En la mirada de otros

En la mirada de Guadalupe Nettel

Guadalupe Nettel

Año

1988

Tipología

En la mirada de otros

 

Guadalupe Nettel (27 de mayo 1973) es una escritora mexicana nacida en la Ciudad de México. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM y el Doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Es autora de títulos como El Huésped, Pétalos y otras historias incómodas y Después del invierno, obra por la que obtuvo el Premio Herralde de Novela en 2014.

          En el Festival Internacional de arte lírico de Aix-en-Provence de 1988, la escritora tuvo la oportunidad de asistir a una lectura de Octavio Paz —a quien le presentaron rápidamente—, poeta en “[cuyos] labios el español de México [se transformó] en un material maleable y precioso”.

          El fragmento que se presenta a continuación es parte del capítulo “V” del libro El cuerpo en que nací, México, Anagrama, 2020, pp. 165-166. (AGA)



Después de  varios años de vivir en Les hippocampes, de asistir cada mañana al Jas de Bouffan, de comer durante el periodo de clase con Djamila y con Cello y pasar las vacaciones entre mis vecinos del barrio, terminé por olvidar, al menos parcialmente, el mundo del que venía y, de tan mimetizada que alcancé a estar, nadie que me haya conocido en ese momento sospechó por un instante que ni había nacido en aquel sitio ni me había criado ahí. Sin embargo, ese verano tuve también un vislumbre significativo de cuál era mi país y cuáles los orígenes a los que tarde o temprano —aunque entonces lo ignorara— habría de regresar. Ese año, México fue el país invitado al Festival D’Aix. Durante casi tres semanas, se podía ver caminando por las calles a escritores y artistas nacionales. Entre los invitados estaba Daniel Catán, el músico que conocimos antes de mudarnos a Francia. Nos consiguió muy amablemente entradas a muchos de los eventos, en especial a los conciertos y a las lecturas literarias. Tengo muy presente en la memoria la tarde que, en las escaleras de piedra del Palais de Justice, nos presentó a Octavio Paz, quien estaba por leer en el auditorio. No hubo tiempo entonces, ni después, de conversar con él. Apenas lo saludamos que se marchó deprisa para subir al escenario. En cambio sí tuvimos oportunidad de escuchar su obra poética. En sus labios, el español de México dejó de ser, durante más de una hora, aquel dialecto íntimo en que nos comunicábamos mi madre, mi hermano y yo, para transformarse en un material maleable y precioso. Aquellos poemas hablaban de chopos de agua, de pirules y obsidianas, de calaveras de azúcar, del barrio de Mixcoac, cosas y lugares que yo misma había amado en un tiempo remoto pero —entonces lo comprendí— no del todo olvidado. En pocas palabras, recordé quiénes éramos y, al hacerlo, sentí una mezcla de felicidad y orgullo. Al anochecer, mientras volvíamos a casa por las calles silenciosas de Aix en Provence, me dije que si algún día iba a escribir, habría de hacerlo en esa lengua. 


Marie José Tramini, Octavio Paz y Annie Terrier, arribando a la estación de trenes de Aix-en-Provence, Francia, 1988