Conversaciones y novedades

El encuentro de Ireneo Paz con Porfirio Díaz

Carlos Tello Díaz

Año

2018

Tipología

Conversación

Temas

Ireneo Paz

 

Ireneo a los 37 años (1873). Dibujo de Santiago Hernández. CONACULTA, 2005

El presente texto es una ampliación de un extracto del libro del autor, Porfirio Díaz, su vida y su tiempo: la ambición (1867-1884), Debate, 2018.


 

Todos en el país hablaban de revolución en el verano de 1871 tras las elecciones que ganó Benito Juárez, mismas que no fueron reconocidas por sus contrincantes, Porfirio Díaz y Sebastián Lerdo. Los porfiristas y los lerdistas estaban enfurecidos por las violaciones al sufragio, aunque pasaban por alto las que cometían sus propios seguidores. En la capital, la casa de Justo Benítez era el foco de la conspiración de los partidarios del general Díaz. Benítez veía ahí todos los días al escritor Ireneo Paz, quien acababa de poner en los bajos de su casa, junto a El Mensajero, la redacción de su propio diario, El Padre Cobos. Ireneo era un abogado de Guadalajara, liberal y republicano durante las guerras que desgarraron a su país, talentoso pero inestable, opositor a Juárez al ser restaurada la República. Sufrió esos años la prisión y el exilio, y estuvo a punto de morir fusilado. Era poeta, dramaturgo y novelista, pero sobre todo periodista de oposición, entonces aliado a los porfiristas. Luego de las elecciones, Aureliano Rivera y Miguel Negrete lo buscaron en la redacción de El Mensajero. Eran los generales más inquietos, más tumultuosos en las filas de los constitucionalistas. Querían interpelar a Díaz, a nombre de sus partidarios, para saber si podían contar con él para encabezar la revolución, pero no querían tener que pasar antes por Benítez. Deseaban conocer la palabra del jefe, no la del intermediario del jefe con su partido. Por eso buscaron a Paz. ¿Aceptaba la comisión de hacer el viaje para entrevistar al general? 


          Ireneo Paz llegó a Oaxaca hacia la mitad de julio, acompañado por su amigo Juan Muñoz Silva. Ambos fueron encaminados a La Noria, donde habitaban Porfirio y Delfina con una bebita de meses, su hija Luz. Paz no conocía al dirigente del partido, a diferencia de su amigo. “Llegamos a la puerta, entramos al corredor de la casa, fuimos anunciados”, diría más tarde. “El general nos recibió bondadosamente, casi con la llaneza de antiguos amigos, invitándonos a tomar posesión desde luego de su casa, como si fuera nuestra”.[1] Ya sentados, los emisarios de la capital, a instancias suyas, abordaron la cuestión que los llevaba a Oaxaca. ¿Iba él mismo a encabezar el movimiento que fraguaban sus partidarios contra la violación del sufragio? Porfirio mandó llamar a su secretario, que esperaba en el despacho de La Noria. Le pidió leer el borrador que tenían redactado. El teniente coronel Francisco Mena era natural de León. Tenía fama de ser hosco, taciturno, austero, y muy eficiente en el trabajo. Porfirio lo conoció durante el sitio de Puebla, pero lo dejó de ver a la caída de la ciudad, pues Mena fue uno de los oficiales desterrados a Francia. Aquel día, a solicitud del general, leyó el borrador del plan que acababa de redactar con él, en La Noria. Aclaró que una copia del mismo, enviada en tiras, estaba ya en manos de Justo Benítez. El plan explicaba, con brevedad, los motivos de la rebelión contra el gobierno, para concluir que, al triunfar, el país quedaba en libertad para nombrar a sus autoridades. Paz y Muñoz Silva permanecieron unos días más en Oaxaca. Fue acordado que viajarían a Nuevo León con el fin de buscar al general Jerónimo Treviño, quien tendría el mando sobre las fuerzas del Norte, incluidas las del general Pedro Martínez. Díaz les ofreció caballos, un mozo de su confianza para que los acompañara hasta la frontera del estado. “En nuestra entrevista de despedida estuvo más cariñoso y más explícito: nos aseguró que se pondría al frente de la revolución”, apuntó Paz, encandilado con él. “Tiene gran inteligencia, ojo perspicaz para conocer a los hombres, rapidez de concepción para abarcar cualquier negocio, llaneza en sus modales que me parece natural y no afectada, resolución para obrar una vez colocado en cualquier camino, audacia para las empresas, astucia para dirigirlas y, sobre todo, una saludable ambición por el mando supremo”.[2] 


          La visita de Paz y Muñoz Silva a Nuevo León habría de apuntalar el vínculo, vital para la conspiración, que tenía Díaz con el general Treviño. Ambos mantenían contactos por otros medios. Su correspondencia era facilitada por el general Manuel González, entonces todavía gobernador de Palacio. González, amigo de los dos, tenía sin embargo un pacto de confianza con el presidente, por lo que su papel como intermediario, luego de las elecciones, era ambiguo y arriesgado, y no podía durar más tiempo. “Usted me conoce y sabe que soy incapaz de una deslealtad”, había dicho hacía un año al general Díaz. “Si un día adquiero la convicción de que los males de México no tienen remedio y que es necesaria para su salvación una revolución, me separaré del gobierno, le pediré mi licencia absoluta e iré a combatir como bueno por la salvación de mi Patria”.[3] Es lo que estaba a punto de hacer ese verano de 1871, decidido a seguir al general Díaz, su enemigo durante la Reforma, su compañero de armas contra la Intervención y el Imperio. Acababa de ser electo con apoyo suyo —en el verano, durante los comicios— diputado por el distrito de Juxtlahuaca, en el estado de Oaxaca. Quiso renunciar a su posición en el gobierno, sin resultado. En aquel trance, constreñido por sus lealtades, continuaba su correspondencia con Díaz. “Muy querido general y amigo, corre el rumor en las regiones oficiales de que usted hace aprestos de guerra y que está resuelto a pronunciarse”, le comunicó, para darle luego noticias de la capital y del interior, y agregar este dato: “Aquí se cree que, si no saca mayoría absoluta el señor Juárez, y compite con usted, el Congreso elegirá a usted”.[4] 


          Benito Juárez estaba impuesto en detalle sobre las maniobras de los porfiristas en el país. En agosto recibió una carta de Guadalajara, marcada como reservada, en la que uno de sus informantes le daba cuenta de la correspondencia interceptada a Justo Benítez. “Que Ireneo Paz estuvo en Oaxaca y persuadió al general Díaz a que se pusiera al frente de la revolución; que Muñoz Silva y Díez Gutiérrez salieron ya para la frontera a arreglar a Martínez con Treviño; que este último ha escrito diciendo que espera los comisionados para el fin de arreglarse con Martínez; que del 15 al 20 de septiembre”, decía también la carta, “estallará la revolución comenzando por la frontera; que el general Díaz saltará a su tiempo y que Oaxaca tiene inmensos elementos”.[5] Los hechos habrían de confirmar estas palabras.



NOTAS

[1] Ireneo Paz, Algunas campañas, México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio Nacional, vol. 2, 1997,  p.181.

[2] Ibid, pp.184-185.

[3] Carta de Manuel González a Porfirio Díaz, México, 16 de abril de 1870, en Alberto María Carreño (editor), Archivo del general Porfirio Díaz, México, Editorial Elede, vol. 8, 1947-1961, p.215.

[4] Ibid, vol. 9, p.216.

[5] Carta de Félix Barrón a Benito Juárez, Guadalajara, 21 de agosto de 1871, en Jorge L. Tamayo (editor), Benito Juárez: documentos, discursos y correspondencia, Secretaría del Patrimonio Nacional, México, vol. 15, 1964-1970, p.276.