiera el discurso de ingreso a El Colegio Nacional; recibió una respuesta que lo inquietó, pues Haro le comentó que eso sería imposible: además de no ser él, quizá, presidente de El Colegio en la fecha elegida, partiría a Praga y a la Unión Soviética. Añadió que ya Torres Bodet les había expuesto el deseo de Paz y que contestaría “el miembro de El Colegio Nacional que le toque en suerte ser el presidente de nuestra institución en el mes de agosto.” [20]

     La suerte le fue adversa a Paz, pero la carta a Torres Bodet fue el corolario de una larga enemistad que se había acentuado años atrás con la edición de aquella antología de poesía mexicana publicada por la UNESCO en la que Paz se revolvió como toro malherido por el hecho de que se hubiera considerado a Paul Claudel como prologuista. El desaguisado en 1966 fue como sigue: El 6 de octubre de ese año, Torres Bodet le escribió a Paz para felicitarlo e informarle que El Colegio Nacional lo había designado “para hablar durante el acto en que leerá usted su discurso de recepción”. [21]

     El 31 de ese mes, desde Nueva Delhi, Paz le escribió una carta cuidadosísima pero terrible. No le había contestado de inmediato pues la misiva de Torres Bodet le había provocado “una serie de luchas y debates interiores. Mis vacilaciones se debían a lo siguiente: el discurso de recepción es un acto de orden intelectual más bien que social e implica una respuesta. Así pues, es un diálogo”. Pero, generalmente, los diálogos eran máscaras destinadas “a encubrir nuestras diferencias y a proclamar una ilusoria semejanza”. Aceptar un diálogo significaba “tanto reconocer las diferencias del otro cuanto admitir que uno mismo es una variedad más, otra diferencia entre las diferencias”. Todo eso y mucho más fue construyendo Paz en su carta hasta llegar al momento en que escribió que, si existían “dos personas desemejantes en el pequeño mundo de la literatura mexicana actual, esas somos usted y yo”. En consecuencia, debía “aceptar su generoso ofrecimiento” de leer la respuesta, pero varias razones le impedían a Paz permitir algo semejante. Y, después de un larguísimo circunloquio sobre la paradoja del lenguaje, el Yo es otro y el yo es todos del poeta, explicó:

Si usted y yo quisiéramos conversar realmente, no acudiríamos al lenguaje neutro del intercambio ni al de la dialéctica sino al nuestro más personal: la poesía y la prosa crítica y autocrítica. Comprendo que es algo muy difícil, tanto para usted como para mí. Además, no creo que esta sea la ocasión propicia: uno debe escoger sus interlocutores y el lugar y el día del encuentro (como en los duelos). He leído y releído su carta y percibo en ella algo de mis vacilaciones: usted acepta el encargo del Colegio Nacional con gran cordialidad y sin gran entusiasmo, como un deber más. El yo de la carta es abstracto y convierte al mío en otra abstracción. Le ruego que me comprenda. No hay reproche alguno en lo que digo: sin duda yo habría hecho lo mismo. Lo que deseo subrayar es que el verdadero diálogo implica una voluntad mutua que, en este caso, no existe. Nuestro diálogo no sería una confrontación de dos seres distintos sino la reunión de dos personas civilizadas.

Es imposible saber si la resolución de El Colegio Nacional fue una venganza colegiada, pero, para mala suerte del poeta, el elegido para responder su discurso fue Antonio Castro Leal, el antiguo “pastelero literario” de su crítica.

     Ya en México para el ingreso al Colegio, los Paz se hospedaron en el domicilio de Julissa, que acompañaba en esos momentos a Fuentes al Festival de Venecia. [22] A la pareja la casa les pareció “preciosa. Cata y Avelina, maravillosas”, [23] le comunicó Paz el 10 de agosto. La misma Marie José le escribió varios párrafos de gratitud y asombro en esa carta donde Paz le comunicó que en Londres había visto a Rodríguez Monegal decidido a dejar Mundo Nuevo y emprender una nueva revista. Su proyecto era muy parecido al de Paz, Fuentes y Segovia: “Yo no le dije nada pero esta coincidencia me preocupa. Por lo visto, todo el mundo tiene la misma idea”. En México, había hablado con Segovia, comentándole la posibilidad de conseguir financiamiento francés, y Orfila le manifestó “la posibilidad de hacer una ‘gran revista latinoamericana’ y me aseguró que Siglo XXI estaba dispuesto a costearla —aunque no me aclaró si en todo o en parte. Yo contesté de una manera más bien vaga —había demasiada gente— y me guardé de comunicarle nuestra idea de ‘vendernos’ al gran Charles”.

     El “gran Charles” se trataba del presidente De Gaulle, pero no era a través de él como intentarían conseguir el apoyo, sino de su ministro de cultura, el viejo amigo de Paz, Malraux. Paz estaba más entusiasmado por la posibilidad de fundar la revista, pero le aseguró: “no daré ningún paso ni aceptaré ningún compromiso sin antes consultarte. Lo que sí puedo decirte es que el proyecto me parece ahora de más fácil realización… Mucha gente me dice que debo volver definitivamente a México”. No volvería tan pronto.

     Sobre la distinción, le dijo que, afortunadamente, Marie-Jo estaba con él para evitar “la petrificación” que impone la fama:

no soy sino la momentánea encarnación de Nuestro Señor Xipe-topec y ya sé que al final seré desollado en un templo de las afueras. (Mi epitafio secreto: Vivió entre el ninguneo que pulveriza y la consagración que petrifica…). Un periodista me dijo que, al ingresar en El Colegio Nacional, me había convertido en uno de los monstruos sagrados de México. Le respondí: procuraré ser monstruo pero no sagrado. Ojalá que de veras pueda resistir la tentación.

Diez días antes, el primero de agosto, rodeado por sus amigos, Paz se presentó en El Colegio Nacional y ofreció su discurso “La nueva analogía”. A diferencia de los acostumbrados discursos de presentación y pese a que su texto se llamó “Octavio Paz en el Colegio Nacional”, Castro Leal le dedicó un solo y lacónico párrafo en las últimas líneas de su escrito, donde bordó sobre la institución, sus deberes y sus ilustres miembros. Concluyó diciendo:

Sólo me quedaría agregar que el 5 de septiembre de 1966 El Colegio Nacional designó como su vigésimo miembro al señor Octavio Paz, quien no había tenido oportunidad de ocupar su lugar entre nosotros debido a la comisión diplomática que desempeña en el extranjero. Al designarlo, El Colegio tomó en cuenta su importante labor literaria, especialmente en el campo de la poesía, aunque también se extiende a la crítica literaria y al ensayo. Después de la brillante generación de la revista Contemporáneos —en que figuran grandes poetas y hombres de letras— viene la generación en la que el señor Octavio Paz ocupó desde un principio uno de los lugares más prominentes. Su obra ha sido recibida con grandes elogios lo mismo dentro que fuera de México; muchos de sus poemas y algunos de sus libros han sido traducidos a varias lenguas extranjeras, y su nombre es celebrado por todos aquellos que conocen y admiran la literatura hispanoamericana.

El discurso de Castro Leal produjo cierto encono en la república de las letras. El número 287 de La Cultura en México mostró en portada una foto del poeta y un título: “Homenaje a Octavio Paz”. En la presentación, no firmada pero evidentemente escrita por Fernando Benítez, se saludaba así al poeta:

El ingreso de Octavio Paz a El Colegio Nacional no añade nada a su gloria, pero al menos es una revancha diferida del “ninguneo” que trató de envolverlo con su nada, durante muchos años. Ahora se le reconoce su triunfo —después de haber triunfado en el mundo—. Así y todo, no fueron los “escritores” del Colegio —hubo alguna honrosa excepción— los que impusieron su candidatura, sino los hombres de ciencia. ¿Qué importan ahora esos pequeños rencores? [25]

El suplemento publicó breves “Testimonios sobre Paz” de diversos escritores. [26] Los participantes fueron Carlos Fuentes, José Luis Martínez, Manuel Durán, Josep Palau, Henri Stierlin, Mandiargues, Lambert y Alain Bosquet. Manuel Capistrán preparó la recopilación. También se publicaron artículos de Pacheco, Monsiváis, Juan Vicente Melo, García Ponce, Gabriel Zaid y Huberto Batis, quien se refería al acontecimiento reciente en estos términos:

Máximo poeta y ensayista, Paz ha combatido —y nos ha incitado a seguir haciéndolo en su ausencia, que lo es tanto por su continua atención a la vida cultural de México— el más nefasto de los nacionalismos, aquel que se empeña en el suicidio cerrándose a la influencia de los logros extranjeros. Y el que los notables de la institución hayan llegado al acuerdo de invitarlo a exponer su pensamiento en su cenáculo, indica que han aceptado por fin examinarlo. [27]

Desde Excélsior lo nombraron “símbolo de la juventud” [28] y Elena Poniatowska aseguró también en ese diario que Paz era el más generoso de los escritores. [29] Max Aub confirmó que no había existido un poeta que tuviera mayor influencia entre los jóvenes [30]. Luis Guillermo Piazza escribió que “Castro Leal no tuvo nada más oportuno que decir que hablar de los muertos y del gran vivo que es Pablo Neruda”. Después de señalar que “los designios del amor-odio intelectual son inescrutables”, en obvia referencia a la animadversión que Castro Leal sentía por Paz, se lanzó al elogio del poeta. Paz era “nuestro amigo”, “la máxima figura intelectual del México de hoy”; conocía a todo el mundo y hasta John Cage escribía sobre él. “De estar aquí aglutinaría lo-que-se-dice-aglutinar […], a un montón de gente desparramada en eso de mafia, antimafia, submafias, seudomafias, etcétera”. [31] Castro Leal contestó: “Dentro del cuadro de mi discurso la presentación del Sr. Octavio Paz estaba debidamente proporcionada y era elogiosa. Sin embargo, al Sr. Piazza le pareció ‘mezquina’. Ello se debe fundamentalmente a que —con una filosofía de gángster— el Sr. Piazza divide a la humanidad, despectivamente, en ‘muertos’ y, reverencialmente, en ‘vivos’. Para él el Sr. Paz es ‘un vivo’, y Pablo Neruda, a quien cité, ‘un gran vivo’. Los otros miembros del Colegio de que hablé son, para el Sr. Piazza, simplemente ‘muertos’”. Su diatriba culminó preguntándole a Piazza “cómo se vería en la Argentina a un inmigrante mexicano que tuviera una actitud semejante a la suya”. [32]  La colaboración incluyó una nota de Fernando Benítez que nos permitió saber que Castro Leal había ido personalmente a su casa a dejar el texto y que el propio Benítez había sido el autor de “‘la cabeza’ donde se le acusó de mezquindad, y por tanto, Piazza —el renombrado autor de La mafia— no es responsable del adjetivo en cuestión”. Escribió también una última observación: “cualquier polémica literaria es saludable, pero el ataque fundado sobre la nacionalidad de un escritor no se eleva jamás al nivel de polémica literaria”.



Este texto es un fragmento del libro inédito Estrella de dos puntas. OP / CF Crónica de una amistad.


[1] Anónimo, “Autores y Libros”, México en la Cultura, número 236, 27 de septiembre de 1953, p. 2. 

[2] Fernando del Paso, Memoria y olvido, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996, p. 109.

[3] Elena Poniatowska, Las palabras del árbol, México, Plaza Janés, 1998, p. 12.

[4] Iván Pérez Daniel, “Notas sobre los orígenes de la Revista Mexicana de Literatura”. Tema y Variaciones de Literatura, número 25, 2005, pp. 152n-153n.

[5] Carlos Fuentes, “Mi amigo Octavio Paz”, El País, 13 de mayo de 1998, p. 1C. Disponible en línea aquí.

[6] Carta de Octavio Paz a Octavio G. Barreda, del 25 de enero de 1944. University of Texas at Austin. Nettie Lee Benson Latin American Collection Library. Barreda, Octavio G., Octavio Paz. Agradezco a Ángel Gilberto Adame haberme proporcionado copia de estas cartas. En adelante cito por la fecha de la carta.

[7] Rosa Castro, “La libertad del escritor. Una entrevista con Octavio Paz”, México en la Cultura, número 252, enero 17 de 1954, p. 3.

[8] Anónimo, “Autores y Libros”, México en la Cultura, número 253, 24 de enero de 1954, p. 4.

[9] Antonio Castro Leal, La poesía mexicana moderna, México, Fondo de Cultura Económica, 1953.

[10] Octavio Paz, Anthologie de la poésie mexicaine, Paris, Editions Nagel, 1952.

[11] Carta de Octavio Paz a Jaime Torres Bodet, del 10 de abril de 1952. Archivo Hemerográfico de la UNAM. Fondo Jaime Torres Bodet. Correspondencia Octavio Paz, caja 19, carpeta 124. En adelante cito por la fecha de la carta.

[12] Adolfo Castañón, Tránsito de Octavio Paz, México, El Colegio de México, 2014, p. 266.

[13] Castro Leal, op. cit., p. XXXIX.

[14] Antonio Castro Leal, “La poesía mexicana”, El Nacional, 6 de agosto de 1939, p. 1. Citado por Guillermo Sheridan, Poeta con paisajeEdiciones Era, 2004, p. 367.

[15] Carta de Octavio Paz a Salvador Azuela, 12 de febrero de 1966. Expediente de Octavio Paz en el Fondo de Cultura Económica. Leg. 4, 1966-1986. En adelante cito por la fecha de la carta.

[16] Octavio Paz, Arnaldo Orfila, Cartas cruzadas, México, Siglo XXI Editores, 2016, p. 79. En adelante se cita por esta edición y señalando exclusivamente la fecha de la carta.

[17] Poniatowska, op. cit., p. 56.

[18] Octavio Paz, “Poesía mexicana contemporánea”, México en la Cultura, número 271, 30 de mayo de 1954, p. 1.

[19] En el número 4 de Mito, noviembre – diciembre de 1955, aparecieron “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” y “Por boca de los dioses” (uno de los cuentos de Los días enmascarados). En ese número apareció también un poema de Álvaro Mutis, “Moirohología”, quien un año después llegaría a México.

[20] Carta de Guillermo Haro a Octavio Paz, del 8 de abril de 1967, en Elena Poniatowska, El universo o nada, Madrid, Seix Barral, 2013, p. 213.

[21] Carta de Jaime Torres Bodet a Octavio Paz. Fondo Jaime Torres Bodet, caja 10, carpeta 69.

[22] Agradezco a Julissa (Julia Isabel de Llano Macedo) esta y otras informaciones. Entrevista telefónica, 6 de mayo de 2016.

[23] Correspondencia entre Octavio Paz y Carlos Fuentes. Princeton University Library. Department of Rare Books and Special Collections. Manuscripts Division. Carlos Fuentes Papers, box 306 Folder 1, 2, 3, 4. En adelante cito por la fecha de la misiva.

[24] Antonio Castro Leal, “Octavio Paz en el Colegio Nacional”,Memoria del Colegio Nacional, número 6, 1967, p. 60.

[25] Anónimo, “Homenaje a Octavio Paz”, La Cultura en México, número 287, 16 de agosto de 1967, p. II.

[26] Miguel Capistrán (selección), “Testimonios sobre Octavio Paz”, La Cultura en México, número 287, 16 de agosto de 1967, pp. VII-VIII.

[27] Huberto Batis, “Ha sido el camino”, La Cultura en México, número 287, 16 de agosto de 1967, p. VII.

[28] Eduardo Deschamps Rosas, “Octavio Paz y el fin de la era moderna”, Excélsior, 2 de agosto de 1967, pp. 4A, 16A y 20A.

[29] Elena Poniatowska, “El poeta Octavio Paz ingresará a El Colegio Nacional desde agosto”, Excélsior, 18 de julio de 1967, p. 3 A.

[30] Max Aub, “Octavio, robo de la palabra”, Diorama de la Cultura, 27 de agosto de 1967, p. 3-5.

[31] Luis Guillermo Piazza, “En homenaje a Octavio Paz (por falsos elogios) y desagravio (por mezquindad de Castro Leal), Luis Guillermo Piazza le ofrece la primera versión del último canto de Ezra Pound”, La Cultura en México, número 288, 23 de agosto de 1967, p. IX.

[32] Antonio Castro Leal, “Breve comentario de Castro Leal (presidente en turno de El Colegio Nacional) sobre la ignorancia y la descortesía de Luis Guillermo Piazza”, La Cultura en México, número 291, 13 de septiembre de 1967, p. IX.


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