Conversaciones y novedades

Salamandra

Alejandra Pizarnik

Año

1963

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Lecturas y relecturas: la obra poética

Lustros

1960-1964

 

Alejandra Pizarnik 

 

Hölderlin pregunta en uno de sus más bellos poemas: ¿por qué ser poeta en tiempos de penuria? Ha pasado más de un siglo y Heidegger reconoce, por su parte, la pertinencia de la pregunta a la cual responde de una cierta manera, al decir que los poetas, en tiempo de penuria, deben cantar la esencia de la poesía. Cediendo a la tentación de simplificar, nosotros podemos decir que la poesía moderna ilustra, en la mayor parte de sus grandes figuras, lo que pregunta Hölderlin y lo que afirma Heidegger. No es nada arbitrario proponerse estas cuestiones, ya que son las mismas de la poesía moderna, a propósito precisamente de Octavio Paz.

Octavio Paz ha cercado, con una intensidad sin igual, el aroma inherente del decir poético. Sin embargo, ésta no ha sido únicamente su preocupación.

Sus primeros poemas y sus primeros ensayos están, al contrario, centrados sobre los problemas de la libertad, de la soledad de la patria, del erotismo... iluminados por un pensamiento singular, encarnados en un lenguaje de magia pura. Las maravillosas conquistas pasadas que aparecen hoy en su último libro, Salamandra, son un tributo al drama del lenguaje. Esto no debe sorprendernos ya que todo poeta auténtico está a la búsqueda de un modo, o siempre, de la significación y de la validez de la poesía. Hay en Salamandra poetización de este contenido: el poeta canta a la esencia. Las diversas preocupaciones que acabamos de citar resurgen, pero bajo un nuevo día. Para Octavio Paz no existe un detenerse.

Cada uno de sus libros prohíbe cualquier tipo de clasificación, cada uno de ellos es una nueva invitación al viaje... al fin de la noche —y del día— agregaríamos nosotros.

El poema que lleva el título del libro nos permite asistir a la metamorfosis de esa palabra perturbadora: la salamandra es fuego, ella es su antídoto, es el agua, la tierra, la luz, una “muchacha de medias moradas corriendo despeinada por el bosque”. El poema de Paz define diversas especies de salamandras; explica, transmuta, exalta e inventa. En fin, la salamandra: “Es inasible. Es indecible”.

La misma actitud y la misma inquietud ante la palabra: indecible cuando se intenta hablar de ella.

La ciudad es inmensa y sin sentido, es humo petrificado. Recortado por indumentarias vacías y por máscaras que no expresan nada. Ningún punto nos aproxima, si no: “¿Para qué sirven? —Para horadar el cemento... con la gota de tinta”. No es suficiente afirmar que la “muerte de Dios” rige nuestro tiempo: la naturaleza, también, es muerte. Pero la poesía, entre otras cosas, es también práctica conjuratoria: ... dibujar en la página. Un caballo de hierba. Contra la noche, la sed y la ausencia. Nombrar es ser: “No lo que dices, lo que olvidas”, “escritura silencio que canta”.

Para el poeta la palabra rige todos los posibles, todos los imposibles: “Nada se dice excepto lo indecible”.

Ésta es una alta convicción que es difícil de sostener en todo momento, sobre todo si quien la formula es un poeta excepcionalmente lúcido como Octavio Paz. Existe en Salamandra un ir y venir, una oscilación que caracteriza a la mayor parte de los grandes poetas modernos: sentimiento de la futilidad del lenguaje a través del cual las palabras se aparecen al poeta como una inmanencia desoladora —que no prohíbe en lo absoluto su transmutación en imágenes bellas y fuertes.

Su complemento es el instante en el que la palabra se levanta de la página blanca. El poeta no cesa en ningún momento de librar esta batalla:

Hemos perdido todas las batallas

todos los días ganamos una

                                    Poesía.

Gracias a esta victoria —duramente obtenida, día con día— tenemos acceso a la presencia, a lo que existe. Búsqueda constante de lo que hay. Batalla ganada a pesar de todo y a pesar de todos; a pesar de ella misma, a pesar del yo:

La conciencia y sus pulpos escribanos

se sientan a mi mesa

el tribunal condena lo que escribo

el tribunal condena lo que callo

 

 

El porta-Sísifo moderno: no puede decir, no puede no decir.

 

Vuelve a los nombres se exhorta a sí mismo

anchas espaldas de este mundo

lomos que cargan sin esfuerzo al tiempo

 

Vuelve a las palabras, pero perfectamente desesperado: “Los nombres no son nombres / no dicen lo que dicen”.

No obstante, hay esta promesa: “Yo he de decir lo que no dicen / yo he de decir lo que dicen”.

¿Promesa? Yo diría cumplimiento. Mejor todavía: es Salamandra quien me lo hace decir.

En la poesía moderna hay dos extremos: el todo es nada o el éxtasis (encuentro de la presencia: celebración, homenaje), boda del cielo y el infierno. Empresa difícil, más difícil cuando se descubre que la palabra es inocente, que se la ha probado en su tensión y en su filo.

La poesía de Octavio Paz pretende y llega a celebrar estas bodas, a establecer un puente entre los temibles contrarios. Mundo, presencia, ausencia y sueño-realidad...

 

Ya escrita la primera

palabra (nunca la pensada

sino la otra —ésta

que no la dice, que la contradice, que sin decirla está diciéndola)

[...]

Ya escrita la primera

palabra (hay otra, abajo,

no la que está cayendo,

la que sostienen al rostro, al sol, al tiempo

sobre el abismo: la palabra

antes de la caída y de la cuenta)

 

le prohíbe decir al aire pleno de la página blanca. Los paréntesis nos sugieren una especie de segundo silencio más íntimo que el de esta página, silencio que el poeta puebla de palabras: “Yo sé que estoy vivo / entre dos paréntesis”.

Claude Vigée comenta el martirio del poeta moderno queriendo hablar de lo que no es, de lo que no existe (es decir, de la ausencia) y emplea para este quehacer el lenguaje de las cosas: “Es mortal para la palabra humana quererse transformar en música del silencio”. Los mejores lo han conseguido y continúan haciéndolo. Descenso a los infiernos del lenguaje:

 

Escritura silencio que canta

 

Como el bosque en su lecho de hojas

tú duermes en tu lecho de lluvia

tú cantas en tu lecho de viento

tú besas en tu lecho de chispas

 

Hay en Salamandra una irrefutable presencia: la belleza violenta o infinitamente delicada de los poemas. Se podría calificar de visuales o de auditivos a los poetas que deben a la imagen o al ritmo las cualidades estéticas de sus textos. Se ha dicho con justeza que hay poemas que deben ser vistos, poemas que a nadie le vendría en mente de leer en voz alta, como por ejemplo “Fata Morgana”, de Breton, que contiene imágenes fascinantes. Por el contrario, no es posible dejar de ceder a la tentación de llevar a las palabras la voz de la “Piedra de sol” o de respirar según su ritmo: “tu falda de maíz ondula y canta,/ tu falda de cristal, tu falda de agua”.

Poeta auditivo y visual en el mismo grado es Octavio Paz.

Más que en sus libros anteriores, Octavio Paz se deja llevar por el juego del lenguaje, por el juego profundo con esa “sonaja de semillas semánticas”. (El arte es un juego —y otras cosas. Pero sin juego no hay arte.) Resultan así versos deliciosos en los que el carácter acentúa la verdad poética y moral:

Cementerio es sementero

simiento no miente

 

Inocencia y no ciencia

 

la belleza no pesa

la ignorancia es ardua como la belleza

un día sabré menos y abriré los ojos

Pero, los ojos abiertos o cerrados, ha escrito en Salamandra versos donde la belleza se sitúa aquí y ahora:

 

El mirlo está sobre la piedra gris

en un claro de marzo

 

Una prostituta bella como una papisa

cruzó la calle y desapareció en un muro verduzco

la pared volvió a cerrarse

 

Yo no diría —a pesar de que frecuentemente se ha proclamado— que Octavio Paz es un surrealista. Pero lo repito: es un poeta inclasificable, a pesar de estar fincado en las más bellas conquistas del surrealismo: lo maravilloso, el mundo onírico, la búsqueda apasionada de la libertad; la identificación (afirmada tanto en los poemas como en los ensayos) de la poesía y de la revolución, o mejor dicho: el abandono a determinadas prácticas cuya finalidad es siempre la desorganización del mundo tal como es, para que reaparezca su asombrosa estructura profunda, aquella que nos concierne verdaderamente.

Advirtamos igualmente —y éste es un privilegio de los grandes poetas— su aceptación del terrible riesgo que comporta la lucidez, sus poemas son los de un vigía perpetuo: la soledad de la conciencia y la conciencia de la soledad, el día a pan y agua, la noche sin agua.

Habla escúchame respóndeme

lo que dice el trueno

lo comprende el bosque

Este poema —prodigio de síntesis—, como tantos otros, nos obliga a preguntarnos por qué el drama del lenguaje surge en un poeta que dispone precisamente de la facultad de cantar de manera tan pura. Pero es el mismo Octavio Paz quien nos responde: el poeta... sabe que las palabras y las cosas no son lo mismo y por eso, para restablecer una precaria unidad entre el hombre y el mundo, nombra las cosas con imágenes, ritmos, símbolos y comparaciones.

Entre ahora y ahora,

entre yo soy y tú eres,

la palabra puente.

Puente tendido de una orilla a la otra: de la ausencia a la presencia, al tiempo recobrado. La palabra es portadora de realidades y presencias; agua real para mis labios de humo. ¿Qué es la palabra para nuestro poeta? “Si es muerte sólo por ella vivo.”

El poema no es la expresión del ser, sino la conmemoración de ese momento de fusión. Momentos privilegiados en el curso de los cuales —por la mediación del acto de amor, de una creatura natural, de algunas visiones interiores, de un paisaje urbano, de amantes abrazados— el instante se revela, alza el vuelo, colma al poeta a menos que no sea el poeta que lo colma. El ser y el tiempo se vuelven sinónimos de plenitud.

Sólo se compone de un solo instante, pero ¿cómo soportar esta fascinación estrechamente ligada a una especie de terror sagrado? Como si el instante se separara del tiempo. “Instante suspendido en el centro vibrante / entre quietud y movimiento.”

Parpadea el instante y dice algo. Todo se hace significante, significativo: la ciudad se abre como un corazón, la noche se abre. Todo es puerta, todo es puente; se anda entre la gente. Con el secreto a voces de estar vivo, las palabras se levantan de la página:

[...] vuelven las presencias

En esta vida hay otra vida

la higuera aquella volverá esta noche

esta noche regresan otras noches

 

Mientras escribo oigo pasar el río

no éste

            aquél que es éste

Un puente ha sido echado. Ahora es fácil atravesarlo entre el yo y el tú. Hemos llegado al lugar de la cita; el tiempo se para; el día y la noche se ligan de amistad: la luz es sombra, luz la sombra.

Himno entre ruinas. Tal es el título de un poema de Paz en el que los últimos versos caracterizan al poeta mismo: “Hombre, árbol de imágenes, palabras que son flores que son frutos que son actos”.



 

 



México en la Cultura, suplemento cultural de Novedades, n. 767, 10 de diciembre de 1963; publicado originalmente en Courrier du Centre International d'Études Poétiques, n. 45, Bruselas, 1963.

 


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