Conversaciones y novedades

San Ildefonso: lugar de Paz

Guillermo Sheridan

Año

2018

Personas

Rojo, Vicente

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Los años de San Ildefonso (1930-1932)

 

Antiguo Colegio de San Ildefonso. Fotografía de Bob Schalkwijk.

En diciembre de 2018, la Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio Nacional y la Secretaría de Cultura anunciaron que las cenizas de Octavio Paz y su esposa, Marie José Tramini, serán depositadas en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, donde el poeta estudió. Me parece bien que esas cenizas tengan un destino vivo.

     Hace unos años estaba yo en San Ildefonso con otro amigo ido, el artista y museógrafo Miguel Cervantes, que también fue amigo de Octavio. Mirábamos el patio principal desde el segundo nivel. Una tarde suntuosa, llena de luces.

     Le comenté a Miguel que la revista juvenil de Paz, Barandal, se llamó así porque él y sus amigos se acomodaban siempre en el mismo barandal de ese patio durante los recreos. Miguel respondió que quizás sería buena idea colocar el “Nocturno de San Ildefonso” en algún muro del edificio. “Habría que buscar una piedra adecuada —dijo–, elegir una familia tipográfica hermosa y contratar a un buen lapidario”. Contesté que el poema era quizás demasiado extenso para un solo muro: más de doscientos versos. Quizás bastaría con el principio del tercer canto:

El muchacho que camina por este poema,
entre San Ildefonso y el Zócalo,
es el hombre que lo escribe:
                                  esta página
también es una caminata nocturna.
                                           Aquí encarnan
los espectros amigos,
                          las ideas se disipan. 

“No”, respondió Miguel, “habría que ponerlo todo”. Argumenté, realista, que la gente no lee y, menos, poesía; ni siquiera la gente que visita San Ildefonso. Miguel externó un par de opiniones (más bien severas) sobre los lugares (más bien abstractos) a los que, en su opinión, ya podía irse la gente.

     Caminamos por el edificio. Miguel decidió cuál sería el muro adecuado, en el poniente. Dijo que el lapidario tendría que ser italiano (“son los que saben hacerlo”); añadió que la piedra, bien trabajada, sería tan hermosa que de lejos parecería un elemento decorativo, y que sólo quien se acercase se percataría del texto. Y quizás sería lo de menos cuánto leyera de él: apenas unas palabras o unas líneas aquí y allá bastarían para que el poema viviese de nuevo.

    Cenizas, “polvo enamorado” 

En el soneto “Amor constante más allá de la muerte”, alta cima de su genio, don Francisco de Quevedo vio aproximarse su muerte. Ufano de haber vivido con valentía y apasionadamente, anticipó que sus restos:

serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado. 

Esos versos “me fascinaron durante muchos años”, escribiría Paz, quien dialoga a fondo con ellos en “Homenaje y profanaciones”, una serie de poemas (14:79 y ss.) escritos en 1960, durante una pena de amor que lo hace sentirse tan muerto que su propio polvo, aunque enamorado, es…

polvo de los sentidos sin sentido
ceniza lo sentido y el sentido 

En 1981, volvió a los versos de la ceniza en su ensayo “Quevedo, Heráclito y algunos sonetos” (3:125). Escribe:

la mención final de las cenizas animadas por lo sentido y el sentido, me producían, cada vez que recordaba el soneto o que lo releía, una emoción que casi siempre terminaba en una pregunta desolada: ¿las cenizas sienten, el polvo sabe que está enamorado?

En su amor con Marie José Tramini, aquella respuesta de 1981 es la más positiva: Quevedo reivindica la “inmortalidad”, pero no tanto la del alma como la del cuerpo, “literalmente reanimado por la pasión”; los cuerpos resucitan de sus cenizas por el poder mismo del amor, no por la voluntad de Dios. Degradados a huesos y cenizas, los cuerpos de los amantes se obstinan en seguir amándose: son polvo enamorado.

     Al final de sus días, en 1996, Paz escribió “Respuesta y reconciliación (diálogo con Francisco de Quevedo)” (12:224), que dialoga, ahora, con otro gran soneto del madrileño, “Brevedad de la vida”. Para Quevedo, la breve vida es un diferido morir: somos, de la infancia a la vejez, “presentes sucesiones de difunto”. Paz concurre: la vida “nace para morir y al morir nace”. Y luego se pregunta (como todos):

Después —¿habrá un después,
encenderá la chispa primigenia
la matriz de los mundos,
perpetuo recomienzo del girar insensato?
Nadie responde, nadie sabe.
Sabemos que vivir es desvivirse. 

A Paz lo asombraba que la conciencia de morir se erotizase desde el instante en que caemos en la cuenta de que “la persona que amamos también morirá” y que también se integrará al después imprevisible… Morirse es lo de menos; lo difícil es ser polvo enamorado.

    El “perpetuo recomienzo” 

En 1987, Paz escribió “Regreso” (12:166), un poema que relata un sueño de estar muerto (“comí tinieblas con los ojos”) y que describe cómo pasa el tiempo quien está perdido en la muerte. Cuando muere la amante del soñador, se reúnen sus “cuerpos tendidos”, que son…

barcas obscuras
a la sombra amarradas,

Aparecen sus “almas desatadas”, que son…

lámparas navegantes
sobre el agua nocturna. 

Las respectivas muertes de los amantes se enamoran y ansían amarse también. Y entonces termina el sueño:

Fluyen por las llanuras de la noche
nuestros cuerpos: son tiempo que se acaba,
presencia disipada en un abrazo;
pero son infinitos y al tocarlos
nos bañamos en ríos de latidos,
volvemos al perpetuo recomienzo

El cuerpo de Paz es polvo desde hace veinte años; el de su esposa, Marie José Tramini, desde hace unos meses. Paz dijo que amarla había sido su segundo nacimiento, así que, al morir ella, él habrá vivido una segunda muerte y un nuevo nacimiento. ¿Habrá un después? En acatamiento a esa posibilidad, lo mejor sería juntar las cenizas de Octavio y Marie José en una única urna.

     En 1986, en “La literatura y el Estado” (8:533), Paz escribió que en “México amamos a nuestros escritores a condición de que estén muertos; los sepultamos, a veces en vida, bajo montañas de elogios vacuos (otras bajo carretadas de vituperios) y construimos con sus obras suntuosos mausoleos que después nadie visita”. Estaba consciente de que él no sería una excepción a esa regla.

     Cuando murió, temí las ocurrencias sobre rotondas, cenotafios y mausoleos, y toda esa bulla de parafina oficial: laureles con siete copias, letras doradas y funcionarios rampantes; todo eso que despreció en “Espiración” (11:292):

Los laúdes del láudano de loas
dilapidadas lápidas y laudos
la piedad de la piedra despiadada
las velas del velorio y del jolgorio

Cuando murió Marie José, me pregunté que sucedería con las cenizas de ambos y escribí algo al respecto. Pensé que habría sido bueno esparcirlas bajo la fronda parlante del árbol del nim, ése al que le pidieron que los casara, que vive en un jardín ya inaccesible de Nueva Delhi. Una lástima, pues al pie de ese árbol –escribió Paz–:

supe que estaba vivo,
supe que morir es ensancharse.

¿La plaza de Mixcoac? Alejandra Moreno Toscano le había propuesto levantar en ella un recordatorio. Paz la visitó después de años y se entristeció: “polvo y basura, patria de ninguno”. ¿El jardín de la Casa Alvarado? Fue el último jardín que amaron los Paz. ¿El Antiguo Colegio de San Ildefonso? Tiene jardineras acogedoras, pero también cierta pesadumbre histórica, tan vecino del Zócalo, el Palacio Nacional y el Templo Mayor.

    Epitafios 

La decisión fue depositar las cenizas en San Ildefonso. Dice la prensa que las urnas (o la única urna) serán guardadas en un pequeño monumento cinerario que diseña Vicente Rojo, gran artista y buen amigo y colaborador de Paz, y que ese monumento estará en el patio principal, en un espacio que diseña el arquitecto Alberto Kalach.

     Más allá de que estoy seguro de que Vicente hará una perfecta propuesta, recordé que Paz diseñó alguna vez un monumento fúnebre, en la necrología de un amigo querido suyo: Emil “Cioran: cincelador de cenotafios” (14:50). Escribe Paz que el rumano fue “un artista de la desesperación y un poeta del arte más difícil: el epitafio”, y, luego, imagina el monumento:

Veo su obra como un esbelto mausoleo, un cubo negro y resplandeciente, que no encierra ningún cadáver sino algo por esencia indefinible: la vacuidad.

     Y no puedo sino suponer que a Paz mismo, acólito de esa vacuidad, le habría gustado algo semejante.

     Me pregunto ahora si habrá un epitafio. Pondrán los nombres de la pareja y… ¿algo más? Espero que a nadie se le ocurra “Insigne poeta mexicano” o algo por el estilo: mejor un enigma o un verso… Me inclinaría por la ortodoxia anglosajona que —a pesar del Dr. Samuel Johnson— prefiere dejar a los poetas la responsabilidad de redactar involuntariamente su epitafio. El problema es que, si no hay disposición testamentaria, corresponde a su familia o a sus amigos la tarea de elegir los versos que, a su parecer, mejor expresen la complejidad de su vida; que hablen en su nombre desde la tumba, una voz muerta en viva primera persona.

     En el caso de T.S. Eliot, por recurrir al ejemplo elocuente, es difícil imaginar que cuando escribió el primero y el último verso de “East Coker” no anticipase su eventual epitafio, como en efecto lo fueron: “En mi principio está mi fin – En mi fin está mi principio” (como traduce José Emilio Pacheco). La síntesis cabal, en muy pocas palabras, de la amplia vida que contienen.

     ¿En el caso de Paz? Registro algunas posibilidades para ese, en efecto, difícil, género, síntesis de celebración, tristeza y memento mori.

     En su poema “Tumba del poeta” (11:376), Paz se otorgó un epitafio en letras mayúsculas:

NUNCA SABRÉ MI DESENLACE

Podría ser epitafio, también, un verso del “Nocturno de San Ildefonso”:

Hablo con los ojos cerrados

Otra opción son los versos iniciales de “Hermandad” (12:112):

Soy hombre: duro poco
Y es enorme la noche

También puede funcionar el cierre del mismo texto:

Alguien me deletrea

No son pocos los versos finales de los poemas más ambiciosos que podrían ser elocuentes epitafios. El de Pasado en claro (12:78):

Soy la sombra que arrojan mis palabras 

O el de “Himno entre ruinas” (11:195):

Palabras que son flores que son frutos que son actos 

Como Piedra de Sol (11:217) no tiene final, hay versos epitafios por todos lados, por ejemplo:

La vida es otra, siempre allá, más lejos

O bien:

Hambre de ser, oh muerte, pan de todos

O éste que, quizás, es el que más sorprendería a una joven, un joven o una pareja de jóvenes que, tal vez, entran por primera ocasión al patio de San Ildefonso:

Despiértame, ya nazco

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