En la mirada de otros

En la mirada de Ricardo Cortés Tamayo

Ricardo Cortés Tamayo

Año

1937

Tipología

En la mirada de otros

Temas

Paz en Mérida: la primavera socialista de 1937

Lustros

1925-1929
1930-1934

 

Ricardo Cortés Tamayo

Ricardo Cortés Tamayo (Guadalajara, 20 de diciembre de 1911-Ciudad de México, 30 de marzo de 2002) coincidió con Paz en diversas agrupaciones estudiantiles. Se conocieron desde la época de la UEPOC y consolidaron su amistad cuando viajaron a Yucatán con Octavio Novaro, donde impartieron clases en una escuela para trabajadores. Coincidieron también en la redacción de El Popular hasta que en la década de los cuarenta sus caminos se escindieron. 


          Cuando Paz fue invitado al II Congreso Antifascista en Valencia, le escribe a Garro un comentario de Cortés Tamayo: “Oye, ahora los mapas de España deben tener unos puntitos rojos ¿verdad?”. A lo que Paz respondió: “Y me he conmovido, he sentido la muerte y una angustia”. Andrés Henestrosa, por su parte, consideraba que la escritura de Cortés Tamayo abarcaba y describía a todas las regiones del país, sin importar el lugar en que éste hubiera nacido; fue un escritor que se forjó lentamente. 


          Los siguientes fragmentos narran la relación de ambos escritores, y fueron extraídos, entre otros, de ¡Goya! ¡Goya! ¡Preparatoria! 1924-1932[1], Crónica de una jornada cultural en Yucatán e Impresiones sobre el Centro Histórico[2]. Otros, de sus columnas en Diario del Sureste, en “A vuelta de hoja” de El Nacional y en “Del Zócalo al Periférico” de El Día. (AGA)


 

I

Fui a la Secundaria N° 4, de Ribera de San Cosme y allí me encontré a Enrique Ramírez y Ramírez. Desde entonces me cayó bien; y vi en sus ojos la chispa de la inteligencia y en su palabra el fuego de la pasión interior por la justicia. 


          Sí: fueron los tiempos, también, del arrebato y el estruendo; de la picaresca estudiantil que agolpa por pobreza o inventa por placer, el hambre y la sed; de la maña para faltar a una cátedra aburrida o incomprensible y asistir a otra fascinante, Y de la mueca, pero sin agravios delictuosos, al “Amor, Orden y Progreso“, que Gabino Barreda, alumno de Comte, inscribió al dintel de la escalera en el patio de los 300 arcos. 


          De esa actitud aquí, en este homenaje, están para contarlo los aguerridos miembros de la Jija, comandada por Rodolfo Dorantes y asesoró Enrique Ramírez y Ramírez. Y dieron testimonio, en su tiempo. La nevería de Maximino frente a la “Perrera” de San Pedro y San Pablo, los egregios cafés de chinos América y de Alfonso, y el justo enojo y cordial perdón de ese director de la Prepa, noble y sabio, que fue don Pedro de Alba. 


          Y junto a la salida ingeniosa, la broma pesada, la brusca irreverencia, el hálito de la cultura; la conversación, la discusión y el comentario, la conferencia y el concierto y, desde luego, porque estaba delante de los ojos asombrados y admirados, el arte mural de Orozco, de Rivera y Siqueiros, su impacto desde la raíz y la reclamación de México; en la otra cuadra, enfrente, los paisajes y desnudos del Dr. Atl, que una mano ignorante e inmoral destruyó por inmorales. 


          Luego, porque la historia de México es caudal heroico y experiencia amarga, una sombra de frustración y engaño empañaba y conspiraba los primeros pasos de la Revolución hecha gobierno [...]. Vino el Vasconcelismo. El de las primeras etapas, el todavía no sorprendido por los maniobreros reaccionarios, y a Ramón López Velarde de la Suave Patria, a Fermina Márquez, del diáfano amor adolescente, los arrebató el frenesí de Francisco Villa, la donación romántica de Sachka Yegulev y una sed y un hambre de depuración viajó en la mochila de la militancia cívica, los jóvenes adelante, en esa batalla de la primera prueba que muchos habrían de enmendar, ensanchar y superar; pero que no olvidarían jamás. 


          Luego llegaron el presente y el porvenir. 


          Allá, para nosotros mismos, para los corredores de otras aulas, Enrique publicó Grito, título de obvia justificación [...]. En este momento se sitúa su intervención en Barandal, que Salvador Toscano, Octavio Paz, Rafael López Malo y Arnulfo Martínez Lavalle y con ellos él, José Alvarado, Raúl Vega Córdova, lanzaron a la expectación de universitarios y troyanos. Y su certero y fino escribir de Cuadernos del Valle de México. Asimismo Nave, de Carlos Rojas Juanco. Y no debe olvidarse, ni siquiera a expensas del tiempo, que nos asume y consume, que Pikín antes y en seguida La Huelga, hoja mural del movimiento de 1929 que culminó con la autonomía universitaria, escribieron su ironía crítica e inteligente. 

 

II

El sartal de llaves para abrir el aula Justo Sierra y el aula Ramón López Velarde y los empinados, por la sillería, salones de Física y los laboratorios de Química; allá en el tercer piso del segundo patio y el espacioso recinto de “maderas eurítmicas” del Generalito.


Laboratorio de química de la Escuela Nacional Preparatoria 


          A todo esto, les dijimos a ustedes que por allí andaba, entre el corredor que lleva al segundo patio y a su Fuente del Cocodrilo, una fuente como partida a la mitad y adosada al alto muro divisor del Patio Grande y el de en medio, cubierta con gruesas láminas contorneando el garigoleado brocal, donde los leones decían a los gatos recién llegaditos del anexo de San Pedro y San Pablo destinado a los perros del primer año, allí moraba. Decían, colmillos hambrientos y fauces sanguinolentas un enorme cocodrilo y a él iba a dar cuanto gato se indisciplinara a las órdenes de los leones del tercer curso. 


          Pues por allí andaba, entre el principio de este corredor y la conserjería de Trini, la UEPOC… Unión de Estudiantes Pro Obrero y Campesino… que fundada por el inquieto cuanto infatigable Roberto Atwood, contó entre sus apasionados miembros a Adolfo López Mateos y a otros como Enrique Ramírez y Ramírez y a Rodolfo Dorantes, para hablar de nuestro periódico[3]. Y a Octavio Paz y a Salvador Toscano. A César Ortiz y a Ignacio León, ambos con altos encargos: uno en la ONU de Nueva York, el otro en la UNESCO de la Place Fontenoy, de París. (Esa UNESCO en cuyo costado que avizora la ribera izquierda de Sena, las doscientas banderas mueven, a impulsos del menor viento, un ideal orfeón amistoso.) Y a otros muchos más contó la UEPOC; a otros muchos como este su servidor humilde.[4] 

 

III

Se enreda, entre las columnas del Patio Grande, el silencio. Las lámparas eléctricas de corredores y pasillos apenas si alcanzan a romper la noche… Es el tiempo en que la Preparatoria Nocturna, del aguerrido Chema de los Reyes, apenas es promesa. Entra por la ancha puerta de San Ildefonso, don Pedro de Alba, y un ente monstruoso, surgido de las tinieblas primitivas o las mitologías torturadas choca con él y casi lo derriba… Es un ser mitad hombre y mitad caballo… Aunque el hombre es como caballo y el caballo como hombre… Entendámonos, es que los asimismo aguerridos miembros de la Jija están, desde el frente de la anchurosa puerta hasta la otra que lleva al Anfiteatro Bolívar y a la calle de Justo Sierra, jugando a los caballazos… Y las losas del gran patio, extendido tablero de ajedrez, sirven para que estos caballeros cruzados den jaque mate a la reina de la disciplina escolar… Don Pedro, don Pedro el Bueno, también monta… pero en cólera:

—¡Usted, Dorantes, en estas atrocidades!... 


          Y Dorantes, atamán de la Jija, quitándose el sombrero y haciendo un saludo mita y mita dartañanesco y manchego:

—Señor director, trabamos sin igual combate porque aquellos follones y malandrines que allá pusieron pies en polvosa, secuestrado han a Doña Dulcinea… 


          Y don Pedro, prosiguiendo su camino:

—Necesito verlos por la Dirección; esto amerita un castigo definitivo. 


          Mas los Jijeos de pies ligeros, jamás llegan a la Dirección. Y don Pedro jamás los expulsa. 


          Los honorables socios de la Jija, de ligeras palabras a voz en cuello —dignas de la boca de un carretonero—, de cafés corridos y de quijotescas peleas... Pero llegado es el momento de aclarar que antes de la UEPOC estuvo la FER… Federación de Estudiantes Revolucionarios. Y que si Bernardo Félix, “General Ajos”, era jefe nato de La Jija y el atamán Dorantes su segundo jefe en ocasiones encargado del despacho o mando, Enrique Ramírez y Ramírez era el atamán de la FER. Y que FER y UEPOC y Jija eran, sus variantes de más y de menos, una sola corriente insertada en la hervorosa inquietud por la revolución mexicana y todas las revoluciones… La FER era como el pensamiento, la UEPOC como la acción… La Jija como el juego o como la crítica. 


          Y en La Jija con los turbulentos nombres que, a excepción de Paz, hombre de paz, antes escribimos y a los que hay que añadir a José Alvarado; al hoy respetable señor licenciado Guillermo Franco Garza, a quien antes sólo decíamos Filito y hoy demanda a quien osa repetírselo; al Bicho García Escárcega ahora en actividades de la construcción, antes delegado del DF en Azcapotzalco; a Juan Madrid, jefe de dibujantes del Libro de Texto Gratuito; a Carlos Rojas Juanco, el Mudo, que nunca decía una palabra porque las pensaba todas; al inquietísimo y terrible e inteligente Raúl Calvo y sus compadre Angel Urrutia, hoy al mando de la Dirección de Acción Deportiva del ISSSTE, a Bonifacio Moreno, al mando de la delegación de Xochimilco; al “General Ajos”, orita el distinguido médico Bernardo Félix; a Rafael López Malo; a Salvador Rojo, ya orgulloso de ese digno varón que era su tío Javier Rojo Gómez; al formal y chispeante Manuel Sánchez Licona; a este su humilde servidor. 


          A sus miembros honorarios Manuel Moreno Sánchez y Andrés Henestrosa, a Federico Canessi, que gentes de mayor saber y entender —arribados antes al coso de la Prepa—, se conformaban con ver los caballazos desde la barrera. 


          Una mañana el comité ejecutivo de la FER solicita audiencia de don Alfonso Reyes; objetivo: un sablazo para sus actividades políticas. Don Alfonso se hace esperar un poco; la cita es en su casa.

—Perdónenme, muchachos, pero es que en mi despacho está también un grupo de muchachos preparatorianos; muy talentosos y muy honorables… 


          Lo dice don Alfonso, ya enterado del objetivo del nuevo grupo, sus tantito a modo de ejemplo a seguir, y agrega:

—Los voy a llamar; ustedes deben conocerlos. 


          Y los muchachos talentosos y honorables resultan los “Barandales” Salvador Toscano, Rafael López Malo, Octavio Paz, José Alvarado, Arnulfo Martínez Lavalle, Raúl Vega Córdova, todos, con excepción de Arnulfo, muy serio él, jijeos. Y cuando don Alfonso comprueba que entre unos y otros no hay siquiera un paso, queda como quien ve visiones…

Sobre de una carta dirigida a Paz en Mérida, 1937 

IV

¿Qué horas serían? Quién sabe exactamente. Lo exacto es que los honorables miembros de La Jija estaban hambrientos y sedientos; que el negro Juliac andaba en las 72 horas sin probar bocado; Raúl Calvo, Angel Urrutia, Mefisto, Pepe Pérez, Ramón Torres Quintero, andaban ofendidos. Era cosa de una seria deliberación, del cónclave más que del mitin o la diaria asamblea de las palabrotas. Hubo, pues, una conspiración. La Jija era jija… 


          En la oficina de la UEPOC, sentado a un viejo escritorio, Roberto Atwood tomaba las cosas por los cabellos de la formalidad, trabajaba en sus proyectos. Atwood, entonces todavía no tenía nada qué ver con La Jija y menos con sus hambres y sus sedes. La UEPOC contaba con sus centavos fruto de asediados subsidios, entre ellos el del propio don Pedro de Alba, siempre en el gusto de ayudar cualquier empresa juvenil, más si ésta llevaba rumbos de acercamientos y reivindicaciones culturales y populares… 


          Don Pedro el Bueno había, pues, acondicionado a la UEPOC de oficina. Esta contaba así con escritorio y sillas, máquina de escribir, papelería y otras chácharas. 

 

V

No habrá lector atento de la poesía mexicana que no sepa que Octavio Novaro es un gran poeta con toda la barba, aunque no la use; pues Octavio no necesita de barbas para dárselas de chimisclán. Ni ciudadano atento de los registros electorales sin estar al tanto de que el actual Oficial Mayor de la Cámara de Senadores es Eliseo Aragón, periodista estudiantil de hartos vuelos. Y esto de los vuelos ya lo explicaremos. 


          ¿Y cuál partido político podría ignorar, pues esta sería harta ignorancia, que Lauro Ortega es orita mismo el mandamás del PRI? ¿Ni qué “causante” ni persona preocupada por su ciudad puede dejar de saber que Octavio Calvo, honorable a carta cabal, es el tesorero general del Departamento del Distrito Federal? [...] Ni quien haya dejado de informarse en los andurriales de la militancia política que con Aarón Peláez no se juega, severo y recto como desde sus años juveniles; y algo habrá llegado a sus oídos del borrascoso letrado pro invariable amigo que es Octavio Rivas Cid; como le llegó al conocimiento la vida de talento y la muerte prematura de Rafael y Jorge Barros Sierra, los dos en la línea de hacerle honor a su ilustre abuelo don Justo Sierra, y quienes habían llegado al Aztlán desde su solio de la Sociedad de Estudios Históricos “Francisco Xavier Clavijero”, ya de brillantes timbres Sanildefonsinos. 


          Pues todos estos nombres y otros más por igual brillantes formaron parte de la Preparatoria de 1924 a 1928 (contemporáneos y casi coetáneos de FER, UEPOC y Jija) del Centro de Iniciación Literaria Aztlán, grupo que no por destacado (fue entonces casi único en tales empresas) dejó de ser harto ingenuo. Y harto. Figúrese usted si no había de serlo que su lema fue, ni más ni menos, el de Juventud, despierta y vuela


          Lema de los hartos vuelos, antes enunciados, que demuestra a las claras que esos muchachos nos pasábamos el tiempo dormidos. Aunque no tanto… pues los hubo que despertaron… y volaron. 


          Octavio Novaro, Eliseo Aragón Rebolledo, Juan Pellicer Cámara, Luis Fernández del Campo, Alberto Carrillo Azcárate, Miguel Redondo, Manuel Medina, Juan Sanabria, Armando García Franchi, este zócalo perifericista —ah, chirrión, ¿esto estará bien?— tuvieron un periódico: Phanal; y Jesús Orona, Octavio Novaro, Eliseo Aragón, Juan Madrid y este mismo zócalo-perifericista, otro: Acento, donde Enrique Ramírez y Ramírez publicó el primer artículo mexicano sobre José Carlos Mariátegui. Y los mismo más el grabador y dibujante ya entonces notable Abelardo Ávila, hoy desaparecido, nomás bautizado como Febronia, de vida breve pero enchilosa que aún se recuerda. 


          Como la FER tuvo también Hoja Universitaria, Frente a Frente y algún otro donde Enrique Ramírez y Ramírez, Rodolfo Dorantes, Juan Madrid, Francisco Manjarrez… 


          Periodismo estudiantil brioso, hermoso, anheloso, que aquí nos concretamos a esbozar pues Adelina Zendejas, compañera y amiga sin igual, prepara página sobre él y no queremos interferirla, más cuando ella, que nos había antecedido en la Prepa, fue testigo de periodismos más añejos entre los que, sólo por citar unos, nombramientos Policromías de Raúl Noriega, Grito de Rubén Salazar Mallén, Avalancha de Carlos Zapata Vela, con redacción muy “colorada”, donde figuraban Alfonso Díaz Figueroa, Fausto Galván Campos, Heliodoro Gurrión, Vicente Aguirre, más tarde gobernador de Hidalgo. 


          Entre la FER y Hoja Universitaria, Marcelo Rodea, sobrino del esclarecido Andrés Molina Enríquez (en cuya casa —y de Marcelo— quien esto escribe fue un maravilloso escolapio consentido) publicó un Verbo Rojo, del que Ricardo Cortés Tamayo fue “jefe de redacción” y colaboradores antecesores nuestros de colmillo grande en las lides preparatorianas como Ricardo Pérez Campos y tres tabasqueños al hilo: Luis Fernández del Campo, Eduardo de la Fuente y Noé de la Flor Casanova, después gobernador de su estado. 


          En ese periodismo —y la cultura preparatoriana— habían caminado igualmente Salvador Azuela, quien, en el movimiento de autonomía universitaria de 1929, sobria, certera, analítica su oratoria era como Esparta; Alejandro Gómez Arias, a quien ya nombraremos más despacio, como Atenas. Caminaron en ese antecedente, pues, Andrés Iduarte, talento grande y vehemente; Mauricio y Vicente Magdaleno, los dos con registro principal en nuestras letras; Renato Leduc, de quien todos traíamos bajo la axila, sorprendidos y alborotados, su Prometeo Sifilítico y ese noble líder y camarada que fue Chema de los Reyes; Antonio Armendáriz, formal, inquisitivo, cordial, como siempre; Andrés Henestrosa ingenio y genio literarios. Y por supuesto ese gran e incomparable cuentista que fue Efrén Hernández, “Tachas”, en las páginas de oro de la prosa de México. 

 

VI

Efrén Hernández está con nosotros en la “redacción” en masa de la revista Phanal, nosotros adolescentes preparatorianos admirados frente al joven maestro de las letras que habla y ríe como nosotros y es tan sencillo como el agua. El sitio es la puerta de la Facultad de Derecho, de San Ildefonso, que él pronto habría de abandonar por “incompatibilidad de caracteres” y donde la única y mejor lección que dio fue Tachas, su recepción de licenciado en literaturas inmortales. Acoge con llana y viva simpatía nuestra incipiente tarea y es ya desde ese momento y para siempre, nuestro amigo y guía. 


          Está con nosotros en su cuarto de estudiante en aquella casa de huéspedes de Venezuela; el donaire quinceañero de Socorrito ríe sabroso las ocurrencias de su ingenio travieso pronunciado como quien participa en un juego de prendas. [...] Y ya también nosotros estudiantes de Derecho, accede gustoso a que sea Acento —Editorial de Estudiantes— 1932, Jesús Orona Tovar y Octavio Novaro la dirigen, la que publique su primer libro de cuentos: El señor de palo.[5] 

 

VII

Ya vasconcelista, año también de 1929, que lo fui y sigo siendo orgullosamente, fue en la Plaza de Santa Catarina, que hoy preside Leona Vicario, otra de las insignes heroínas de México; estábamos un pequeño grupo propagandista, en él Enrique Ramírez y Ramírez y Rodolfo Dorantes [...] cuando llegó un escuadrón de choque ortizrrubista y nos molieron a palos; pero nos repusimos, que Dios protege a los buenos cuando son menos que los malos. 


          Después tres días de cárcel en la tenebrosa Sexta Comisaría de las calles de Victoria, sucursal en el siglo XX de la Santa Inquisición, por el abominable delito de andar, con otro compañero, pegando en las paredes capitalinas engomados vasconcelistas. 


          Un tercer maltrato más, que hubo otros, pero sería cuento sin cuenta, sucedió en el Jardín de San Fernando, al brillo nocturno de la espada de Vicente Guerrero y la cercanía del mausoleo sagrado de Benito Juárez, cuando ya las palomas en las tallas de la iglesia estaban durmiendo. El mismo grupo de Santa Catarina fuimos allá, en la esquina sureste del Jardín había, muy mal colocado sobre la orilla de la acera, un bote de basura de gran tamaño, que entonces había depósitos de basura en las calles metropolitanas, y su tapa fue nuestra tribuna; fui el primero en hablar y no había concluido cuando en la acera de enfrente apareció el mismo escuadrón de choque de Santa Catarina. Enrique Ramírez y Ramírez me remplazó en la tribuna y lo hizo tan severamente contra la imposición y sus esbirros que el escuadrón no esperó más, se nos echó encima a bastonazos de fierro forrados de goma y quién sabe cuántas cabezas se hubiesen quebrado si no aparece María de los Ángeles Farías y Balleza,[6] a quien alguien bautizó en las aulas preparatorianas como Febronia, y reprochó con palabras durísimas a los agresores. 

 

VIII

Febronia fue un periódico estudiantil, y una muchacha. Bueno, el periódico se llamó Febronia… por Febronia, la muchacha… Quien no se llamaba Febronia sino María de los Ángeles Farías y andaba allí en la Preparatoria, cuna de su fama, y por la Facultad de Derecho y también por Medicina y por San Carlos, y aun llegó a Ingeniería, en las calles de Tacuba. Aunque no nos atrevemos a confirmar llegara a tanto como hasta Tacuba, el pueblo, y a las aulas de Ciencias Químicas. 


          Febronia, el periódico, fue tan famoso como Febronia, la muchacha. Nació, el periódico, en la Escuela de Leyes, aunque con los alumnos que apenas llegaban de 1928 y de la Preparatoria, su cuartel general. Febronia era una hoja sola de papel minagris tamaño cuarto de cuádruplo impresa por los dos lados donde las ilustraciones, a línea y en papel cuché, iban pegadas por su orilla superior. Fue hoja enchilosa y picosa; tanto que algunos de sus enchilamientos y picores duran todavía. La fundó Jesús Orona Tovar y fueron sus redactores —como quedó anotado— Octavio Novaro, Eliseo Aragón Rebolledo y Ricardo Cortés Tamayo; sus colaboradores: César Garizurieta, Luis Fernández del Campo, Raúl Vega Córdova, Enrique Ramírez y Ramírez, Rubén Salazar Mallén, Roberto Guzmán Araujo. La ilustró Abelardo Ávila, grabador notable. 


          Hablamos de Febronia, el periódico, por lo que acabamos de decir y por la muchacha, porque fue también, está recién dicho, genio y figura de aquella preparatoria, aunque a ella hubiese llegado con motivo de unos ocasionales cursos de trabajadoras sociales. Febronia no salió ya por muchos años de la Preparatoria. Y fue Adelita del vasconcelismo. Y Valentina de la huelga de 29. Y todavía le alcanzó para ser clamor entusiasta cuando bajo los arcos y entre las columnas del alma mater, la Prepa Grande, la escuela única, resonó el grito libertario de Lázaro Cárdenas. 


          Como Chucho Orona le temía a las consecuencias extendió el papel de redactores a los fortachones muchachos Barona de la O y Ortiz Scanlan quienes, obviamente, estaban encargados de recibir las reclamaciones. Y hoy quién sabe por dónde caminen. 


          Antonio Caso, Rodolfo Brito Foucher, Manuel Gómez Morin. Fueron, entre otros, personajes de enconadas odas y sonetos que les sonaban. Brito Foucher, entonces director de Leyes se disgustó tanto que pidió al Consejo Universitario la expulsión de los Febronios; pero le dijeron que no era para tanto. En cambio, y como a todo señor todo honor… cuando le tocó el turno a Gómez Morin (rector de la Universidad) y que fue en el primer número —donde aparecía su caricatura y un demoledor soneto obra de Roberto Guzmán Araujo— al llegar a su clase de Derecho Público en la Facultad lo primero que hizo al subir al estado de su cátedra fue mostrar Febronia a sus alumnos y decirles:

—Miren, así se hace el periodismo estudiantil, muchachos.


          Bueno, el primer número publicó otro soneto: “La Tortilla”, que terminaba: “Tortilla hermana/proletaria al fin/porque eres masa”, lo firmaba José Muñoz Cota entonces muy proletarizante, pero su verdadero autor fue el “Tlacuache”, César Garizurieta. Luego nos llegó un soplo, no supimos de qué fe: Muñoz Cota y Baltasar Dromundo, inseparables, prometieron darnos una paliza; y como Barahona de la O y Ortiz Scanlan no cumplían sus funciones, nosotros, los editores, hubimos de esquivar el bulto ante los temibles agresores. El tiempo nos hizo buenos amigos del destacado orador y escritor y del excelente cronista. 

 

IX

A Efraín Huerta [...] lo creí un poseur. Siempre que lo encontré bajo los arcos mil veces pronunciados de la Preparatoria de México, platicaba con una muchacha y con Rafael Solana, y lo creía, aparte su adolescencia, sumergido en esa estudiada literatura de “amigas intelectuales” y palabras de salón. En la Facultad de Derecho nos hicimos amigos; coincidíamos con nuestros ocios en una banca a la entrada de la biblioteca, ilustre por concurrida de los más caracterizados “vagos” de la Universidad y de fuera; Enrique Ramírez y Ramírez, otro vago a conciencia hizo la presentación. 


          Conozco con amistad íntima a [...] la más joven literatura de México: Octavio Paz, Octavio Novaro, Enrique Guerrero, Rafael López Malo, Emmanuel Palacios, Alberto Quintero Álvarez, Rafael Solana, Ignacio Carrillo Zalce, [...] José Alvarado, José Revueltas, César Ortiz, Manuel Lerín, jóvenes de veinte a veinticinco años. [Ellos] son por hoy, los nombres literarios de mañana, ya empiezan a serlo; pero de una literatura distinta, de nueva fuerza; a casi todos ellos agita el deseo de vivir otra poesía, otra prosa, despojada de las actitudes olímpicas de los que lo saben todo, y por saberlo todo —o creerlo— cultivan el terror de juntarse con cualquiera por no empañarse el encharolado de la erudición.[7] 

 

X

Esta minúscula hojita hoy entre mis dedos donde yo, con letra manuscrita a caracteres de imprenta —altas y bajas— apunté por 1937, la lista de quienes íbamos a editar el periódico de ensoñado proyecto, y para el cual ya habíamos puesto de acuerdo con los camaradas y amigos afines del Distrito Federal: El Periquillo —cultura y política— y luego la lista: director: Octavio Novaro. Editores: Octavio Paz, Emmanuel Palacios, Ricardo Cortés Tamayo, Enrique Ramírez y Ramírez, José Alvarado, César Ortiz, Raúl Rangel, Juan Madrid; Julio Prieto, Luis Fernández del Campo, Jesús Guerrero Galván y Efraín Huerta. Aparecerá cada veinte días. 


          El Periquillo [...] se iba a dedicar a la política y a la literatura nuestra, la que nosotros entendemos en la Revolución, y como exacta consecuencia a eso que Efraín Huerta dice a la lucha “contra los emboscados, los señoritos engañadores, los repugnantes raquetés de la literatura”. Por culpa de alguien de cuyo nombre no quiero acordarme El Periquillo no llegó a publicarse. [8] 

 

XI

En el año de 1937 se fundó en la ciudad de Mérida, la Escuela Federal para Hijos de Trabajadores, una de las cinco o seis que en la República iniciaban al novedoso y justo propósito de [...] Lázaro Cárdenas [...]. Los estados de Yucatán, Campeche, Tabasco, Oaxaca, el territorio de Quintana Roo, acudieron con sus alumnos al plantel en esa ciudad. Tres forasteros quedaron encargados, con la colaboración de esforzados y valiosos maestros meridanos, o con radicación en Mérida, de fundarla. Estos forasteros, estos “huaches” que vinieron a entregar su incondicional entusiasmo en la tarea, fueron Octavio Novaro, Octavio Paz y Ricardo Cortés Tamayo.[9] 


          En abril la Escuela Secundaria Federal comenzó a funcionar con la asistencia de la profesora Ana María Reyna, representante de la Secretaría de Educación Pública. El personal docente estaba integrado por Octavio Novaro, director y profesor de problemas económicos, Octavio Paz, secretario, José Cetina Lugo, matemáticas, Enrique Gottdiéner Soto, dibujo constructivo, Manuel Fuentes Cerda, botánica y geografía física, Ricardo Cortés Tamayo, español, Raúl Cervera González, inglés, Manuel Cachón, modelado y Manuel Gil Lavadores, orfeón. 

 

XII

Se daba el caso, frecuente, de que Octavio Novaro quedase allí, en la oficina de la enrejada ventana a la calle 60, sí que, sudando la gota gorda, metido hasta los tobillos en las cifras y cuentas administrativas de la Escuela, en tanto el otro Octavio, Paz y yo, íbamos en feliz fuga a recorrer calles y callejuelas de Mérida, nuestro universo descubierto.

—“No arrastres los pies”. Me decía, casi enojado, Paz; él tan apolíneo siempre: por la figura y por Apolo, dios de los poetas. 


          Quien había mandado a Octavio Novaro, al igual brillante joven y también poeta en el despliegue de la grandeza, fue la doctora Ana María Reyna, además de muy atractiva, bióloga distinguida, y quien a su vez ponía en ejercicio el acuerdo del Consejo Superior de Educación, en el cual figuraba, para establecer en Mérida blanca la Escuela Secundaria Federal para Hijos de Trabajadores y congregar en ella como alumnos internos muchachos, hombres y mujeres, de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Chiapas, en fin: el Sureste de nuestra patria. Así fue como Octavio Novaro, Octavio Paz y Ricardo Cortés Tamayo […] llegaron; fue marzo de 1937, aquí, entre ustedes. 


          Luego Octavio Novaro descansaba de sus afanes directores y nosotros del remordimiento e íbamos los tres por en medio de las calles aledañas al Centro, el arroyo, pues aún se podía, y de las ventanas de las casas (estas ventanas singulares cerradas de madera de su vano inferior para dejar libre el paso del aire por la parte de arriba) escapaban voces femeninas:


          ¡¡Huaches!! Así, con acento e intención que los yucatecos saben bien. Pero pasó el tiempo, no mucho, y de esas mismas ventanas, de esas mismas voces, escapaba el saludo: ¡¡Huachitos!! Y los yucatecos saben bien cuánta es la diferencia entre ambas inflexiones. 


          Fue nuestro primer alojamiento y dormitorio el amplio salón, en la Escuela, de muy buen ver con puerta y ventanas, por supuesto también enrejadas, fue la calle 53; cada uno de nosotros, orondos como sacerdotes mayas dentro del vaivén de su hamaca de fina hilera inglesa, pues Octavio Novaro quiso e hizo muy bien en quererlo, que el alumnado tuviese y nos tocó el estreno, lo mejor en este y otros aspectos. Platico lo del dormitorio porque los primeros sustos que nos llevamos fueron por las mañanas al levantarnos y tomar nuestras ropas de encima de los restiradores, donde las habíamos dejado, y descubrir la inocente, ellos cómo iban a sospecharlo, presencia de los alacranes negros. Nos fuimos después, por unas semanas, a la Casa Gamboa, o Conejo, y allí encontramos suelta la greña del talento y la malicia, su retozo por las formas presuntuosas, de Juan de la Cabada. 


          Mas estamos ya en clases: a falta de profundas pedagogías buenos fueron nuestros entusiasmos: a mares, a las potencias todas de la voluntad; en este en verdad apasionado goce estaba entera la puesta en marcha de un anhelo de ser útiles.[10]


          Entonces las clases; la alegría, el empeño, la preocupación, la inquietud, la entrega y, en todo, la muy importante colaboración de los maestros, el personal, de la tierra yucatanense, cuyos ánimos estremecían iguales entusiasmos y el invaluable conocimiento del medio.


          Y ya es tiempo, aunque debió serlo desde antes, de nombrar en el vuelo de estos breves apuntes, Enrique Gottdiener, a quien no en balde, por la existencia fecundada que en Yucatán lleva y es su vida, dice el abuelo, pies es como esos augures— no por solemnidad sino por acatamiento— depositarios del saber, dispensadores del consejo, ante quienes se llega y no obstante, se les habla de tú, se les extiende la mano y ellos alargan el saludo amigo, responden de tú y abren la puerta de su casa y dicen: esta es tu casa. […]


          Y Manuel Cachón colmado de arcillas y yesos que su pequeña, menuda complexión física disponía en atareados viajes; aunque de todos modos ya desde entonces y el tiempo lo ha demostrado, su corazón, de no caberle, andaba saliéndose.


          Por supuesto no puede olvidarse a Manuel Puente, el Inge, llegado de sus agriculturas y de su Tamaulipas a la enseñanza de la Geografía y cuya formalidad y dedicación de entonces llevaron a director de la Escuela cuando Octavio Novaro regresó a México. Y Rach Cervera, el teacher, ahora industrial y edil municipal; el Dr. Eusebio Acosta, la parsimonia de su cortesía francesa centellándole luces en su traje impecablemente cortado y limpio; las doctoras Nery Loreto Sansores y María Lire y don Manuel Gil Lavadores a quien porque les caía bien, y por músicas, los muchachos llamaban Profesor Fusa; el mayor Trujillo, muy respetado a quienes ellos, estos muchachos, no tenían más que reprocharle sino ser el toque de diana en persona que los levantaba, a altas horas de la madrugada, para los ejercicios físicos: José Cetina Lugo, de Matemáticas y Félix Casanova, el jefe del taller de carpintería. Y naturalmente que tampoco podría olvidarse a Rafel Ramos Galván, el doctor, que hacía su servicio social en Mérida, llegado de la UNAM y fue para los alumnos el compañero de la salud y la simpatía.


          En la administración Sarita Ricalde, la secretaria: doña Toña Febles, señora de la confianza y la actividad, la administradora; Manuel Ruz Santana, el prefecto; Lucas Ceh Garrido, conserje severo y vigilante; ah, desde luego doña Cora, la cocinera y la guapa María, su auxiliar.


          Poco después, en el tiempo, fueron huéspedes ¡y qué huéspedes! De la “Federal”, José Revueltas y Efraín Huerta, los dos, uno como novelista, el otro como poeta, a la más encumbrada altura del arte.


          Guardo unas fotos: en las playas de Progreso Cuquita Licea —llegó con nosotros a encaminar papeles— cambiaba poses con los Octavios y conmigo. Lo refiero porque toute proportion gardeé —como diría si es que no lo dijo don Chano Burgos Brito— en el segundo año enriqueció nuestras aulas con su sapiencia, su cultura y su cordialidad. Quien suplió en fotos y trato a Cuquita, fue Cristina Moya que nos traía deslumbrados con sus enormes ojos verdes que el mar devoraba y sus donaires de gran señora. Es señal de buena cuna tener alto el empeine del pie y allí no cejaba hasta lograr que cada uno de nosotros midiéramos nuestros empeines—; su hacienda Xtabay, a la que fuimos a bailar jaranas en una vaquería inolvidable y su metier —otra vez el francés— de dispensadora del arte y las letras, donde Samuel Martí tomaba el primer término del pódium dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Yucatán, escenario del Peón Contreras.


          Tras el concierto íbamos a casa de Cristina y Samuel, aparte su jerarquía de esposo, enjugaba el ejercicio de la batuta y todos con él, el de la sed.


          Al Congreso de Escritores de Valencia, republicana, se fue pronto Octavio Paz —a ese Congreso fue igualmente Juan de la Cabada y muchachos y muchachas lo echaron mucho de menos porque solía ir a la Escuela a jugar, en el amplio patio de columnas y alberca, al boleybol. Mas cuando el viaje estábamos inscritos en las penumbrosas mesas del Louvre; las trajinadas de La Sin Rival; sorbíamos la delicia de los helados del Colón, presidia la tertulia, casi familiar, por el trato llano, sin formalismos, de don Pedro Castro, secretario de Gobierno. Y alguna vez fuimos a las tandas donde el Chino Herrera aliviaba gestos avinagrados y prodigaba risas.


Dedicatoria de Paz a Pedro  Castro


          Ya nos llegaba el entendimiento de las inteligencias generosas donde se mencionaba, miembro de entrañada jerarquía, a Juan Duch y recibíamos el enojo de ese grupo sin duda talentoso, representante de la izquierda yucateca, donde formaron Hernán Morales, Renán Irigoyen Rosado, pero con quienes acabamos, y lo digo por mí que fui el de más prolongada estancia en Mérida, compartiendo una amistad nutrida en fondos de auténtica identificación; particularmente durante la presencia de José Revueltas cuando el brindis era por la euforia de nuestro pensamiento, cierto, y por la de nuestra esperanzada juventud.


          Por sabido podría callarse, mas quedaría yo trabado y a punto del ahogo si no escribiera aquí el nombre de Clemente López Trujillo, a quien seguíamos su rastro de Venado —relieve de poesía frutal— por estos lugares que digo y otros de larga lista; pero sobre todo en el Diario del Sureste, a sentir su cálida hombría pero también a verlo palidecer, aún más, con la falta de una información, o el encuentro de erratas y gazapos; pero al verle encendérseles los ojos, forestales, al gozo del primer ejemplar de cada amanecer, olorosas las páginas a bosque.


          En el cercano cielo cintilaban, incansables, los luceros; abajo los de las meridanas, en el sueño y el ensueño.


          Allí pues, el Venado Clemente López Trujillo y el Diario del Sureste donde ponía alma, vida y corazón; con nosotros una camaradería sin condiciones: sana y salva, que se ampliaba a hacernos sus colaboradores.


          Lo enfatizo yo aquí (en estas letras repito que presurosas por lo cual olvidan nombres y hechos que no merecen olvido) porque aparte la honra de esa colaboración me pone orgulloso haber sido si no el primero, como imagino, (claro, por vanidad) si uno de los primeros comentaristas de la obra de Fernando Castro Pacheco: las acuarelas de su exposición inicial. Y ya sabemos todos a qué prestigioso sitio del arte yucateco y mexicano ha llegado él.


          Sitio en el que, asimismo, está por el propio derecho de una apasionada creación yucateca y mexicana, el abuelo Enrique Gottdiener.


          Termino con una tristeza: ¿por qué la hermosa casa que fue antes de nosotros el Colegio Teresiano y con nosotros la Escuela Secundaria Federal para Hijos de Trabajadores, no siguió siendo “la Federal”, o una biblioteca o un museo o un centro de cultura?



Primera generación de 1937




NOTAS

[1] ¡Goya! ¡Goya! ¡Preparatoria! 1924-1932. Juego de recuerdo, México, Edición de Autor, 1984.

[2] Crónica de una jornada cultural en Yucatán, Mérida, Ediciones del Gobierno de Yucatán, 1978 e Impresiones sobre el Centro histórico, México, edición del autor, 1994.

[3] Se refiere al periódico El Día, donde Ramírez y Ramírez era director y, Dorantes, subdirector.

[4] Lista de miembros de la UEPOC:

Fidel Abrego, Ricardo Aguilar, María Alcalá, Guadalupe Almeida, Eduardo Alonso, Ana María Amador Charles, Pedro María Anaya, Guillermo Archer, Miguel Arroyo de la Parra, Manuel Arroyo, Roberto Atwood Cadena, José Ávila Miranda, Enrique Badillo, Ladislao Badillo, Ramón Banda, Luz Barrera, Joaquín Bauche Alcalde, Carmen Beltrán, Efrén Rubén Beltrán, Antonio Betancourt Pérez, Margarita Betanzos, Magín Bolaños, José Juan Bosch Fontserè, Lorenzo Caballero Ortiz, Francisco Amós Cabrera,  Salvador Cabrera, Amparo Cadena de Hassey, Daniel Cadena, Miguel Cadena del Castillo, Luz Calderón de la Barca, Raúl Calvo, David Camacho, Ángel M. Camargo, Federico Campos, Elia Cantú Menchaca, Manuel Cantú Méndez, Juan Cárdenas, Avelino Carrillo, Alfonso Castillo Córdova, Efrén G. Castillo, Isidro Castorena, Antonio Castro, Rafael Cisneros, Ricardo Cortés Tamayo, Manuel Cortina, Consuelo Corzo, Severo Chapa, Anselmo Chargoy, Altagracia Chávez, Jorge Chávez Tinoco, Matilde Cházaro, Manuel D’Arbel Chávarri, Gustavo de Anda, Eli de Gortari, Juan de la Cabada, Antonio de la Fuente, Carmen de la Mora, Juana de la Parra, Alberto de la Rosa, Jorge de la Torre, Isabel de los Cobos, Jorge Dipp, Rodolfo Dorantes Arce, Teodoro Durán, Benjamín Eguiluz, Margarita Escalona de Aguilar, Soledad Espino, Bernardo Félix, Pilar Flores, Fidel Franco, Rubén Galicia Zepeda, Elena Gamiño, Justino García, Pilar García, Andrés García Salgado, José Garma, Ana María Garnica, Juan Gómez, José González Reynoso, Leopoldo Guadarrama, Alfonso Guerrero Briones, Alfonso Guerrero y Gama, José Luis Guilbot, Óscar Gutiérrez, Roberto Guzmán Araujo, Efrén Hernández, Roberto Hernández, Jacobo Hurwitz, Aquileo Infanzón Garrido, Carlos Jasso, Pedro Juliac Madroño, Joseph Dane Kimball, Alfredo Lara Castel, Manuel Lara, Félix Lara Rivas, Rosendo Lemus, Juan Limón Patiño, Manuel Limón Patiño, Juan López, Francisco López Manjarrez,, María de la Luz López, Martín López, Concepción Macías, Herminia Macías Jiménez, Juan Madrid, Ramón Magaña, Agustín Mancilla,   Elena Márquez, Ignacio Márquez Rodiles, Facundo Martí, Fanny Martínez, Guadalupe Martínez, Mateo  Martínez, Humberto Mata Ramírez, Ana Meckler, Julio Antonio Mella, María de Lourdes Mendívil Rodríguez, Raúl Merino Ramos, Luis Mondragón Valdés, Luis Montes de Oca, Diego Mosqueda, Angelina Niño, Octavio Novaro, Margarita Olvera, Jesús Orana Tovar, José Oropeza, Alfonso Ortega, Manuel Ortega Gamboa, Julio Ortiz Álvarez, Rafael Pacchiano, Arturo Pacho, Eliseo A. Palacios, Octavio Paz, Miguel Peniche, Esperanza Peña Monterrubio, Gaudencio Peraza, Catalina Petra Pérez Verdía, Luciano Pineda, Carmen Ponce de León, Joel Pozos, Mariano Prado Vértiz, Julio Prieto, Emilio Pulido Islas, Raúl Ramírez Leal, Enrique Ramírez y Ramírez, Jorge Ramos, José Revueltas, Gabriel Ríos, Octavio Rivas Cid, José Rivera Albarrán, Angela Otilia Rodríguez, Clementina Rodríguez de la  Barrera, Eduardo Rodríguez Manrique, Agustín Rodríguez Ochoa, Elena Rojas de Esquivel, Carlos Rojas, Nathaniel Ruiz Gómez, Ramón Ruiz Vasconcelos, Alfredo Sabido, Rubén Salazar Mallén, Álvaro Salguedo, Aurelio Sánchez, Trinidad Sánchez Cadena, Carlos Sánchez Cárdenas, Ana María Sánchez Garnica, Manuel Sánchez Hernández, Salvador Sánchez Septién, Filiberto Santiago, Ernesto Santiago López, Mario Sarquís, Alberto Soto Mac Garny, Enrique Susán Cárdenas, Jorge L. Tamayo. Miguel Tamayo Pizarro, Juan Torres Landa, Felipe Torres Sánchez, Salvador Toscano Escobedo, Consuelo Uranga, Jesús Uribe, Lucía Urquidi, Manuel Uruchurtu, Ánge Urritua, Manuel Valdés, Carmen Valencia, Celio Valle Cárcamo, Félix Vázquez, Natalio Vázquez Pallares, Raúl Vega Córdova, Lorenzo Velázquez, Apolinar Wiltrago, Marcelina Yakomán, José María Yris Urgell, Elisa Zapata Vela, Mario Zapata Vela, Adelina Zendejas y Álvaro Zenil Cadena.

[5] “El retrato”, publicado en El Gallo Ilustrado suplemento dominical de El Día, México, 3 de marzo de 1963, p. 1.

[6] María de los Ángeles Farías y Balleza (1912-1987). Según José Alvarado, tenía una fijación sentimental por Octavio Paz.

[7] “Efraín Huerta y nuestra generación”, en Diario del Sureste, Mérida, 22 de agosto de 1937, segunda sección, p.3.

[8] Este párrafo se halla en “Efraín Huerta y ...”

[9] “Ermilo Abreu Gómez”, en Avance, México, 31 de octubre de 1971, p. 2.

[10] “En la Secundaria Federal, 1937: Amigos, ideales, recuerdos”, en  Jornadas. Ediciones del gobierno del estado de Yucatán, septiembre de 1978, año 1, número 1, pp. 13 y 14.