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Octavio Paz va al cine: la Alhambra de Mixcoac

Jaime Vázquez

Año

1924

Tipología

Memorias

Temas

La infancia (1914 -1930)

Lustros

1920-1924

 

Vista de la Casa morisca desde la actual avenida Revolución. Cortesía de Rafael Fierro Gossman

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, Mixcoac era la provinciana estación previa a la terminal en San Ángel en el recorrido del tranvía que salía del Zócalo con dirección al sur de la Ciudad de México. 

          Mixcoac, culebra de nubes, lugar de veneración a Mixcóatl, vía láctea y serpiente nahua, asentamiento tepaneca en la época prehispánica, fue, con el tiempo, hogar de personajes célebres como José Joaquín Fernández de Lizardi, Valentín Gómez Farías, Ireneo Paz y su esposa Rosa Solórzano. 

          Octavio Paz Lozano, nieto de Ireneo y de Rosa menciona: “Cuando tenía 40 días de nacido mi familia se mudó a la villa de Mixcoac, ahora unos suburbios de distrito anónimos de la desmadejada capital. Estaban escapando del ‘alboroto de la ciudad’ a la casa patriarcal de mi abuelo”. En Mixcoac, frente a la Iglesia de San Juan Evangelista y una pequeña plaza que hoy lleva el nombre de Valentín Gómez Farías, estaba la casa de Ireneo y Rosa, los abuelos Paz, y dentro de la propiedad, un jardín lleno de flores. 


Iglesia de San Juan Evangelista, plaza frente a la casa de Ireneo Paz. Cortesía de Rafael Fierro Gossman


          Encima de una higuera, en el jardín “medio selvático”, el niño Octavio exploraba el cielo, las nubes (quizá la víbora de las nubes), la diversidad de árboles, el horizonte silencioso que distaba del “alboroto de la ciudad”. El higo, de acuerdo con lo dicho por el poeta, es un “fruto floral o una flor frutal”, y degustarlo era como comer sol y noche a la vez; un manjar con vestido negro y entraña roja que crecía en el jardín de esos tiempos, en la naturaleza familiar de Mixcoac. Tentación e invitación al heroísmo, la higuera cambiaba su aspecto con las temporadas, un árbol distinto para cada estación del año. 

          El joven Paz, sin embargo, supo muy pronto que no quería ser héroe sino el cantor de las heroicidades y, también, de las desdichas del ser humano. En el cortometraje Octavio Paz: el lenguaje de los árboles, dirigido por Claudio Isaac y producido por el IMCINE, Paz confiesa: “Recuerdo que me impresionó mucho una anécdota de Alejandro Magno. Le preguntaron, cuando era niño: ¿quién quieres ser? ¿Homero, el poeta, o Aquiles, el héroe?”.  Eligió ser Aquiles. El destino de Paz era la palabra, prefirió ser el cantor del héroe, ser Homero.

          Mixcoac, reducto de la memoria, era hogar y sueño, un rincón de la zona de Nonoalco junto al río, franja arbolada al alcance de la mano y lejos del ruido. Era un íntimo escenario de la fantasía sobre el que Paz afirmó:  


Nuestros juegos infantiles eran mojigangas heroicas: los duelos de D'Artagnan, las cabalgatas del Cid, la lámpara de Aladino o las hazañas en las praderas del Oeste de Buffalo Bill. El amor a lo maravilloso mueve a los niños. Y lo maravilloso, para nosotros, era sobre todo la acción. La historia es también acción y por esto los juegos infantiles, sin excluir a los juegos eróticos, son el comienzo, el prólogo de la historia[1].


Entre los días de sol, la plaza frente a la iglesia, las huidas al templo de Santo Domingo, juegos y lecturas infantiles, el relato y representación de los héroes admirados, Paz recuerda: 


Adelante del Colegio Williams y siguiendo siempre la vía del tren, se llegaba a una extraña construcción morisca, ¡la Alhambra en Mixcoac! Parecía transportada por uno de los genios de los cuentos árabes. Aquella fantasía sarracena tenía un jardín frondoso y accidentado por el que corría, entre túneles, montañas, lagos y precipicios, un ferrocarril eléctrico que nos maravillaba [...]. Al lado de la mansión mudéjar, la cueva de los prodigios: cada jueves, día de asueto, abría sus puertas el cine y durante tres horas, con mis primas y primos, me reía con Delgadillo y saltaba con él desde un rascacielos, cabalgaba con Douglas Fairbanks, raptaba a la voluptuosa hija del sultán de Bagdad y lloraba con la huérfana de la aldea[2].


El Cine Serralde

Ese cine, pionero en la zona, que abría sus puertas los jueves para entrar al universo de la heroicidad y la aventura, era el Salón Teatro Mixcoac, conocido en el barrio como Cine Serralde.


Cartel publicitario del Salón Teatro "Mixcoac"


          Estaba ubicado en los extensos jardines de la Casa Serralde, construcción morisca de Mixcoac, que “fue inaugurada en 1903 como residencia del licenciado Francisco Serralde Martínez —destacado abogado— y su esposa Guadalupe Acosta García, siguiendo el diseño del ingeniero y arquitecto Enrique Olaeta y que ocupaba la esquina sur-poniente de un espectacular terreno de casi 10,000 m²”, según nos relata Rafael Fierro Gossman en su detallado y documentado blog sobre las Grandes Casas de México[3]. Hogar de los prodigios y los asombros, apunta Fierro Gossman: 


Desde el inicio del siglo la ‘Casa Árabe’ se había transformado en hito de Mixcoac, y veinte años después —para junio de 1923, cuando el matrimonio Serralde Acosta celebró con los hijos sus ‘Bodas de Oro’— […] se descubría el mayor esplendor de la casa de Mixcoac, que en el jardín ya incluía carrusel mecánico para los nietos, bisnietos y niños del vecindario, pequeño ruedo para regocijo de adultos, un cine adjunto a la casa y —ocupando una parte del jardín— el fantasioso modelo de una fracción del trayecto del ferrocarril México-Veracruz, incitada por el entusiasmo ferroviario de Víctor[4], que de los Estados Unidos trajo dos trenes a escala y modeló montañas, túneles y puentes. 


Víctor Serralde, nieto del “entusiasta ferroviario”, lo relata: “En la calle de Rubens […] estaba el cine, se cobraban quince centavos, permanencia voluntaria, y se pasaban todas las películas de Charles Chaplin […] quien estrenó el cine fue Virginia Fábregas y Pancho Cardona, que era su esposo. Ellos fueron los padrinos…”[5]


Fotografía conmemorativa de las Bodas de Oro. Cortesía de Rafael Fierro Gossman. 


Los trenes a escala y el Héroe de Nacozari

Una década después de las Bodas de Oro, el modelo a escala del ferrocarril que corría por los jardines de la casa morisca fue solicitado como préstamo a la familia Serralde por Guillermo Calles para la filmación de su película El héroe de Nacozari, también exhibida como Jesús García, el héroe de Nacozari. La cinta, dirigida por Calles (actor, productor y director chihuahuense) y con argumento suyo y de Gustavo Sáenz de Sicilia, fue filmada en 1933 y estrenada un año después en los cines Mundial, Isabel, Imperial y Universal.

          Emilio García Riera comenta sobre la película: 


[…] ni el más obligatorio nacionalismo pudo menos que consternarse ante una película como El héroe de Nacozari, expresión de un cine, más que pobre, miserable. La cinta se reduce a unas cuantas escenas que intentan explicar la limpieza moral de Jesús el rielero y de la gente que lo quiere. Entre una y otra escena las imágenes de trenes con stock shots de choques son prodigadas ad nauseam[6]


El ferrocarril a escala que maravilló a cuantas personas lo vieron sortear los jardines de la casa morisca, surgir de los túneles y remontar las cúspides, se estrelló con más pena que gloria en la fantasía nacionalista de aquel cine celebratorio de los héroes realizado en los años treinta. El Homero que relata la heroicidad de Jesús García, un Aquiles ferrocarrilero, desafinó y no acertó el canto. 


Fotografía publicitaria de la película El héroe de Nacozari


Delgadillo

Conocido en Francia como Lui y en Inglaterra como Winckle, Harold Lloyd, nacido en Nebraska en 1893, fue bautizado en la naciente industria cinematográfica mexicana como Delgadillo (este año se cumplieron cincuenta años de su fallecimiento). Al inicio de su carrera en el cine buscaba la manera de competir con Chaplin imitándolo, y para ello creó un personaje que no alcanzaría el éxito deseado: Willie Work. Al fracasado personaje de Work lo sustituyó otro más, al que bautizó como Lonesome Luke, de relativo éxito, pero que continuaba siendo una evidente sombra chaplinesca. Lonesome logró subir algunos escalones de la fama, pero faltaba el paso definitorio. Paco Ignacio Taibo I relata ese paso decisivo en la construcción del personaje: 


Las gafas de concha estaban de moda […], sería una marca adecuada para distinguir a un cómico nuevo en aquel mundo de personajes pintorescos. […] necesitaban que las cejas de Lloyd, muy expresivas, no quedaran ocultas […] los cristales de las gafas reflejaban la luz y creaban dificultades al camarógrafo. Harold rompió los vidrios y dejó la montura únicamente. En ese instante se iniciaba una carrera que lo llevaría a la más alta popularidad. En 1926 Harold Lloyd ganaba más que Chaplin y más, también, que Douglas Fairbanks[7].   


Las hazañas de Delgadillo, acróbata con apariencia de joven y fresco estudiante, llenaron de risa, gags y trucos insólitos la pantalla de los cines silentes del mundo, y llegaron al Cine Serralde, el rincón de Mixcoac. 

          Lloyd convirtió a su personaje en un atleta intrépido, inocente y de alma bondadosa. Reírse y saltar del rascacielos con él, como lo vivió Octavio Paz, es una experiencia explosiva del cine mudo, del movimiento frenético sin palabras; el truco de lo físico, el encuentro de la sorpresa con el héroe de ocasión que emerge de sus problemas, miope, triunfante, limpio y sonriente, para abrazar a la dama. Lloyd era un Aquiles acróbata en el amanecer del siglo XX, un héroe urbano con lentes de aro, cejas expresivas y arrojo más allá de lo imaginable. El canto de su heroicidad está en el cine de la risa loca.      


Harold Lloyd


Douglas Fairbanks

En la película que Octavio Paz recuerda cuando dice “cabalgaba con Douglas Fairbanks, raptaba a la voluptuosa hija del sultán de Bagdad y lloraba con la huérfana de la aldea”, Fairbanks era Ahmed, el ladrón que se hace pasar por príncipe para casarse con la hija (Julanne Johnston) del Califa (Brandon Hurst) en El ladrón de Bagdad, dirigida por Raoul Walsh en 1924[8].

           Fairbanks había sido, entre otros personajes heroicos, Don Diego de la Vega, El Zorro, en La marca del Zorro (Fred Niblo, 1920); D'Artagnan en Los tres mosqueteros (Fred Niblo, 1921); Earl of Huntingdon, o Robin Hood en Robin de los bosques (Allan Dwan, 1922), antes de su papel de Ahmed en El ladrón de Bagdad.  

          A propósito de Robin de los bosques, atendamos los recuerdos de Charles Chaplin, amigo de Fairbanks: 


Construyó un plató de cuatro hectáreas para Robin Hood; un castillo con enormes murallas y puentes levadizos mucho mayor que cualquier castillo auténtico que haya existido jamás. Con gran orgullo me mostró el enorme puente levadizo.
 — ¡Magnífico! —dije— . ¡Qué maravilloso comienzo para una de mis películas: baja el puente levadizo y yo saco al gato y recojo la botella de leche!”[9].  


Después interpretó El pirata negro (Albert Parker, 1926) y El gaucho (Richard Jones, 1927), entre otras cintas que conjugaban la aventura, el romance, el valor del héroe y la lucha contra el mal. El gaucho, por cierto, es el primer largometraje de la actriz mexicana Lupe Vélez, que antes había participado en cortos de Hal Roach (amigo de Harlod Lloyd), con la pareja de Stan Laurel y Oliver Hardy, El gordo y El flaco. Vélez, apodada “La Chinampina”, “The Hot Tamale” y “Mexican Spitfire”, personificaría a la chica de la montaña junto a Fairbanks, el gaucho, en esta cinta que incluyó un cameo de Mary Pickford (esposa de Fairbanks) como la Virgen María.

          Fairbanks era un intrépido atleta, como Lloyd, pero su arma para luchar contra la maldad no se encontraba en la explosión de la risa. Aquiles múltiple, Fairbanks interpretó al héroe con muchas caras y cantó a su modo las hazañas de un mundo de aventuras y de mitos casi homéricos surgidos de otras páginas de la literatura y de la historia.


Douglas Fairbanks en El ladrón de Bagdad


Mixcoac

“Cuando pienso en mi infancia pienso en una vieja casa de fines del siglo pasado, en un pueblo de las afueras de la Ciudad de México”, recordaba Octavio Paz. La casa morisca construida por la familia Serralde es parte de la memoria; un pequeño buque anclado en el tránsito citadino, una especie de esqueleto decimonónico que permanece en una esquina de avenida Revolución y Rubens, a la luz opaca del siglo XXI. 

          Nada queda del Cine Serralde, del viejo Salón Teatro Mixcoac que en alguna etapa de su vida recibió al Profesor Piervau, ilusionista que era parte de las atracciones brindadas al público; una sala cinematográfica que cobraba 50 centavos por tres tandas, 20 centavos por una tanda y ofrecía descuentos a mitad de precio para los menores de 9 años. Nada queda del jardín con el ferrocarril a escala, de los juegos infantiles, de la Alhambra de Mixcoac y su esplendor de 10 mil metros cuadrados, del sueño cumplido de don Manuel Francisco de la Santísima Trinidad Serralde Martínez de darle a su esposa, doña Rosa Acosta de Serralde, una casa lejos del bullicio citadino.

          Al cierre del Cine Serralde, que se incendió en algunas ocasiones, apareció el Cine Jardín en las calles de Goya, más cerca de la Iglesia de Santo Domingo. En las primeras décadas del siglo XX, recuerdan los vecinos más antiguos de la zona, llegaba el Circo Alegría, los títeres de Rosete Aranda y se instalaba la carpa de Guillermina Ortiz. Mixcoac era punto de encuentro, un barrio atesorado.

          A un lado de la casa que fuera de Valentín Gómez Farías, hoy sede del Instituto Mora, en la placita que mira a la Iglesia de San Juan Evangelista, en la calle Ireneo Paz, está la casa que habitó Octavio Paz, quien escribió una constante autobiografía que le cantó con palabras a la palabra como destino y compromiso personal. Homero subido en una higuera, recordando su vida. 



[1] “El poeta en su tierra” (15:384).

[2] “Evocación de Mixcoac” (14:344).

[3] En su espléndida crónica de la Casa Morisca, en: https://grandescasasdemexico.blogspot.com/2017/07/casa-serralde-acosta-en-rubens-y.html.   

[4] Víctor Serralde Zamora (1817-1908), padre de Francisco Serralde Martínez.

[5] Correa, Leonor; Pensado, Patricia. Mixcoac, un barrio en la memoria. Instituto Mora, 1999, p. 66.

[6] García Riera, Emilio. Historia documental del cine mexicano, 2da Edición, vol. 1, p. 94.

[7] Taibo I, Paco Ignacio. La risa loca. Enciclopedia del cine cómico, vol. II, CONACULTA-Filmoteca de la UNAM, 2005, p. 88.

[8] El ladrón de Bagdad (Raoul Walsh, 1924) disponible en:

 https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5b/The_Thief_of_Bagdad_%281924%29.webm

[9] Chaplin, Charles. Historia de mi vida. Taurus, 1965, p. 191.


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