Conversaciones y novedades

La revista "Barandal", una revista de juventud

Xalbador García

Año

1931

Personas

Paz, Octavio; Alvarado, José; Rivera Silva, Manuel; Ramírez y Ramírez, Enrique; López Malo, Rafael; Martínez Lavalle, Arnulfo; Mata y Ramírez, Humberto; Toscano Escobedo, Salvador; Vega Córdova, Raúl; Moreno Sánchez, Manuel

Tipología

Historiografía

Temas

Los años de San Ildefonso (1930-1932)

Lustros

1930-1934

 

Las tensiones entre juventud e intereses literarios suelen resolverse con la creación de revistas. Nada más satisfactorio para los ímpetus juveniles que confeccionar una publicación periódica donde, por vez primera, se lea el trabajo propio, haya un reconocimiento entre iguales y el nombre, además de identitario, pase a ser denominador de actitudes y reflexiones: el sello de identificación de unas letras nutridas de futuro. Luego de sus primeras incursiones literarias Octavio Paz así lo comprendió: “Siempre que un grupo de jóvenes escritores se juntan, quieren modificar al mundo, quieren llegar al cielo, quieren defender el infierno, y lo único que se les ocurre es fundar una revista”.[1]

          Con este origen primigenio nace Barandal. En los siete números que está viva la revista (1931: agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre; 1932: enero-febrero y marzo), sus páginas se sustentan en el frenesí y los claroscuros juveniles. Ante las carencias, el fervor por la conquista de un espacio propio. Animada en los corredores de la Escuela Nacional Preparatoria, el proyecto fue confeccionado por Salvador Toscano, Rafael López Malo, Octavio Paz Lozano y Arnulfo Martínez Lavalle, muchachos entre los 16 y los 19 años que volcaron sus pasiones estéticas en esa primera aventura literaria sustentada en la amistad, como cualquier designio estudiantil. 

          Los nexos fraternales habían surgido entre los barandales años antes de llegar a la preparatoria. Toscano y López Malo asistían a la secundaria número cuatro, de San Cosme, en los alrededores del edificio de la casa de los Mascarones que, en ese momento, compartían la Escuela de Verano, la Escuela de Música y la Facultad de Filosofía y Estudios Superiores. Mientras que Paz y Martínez Lavalle estaban matriculados en la tres, ubicada en la colonia Juárez, donde participaron en el Torneo Interior de Oratoria del plantel; concurso que sería un sello de identificación de algunos de ellos ya cuando se encontraban en San Ildefonso.[2] Entre secundaria y secundaria “cruzábamos la ciudad, las tardes o las noches, conversando. Y comenzábamos, poco a poco, a descubrir y admirar los edificios”.[3] A la pasión por descubrir la ciudad, finalmente umbral para conocer el mundo, se le sumó la afinidad por la historia colonial y precuauhtémica que los llevó a visitar conventos, pirámides y demás sitios históricos en Morelos, Puebla y el Valle de México.[4]

          Otro rasgo distintivo de los cuatro fue su carácter político que canalizaban en la Unión de Estudiantes Pro Obrero y Campesino (UEPOC), bajo el liderazgo de Roberto Atwood, “dando clases gratuitas a obreros jóvenes y adultos”, o discutiendo de política y cultura en los cafés, de vida efímera y compuestos por extrañas mesas triangulares, ubicadas en el segundo patio de la preparatoria.[5] Espacio preferido para las mismas polémicas fueron los pasillos de la preparatoria, limitados por barandales de herrería, de donde finalmente tomarían el nombre para bautizar su publicación. 

          La juventud, el interés político, la ambición de conocer y reconocerse en el mundo nutren el talante, a veces violento, otras lúdico e inocente de Barandal. De esta manera la duda fue el eje de la revista. El carácter discursivo de los animadores de la publicación encuentra en el escepticismo su mejor arma frente a la vorágine cultural que se vivía en México y en Occidente a principios de la década de los treinta. Frente a las ideologías —catolicismo, comunismo y fascismo— que en esos años exigían a los jóvenes una definición moral y artística, los barandales antepusieron la desconfianza, muchas veces decantada por la inteligencia, la ironía y la burla. El mismo escepticismo se manifestó en juego y experimentación, tanto en la poesía como en la narrativa, por lo que a la publicación se le ha tildado de vanguardista, sin llegar a serlo.[6] Pero la duda, el escepticismo, la incertidumbre de la revista no significó desencanto o estatismo, sino más bien se convirtió en búsqueda y exploración ética y estética. 

          El arrebato juvenil se expande a otras conciencias. Los compañeros de viaje aumentan, y se suman a la revista Manuel Moreno Sánchez, Manuel Rivera Silva, Julio Prieto, Humberto Mata y Ramírez, Adrián Osorio, Raúl Vega Córdoba, Enrique Ramírez y Ramírez y José Alvarado. Y con Barandal como palestra inicia la discusión generacional desde la desilusión histórica, pero con el anhelo de hallar nuevos asideros ideológicos. En “Notas sobre la juventud”, Vega Córdoba enumera varios tópicos culturales e históricos que les era necesario descifrar como jóvenes, para decidir su posición frente a su tiempo. Ni la revolución de 1910 con su tufo de violencia insaciable, ni la educación recibida —religiosa y laica— les brindaban bases de pensamiento sólidas. Al contrario, los hacía escépticos del mundo: la juventud “ve que razonablemente tendrá que creer y se encuentra en que ya NO PUEDE CREER”.[7] Ni Marx, ni Freud, que “nos torturan, nos apasionan”, les ofrecían una respuesta absoluta a los jóvenes que veían en el recelo su mejor manera de reaccionar ante “el panorama caótico universal”. El mismo escepticismo los había vuelto unos seres vacilantes, atormentados e indiferentes. Su único refugio era la reivindicación de los sentimientos. Con carácter romántico, Vega Córdoba pugna por encontrar una fe en el futuro que funcionara como golpe de conciencia y los hiciera sentir y vivir ante el extravío del rumbo:


Si queremos pues, transformar el medio, si deseamos reconstrucción, renovación, empecemos por nosotros mismos, pensemos en que de dentro a fuera la reconstrucción debe empezar, confiemos en el destino, en algo había que confiar, que nos depare un fuerte, un tremendo golpe, que hiera más que nuestras ambiciones, más que nuestros deseos, nuestra fe, fe absoluta y ciega que pongamos en algo, nuestros sentimientos que involucremos a ese algo, que no sea esto, estamos perdidos, ya nada nos haría creer.[8]


Como respuesta, Ramírez y Ramírez escribe “Un asunto concreto”, texto que se basa en la premisa de que existía una juventud mundial indecisa padeciendo el caos social. Sin embargo, de esa indecisión nacerían los jóvenes que enfrentarían los problemas que les demandaba la época. Sólo esperaban, porque eran entes políticos, pero no sabían dónde alinearse. Ramírez y Ramírez menciona que había ya algunos definidos: comunistas, católicos y un tercer grupo que se afiliaba a lo que llamaba “el desastre mexicano”: los revolucionarios que en algunas ocasiones se decidían por el radicalismo social y, en otras, por un nacionalismo simplón. A pesar de esas corrientes de pensamiento, era el grupo de los indefinidos —ellos mismos, los barandales— quienes tenían mayor capacidad intelectual y moral, basados en sus conocimientos de arte, filosofía y literatura. Lo que decidiría su futuro no era un “golpe del destino”, sustentado en el misticismo de la fe, como lo planteaba Vega Córdoba, sino la intransigencia: la capacidad de negarse o asentir, la capacidad de una definición ante el momento histórico —la llamada década roja— que les tocaba enfrentar.[9]

          Como parte de ese carácter intransigente, cualquier propuesta ideológica tenía que ser puesta a prueba. En Barandal las críticas al proyecto soviético corren también a cargo de Ramírez y Ramírez. En “La soledad en el mundo” asegura que el flagelo de la sociedad contra el individuo es la soledad. No la soledad reflexiva, sino aquella que nace de la colectividad sin que haya nexos entre los miembros de esa comunidad. Este tipo de soledad se agudiza cuando existe un discurso oficial del sacrifico a favor de los demás, lo cual provoca el tormento de los individuos que desemboca en el suicidio. El mejor ejemplo, el caso de Mayakovsky y Moscú: el poeta “fue víctima de su aislamiento, arrojó lejos de sí una vida que lo mantenía solo en medio de las más aplastantes manifestaciones colectivas de la historia. Allí mismo, de entre las masas, surgen diariamente inmúneros solitarios que se suicidan. Hombres que replican, con la interrupción brusca de sus vidas, a una retórica de partido deformadora de la verdad”.[10]

          La misma crítica es encaminada a las generaciones anteriores, en primer lugar a los Contemporáneos. En “Fuga de valores”, Salvador Toscano ofrece las características del momento en materia de las artes. Menciona que los jóvenes pretendían un arte moderno y de izquierda y denuncia que los géneros artísticos padecían un grave esnobismo: 


En México, con la revista Ulises, entra de lleno la inmensa fuerza espiritual del snobismo; allí está la novela de Owen, Novela Como Nube, es un grito de disolución; aunque muy inteligente, poco constructivo, falto de valores definitivos. ¿Llegaremos en Línea a grandes afirmaciones? En los directores de la revista hemos asistido a una gradual depuración clasicista, es de honradez confesarlo; a la intransigencia que siguió un afán de calidades inteligentes. Pero el snobismo queda en el ambiente, en él nos movemos y ha llegado a avasallarnos; pero es un imperativo liberarnos de esta fuerza que está retardando la creación definitiva.[11]


Frente al arte “falso” del esnobismo y la forma, la generación nueva, según Toscano, fundaría un arte basado en la tradición con bases sólidas. Finalmente se deslindaba de Contemporáneos, pero también de los Estridentistas:


La generación literaria que nos precedió edificó su valer sobre las ruinas de los novecentistas, disolviendo y atacando esa generación; negando toda posible tradición; construyeron su edificio artístico sobre el sarcasmo y la burla. Nosotros jamás construiremos sobre ruinas, respetamos la tradición, aun la más cercana —y aunque la creación no nos importe nacional, ya que la preparación de un verdadero arte debe ser universal—, anhelamos una obra afirmativa, con un sentido constructivo, en medio del escepticismo inteligente que nos precede.[12]


Ante la pugna entre arte comprometido y arte puro, ante la efusividad como jóvenes de tomar partido por algún mando ideológico, un adolescente Octavio Paz responde con “Ética del artista”. El autor analiza las dos perspectivas, junto con el ideario que sostiene a cada una. Luego de reflexionar sobre la tradición de la que emanan las corrientes en pugna termina por decidirse por otro tipo de creación. Se trata de un arte basado en el “misterio”. Un arte que significa ser individuos completos, sin soslayar su realidad, sin menospreciar el mundo, pero sobre todo sin desconocer la exigencia de la creación:


Hemos de ser hombres completos, íntegros. Hemos de ser hombres cultos, en el sentido platónico y sheleriano del vocablo. Sólo en esa forma quizá recibamos un día la inspiración que a veces sobrecogía a Nietzsche y que descendió hasta Plotino. Uno de los jóvenes más nobles de la hora, Pablo Luis Landsberg, hace notar ya este carácter religioso y divino de la inspiración.

          ¿Hemos de dejar el misterio obre en nosotros, como pide La Rochelle?, o ¿hemos de angustiarnos por saber los destinos ocultos que pesan sobre nosotros? 

          Aunque quizá esta pregunta, esta angustia de los jóvenes por saber el sentido de la obra, sea una muestra de que el misterio ya está obrando.[13]


En torno a este texto Guillermo Sheridan menciona que Paz “reconoce la disyuntiva entre ‘arte de tesis’ y ‘arte puro’, pero hace perdidiza su conclusión”, y asegura que el poeta le confesó que para escribirlo se basó en el ensayo “Posición del escritor en nuestra época”, de Ernst Glaeser, aparecido en Crisol.[14] Lo que también está detrás del ensayo es la poética del grupo. El cierre de Paz, “el misterio”, concuerda con esa fe, como guía de vida, mencionada por Vega Córdoba, así como con la intransigencia que los llevaría a una toma de posición, según Ramírez y Ramírez. Y sobre todo, la conclusión de Paz es una paráfrasis del texto de Albert Einstein, titulado “Lo que yo creo”, que seguramente el joven poeta ya había leído, pues se publica en el mismo número de Barandal, y el cual es una declaración de intenciones sobre las creencias políticas y vitales del físico alemán. 

          Siguiendo los preceptos platónicos del “bien, la belleza y la verdad” Einstein justifica sus filiaciones, así como la defensa de la individualidad. Critica los regímenes autoritarios de Rusia e Italia, y destaca lo logrado en Estados Unidos, por medio de su sistema democrático, y también en Alemania con el apoyo a las clases más desfavorecidas.[15] Finalmente menciona que existen zonas vedadas para el razonamiento humano: se trata del misterio que retoma Paz como conclusión de su ensayo, lo que Einstein establece como el sustento de la religiosidad en el ser humano: “Lo más bello de que tenemos conocimiento es el misterio. Es la fuente de todo arte y de toda ciencia. Aquel que se sienta cerrado a esta noción, que no pueda extasiarse ya de admiración o transportarse de terror, vale tanto como un muerto”.[16]

          Fe, desconfianza, misterio, crítica, exploración, ironía, como sustento del ideario de la publicación es lo que define el perfil de los barandales. El mismo Paz así lo consideró en por lo menos dos ocasiones. En entrevista con Diana Ylizaliturri, señaló: “Barandal fue una revista de experimentación, entusiasmo, irreverencia y un poco de placer”.[17] Y posteriormente, al recordar la llegada de Rafael Alberti a México, expresaba: “un grupo de jóvenes aprendices y poseídos por ideas radicales publicamos dos revistas: Barandal y Cuadernos del Valle”.[18] Desde esta trinchera navegaron libremente en su propuesta que los llevó a considerarse, con el estandarte juvenil, como ciudadanos del mundo buscando interlocutores en diferentes geografías estéticas. 

          La carta de Vladimir Nixon a James Joyce, en la segunda entrega de Barandal; el poema “I keep wondering”, de Hilda Conkling, en la tercera, y el poema en francés de Paul Válery a Juan Ramón Jiménez, en la cuarta, muestran claramente la visión cosmopolita, no sin tintes lúdicos, de los responsables de la publicación.[19] Con el mismo talante universal, publicaron en sus páginas colaboraciones que ellos habían leído en la española Revista de Occidente, en la cubana Surco, en la peruana Frente y la argentina La Vida Literaria, así como las reseñas de los libros Fermín Galán de Rafael Alberti; Novecentismo Letterario de Massimo Bontempelli; Regards sur le Monde Actuel, de Paul Valéry; Vlaminck, de André Montaigne, y Baudelaire, de Philippe Soupault, extraídas de la revista Books Abroad, en versión al castellano de Salvador Toscano.[20]

          Lo que se ha visto en sus páginas como un carácter vanguardista no es más que la inclinación al juego y a la provocación. En ese momento por más que hayan publicado a Marinetti desde el primer número, el texto fue expuesto por su sentido extravagante más que por el sentido programático que seguían las vanguardias. Los barandales ni siquiera entendían bien lo que significaba el arte de vanguardia. Paz explica: “leíamos lo que pensábamos que era la vanguardia; no teníamos mucho conocimiento de idiomas, aunque empezábamos a aprender inglés y francés. Entonces se nos ocurrió hacer […] Barandal. Todas nuestras confusiones pueden verse en esa revista”.[21] Incluso Toscano, el incendiario, en el mismo “Fuga de valores” se desmarca de la vanguardia en cualquiera de sus versiones, porque en ella no veían una escuela, sino una rebeldía, una forma de diversión. Por tanto, asegura que no existe el arte moderno ni de vanguardia, sólo un verdadero arte basado en la “forma” y en la “esencia” que es “donde radica su verdadero valor, extratemporal y cuya infinitud la hace ser una historia en la historia”.[22]

           Y en “Notas”, también escritas por Salvador Toscano pero comúnmente aparecidas sin firma, se remata: “Aclaremos sobre la vanguardia. Nosotros somos la vanguardia. Los otros, de la retaguardia, como quien dice, los puros retaguardiados: académicos gramáticos y demás familia”.[23] La vanguardia de los barandales era una burla, ganas de hastiar conciencias, de molestar a sus maestros y generar escozor entre escritores consagrados. Precisamente los textos que aparecían en “Notas” fueron los más corrosivos de la publicación. Desde la primera entrega la sección se estrena con un ataque directo a Antonio Caso: 


No nos explicamos esa coquetería de ciertos filósofos que se atreven a publicar un libro de versos, sin otra cualidad que un academismo aplastante. Decididamente el ejemplo de Unamuno fue funesto en México. […] Entrevistaron a un crítico para preguntarle qué opinaba de “Crisipopeya”, libro de versos de Antonio Caso, y cuentan que contestó: “Un bello libro, tratándose de un filósofo”. —Y qué le parece su filosofía, insistieron los reporteros insaciables: —“Profundísima, para ser de un poeta”, contestó el personaje sonriendo mefistofélicamente…[24]


La embestida continúa en la misma sección de la quinta entrega, donde apuntan sus armas en contra de Alfonso Junco (“Juanco”) a quien tildan de “beato y académico” y se burlan de su último libro titulado Cristo. También arremeten en agravio de los “claros varones” de la Academia de la Lengua que “han hecho su víctima” a Genaro Fernández MacGregor. En su discurso de ingreso a la institución, sigue la nota, dijo “Jenaro” que “afortunadamente, no todos llegarían a académicos. Para bien de la patria y desenvolvimiento del idioma, agregamos nosotros”. El ámpula de la sección llega hasta la figura de Alfonso Reyes: 


Alfonso Reyes publica el tercer libro de este año: La saeta, a la que antecedieron El testimonio de Juan Peña y 5 casi sonetos. En el último, con su exacta prosa, nos entrega un relato de un paseo con Falla, por la ciudad de Sevilla, en busca de las clásicas saetas que figuran como epígrafes en cada una de las páginas que sirven como antecedentes a algo que pudieran llamarse capítulos. Ilustra este último libro Moreno Villa, con unos que el propio Reyes llama trazos.[25]


Otros de quienes se burlaron en la última entrega de “Notas” fue Samuel Ramos, “director náufrago”, y de “Ermulo” Abreu Gómez, “arqueólogo de Nepantla, Sor Juana y Dorothy Schons”.[26]

          Este impulso lúdico, ligado a las erinas juveniles, les dotó a los barandales de una libertad de creación. Libertad para elegir y equivocarse, libertad para la duda y el escepticismo, libertad para la crítica y para sentirse universales sin rechazar su carácter mexicano. Este posicionamiento sorprendió a sus contemporáneos, pero también a sus mayores. Profesores, estudiantes y escritores se divertían con el tono de la publicación. José Rojas Garcidueñas recuerda: “Barandal fue revista literaria estudiantil, casi tan fugaz como otras; pero mejor que muchas que le precedieron y la han seguido”.[27] En el mismo tono escribe Rafael Solana sobre el proyecto editorial:


Todos los estudiantes de primero de preparatoria, sobre todo los de la carrera de Leyes, teníamos en el año de 1931 la ilusión de poseer una revista nuestra. Nos quedamos paralizados de admiración, de estupor, cuando un amigo a quien tuteábamos, un compañero de la escuela secundaria, Octavio Paz, sacó la suya, en agosto. Era una revista pequeña, de poco cuerpo, pero limpia, joven, nueva. Todo en ella parecía fresco. Y ver el nombre de uno de nosotros mismos, casi, de Octavio, que era apenas, escolarmente, un año mayor, nos deslumbraba, pues parecía poner al alcance de nuestras manos los sueños más caros.[28]


Y la misma admiración por los fundadores de la revista demuestra Huerta:


fuimos espectadores alucinados de Barandal y de los cuatro admirables que en él se acodaban, mirándonos como a pisoteables hormigas: López Malo, rubio y espigado, sarcástico e insolente, hijo del autor La Bestia de Oro; [...] Arnulfo Martínez Lavalle, que finalmente dejaría la literatura por la abogacía; Salvador Toscano, tan seguro de sí, tan noble y tan leal, y Octavio Paz, quien publicó en diversos números su poesía inmadura pero promisoria.[29]


Mientras que Salazar Mallén escribía en 1937:


Un buen día en la Escuela Nacional Preparatoria, apareció una revista literaria: Barandal. La editaban y redactaban unos cuantos adolescentes sin más estímulo ni más apoyo que su amor a las letras, sin ninguna ayuda oficial, sin la tutela de hombres adultos.

          El gesto llamó la atención no sólo por inusitado, sino también y sobre todo, por la promesa de madurez fecunda que se adivinaba en la revista. Pronto Barandal consiguió reputación no nada más en los círculos estudiantiles, llegó a los corrillos literarios y los animadores de la publicación empezaron a ganar un nombre. Entre ellos figuraba Octavio Paz.[30]


La revista juvenil que no dejó a nadie indiferente y que incluso llevó a sus integrantes a ser parte de la polémica nacionalista de 1932[31] se registró “como artículo de 2ª clase con fecha de 31 de julio de 1931”. Barandal tuvo una vida práctica de ocho meses, de agosto de 1931 a marzo de 1932. Anunciada como mensual, padeció un retraso en su sexta entrega, por lo que el número aparece doble: “enero-febrero”. Con una extensión de entre 16 y 24 páginas, su dirección postal siempre fue Guerrero 75, México, D.F.; su costo por número suelto era de 20 centavos y, la suscripción a seis números, de un peso. 

          Su formato de presentación está constituido por un dossier y la sección “Notas”. Intermitentemente aparece el apartado “Temas” y sólo una vez el de “Publicaciones y libros recibidos”, en la cuarta entrega. A partir del número dos los anunciantes son el Banco de México, Publicaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México y dos revistas: Contemporáneos y Síntesis. En el apartado de publicidad de la última entrega de la revista se anuncia la próxima aparición del libro Notas desde Abraham Ángel, de Manuel Moreno Sánchez, bajo el sello de “Ediciones de Barandal”. El volumen era un agregado del texto publicado en la revista, pero nunca vio la luz. Así la intención de la revista por tener su editorial quedó frustrada. 

          La publicación contó con 59 colaboraciones, incluidos los suplementos. De ellas, tres fueron críticas de arte, una crítica teatral, tres obras dramáticas o lo que pudieran considerarse obras dramáticas, 17 ensayos con diversos temas, desde política hasta historia; una entrevista o más bien fragmento de entrevista a Stalin; cuatro notas informativas, cuatro reseñas de libros, y quince colaboraciones en el género lírico donde muchas veces, en la misma entrada, aparecía más de un poema del mismo autor, dando como resultado la publicación de 23 poemas en total. 

           De las nacionalidades de los colaboradores hubo un argentino: Juan Jacobo Bajarlía; un cubano: Juan Marinello; y un español: Cristóbal de Castro; un francés: Paul Valéry; un holandés: Johan Huizinga y un italiano: Marinetti. Dos estadounidenses: Waldo Frank e Hilda Conkling; igual número de rusos: Vladimir Dixon y Stalin.[32] Tres alemanes: Karl Haeberlin, Pablo Luis Landsberg y Albert Einstein. Y 38 mexicanos, de entre ellos el que más colaboraciones ostenta es Salvador Toscano con 12, entre ensayo, crítica teatral, narrativa, poesía, reseñas, nota informativa y traducción. Los colaboradores gráficos fueron Adrián Osorio, Julio Prieto y Manuel Rodríguez Lozano con cinco óleos, basados en motivos indígenas y aparecidos como suplemento en la séptima entrega de la revista.[33]

          Para los suplementos, la relación de algunos de los barandales con el grupo de Contemporáneos fue decisiva, tal y como cuenta Paz: “se nos ocurrió publicar, en cada número, como un suplemento aparte, poemas y textos de escritores que admirábamos: Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo. Los invitamos y todos ellos aceptaron”.[34] Fueron cinco los suplementos publicados. De Carlos Pellicer, “Cinco poemas”; Manuel Moreno-Sánchez colaboró con “Notas desde Abraham Ángel”; Manuel Rodríguez Lozano presentó “Óleos”; Salvador Novo ofreció el avance de una novela que nunca terminó: “Lota de loco (fragmentos)”,[35] y Xavier Villaurrutia, “Dos nocturnos”. 

          Como puede verse Barandal fue una revista netamente de grupo. En sus páginas estos jóvenes buscaron, a partir del escepticismo, un refugio ideológico. El tono de incertidumbre le da un carácter de ruptura, antes que de continuidad, en torno a los proyectos editoriales y los discursos que hilvanaron las generaciones anteriores. Para los animadores, ésta fue su revista iniciática donde pudieron desmarcarse de sus antecesores en el discurso y también en el actuar; sólo Paz cultivó posteriormente una relación con algunos de los Contemporáneos. Con todas las dudas y las arrogancias y las experimentaciones propias de la edad, la juventud de Barandal veló sus armas en este primer proyecto en el que la crítica se disparó hacia diversos blancos: contra la Revolución Mexicana, contra el fascismo, contra el comunismo, contra el arte de vanguardia, contra los escritores consagrados. 

          Sus certezas vendrían en los proyectos posteriores del grupo: Cuadernos del Valle y Taller. Pero en Barandal la duda y el escepticismo fueron la base de la argumentación literaria. Sólo desde estas dos trincheras puede entenderse la complejidad y el valor del proyecto, y la razón por la que esta revista fue el catalizador de algunas de las figuras más importantes de la literatura mexicana en el siglo XX. 



[1] Santí Enrico Mario, “Entrevista con Octavio Paz. El misterio de la vocación”, en Letras Libres, número 73, enero de 2005, p. 35.

[2] A la justa en la preparatoria se unió Raúl Vega Córdoba. Sobre los concursos de oratoria ver: Ángel Gilberto Adame, Octavio Paz. El misterio de la vocación, México, Aguilar, 2015, pp. 38-41.  

[3] Redacción, “Una grandeza caída. Entrevista a Octavio Paz”, en Artes de México

[4] Octavio Paz, “Repaso en forma de preámbulo”, en Vuelta, número 130, septiembre de 1987, p. 19.

[5] En la organización estudiantil “los universitarios nos sentíamos, quién más quién menos, como una mexicana versión de aquellos estudiantes rusos que prepararon la revolución”, asegura José Rojas Garcidueñas (“Salvador Toscano”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, número 18, año de 1950, volumen V, UNAM p. 10). 

[6] Como “vanguardista” define Diana Ylizaliturri a la revista en “Letras de Barandal”, en Revista de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, núm. 7, 1999, pp. 157-191.

[7] Raúl Vega Córdoba, “Notas sobre la juventud”, en Barandal, número 3, octubre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 78-85). Las mayúsculas son del original. 

[8] Ibid., p. 83.

[9] Enrique Ramírez y Ramírez, “Un asunto concreto”, en Barandal, número 6, enero-febrero de 1932 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 187-1991).

[10] Enrique Ramírez y Ramírez, “La soledad en el mundo nuevo”, en Barandal, número 3, octubre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 70).

[11] Salvador Toscano, “Fuga de valores”, en Barandal, número 7, marzo de 1932 (facsimilar: FCE, México, 1981, pp. 277-278). 

[12] Idem.

[13] Octavio Paz, “Ética del artista”, en Barandal, número 5, diciembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 149-151).

[14] Guillermo Sheridan, Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, Era, México, 2004, pp. 133-134. 

[15] Sobre la posición de Einstein respecto a Alemania, hay que recordar que para el año de la publicación del artículo se vivía en Alemania el periodo conocido como República de Weimar. Es decir, aún faltaba por lo menos un año para el ascenso de Hitler y el Partido Nazi al poder.  

[16] Albert Einstein, “Lo que yo creo”, en Barandal, número 5, diciembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 164-165).

[17] Diana Ylizaliturri, “Entrevista con Octavio Paz, Editor de revistas”, Letras Libres, número 53, julio de 1999, p. 53. 

[18] Octavio Paz, Octavio Paz en España 1937, México, FCE, 2009, pp. 93-94.

[19] Vladimir Nixon, “A litter to Mr. James Joyce”, en Barandal, número 2, septiembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 24); Hilda Conkling, “I keep wondering”, en Barandal, número 3, octubre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 88); Paul Valéry, “A Juan Ramón Jiménez”, en Barandal, número 4, noviembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 130). 

[20] Redacción, “Libros extranjeros (traducción de Salvador Toscano)”, en Barandal, número 7, marzo de 1932 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 292-294). De Revista de Occidente tomaron los siguientes textos: Karl Haeberlin, “Freud y el psicoanálisis”, en Barandal, número 2, septiembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 52-54); Pablo Luis Landsberg, “El descubrimiento de un nuevo orden”, en Barandal, número 2, septiembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 55-58), y J. Huizinga, “La concepción jerárquica de la sociedad”, en Barandal, número cuatro, noviembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 126-129). De Surco: Albert Einstein, “Lo que yo creo”, op. cit.; de Frente: “Stalin y la Revolución”, en Barandal, número 5, diciembre de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 23). Y de La Vida Literaria: José Marinello, “Plástica y poética”, en Barandal, número 7, marzo de 1932 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 288-290). 

[21] Diana Ylizaliturri, “Entrevista con Octavio Paz, Editor de revistas”, p. 53. 

[22] Salvador Toscano, “Fuga de valores”, pp. 277-278. 

[23] Redacción, “Notas”, en Barandal, número 7, marzo de 1932 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 297).

[24] Redacción, “Notas”, en Barandal, número 1, agosto de 1931 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 32). Al parecer Toscano tenía una diferencia personal con Caso, porque en el ensayo “El sentido de la cultura en nuestro tiempo”, al empezar su disertación, advierte: “Pretendo separarme fundamentalmente del pensamiento de Spengler”. La oración era una declaración de intenciones, porque justo antes de la publicación del texto el profesor Caso, en su cátedra de Historia de la Filosofía, “comentó con gran detalle y mayor entusiasmo La decadencia de Occidente, [de Spengler]” (José Rojas Garcidueñas, op. cit., pp. 10-11). 

[25] Redacción, “Notas”, en Barandal, número 7, marzo de 1932 (facsimilar: México, FCE, 1981, pp. 166-168).

[26] Redacción, “Notas”, en Barandal, número 7, marzo de 1932 (facsimilar: México, FCE, 1981, p. 297).

[27] José Rojas Garcidueñas, op. cit., p. 10. 

[28] Rafael Solana, “Barandal, Taller Poético, Taller, Tierra Nueva”, Las revistas literarias de México, INBA, México, 1963, p. 187.

[29] Efraín Huerta, Aquellas conferencias, aquellas charlas, UNAM, México, 1983, p. 28.

[30] Rubén Salazar Mallén, “Raíz del hombre”, El Universal, 21 de enero de 1937, en Javier Sicilia, Cariátide a destiempo y otros escombros, Gobierno del Estado de Veracruz, México, 1980, p. 31.

[31] Ver: Guillermo Sheridan, México en 1932: La polémica nacionalista, FCE, México, 2009.

[32] Más que una colaboración se trata de fragmento de una entrevista que unos estudiantes le hacen al líder soviético. 

[33] En las colaboraciones gráficas es necesario apuntar que además aparece un pequeño dibujo de una sirena en el número cuatro, sin firma, pero atribuible a Prieto.

[34] Octavio Paz, Xavier Villaurrutia en persona y obra, FCE, México, 2003, p.9. 

[35] Así lo asegura Octavio Paz, ídem.


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