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Unos poemas que anticipan al "Nocturno de San Ildefonso"

Guillermo Sheridan

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Análisis y crítica

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Análisis y crítica

 

Murales de José Clemente Orozco en el antiguo Colegio de San Ildefonso, donde transcurrieron los años juveniles de Paz, quien allí estudió la preparatoria.

Hay algunos poemas de Paz que anticipan al “Nocturno de San Ildefonso”, sus tonos y sus temas. Los antepasados más evidentes son “El mismo tiempo” (11:280), poema que recogió en Salamandra (1958-1961), y otro poema de ese libro, “Entrada en materia” (11:263), que se anticipa también a Pasado en claro (1975).

     Hay diferencias de relieve en el fondo, claro está, pero es interesante cómo hay coincidencias en la superficie, sobre todo, en esa forma de la superficie que es nuestra ciudad interiorizada.

     En una “conversación en la universidad” (1979) que tituló “Escribir y decir” (15:82), Paz habló sobre “El mismo tiempo”, ese extenso poema (casi doscientos versos) en estos términos que, en cierta medida, podrían aplicarse también al “Nocturno de San Ildefonso”:

Hace años escribí un poema sobre la ciudad y sobre mí escribiendo sobre la ciudad. Es un poema escrito en París. Entre las imágenes de esa ciudad brotan las de mi adolescencia y mi juventud. Brota la Ciudad de México. Es un poema un poco largo pero quizá les va a divertir pues aparece un México que ustedes ya no conocen recorrido por amarillos tranvías eléctricos. Algo tan viejo que ya es nuevo para ustedes. Los tranvías salían del Zócalo hacia todos los rumbos de la ciudad: México estaba entonces mejor comunicado que ahora. También hablo de un barrio, Mixcoac, que en aquella época era un pequeño pueblo con huertas, jardines y granjas; hoy es un suburbio. El poema comienza en París, regresa a la Ciudad de México y, finalmente, vuelve a la mesa en donde el poeta escribe.

Este poema, a pesar de sus palmarias imperfecciones, fue una tentativa por expresar el núcleo de lo que yo creo que es la experiencia literaria: el tiempo. La experiencia literaria no es sino uno de los modos de aparición de ese elemento extraño: el tiempo mismo que, en todos sus cambios, es el mismo tiempo. ¿El fondo del tiempo no cambia, es una transparencia inmóvil? Si así fuese, lo que llamamos tiempo sería una ilusión —y también nosotros, que somos sus criaturas.

“El mismo tiempo” también es un nocturno, pero en caminata callejera por la ciudad encendida que, como todo moderno, Paz amaba y temía; así lo explica en “Poesía y modernidad” (1:507): 

La ciudad de Baudelaire era la urbe nocturna, en la que el alumbrado de gas y sus reflejos —ambiguos como la conciencia humana— iluminaban, en calles como heridas, el desfile de la prostitución, el crimen y la desesperación solitaria. La ciudad de los poetas modernos es la de la multitud, la ciudad de los anuncios luminosos, los tranvías y los autos, que cada noche se transforma en un jardín eléctrico.

Ese “jardín eléctrico” es el escenario de “El mismo tiempo”:

Cierro los ojos y veo pasar los autos
se encienden y apagan y encienden
se apagan
             no sé adónde van

También lo es del “Nocturno de San Ildefonso”, cuyas las luces se ven…

en la ventana,
                  simulacro guerrero,
                                           se enciende y apaga
el cielo comercial de los anuncios. 

Y los autos, que pasan haciendo...

                                Eses y zetas:
un auto loco, insecto de ojos malignos.

En ambos poemas, la ciudad con su atmósfera de catafalco —otro tema de Baudelaire— se apodera del poeta. En “El mismo tiempo”:

Todos vamos a morir
                          ¿sabemos algo más?

En cambio, en el “Nocturno de San Ildefonso”:

                                 ¿morir
será caer o subir,
                       una sensación o una cesación?

En “El mismo tiempo”, el Zócalo en el centro de la ciudad es también el centro, un vórtice de la historia personal:

Madrugadas sin nadie en el Zócalo
sólo nuestro delirio
                           y los tranvías
Tacuba Tacubaya Xochimilco San Ángel Coyoacán
en la plaza más grande que la noche
encendidos
                listos para llevarnos en la
vastedad de la hora
                      al fin del mundo
Rayas negras
las pértigas enhiestas de los troles
                                            contra el cielo de piedra
y su moña de chispas su lengüeta de fuego
brasa que perfora la noche

Y en el “Nocturno de San Ildefonso” pasan, no lustros después, sino en la misma evocación con lustros de diferencia:

                              Gusanos gigantes:
amarillos tranvías apagados

En “El mismo tiempo”, Paz se recuerda con sus amigos de 1931, trepado en un tranvía, recorriendo una avenida arbolada:

Bóveda verdinegra
                       masa de húmedo silencio
sobre nuestras cabezas en llamas
mientras hablábamos a gritos
en los tranvías rezagados
atravesando los suburbios
con un fragor de torres desgajadas

Y, años más tarde, en el “Nocturno de San Ildefonso”, están de vuelta en el Zócalo, frente a la Catedral, ¿al salir de San Ildefonso?

Arde, árbol de pólvora,
                              el diálogo adolescente,
súbito armazón chamuscado.
                                   12 veces
golpea el puño de bronce de las torres.
                                                La noche
estalla en pedazos,
                          los junta luego y a sí misma,
intacta, se une.
                    Nos dispersamos,
no allá en la plaza con sus trenes quemados,
                                                        aquí,
sobre esta página: letras petrificadas.

En "El mismo tiempo”...

                          Un perro ladra
preguntas a la noche

Cabe preguntarse: ¿será el mismo que, años después, vaga por el “Nocturno a San Ildefonso”?

Calles vacías, luces tuertas.
                                    En una esquina
el espectro de un perro.
                               Busca, en la basura,
un hueso fantasma.

Por las calles de los poemas deambula este prospecto de poeta que, en “El mismo tiempo”, no logra lo que prometía:

Y de pronto sin más porque sí
llegaba la palabra
                        alabastro
esbelta transparencia no llamada
Dijiste
           haré música con ella
castillos de sílabas
                             No hiciste nada
Alabastro
              sin flor ni aroma
tallo sin sangre ni savia
blancura cortada
                      garganta sólo garganta
canto sin pies ni cabeza

Este prospecto de poeta en el “Nocturno de San Ildefonso” se sigue cuestionando:

Entre el hacer y el ver,
                              acción o contemplación,
escogí el acto de las palabras:
                                     hacerlas, habitarlas,
dar ojos al lenguaje.

En donde no hay duda es en la certidumbre de la vivida, vívida vida: “El mismo tiempo” hace su declaración esencial:

Hoy estoy vivo y sin nostalgia
la noche fluye
                  la ciudad fluye
yo escribo sobre la página que fluye
transcurro con las palabras que transcurren
Conmigo no empezó el mundo
no ha de acabar conmigo
                              Soy
un latido en el río de latidos

Es la misma certidumbre que cierra, aumentada por los años transcurridos, el “Nocturno de San Ildefonso”:

Todavía estoy vivo.

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