Ángel Gilberto Adame ; Esteban López Arciga
Año
1950
Lugares
Ciudad de México, México
Tipología
Historiografía
Temas
Los orígenes y la familia
Lustros
1950-1954
En otra ocasión en este portal se había discutido sobre la producción de vinos por los hermanos Lozano, José y Emilio Lozano Candón, este último el abuelo de Octavio Paz. A partir de su migración a la Ciudad de México, ampliaron el negocio hasta incluir cantinas. Un negocio redituable, pero malhadado, al ser conflictos legales lo que acabaría con él. Aquí que surge la inquietud por estudiar la evolución de esta línea de negocios en la generación posterior. Guillermo Lozano Delgado, hijo menor de Emilio se distinguiría por una larga y redituable carrera como restaurantero, empresas que habrían de atravesar un periodo muy particular en la Ciudad de México.
Carlos Monsiváis definió el periodo que transcurrió entre 1930 y 1960 como “la Edad de Oro de la Vida Nocturna” en nuestro país, ya que fue una época donde proliferaron los centros de entretenimiento para adultos de enorme calidad y variedad. Fue tal su relevancia, que este tipo de negocios llegaron a tener un nivel comparable con los de París o Nueva York.
El origen del cabaret en México está emparentado con las carpas y revistas, usualmente parodias de las grandes producciones que se presentaban en paralelo en teatros de alcurnia. El espectáculo de variedades se configuraría en un formato en el que los asistentes no sólo presenciaban las representaciones, sino que se volvería un lugar de encuentro donde podrían cenar y beber licores de distinta calidad. Es aquí donde ven sus inicios sitios como el Waikikí, el Tívoli, el Terraza Casino, el Burro, el Bombay y el aún operante Barba Azul.
La oferta de negocios de este tipo era extraordinaria, desde los de primera línea, hasta sitios dirigidos hacia un público popular, con una reputación más sórdida. El historiador Carlos Medina Carachero escribe: “En la década de los treinta los cabarets se multiplicaron por la capital, dando origen a uno de los espacios públicos más fecundos en la creación y recreación de mitos y realidades en el imaginario colectivo citadino. Los cabarets de la ciudad fueron parte del proceso de modernización experimentado por el México posrevolucionario”. Aunque su carácter como sitios de juerga no era puesto en duda, los espacios dieron lugar a todo un imaginario que prevalece gracias a su transmisión mediante el cine y la literatura.
El mismo Monsiváis describiría su ambiente de la siguiente manera: “No es el infierno sino el paraíso habitado por fornicadores, algo muy distinto; la felicidad del baile es el edén; la lujuria es el complemento diabólico del amor a la prójima”.
Para 1953, la Ciudad de México contaba con 3 mil 500 cabarets, 950 cervecerías, 300 cantinas y 200 pulquerías. El entretenimiento nocturno estaba viviendo un auge que parecía no tener fin; pero, aparte de los escenarios principales del circuito, existieron aquellos menores que, si bien contaron con respetables luminarias, no alcanzarían la fama de sus competidores más célebres.
Los Globos, ubicado en el 810 de la avenida Insurgentes Sur, administrado durante décadas por Guillermo Lozano Delgado y su hijo, Guillermo "Billy" Lozano López, fue en palabras de un periodista de la época “un cabaret de segunda con precios de primera”, que a pesar de su reputación menor, vio tanto el surgimiento de artistas importantes como el inicio, resplandor y decadencia del cabaret mexicano. Inaugurado a mediados de los 40, el negocio originalmente se trataba de un jardín de niños con los icónicos globos en su entrada. Lozano Delgado, dueño de un par de restaurantes, observaría el edificio con interés y se decidiría a comprarlo casi al instante. Originalmente se trataba de un restaurante más, pero al ver la coyuntura del floreciente mercado cabaretero, el empresario decidió cambiar el giro. Así, para inicios de la década de los 50, remodeló el local, lo amplió y lo reinauguró, ahora con espectáculos de variedades. Justo a tiempo para sacar dividendos en un momento de auge que, insospechadamente, estaba a unos años de concluir por el surgimiento de una nueva política moralista que estaba echando raíces en la ciudad.
"Billy" Lozano en el establecimiento
Durante el sexenio de Miguel Alemán, los cabarets alcanzaron lo que el narrador Enrique Serna llamó un “pecaminoso esplendor”. Este auge llevó a distintos empresarios a cambiar los giros de sus negocios para aprovecharse de la demanda de entretenimiento. Fueron también semilleros para la escena artística de la época.
Desde sus inicios, los Lozano habían impulsado las carreras de incipientes artistas tales como Antonio Matas, quien, según se dice, compuso su inmortal canción “Parece que va a llover” en uno de sus restaurantes, así como el dueto Los Bribones, integrado por Nacho Irigoyen y Antonio Ferrusquia, intérpretes de una serie de boleros de éxito masivo. En su nueva faceta como cabaret, Los Globos tendría sobre sus escenarios a celebridades como Los Polivoces, la actriz y vedette Virma González, Salvador “Rabito” Agüeros, y el aún famoso Sergio Corona, quien fue bailarín en el establecimiento cuando se presentaba en dupla con Alfonso Arau.
De esta manera “Billy” Lozano, quien ya se había dedicado a la producción, comercialización y, en algún punto, tráfico de vinos, vería sus ingresos incrementarse exponencialmente con el negocio del cabaret. Era la época en la que estos establecimientos generaban auténticas estrellas, donde era posible ver en vivo a las actrices que simultáneamente aparecían en la gran pantalla. Si bien en el escenario de Los Globos no pasaron las máximas luminarias del momento, su presencia en el circuito fue tal que Telesistema Mexicano (la actual Televisa) realizó transmisiones desde ahí.
El recinto
Reconocido por ser un espacio más íntimo que los grandes recintos del Jardín Terraza o el Waikikí, los entretenimientos encontrados en Los Globos fueron motivo de orgullo para sus dueños. Guillermo, hijo de “Billy” Lozano, recordaría: “Yo le digo una cosa, no ha habido ningún cabaret que haya tenido las variedades que nosotros tuvimos, puras producciones. Una fue con unos artistas mexicanos y después nos fuimos a Cuba y nos trajimos 30 artistas”.
Eleazar Martínez en Los Globos
Esta aseveración no era única entre los empresarios del cabaret del siglo pasado. Prácticamente todos los sitios de nota contaron con alguna luminaria. Sin embargo, el apogeo no sería permanente. Con la llegada de Adolfo Ruiz Cortines a la Presidencia, el discurso oficial adquiría tonos de decencia que no serían compatibles con la fructífera y licenciosa vida nocturna.
Adalid de este cambio fue el nuevo regente capitalino, Ernesto P. Uruchurtu, quien impuso una política de profilaxis social. La ciudad deseada era una en la que los gobernados se comportaran de manera moral, por lo cual fue imperativo atacar cualquier establecimiento que fomentara actitudes sórdidas. Serna relata en su novela “El vendedor de silencio”:
“Clausuraba tugurios a granel por infringir las normas administrativas, empezando por la más estricta de todas: no vender licor después de la medianoche. La corrupta Babilonia iba en camino de volverse una ciudad levítica. Sus escándalos desentonaban con los nuevos aires de la política mexicana, y las circunstancias lo forzaban a cambiar de fachada”.
Sin embargo, como suele ocurrir, la ley se aplicaba con distinción. Muchos lugares de juerga lograron mantenerse a flote ganándose el favor del mandatario en turno. De este modo es que Los Globos permaneció abierto. Sergio Corona me relató una curiosa anécdota en la que el regente de hierro le obsequió un lujoso automóvil a uno de los bailarines principales del recinto. No obstante, esto no sería suficiente para sostener Los Globos a largo plazo, y este, al igual que el México de noche, experimentaría un lento declive.
Sergio Corona
Previo a los años del gobierno de Ernesto P. Uruchurtu, negocios como la distribución de licores, la prostitución y los espectáculos de variedades sucedieron con cierta permisividad, lo que promovió la creación de llamadas “zonas de tolerancia” donde estas actividades podían llevarse a cabo sin mucha intromisión. La llegada del “regente de hierro” puso fin a las indulgencias.
Los cabarets se vieron particularmente afectados. Los establecimientos que cerraban ya muy entrada la madrugada ahora tendrían permiso únicamente hasta la una de la mañana, y serían sometidos a constantes chequeos, algunos por parte de “espías” cuya labor era incentivar a los propietarios a desobedecer la ley. Los sobornos se convirtieron en el único recurso mediante el cual los garitos pudieron mantenerse a flote. La época áurea de la vida nocturna tenía sus días contados.
Los Globos nunca convocó grandes audiencias, por tanto, fue vulnerable al nuevo régimen. Por esas fechas, fue clausurado por vender alcohol adulterado. A causa de este incidente, Billy Lozano y sus hijos debieron pagar una multa 43,362 pesos. Transcurrida una quincena, volvió a abrir sus puertas.
Sin embargo, en el lugar todavía llegaron a presentarse artistas como Gina Romand, Silvia Pinal, María Felix, Pepe Jara, Marco Antonio Muñiz, Tony Bennett y León Escobar. Según el testimonio del histrión Sergio Corona, seguía siendo un sitio de moda entre la escena artística y bohemia: “Yo recuerdo que Cantinflas iba, y todos los artistas de show que venían a México iban a Los Globos porque era de los mejores, tenía un sistema de escenario que era una pista para bailar”. El periodista Rafael Cardona menciona que fue en Los Globos donde Chavela Vargas le pidió la mano a la inmortal “Macorina”. También de nota es la celosía hecha por Manuel Felguérez en 1959 para adornar el foro, indicando la importancia que aún mantenía en el imaginario.
Silvia Pinal
Pareciera que el establecimiento logró hacerse de una audiencia influyente, que incluía a Alfonso Durazo, Mario Moreno Cantinflas, Agustín Barrios Gómez, incluso a Uruchurtu, situación que quizá extendió la vida del recinto; no obstante, las medidas de profilaxis social habrían de magullar sus ingresos, de modo que el modelo original, el de ser en esencia un restaurante con el espectáculo integrado, sería cada vez menos redituable. Octavio Paz habría de frecuentar el espacio esporádicamente, principalmente para hablar con su primo Francisco Lozano.
Alejandro Jodorowsky hace un recuento de su experiencia en Los Globos en el cual vislumbra el proceso de decadencia: “En el instante mismo en que penetré en este antro, se esfumó mi libertad y me sentí como un extraterrestre que, después de atravesar el interespacio, hubiera aterrizado en una cárcel. Vi galeotes bailando, fumando tabaco y yerba, tomando cocaína y pastillas, siendo conscientes de un pequeño trozo de ciudad, de un fragmento mínimo de tiempo, difuntos con máscaras de inmortales y encadenados al ritmo atronador, aceptando el mundo tal como se lo daban a tragar, devorándose los unos a los otros, cargando un lastre de límites convertidos en identidad”.
De acuerdo con distintos medios, el espacio fue convirtiéndose en un salón de baile donde las variedades fueron haciéndose más escuetas. Una crónica sobre su cierre señala faltas como el “permitir acceso a las mujeres solas”, “no tener vajilla, ni mantelería, ni cubiertos, lo que demuestra que no había servicio de alimentos”, y “no presentar variedad artística como corresponde a un centro de primera categoría”.
Para principios de los años setenta Los Globos desapareció. Los Lozano dirían muchos años más tarde que el paso de Uruchurtu “hizo fracasar a todos los cabarets de México”.