Conversaciones y novedades

Octavio Paz y Juan Rulfo, desencontrados

Guillermo Sheridan

Personas

Fuentes, Carlos; Poniatowska, Elena; Garro, Elena; Orfila Reynal, Arnaldo; Carballo, Emmanuel; Segovia, Tomás; Arreola, Juan José; Rulfo, Juan

Tipología

Controversias

Temas

Recontextualizaciones

Lustros

1950-1954

 

Arnaldo Orfila Reynal, Juan Rulfo, Marie José y Octavio Paz en la presentación de Corriente alterna (1967)

Yo de Paz ni me ocupo, y muchos nos quieren 

tener ocupados uno contra el otro.

Juan Rulfo [1]


En una entrevista de 1996, dos años antes de morir, Paz comentó la propensión a la desconfianza y a la malevolencia entre los escritores mexicanos. Sabía de qué hablaba pues las sufría pero, desde luego, también las practicaba. “Todos somos, de una manera u otra, víctimas de la suspicacia, la envidia y el ninguneo”, dijo, [2]  y entre escritores es peor: “es natural, viven en un espacio reducido y no tienen más remedio que chocar unos contra otros”. La suma de aislamiento y “estrechez provinciana”, empeorada por la escasez de lectores, ensucia el espacio intelectual y lleva a los escritores al “ombliguismo” y al “cuatachismo”, a crearse un ambiente en el que “cada uno contempla su ombligo con una mezcla de ternura y de horror”.

     Quizá la versión más arraigada de esos conflictos en la historia de Paz es la que se ha fabricado en relación con Juan Rulfo. Me referiré a ella en páginas inútiles, convocado por una fotografía que apareció inesperadamente por ahí.

     Nacieron casi al mismo tiempo (Octavio Paz, en 1914; Juan Rulfo, en 1917), y representaban una fraternidad generacional que se dividía en verso y prosa la imagen literaria de México cuando inicia la frenética década de los años cincuenta; por ello, se les lee al alimón. Justo en la cintura del siglo XX mexicano aparecen Libertad bajo palabra (1949), El laberinto de la soledad (1950) y El arco y la lira (1956), de Paz, y El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955) de Rulfo. Cinco libros fundamentales para la quinta década.

     Sus autores se hicieron amigos en 1953, cuando Paz regresó al país luego de diez años de ausencia. Pudieron iniciar su trato en el Centro Mexicano de Escritores, del que Paz era consejero y Rulfo, becario, o en El Colegio de México, de donde eran becarios ambos, lo mismo que Tomás Segovia, bajo la tutela de Alfonso Reyes. En 1955, Rulfo era asiduo a la tertulia en el departamento del matrimonio Paz-Garro: eran “los días felices de Octavio Paz, cuando el olmo aquel daba peras”, escribe Elena Poniatowska. [3] En esas reuniones, “sentados en círculo sobre la alfombra color miel… hervían los sesos” de los “muchos juanes” que ahí se encontraban: Rulfo, Juan José Gurrola, Juan Vicente Melo y Juan de la Cabada, amigo de Paz desde 1937.

     Paz se veía sobre todo con sus amigos de Poesía en Voz Alta y de la Revista Mexicana de Literatura, que dirigía (sin cargo formal) con Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo, y de cuyo numeroso “consejo de colaboración” formaban parte Rulfo y Tomás Segovia. La revista publicó crítica importante sobre Rulfo, como la de Carlos Blanco Aguinaga. Y habrán coincidido también en Radio Universidad, donde, al amparo de Max Aub, ambos realizaron programas: el de Paz, “Antología caprichosa”, dedicado a la poesía francesa del siglo XX, y el de Rulfo, “Novelas y novelistas de nuestro tiempo”. [4]

     En 1954, Rulfo se compró una cámara Rolleiflex “con la que tomaba fotos de sus amigos”, dice una estudiosa. [5]  Ángel Gilberto Adame encontró el retrato que hizo de Paz en el suplemento Palabra del periódico El vigía de Ensenada, Baja California (30 de marzo de 2014), cuyo editor la recibió de Federico Campbell, quien la envió subrepticiamente pues (a pesar de haber sido buen amigo de Rulfo) temía la ira del gerente de la marca Juan Rulfo®. Es una buena foto. Un Paz cuarentón metido en su casimir y ahogado por la corbata, con aire menos de poeta que de diplomático: 


¿La habrá tomado en las Galerías Excélsior el 16 de enero de 1958? Ese día, Paz leyó su nuevo poema, Piedra de Sol, ante sus amigos como los pintores Juan Soriano y Maka Strauss, y los escritores Luis Cernuda, León Felipe, Jomi García Ascot, Max Aub, Edmundo O’Gorman, Marco Antonio Montes de Oca, Margarita Michelena, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, según la crónica. [6]

     Con el paso de los años, esa amistad cedió su sitio a una lamentable discordia. Se habla de rivalidad, algo no del todo exacto en tanto que nunca hubo discusión ni polémica, pues Rulfo no debatía y mucho menos por escrito. Queda entonces una suerte de competencia baladí por la fama, por una medalla de latón en quién sabe qué olimpiada para elegir al campeón escritor de la conciencia patria. La opinión ligera hace de ellos los personeros de las contradicciones sentimentales o ideológicas de siempre: nacionalismo contra cosmopolitismo, lo rural y lo urbano, la tradición y la vanguardia, el compromiso y el escapismo, el silencio y la elocuencia, la sabia voz de la tierra y la cultura altiva, el habla sencilla y “popular” [7] contra la escritura pedante, y aun la izquierda y la derecha. Una idea del escritor “nuestro” que irremediablemente prefiere al narrador silencioso cuyos “murmullos” se identifican, por alquimia sentimental, con el México “profundo”, con la culpígena y atávica nostalgia agraria e indígena (a pesar de que el mismo Rulfo dijo: “yo no tengo ningún personaje indígena, ni he escrito sobre los indios jamás… uno no sabe qué piensan”). [8] Como escribió Carlos Monsiváis, “a lo rulfiano, de modo irremediable, se le identifica con lo profundamente mexicano”, un concepto tan inescrutable, agrega, como “lo superficialmente noruego”; [9] una versión en prosa, no menos cuajada por la buena fe, del equívoco que ha hecho de López Velarde el “poeta nacional”. No son extrañas las rivalidades entre escritores; sí lo es una entre un poeta y crítico compulsivo, y un narrador callado y adverso al ejercicio crítico. Pero, más que leer sus libros, parecía relevante acometer la típica pulsión de las culturas inseguras: beatificar la imagen de un escritor padre de la patria. La fantasía de contar con dos padres letrados cuajó hasta en un popular cómic en el que ayudan al heroico Fantomas a salvar a México: [10]


Rulfo y Paz se ponen de acuerdo frente a Fantomas.

Que los biógrafos y estudiosos de Rulfo acostumbren aludir a la discordia con Paz para subrayar las virtudes de Rulfo es un flaco servicio a su obvia relevancia. Intriga que el gusto por la narrativa de Rulfo requiera la descalificación de Paz, algo que degrada penosamente ese gusto, pero que parece generar satisfacción. En un libro titulado Pedro Páramo. 60 años, publicado por la Fundación Juan Rulfo, un señor de nombre José Luis Bobadilla inicia así su escrito: “Hace tiempo publiqué en la revista La Tempestad un artículo crítico sobre la obra poética de Octavio Paz. En ella sostenía que el poeta mexicano más importante del siglo XX era Juan Rulfo, y doy mis razones”. [11] Así dijo Bobadilla. Gerardo Cárdenas calculó que en el 90% de las notas periodísticas sobre el centenario de Rulfo se mencionaron sus desavenencias con Paz. [12] Esto no sólo es contradictorio, sino contraproducente: como querer a una persona no por ser esa persona, sino por no ser otra. Un profesor de literatura de la Universidad de Cambridge, Stephen Boldy, en el segundo párrafo de su libro A Companion to Juan Rulfo, [13]  lo contrasta con “el poeta y ensayista Octavio Paz, que odiaba a Rulfo y se abstenía de escribir sobre él”. What? Sería bobo, de no ser ese libro una introducción a Rulfo muy leída en las escuelas. Luego agrega que la personalidad de Rulfo “lo excluía del poder público y el privilegio que disfrutaban otros intelectuales como Octavio Paz, con quien compartía un odio recíproco y virulento”. Este cómic del Paz privilegiado por el poder que “odiaba” al Rulfo humilde y marginal se convirtió en un salmo que entona feliz un coro simplón. El periodista Jaime Avilés los caracteriza en 1981: Rulfo “llevaba una vida discreta, entregado a su familia, a su granja” mientras que Paz era “el poeta oficial del Estado” gracias a sus “contactos con los poderes institucionales y metaconstitucionales”. He ahí la puesta en escena: ¡El modesto granjero contra el poderoso cacique! ¿Quién ganará? [14]

     Desde el principio, también los asociaba la academia, pero como dos voces complementarias. La bibliografía de Julio Verani [15] registra una treintena de estudios académicos en cuyos títulos aparecen ambos —por ejemplo: “México y la comunicación im/posible. Juan Rulfo y Octavio Paz”, de la alemana Maya Schärer-Nussberger— y en cuyos análisis conviven cualquier cantidad de temas comunes a El laberinto de la soledad y Pedro Páramo. Rulfo se habrá molestado mucho, y con razón, ante quienes consideran Pedro Páramo como “un apéndice” —así dice algún profesor— que emplea El laberinto de la soledad como “machote” (template) de la novela, como si fuese la puesta en escena narrativa de algunos temas del ensayo de Paz: el silencio, el lenguaje como máscara, la orfandad, el “chingón” o el culto de la fiesta. [16] Y unirlos en un dueto de la “cultura mexicana" les habrá irritado a ambos, vanidosos cada cual a su manera.

     En un registro más inteligente pero no menos apasionado, Jorge Aguilar Mora narra en La sombra del tiempo. Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo (México, Siglo XXI, 2010) haberse pasado años leyendo a Paz y discutiendo con él, tanto en persona como con su “prosa magistral”, hasta llegar a la conclusión de que era un hombre “enormemente vivo de ideas” pero inseguro, un hombre que “perdió mucho tiempo y mucha inteligencia tratando de ser quien no podía ser”. Le parece que su “fracaso no es trágico, es patético”, perdido como estaba en “el laberinto del narcisismo dogmático y dictatorial” y escribiendo una poesía que sólo lo condujo “a la sima de su desvarío”. Rulfo, en cambio, merece “reconocimiento” por haber creado “no sólo lo visible, sino lo invisible”, un mundo que Aguilar Mora, en páginas emotivas, convierte en la ruta ascética para acercarse a su propio hijo, pues la novela de Rulfo es “la travesía más deslumbrante por la materialidad del símbolo —un oxímoron— en la relación filial y en la relación paterna”. El libro de Aguilar Mora, buen crítico de Paz cuando elude esta patrística, se escinde entre una crítica racional al poeta que no cesa de defender ideas equivocadas y la veneración religiosa al narrador cuyo “silencio irónico es admirable” (e inequívoco) y cuyo escenario, Comala, es como una tierra prometida y cataléptica:

Es por eso que los muertos son, simplemente son, y son más que los vivos: hablan desde el lugar donde nada cambia para ellos y todo cambia para los vivos […]. Alguna vez tendremos tiempo de ver el rostro irónico de la muerte. De lo que no tendremos tiempo es de contarlo. Ya muertos contaremos otras cosas. El único que no cuenta es el cadáver. La cosa por excelencia, con toda la violencia de su estar.

Que Rulfo sea venerable por su silencio funéreo no deja de remitir al sobado culto mexicano de la muerte, ese para el que Paz, tan erótico y vitalista, no califica. La representación de la muerte en Comala, en cambio, se concilia con la hagiografía mexicana: el santo silencioso, el eremita que sí califica como emblema nacional porque —concluye Aguilar Mora— si bien no todos somos hijos del cacique Pedro Páramo, sí que lo somos de Pedro Páramo, la novela. (En nuestros tiempos, me parece que ya estamos más a la sombra de Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia, novela sobre las víctimas de las Poquianchis, esas Petras Páramas, madrotas cacicas de la misoginia mexicana.) Es curioso cómo, en la abundante exégesis y en la compulsiva hermenéutica, el silencio en la obra de Rulfo, con su marca terrible de fatalidad y opresión, trasladado a su autor se convierte en una elevada virtud, en un silencio que aparece como la garantía de una “verdad superior". Rulfo, un parco Caronte cantando su oficio de difuntos en la muerta Comala, que aporta un catecismo supletorio para la iglesia laica; un altar de muertos en prosa. Rulfo aparece como un silencioso iluminado en estado puro que no piensa pero siente, y Paz, como un teólogo alharaquiento que salpica herejías. Una mayoría en México se identificaría con Rulfo cuando dice, por ejemplo, que “la cultura no consiste solamente en hablar francés, sino también en saber enterrar a un muerto”. [17] Es un culto del silencio que debería generar una escuela literaria, como dijo una escritora cubana cuando se conmemoró en La Habana el décimo aniversario de la muerte del autor de El llano en llamas: “Aprendamos de Rulfo el rol del silencio y celebremos esta otra manera de escribir que es el callado". [18]

     Poco a poco, los hermanos complementarios se comenzaron a distanciar, como los Karamázov: Paz figura como el torturado poeta Ivan (cuando no el turbio Dimitri); Rulfo, como el celestial Aliosha, que besa llorando el suelo de la patria. Rulfo aparecía entonces como la víctima inerme del desalmado Paz y se reactivaba la idea de un “poder” adversario de los escritores sencillos, como cuando los nacionalistas acusaban a Alfonso Reyes y a los Contemporáneos de haberse apropiado de la cultura. En 1974, Rulfo ya denuncia que en México había…

…una maffia [sic] y el que no pertenecía a la maffia [sic] tenía muchas dificultades para publicar y todo eso. También fue otra de las razones por las que yo no pude publicar a tiempo. Por esa época era muy difícil publicar. [19]

La anterior es declaración inverosímil, pues venía de alguien a quien no le pudo ir mejor: en 1945, a los veintiocho años, había debutado en las revistas de provincia y, en 1953, lo publicó el Fondo de Cultura Económica, la editorial consagratoria. La historia de su éxito era tan puntual que se decoraba con adversidades. Las fechas de Paz eran similares: luego de las revistas y las plaquettes juveniles, publicó en 1949 Libertad bajo palabra, también en el FCE, a la misma edad en que Rulfo publica El llano en llamas. Nunca tuvo Rulfo dificultades externas para publicar, pero sí, a partir de 1955, internas para seguir escribiendo: su rendición (triste asunto sobre el que se ha escrito mucho) fue una fatalidad íntima pero no la vendetta de mafia alguna. Aguilar Mora piensa que “tal vez fuera miedo de no superar la calidad de lo ya escrito, pero ése era en todo caso un obstáculo muy íntimo e inalcanzable”. Es cierto, pero las dificultades de esa intimidad parecían dañar la imagen del héroe, por lo que no tardó en achacarse su abandono a un entorno adverso.

     En todo caso, que Rulfo haya logrado publicar a tiempo es una señal de que el aparato literario funcionaba correctamente. Significa que el grupo de editores y lectores sabía escoger y lo hacía bien, sobre todo, en tiempos en que no había editoriales subsidiadas por las universidades ni por dependencias oficiales. Que Paz y Rulfo hayan podido publicar al mismo tiempo es señal de que Alfonso Reyes, Octavio G. Barreda, los Contemporáneos, así como sus escasos mecenas y patrocinadores habían constituido un grupo capaz de detectar talentos. Un grupo, no una mafia. En la citada entrevista con Cherem [82], Paz comenta la normalidad con que unos escritores forman grupos de compañeros y amigos, y se dividen de otros grupos con posturas diferentes. Es normal y conveniente que así sea. Lo revelador, dice, es que “en México llamen 'mafias' a estos grupos. Una mafia es una banda de delincuentes, de modo que la sociedad literaria, la república de las letras, se ha convertido para muchos en una asociación delictuosa”. Es un indicio, le parece, de la “anemia moral e intelectual de nuestra civilización, devorada por el culto al éxito y la publicidad”. No, no hay tal mafia, concluye, sino que “hay grupos y hay solitarios”.


Crónica de la abstinencia

La ficción en el sentido de que Paz “se abstenía” de escribir sobre Rulfo, como escribe el profesor Boldy, y su variante posterior (a la que me referiré más adelante), la que dice que Paz se empeñó en “disminuirlo” y opacarlo, es curiosa: se critica a Paz por dizque controlar la cultura y se le recrimina no escribir sobre Rulfo, es decir, no controlarla mejor. Una ficción que es además insostenible, por más que la repitan los comisarios y la consuman los crédulos, porque los hechos son otros: 

En 1955, luego de leer Pedro Páramo, es Paz quien propone a Rulfo para el recién creado Premio Villaurrutia. En una carta de 1956, Paz le cuenta a Carlos Fuentes que va a ver en Nueva York a James Laughlin, el director de la editorial/revista New Directions, para proponerle libros de México: “Rulfo en primer término” (y luego, a Arreola, Fuentes, Elena Garro, Jaime Sabines y Tomás Segovia) y le pide a Fuentes que le envíe “varios ejemplares” para buscarle traductores y editores.

En 1957, consta en los archivos de la Fundación Rockefeller que Paz abogó insistentemente en favor de que se le otorgue y/o renueve la beca a Rulfo, a pesar de la renuencia de los supervisores estadounidenses por su alcoholismo. [20] Los papeles internos de la Fundación registran un testimonio en el que Paz dice:

Juan Rulfo y Adolfo Bioy Casares en Argentina, dos jóvenes talentos creativos de primera clase, están absolutamente sin conexiones institucionales. Paz dijo que la mente académica parecía totalmente incapaz de entender a una persona como Rulfo quien, ciertamente era un poco alcohólico, porque era una personalidad neurótica, pero que esto no significaba que no fuera un buen marido y un buen padre: Paz observó que la forma en que Rulfo proveía —o no proveía— a su familia era una preocupación agobiante para él. Dijo que escritores como Rulfo claramente se beneficiaban de becas, como se podía ilustrar por su producción durante el periodo en que fue becario del Centro [Mexicano] de Escritores, la única vez en su vida que ha estado relativamente libre de preocupaciones financieras, y tuvo tiempo para escribir. [21]

En 1958, le propone “Luvina” a Roger Caillois, que buscaba un texto en español de América para su antología Fantastique, soixante récits de terreur.

     También en 1958, Claude Couffon entrevista a Paz para la revista parisina Les Lettres Nouvelles [22] y, de nuevo, Paz traza el horizonte de las letras mexicanas: 

Según mi opinión, los talentos más originales aparecen hoy en el sector literario. Creo, por ejemplo, que Juan Rulfo, quien se impuso desde su primer libro de cuentos, El llano en llamas, es un artista verdaderamente dotado. Su novela Pedro Páramo trata también el tema de la muerte, pero con un lenguaje extraño y seductor. Desde las primeras páginas, Rulfo nos presenta a un campesino que va por un camino y pregunta por cierto pueblo a la gente de la región; poco a poco nos damos cuenta de que se trata de un muerto que va en búsqueda de su familia, muerta también.

Ese mismo año, Luis Suárez le pregunta a Paz por “lo más interesante de lo nuevo en la literatura mexicana” y Paz dice: “creo que Rulfo”. Suárez inquiere si no hay conflicto entre lo moderno y “la literatura localista”, y Paz responde: “En el caso de Rulfo podemos decir que ha tomado la técnica moderna. Pero nunca hubiera hecho una obra interesante sin tener un drama propio y talento personal”. [23]

En 1959, Paz selecciona a los autores para un número de Evergreen Review dedicado a México e incluye fragmentos de Pedro Páramo, traducido (bastante mal) por Lysander Kemp, amigo de Paz y su traductor también. 

En 1960, Paz escribe “Paisaje y novela en México: Juan Rulfo”: 

Si el tema de Malcolm Lowry es la expulsión del Paraíso, el de la novela de Rulfo, Pedro Páramo, es el regreso. Por eso el héroe es un muerto: sólo después de morir podemos volver al edén nativo. Pero el personaje de Rulfo regresa a un jardín calcinado, a un paisaje lunar, al verdadero infierno. El tema del regreso se convierte en el de la condenación: el viaje a la casa patriarcal de Pedro Páramo es una nueva versión de la peregrinación del alma en pena. Simbolismo (¿inconsciente?) del título: Pedro, el fundador, la piedra, el origen, el padre, guardián y señor del Paraíso, ha muerto; Páramo es su antiguo jardín, hoy llano seco, sed y sequía, cuchicheo de sombras y eterna incomunicación. El Jardín del Señor: el Páramo de Pedro. [24]

En 1961, saluda a Rulfo como “autor de una de las pocas obras maestras de la literatura latinoamericana” y, en su calidad de jurado, lo propone para el Premio Formentor en Mallorca (que acabó por ganar Borges, pues el jurado decidió que premiar a Rulfo “sería prematuro”). [25] Ese mismo año, en carta a Jaime García Terrés, Paz le comenta sus afanes para lograr que la editorial Denoël publique a Rulfo en su colección Les Lettres Nouvelles.

En 1966, dice que “dos de las mejores novelas de la nueva literatura mexicana suceden en provincia”: Al filo del agua, de Agustín Yáñez, y Pedro Páramo[26] que es “una de nuestras pocas obras maestras”, la cual, de acuerdo con Paz, abrió la puerta que permitió a los narradores subsecuentes “explorar el tema de la ciudad”.

En 1968, en “Poesía y metafísica”, una entrevista con María Embeita, Paz pone a Rulfo entre los escritores para quienes “el lenguaje es central: no el lenguaje como una dimensión del hombre, sino el hombre como un ser verbal”. [27]

     También en 1968 le escribe a José Luis Martínez que Rulfo y Fuentes son los primeros novelistas mexicanos que aprovechan la lección de la poesía: se dan cuenta de que “la novela es un género poético” y, por ello, “representan un cambio radical: son los primeros que conciben a la novela como un organismo verbal regido por leyes propias, aunque análogas a las del poema lírico”. [28]

En 1970, incómodo con la idea de que las letras mexicanas estén representadas por Salvador Novo y Martín Luis Guzmán, le escribe de Inglaterra a Carlos Fuentes:

Hace unos días me dijo Monsiváis: “Hay que creer en la literatura mexicana”. Sí, hay que creer en Sor Juana y en Rulfo, en Reyes y en Villaurrutia, en López Velarde y en Fuentes —hay que creer en ellos con la misma pasión con que argentinos y cubanos, peruanos y chilenos, creen en los suyos. Con la misma pasión y con mayor lucidez. 

También en 1970, en la extensa entrevista con Rita Guibert, [29] Paz declara que “Rulfo es uno de los fundadores de la nueva literatura hispanoamericana”.

     El mismo año, le dice a Julián Ríos “Yo creo que la novela de Rulfo es una de las novelas perfectas de la literatura hispanoamericana”, y agrega:

¿Tú sabes cómo se llamaba originalmente la novela de Rulfo, Pedro Páramo? Se llamaba Los murmullos. Era un título exacto porque la novela ¿qué es? Son los ruidos verbales que hacen los muertos. Lo que escucha Pedro Páramo es un diálogo de muertos; está oyendo las frases de los muertos, las frases que se han quedado en el aire...  [30]

Paz piensa que Rulfo es un escritor más auditivo que visual, que en su obra “la oreja es más importante que el ojo” y que “el murmullo, el sonido de las voces, son más importantes que las imágenes visuales”.

     Y todavía en el mismo año, en otra entrevista, afirma: “Rulfo es otro de los grandes escritores de mi generación. Un poeta: su español es una creación personal”. [31]

En 1972, reitera que Juan Rulfo “es el autor de una de las pocas ‘obras maestras’ de la literatura latinoamericana”. [32]

En 1975, evoca su regreso a México en 1953, luego de diez años, cuando se encontró con “una nueva generación, muy distinta a la que había dejado”. Se había ido todavía como escritor joven y ahora le encantaba estar entre iguales como Juan Rulfo (“que había ya escrito sus obras maestras”), Fuentes, Tomás Segovia y Montes de Oca. [33] Y celebra haber sido compañero de beca de Rulfo en El Colegio de México.

En 1989, todavía declara que Rulfo es uno de los mayores novelistas de América Latina, que además dio “una lección de concisión a la mayoría de los latinoamericanos que tienden a hacer novelas muy largas, a veces demasiado largas”. [34]

En 1992, dijo: “no tengo dudas sobre su valor [de Rulfo] aunque me parece excesivamente inflado por el nacionalismo mexicano”. [35]

—Finalmente, en 1996, todavía se ufana ante Silvia Cherem de haber contribuido “a que Rulfo fuese traducido al inglés y al francés”. [36]

     Y sobra decir que en las revistas de Paz se publicaron escritos sobre Rulfo firmados, entre otros, por Jorge Edwards, Gonzalo Rojas, Jean Meyer, Salvador Elizondo y un prolongado etcétera.

     Rulfo guardó silencio. Nunca escribió crítica porque, dijo en alguna conferencia, pensaba que “si un escritor, quienquiera que sea, hace crítica literaria acaba por ser destruido por esa misma crítica”. [37] Una confesión extraña que descalifica una disciplina intelectual en nombre, inevitablemente, de la animadversión al riesgo de pensar. Y, cuando escribía algo que se acercaba a la crítica, caía de nuevo en algo parecido al silencio. En la misma conferencia, al “criticar” a Alberto Moravia, dice:

(Su) última novela se llama La Noia, es decir, el aburrimiento. Nadie se explica por qué los escritores italianos, y más los romanos, viven aburridos. Escriben demasiado, publican constantemente y acaban por aburrirse y aburrir a sus lectores. 


El desencuentro

Los problemas iniciaron porque Rulfo dejó de escribir. Los escritores de su tiempo fundaban revistas y publicaban mientras él se quedaba al margen por bloqueo de escritor o por alcoholismo o hasta como un heroico acto de resistencia contra la industria editorial, [38] o bien por todo lo anterior o porque simplemente le dio la gana. De manera similar a lo que acontece en la fábula de Augusto Monterroso titulada “El zorro es más sabio”, Rulfo estaba prematuramente convertido en un personaje cuya fama no podía aumentar sin el riesgo de mermarla y de ponerlo a prueba. Como decía con malicia José Emilio Pacheco: Rulfo se hacía más y más famoso gracias a los libros que no escribía.

     Rulfo comenzó en cambio a prestarle su fama a tareas no literarias. Margaret Shedd, directora del Centro Mexicano de Escritores, lamenta en 1963 que Rulfo se tenga que ganar la vida escribiendo discursos para el candidato Díaz Ordaz. [39] En 1967, “viaja por todos los países de América Latina invitando a los escritores a formar parte de la Comunidad Latinoamericana de Escritores" [40] y a asistir al Congreso subsecuente, que estaba bajo sospecha de recibir apoyo de la CIA [41] y que tenía como objeto posicionar a Díaz Ordaz en el escenario latinoamericano. Rulfo formaba parte de lo que Carlos Fuentes llamó el “presidium de tótems”, pues junto a él estaban Agustín Yáñez, Mauricio Magdaleno y Carlos Pellicer, todos de la generación previa. Que Rulfo se agregase a esa iniciativa decepcionó a los escritores que la denostaron, como Paz, Fuentes, Vicente Leñero, Juan García Ponce, José Agustín y Emmanuel Carballo, entre otros. En el 68, asistió a algunas reuniones y firmó un par de desplegados (lo que estuvo muy bien), pero, hasta donde sé, no dijo nada sobre la matanza del 2 de octubre. Y luego, en 1970, Rulfo recibió el Premio Nacional de mano de Díaz Ordaz, la misma mano que dos años antes, en vísperas de la masacre, decía estar abierta. Ya se había hecho fama de ser, como escribe Boldy, “ingenuo en cosas de política” [83], y se hospedaba en esa coartada. La opinión pública llama reaccionario a quien renunció en protesta contra Díaz Ordaz y lo criticó abiertamente, [42] y trata de izquierdista a quien le aceptó un premio. (Rulfo, según Ascencio, insistía en que Paz no había renunciado.) [43] Una foto muestra un momento de la ceremonia de premiación: junto al tótem Yáñez, Díaz Ordaz entrega su premio al científico Carlos Graef Fernández, mientras el contrito Rulfo espera su turno.


Cuando Luis Echeverría llega a la presidencia, Rulfo continuará prestándole al PRI servicios de relaciones públicas, ahora junto a Fuentes y a otros que se subieron al tren. En su primer Informe de Gobierno, tres meses después de la masacre del Jueves de Corpus, el 10 de junio, Echeverría perora: “a nadie se persigue, ni siquiera se molesta, por el libre o público ejercicio del pensamiento”. [44] Cuando Echeverría prometió llevar ante la justicia a los asesinos, Paz lo celebró diciendo que el presidente le había devuelto “la transparencia a las palabras”, celebración que se convirtió en censura cuando la palabra no fue cumplida y, en consecuencia, se inició el distanciamiento del poeta con Fuentes y aumentó el alejamiento con Rulfo, tan leales al mandamás. La crisis empeora a raíz del famoso caso Heberto Padilla en Cuba, también en 1971. A Rulfo se le disculpó haber firmado la carta del PEN Club de México a Fidel Castro, “desaprobando” el encarcelamiento de Padilla, pero no se le perdonó a los demás firmantes (y, menos, a Paz, que la había impulsado, ni tampoco, a su dizque mafia). [45] Paz también denuncia que Fidel Castro se estaba convirtiendo en un César y que, mientras no se reconociera que ya era la suya una dictadura, el diálogo sería imposible. [46] Y luego trata de “obliterados” a los intelectuales que se obstinaban en venerarlo en México. Para enderezar obliterados, Fidel Castro denunció de inmediato, claro, “a los señores intelectuales burgueses y libelistas y agentes de la CIA”. [47] Y cuando ese mismo año de 1971 Julio Scherer convoca a la intelectualidad a un convivio en las oficinas de Excélsior para fundar la revista Plural, [48] Rulfo ya no asistió… 


Aparece el “Gran Mariachi armado”

Las acusaciones de reaccionario contra Paz venían desde mucho antes: cuando menos, desde su decepción pública por el pacto de 1939 entre Stalin y Hitler. Luego, el cónsul Neruda lo excomulgó en 1942, irritado por la antología Laurel y por la revista El Hijo Pródigo, crítica del estalinismo y del realismo socialista. Antes de volver a Chile, Neruda denunció a Paz y a otros escritores de ser los responsables de “la falta de moral civil en la poesía mexicana”. [49] Paz le respondió enérgicamente por escrito y comenzó a cargar el irreversible marbete de “reaccionario”. Y empeoró cuando, en 1950, al presentar los escritos de David Rousset en la revista Sur, denunció los campos de concentración de la Union Soviética. Como escribió más tarde: “dejé de ser ‘sospechoso’ y me convertí en ‘enemigo’”. [50]

     A un año del encarcelamiento de Padilla, el sensible portavoz de la ternura continental, Mario Benedetti, oficializó la excomunión de Paz en un escrito publicado en La Habana: “El escritor latinoamericano y la revolución posible”, [51] una airada censura a los escritores mexicanos que se dejan llevar por “el esnobismo crítico y el frívolo internacionalismo, impuestos durante largos años por la llamada mafia intelectual” presidida por “el dios” Paz, “su profeta” Carlos Fuentes y “sus miembros más conspicuos”, que eran todos los firmantes de la carta del PEN a Castro, más Carlos Monsiváis y… menos Rulfo; todos esos escritores, añade el autor uruguayo, que están llenos “de menosprecio hacia las masas populares”. Al buscarle pedigrí a ese pecado, Benedetti concluyó que el descastamiento moral de Paz era una continuación de “la actitud antinacionalista del grupo Contemporáneos”, que le dio la espalda a Siqueiros, a Mariano Azuela y a López Velarde, algo muy tierno pero francamente tonto pues los Contemporáneos fueron los primeros en estudiar a López Velarde y Mariano Azuela era colaborador habitual de su revista. Revivir en 1972, y en los mismos términos, la polémica nacionalista [52] de 1932 era un déjà vu gracioso, a cargo ahora del comisario que señalaba a los “hipócritas” y “esotéricos” mafiosos. Lo bueno era que no todo estaba perdido pues, según el comisario tierno, se comienzan a discutir en México “temas tan importantes como la relación entre el escritor y la política, o nacionalismo y cultura mexicana”, algo que a su parecer no había sucedido antes. Y luego, el ufano propietario de las “grandes reservas de ternura” sentenció que había llegado el momento en que la mafia de Paz debía aprender “su lección de humildad” tomando como ejemplo a Juan Rulfo. Y agregó:      

Mucho se ha murmurado sobre las diversas causas que puedan haber impedido que Rulfo, autor de dos libros excepcionales (El Llano en llamas y Pedro Páramo), haya continuado esa faena impar. Pero ¿a nadie se le ha ocurrido pensar que el gran mariachi armado por la mafia puede haber sido un factor de inhibición para el mejor narrador de América Latina?

Tal cual: al tierno se le ocurrió pensar que el silencio de Rulfo se debió a que lo inhibió el mariachi de la supuesta mafia. Y como lo que se le ocurría a Benedetti se convertía en dogma continental (no esotérico ni hipócrita), pues a muchos en las dilatadas Américas se les ocurrió pensar lo mismo (incluyendo… a Rulfo).

     Asediado por el mariachi, pero excluyendo a los trompetistas amigos, Rulfo adoptó la nueva coartada de Benedetti (si no es que la propuso primero). Pocos años más tarde, en una conferencia de 1979, Rulfo dirá que “entre los escritores ya reconocidos, Octavio Paz nuclea a un pequeño círculo de incondicionales. Es un gran poeta y ensayista, pero también un hombre autoritario, con el cual sólo se puede discutir”. [53]  Ya podría haber denunciado o criticado ese “autoritarismo”, pero prefirió hacerlo por la interpósita ternura de sus fieles, lo que impedía una discusión adecuada. 


La vida con los candidatos 

Sin dejar su proverbial silencio, Rulfo acompañaba ahora al Gobierno de Echeverría, participando en las giras para encontrarse con la intelectualidad tercermundista. Los poderosos lo estimaban y se decoraban con su presencia. El nuevo regente de la capital, Carlos Hank González, les regaló a Rulfo y a Fernando Benítez sendos departamentos en la colonia Guadalupe Inn.  Ese año, luego de ensalzar a los “destacados intelectuales, científicos y artistas mexicanos, comprometidos sólo con su propio criterio” que lo apoyaban, Echeverría reiteró en su Informe de Gobierno: “nos interesa que los intelectuales se vinculen y comprometan, cada vez más, con los objetivos nacionales”. [54] Tres meses después, organizó el ataque contra el Excélsior de Scherer y la revista Plural de Paz.

     Antes, a inicios de ese mismo 1976, Paz publicó una crítica feroz al PRI, al PAN y a la “penuria intelectual” de la izquierda mexicana en un artículo titulado “El desayuno del candidato”, que apareció en Plural[55] Luego de la enumeración de los desastres patrios, Paz se pregunta cuál debe ser la función de los intelectuales ante ese panorama, y su sarcástica respuesta es que esa función consiste en ir a desayunar con el candidato (que era López Portillo), que se ufanó de que hubiesen acudido a desayunar con él todos los intelectuales de México. Paz —que no acudió— lamenta que los intelectuales no le hayan preguntado sobre la crisis demográfica, la ambiental (sí, en 1976), el desempleo, el desastre de la educación, ni sobre “si tiene un plan para democratizar al PRI”. Lo que sí sucedió fue una charla en la que López Portillo le preguntó al intelectual aledaño —a quien Paz llama caritativamente “XYZ”— si todo iba bien, a lo que el interpelado respondió: “Sí, todo va bien”. En una carta a Pere Gimferrer, Paz escribe que ese artículo “va a molestar a mucha gente en México… Entre los asistentes a ese lever du roi estaban Rulfo, Agustín Yáñez, Arreola… Qué vergüenza”. [56] Que Rulfo aparezca en primer lugar ¿le pone rostro a XYZ? Rulfo estaba entre los que se molestarían. Poco después, intrigado por su inasistencia al desayuno, un emisario de la Presidencia sondeó a Paz para saber si aceptaría el Premio Nacional de Literatura: “Respondí que después del atentado contra Excélsior y Plural, la pregunta me parecía una broma lúgubre.” [57]

     Rulfo parece haber decidido que no se le reconocía como él lo esperaba y llega a la conclusión de que se debe a Paz y al “control” que cree que tiene sobre la cultura. Pero cada vez está también más fastidiado de decorar giras de presidentes y desayunos de candidatos, resignado a una suerte tan incómoda como asumida. En 1981, Antonio Alatorre (amigo de Rulfo desde 1944 y su primer editor en la revista Pan) narró un encuentro en Guadalajara con el candidato en turno (Miguel de la Madrid), a cuyo lado, como de costumbre, sentaron a Rulfo “para que luciera, para que su presencia le comunicara un místico prestigio”, dice. El coordinador del mitin, Carlos Salinas de Gortari, conminó a los invitados a que le propusiesen al candidato “reforzar el nacionalismo”, y brincó presto el intelectual que le pidió al candidato oponerse a la publicación de “novelas extranjeras” que corrompían a la juventud. Alatorre, indignado, tomó la palabra y dijo que eso era idiota y que la prueba era el propio Rulfo, quien, desde muchacho, “lo único que leía eran novelas gringas”. Rulfo guardó silencio, pero luego…

me dijo, “¡Ay, Antonio estoy cansado, desesperado!”. “¿A qué vienes?”, le dije; “¿Por qué te dejas?, haz como Arreola”. Porque Arreola estaba en Guadalajara, pero no se presentó en ese circo. Rulfo me dijo, “Yo no puedo hacer como Arreola. Estoy atrapado, Antonio. ¿Cómo quieres que me zafe? ¿Qué quieres que haga?” Él no podía negarse. Estaba agarrado… Sentí mucha tristeza, mucha lástima. ¡El autor de esa joya que es Pedro Páramo arrastrado así, para adornar o ennoblecer con su presencia el abyecto circo priísta! ¡Qué doloroso! [58]

Unos meses más tarde, Rulfo seguía sin saber qué hacer, pero continuaba viajando con el candidato Miguel de la Madrid, ahora para un encuentro en Tijuana con el Instituto de Estudios Políticos Económicos y Sociales del PRI. (Alatorre, por cierto, también escribió sobre Paz, y también le hizo críticas enérgicas.) [59]


“¿Qué quieres que haga?” 

En el festival Horizonte-82 de Berlín, dedicado a las artes y las letras de América Latina, que estuvo marcado por no escasas polémicas, Paz leyó una conferencia en la que criticó la confusión entre literatura y propaganda, y abogó por una literatura que le diese “un rostro humano” a la historia. De vuelta a México, se enteró de que había suscitado “un pequeño escándalo” pues, dijo, algunos escritores “habían criticado con indignación y acritud mis palabras”:

Según la prensa, me reprochaban no haber dicho nada sobre las dictaduras militares sudamericanas y, sobre todo, no haber tocado el tema de las Malvinas. El primer cargo me asombra: siempre he condenado a las dictaduras militares de América Latina. La diferencia entre mi posición y la de mis críticos es la siguiente: yo me niego a distinguir entre los escritores víctimas de la Junta Militar de Argentina o de Pinochet y los perseguidos por la dictadura burocrática de Castro. [60]

La ira de los intelectuales latinoamericanos se dirigía también contra Günter Grass y otros escritores alemanes porque estaban alineados con la socialdemocracia de Willy Brandt y eran, por tanto, antisoviéticos. En México, Raquel Tibol escribió además que estaban alineados “con el imperialismo neocolonizador” empeñado en “desestabilizar” a América Latina, lo mismo que Octavio Paz. [61] Un argentino, Osvaldo Bayer —cuenta Tibol—, le reclamó en público a los organizadores “haber invitado a Octavio Paz, representante de una América otra que no lucha contra el imperialismo, que detracta a Cuba, que predica un arte no contaminado por las tragedias que vive el subcontinente”. [62] Rulfo estaba en el festival para inaugurar una exposición de sus fotografías, entre las que estaba el retrato de Paz, tomado “cuando Rulfo no echaba pestes” contra él, dice el reportero. [63] Otra fuente dice que ya se refería a Paz como “La Presencia Divina”. [64] Un iracundo reportero boliviano que acusó al Gobierno alemán de darle a Paz “un trato propio de un emperador” relata que, cuando el alcalde de Berlín, Richard von Weizsäcker, culminó “la apoteosis” de Paz refiriéndose a El laberinto de la soledad, Rulfo, “que estaba sentado en primera fila”, se levantó y “se retiró con paso firme por el corredor central”. El reportero lo siguió y le preguntó si se hallaba bien. Y Rulfo le respondió: 

“Aquí no conocen la cultura mexicana, ni conocen la trayectoria de Octavio… El laberinto de la soledad es el más grande saqueo a varios pensadores mexicanos, especialmente a Samuel Ramos… Paz no menciona ni una sola vez a Ramos… El pensamiento de Octavio es de segunda mano. Lea El perfil del hombre y la cultura en México (1951) de Samuel Ramos. ¡Léalo!”. Inmediatamente entró en una especie de letargo. [65]

El año siguiente, en una entrevista, Rulfo insiste en la vieja conseja —atizada hasta nuestros días— de ese supuesto plagio a Samuel Ramos. [66] Agrega que Paz lidera una mafia cuya regla es “el que no es amigo de Octavio Paz es su enemigo”, y que, con esa mafia, Paz pretende “controlar la cultura”, manejando las “revistas culturales, los suplementos culturales, los premios culturales que se dan en los concursos de novela o de cuento, todo eso. Controlar la cultura”. Y luego, a la pregunta de si “a Paz también lo cuestionan por problemas ideológicos”, Rulfo responde que sí, que “la izquierda mexicana es enemiga de ellos. La izquierda de todas partes, no solo la mexicana. Todo lo que sea de izquierda para ellos es… es el demonio, ¿no?”. [67] Fue curioso que Rulfo se transformase en un intelectual de izquierda, mientras la prolongada y compleja relación de Paz con el pensamiento izquierdista [68] quedaba sumariamente cancelada.

     Tiempo después, Rulfo le dijo a Ascencio que, durante la estancia en Berlín:

A Octavio Paz le guisaban aparte. Lo tenían en un hotel lujosísimo con una limusina negra como de media cuadra de largo, y un chofer uniformado las 24 horas para su disposición. Cobró un montonal de dólares por ir. A los demás nos tenían en bola, en un hotel bueno pero no con aquellos lujos. Él no se juntaba con nosotros; exige un trato a la altura de su vanidad. [84]

El biógrafo le preguntó a la escritora y traductora Michi Strausfeld, que había estado a cargo de la organización del festival, si era cierto lo que decía Rulfo. Ella dijo que no, que nada de eso era cierto. Y el biógrafo concluye que la veracidad de su biografiado no era su fuerte.  


Velorios

Cuando murió Rulfo, el 8 de enero de 1986, Paz acudió a su velación en el Palacio de Bellas Artes. Un reportero del diario La Jornada le pidió unas palabras; Paz dijo: 

Estoy profundamente anonadado, aterrado, no sé qué decirle, es terrible. Participé en la revelación de Rulfo como escritor; escribí sobre él; lo admiré siempre. Siento que perdí algo muy personal. Tengo una pena inmensa. No puedo darle en estos momentos una opinión literaria. Estuve muy ligado a Rulfo cuando yo comenzaba también, ¿qué más puedo decirle? En estos casos lo mejor es el silencio. [69]

Durante la velación, el fotógrafo Juan Miranda le tomó unas fotos a Paz: 


¿Qué estaría pensando? No escribió sobre ese deceso, pero la revista Vuelta publicó en su número siguiente ensayos sobre Rulfo de Alberto Ruy Sánchez y Jorge Edwards, así como un poema de Gonzalo Rojas, “Mariposas para Juan Rulfo”. Los comisarios suelen decir que Paz y su revista ignoraron el tema.

     Dos años después, en 1988, Paz se refirió a la discordia en una entrevista con Miguel Ángel Quemáin. No es posible determinar a ciencia cierta a quiénes se refería como los responsables de haberlo acusado de “deteriorar” la imagen de Rulfo, pero es claro que es a ellos a quienes dirige su comentario. Reaccionaba a la creciente reiteración del juicio del tierno Benedetti, que aumentó su volumen tras la muerte del narrador. En su momento, Paz le pidió a Quemáin que no la publicara, y no lo hizo sino hasta 2015, en una transcripción literal: [70] 

Hay una insistencia en construir una rivalidad entre usted y Juan Rulfo, ¿existe esa animadversión hacia él?, ¿en qué consiste? ¿Hay un intento de mostrarlo envidioso frente a la genialidad de Rulfo, de comparar los Méxicos imaginados e intuidos en El llano en llamas y en El laberinto de la soledad? ¿Cómo se han ido construyendo esas ideas?
—Rulfo me atrajo desde el principio. Creo que pude reconocer el carácter innovador de su prosa y su abordaje de lo mexicano, lo mestizo y lo indígena. Había muchos valores en su literatura que también estaban en la época. Unos escritores más que otros habían dado un giro a la mirada sobre nuestros valores posrevolucionarios, su vínculo con la Nueva España y la Independencia. Como si todos los pasados se hubieran clarificado en un presente que los contenía. El asombro que causó tuvo sus consecuencias para una literatura que lo iba acompañando casi hombro con hombro.

[No se trata de] quitarle mérito a Rulfo con esto, pero podemos ver esa profundidad del tema rural, campesino, indígena, en los trazos profundos, como un aguafuerte, en Los recuerdos del porvenir, en El luto humano, en Yáñez y en Rosario Castellanos. Decir esto era un sacrilegio. Era como querer negar una originalidad ad nihilo de Rulfo. Y sabemos que esas originalidades no existen. Ni de la Biblia se puede afirmar tal cosa. Vamos, ni del Gran libro de los muertos.

Más que una rivalidad directa, hay quien me ha acusado de permitir la proliferación de dudas sobre Rulfo, que se han convertido en un cáncer que ha deteriorado su imagen. De ninguna manera he utilizado a terceros para que expresen algo que yo no me atrevo. El solo hecho de proferirlo es un ataque contra mí. Es una acusación calumniosa. 

Lo que todo mundo sabe es que tanto Pedro Páramo como El llano en llamas devoraron a su autor, como hacen las crías del alacrán. Creo que es un tema del que debería hacerme varias preguntas, porque es el tema por excelencia de una parte de mi poesía y de mi reflexión sobre la poesía misma. Un autor debe sobreponerse a los deslumbramientos de su obra.

Mucha gente se refiere a la creación como un parto y, efectivamente, va uno por ahí preñado; apenas y se puede dejar de hablar de lo que carga uno en ese vientre creador. Llega la hora del parto y literalmente el autor se queda vacío, vaciado de una imaginación a la que nuevamente tiene que convocar. Uno es seducido por la contemplación permanente de los logros, pero debe uno mirar a otra parte y evitar esa Medusa que quiere tomar en prenda al creador en nombre de su obra.

Rulfo se replegó en esa especie de amargura con la que el alcohol viste a los solitarios. Tuvo todos los reflectores y, cuando la luz se hizo, la figura desapareció porque se trataba de una sombra que había sido abandonada por un cuerpo igual de volátil. 


Rencores post mortem

El complot del mafioso mariachi inhibidor ha sido revivido por los comisarios y por los administradores de la (ahora) marca registrada Juan Rulfo®, obstinados en la institucionalización del infundio. Su sainete más obvio fue en 2005, cuando exigieron quitarle el nombre de Rulfo al premio de la Feria del Libro de Guadalajara porque el premiado de ese año, el poeta y crítico Tomás Segovia (que desde 1955 conocía bien a Rulfo), además de ser amigo de Paz, opinó que:

Es un escritor misterioso. Nadie sabe por qué Rulfo tenía ese talento, porque en otros escritores uno puede rastrear el trabajo, la cultura, las influencias, incluso la biografía, pero Rulfo es un puro milagro. No tuvo una vida muy deslumbrante, no fue un gran estudioso, ni un gran conocedor. Él simplemente nació con el don.

Los administradores leyeron en esto que Segovia trataba a Rulfo de “ignorante”, montaron en cólera, recordaron al mariachi y declararon que el premio “se ha convertido en botín de grupúsculos que sólo buscan el beneficio de sus propios intereses”. La larga historia del premio desmentía la ocurrencia —como explicó Fernando Escalante Gonzalbo en un escrito inteligente—, [71] pero más la desmentía el propio Rulfo, quien solía declarar que él era un “aficionado”, que su novela era resultado de la “irracionalidad total”, [72] que su literatura “es el misterio, la creación literaria es misteriosa”; que se ufanaba de ser un hombre “elemental” cuyas “bases son la intuición”; que se negó a discutir “con la ideología que tiene uno, su manera de pensar sobre la vida, o sobre el mundo, sobre los seres humanos”, porque “cuando sucede eso, se vuelve uno ensayista” y, como decía una y otra vez, a los ensayistas hay que sacarles la vuelta: "En realidad yo soy muy elemental porque yo les tengo mucho miedo a los intelectuales, por eso trato de evitarlos; cuando veo a un intelectual le saco la vuelta, y considero que el escritor debe ser el menos intelectual de todos los pensadores". [73]

     La identidad de esos plurales “grupúsculos”, establecida desde el tierno Benedetti cuando acusa al “Dios Paz”, se acrecienta. Es reiterada obsesivamente por el administrador de la Fundación Rulfo, señor Víctor Jiménez, otro que entiende a la literatura como un concurso de fama, lo que lo lleva a decir a cada rato que en México “lamentablemente no se ha comprendido a cabalidad su dimensión universal [la de Rulfo] por encima de cualquier otro autor nacional”, a causa de “las antipatías que generó la obra y el éxito de Rulfo, las que han intentado silenciar o distorsionar” su importancia. [74] Desde luego, se refiere a Paz, cuyas revistas fingían ser literarias y críticas cuando en realidad tenían como objeto poner las bases, dice, “para que los críticos nacionales estuviesen al servicio de un designio que era el engrandecimiento del propio Paz y empequeñecimiento de todos los demás”. [75] Grandeza y pequeñez, las palabras preferidas del minúsculo gerente. Otros comisarios comenzaron a repetir la denuncia en la academia, como el paladín de la teoría, Heriberto Yépez, quien en 2013 declaró que “Paz y su séquito trataron de aminorar la importancia de Rulfo por ser el mejor escritor mexicano en una época en que Paz envidiaba serlo". [76] El mismo año, el sonoro periodista Jaime Avilés dice lo mismo, pero con “claridad”:

Jamás se encontrarán indicios de la supuesta impotencia creativa que se le achaca [a Rulfo]. Esa infamia, digámoslo con toda claridad, sólo fue producto del ninguneo del aparato oficial de la cultura mexicana que, bajo la batuta de Paz, nunca dejó de inventarle deméritos sin fundamento para tratar de opacar su grandeza. [77]  


La polémica y el murmullo

Es una pena que no hayamos aún logrado incorporar del todo a nuestra cultura literaria un adecuado arte de la polémica (he escrito sobre esto en mi libro sobre una de las excepciones, México en 1932. La polémica nacionalista), así como que los antagonismos suelan ventilarse de manera sesgada; que las divergencias, en vez de manifestarse con inteligencia y argumentos, acaben en los chisporroteos de furia e intrigas a los que se refiere Paz, ese ámbito natural de los escritores, peleoneros por los mismos motivos por los que son carnívoros los cocodrilos (como dijo Walter Kirn): por nacimiento, por práctica y por instinto. [78] Tales son los pleitos y zipizapes propios de un gremio susceptible y ruidoso. Las polémicas abiertas son lo opuesto al chismerío; las ideas como antónimo de los murmullos de los correveidiles. Paz podía ser chismoso e intrigante, pero, cuando un problema tenía seriedad, sacaba la pluma y ascendía las intrigas a un rango meritorio. Le gustaba esa “cosa viva, combatida y combatiente: polémica”; [79] participó en muchas que habría que documentar y estudiar: polémicas políticas, sociales y literarias, con la izquierda y con la derecha, consigo mismo, siempre con un entusiasmo que solía confundirse con la belicosidad que no cuadra con una sociedad tan devota al “medio tono” y el sigilo. En la entrevista referida, Cherem le preguntó si era un “hombre beligerante”:

Tal vez. Mi padre y mi abuelo fueron gente de acción y de ideas. Pero no estoy muy seguro de que todo venga de la herencia. En realidad, no sé... El temperamento es uno de los grandes misterios humanos. Usted dice que soy beligerante. Debo de serlo, puesto que usted y otros lo dicen. Yo me siento más bien pacífico, a pesar de que con frecuencia me pican la cresta. Sí, he defendido con vehemencia mis ideas y posiciones. Pero nunca he contestado a una crítica literaria. Jamás me he sentido juez de mis obras y he dejado que otros las juzguen. Mis polémicas han sido ideológicas, aunque con frecuencia lo ideológico se mezcló a lo personal. [80] 


Un río muy ancho 

Es una pena que el “picarse la cresta” haya impedido una amistad fructífera entre Rulfo y Paz, y más aún que sirva para polarizar y dividir literariamente en un país con tan pocos lectores. Se puede argüir que una parte importante de la experiencia literaria está en la variedad de las ideas y los estilos, los temas y los enfoques cuya suma inabarcable robustece a una literatura nacional. Cuando la polémica de 1932 sobre el nacionalismo, Héctor Pérez Martínez y Ermilo Abreu Gómez lanzaron una serie de diatribas contra los Contemporáneos, a quienes consideraban una “capilla” (como se llamaba antes a las “mafias”) que ejercía “una influencia nociva en el ambiente”, un grupúsculo dañino para la cultura mexicana, por exquisitos y escapistas e indiferentes al dolor del pueblo, organizados en un cenáculo que no debía existir en un país recientemente sacudido por una gloriosa revolución. Alfonso Reyes les respondió: si los Contemporáneos están tan alejados de la realidad como ustedes dicen, ¿qué influencia pueden tener?, ¿qué daño pueden hacer?: “México me parece un río muy ancho que arrastra muchas cosas. Cabe mucho en México”. [81]

     Es una pena que el desencuentro entre Paz y Rulfo, Rulfo y Paz, se empeñe en reducir el cauce de ese río; que impida a algunos leer a los dos grandes escritores que merecen ser leídos en libertad; que inhiba la curiosidad de los jóvenes en un país de tan escasos lectores.



[1] Citado por Juan Ascencio en Un extraño en la tierra (México, Debate, 2005), p. 247.

[2] Entrevista de Silvia Cherem, “Soy otro, soy muchos…” (15:371). 

[3] Así titula su reportaje: Novedades, 30 de octubre de 1977.

[4] Los de Paz se conservaron gracias a un aparato que no se tenía cuando Rulfo hizo su programa unos meses antes. La Antología caprichosa, de Paz y Pierre Comte, será publicada pronto por las ediciones Zona Paz y la editorial Bonilla Artigas.

[5] Paulina Millán menciona retratos de Elena Garro, Poniatowska, José Gorostiza, Miguel León-Portilla, Arreola, así como Ramón y Ana María Xirau (a quienes confunde con Xirgú). En “A journey through Juan Rulfo’s Photography”, en Rethinking Juan Rulfo’s Creative World (Routledge, 2020), Nuala Finnegan (ed.).

[6] “Octavio Paz leyó su poesía”, Excélsior, México, 18 de enero de 1958, sección B, p. 3.

[7] Por ejemplo, Hugo Gutiérrez Vega, un poeta tierno, celebra que Rulfo “habla como nuestros campesinos… una lengua incomparablemente más rica y auténtica que la de las ciudades”. En “Las palabras, los silencios, los murmullos de Rulfo”, en la revista Expresiones, I, 4 (Guadalajara, s.f.). Rulfo no era de la misma opinión: en una entrevista con Fernando Benítez dice dijo que empleó un lenguaje “imaginado”, uno “que él mismo se ha inventado”. “Entrevista a Juan Rulfo”, en línea: https://ddooss.org/textos/entrevistas/entrevista-a-juan-rulfo 

[8] Citado por Federico Campbell, en La ficción de la memoria Juan Rulfo ante la crítica (México, Ed. Era, 2003) p. 380, nota 2.

[9] En Las esencias viajeras (México, Conaculta, 2012).

[10] Dibujos de Víctor Cruz. Texto de Sotero Garcíarreyes. Sobre Paz y Fantomas véase “Grandes personajes: Octavio Paz” de Luis Van, en línea: https://mundofantomas.blogspot.com/2020/05/grandes-personajes-octavio-paz.html

[11] Las razones son que la obra de Rulfo “rebasa los límites de la expresión poética” y que Rulfo sí expande “la posibilidad de decir cosas”, a diferencia de Paz. En “Rulfo y la poesía”, en línea: https://issuu.com/aristeguinoticias/docs/ilovepdf_merged_a153f1898b9e3c 

[12] En “Una carta de amor o no sé qué”, en línea: http://cristinariveragarza.blogspot.com/2017/06/

[13] Londres, Tamesis Books, 2016, p. 2. 

[14] “Rulfo, Paz y el ninguneo” en La Jornada, 20 de septiembre de 2003. En línea: https://www.jornada.com.mx/2003/09/20/004a1pol.php?printver=1&fly= La granja le había sido donada por la Fundación Fairfield, un “frente” de la CIA. Véase Michael K. Schuessler “Margaret Shedd y el Centro Mexicano de Escritores: el extraño caso de Juan Rulfo y la CIA”, en Nexos (4 de marzo de 2017). En línea: https://cultura.nexos.com.mx/margaret-shedd-y-el-centro-mexicano-de-escritores-el-extrano-caso-de-juan-rulfo-y-la-cia/ Y “How the CIA bought Juan Rulfo some land in the country” de Patrick Iber, en línea: http://s-usih.org/2014/03/how-the-cia-bought-juan-rulfo-some-land-in-the-country-guest-post-by-patrick-iber.html

[15] Recogida en la Zona Paz, en línea: https://zonaoctaviopaz.com/detalle/4318/17/octavio-paz-bibliografia-critica-1931-1982

[16] Stephanie Merrin revisa esto en “The Existential Juan Rulfo”, MLN, marzo de 2014 (129-2). En línea: https://www.jstor.org/stable/24463493 

[17] Citado por Fabienne Bradu en “El mito de Juan Rulfo”, en Vuelta, México, núm. 241, diciembre de 1996, p. 115.

[18] Citada por Bradu, op. cit., p. 115. 

[19] Citado por Claude Fell en su edición crítica de Toda la Obra de Rulfo (Colección Archivos de la UNESCO, 1992, p. 452).

[20] Lo narro con detalle en “Notas sobre la Fundación Rockefeller en México”, en Paseos por la calle de la amargura (México, Debate, 2018), pp. 281-288. Rulfo diría después, quejándose del “cacicazgo cultural” de Paz, que el poeta “tenía un dedo presidencial infalible para las becas, por eso tiene tantos barberos”, citado por Juan Ascencio en Un extraño en la tierra,  p. 246.

[21] Idem, p. 283.

[22] En Francia, la entrevista apareció en enero de 1958; en México la publicó La Gaceta del Fondo de Cultura Económica en su número 55 (marzo de 1959).

[23] En México en la cultura (diciembre 6 de 1959). 

[24] Lo recogió en Corriente alterna (1967), ahora en Generaciones y semblanzas, volumen 4 de las Obras completas (4:365).

[25] Adolfo Castañón cita el acta en “Octavio Paz conjurado”, en Tránsito de Octavio Paz (México, El Colegio de México, 2014) p. 435.

[26] En “Novelas y provincia”, en Puertas al campo (México, UNAM, 1966).

[27] En la revista Ínsula, núm. 261. Recogida en Miscelánea III, Obras completas (15:25).

[28] Carta fechada en Kasauli, India, el 6 de junio de 1968. Recogida en Al calor de la amistad (las cartas entre Paz y JLM). México, FCE, 2014, p. 104. 

[29] “Octavio Paz”, en Siete voces (México, Ed. Novaro, 1974).

[30] Solo a dos voces, recogida en Miscelánea III, Obras completas (15: 657).

[31] “Entre el tlatoani y el caudillo”, entrevista de Mercedes Valdivieso, La cultura en México, 876, 8 de abril de 1970.

[32] Adenda a “Novelas y provincia”. 

[33] “Tercera conferencia” (11 de marzo de 1975) en Itinerario poético. Seis conferencias inéditas (México, Atalanta, 2011), p. 89.

[34] “El poeta en la ciudad”, entrevista con Jacobo Machover, Novedades, 23 de abril de 1989.

[35] "El difícil arte de los puntos suspensivos”, entrevista con R.H. Moreno Durán, La Jornada semanal, 21 de noviembre de 1992. 

[36] “Soy otro, soy muchos”, recogido en Miscelánea III, Obras completas (15:374). Supongo que se refería a su cercanía con Roger Caillois y Claude Couffon, que dirigían la colección La Croix du Sud en Gallimard, que publica a Rulfo. El primer (mal) traductor de Pedro Páramo al inglés, Lysander Kemp, había traducido a Paz y era su amigo.

[37] En su conferencia “Situación actual de la novela contemporánea” (1965), en Revista de la Universidad de México, septiembre de 1979. 

[38] Dice Alberto Vital, biógrafo oficial de Rulfo, que este último escribía mucho, pero destruía su trabajo porque no alcanzaba el “nivel técnico” adecuado, por lo que es encomiable “su valentía, su entereza y su capacidad para resistir a la industria editorial que le pedía más textos”. En “Alberto Vital: Rulfo tuvo la valentía de resistir…”, La voz de Galicia,  11 de junio de 2017. En línea: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/cultura/2017/06/11/alberto-vital-rulfo-valentia-resistir-industria-editorial-pedia-/0003_201706G11P39993.htm

[39] Shedd en un reporte de la Fundación Rockefeller, citado en “Ayudando a Juan Rulfo”, en Paseos por la calle de la amargura, p. 281.

[40] Claude Fell, en la cronología de Toda la obra de Rulfo, (Col. Archivos, p. 493).

[41] Escribí sobre el asunto en “Los escritores como congreso”, en línea: https://www.letraslibres.com/mexico/literatura/los-escritores-como-congreso

[42] Véase Octavio Paz en 1968, edición de Ángel Gilberto Adame y mía (México, Ed- Taurus, 2018).

[43] Sobre esa renuncia véase “Octavio Paz en 1968: perspectivas históricas y jurídicas”, de Ángel Gilberto Adame, en Octavio Paz. El misterio de la vocación (México, Ed. Aguilar, 2015).

[44] Informes presidenciales. En línea, p. 21: http://www.diputados.gob.mx/sedia/sia/re/RE-ISS-09-06-14.pdf

[45] Firmaron también José Alvarado, Fernando Benítez, Gastón García Cantú, José Luis Cuevas, Salvador Elizondo, Isabel Fraire, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Vicente Leñero, Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca, José Emilio Pacheco, Carlos Pellicer, José Revueltas, Jesús Silva Herzog, Ramón Xirau y Gabriel Zaid. Se puede leer aquí: https://rialta.org/carta-del-pen-club-de-mexico-a-fidel-castro/

[46] “Las confesiones de Heberto Padilla” (1971) (9:171). 

[47] Citado por Christopher Domínguez Michael en Octavio Paz en su siglo (México, DeBolsillo, 2019). El caso Padilla y la actitud de Paz se comentan en las pp. 522 y ss.

[48] Véase la lista de asistentes en Biografía política de Octavio Paz. La razón ardiente, de Vizcaíno, (Málaga, Algazara, 1993, p. 150).

[49] Domínguez Michael describe y documenta esos episodios, op. cit, pp. 169-178.

[50] En la entrevista con Silvia Cherem (15:370).

[51] Se publicó primero en Casa de las Américas, Cuba, en 1972, y luego en Argentina. En México lo publicó Nueva Imagen en 1978.

[52] Puede verse mi libro México en 1932, la polémica nacionalista (México, Fondo de Cultura Económica, 1999). 

[53] “Una perspectiva rulfiana de la vida intelectual mexicana”, (Fell, op. cit, p. 410), quien toma la cita de La Cultura en México, 1348, 25 de abril de 1979, p. IX.

[54] Recogido en línea, p. 175: http://www.diputados.gob.mx/sedia/sia/re/RE-ISS-09-06-14.pdf

[55] En la sección “Letras, letrillas, letrones” de la revista Plural, 53, febrero de 1976, p. 74. Puede leerse en la Zona Paz: https://zonaoctaviopaz.com/detalle_conversacion/527/el-desayuno-del-candidato

[56] Carta 58 (6 de enero de 1976) de Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer (Barcelona, 1999, p. 107). El “levantarse del rey” consistía en acompañar al rey cuando despertaba, por si algo se le ofrecía.

[57] En El ogro filantrópico (8:378).

[58] Alatorre lo cuenta en “La persona de Juan Rulfo” (1996), en Literatura mexicana (X, 1-2). En línea: https://revistas-filologicas.unam.mx/literatura-mexicana/index.php/lm/article/viewFile/357/356y en “Dos apostillas rulfianas”, en En busca de Pedro Páramo (Leopoldo Lezama, coord.) México, STUNAM, 2018. pp. 49-50. En línea: https://stunam.org.mx/38nuevas_ediciones/en_%20busca_pedro_paramo_stunam.pdf

[59] En “Memorias de un filólogo sin corbata”, un testimonio recogido por Julio Aguilar en el suplemento Confabulario (26 de octubre de 2013).

[60] La conferencia se titula “Literatura de convergencias”, a la que agregó luego una reflexión sobre el escándalo, “El cuerpo del delito”. Están en Sombras de obras (1983) y en sus Obras completas (3:322).

[61] En “Horizonte-82 como caja de resonancia”. Proceso, 12 de junio de 1982. 

[62] Idem.

[63] José Comas en el diario El País, 6 de junio 1982. En línea: https://elpais.com/diario/1982/06/07/cultura/392248804_850215.html

[64] Según Ricardo Bada en “Rulfo: el gobierno no tiene madre”. Nexos, 1 de mayo de 2017, en línea. https://www.nexos.com.mx/?p=32192

[65] Pedro Shimose en “Rulfo y Octavio Paz en Berlín”, en el periódico El Deber de La Paz, Bolivia. En línea: https://eldeber.com.bo/opinion/rulfo-y-octavio-paz-en-berlin_55834. Huelga decir que Paz sí comenta con frecuencia la obra de Samuel Ramos.

[66] En otra parte (entrevista con Felipe Antúnez en el periódico El Mundo, Madrid, 14 de mayo de 1994), Rulfo sostuvo que Paz plagió un “librito” de Jorge Cuesta que escondió en el sótano de la Biblioteca Nacional de México de la que Paz era director. Ni Cuesta publicó un librito ni Paz dirigió esa biblioteca.

[67] “Juan Rulfo: ‘Los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte'", entrevista de 1983 con Martín Caparrós: The New York Times, 15 de mayo de 2017. En línea: https://www.nytimes.com/es/2017/05/15/espanol/opinion/juan-rulfo-centenario-caparros.html

[68] Sobre la trayectoria ideológica de Paz, véase “La herejía de Octavio Paz”, de Enrique Krauze (fragmento de Redentores), en línea: https://www.letraslibres.com/mexico-espana/la-herejia-octavio-paz

[69] Citado por Juan Miranda en su evocación del funeral. Véase en la Zona Paz: https://zonaoctaviopaz.com/detalle_conversacion/419/viendo-pasar-la-muerte-paz-por-juan-miranda

[70] En La brújula y el laberinto. Encuentros con Octavio Paz. 1986-1996 (Xalapa, Instituto Literario de Veracruz, 2015, pp. 124-125).

[71] En “Otra vuelta, la misma noria”, en el diario La Crónica, 30 de noviembre de 2005. En línea: http://www.fernandoescalante.net/otra-vuelta-la-misma-noria/

[72] En entrevista con Ernesto González Bermejo, recogida en Toda la obra, p. 464.

[73] En “El desafío de la creación” (1963), recogido por Claude Fell en Toda la obra (Colección Archivos), p. 390. 

[74] En “Calidad literaria de Rulfo es universal” en El periódico de México, febrero 17 de 2007. En línea: https://elperiodicodemexico.com/nota.php?sec=Culturales&id=86185

[75] Entrevista de Carlos A. López, “De Juan Rulfo a Paz y el ‘facilismo’ literario”, periódico La Jornada, México, 3 de noviembre de 2011.

[76] Heriberto Yépez, “Rulfo en el 2013”, en Laberinto, núm. 538, p. 12.

[77] En el ya citado “Rulfo, Paz y el ninguneo”. 

[78] Lo cita Anthony Arthur en Literary Feuds (Nueva York, St Martin’s Press, 2002).

[79] En “Una obra sin joroba: Juan Ruiz de Alarcón” (4:141).

[80] En la entrevista de Silvia Cherem (15:359).

[81] Carta de Reyes a Abreu Gómez, recogida en mi libro México en 1932: la polémica nacionalista (México, FCE, 1999) p. 412. 

[82] Cherem, op. cit., p. 372.

[83] Londres, Tamesis Books, 2016, p. 26.

[84] Ascencio, opcit., p. 246.


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