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"La mujer del miércoles": Artículos de Helena Paz Garro

Helena Paz Garro

Año

1968

Lugares

Ciudad de México, México

Personas

Paz Garro, Helena

Tipología

Historiografía

Temas

El origen y la familia

 

Estos artículos escritos por Laura Helena Paz Garro pertenecen al breve periodo en el que tanto ella como su madre, Elena Garro, colaboraron de manera habitual en la revista ¿Por qué? publicación de actualidad que cubría tópicos de cultura y política, siendo acaso su más notoria característica la clara filiación de izquierda que profesaba, principalmente desde la perspectiva del movimiento estudiantil. Dirigida por el periodista yucateco Mario Menéndez, con quien ambas escritoras ya habían colaborado en otros medios, el origen de esta publicación parte de desacuerdos con el editor de Sucesos, Gustavo Alatriste, tanto en el plano ideológico como en el monetario.

     Por el lado de Menéndez se menciona que su viaje a Cuba y encuentro con Fidel Castro hizo revirar su periodismo hacia una línea revolucionaria más pronunciada. El recuento de Paz Garro menciona que fue ella quien convenció al embajador cubano de financiar la publicación de ¿Por qué?.

     Si bien al principio hubo cierta afinidad política, debida a la simpatía que madre e hija manifestaban por causas como la del Movimiento Revolucionario del Pueblo y la lucha de los copreros en Guerrero, era claro que ninguna estaba adscrita a la política revolucionaria que Menéndez buscaba fomentar con la publicación. Esta diferencia se exacerbaría en el contexto del movimiento estudiantil de 1968. Si bien no podemos corroborar la fecha exacta del distanciamiento con Menéndez y la revista, dado que hasta ahora ninguna de las hemerotecas consultadas cuenta con la colección completa de ¿Por qué?, es claro que la postura que ambas autoras tomaron desde los inicios del movimiento impondría un quiebre no sólo con el periodista, sino con buena parte de la intelectualidad mexicana. 

     En esta revista Elena Garro habría de publicar una serie de breves biografías de personajes de la revolución mexicana llamada “Los caudillos”, misma que después Seix Barral volvería a circular con el título de Revolucionarios mexicanos. Laura Helena Paz Garro se enfocaría en el suplemento femenino, en el cual iniciaría con una entrevista con Alberto Gironella, y luego tendría una sección llamada “La mujer del miércoles” donde cada número resaltaría la figura de una mujer cuya obra, vida y estilo le resultaba destacable. Estos artículos que aquí rescatamos, hasta el momento no habían vuelto a ser editados en publicación alguna. (ELA)



[Gustavo] Alatriste no nos pagaba ni a mi mamá ni a mí. No daba cheques sin fondos. A Mario Menéndez, que era honrado tampoco le pagaba. Entonces yo le dije a Mario: “Vamos a hacer una revista nosotros”. Le hablé al embajador de Cuba, para que nos invitara a cenar a mi mamá, a Mario y a mí. Yo le propuse hacer una revista nueva, pagada por [Fidel] Castro, y que la dirigiera Mario Menéndez. Y el embajador: “Chatita, eres encantadora”, feliz de la vida. Y se hizo la revista Por qué? El primer número apareció en febrero de 1968. Ahí ganaba yo mucho dinero. Yo hacía el suplemento femenino: cocina, moda, el horóscopo, hacía “La mujer del jueves”[1]. Cosas frívolas. A mí me pagaba mil dólares y a mi mamá mil dólares.[2]


***

Pintor del rojo: Alberto Gironella[3]

El rojo es el color del peligro, de la pasión, del amor. Cada vez que surge el rojo es una señal de advertencia. Eso indica el rojo de los carros de bomberos, de la cruz roja, de los lujosos tapetes de las casas de juego y otros lugares mal afamados, o el rojo interior, apenas entrevisto, de la capa negra del verdugo, que el condenado vislumbra en el momento en que aquel levanta el hacha. El rojo es también el color de la materia; se espiritualiza en la púrpura de los césares y de los cardenales, y se repande catastróficamente en los incendios y en la lava de los volcanes, sembrando la muerte y la destrucción. Alberto Gironella, pintor por excelencia del rojo, no le teme a la materia, ni a la pasión, ni al amor. Su rojo es una sublimación, una espiritualización de la materia ¿Y qué acaso ésta no es la verdadera y única definición de la pintura? El pintor maneja la materia y por un acto de alquimia la transfigura y la plasma en un lienzo. No la intelectualiza. Nada más lejos, en efecto, del verdadero pintor que el intelectual manejando conceptos abstractos, por más brillantes que estos sean.

     Alberto Gironella es un pintor del lujo: sus rojos cardenalicios, sus infantas cargadas de pecado, sus enanos misteriosos a fuerza de ser exactos aterran y fascinan. Es el mejor dibujante que hay en México en la actualidad y su técnica corresponde a la de los grandes dibujantes. Los pintores actuales tienden demasiado a ser puro “bluf” y se olvidan del óleo, del color, de la maestría del trazo, para esconderse en trampas publicitarias.

 

     Con una mano segura que nos recuerda la gran tradición de la pintura española. Alberto alcanza a través de las habitaciones de los cortinajes de terciopelo, de los pasillos oscuros al rojo corazón de la tierra, al lujo del mundo que está más allá de la corteza, al universo subterráneo de grutas de rubies incandescentes donde reinan los gnomos en las minas de piedras preciosas y brotan fuentes que se transforman en vapor. De esa pintura apasionada surgen corrientes de humo que dibujan los pensamientos mortuorios de sus infantas. A veces sólo nos queda el humo de un personaje que acaba de consumirse él mismo dentro del cuadro.

 

     Alberto nos recibe en su estudio de alquimista y es como si entráramos en uno de sus cuadros. Nos reflejamos en las luces oscuras de sus ojos y él, con gesto solemne, nos indica el camino a través del laberinto formado por seres y objetos extraños que lo acompañan. Sin sobresalto, con voz pausada, nos explica el enigma que encierran sus objetos. Junto a él aparece, de pronto, la cabeza de un león que nos mira interrogante. Alberto no se inmuta. Le preguntamos que cuál sería su sueño más caro.

 

—Desaparecer y volver diez años después, todo vestido de negro, como Heathcliff, inmensamente rico y comprar las fábricas de Sidral Mundet, para convertirlas en fábricas de Pepsi Cola. Sería una venganza soberbia—agrega soñador.

—¿Venganza de qué?

— De nada, las venganzas sólo son válidas cuando son gratuitas. 

     Más tarde nos enteramos de que Alberto pertenece por la rama paterna a la familia Mundet. Gironella nos habla pausadamente de sus aficiones, el verde, por ejemplo, le repugna y por eso se rehúsa a comer verduras frescas y asistir a días de campo, cubiertos de hormigas y de hojas. La vida la resuelve en colores. Por eso los quesos color topacio están siempre sobre su mesa acompañados de vino tinto. Lo hemos visto muchas veces y siempre estar con él es asistir a una ceremonia organizada por Quevedo, en la cual reina el disparate expresado con voz imperturbable. Las risas de sus oyentes no lo inmutan; tampoco los sobresaltos que produce al contar sus recuerdos de personajes conocidos, que en algún tiempo bailaron “tangos rasurados en París. Y vivieron de ese lucrativo oficio. Los que somos sus amigos gozamos de su imaginación magnifica. Yo misma recibí una noche el regalo más inesperado una fiesta. La fiesta que Alberto me envió, llego sola una noche. La trajeron unos elegantes criados en bandejas de plata cubiertas de langostas a la Franz Hals de caviar, de toda clase de pescados y mariscos de la pintura flamenca. Botellas de vino blanco del Rhín, flores, música y ¡los invitados! Alberto no apareció.

 

     El arte abstracto es el culto a la pacotilla, el repudio de todo material hermoso. El mármol, la seda, el oro son rechazados con violencia por los nuevos artistas técnicos para enaltecer al plástico, al papel periódico y a los desperdicios de los baños modernos. Este arte utilitario que aprovecha prácticamente los deshechos del hogar moderno es apreciado, comprado y entendido por los burgueses consejeros del ahorro y producidos por sus rebeldes deshechos humanos de la sociedad industrial. Este mundo técnico y ordenado en principios económicos inflexibles no comprende la pintura de Alberto.

 

     Alberto nos cuenta: En Nueva York un crítico de arte me preguntó:

 

     “¿Por qué tiene usted influencias de Diego Rivera, Siqueiros, el Dr. Atl José Guadalupe Posadas, Tamayo?” Como yo sabía que se había casado siete veces y tenía siete hijos esta muchacha llamada Lesley Jud Adlander, le pregunté: “¿Y su último hijo tiene las características de los siete maridos anteriores?”

 

     De repente, se me queda mirando, muy serio: “¿Y tu mamá les sigue regalándoles escapularios a los comunistas que se refugian en tu casa?” “¿Les da la Biblia, la comunión, y ahí los encontramos arrodillados rodeados de iconos arrepintiéndose por ser ateos?”

 

     Y agrega: “Me acuerdo cuando le llevó flores a Gagarin porque fue el primero en subir al cielo y bajar”.

 

     Según André Bretón, Alberto es “le plus grand peintre vivant·. Pero noto que no le gusta hablar de él. Es lo contrario a un exhibicionista.

 

     La pintura de Alberto ignora el casimir que preside a la pintura abstracta-textil, cuyas acciones se cotizan muy alto en la bolsa de valores de Nueva York. El milagro de Gironella lo encontramos antes del triunfo de Manchester sobre la Gran Armada. Su tiempo es monárquico, jerárquico y en 1968 anárquico. Significa la única rebeldía posible en nuestra época, mucho más profunda rebeldía enlatada y de exportación manufacturada en los Estados Unidos, y en los barrios fabriles de Paris y que se cotiza tan alto en la zona rosa de nuestra capital. Su pintura es un volverse a encontrar con el ritmo profundo, es decir, lo sacro de nuestra verdadera cultura la hispánica. Pintor de la magnificencia, es decir, del lujo de los materiales, ordena las cosas dentro del orden antiguo y magnifico, en donde las cosas permanecían en el lugar reservado para ellas. No pone un altar barroco como cabecera de cama al estilo de los burgueses, sino que deja el altar en la iglesia, el árbol en el bosque, el enano bufón en la corte y la luz en donde naturalmente se refleja.

 

     Hoy Alberto está contento, porque, anoche asistió a una orgía maravillosa, gracias a sus pastillas mágicas, regalo de su hermana.

 

     Le preguntamos sobre el fanatismo.

 

— Como yo soy fanático, me da miedo.

 

— ¿Eres religioso?

 

— No, soy católico, apostólico, feo y sentimental como al Marqués de Bradomin, pero eso no es ser religioso, el Papa actual me cae bien porque está tumbando a todos sus cardenales como el presidente actual a sus ministros.

 

— ¿Crees en la magia?

 

— No, creo en Vasconcelos. “Por mi raza hablará el espíritu”, y creo que la Olimpiada va a ser el acto más grandioso que ha hecho México, comparable a la que organizo Hitler en el año 1936, en donde habló del destino manifiesto del pueblo alemán.

 

— ¿Cuándo piensas regresar a Paris?

 

— Cuando sea una colonia americana.

 

— Pero tu tuviste el mayor éxito que haya tenido un pintor mexicano allá.

 

— Yo he tenido mucha suerte, no éxito porque un mexicano o tiene suerte o tiene compadres.

 

— ¿A que personaje admiras más?

 

— A Luis Buñuel.

 

— ¿Y qué personaje te parece más detestable?

 

— Ninguno.

 

— ¿Qué acto te parece el más bajo?

 

— El que no dice lo que piensa, si es que piensa.

 

— ¿Cuáles son tus escritores favoritos?

 

— Quevedo, Cervantes, Baudelaire.

 

— ¿Lautréamont también?

 

— Sí, pero tiene un hándicap tremendo: era uruguayo.

 

— ¿Y tus pintores favoritos?

 

— De los mexicanos. Velásquez y Goya. De los extranjeros, mis amigos.

 

— En que época te hubiera gustado vivir?

 

— En las postrimerías del siglo XVII, pero he logrado vivir como en ese programa de televisión, el Túnel del Tiempo, en las postrimerías del siglo XVII.

 

— ¿Cuál sería la mujer de tu vida? ¿Tu ánima femenina? 

 

— Ella de Ridder Haggard. O si no “Gradiva” de Jensen.

 

— ¿Sueñas mucho a colores?

 

— Siempre a colores y en catalán.

 

— ¿Por qué en catalán?

 

— Porque es el idioma donde se dicen las palabras y las obscenidades más grandes.

 

     Nos despedimos de Gironella caballero del siglo XVII que aún defiende, a nuestro gran asombro, los conceptos del honor, la belleza y la gracia.

 


***


Beatriz Baz[4]

Llegamos por una lateral del periférico rumbo a San Ángel, para visitar a Beatriz Baz, la actriz de cine, teatro y televisión, nuestra mujer del miércoles. La casa de Beatriz es hermosa por confortable y hogareña; se siente uno a gusto en su gran salón con sus muebles coloniales rústicos, su fuego en la chimenea los bellos cuadros colgados en las paredes Gironella, Diego Rivera, Marysole Wörner y del marido de la bella actriz, Iker Larrauri. Beatriz irrumpe, cariñosa entusiasta nos abraza gritando, con una cordialidad que reconforta. Lleva unos pantalones azules, un suéter azul claro y luce muy delgada. Su tez blanca contrastando con sus cabellos oscuros y sus grandes ojos negros, sus pómulos, su nariz alargada de patricia la hacen parecerse a Jennifer Jones. La hermosa Beatriz nos acomoda con un gesto amplio junto al fuego sobre un diván claro y nos ofrece café y strúdel, un rico pastel de manzanas alemán. Sus dos gatos siameses se acomodan también junto a chimenea, en una canasta azul y nos miran otros con curiosidad. Beatriz nos explica, gesticulando que acaba de ordenar closets y que por eso está de pantalones. La rodea un ambiente familiar, de niñas, gatitos y pasteles recién sacados del horno que no se contradice, sino qué afirma su gran sensibilidad. Nos explica, muerta de risa, que no considera que sea necesario, para ser una buena artista, ir peinada como “mechudo” o “trapeador”, vivir en cuartos malolientes y sucios, tomar LSD, y no lavarse. ¡Al contrario! El verdadero Artista es lo opuesto de un bohemio de un hippie. El arte exige una disciplina mucho más austera y dura que la de un burócrata_ es la disciplina del creador que dura las veinticuatro horas del día.

 

     Beatriz se arrellana en un sofá y nos empieza a platicar de su carrera. En el curso de la conversación van llegando amigaos que se sientan en el otro lado del salón. También ellos platican, comen pastel y no intervienen en la entrevista más que para comentar las fotos de Beatriz, que finalmente escogemos entre todos.

 

— Fíjate Elena, que en Bosque blanco, de Dylan Thomas hacía yo cuatro papeles la misma noche fue la más difícil de una carrera. Primero era yo la viejita chismosa Willy Nilly, de sesenta y cinco años; luego la gitana mujer guapísima y deslumbrante. Más tarde, Leona Cabezona, la mujer más fea del pueblo. Y, finalmente, mamá Waldo. 

 

— ¿Y qué papel es el que menos te ha gustado?

 

     Beatriz ríe y exclama:

 

—El de una telenovela llamada La casa de las fieras. El personaje era el de una señora rica, aparentemente muy buena, pero chismosa e intrigante.

 

—¿Qué es lo último que has hecho en el cine?

 

—Ensayo de una noche de bodas, con Julissa y Julián Pastor, en actuación especial. Pero antes filmamos Corazón Salvaje, a colores. Yo creo que va a gustar mucho esa película. Tito Davison, el director tiene gran talento y además es una persona encantadora que sabe mucho de su oficio.

 

     Interrogamos a la artista:

 

—¿Qué tienes planeado en un futuro inmediato?

 

—Tengo el segundo papel femenino de Santa. Ya empezó filmación. De modo que me preparo para este papel gran ilusión.

 

—Es cierto que siendo señora de sociedad te decidiste ser actriz.

Beatriz ríe largo mira con sus enormes ojos negros.

 

—Primero hay que aclarar toda la vida quise ser actriz, pero fui cobarde, me casé. De repente todo explotó y me dediqué a lo que me gusta realmente: las tablas. Yo ahora no tengo vida de señora de sociedad

 

 —¿Qué fue lo que te llevó a tomar esa decisión?

 

— Una cadena de circunstancias, pero quizá fue el psicoanálisis el que me iluminó. Me demostró que yo no estaba contenta con la vida que llevaba, porque no hacía yo lo que realmente deseaba. Eso es lo más importante en la vida: hacer lo que más te gusta, vocacionalmente hablando, claro está. No lo que los demás o la vida te han impuesto. Quizás lo que realmente te guste sea ser una buena ama de casa, tejer sweateres, cocinar pasteles, o ser ingeniera, pintora. También fue decisivo encontrar el apoyo de Iker Larrauri, sobre todo en mi caso, porque yo no tenía amigos en el ambiente intelectual y artístico. Es un medio difícil, muy lleno de agresividad. Pero encuentra uno muy buenos amigos y muy buenos enemigos

 

— ¿A qué actrices admiras?

 

— Greta Garbo y Jeanne Moreau, pero ninguna de las dos gusta en México, no entienden su tipo.

 

— ¿Crees que en México gusta un tipo de mujer más primaria?

 

     Beatriz hace un gesto, como si ella misma hubiera sido víctima de este gusto colectivo que excluye el tipo de la mujer refinada y espiritual, que representan sus actrices preferidas, luego, reflexiva, dice:

 

— Sí, lo creo y me pregunto si esto no será por inmadurez. A los hombres les gusta formar a la mujer. Una mujer ya hecha y sensible es mucho compromiso para ellos. Sin embargo, prefiero a los mexicanos que a cualquier tipo de hombre.

 

— ¡Qué te gustaría hacer?

 

     Beatriz contesta sin vacilar:

 

— Lo que estoy haciendo. Yo no me encuentro sola en medio de un escenario, al contrario es cuando me siento más acompañada, más en contacto con la gente, me fascina la gente, ver a los amigos, tomar café, ¡cómo ahora!

 

     Observando a esta bella mujer, que dice ha alcanzado la felicidad, se me ocurre preguntarle qué consejo nos daría a las demás, y ella risueña contesta:

 

— Yo quisiera que las mujeres siguieran su vocación y no la desaprovecharan por miedo al qué dirán, hay tanto talento desaprovechado entre ellas.

 

     Dejamos a Beatriz, como a una fina pantera echada junto al fuego de su chimenea. Afuera llueve...

 


***


Isadora Duncan encarna en Vanessa Redgrave[5]

Isadora Duncan la primera Flower Girl, la madre de los hippies. Su vida y su obra vuelven a estar de moda con la película protagonizada por la estrella del momento, Vanessa Redgrave, y dirigida por Karel Reich. El director de la película “Morgan” escogió la vida de la bailarina por que justamente todo lo que vivió Isadora ha tenido una decencia espiritual, inesperada entre los jóvenes de hoy. “Morgan” fue una de las mejores películas de estos últimos años. La vida de la Duncan interpretada por Vanessa promete ser apasionante.

     La Duncan un día le propuso a Bernard Shaw tener un hijo con él, porque explicó “Con mi cuerpo y su cerebro, ¡será un genio!”. Y Shaw contestó: “No, correríamos el riesgo de que tuviera mi cuerpo y su cerebro”.

     Isadora fue, antes de que existiera el nombre, la primera hippie de principios de siglo en la época del art nouveau, los trajes de Paul Poiret, cuando en Viena reinaba los valses y las mujeres les tiraban ramos de violetas a los húsares en los desfiles del Emperador. ¡Vivió en el esplendor de la Bella Época! Isadora Duncan fue la primera mujer que bailó descalza, que anduvo sin corset, en un tiempo en que los principios y las convenciones europeas eran inflexibles, en la preguerra del 14, antes del derrumbe de Europa en 1919. Isadora inventó el baile moderno. Aborrecía las mallas, los tutus, las escuelas de ballet y los zapatos de puntas. Hecho inaudito en una época en que el único baile al que se le daba dignidad de arte era el ballet clásico. Isadora llevó la libertad individualista norteamericana al extremo, tanto en su vida privada como en su vida pública. Su gracia de movimiento compensaba en algo su falta de técnica escénica y mientras que Balanchine la consideraba “increíblemente mala” Fokine y Frederick Ashton encontraban algo conmovedor y admirable en lo que ella trataba de hacer. Isadora salió de su San Francisco con una falta casi completa de talento, pero con una fe inmensa en ella misma. En un barco para ganado llegó de América a Londres, con su madre, su hermana Elizabeth y sus dos hermanos: Raymond y Agustín. De Londres donde bailaba en casas de señoras ricas, y en donde conoció a la señora Patrick Campbell y a muchos artistas de esa época, emigró con toda su tribu a probar fortuna en Paris. Allí la ayudó la princesa de Polinack con dinero y abriéndole las puertas de su salón para que bailara en él y se diera a conocer. El príncipe de Polinack era músico y estimaba los esfuerzos de Isadora. El escritor Henry Bataille, Berthe Bady, la declamadora, el gran escultor Rodin, todos se hicieron amigos de la bella e ineducada jovencita americana y la protegieron. Un día llevaron al estudio de Isadora a Loye Fuller, una bailarina de la época, que danzaba cubierta de velos iridiscentes y multicolores, muy al gusto del Art Nouveau, La Fuller se entusiasmó con Isadora y la contrató para llevársela a Berlín, para bailar en su compañía.

     Empezaba la triunfal carrera de Isadora Duncan, que duraría de 1900 a 1913, interrumpida brutalmente por la muerte accidental de sus dos hijos. Recorrió Budapest, Viena, Munich. En el tiempo en que las obras nadaban con traje largo y negro, medias negras y zapatos. Isadora inventó un traje de baño que escandalizó a las damas de la corte del Gran Duque que Ferdinando; una túnica de crepé azul claro, escotada que apenas llegaba a la rodilla y descalza. Después de múltiples peripecias la osada americana, viajó a Grecia con todos sus hermanos y concibieron la idea de recrear el baile de los antiguos vasos griegos. Se vistieron con túnicas y sandalias griegas en el escenario y fuera de él. Sus hermanos se dejaron crecer el pelo como los hippies de ahora. Llegaron a Alemania con un Ballet Griego y su coro de niños griegos. Fue entonces cuando ella concibió la idea de fundar una escuela de baile con niños. En su primer viaje a Rusia, cuando se hace amiga de Stanislavsky, Isadora conoce la gran tradición del Ballet Ruso, y a bailarinas como Kschinsky y Pavlova. Isadora odió la escuela de Ballet Clásico y compara a sus alumnos con pajaritos enjaulados. Los suyos en cambio eran libres. Quizás porque los clásicos poseían la técnica y la disciplina de las que ella carecía. He aquí como cuenta su aparición ante el público zarista en 1905. “Que extraño ha de haber sido para esos diletantes del precioso Ballet con sus decorados y sus escenarios fastuosos ver a una muchacha joven vestida con una túnica de tela de araña bailar descalza ante una simple cortina azul la música de Chopin, bailar su alma como ella entendía el alma de Chopin. Sin embargo, hubo nutridos aplausos de la concurrencia desde el primer baile. Mi alma despertó en ese auditorio rico, mimado y aristocrático una respuesta. ¡Qué curioso!” Sin embargo, esta odiadora profesional de la aristocracia no dudará jamás, como lo hemos visto, en recurrir a ellos para pedir ayuda, y vivirá mantenida largos años por un millonario medio francés, medio americano hasta 1914 o 1915.          

     Isadora, fuera de la escena hablaba pretenciosamente y con una palabrería vaga, teñida de un misticismo tan confuso como el de los hippies de: Amor, Vida, Arte, Naturaleza, y exclamaba: “¡Déjenme ser pagana, pagana!”. El paganismo a principios de siglo era la gran moda, como lo es ahora el budismo. Isadora recorría Europa, tomaba y dejaba a sus amantes con una libertad inhabitual y demostraba un talento casi húngaro para lograr que otras gentes pagaran las cuentas que dejaba en los hoteles de lujo. Una adivina le dijo que ella iba a ser la iniciadora de un culto que se propagaría en toda la tierra y que miles de jóvenes lo seguirían. Por extraña coincidencia ella nació en San Francisco, cuna de los hippies. De una egolatría monstruosa y una vanidad sin igual, Isadora empieza su autobiografía con estas palabras: “Antes de que yo naciera mi madre enferma sólo podía comer ostras y champagne, yo empecé a bailar en las entrañas de mi madre, probablemente resultado de lo que comía, los alimentos de Afrodita”.

     Su ocaso empieza en 1913, con la muerte de sus hijos y termina muriendo en un accidente de coche en 1927, después de haber estado en la Rusia soviética casada con el poeta ruso Yesenin.

     Isadora conmueve cuando ella misma se compara con Niobe. Esta maldición la han heredado las muchachas flor de San Francisco pues tampoco ellas podrán ser madres felices: el LSD destruye los genes y produce seres monstruosos. Cuando Isadora murió su genio había desintegrado la tradición profesional en el baile y “había empezado con sus galopes descalzos el carnaval de amateurismo que todavía prosigue”, según el gran crítico Anthony West. La Duncan en el baile, representa esa desgraciada tendencia de todo el Continente Americano y que ha contagiado a Europa de la improvisación en el arte, y de tomarlo como justificación para todas las fallas personales. En efecto, es más fácil en el nombre del budismo drogarse, en el nombre del amor llevar una vida dedicada al desenfreno materialista, que seguir una religión que nos toca: el cristianismo. Pero esto significa una responsabilidad en el campo espiritual y una autodisciplina tan estricta como la del ballet clásico para Isadora. Imposible timar al ingenuo público de toda América y Europa incluyendo la Oriental, que desconoce tanto el budismo como el baile griego de hace dos mil años que no dejó ningún testimonio.

     Sí, Isadora, repetidora de todos los lugares comunes de 1900, que ahora a su vez repiten beatniks, hippies y demás morralla, es la gran destructora del baile, como Genet, del teatro, Sartre de la novela, y Allen Ginsberg de la poesía. La única diferencia es que Isadora Duncan era hermosa y sus seguidores tienen tipos no sólo feos sino pornográficos. 

     Así como Timothy Leary, el Gran Maestro de los hippies que están en contra de esta sociedad y se niegan a trabajar o a combatir por ella no sienten el menor escrúpulo moral en holgazanear, en la mansión del millonario Tommy Hitchcock, nombrado pomposamente “Centro de Investigaciones Sicodélicas”. Timothy leyó el libro de Huxley “Las Puertas de la Percepción” y se entrevistó con él en 1960. En su cerebro se produjo un revoltijo espantoso entre los descubrimientos de Huxley sobre las nuevas regiones de la mente, el misticismo oriental, la rebeldía de los existencialistas, confusión que aumentaron en grado realmente alucinante las diarias ingestiones de LSD. En resumen, que Timothy oyó cantar el gallo y no sabe dónde [sic]. Todo esto es el resultado de la cultura puesta al alcance de las masas.

     Es curioso observar las reacciones de la Duncan ante el verdadero baile y de la inigualable Pavlova. “Unos días después recibí la visita de la bella Pavlova y me dieron un palco para verla en el Ballet de Giselle. Aunque el movimiento de estos bailes va en contra de todo sentimiento humano o artístico no pude resistir aplaudir con calor la exquisita aparición de Pavlova cuando flotó sobre el escenario esa noche”. Isadora es invitada a cenar a casa de Pavlova en compañía de los pintores Benoist y Bakst y de Sergio de Diagileff. “Después de cenar -nos dice Isadora- la infatigable Pavlova bailó de nuevo para sus amigos. Y aunque la dejamos a las cinco y media de la mañana me invitó a volver a las ocho y media de la misma mañana para ver su trabajo. Llegué tres horas más tarde, pues confieso haber estado considerablemente cansada, la encontré practicando en la barra, mientras que un viejecito marcaba el tiempo con un violín y la alentaba a hacer más esfuerzos. Este era el famoso maestro Petit-pas Duarnte. Tres horas me senté tensa de asombro a contemplar las increíbles hazañas de Pavlova. Parecía hecha de acero y goma. Su bella cara tomaba las líneas austeras de una mártir. La tendencia de este entrenamiento parece ser el de separar los movimientos del cuerpo completamente de la mente. Lo contario de mi escuela en la cual el cuerpo se vuelve transparente y es un medio para la mente y el espíritu”. Es natural que lo que significara esfuerzo para alcanzar el arte verdadero espante a Isadora y en cuanto a su baile no parece haber vuelto transparente su cuerpo (ni al de sus seguidoras) pues más bien tendía a engordar demasiado. Al final de su vida la comida en exceso, los numerosos amantes y la bebida la habían vuelto gordísima.

 

***


Beatriz Caso[6]

El mundo de Beatriz Caso de Solórzano es un mundo femenino, encerrado en sí mismo, misterioso, que hay que ir abriendo poco a poco, porque no se da enseguida, sino que se revela, como en los cuentos de hadas, sólo al que lo busca. Extrañamente, su casa, su persona, se parecen a sus esculturas, y así en ella, obra, persona y casa se complementan. Mundo que recuerda a los huevos de Pascua de esmalte azul, cristal de roca y planta, tan queridos por la nobleza rusa de la época zarista. Su casa, oculta desde la calle por altas bardas, está en medio de un gran jardín frondoso, que es todo pasto y árboles. La casa es una sucesión de cuartos amueblados con un gusto exquisito en donde predominan el rosa plateado, el beige y el amatista, con toques azul rey dados por las preciosas porcelanas de Sèvres, los ceniceros y jarrones de opalina azul y todos los extraños objetos que ella y su marido, el gran escritor Carlos Solórzano, han traído de sus múltiples viajes. Todos estos cuartos se abren a través de grandes ventanales sobre el jardín; jardín en donde a su vez está el estudio de escultura de Beatriz, último compartimiento blanco y claro de este huevo de Pascua ruso que es su casa.

     Beatriz, con esos movimientos lánguidos de mujer-lirio-acuático, me toma de la mano y me lleva hasta uno de sus salones. Parece sacada de los cuadros de los prerrafaelistas ingleses o de Audrey Beardsley. Beatriz me dice:       

— Creo fundamentalmente que la vida es un todo. La escultura es la vida misma, no se pueden separar, hacer distinciones.

     Me mira con sus ojos bizantinos y agrega:

— Helena, no hay que dividir nada. No se debe separar el arte de la vida, no del amor, ni de la comida, ni del sueño. Se puede y se debe ser buena ama de casa, buena esposa y “last but not least” buena artista. Si sabes hacer algo bien puedes hacer todo bien. Carlos, felizmente, piensa lo mismo. También eso es muy importante, encontrar tu pareja. Yo la encontré en Carlos. A veces pienso que no vivo en un mundo real, sino en un mundo construido dentro de mi casa, de mi taller. Cada vez que salimos a la calle, las mujeres, es para sufrir agresiones desagradables, de las gentes de las ventanillas, de los burócratas, de los choferes de taxi.

— ¡Qué dichosa eres de no tener que salir de tu casa! Realmente las mujeres no estamos hechas para eso que llaman “la lucha por la vida”. Creo que la mujer feliz o sea la mujer ideal es a la que mantiene un hombre. Antes, como decía mi tía Deva, los hombres cuando tenían una amante le regalaban joyas. Ahora le buscan un empleo en una oficina.

     Beatriz se ríe y me da la razón. Con voz pausada, gestos rituales de emperatriz bizantina, Beatriz agrega:

— La creación de nuestro mundo privado nos ha costado mucho trabajo a Carlos y a mí. Hay que poner de uno mismo, ¡Fíjate que ya tenemos 21 años de casados!

— Es difícil encontrar un matrimonio que haya alcanzado esta armonía—le digo.

— Es que hay un profundo respeto del uno hacia el otro. Creo que hay que casarse joven y hacerse el uno al otro, y respetar la manera de ser de los dos. Carlos se encierra todas las mañanas a escribir y yo me voy a mi taller a hacer mis esculturas. Nos vemos hasta la hora de la comida. Salimos muy poco y platicamos mucho, somos los grandes amigos.

     Beatriz me explica el secreto de su matrimonio feliz con simplicidad. La miro y le digo:

— Eso es lo importante, tener algo fundamental en común, como en el caso de ustedes el amor a la cultura.

     Beatriz se ríe: 

— Sí, nos hemos entendido muy bien porque nos gustaban las mismas locuras. ¡nuestro hijo también, es astrofísico! El tiene la locura científica, es una locura que necesita comprobación. Porque el arte no necesita ninguna comprobación, o, por ejemplo, con las formas hago lo que se me ocurre.

— Beatriz ¿y el arte abstracto no te interesa?

— No, me sentiría muy incompleta con esa expresión abstracta. Amo la forma humana. Además me parece muy limitado pertenecer a una escuela artística cualquiera que esta sea. Así, como no hay una escuela para vivir, no debe haber una escuela para expresar el arte.

     La interrogo sobre la técnica de la escultura. Me parece muy misterioso el arte de la escultura: es el arte de Prometeo por excelencia. Beatriz sonriente me explica:

—O fundamentalmente trabajo en bronce y con ese material que yo misma inventé, mezcla de vidrio y resina. Me tardé un año en lograr la mezcla, por que todo se me partía.

     Beatriz se levanta y me enseña un capelo azul con mariposas brasileñas apresadas adentro. Se diría que el que capturó a las mariposas hubiera capturado también el pedazo de cielo azul donde flotaban. Es un objeto precioso. La veo y pienso que sus ojos son iguales a estas mariposas.

— Es el primer objeto que hice con mi material—me explica.

Es su taller claro y alegre veo uno bultos cubiertos de trapos oscuros. Beatriz muy modesta me dice.

— A ver si te gustan las últimas esculturas que he hecho también con este material de vidrio y resina. ¿Sabes?, quería hasta el interior de las cosas, más allá de la superficie.

     Beatriz descubre el objeto, ¡y qué deslumbramiento! Aparece una esfera grande de ese material extraño, azuloso, medio transparente y medio opaco, en el interior de la esfera flota un huevo plateado y unos cometas también plateados se dirigen hacia el huevo horizontalmente.

     Beatriz me explica que es un huevo y los espermatozoides. Pero a mí me parece más bien una galaxia de éter azuloso, en donde flota un planta y cometas errantes alrededor. Cuando uno le da la vuelta a la esfera, cambia de color y apenas se distingue el huevo plateado en el fondo. Es así como uno imagina el color del Cosmos que han recorrido los astronautas. En la realidad parece que el éter es negro, pero me niego a creerlo.

     Beatriz me enseña otro huevo de bronce con una puerta pequeña y dos manitas. La puertecita se abre y adentro la cara de una mujer, detrás de una corteza transparente, nos mira fijamente. Esta escultura es un poco aterradora. ¡El mundo de la mujer en si misma o de la embrujada se podría intitular! Cerca la cabeza de su hijo, el astrofísico; una cara de muchacho inteligente, cuyo cerebro es azul, hecho del mismo material de vidrio.

     En el interior de su cerebro flotan planetas dorados con anillos de Saturno. En lugar de ojos, dos huecos a través de los cuales se ve el material azul del cerebro. Esto visto de frente les da a los ojos del muchacho una mirada impresionante; lejana y azul como la de los marinos. Ante una escultura que representa una mujer, adentro de una botella, con turquesas prehispánicas de ojos, y otra escultura intitulada Toloache, dice Beatriz.

— En Oaxaca el toloache es una yerba muy amarga con florecitas blancas. Huelen la hierba y le agregan pajaritos rojos también molidos, esta mezcla se la dan a la gente que quieren enamorar. Creo que si no los enamoran los matan. Se podía decir que murieron de un yerbazo.

     De repente Beatriz se interrumpe y exclama:

— Ya escribiste un montón sobre mí. No doy para más.

     Me río y le pregunto:

— ¿Qué tipo de escultura prefieres?

     Beatriz me confiesa con simplicidad;

— No me gusta ningún contemporáneo. Me encanta los muy viejos, por ejemplo, la escultura cretense. Dentro de lo prehispánico me gusta lo más antiguo, las cabezas olmecas de La venta, los principios de la cultura zapoteca. Florecieron en el siglo XV antes de Cristo y de allí irradiaron a toda la República hasta Guatemala. Me fascinan las raíces y yo he tratado de ir a eso, a la raíz, en mi escultura. No creo en la moda, creo que hay que tratar, por lo menos, de ir a lo eterno. Además, ¡soy tan despistada que nunca se lo que está de moda!

     ¡Extraño mundo, sumergido y acústico el de Beatriz! Como si nadando bajo el agua de los pantanos primitivos y los bosques milenarios se alcanza la trama del universo, del espacio exterior, con la luna y Saturno y todos los planetas flotando en una materia azulada, opalina; y Beatriz como un gran nenúfar de ojos azules, flota sobre ese mundo de aguas mansas y mágicas.


***


Mónica Baldwin[7]

“Per deum meum transilio murum” “Con la ayuda de mi Dios salto por encima del muro” 15 de julio de 1585 esta inscripción se encuentra grabada en una celda de la Torre de Londres. Thomas Baldwin Didlebury se escapó de la torre de Londres de un salto. Estaba preso por tomar parte en el complot para liberar a María, reina de los escoceses. Este ha sido desde entonces el lema de la familia Baldwin. En este siglo, uno de lo más ilustres de esta familia fue Baldwin, el primer ministro inglés en la preguerra del cuarenta.

     Su sobrina, Mónica Baldwin: “Salto por encima del muro”, cuando decidió, después de 28 años de reclusión en convento de contemplativas, salir a la vida secular. Mónica Baldwin entró al convento en 1912 y salió de él en 1940. Durante los 28 años de su estancia en el convento, nunca salió de él, pues era una antigua orden contemplativa, que prohíbe a las monjas aventurarse fuera de los muros del convento.

     Mónica Baldwin no conocía la radio, los coches, los tocadiscos, el teléfono como es ahora, los aviones, las modas, el jazz, el rojo de labios, las medias nylon. Cuando ella entró al convento, el cine mudo estaba en sus albores, la pintura moderna todavía era considerado indecente en las casas de las buenas familias; en fin, era la época de las crinolinas y los valses.

     La experiencia de Mónica Baldwin ha sido comparada, y con razón, con la de Rip Van Winkle, el personaje de la leyenda americana que se duerme y despierta 100 años después. Esta extraordinaria mujer, con esta experiencia única, nos cuenta como el mundo de 1940 es otro, y totalmente distinto del que conoció. Además para la gente común y corriente que ignora todo de la verdadera vida de un convento, sus memorias son de lo mas instructivo. ¿Por qué esta mujer inteligentísima, de una sensibilidad intuitiva y poética, con un gran sentido del humor, que no se jacta ni por un momento de su pertenencia a la élite europea, decide salirse del convento?

     Quizás la vida en los conventos es inmoral, repugnante, ridícula, como nos lo quieren hacer creer una serie de personas ignorantes, de mala fe, y que repiten todos los lugares comunes del positivista siglo XIX. Al contrario he aquí como nos describe Mónica Baldwin una comunidad de religiosas: Traten de imaginarse una fila de lirios blancos que crecen adentro de un capelo de vidrio y a los que riegan diariamente con un elixir compuesto de leche pasteurizada y nieve. Esto les dará una noción de lo que estoy tratando de decir, aún esto es un pobre símbolo de la realidad. Verán ustedes: las monjas son las criaturas más limpias, nítidas, mejor educadas y silenciosas”.

     De la vida religiosa nos dice Mónica Baldwin: El hecho es que la Vida Religiosa, vivida plena y generosamente como debe serlo, es una vida heroica. Esto se debe a que es un llamado a la santidad; y nadie que no viva en esa exaltación espiritual puede ser santo. Pero es algo difícil y agotador”.

     A Mónica le cuesta mucho decirnos por qué tuvo que salirse del convento; quizás habría que saber primero por qué hay hombres y mujeres que deciden abrazar la vida religiosa. Otra de las ridículas leyendas que rodean a las monjas es que se meten a un convento para olvidar un amor desgraciado. ¡Nada más lejos de la verdad! Hay dos clases de monjas: La primera y más reducida en número consiste en esa especie de mujeres a las que el matrimonio no atrae. Les gusta rezar, una vida ordenada con el cielo al final. No son, quizá las mejores monjas, pero muchas veces alcanzan un grado sorprendente de santidad. La segunda clase es la más numerosa y la más interesante. Consiste en la gente que entra en un convento porque Dios las escogió. Esas son realmente “las vocaciones”. Alguna aventura espiritual les ha ocurrido; algún encuentro vital entre su alma y Dios. Ellas saben, sin ningún lugar a dudas, que Dios no es un vago ideal espiritual sino una Persona Viviente.

     Claro que esto al intelectual pequeño burgués, de mente limitada por las orejeras de burro del materialismo-histórico-positivista-burgués, del siglo XIX, o al burguesote espeso y tragón, o a la mujer vacía e “intelectual”, en fin a toda nuestra pobre humanidad “pensante” y “modernista”, le parecerá ridículo e increíble. Es como si a un sordo le tocaran una sinfonía de Mozart. Los movimientos de los músicos de la orquesta le parecerían ridículos y sin sentido.

    Sin embargo, Mónica Baldwin ¡No tenía la vocación! Y así lo comprendió a los diez años de estar en el convento ¿Por qué a fuerza de pura voluntad perseveró en esa vida durísima, de penitencias y mortificaciones casi insoportables si no se tiene la ayuda sobrenatural? Quizás por orgullo. O quizás, como nos dice conmovedoramente Mónica “En lugar de haber rezado humildemente para que Dios me enseñara si la vida religiosa era realmente Su Voluntad para mí, me empeñé en algo que no era para mí. La conclusión que he sacado es que la carrera que uno escoge tiene una importancia secundaria, lo que cuenta a los ojos de Dios es el motivo que lo empuja a uno a abrazarle.

     Cuando salió a enfrentarse al mundo, después de 28 años de reclusión en el convento, Mónica Baldwin no encontraba acomodo. Nos cuenta sus aventuras con pudor y sentido del humor. Ni por un momento se queja de la egoísta indiferencia de una familia que la vea como al miembro pobre y latoso por extraño; ni de la espantosa vulgaridad de la gente con la que tiene que trabajar. Para ayudar al esfuerzo de su país durante la guerra se propone para el trabajo voluntario al gobierno inglés. Pero ¿Qué utilidad podía tener una “solterona” que se había especializado en la historia del imperio romano de 400 a 500 D.C., en la época de San Agustín e ignoraba todo de la vida actual? Sobre todo, no poseía esa avidez aterradora, ese estado de alerta más propio de aves de rapiña que de seres civilizados que caracteriza a nuestros contemporáneos. Acostumbrada a la actitud humilde y de infinita caridad ante las necesidades de los demás, no nos sorprende saber que Mónica no puede encajar en esta salvaje competencia que es la vida moderna. Le proponen un trabajo de ayudante de cantina en una zona sometida a bombardeos muy fuertes, y acepta. Lo que nos cuenta de la vida de las cantineras: la mugre, las camas con piojos, los malos olores, la vulgaridad, el odio por todo lo que no entienden, la promiscuidad, los ataques epilépticos nocturnos de una de las muchachas, madre de dos gemelos negros, hijos de un soldado americano negro que la abandonó y luego la bondad ingenua de Lily, la jovencita huérfana que trabaja en la cantina y que, a pesar de tener la edad para ser su hija, la protege. Otro de esos ángeles sin alas de todas clases, edades y sexos que ayudan a Mónica, sin duda conmovidos por el desamparo de esta mujer delicada.

     Lo que más le preguntaban a Mónica sus amigos ricos y cultos era para qué servía la vida religiosa. Para santa catalina de siena el infinito abismo el infinito abismo que yace entre Dios y su criatura, el hombre separado de él por su pecado, fue colmado por cristo, el constructor de puentes. Esa idea fue la que impulsó a Mónica Baldwin a volverse monja. Le parecía que no podía haber bastantes almas dedicadas a salvar ese abismo con el rezo. sus amigos entendían mejor a las órdenes religiosas de caridad activa, porque las órdenes contemplativas les parecían inútiles. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo. La vida pública de La Iglesia la componen las ordenes activas. Pero detrás de toda esta actividad están las grandes centrales de poder espiritual de las casas contemplativas: Los cartujos, los cistercianos, las carmelitas, etc. que, a través de su vida escondida de rezo y penitencia, proporcionan la fuerza espiritual dinámica necesaria. La ayuda que dan al mundo no tiene límite, porque están en el corazón mismo de las cosas. La gente que está realmente unida a Dios puede, en virtud de esa unión, hacer más para Dios en un segundo, que durante toda una vida de simple actividad humana. El lugar de los contemplativos en el cuerpo místico es el lugar blanco a fuerza del calor de la hornaza: en la fuente misma de esa fuerza infinita y absoluta que creó y preservó al mundo. Cuando Dios eleva a un alma al grado más alto de la contemplación no le niega nada. Semejante alma puede realmente hacer cosas extraordinarias para la salvación y santificación del mundo. Eso, claro, es la explicación a las “respuestas milagrosas” concedidas a las plegarias de los santos. ¡Qué ridículas e ignorantes resultan las quejas de los hippies norteamericanos, que se dan a las drogas, a la mugre, y a un budismo mal entendido alegando la falta de actitud contemplativa en la cultura y tradición cristiana. Si estas personas se dieran el mínimo trabajo de leer realmente cualquier tratado modesto de mística occidental, todas sus nebulosas concepciones con que justifican su apatía y sus vicios y su egoísmo profundo y pedante, caerían al suelo.

     El espíritu infantil y encantador de Mónica reluce a través de todas sus páginas. A cada rato “ve” cosas que sólo los poetas perciben. Por ejemplo, cuando va a Cornwall y siente aún las presencias de Tristán, del Rey Arturo, de la ciudad mágica de Camelot, en los acantilados rojizos cubiertos de retama amarilla, las playas de mar tormentoso, las rosas salvajes. En efecto, hay lugares que tienen, a parte de belleza física, un aura mágica que sólo ven los poetas, los místicos y los niños. Y es ahí, en esa región, donde todavía se siente la lucha tan Tannnhauseriana entre el antiguo mundo pagano de los dólmenes y las hadas y el de los primeros misioneros cristianos, donde se retira Mónica Baldwin cuando por fin junta sus ahorros y concluye la guerra. No pudo adaptarse al alarmante y tecnificado mundo moderno; ¿Cómo podía este duende que entra casi sin proponérselo en la gran tradición de las mujeres inglesas? Una más entre las almas inadaptadas de este mundo ¡tan Siglo XX!


 ***


Magdalena Classing[8]

Hemos escogido a Magdalena Classing como nuestra mujer del miércoles porque, independientemente de su gran belleza, es una muchacha de excelente familia que ha estudiado la carrera de Historia en la Universidad Iberoamericana, tiene mucho talento artístico, le encanta la pintura y acaba de regresar de París, donde estudió un año.

     Nos pareció interesante platicar con esta criatura fina y sensible que es Magdalena, para saber las impresiones de París que pueda tener una chica mexicana fuera de lo común, como es ella.

     Magdalena llega a mi casa vestida con un traje sastre blanco, un collar azul pálido y su pelo rubio recogido hacia atrás. Es una rubia pálida, lunar, de ojos verdes, frente abombada, muy segura de ella sin ninguna pedantería o pretensiones, serena, risueña, muy equilibrada.

     Me cuenta que regresó hace veinte días de París y todavía se encuentra un poco desadaptada, como es natural.

     Le pregunto:

— ¿Encuentra ya mucha diferencia entre la vida de París y la de México?

     Magdalena reflexiona un momento y luego me contesta sin validar:

— Realmente grandísima. Pero no en el sentido que cree la gente en México de que París es la ciudad de la diversión, de la frivolidad, los Follies Bergeres, el Can-Can, los bohemios.

     Y Magdalena se inclina para reírse.

— Es, al contrario. Yo pienso que en Paris hay mucha más vida, no solo intelectual, sino de trabajo.

— ¿Es cierto eso que dicen los periódicos de México, que en París de repente todos se han vuelto neutros, hippies de largos pelos y collares y camisas de encaje?

— Absolutamente no. Es una mentira estúpida y sólo son unos que por llamar la atención, se disfrazan de hippies. Pero la gente ignora totalmente a esos pobres payasos. Y en general no son franceses. Son sudamericanos, ingleses, americanos. Un rayo de la luz del atardecer que sobre Magdalena y la nimba de una aureola opalina. Sus ojos se ven entre azules y verdes y hacen juego con su collar.

— ¿Y tú qué estudiaste allá?

— Francés y me dedique sobre todo a ver galerías de pintura. También fui al ballet, al teatro y a las exposiciones de moda.

     Magdalena de repente se apasiona hablar de un cuadro que le encantó.

— Tuve la dicha de asistir a la inauguración de un cuadro que le fascina a Dalí, se llama “La pêche au thon” en el hotel Meurice.

     Como somos mujeres, naturalmente es un tema que nos interesa muchísimo y es de los hombres. Así es que le pregunto a Magdalena qué opina de los franceses.

— En contra de las opiniones que se han dado sobre ellos, en el sentido de que son chocantes y suficientes, yo entre que esta opinión no la hemos formado quizás porque son demasiado francos. Y nosotros estamos acostumbrados a un trato mucho más hipócrita. Si les caes mal te lo dicen. Y para mí no puede haber amistad sin sinceridad.

— ¿Para ti cual sería la cualidad más grande en un hombre?

— La franqueza.

— ¿Y el peor defecto?

— La hipocresía.

     Supongo que Magdalena ha sufrido por la hipocresía y por eso la detesta, porque una muchacha tan linda como ella despierta mucha envidia y muchas intrigas.

     Uno de los deportes favoritos en nuestro medio es destruir a la belleza con toda suerte de tretas y técnicas.

     Pero Magdalena sigue imperturbable tal como todas las mujeres realmente bonitas, ni siquiera se da cuenta de ello.

— ¿Qué obras de teatro le gustaron en París?

— “La ville dont le petit prince est un enfant”, que me pareció estupenda. La última película que ha llegado a tener una influencia avasalladora sobre los jóvenes, la moda, etc., es “Bonnie and Clyde”. También me gustó “Benjamin”, con Catherine Deneuve. Transcurre en el siglo XVIII, con trajes y   decorados   de esa época divinos.

     Magdalena sonríe y, de repente, parece una mujer de un cuadro justamente del siglo XVIII; toda en colores pastel, cutis pálido, sus ojos claros, la curva delicada de su boca, su pelo rubio recogido como el de las mujeres de Watteau.

— ¿Y piensas quedarte ahora en México?

— Sí por un tiempo, Me encanta México, pero quisiera regresar a París, me dejó fascinada esta ciudad.

— ¿No viste nada ridículo allá?

— La moda demasiado exagerada de ciertos modistas como Cardín, que presentó trajes de aluminio, con focos de colores. Tu comprenderás que sólo una nueva rica lleva un traje que tiene que traer consigo una batería electrónica demás, la mujer francesa nunca usa    cosas tan extravagantes. Es para el mercado exterior.

— Para ti, ¿cuál es la mujer joven que representa lo mejor de nuestra época?

— Para mí Paola de Bélgica, porque sabe llevar muy bien su papel sin ser aburrida o convencional y por la influencia política que tiene.

— ¿Y cuál sería el símbolo, femenino más desagradable?

— Elizabeth Taylor, por su vulgaridad, su gordura y su falta profunda de clase.

— Y en política. ¿Quién simboliza las aspiraciones de la juventud?

— Bobby Kennedy, sin lugar a dudas. En primer lugar. Porque es el único político actual que tiene una mística nueva que ofrecerle a la juventud del mundo entero. Y en segundo lugar por guapo.

     Como estoy de acuerdo totalmente con ella, le cito una frase de los ocultistas:

— La cara es el espejo del alma. Y como decía Lincoln, después de los 30 años, cada hombre es responsable de su cara.  

     Magdalena asiente con la cabeza y sonríe.

— La verdadera belleza es la belleza interior, la belleza del alma.

—¿Tú crees que la religión católica haya influido en el pensamiento de Bobby?

— Por supuesto. Yo creo que la religión es uno de los móviles más fuertes que un hombre pueda tener. Yo creo que Bobby podrá entender mejor Hispanoamérica que los demás políticos norteamericanos, porque como el pensamiento de nuestros pueblos es fervientemente católico, esto formaría un importante punto de unión.

— ¿Qué piensas de los sacerdotes reformistas que quieren acabar con el clero?

— Yo soy partidaria de las reformas de la Iglesia porque nada se puede quedar estático, pero pienso que las encíclicas son la guía verdadera para los católicos y no las opiniones disparatadas de esos extraños señores. Ellos quieren destruir las bases de la Iglesia porque eso sería el fin del catolicismo. Tiene que existir la jerarquía dentro de la Iglesia.

— ¿Qué opinas sobre el matrimonio de los sacerdotes?

— No creo que sea conveniente; no porque sea ni malo ni inmoral, en sí, sino porque el sacerdote debe estar tan entregado a su misión y a Dios que, al casarse, esto se tendría que dividir. Él es como el padre espiritual de todos sus fieles, una misión mucho más alta que la de simple padre.

     Pero Magdalena se levanta porque se le está haciendo tarde para una clase y se despide esta chica bellísima, serena, inteligente, sin pretensiones, y muy elegante.           



[1] Desliz de Paz Garro. 

[2]Rafael Cabrera, Debo olvidar que existí, México, Penguin Random House, 2017, p. 135.

[3]¿Por qué?, no. 1, 28 de febrero de 1968.

[4]¿Por qué?, no. 2, 13 de marzo de 1968.

[5]¿Por qué?, no. 3, 27 de marzo de 1968.

[6]¿Por qué?, no. 4, 10 de abril de 1968.

[7]¿Por qué?, no. 5, 24 de abril de 1968.

[8]¿Por qué?, no. 7, mayo de 1968.


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