En la mirada de otros

En la mirada de Francisco Nieva

Francisco Nieva

Año

1959

Tipología

En la mirada de otros

 

Francisco Nieva

Francisco Nieva (29 de diciembre 1929 - 10 de noviembre 2016) fue un dramaturgo, director de escena, ensayista y dibujante español. Conoció a Octavio Paz en París. En 1992 Nieva ganó el Premio Principe de Asturias de las Letras. El jurado estuvo presidido por Paz, quien opinó del galardonado que: “representa la tradición teatral hispánica que se une con el surrealismo internacional, porque se trata de una escritor universal que al mismo tiempo ha demostrado en toda su obra que es profundamente español. [...] Cuando lo conocí, le vi como un hombre que amaba el teatro, antes de saber que era escritor."[1] 


          El siguiente texto conforma la visión de Nieva sobre el poeta; fue tomado de “De mi fidelidad-felicidad a Octavio Paz”, [2] aunque tiene interrupciones de otros artículos (éstas se diferencian en cursivas).[3] (AGA)


 

Si no recuerdo mal, creo que fue en el año 1959 o 1960 cuando conocí a Octavio Paz en una cena íntima, en casa de Bona de Pisis, una de las mujeres más bellas que he conocido, a la sazón casada con el escritor y poeta francés André Pieyre de Mandiargues. Digo íntima porque sólo nos encontrábamos en ella, como invitados, la crítica de arte Luce Hoctin, mi mujer y yo. 


          Era un chico [Paz] que hacía conquista con las francesas como no te podrías imaginar, así. Era un don Juan. Nos conocimos porque una amiga mía se convirtió en su amante y entonces, claro, tuvimos un contacto muy íntimo [...]. Lo que pasaba con Octavio es que era diplomático y viajaba mucho. No he conocido a una persona tan culta y tan graciosa, con un ángel muy especial, como Octavio. 


          Entonces yo era para mí mismo todo un conflicto de adaptación a un medio muy atrayente, pero muy extraño, el medio intelectual francés. Frecuentaba mucho la Galería del Dragón —antes, “Galerie Nina Dausset", que había sido una buena amiga de André Breton— casi al principio de la corta “Rue du Dragón”, donde nos encontrábamos gente como Roberto Matta, Wifredo Lam, Alain Resnais, Henri Michaux —éste, muy amigo de Octavio— y toda una tanda de intelectuales y artistas de las más diferentes tendencias. Unos comenzábamos y otros casi estaban llegando al cenit de su carrera. Los extranjeros estábamos muy afrancesados, aunque Francia también estaba dejando de ser el más importante foco de ideas de todo tipo, en el complejo de la cultura occidental, la nación más acogedora y liberal que se podía soñar. La cultura norteamericana apenas dejaba sentir su coacción en la mayoría, pero ésta asomaba ya a pesar de todo en algunos aspectos. No lo puedo bien definir sino como una sensación de desasosiego, desorientación y desarraigo que experimentaba yo mismo. Yo me encontraba muy ligado al surrealismo, al viejo y siempre nuevo surrealismo, directo descendiente del simbolismo y el romanticismo, al final la tendencia más prolífica y densa que ha atravesado el siglo XX. En la “Galerie du Dragón" ya se hablaba mucho de Octavio Paz, que llevaba varios años en París, como agregado a la embajada de México. Se hablaba y se le respetaba, porque Octavio tenía ya gran reputación y era un mozo de lo más apuesto. París tiene algo de muy femenino para dejarse seducir por el continente personal de un talento. “Tenéis que conocerlo" nos dijo Luce Hoctin, amiga de Bona. Y por eso se organizó esa cena, donde Octavio llegó con un poco de retraso. Sentía yo un gran complejo de inferioridad. ¿Con quién iba a encontrarme? 


          Observé que, en casa de Bona, los bajoplatos de la mesa eran discos de metal, con reproducciones de objetos mexicanos precolombinos, regalo de Octavio, y también lucían por aquí y por allá en la casa otros ejemplos de artesanía popular, llenos de un gran encanto, muchas figurillas de barro e, incluso, estampas de José Guadalupe Posada, el de los esqueletos jaraneros y bailantes con manta y con sombrero charro. Cuando llegó Octavio, alegre y jovial, me encontré con un ser absolutamente inesperado, brillante y calmo a la vez, como enfrentado a la histeria de París, pero muy atento a sus fenómenos y reacciones. Guardaba como yo un profundo respeto por cuanto Francia había significado —y significaba todavía en muchos de sus aspectos— una cultura de elección. 


          De inmediato se estableció entre nosotros una rara amistad. Octavio estaba, más que animoso, exultante, brillante y feliz. Enseguida me dijo: «Te voy a recomendar el libro que un español como tú no debiera desconocer. Para mí, que soy mexicano, ha sido clave, me ha apasionado, conmovido, estremecido como no te puedes figurar. Y además es una obra literaria de gran envergadura. Con la galanura expresiva y coloquial de Teresa de Jesús, que escribía como hablaba, con la diferencia de que su autor era un soldado del imperio. Todo en él es tan verídico y certero como las confidencias de la Santa. Te va a asombrar». Un día después me hizo llegar el libro, que me regalaba impaciente porque lo leyera sin demora, temeroso de que olvidara su recomendación. ¡Sorpresa! Era la joya mayor de los cronistas de Indias, un monumento histórico y literario sin parangón. [...] Testimonio de su importancia histórica y literaria, de quien fuera un soldado al servicio de Hernán Cortés: «La conquista de la Nueva España», de Bernal Díaz del Castillo. Apuesto a que quien no lo conozca puede «flipar». 


          Yo hablaba y lo escuchaba. Octavio era un pozo de conocimientos vigorizados por una extrema pasión somormuja, estaba en un momento espléndido de su vida y su curiosidad no tenía límites. Iba procesando todo el embate de las ideas y acontecimientos modernos con curiosa serenidad, como si todo lo viera más lejos y más alto que nosotros, desde una curiosa atalaya. Puede decirse que conocí de pronto a un joven sabio que fuera feliz, a quien la vida le sonreía, pero no le ocultaba sus aspectos amenazantes. Me dio la sensación de un adelantado que fuera abriendo paso en una selva espesa de problemas generales y cotidianos, estéticos y éticos, con una hoz, en busca de horizontes de pensamiento con mayor libertad de la que nosotros mismos nos otorgábamos. Y todo aquello se expresaba por veces en mi lengua, en español o, mejor dicho, en castellano decantadísimo. 


          Sentí de pronto ese flechazo intelectual que nos hace elegir padres o hermanos mayores. Octavio sólo era unos cuantos años mayor que yo y los dos éramos jóvenes entonces. “Sí", me dije; “éste puede ser mi hermano mayor, a éste le puedo decir cuánto se me ocurra, pedirle explicaciones, ser todo lo sincero que quiera con él, él puede entenderme y me puede ayudar. ¿En qué sentido? No lo sé, pero puede ayudarme”. Y, desde entonces, siempre le escuché, incluso pasados muchos años, en la misma disposición. Me fiaba de su pensamiento y hasta yo mismo me sentía cauce de su curiosidad. Como luego se marchó de embajador a la India, en el 62, dejamos de vernos por muchos años, aunque yo le leía, le leía con un extraordinario fervor, algo que acaso tuviera su ápice en el ensayo sobre sor Juana Inés de la Cruz. Pero todos sus escritos los aprobaba como un artículo de fe que estuviera enraizado de antiguo en mi conciencia. Maestro y hermano del sentir y el pensar. Me apena mucho no estar ahora cerca de él y abrirle mucho más la caja de mis incógnitas y expectativas respecto al teatro y a la poesía dramática. Seguro estoy que le apasionaría. A él, que también hubiera podido ser tan espectacular dramaturgo, como ensayista y poeta. 


          ¡De cuántas cosas gratas o magníficas pudiéramos hablar ahora mi hermano de adopción y yo! Pero estás lejos, querido Octavio, ya nos separa la distancia que impone sobre nosotros la edad, no sólo los kilómetros o las millas de mar. Y no cabe duda de que es un consuelo saber que nos conocimos en un momento estelar tuyo y auroral mío, a través de una bella mujer, en un momento pleno de esperanzas, de voluptuosa confianza en nuestro ser. 


          La vanguardia española ha sido muy diversa y muy profusa, ahí tenemos a García Lorca, a Buñuel. Esa vanguardia española me ha influido mucho, de eso también hablaba con Octavio Paz. A mí me iniciaron en la vanguardia en París relacionado con Octavio Paz, Roberto Matta y tantos más. No lo hice de manera deliberada, no dije “voy a ser vanguardista”, lo que yo escribía quería transmitir varias cosas a la vez, la parte social, la parte dañina de la sociedad, criticarla, burlarme, jugar con ello. Son nuevas leyes, por ejemplo un cuadro cubista está faltando a las leyes comunes de la perspectiva, pero encuentra otra perspectiva, otro sistema para expresarse. En fin, se es vanguardista por destino o por fatalidad. 


          Posteriormente, Bona me alquiló su casa en Venecia, la que había heredado de su tío abuelo, el pintor Filippo de Pisis, y yo sabía que tú también habías sido muy feliz allí, pues la casa tenía un encanto muy singular. Se hallaba en el barrio de San Barnaba y pasaba ante ella un pequeño canal, se accedía a la vivienda por un puentecillo enfrente de su puerta y de un estrecho callejón. Bona la alquilaba por temporadas, o durante la “Biennale”, como hacia la mujer de Ezra Pound y tantos que tenían asiento en Venecia, pero aquella casa había sido y era visitada por las gentes más notables que pasaban o residían en la ciudad y tenía como una leyenda entre artística y picante. Tú también abriste los mismos postigos que yo, escuchando sonar las campanas de la Chiessa de Sant Angelo muy cerca de ti. Ese tiempo nos ilumina un poco ahora, está dentro de nosotros y ha dejado su huella feliz. Creamos, con todo, en la vida que hemos llevado y hemos podido consumar con ilusión y entusiasmo realmente voraces, los dos.


Casa de Bona en Venecia


          Ahora me llegan del Círculo de Lectores libros que publicaste posteriormente, Vislumbres de la India, La llama doble..., que conocía ya, pero estas nuevas ediciones me tientan a releer con igual gratificación íntima. Y hasta tu voz en disco compacto, leyendo “Travesías”. Tu irradiación sobre el mundo de la cultura te me hace siempre presente, pero nada como tu conversación, de la que me he visto tantos años privado. 


          Fuimos muy amigos. Incluso me ocupé, tras su muerte, de una conferencia, rememorándolo con tanto cariño en el Círculo de Lectores; se notaba que le tenía yo un gran afecto. Me parece que Octavio me adivinaba de lejos. Yo decía: ¿me habrá leído realmente con atención? Pues muchísima. No sé si era eso o era un gran instinto. Vivimos aquel momento de Garra Street en Londres, estos chicos de las flores, toda esa gente que comenzaba a aparecer. Él guardaba las formas por ser diplomático, pero lo vivíamos. 


          Acepta, pues, que ahora te diga cuánto, hasta qué punto has sido para mí [...] ese hermano mayor que no envidiamos, y del que nos sentimos orgullosos. Pero lamento, sí, lamento mucho que no estés más cerca, que no me corresponda directamente esa respuesta tuya que es siempre interrogación y encadenamiento con el más allá de una idea, con sus complejas ramificaciones en la totalidad inabarcable. 


          Mi amigo Octavio Paz me invitó muchas veces a ir [a México], pero estaba tan apasionado con mi trabajo que lo demoré y ahora que Octavio ha muerto pues no sé, me encontraría muy solo ahí, pero me gustaría ir.



NOTAS

[1] “Francisco Nieva se convierte en el primer dramaturgo que obtiene el premio Príncipe de Asturias de Letras” en ABC, sábado 30 de mayo de 1992, p. 49.

[2] Francisco Nieva, “De mi fidelidad-felicidad a Octavio Paz” en Vuelta, número 254, enero de 1998, pp. 40-41.

[3] Los otros textos utilizados son: Octavio Avendaño Trujillo, “La vanguardia como fatalidad o destino” en La Jornada semanal, número 697, 13 de julio de 2008 y Francisco Nieva, “La «flipante» conquista de la Nueva España” en La Razón, 7 de marzo de 2007.