1954-1964
México: 1954-1959
Encuentros y reencuentros
Fin de siclo
París: 1959-1961
Amistades
La India: 1962-1964
Aprendizajes
En el México de
1955 la satisfacción era generalizada entre políticos, banqueros, líderes
obreros y campesinos. Incluso muchos intelectuales se habían contagiado de ese
optimismo. Recuerdo que me encontré en una comida a Samuel Ramos. En un momento
de nuestra conversación me dijo: «El México del que usted escribe en El
laberinto de la soledad ya es otro, es del pasado. Lo mismo sucede con mi
libro El perfil del hombre y la cultura en México. La evolución de la sociedad
ha superado totalmente a nuestros libros». Por fortuna, mis amigos jóvenes no
pensaban así. La nueva generación tenía una actitud resueltamente crítica, pero
su crítica no era realmente ideológica sino artística, literaria, poética. Era
la visión de escritores, poetas y artistas. En cierto modo, su actividad
continuaba la de los Contemporáneos y la que habíamos adoptado algunos artistas
y poetas de mi generación. También ellos tuvieron que enfrentarse al
nacionalismo y al arte con mensaje ideológico. Al mismo tiempo, en su visión
más bien crítica y pesimista de la sociedad y las realidades de México,
disolvieron muchas de las falsas oposiciones que nos habían desgarrado y
paralizado a nosotros.
“Tercera conferencia” (Itinerario:90)
Los cambios se
iniciaron, en el dominio literario, hacia 1949. En los años siguientes, entre
1950 y 1960, aparecieron algunos libros de poesía, algunos ensayos y algunas
novelas y cuentos que transformaron decisiva e irrevocablemente a la literatura
mexicana. Al mismo tiempo, surgieron varios pintores cuya obra rompía abiertamente
con la tradición del muralismo y con el arte ideológico y político. Dos hechos
contribuyeron al gran cambio. El primero fue la publicación de la Revista
Mexicana de Literatura, dirigida por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo en
su primera época (en la segunda participaron Tomás Segovia, Juan García Ponce,
José de la Colina y otros). En sus páginas se dio a conocer la joven literatura
mexicana y la literatura viva del mundo; además, comenzó una crítica del «arte
comprometido» y del «socialismo real» que, veinte años después, se continuaría
con mayor claridad y decisión en Plural y en Vuelta. El otro
hecho fue la fundación del grupo teatral Poesía en voz alta, origen del teatro
contemporáneo de México, algo que con frecuencia callan nuestros desmemoriados
críticos y cronistas.
“Arte
contemporáneo” (7:352)
En el teatro
ocurrió algo semejante. Los iniciadores son dos autores de verdadero talento,
Emilio Carballido y Luisa Josefina Hernández. Ambos parten del realismo
descriptivo pero su obra posterior desemboca en un arte más rico y libre. La
verdadera vanguardia nace con Poesía en voz alta. O, más bien, renace: su antecedente,
ya que no su origen, es el grupo Ulises y las primeras tentativas teatrales de
Villaurrutia y Lazo. El nombre no expresa enteramente las ideas y ambiciones de
sus fundadores. Ninguno de ellos —Juan Soriano, Leonora Carrington y yo—
teníamos interés en el llamado teatro poético; queríamos devolverle a la escena
su carácter de misterio: un juego ritual y un espectáculo que incluyese también
al público.
“Arte
contemporáneo” (7: 331)
La hija de Rappaccini fue
representada por primera vez el 30 de julio de 1956, en el Teatro del
Caballito, en la ciudad de México. Director de escena: Héctor Mendoza;
escenografía y vestuario: Leonora Carrington; música incidental: Joaquín
Gutiérrez Heras. Adaptación de un cuento de Nathaniel Hawthorne, mi pieza sigue
la anécdota, no el texto ni su sentido: son otras mis palabras y otra mi noción
del mal y del cuerpo.
“Notas”
(11:536)
Pasaron los años, cambiaron mis
ideas y mis gustos pero Quevedo resistió a todas esas mudanzas. En mis libros y
ensayos aparecen con cierta frecuencia alusiones a su poesía. Dediqué un
comentario, en El arco y la lira, a su soneto al martirio de San Lorenzo
y otro, más extenso, en La llama doble, al célebre soneto que Dámaso
Alonso juzga el más perfecto de nuestra poesía: Amor constante más allá de
la muerte. Además, en 1956, adapté para la escena varias de sus piezas
satíricas: el entremés El caballero de la tenaza y unos «bailes» de
jaques y rameras, todo con música popular moderna. El decorado y el vestuario
fueron de Juan Soriano. Al público se le escapaban muchas de las alusiones y
giros de Quevedo pero aplaudía a rabiar ante el descaro y las posturas de los
actores, que hacían de busconas y de bravucones.
“Fundación y
disidencia” (3:77)
Taller ha
sido el antecedente y el modelo —casi siempre inconsciente de la mayoría de los
suplementos y revistas literarias de México. En todas esas publicaciones ha regido,
bajo la máscara de la tolerancia de todas las tendencias, la prohibición
paralizante y castradora. Excepto durante el período inicial de El Hijo Pródigo
(desaparecido en 1946) reinó en nuestra vida literaria la «cláusula de
excepción» (para llamarla de algún modo) hasta la aparición de la Revista
Mexicana de Literatura, que en sus dos épocas defendió a la libertad
auténtica.
“Seis
vistas de la poesía mexicana” (4:110)
“Tercera conferencia” (Itinerario.91)
La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña: soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas. [...] plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de lo blanco, pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña [...] Pero a mi lado no había nadie. Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol. No cantaba el grillo, había un vago olor a cal y semillas quemadas, las calles del poblado eran arroyos secos y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive?
"El cántaro roto"
Creo que hay una continuidad entre el Sacerdote azteca, el Virrey y el Presidente. Es la continuidad en la dominación. En el arquetipo mexicano del poder político hay dos elementos: por una parte, la imagen religiosa y abstracta del sacerdote azteca; por la otra, la imagen del Caudillo. Esto último es una noción hispanoárabe viva en el inconsciente de los pueblos latinoamericanos y en España. El Caudillo rige la historia de los pueblos hispánicos, pero en México oscilamos entre éste y el Tlatoani azteca.
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen, ¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada? ¿Sólo está vivo el sapo, sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco, sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
En "El cántaro roto", el pasado de México aparece como un presente permanente: a veces es el sacerdote azteca, otras es el obispo católico o el inquisidor, el caudillo de la Independencia, el general revolucionario o el banquero, y siempre es el mismo personaje: el cacique gordo de Cempoala —el aliado de Cortés.
“Solo a dos voces” (entrevista con Julián ríos)
(15:605)
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican, en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón en traje de batalla, el esculpido rostro de sílex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos, los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón, ¿sólo el sapo es inmortal?
A principios de 1955, gracias a
Alfonso Reyes, que veía con simpatía mis esfuerzos aunque no aprobaba mis
ideas, envié a la imprenta El arco y la lira. El título viene de
Heráclito y alude a la lucha de los opuestos, que la poesía convierte en
armonía, ritmo e imagen.
“Prólogo” (1:25)
En un libro publicado hace más de
quince años, El arco y la lira (México, 1956), intenté responder a tres
preguntas sobre la poesía: el decir poético, el poema ¿es irreductible a todo
otro decir? ¿Qué dicen los poemas? ¿Cómo se comunican los poemas? La materia de
este libro es una prolongación de la respuesta que intenté dar a la tercera
pregunta. Un poema es un objeto hecho del lenguaje, los ritmos, las creencias y
las obsesiones de este o aquel poeta y de esta o aquella sociedad.
“Los hijos del limo” (1:325)
No sé si la pregunta que ha dado
origen a este libro les haya quitado el sueño a muchos; y es más dudoso aún que
mi respuesta conquiste el asentimiento general. Pero si no estoy seguro del
alcance y de la validez de mi contestación, sí lo estoy de su necesidad
personal. Desde que empecé a escribir poemas me pregunté si de veras valía la
pena hacerlo: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía
con la vida?; y la poesía ¿no puede tener como objeto propio, más que la
creación de poemas, la de instantes poéticos? ¿Será posible una comunión
universal en la poesía?
“Prólogo” (1:38)
La preparación
de mi libro me puso en relación epistolar con [James Laughlin].
Aproveché una corta estadía en Nueva York (¿en 1957 o en 1958?) para llamarlo
por teléfono y concertar una cita. Un día después nos vimos en sus oficinas en
el Village. Austeridad, pocos muebles y muchos libros. En cada pieza había
altos armarios metálicos —¡grises o verdes?— que sin duda guardaban los manuscritos
de los autores y la correspondencia con Pound, Williams, Neruda, Michaux y
tantos otros. Una secretaria me condujo a su despacho; se abrió la puerta y vi
surgir, entre los papeles y libros de una mesa, a un hombre alto y atlético
—después supe que era un gran esquiador. Una fisonomía abierta, pelo escaso,
frente amplia, mentón enérgico, ojos interrogantes, manos grandes, gestos
pausados y, en fin, una cortesía simple, hecha de cordialidad y reserva.
Acostumbrado a los circunloquios de los mexicanos, a las efusiones y exabruptos
de los españoles y a los rituales de la politesse française, el
recibimiento llano y directo de Laughlin me agradó. A esta entrevista rápida
sucedió, a los pocos días, una invitación a comer en un pequeño restaurante
italiano de las cercanías. Allí, al calor de una botella de Chianti,
descubrimos que teníamos algunos amigos comunes y que compartíamos ciertas
antipatías y admiraciones. Entre ellas la afición a la India, a la poesía de
Apollinaire y a la Antología griega —me contó que había sido discípulo
de Dudley Fitts, al que yo admiraba pues había convertido los viejos
epigramas de Meleagro y de Paulo el Silenciario en poemas vivos. Al despedirme
de Laughlin me dije: busqué a un editor y he encontrado a un poeta.
Desde entonces somos amigos.
“Excursiones/Incursiones”
(2:548)
Casi al mismo tiempo en que me abandonaba al fluir del murmullo interior —aunque con los ojos abiertos—, empecé a leer a los poetas japoneses y después a los chinos. Fue un recurso inconciente para oponer un dique al desbordamiento surrealista.
Los pasos contados
En 1955 un amigo japonés, Eikichi
Haya, ante mi admiración por algunos de los poetas de su lengua, me propuso
que, a pesar de mi ignorancia del idioma, emprendiésemos juntos la traducción
de Oku no Hosomichi. A principios de 1956 entregamos nuestra versión a la
sección editorial de la Universidad Nacional de México y en abril del año
siguiente apareció nuestro pequeño libro. Fue recibido con la acostumbrada
indiferencia, a despecho de que, para avivar un poco la curiosidad de los
críticos, habíamos subrayado en la Advertencia que nuestra traducción del
famoso diario era la primera que se hacía a una lengua de Occidente.
“Excursiones/Incursiones”
(2:348)
La permanencia de un rostro se
mide por su vivacidad. Yo no vi la cara de muerto de Moreno Villa pero puedo
recordar ahora —con una claridad instantánea que la palabra no puede
reproducir— los rostros sucesivos que le conocí, desde aquel ya remoto de la
«foto» que aparece en la primera edición de la Antología de Gerardo Diego hasta
el último de hace unos meses, ya comido por la enfermedad. Y el de una tarde de
1938, recién llegado de España, hojeando libros en la Antigua Librería Robredo;
las diferentes caras de muchos años de diaria tertulia en el Café París, con
Barreda, Villaurrutia y otros amigos; caminando en la noche por el Paseo de la Reforma,
con Larrea y León Felipe; una mañana de hace ocho meses, bebiendo cerveza con
Luis Cernuda...
“Corriente alterna”
(3:345)
Máscara de Tláloc grabada en cuarzo transparente
Aguas petrificadas. El viejo Tláloc duerme, dentro, soñando temporales.
Lo mismo
Tocado por la luz el cuarzo ya es cascada. Sobre sus aguas flota, niño, el dios.
Me cautivó la economía de la formas: mínimas y precisas construcciones hechas de unas pocas sílabas capaces de contener un universo.
Xochipilli
En el árbol del día cuelgan frutos de jade, fuego y sangre en la noche.
Niño y trompo
Cada vez que lo lanza cae, justo, en el centro del mundo.
Mi pasión por la poesía china y japonesa es anterior a mi primer viaje a Oriente. Comenzó a fines de 1945, en Nueva York. Mi estancia en esa ciudad coincidió con la muerte de Tablada, que desde hacía años se había instalado en Nueva York. Fui a la biblioteca de Nueva York, pedí sus libros y volví a leerlo. El ejemplo de Tablada me llevó a explorar por mi cuenta la literatura japonesa y, después, la china. Mi primer viaje a Oriente me hizo profundizar y ampliar mis lecturas de poesía china y japonesa. Leí muchísimas traducciones de poesía japonesa y china y entre ellas recuerdo siempre con placer a las de Arthur Waley. Es uno de mis santos patrones. A mi regreso a México, animado por Donald Keene —otro de mis guías— me atreví a traducir, con la ayuda de Eikichi Hayashiya, el Haibum de Basho: Oku no Homosichi (Sendas de Oku). Fue la primera traducción de ese clásico japonés a una lengua de Occidente. No tuvo ni una solo nota crítica y los mil ejemplares de la edición tardaron en venderse diez años.
Los pasos contados
A caballo en el campo, y de pronto, detente: ¡el ruiseñor!
Este camino nadie ya lo recorre, salvo el crepúsculo.
Piedra de sol (1957) es el último poema de La estación violenta y con él se cierra este periodo que comenzó en 1935. Está escrito en endecasílabos y recoge mis experiencias con la poesía española e hispanoamericana, desde el siglo XVl hasta nuestros días, mi experiencia del surrealismo, mi experiencia de la política y la historia del siglo XX, tal como las viví, las padecí y las pensé. Por último, recoge ciertas preocupaciones que no sé si sean de orden filosófico o religioso, pero son vitales, humanas. Son preguntas que se hacen los hombres en el siglo XX y que, quizás, se han hecho en todos los siglos.
–¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, ¿cuándo somos de veras lo que somos?
El poema está impregnado de la visión mítica del tiempo, una visión circular; pero también de la visión lineal y sucesiva de la historia. La ley del mito es la repetición cíclica: lo que sucedió una vez volverá a suceder. La historia, invención del Occidente judeocristianismo, es tiempo irreversible: lo que pasó una vez no volverá a pasar. La historia es el único mito del Occidente moderno, como el mito es la única historia que conoció la India antigua. El sujeto de la historia no es el hombre concreto, real, Juan, Pedro, tú, yo, nosotros, sino un ente que llaman la Humanidad. El sujeto de los mitos tampoco es el hombre, porque los dioses juegan con los hombres como los niños con sus trompos y sus canicas. La historia y el mito son gigantescos solipsismos en los que la historia se dice a sí misma y el mito se cuenta a sí mismo. ¿Pero dónde está la realidad real? ¿Cómo salir de la historia y de su tiempo asesino? ¿Cómo salir del mito y de su tiempo fantasmal? Quizá hay dos vías de salida, dos vías que en algún momento se unen: el amor y la contemplación. Piedra de sol fue una tentativa por expresar las experiencias de una generación marcada por el hitlerismo y el stalinismo, la segunda guerra mundial, la bomba atómica y la guerra fría.
... Madrid, 1937, En la Plaza del Ángel las mujeres cosían y cantaban con sus hijos, después sonó la alarma y hubo gritos, casas arrodilladas en el polvo, torres hendidas, frentes escupidas y el huracán de los motores, fijo: los dos se desnudaron y se amaron por defender nuestra porción eterna, nuestra ración de tiempo y paraíso...
Empecé a escribir este poema a principios de 1956. No tenía plan, no
sabía lo que quería escribir. Piedra de sol se inició como un
automatismo. Las primeras estrofas las escribía como si, literalmente, alguien
me las dictase. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente,
y que la sintaxis, y aún la lógica, eran relativamente normales.
“Tercera conferencia” (Itinerario:97)
un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea, un árbol bien plantado mas danzante, un caminar de río que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre:
De pronto sobrevino una interrupción: había escrito unos treinta versos y no pude seguir. Salí al extranjero por dos semanas —trabajaba en aquellos años en Relaciones Exteriores— y a mi regreso, al releer lo escrito, sentí la necesidad de continuar el texto. Volví a escribir con una extraña facilidad. Pero en esa ocasión intenté utilizar la corriente verbal y orientarla un poco. Poco a poco el poema se fue haciendo, me fui dando cuenta de hacia dónde iba el texto. Fue un caso de colaboración entre lo que llamamos el inconsciente, y que para mí es la verdadera inspiración, y la conciencia crítica y racional. A veces triunfaba la segunda, a veces la inspiración.
Otra potencia que intervino en la redacción de este poema: la memoria. Esta palabra quizá no es sino otro nombre de la inspiración. Para mí, a diferencia de los surrealistas, la memoria es el origen de la poesía. Por ser obra de la memoria, Piedra de sol es una larga frase circular. El poema acaba donde comienza. Tiene 584 versos. Me asombró la analogía con el tiempo circular precolombino. Tiene 584 líneas porque el tiempo que tarda el planeta Venus —Quetzalcóatl para los antiguos mexicanos— en hacer la conjunción con el sol, es también de 584 días. El planeta Venus aparece como estrella de la mañana y como estrella de la tarde y esa dualidad ha impresionado a todos los hombres de todas las civilizaciones. El poema está fundado en esta dualidad, en esta ambigüedad.
...vida y muerte pactan en ti, señora de la noche, torre de claridad, reina del alba, virgen lunar, madre del agua madre, cuerpo del mundo, casa de la muerte...
Desde que
ustedes dejaron México se ha operado una gran transformación política y social.
Ha habido huelgas, protestas y movimientos estudiantiles. Los intelectuales
también comienzan a despertar. No se trata de actos premeditados sino de una
misteriosa, espontánea y magnífica resurrección de la conciencia política del
pueblo mexicano. Posiblemente la prensa europea empezará, como es costumbre en
estos casos, a atribuirlo todo a una conspiración comunista. Nada más falso.
Los comunistas son una fracción insignificante y sin fuerza. En cambio hay un
renacimiento de la izquierda --inclusive entre los intelectuales, empezando, oh
paradoja, por Carlos Fuentes—, renacimiento que se inspira en la tradición de
la Revolución mexicana, pero con nuevos objetivos más concretos. El
movimiento aún es muy confuso, pues sus mejores participantes son gente muy
joven y hasta ayer desconocida, pero todos tenernos grandes esperanzas en lo
futuro. Ayer asistí a una manifestación en donde había más de setenta mil
personas en el inmenso zócalo que tú conoces. Fue muy emocionante.
Carta
a Jean-Clarence Lambert (3 de septiembre de 1958)
En 1958 ni Miró
ni yo vivíamos en París. Los dos estábamos de paso, él para asistir al vernissage
de una exposición de sus cuadros y yo para concurrir a una reunión de
escritores. Una mañana Elisa Breton me llamó por teléfono: ¿podía almorzar con
ellos, en su apartamento de la rue Fontaine, el sábado próximo? Acepté. El día
indicado, al entrar en la pequeña estancia, descubrí que además de André y de
Elisa había otras dos personas: Joan Miró y Pilar, su mujer. Unos minutos
después llegó Aube, la hija de André, acompañada de un amigo, un joven pintor.
A pesar de sus reducidas dimensiones, aquella salita siempre me pareció
inmensa. Sin duda se debía a la extraordinaria acumulación en los estantes,
muros y rincones de libros, cuadros, esculturas, máscaras y objetos insólitos
venidos de los cuatro puntos cardinales y de todas las antigüedades, sin
excluir a la de mañana. Pero creo que era, sobre todo, la figura misma de
Breton la que abría la estancia hacia una dimensión otra y propiamente sin
medida. Plantado en medio de todas aquellas obras, unas de verdadero mérito y
otras simplemente curiosas, Breton parecía un Des Esseintes del siglo xx, no
decadente sino visionario, fascinado no por Bizancio y el fin del mundo antiguo
sino por el alba de la especie humana, por «los hombres de la lejanía», como él
llamaba a los primitivos.
En
el almuerzo se habló de pintura y poesía, política y magia. Salieron a relucir
Trotski y Rousseau, Paracelso y María Sabina, la hechicera de Huatla, donadora
de los hongos alucinógenos. Breton no escondía su pasión por las ciencias
ocultas, el esoterismo y la magia[…] Durante el almuerzo se discutió el tema y
se deploró que la medicina moderna abusase de los remedios químicos. De pronto,
André se quejó de un leve dolor de cabeza y pidió una aspirina. Con la crueldad
de los jóvenes, Aube comentó: «Qué raro que hayas pedido una aspirina en lugar
de llamar a un chamán! Con dos pases te habría aliviado ...».
Nos
sentamos en semicírculo. Breton sacó unos papeles de su mesa y con aquel aire a
un tiempo simple y ceremonioso que era uno de sus encantos, nos dijo que iba a
leer unos poemas en prosa. Los había escrito para ilustrar —ésa fue la
palabra que empleó— la serie de gouaches de Miró llamada Constelaciones
[...] Miró escuchaba la lectura con su aire de niño asombrado. Al final,
mascullo unas palabras de agradecimiento. Pilar no abrió la boca. ¿Qué
pensarían realmente? Los poemas de Constelaciones fueron, si no roe equivoco,
los últimos que escribió Breton.
“Excursiones/Incursiones”
(2:230-232)
Entre 1959 y
1960 viví en un pequeño edificio de la rue de Douanier, una calle apartada en
un barrio apartado de París. Pero hago mal en hablar de calle: en realidad es
un impasse, un largo y estrecho callejón que termina en un muro. Allí tuvo su
estudio Braque y también el escultor Laurens. El apartamento era minúsculo y
estaba lleno de libros, objetos y estampas. La dueña, Dominique Éluard, viuda
del poeta, vivía en México y yo se lo arrendaba. Aunque Paul Éluard nunca había
vivido allí, todo aludía a su memoria y me recordaba continuamente a su
persona. A veces, entre las páginas de un libro, encontraba cartas y fotos
suyas y de sus amigos y amigas.
“Corriente
alterna” (6:261)
En 1959 volví a París[...] A poco de mi llegada murió ese gran amigo mío
que conocí en la época de la segunda guerra mundial, en México, Benjamin Péret.
Fue un amigo ejemplar, un revolucionario incorruptible y un poeta admirable[...]
Continué mi amistad con André Breton.
En muchas ocasiones escribo como si sostuviese un diálogo silencioso con
Breton: réplica, respuesta, coincidencia, divergencia, homenaje, todo junto.
“Excursiones/Incursiones” (219)
No olvidaré nunca, entre todas nuestras conversaciones, una que
sostuvimos en el verano de 1964, un poco antes de que yo regresase a la India.
No la recuerdo por ser la última sino por la atmósfera que la rodeó. No es el
momento de relatar ese episodio. (Algún día, me lo he prometido, lo contaré.)
Para mí fue un encuentro, en el sentido que daba Breton a esta
palabra: predestinación y, asimismo, elección.
“Excursiones/Incursiones” (220)
En la hoja en que escribo Van y vienen los seres que veo.
He pensado mucho
en ti, todos tus amigos —todos los amigos de Benjamin [Péret], hemos pensado en
ti. Ya sé que es inútil pensar, inútil hablar. Todo es inútil. ¿No resulta
absurdo que yo -ya- haya sido el encargado de llevarle un dinero que nunca iba
a utilizar? Pero aunque esa ayuda haya sido inútil, no lo fue tu afecto y tu
amistad. Es maravilloso, después de todo, tener amigos como tú y Leonora
[Carrington]. Mejor dicho: tener amigas. La mujer —algunas mujeres— me
reconcilian con la vida y también —por qué no?— con la idea de la muerte. Elisa
[Breton] —supongo que te habrá escrito— te recuerda mucho y con gran cariño.
Carta
a Remedios Varo tras la muerte de Benjamin Péret (24 de septiembre de 1959)
El otoño pasado,
durante una breve estancia en París, lo vi con frecuencia. Recuerdo sobre todo
unas horas que pasamos en un café, Breton, Péret y yo. He olvidado de qué
hablamos y no podría ahora decir por qué esa velada me había conmovido tanto,
pero sé que desde entonces la noche universal y mi noche personal se han vuelto
más claras. Tiempo después escribí un poema, Noche en claro, que evoca esa
velada. El poema podrá quizá decir mejor que estas líneas lo que significaba
para mí la amistad de Benjamin Péret.
“Excursiones/Incursiones”
(14:52)
Aquella noche, caminando solos los dos por el barrio de Les Halles, la
conversación se desvió hacia un tema que le preocupaba: el porvenir del
movimiento surrealista. Recuerdo que le dije, más o menos, que para mí el
surrealismo era la enfermedad sagrada de nuestro mundo[...]: negación necesaria
de Occidente, viviría tanto como viviese la civilización moderna,
independientemente de los sistemas políticos y de las ideologías que predominen
en el futuro. Mi exaltación lo impresionó, pero repuso: la negación vive en función
de la afirmación y ésta de aquélla; dudo mucho que el mundo que empieza ahora
pueda definirse como afirmación o negación: entramos en una zona neutra y la
rebelión surrealista deberá expresarse en formas que no sean ni la negación ni
la afirmación. Estamos más allá de reprobación o aprobación...
“Excursiones/Incursiones” (220-221)
Noche en claro A los poetas André Breton y Benjamin Péret
A las diez de la noche en el Café de Inglaterra Salvo nosotros tres No había nadie Se oía afuera el paso húmedo del otoño Pasos de ciego gigante Pasos de bosque llegando a la ciudad Con mil brazos con mil pies de niebla Cara de humo hombre sin cara El otoño marchaba hacia el centro de París Con seguros pasos de ciego Algo se prepara Dijo uno de nosotros
Su nombre
cada vez me parece más "real" y necesita su adjetivo: ¿Alfonso el
Sabio, el Bueno, el Pío, el Temerario, el Tolerante, el Pacífico, el Sutil, el
Risueño, ¿el Galante? Todo junto y, sobre todo, el Amigo, el Inolvidable...
Carta
a Alfonso Reyes (Sin fecha)
PROF[U]NDAMENTE CONMOVIDO PERDI A AMIGO Y MAESTRO
INCOMPARABLE.
Telegrama
a Manuela Mota de Reyes (28 de diciembre de 1959)
La primera vez
que oí hablar de Fernando Pessoa fue en París, una noche del otoño de
1958. Había cenado con unos amigos, en una casa del Marais; uno de los
presentes, Nora Mitrani, me preguntó mi opinión sobre el «caso» de
Pessoa; no sin confusión, tuve que decirle que apenas si sabía algo de la
literatura moderna portuguesa. Unos días después Nora me envió un número de Le
surréalisme, même, en el que aparecían algunos poemas de Pessoa-Caeiro,
traducidos por ella. Esos textos despertaron mi curiosidad. Me procuré las
traducciones y estudios de Armand Guilbert. Su lectura me reveló a un
gran poeta, casi desconocido entre nosotros. Poco a poco descubrí que existía
un reducido círculo de lectores de Pessoa, disperso en todo el mundo; la
pintora Vieira da Silva me prestó la Obra poética, en la edición de Río
de Janeiro; conseguí el tomo de ensayos de Adolfo Casais Monteiro; más tarde,
no sin dificultades, adquirí los volúmenes de la edición portuguesa. Casi sin
darme cuenta empecé a traducir algunos poemas de Álvaro de Campos.
Insensiblemente pasé a los otros heterónimos. Mientras traducía, cambiaban mis
preferencias; iba de Campos a Reis, (le Reis a Caciro; y siempre regresaba a
Pessoa. Advertí que Caeiro, Reis y Campos no podrían vivir sin Pessoa, es
decir, descubrí la unidad poética de la obra.
“Excursiones/Incursiones”
(2:150)
Entre mis
encuentros imaginarios, el de Fernando Pessoa fue uno de los más
profundos. Lo conocí tarde, en 1958, en París, cuando yo ya era un escritor
formado o, si se quiere, deformado por cuarenta años de vida y muchos años de
lecturas y tentativas poéticas. Leí sus poemas de manera distraída, después con
sorpresa y al fin fascinado.
“Excursiones/Incursiones”
(2:178-179)
También, gracias a un viejo amigo, uno de los fundadores de Dadá en París, conocía a Georges Bataille. Nos hicimos amigos y yo pensaba traerlo a México para que diera unas conferencias, pero se enfermó y su muerte impidió la realización de esta idea. Hay algo que pocos saben: Bataille estaba muy interesado en México. El primer ensayo que publicó es justamente sobre la función, digamos simbólica, de los sacrificios humanos en el mundo azteca. Otro escritor al que vi con frecuencia durante esta segunda estancia en París fue el escritor rumano Cioran, un escritor que une la perfección a la lucidez. De él pude disfrutar la sensación a la vez mística y metafísica, el vértigo cristalino, el vértigo de la transparencia. Otro amigo, muy distinto a los amigos surrealistas, aunque él en una época lo fue, Yves Bonnefoy. Nos unió nuestra común tentativa, aunque cada uno por vías muy distintas, no tanto por ir más allá del surrealismo, sino más bien por regresar a la poesía como una fuente original, una fuente de principio de la palabra, es decir, concebimos a la poesía no como una conquista del futuro, como una búsqueda de la soledad, sino como una vuelta a la autenticidad.
Desandar el camino, volver a la primera letra En dirección inversa Al sol, Hacia la piedra: Simiente, Gota de energía, Joya verde Entre los pechos negros de la diosa.
En 1960 escribí Homenaje y profanaciones, un poema de 118 versos, dividido en tres partes a su vez subdivididas en otras tres. Llamé a esa composición, con ingenua pedantería, «soneto de sonetos». El soneto de Quevedo afirma la sobrehumana inmortalidad del amor. Es un poema escrito desde la creencia en la inmortalidad del alma pero, también, desde la creencia del regreso del alma enamorada a las cenizas en que se ha convertido el cuerpo. Mi poema, escrito desde creencias distintas, quiso afirmar no la inmortalidad sino la vivacidad del amor. Una vivacidad sin tiempo.
“Poetas
y poemas” (3:131-132)
Mi suma es lo que resta, tu escritura:
la huella de los dientes de la vida,
el sello de los ayes y los años,
el trazo negro de la quemadura
del amor en lo blanco de los huesos.
“Homenaje
y profanaciones” (11:293)
Tuve noticias
de [Roberto] Juarroz, por primera vez, en París, hacia 1960. Publicaba en
Buenos Aires una pequeña revista, Poesía/Poesía, compuesta de ocho páginas y
que distribuía entre un centenar de personas. Sus breves poemas me
impresionaron por su concentración y su limpidez: en un lenguaje preciso y
directo el joven poeta nos revelaba aspectos desconocidos de la realidad.
Poemas dirigidos a la mente por una sensibilidad pensante. Lo sorprendente
no era el lenguaje sino la perspectiva que descubría cada uno de sus poemas.
En esas lejanas composiciones juveniles ya estaba presente el don maravilloso
que nunca lo abandonó: provocar, con los medios más simples, lo más extraño e
inesperado. La poesía de Juarroz me conquistó inmediatamente, como años antes
había ganado mi adhesión la prosa nítida de Antonio Porchia.
Un poco más
tarde conocí en persona a Roberto; el puente fue la amistad que nos unía a los
dos con la poetisa Alejandra Pizarnik. Desde entonces fuimos amigos y
nunca dejamos de serlo. Hombre recto y de una pieza, incurrió en la
malquerencia de los militares argentinos, tuvo que desterrarse y vivió en los
Estados Unidos y en Colombia por algún tiempo
“Fundación y disidencia” (14:111)
Aquí no he
visto nada que valga la pena, excepto Les négres de Genet (no
tengo más remedio que admirarlo) y Tête d'Or, de Claudel (idem). Dos
personajes antipáticos —por razones opuestas— dos poetas verdaderos. Pero en
general hay pocas cosas. Los poetas jóvenes no me interesan mucho. Tampoco los
novelistas. Algunas películas sí, pero todas de corto aliento. Falta de
grandeza. Lo mejor sigue siendo la vieja generación —los jóvenes de los
20 años, los jóvenes de los años 40, de Malraux, Breton y Aragón a Sartre y
Genet—. Pocas cosas en pintura (pienso en los jóvenes). El arte abstracto
(¿no-figurativo será mejor?) debe ir más allá o desaparecerá en unos cuantos
años. Ya es una academia. Lo es desde hace mucho. Es significativo: a pesar de
la inmensa pobreza de México (sobre todo en materia de crítica y de
pensamiento) no hay aquí un poeta como Montes de Oca. Creo que lo mejor que
tenemos es la poesía (en toda la lengua española). La prosa mexicana, en
general, es ilegible. Superficial y didáctica. Y nuestra pintura, paralizada
por el pseudorealismo pseudosocialista.
Andan por aquí Jaime y Celia. Parecían felices. Y si lo
parecen, han de serlo. Me anima mucho la gente feliz, cuando su felicidad es
noble, cuando no es satisfacción engreída, contento y regodeo de sí mismo, sino
vida, vibración. Nada más hermoso que una pareja de enamorados aunque hablan
demasiado de su boda. ¿No te parece un poco absurdo? Yo no me casaría de esa
manera. Encuentro a Jaime mucho mejor: alegre y más dueño de sí. Ella me parece
una criatura muy generosa. Entre todas las desgracias y desdichas que he vivido
(entre todos mis malos encuentros) por lo menos he tenido la suerte de ver —y a
veces de ser amigo— de algunas mujeres que creen que la vida es dar y crear. Tú
eres una de ellas. Creo que Celia es otra. En general, las mujeres (cierto tipo
de mujeres) me dan más esperanzas sobre la humanidad actual que los hombres.
Quizá el gran fenómeno del siglo XX no sea la física nuclear, ni el comunismo,
ni Fidel Castro sino la liberación de la mujer.
Carta
a Elena Poniatowska (25 de mayo de 1960)
Te envío, anexa, una carta para Mutis (una de mis
obsesiones y remordimientos). Por favor: dásela. Me han conmovido mucho tu
campaña en su favor. Pero no creo que sea el camino más eficaz. Pienso que
sería más útil redactar una carta (tú o Jaime o Carlos o Alfonso Reyes o
¡alguien! Puede hacerlo) dirigida al Presidente. En ella podría decirse, más o
menos lo siguiente:
a) Conocemos
a Mutis-poeta, hombre sensible y generoso- quizá la generosidad y el arrebato
lo hayan perdido- y, por encima de faltas pasajeras, hombre dueño de una
conciencia moral; b) No deseamos examinar el caso desde el punto de vista
jurídico, sino humano; cualesquiera que sean las faltas que imputan a Mutis
sabemos que han pagado con creces, tanto física como moralmente; c) Le pedimos
su libertad. La carta debe ser amable, respetuosa y bien escrita. No debe
llevar más de seis o siete firmas y entre los firmantes deberían figurar
personas de cierta edad y prestigio. ¿Crees que Reyes firmaría? Su firma
salvará a Mutis. Quizá Tamayo-va en camino y debe llegar a México uno de estos
días- quizá Pellicer, quizá José Luis Martínez. Desde luego. Te autorizo
a firmar por mí y en mi nombre. La carta no debe publicarse porque legalmente
al Presidente le sería difícil justificar un acto de clemencia de esta
naturaleza.
Finalmente, la carta debe ser entregada al Presiente por
una persona de peso o que goce de su confianza. Sugiero a Manuel Moreno
Sánchez, que es inteligente y generoso. Su mujer, Carmen Toscano, es una
persona sensible y que, si tú la vez, podría ayudarte y aconsejarte. Inclusive
se me ocurre que, antes de iniciar cualquier gestión, procures verla y
exponerle la situación. Estoy seguro de que Carmen te escucharía con simpatía y
sabrá orientarte. En fin, querida Helena, creo que esta clase de gestiones son
más útiles para Mutis que una campaña de prensa… Por favor, antes de iniciar
nada, escríbeme y dame tu opinión.
Carta
a Elena Poniatowska (11 de noviembre de 1961)
En 1962 dejé París por Delhi. No era mi primera visita al Oriente. Entre
1951 y 1952, también trabajando para la Secretaría de Relaciones Exteriores,
había vivido cerca de un año, primero en la India y después en el Japón. Desde
esa época me habían interesado profundamente las civilizaciones de la India y
las del Extremo Oriente, es decir, la de China, Japón y Corea[...] Sin
propósito de erudición, pero movido por algo más que la curiosidad intelectual
o estética, había leído ya algunos de los grandes libros filosóficos y poéticos
de India, China y Japón. La verdad es que me sentía más cerca de la poesía y la
prosa de China y Japón que de la gran literatura sánscrita de la India. En
cambio, el pensamiento indio me fascinaba y todavía me fascina: grandiosa
unión, rigor lógico, delirio especulativo y fabulación mítica.
Los
seis años en la India fueron un continuo descubrimiento: Los paisajes y las gentes
en sus paisajes. Mejor dicho, las gentes como si fuesen paisajes, pero no
paisajes físicos sino históricos y psíquicos. Paisajes humanos que eran como
lugares de intersección entre lo que los antropólogos llaman la naturaleza y la
cultura.
“Cuarta conferencia” (Itinerario: 120)
Viví durante
seis años en la India, entre 1962 y 1968. La civilización de la India es una
civilización muy original, cerrada sobre sí misma como la mesoamericana y
profundamente religiosa. Todorov subraya el individualismo europeo y señala
que el indio americano era un ser insertado en la colectividad. Bueno, en la
India encontramos también que el individuo es casi indistinguible del grupo. El
individuo es parte de la casta; a su vez, la casta es parte del mundo.
“Pasados”
(8:210)
Mi
experiencia india ha sido, en este sentido, mejor. (Quiero decir: más radical.)
Es la extrañeza total. No la hostilidad (eso es español y mexicano) ni tampoco
la indiferencia (a la sajona) sino.., no sé cómo decirlo. La coexistencia —la
promiscuidad, el sentirte rodeado de una vegetación humana que no te conoce y a
la que no conocerás nunca. Por fortuna (yo también), descubrí la belleza. Como
tú (como todos) más en la naturaleza que en las piedras, más en las piedras que
en los hombres. Descubrí las noches. Sus árboles, el ruido del aire y algo que
nunca había oído realmente, el son sagrado, el son pánico: los animales que
chillan, aúllan o mugen en la noche. También (y eso ha sido una verdadera
revelación, pues antes no la conocía) descubrí a la música. A la india y a la
occidental. He leído (poco), escrito (poquísimo) y he recorrido el continente.
Ceilán, Cambodia, Pakistán, Afganistán, Nepal y gran parte de la India. En esto
he sido afortunado. Pero no hay que envidiarme demasiado: he pasado muchos
meses en Delhi, rodeado de gente más necia, presuntuosa e ignorante del
planeta. (Pienso en los indios pero asimismo en los extranjeros.) Y ahora este
baño de Europa (más exactamente de Francia) me ha desconcertado. No sé si
podría vivir mucho tiempo en París. Me asusta la dispersión del espíritu y la
prostitución del alma. Todo lo que dijo Baudelaire de París es verdad. Y sin
embargo, ¿podría vivir en otra ciudad? Nuestras tierras o son fofas como
Uruguay o Argentina o espinosas como España y México. Los sudamericanos me
empalagan, y mis compatriotas y los españoles me horrorizan. En suma, sí, lo
confeso, soy un afrancesado.
Carta
a Tomás Segovia (28 de Junio de 1964)
Aparición
Si el hombre es polvo Esos que andan por el llano Son hombres
Pueblo
Las piedras son tiempo El viento Siglos de viento Los árboles son tiempo Las gentes son piedra El viento Vuelve sobre sí mismo y se entierra En el día de piedra
No hay agua pero brillan los ojos
El sistema social indio posee la geometría de una construcción racional y la persistencia de un paisaje natural. Por eso tal vez ha resistido durante milenios a la erosión de la historia. El mismo entrelazamiento se advierte en la arquitectura, que es más bien una escultura monumental cuya riqueza evoca más que nada la proliferación vegetal y animal de la naturaleza. Pero esta arquitectura-escultura da la impresión también de ser un producto fantástico, una construcción de la fantasía. En la India, una vez más, se conjugan naturaleza y cultura. Por ejemplo, los dos grandes extremos de su vida espiritual y religiosa, el ascetismo y la sensualidad, no son dos polos opuestos como entre nosotros, sino dos notas musicales que se unen y separan y vuelven a unirse: encarnación y desencarnación. Lo mismo en el hinduismo que en el budismo encontramos, a veces simultáneamente, el doble y contradictorio movimiento hacia la encarnación y hacia la desencarnación.
No y sí Juntos Dos sílabas enamoradas
Algunos ven en la India no sé que fuente misteriosa de sabiduría espiritual, una sabiduría hecha de los lugares comunes de un orientalismo trasnochado; otros ven en ella la imagen misma del horror, la miseria, el subdesarrollo... Ambas ideas son falsas. Porque no se puede hablar de la India a la ligera. Recordemos nuevamente que esa gran civilización nos ha dado al Buda y a Gandhi. No hay nada que me irrite más que todos esos periodistas, técnicos y expertos que, apenas desembarcados en Bombay, empiezan a dar consejos a los indios. Yo no dudo de sus buenos sentimientos cristianos, de sus buenos sentimientos capitalistas o de sus buenos sentimientos marxistas-leninistas. Tampoco dudo de su ignorancia. No son menos etnocéntricos que los imperialistas del XVlll y del XlX.
Uno de mis
amigos indios, el musicólogo Narayana Menon, me inició en la música de
su país. La seducción fue instantánea. Algunos ragas me hacen pensar, más bien:
me hacen oír, en otra dimensión, a Bach. También, a veces, al mejor jazz.
Además, la música vocal de la India. Es un arte difícil y refinado, como el de
Gesualdo y los madrigalistas italianos del Renacimiento o, en el otro extremo,
el cante jondo. La voz humana edifica con aire construcciones de aire. Torres
de sonidos, torres de reflejos.
“Poesía,
pintura, música, etc.” (Entrevista con Manuel Ulacia)
15:134
Las lecciones del jardín
Viajé mucho por la India, por Ceilán, por Afganistán. Viajé también hacia adentro de mí mismo.
Una casa, un jardín, No son lugares: Giran, van y vienen. [...] No hay más jardines que los que llevamos dentro.
Once años más
tarde, en 1962, regresé a Delhi como embajador de mi país. Permanecí un poco
más de seis años. Fue un período dichoso: pude leer, escribir varios libros de
poesía y prosa, tener unos pocos amigos a los que me unían afinidades éticas,
estéticas e intelectuales, recorrer ciudades desconocidas en el corazón de
Asia, ser testigo de costumbres extrañas y contemplar monumentos y paisajes. Sobre
todo, allá encontré a la que hoy es mi mujer, Marie José, y allá me casé con
ella. Fue un segundo nacimiento.
“Vislumbres
de la India” (10:369)
En esta segunda
estancia tuvimos varios amigos. Sería fastidioso mencionarlos a todos pero, por
lo menos, tengo que recordar a J. Swaminathan, pintor y poeta, espíritu
que unía la originalidad ¿e la visión al rigor intelectual. Al inteligente
Sham Lal, gran conocedor tanto del pensamiento moderno occidental como de
la tradición filosófica de la India, especialmente de la budista. A Krishnan
Khannan, pintor de volúmenes sólidos y equilibrados. Al ensayista político Romesh
Thapar, hombre de gran vitalidad y perspicacia intelectual, y a su mujer,
Raj, no menos aguda y vivaz; a su hermana, la conocida historiadora Romila
Thapar; a la novelista Ruth Jhalavala, conocida no sólo por sus
inteligentes adaptaciones al cine de varias novelas de Forster sino por sus
propias obras; a Kushwant Singh, inquieto periodista y autor de una
historia de Los sikhs en dos volúmenes; al pintor Husain, el más viejo y
el más joven de los pintores indios, con un pie en la vanguardia y el otro en
la tradición; a dos poetas notables, Agyega (S. Vatsyanan), patriarca de
la poesía hindi, y a un joven que murió demasiado joven, Shrikant Verma.
"Vislumbres de la India" (10:371-372)
También tuvimos
amigos músicos, como Chatur Lal, gran maestro de la tabla y que bebía
más whisky que un escocés. Y los pintores: Gaytonde, cuyos paisajes
abstractos, sin parecerse a la realidad, eran crepúsculos de Bombay; J.
Kumar, hombre sonriente y artista de construcciones severas; Ambadas, que
ahora vive en Noruega... Y a dos mujeres notables. Una: Pupul Jayakar,
conocida y reconocida autora de varios y hermosos libros, indispensables para
todo aquel que desee conocer un aspecto de la tradición india: su fascinante
arte popular. La otra es Usha Bhagat, gran conocedora de la música
popular del norte. Imposible no recordar a un catalán hindú, a un tiempo
teólogo y ave viajera en todos los climas, de Benarés a Santa Bárbara,
California: Raimon Panikkar. Hombre de inteligencia eléctrica y con el
que discutí muchas horas, no como podría suponerse sobre alguna doctrina de
Santo Tomás o un pensamiento de Pascal, sino en torno a algún punto
controversial del Gita o de un sutra budista. Nunca he oído a nadie atacar con
la furia dialéctica de Panikkar a la herejía budista... desde la ortodoxia de
Shankara. Otro conversador de razones afiladas: Nirad C. Chaudhuri. Un
gnomo, un duendecillo que, apenas abre la boca, cautiva nuestra atención con sus
ocurrencias, sus reflexiones agudas e impertinentes, sus opiniones arbitrarias,
su cultura y sus sarcasmos, su valiente, descarada sinceridad. Chaudhuri es el
autor de una obra maestra, Autobiography of an Unknown Indian, y de
varios libros de ensayos cáusticos y penetrantes sobre su país y sus
compatriotas. Su último libro, Thy Hand, Great Anarch! India, 1921-1952
(Londres, 1987), un volumen de más de novecientas páginas, es quizá demasiado
prolijo para un extranjero que no se interese demasiado en los detalles e
intimidades de la política india, pero contiene páginas admirables y que
iluminan con otra luz, más cruel pero más real, la historia moderna de la
India. El capítulo final, «Credo ut Intelligam», es un testamento filosófico y
moral que, simultáneamente, nos conmueve y nos hace pensar. Conocí a Raja
Rao, el novelista y ensayista, en 1961, en París, en casa del poeta Yves
Bonnefoy, un poco antes de mi segundo viaje a la India. La noche de nuestro
encuentro descubrimos que a los dos, aunque por razones distintas, nos
interesaba la herejía cátara. A él, por ser un espíritu filosófico y religioso;
a mí, por la relación —a mi juicio muy tenue y meramente circunstancial - entre
el catarismo y el amor cortés. Nos hicimos amigos y en cada uno de sus viajes a
Delhi —era profesor en una universidad norteamericana— no dejaba de visitarme.
Vislumbres de la india (10:373-374)
En cuanto a mí,
francamente no sé qué diría. He viajado, he visto espectáculos extraordinarios,
lamentables o, las más de las veces, ridículos; me he ocupado de muchas cosas
(todas ellas «importantes» e insignificantes) y, en resumen, no me ha pasado
nada. No, no he alcanzado la ataraxia que tanto sorprendió a Alejandro y sus
griegos cuando descubrieron a los primeros ascetas indios (filósofos
gimnosofistas los llamaron, no me acuerdo bien por qué). Sospecho que esos
estados de soberana indiferencia o son una superchería o un indicio de alguna
lesión vital. Me siento vivo, demasiado vivo; y veo al mundo —aunque lo veo a
través de una gruesa lente— también vivo. Sólo que entre el mundo y yo hay esa
lente, esa película transparente que, literalmente, no es nada —y eso es lo que
nos separa.
Carta
Lean-Clarence Lambert
Tuve encuentros con paisajes, monumentos, gente y, sobre todo, con una
muchacha.
(Itinerario:121)
Me crucé con una muchacha. El pacto Del sol del verano y el sol de otoño: sus ojos. Partidaria de acróbatas, astrónomos, camelleros. Yo de fareros, lógicos, sadúes. Nuestros cuerpos se hablaron, se juntaron y se fueron. Nosotros nos fuimos con ellos.
Este encuentro cambió mi vida, porque aquella muchacha no tardó en
convertirse en mi mujer (Marie-José).
(Itinerario:121)
Pues bien, a
fines de 1963, recibí un telegrama de Bruselas en donde se me anunciaba que me
habían otorgado el Premio Internacional de Poesía de Knokke le Zoute. En
aquellos días aquel premio gozaba de prestigio. No era un premio popular; pocos
conocían su existencia pero para esos pocos —los únicos que me interesaban de
verdad— era, más que una distinción, una suerte de confirmación. Se lo habían
concedido a Saint-John Perse, a Lingaretti y a Jorge Guillén. La noticia
me conturbó. Desde mi adolescencia escribía poemas y había publicado varios
libros pero la poesía había sido siempre, para mí, un culto secreto, oficiado
fuera del circuito público. Jamás había obtenido un premio y jamás lo había
pedido. Los premios eran públicos; los poemas, secretos. Aceptar el premio,
¿no era romper el secreto, traicionarme?
Vislumbres
de la India (10:374)
Alguna vez
Saint-John Perse, con esos aires de gran rey (que en él no son ridículos ni
afectados) me profetizó un premio (no éste). Me reí e interiormente me dije
que Perse, como esos monarcas de la antigüedad, sembraba la semilla de la
guerra intestina, los interregnos y las usurpaciones (sabía que a otro amigo le
había hecho el mismo augurio). Pero vuelvo al premio: al recibir la noticia,
pensé que debería rechazarlo. Unas horas de reflexión (y un amigo indio,
presente por casualidad en el momento en que me llegó el telegrama) me
convencieron de la tontería de ese gesto. Por una parte, hubiera sido un rasgo
de orgullo o (peor) de vanidad; por la otra, si los premios son ridículos,
más lo es rechazarlos.
Carta
a José Luis Martínez (18 de septiembre 1963)
Ananda [Mai]
me interrumpió: «Ya Raja Rao me contó su pequeño problema». «Y qué piensa
usted?», le dije. Se echó a reír: «Qué vanidad! Sea humilde y acepte ese
premio. Pero acéptelo sabiendo que vale poco o nada, como todos los premios. No
aceptarlo es sobrevalorarlo, darle una importancia que tal vez no tiene. Sería
un gesto presuntuoso. Falsa pureza, disfraz del orgullo... El verdadero
desinterés es aceptarlo con una sonrisa, como recibió la naranja que le lancé.
El premio no hace mejores a sus poemas ni a usted mismo. Pero no ofenda a los
que se lo han concedido. Usted escribió esos poemas sin ánimo de ganancia. Haga
lo mismo ahora. Lo que cuenta no son los premios sino la forma en que se
reciben. El desinterés es lo único que vale...». Una vieja señora alemana quiso
intervenir pero Ananda la disuadió con estas palabras: «Por hoy hemos terminado
... » [...] Rao agregó: «No sé si se habrá fijado que Ananda se limitó a repetir
la doctrina del Gita>'. No, no me había dado cuenta. Sólo años más tarde
comprendí: dar y recibir son actos idénticos si se realizan con desinterés.
Las palabras de
Ananda Mai me animaron a aceptar el premio. Al año siguiente, para
recibirlo, viajé a Bélgica pero me detuve por unos días en París. Una mañana
—azar, destino, afinidades electivas o como quiera llamarse a esos encuentros—
me crucé con Marie José. Ella había dejado Delhi unos meses antes y yo ignoraba
su paradero, como ella el mío. Nos vimos y, más tarde, decidimos volver
juntos a la India. Recuerdo que una noche, un poco antes de mi salida de París,
le conté a André Breton mi sorprendente encuentro y él me contestó citándome
cuatro versos de un misterioso poema de Apollinaire (La gitana):
Sabiendo que nos condenamos
en el camino nos amamos;
lo que nos dijo la gitana
lo recordamos abrazados
Nosotros, Marie José y yo, no
obedecimos al oráculo de una gitana y nuestro encuentro fue un
reconocimiento.
“Vislumbres
de la India” (10:375-376)
Una muchacha real Entre las casas y las gentes espectrales Presencia chorro de evidencias Yo vi a través de mis actos irreales La tomé de la mano Juntos atravesamos Los cuatro espacios los tres tiempos Pueblos errantes de reflejos Y volvimos al día del comienzo El presente es perpetuo
[En la India, en 1964,] nos casamos debajo de un gran árbol, un nim muy
frondoso.
“Entrevista con Rita Guibert” (15:431)
Los testigos fueron muchos mirlos, varias ardillas y tres amigos.
(Itinerario:121)
Hacia 1965 vivía
yo en la India; las noches eran azules y eléctricas como las del poema que
canta los amores de Krishna y Radha. Me enamoré. Entonces decidí escribir un
pequeño libro sobre el amor que, partiendo de la conexión íntima entre los tres
dominios —el sexo, el erotismo y el amor—, fuese una exploración del
sentimiento amoroso. Hice algunos apuntes. Tuve que detenerme: quehaceres
inmediatos me reclamaron y me obligaron a aplazar el proyecto.
“La
llama doble” (10:211)
Chuang Tseu le pidió al cielo sus luminarias, Sus címbalos al viento, Para sus funerales. Nosotros le pedimos al nim que nos casara.
El árbol estaba lleno de ardillas y arriba, en las ramas más altas, a
veces se posaban aguiluchos y también muchos cuervos. Cerca de nuestra casa
había unos mausoleos musulmanes. Cada mañana veíamos bandadas de pericos que
venían desde un extremo de la ciudad a las tumbas; al atardecer, volvíamos a
ver las mismas bandadas volando sobre nuestra casa.
“Entrevista con Rita Guibert” (15:431)
En los jardines de los Lodi
En el azúl unánime Los domos de los mausoleos —Negros, reconcentrados, pensativos— Emitieron de pronto Pájaros
Una mañana estábamos desayunando en el jardín y de pronto sentimos que
descendía sobre nosotros en línea recta una sombra negra que chocó contra la
mesa y desapareció. Era un gavilán ladrón de comida. En los atardeceres el
cielo del jardín se cubría de unos pájaros que volaban pesadamente en círculos.
Descubrí que no eran pájaros sino murciélagos. No, no son animales
repulsivos... En las tardes de invierno el jardín aquel se iluminaba con una
luz pareja, más allá del tiempo. Una luz, diría, imparcial, reflexiva. Recuerdo
que le decía a Marie-Jo: «Será difícil que olvidemos las lecciones metafísicas
de este jardín». Ahora lo diría de otro modo. ¿Por qué metafísicas? «Será
difícil que olvidemos las lecciones de aquel jardín». Lecciones de una amistad,
una fraternidad con las plantas y los animales. Todos somos parte de lo mismo
“Entrevista con Rita Guibert” (15:431)
En la fraternidad de los árboles
aprendí a reconciliarme,
No conmigo:
Con lo que me levanta y me sostiene y me deja caer.
Para los occidentales la naturaleza es una realidad que hay que dominar
y usar. Esta creencia es la base, el fundamento de nuestra ciencia y de nuestra
tecnología. Para los indios la naturaleza es todavía una madre que puede ser
benévola o terrible. Además, no hay fronteras claras entre el mundo animal y el
humano. Esta actitud puede llegar a extremos inconcebibles para nosotros. Dos
de los problemas más graves de la India son el exceso de población humana y el
de población vacuna. Pues yo leí en un diario de Delhi un editorial muy serio
en el que se proponía —esto pasaba antes de la pildora del loop— la
instalación de una fábrica destinada a producir por millones dos tipos de
diafragmas uterinos, uno para las mujeres y otro para las vacas.
“Entrevista con Rita Guibert” (15:431)
La India nos enseñó, a Marie-Jo y a mí, la existencia de una
civilización distinta a la nuestra. Y aprendimos no sólo a respetarla sino a
amarla. Aprendimos sobre todo a callarnos.
“Entrevista con Rita Guibert” (15:432)
En tránsito
El jardín se ha quedado atrás. ¿Atrás o adelante? No hay más jardines que los que llevamos dentro. ¿Qué nos espera en la otra orilla? Pasión es tránsito: La otra orilla es aquí, Luz en el aire sin orillas: Prajnaparamita, Nuestra Señora de la Otra Orilla, Tú misma, La muchacha del cuento, La alumna del jardín.
Lo que nos propone el budismo es el fin de las relaciones, la abolición
de las dialécticas –un silencio que no es la disolución sino la resolución del
lenguaje.
“Recapitulaciones” (1:296)
En 1964
escribí medio centenar de páginas que llamé Los signos en rotación. El
editor anunció el folleto como un «manifiesto poético». No sé si realmente lo haya
sido. Sé, en cambio, que fue una tentativa por esclarecer la manifestación de
la poesía en nuestro siglo, su aparición como un signo errante en un tiempo
también errante: este tiempo que acaba y ese tiempo, aún sin nombre, que ahora
comienza. Vi a la poesía como una configuración de signos. Y la figura que
trazaba era la de la dispersión. Poema: ideograma de un mundo que busca su
sentido, su orientación, no en un punto fijo sino en la rotación de los puntos
y en la movilidad de los signos. Lo que sigue es la prolongación y la
crítica de aquellas reflexiones.
“La
nueva analogía: poesía y tecnología” (1:301)
En nuestra época
la crítica funda la literatura. En tanto que esta última se constituye como
crítica de la palabra y del mundo, como una pregunta sobre sí misma, la crítica
concibe a la literatura como un mundo de palabras, como un universo verbal. La
creación es crítica y la crítica, creación. Así, a nuestra literatura le
falta rigor crítico y a nuestra crítica imaginación.
“Corriente
alterna” (6:366)
Diseñé [los Discos
Visuales] cuando vivía en la India, en 1964 0 1965. Me interesaban
muchas cosas al mismo tiempo: el budismo, el taoísmo, el estructuralismo
lingüístico y antropológico, la filosofía del lenguaje. Los Discos visuales
tienen que ver con la idea de duración y movimiento. Es una paradoja que el
movimiento engendre la duración pero es una paradoja que comprobamos todos los
días. No podemos concebir un tiempo inmóvil. Siempre lo concebimos en
movimiento, en cambio continuo. Así pues, la duración es el cambio. Y ésta es
la paradoja: que el cambio engendre a la duración. Es una paradoja semejante a
la de la identidad final entre el todo y la nada.
“I
Ching y creación poética” (153)
Poco te contaré
de mi vida aquí. El país (los países) atrofia a la razón y al lenguaje. He
viajado mucho y he visto ruinas grandiosas, selvas, desiertos, horrores y
maravillas. No sé —no podría, además— cómo contar todo lo que he visto: Ceilán,
el sur de la India, Singapur, Angkor, el norte, el centro de la India,
Pakistán, Afganistán (llegué hasta cerca de la frontera persa y espero regresar
para conocer la frontera rusa). Desde hace dos meses me ocupo de la instalación
de la casa. Con la ayuda de los González de León —que tienen imaginación y
gusto. Creo que será una bonita Embajada. O mejor dicho: una casa muy
agradable, con un jardín prodigioso de 3000 metros. Lo único que me da pena es
vivirla solo. Invité a Soriano —pero no creo que se decida a venir nunca. ¿Y
ustedes? ¿Por qué no aprovechar uno de esos congresos de Unesco —algunos se
celebran en Oriente— y dar el salto? ¿Creo que en Delhi habrá —a fines de este
año o principios del próximo una reunión de orientalistas, patrocinada por
Unesco? ¿No podrían venir? Les ofrezco la mitad de la casa, la totalidad del
jardín, algunos viajes (a Nepal, por ejemplo), algunos conciertos de música
india (es mi gran amor), una comida que recuerda a la mexicana, y un pequeño
grupo de amigos bastante simpático. Ah (the last but no[t] the least): un profesor de yoga... ¿Se
deciden?
Carta
a José Luis Martínez (22 de septiembre de 1963)
Un jardín no es un lugar: Es un tránsito, Una pasión: No sabemos hacia donde vamos, Transcurrir es suficiente, Transcurrir es quedarse.
En una de
nuestras visitas, Marie José y yo pasamos una temporada en una casa que nos
prestó un amigo de Colombo, construida en un promontorio frente al mar y desde
la que se podía ver la fortaleza de Galle, fundada por los portugueses en
el siglo XVI. La construcción actual, un poco posterior, es holandesa. En las
cercanías hay una ensenada sobre la que cae, azul y blanco, un chorro de agua
potable que mana entre las rocas. Allí los barcos portugueses se detenían para
proveerse de agua fresca [...]Cuál no sería mi sorpresa cuando, un año
después, me enteré de que Pablo Neruda había vivido en ese lugar treinta años
antes y de que, según le cuenta a un amigo en una carta, lo había encontrado
abominable. El hombre es los hombres; cada uno de nosotros es distinto. Y
sin embargo, todos somos idénticos.
"Vislumbres de la india" (10:371)