Conversaciones y novedades

Una amistad transparente

Ana Clavel

Año

2021

Personas

Fuentes, Carlos; Bianco, José; Garro, Elena; Delden, Maarten van; Flores, Malva

Tipología

Controversias

Temas

Recontextualizaciones

 

Fuentes, Marie José y Paz. Sentado, José Bianco, París, 1968. Archivo Silvia Lemus. Fotografía de Antonio Gálvez

[*] En la Casa Alvarado, que albergaría la última etapa de Octavio Paz, se oían rumores. Que si semanas antes de la muerte del poeta, éste había solicitado la visita de un antiguo amigo, pero el otrora compañero de aventuras personales e intelectuales había desatendido la petición. Que si la camarera que llevaba la comida al escritor le había oído decir, refiriéndose a los volúmenes que ocupaban un muro del inmueble: “¿Ve, usted, esos libros? No sirven de nada...”.


Corría el fin de 1997 y la casona se había convertido en refugio del matrimonio Paz tras incendiarse su departamento de la calle Guadalquivir, en diciembre de 1996. Al poco tiempo de esa calamidad —Paz lamentó en especial la pérdida de libros de su abuelo, don Ireneo—, volvió un cáncer que tiempo atrás había aquejado al escritor y lo redujo a una silla de ruedas, a la ayuda de un enfermero permanente, a esperar con desesperación el medicamento que aminorase el dolor, cuando quien debía administrárselo se retrasaba alimentando a los gatos en el departamento en ruinas con olor a quemazón. 


Con la llegada de Paz a la Casa Alvarado llegó también la iniciativa de una Fundación con su nombre para albergar una biblioteca especializada y un acervo de libros de poesía y arte, proyectos de investigación, una residencia para becarios, sala de exposiciones, un premio internacional de poesía y ensayo... Mientras duró aquel sueño, tuve el privilegio de trabajar en las publicaciones y el anuario de la Fundación Octavio Paz (FOP). Por eso supe de los rumores y de la caída de la casa de Usher-Alvarado-FOP desde sus entrañas. Por varios incidentes veo a la distancia una tirada de tarot paziano: el rayo que resquebraja la Torre, la incendia y obliga a sus ocupantes a lanzarse por las ventanas. Pero si uno mira en perspectiva general el tablero, descubre que así como el destino del poeta estuvo marcado por la centella de la creatividad y la fama, también lo acompañaban incendios y tormentas. Vaya, que en vez de Paz pudo llamarse decididamente Guerra.


Esta percepción se renovó con la lectura del documentado —y apasionado— libro de Malva Flores, Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, México, 2020). Aborda “la amistad entre Octavio Paz y Carlos Fuentes, la pasión devoradora que los unió y los separó: la crítica”, reconoce la autora. 


Como se sabe, esa historia de afinidades electivas dio inicio en París en 1950 en una escena novelesca: Fuentes, de veintiún años, llega emocionado a casa del poeta quince años mayor, en el boulevard Victor Hugo, si bien no con un ejemplar de El laberinto de la soledad bajo el brazo —como lo llevaría el personaje de Manuel Zamacona en la novela La región más transparente—, sí con él en mente y la admiración que ese libro y Libertad bajo palabra le habían despertado, “poseído”, según refiere el propio Fuentes en una crónica del 5 de mayo de 1998 publicada en Reforma y titulada “Mi amigo Octavio Paz”[1],  un par de semanas tras la muerte del poeta: la respuesta a una solicitud no atendida en su momento. 


EL LABERINTO... ERA NOVELA


Algo me salta al repasar el capítulo “Cuando el olmo daba peras” del libro de Malva Flores, en la primera estación del tranvía en el que veleidosamente viajó la amistad de esas figuras señeras de nuestras letras, sobre todo a partir de las reacciones a favor o en contra de la primera novela de Fuentes, la ya mítica La región más transparente, publicada en abril de 1958 en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Como bien señala la autora, en esas reseñas y diatribas tempranas, casi ninguna tocó a Manuel Zamacona, el joven intelectual que en la novela de Fuentes lleva libros de Reyes, de Nerval y... El laberinto de la soledad, personaje que muchos consideran inspirado en Paz[2].  Tampoco se publicó entonces, pero fue un rumor que terminó por imponerse e investigarse —ahí está el lúcido texto de Maarten Van Delden publicado en Zona Paz[3]—, que muchas tesis planteadas por Fuentes derivaban de ideas desarrolladas en El laberinto


Sobre el asunto han corrido ríos de tinta, y aunque no hay declaración puntual de Paz que revele cuánto se sintió aludido en La región más trasparente, si al principio lo vio como homenaje y poco a poco lo vivió como insulto o escarnio, resulta interesante el testimonio que en 1973 revelaría a Julián Ríos en torno a una novela sobre México que, fallida, se convirtió en El laberinto de la soledad:


JR: [...] ¿Nunca te ha tentado la experiencia de la prosa narrativa?
OP: No. Bueno, hace muchos años escribí una novela pero era tan mala... Era un pastiche de Lawrence, así es que decidí destruirla.
JR: ¡Qué pena!
OP: En realidad, esa novela es El laberinto de la soledad. Destruí la novela porque los personajes hablaban como en El laberinto de la soledad; me di cuenta que lo único interesante era lo que decían los personajes.[4]


La aseveración no parece haber hecho eco entre los estudiosos. La leí cuando ayudé a integrar el tomo de las entrevistas de Paz en sus Obras completas y, quizá porque soy narradora, me llamó la atención. La periodista Silvia Cherem la retoma en una conversación de 1996:


SCH: En una entrevista que le hizo Julián Ríos en los años setenta, usted señaló que uno de los libros que lo hizo famoso, El laberinto de la soledad, fue, antes de ser un ensayo, la primera y única novela que usted escribió...
OP: Es una exageración de Julián. Escribí una novela cuando tenía veinticuatro años y en ella aparecían temas que afloraron después en El laberinto de la soledad. Una novela en la que, como las que se escribían en aquellos días, se entreveraban el ensayo y el relato. Se quedó en borrador.[5]


Así, es de suponer, la lectura de la novela de Fuentes debió de causarle extrañamiento y estupor por partida doble. Máxime que, como revelaría a Alfred MacAdam en octubre de 1990 en The Poetry Center de Nueva York: “La verdad es que, aunque la novela siempre ha sido una tentación para mí, no nací para escribir una”.[6]


Si el poeta renunció a una novela en la que pesaban más las ideas que el desarrollo narrativo para convertirla en el cuerpo conceptual de su célebre ensayo, ¿podemos suponer su rechazo hacia La región más transparente, en la medida en que adolecía de una retórica analítica vociferada por los personajes, y más aún al ser evidente que trasplantaba ideas de El laberinto de la soledad, en torno a la identidad del mexicano, la Chingada y la interpretación psicoanalítica del origen, la soledad laberíntica de nuestra historia, la máscara como símbolo nacional? 


UNA NOVELA TURBIA


Frente a la legión de admiradores tanto nacionales como extranjeros que veían en la obra de Fuentes una manera novedosa y grandiosa de narrar la ciudad contemporánea, se levantaba el dedo conservador de opositores, entre otros del mismísimo patriarca Alfonso Reyes, quien en carta del 5 de enero de 1959 dirigida al novelista debutante, le aclaraba respecto a la línea de su Visión de Anáhuac que Fuentes tomó prestada para titular la novela:


[...] no voy a negarte que si yo hubiera conocido el carácter de tu novela cuando me pediste permiso de bautizarla con mis palabras, hubiera dudado en concedértelo, pues siempre hay lectores y críticos malévolos que pueden atribuirte el deseo de lanzarme un sarcasmo; y, sobre todo, yo hubiera preferido que no empañaras mi frase, aplicándola a un objeto tan turbio. ‘Turbio’, no es censura: tú has querido conscientemente hacer un libro turbio y feo, ¿verdad?[7]


Es cierto que la novela de Fuentes es por momentos oscura, reiterativa, artificiosa, con parlamentos y discursos más que personajes que tienden a la caricatura y a la distorsión, pero también que la tentativa novelesca es desafiante y, hoy en día, contiene algunas de las páginas más deslumbrantes de la narrativa del siglo XX mexicano. José Emilio Pacheco, en nota publicada en la revista Estaciones en 1958, defendía la novela aduciendo la fuerza y tonalidad cromática de sus páginas convertidas en “mural detallado de una realidad que, aunque nos duela, es la nuestra”. Incluso, frente a los ataques de ser “un pastiche del Ulysses” que sustituía Dublín por México, Pacheco señalaba las lecciones aprovechadas no sólo de Joyce, sino de Faulkner, Dos Passos y Wolfe. Y declaraba: “en muchos párrafos irrumpe Octavio Paz con su alta poesía”[8],  pero la influencia más evidente, la de El laberinto de la soledad, la deja pasar.


Elena Garro en “El contra de una novela escandalosa”, una de las primeras reseñas del libro, acusa a Fuentes de aglutinar “todos los elementos aparentes de una novela: amontona palabras, nombres, incidentes y amontona imágenes ya de por sí amontonadas”. La compara con una película muda de 1915 en la que el “mundo de Fuentes es un mundo de sombras con ojos pintados al carbón, gasas y harapos flotantes, bigotes, villanos y gestos”, donde las peripecias quedan “puramente en incidentes sin llegar nunca al conflicto”. Resulta evidente que Garro piensa en una novela más narrativa, más morosa y tradicional. No en balde sitúa como ejemplo señero a Flaubert y su Emma Bovary en contraste con la obra del mexicano y su “mundo alegórico e ingenuo”, “páginas de celuloide opaco”, personajes que se obstinan en “no encarnar y gesticulan obsesionantes”[9].  Al final, apenas la califica como “simulación de novela”, pero no señala que lo artificial del proceso viene en gran medida de las ideas que expresan los simulacros de personajes —y en ese cúmulo, los temas tratados en El laberinto de la soledad.


Que en su momento no se comentara la figura del poeta y sus ideas tras la puesta en abismo del novelista, no quiere decir que no se hablara de ello, como se avizora en la nota “La región más transparente: un libro de gran importancia que crece con la ferocidad de ciertas oposiciones” de Jomi García Ascot: “tampoco vale la pena comentar el desmedido y desesperado afán de identificación con los personajes del libro. La novela de Fuentes no es un ‘roman à clef’, sino una novela de síntesis, y el que se quiera reconocer en una frase o un gesto, allá él con su satisfacción o su enfado”.[10]

¿Qué pensó Paz de la novela? Al parecer no hay declaración publicada, pero sí dos alusiones epistolares contradictorias: una de ellas, carta a Cintio Vitier del 5 de septiembre de 1958, toca varios asuntos, y en respuesta a un comentario del cubano sobre La región, remata: “Dio usted en el clavo en su juicio sobre la novela de Fuentes. Y es verdad que ese muchacho tiene un gran talento. Aquí corto”.[11]   La otra alusión está en la carta que dirige a José Bianco el 30 de marzo de 1959, donde luego de contarle sus penurias con Elena Garro en Nueva York, dice:

Haces mal en despreciar a Carlos Fuentes[12]:  Su libro es un bestseller (va en la tercera edición) y parece que lo publicarán en Nueva York. Ahora escribe su segunda novela. Frente a esto ¿qué importan la confusión, los ecos, las repeticiones, los párrafos más recordados que escritos, más leídos que pensados y todo lo demás que se podría decir? A mí también me asombró su libro: le tenía estimación, lo quería, creía en él. ¿Cómo era posible que hubiera escrito eso? Pero eso —y esa fue mi segunda sorpresa— tuvo un gran éxito. Mis sentimientos frente a Fuentes son ambiguos —fue amigo mío, muy amigo; después de la novela, dejé de verlo; ahora nos hemos vuelto a ver. No puedo evitar quererlo; no puedo evitar que me irrite... y me defraude.[13]

Ante el “gran talento” de Fuentes se opone una novela que, si bien exitosa, adolece de ecos, repeticiones, párrafos fallidos. No es gratuito que al definir su decepción Paz le aplicase un pronombre por demás vago: “eso”. Si concedemos peso a las palabras, resulta reveladora la aseveración “después de la novela, dejé de verlo”, aunque luego hayan vuelto a encontrarse.

A fines de 1960 José Vázquez Amaral, crítico y traductor a quien años después le otorgarían el Premio Villaurrutia por su versión de Cantares de Ezra Pound[14],  publica su “Mexico’s Melting Pot”, una reseña negativa de la novela de Fuentes, en una revista estadunidense afamada de la época: Saturday Review. Ahí señala la apropiación de El laberinto de la soledad a través del personaje de Ixca Cienfuegos, quien encarna “la filosofía de Paz en torno al arquetipo mexicano”[15].  Para reforzar su crítica, Vázquez Amaral consigna un juicio de valor atribuido a Paz, que quizá le escuchó de manera personal, respecto a La región más transparente, a la que calificaba de “obra ambiciosa en el peor sentido de la palabra”[16].  Además, según Malva Flores, Amaral dice lo que nadie se había atrevido a publicar, que la novela “era un roman à clef pues bajo nombres ficticios describía personas y lugares reales. Manuel Zamacona era Octavio Paz”[17].  Una indignada respuesta de Fuentes se publicó más tarde en la misma revista: tachaba de gratuita la identificación y la negaba rotundamente. 

PREMIO PARA UN LIBRO VACÍO, LLENO DE TANTAS COSAS

El año en que se publicó La región más transparente apareció también El libro vacío de Josefina Vicens[18],  que mereció el prestigiado Premio Villaurrutia de Escritores para Escritores. Creado en 1955, le había sido otorgado en su primera emisión a Juan Rulfo por Pedro Páramo. La siguiente promoción correspondió a Octavio Paz por el ensayo El arco y la lira. El de 1957 fue declarado desierto. Meses antes de que se lo concedieran a Vicens en su emisión del 58, Paz le había escrito a la autora tabasqueña para saludar la publicación de esta primera novela. La misiva comenzaba: “Recibí tu libro. Muchas gracias por el envío. Lo acabo de leer. Es magnífico: una verdadera novela. Simple y concentrada, a un tiempo llena de secreta piedad e inflexible y rigurosa”[19].  El jurado de ese año, como en los previos, había sido integrado por Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas, todos miembros de la Sociedad de Amigos de Xavier Villaurrutia presidida por don Alfonso Reyes[20].  Durante la entrega del premio, Jaime Torres Bodet, secretario de Educación e invitado de honor a la ceremonia, se refirió a la novela como “una de las mejores expresiones poéticas de un pensamiento que es como un mar interior, quieto e inmóvil, en el que la realidad se mira con videncia deslumbrante”. Según consigna una crónica del momento, Paz fue el encargado de hacer el elogio del libro[21].  Quizá leyó la carta que meses antes había dirigido a la autora y que concluía: “Gracias de nuevo por El libro vacío, lleno de tantas cosas, tan directo y tan vivo”. No intento desmerecer la propuesta literaria de Vicens: ese libro sobre un Sísifo de la creación que se debate ante la página en blanco, incapaz de renunciar tanto a la tentación de la escritura como a la imposibilidad de la misma, es una joya que se defiende por sí sola. Sí señalo que los atributos (una verdadera novela, simple, concentrada, directa y viva) que el poeta menciona parecieran una respuesta por oposición a la “confusa” novela de Fuentes[22]

NOVELA-LABERINTO

Para el estudioso Maarten Van Delden, las semejanzas entre Zamacona y Paz “son ineludibles, sobre todo en cuanto a las ideas que el intelectual de La región expresa sobre el tema de México, su historia y su cultura”.[23] Asimismo, ciertas divergencias lo hacen afirmar que Fuentes “combinó rasgos de Paz con otros elementos” y otras figuras de intelectuales mexicanos, incluso ideas que el narrador desarrolló en sus ensayos, lo cual le permite concluir “que Zamacona es, por lo menos en parte, una mezcla de Paz y Fuentes”. También que, frente a personajes oportunistas como Rodrigo Pola y Federico Robles, u oscuros como Ixca Cienfuegos, “Zamacona es uno de los personajes más atractivos de la novela [y] sin lugar a dudas, el más cercano al autor”.[24]

En resumen, Van Delden razona que el retrato inspirado en Paz muestra en el personaje de Manuel Zamacona una imagen “en gran medida halagadora”, aunque “Paz parece haberse reconocido a sí mismo en la figura del intelectual de La región, y aparentemente no le gustó lo que vio”[25].  Al releer la novela pienso que además de las semejanzas obvias, no debió de gustarle el aire snob y narcisista con que es descrito Zamacona, ni elementos de la trama novelesca que pudieron irritarlo, como el hecho de que el joven intelectual sea hijo ilegítimo del nuevo rico de la revolución, Federico Robles, bastardo concebido en una escena de dominación sexual muy acorde con la interpretación psicoanalítica de El laberinto sobre la identidad de la familia mexicana. Tampoco que el novelista lo haga fallecer en una cantina de mala muerte, a manos de un mestizo a quien no le gusta la mirada del intruso. Zamacona que se queda sin gasolina en la carretera de Acapulco, que entra a la cantina con una lata de aluminio en la mano y en la cabeza un verso del soneto “Artémis” de Nerval[26] sobre el encuentro con la muerte, esa amada única de cada quien. Además, la muerte de Zamacona, absurda y azarosa, parece presagiar la inutilidad de la poesía frente al mundo de la contingencia y lo irracional.

OTRAS ARENAS MOVEDIZAS

“A mí nadie me mira así, dijo el hombre con ojos de canica”, un moreno apostado en la barra, tras disparar a Zamacona[27].  La escena, que sorprende al lector, me recordó el pasaje final del cuento de Paz, “El ramo azul”, incluido en la sección Arenas movedizas del libro ¿Águila o sol?, de 1951. Ahí, un personaje de paso en un pueblo de tierra caliente es asaltado mientras camina de noche para refrescarse, tras contemplar el cielo constelado. El texto dice: “Alcé la cara: arriba también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que el universo era un vasto sistema de señales. Una conversación entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería la palabra de la cual yo era una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice?”.[28]

Esa epifanía poética del personaje, que lo distrae antes del asalto, encuentra paralelo con Zamacona y el poema de Nerval que repite en la cabeza al entrar a la cantina: ambos parecen habitar el topus uranus de la poesía, ajenos al mundanal ruido.[29]   En “El ramo azul,” el atacante es un hombre de campo, con huaraches y machete. Quiere darle a su novia un ramo azul: los ojos del fuereño, presuntamente de ese color. En el relato colisionan dos mundos: el del “extranjero” en tierra de indios y el de instintos elementales de un México atávico. Todo gira en derredor de una señal: los ojos, presagio desde la mirada tuerta del mesonero, la noche estrellada concebida como “jardín de ojos”, el mismo “ramito de ojos azules” para la novia del asaltante. En el cuento de Paz, el protagonista sale con vida al demostrar que no tiene ojos azules. En la novela de Fuentes, Zamacona no puede demostrar sus intenciones. Una mirada lo condena: la que su asesino interpreta como afrenta —recuérdese “En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta”, al comienzo de la novela, o “[el mexicano] atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras”, en El Laberinto.

Tal vez a eso se refería Julio Cortázar cuando, en una carta del 7 de diciembre de 1958 dirigida a Fuentes, le mencionaba —además de aplaudir la recepción de la novela y criticar pasajes estereotipados— que en La región más transparente se vislumbraba una idea de México “terrible, negra, espesa y perfumada. El miedo anda ahí rondando, el miedo de algunos relatos de Octavio Paz, que algunos recuerdos suyos me habían permitido ya entrever”.[30] 

El propio Paz reconocía esa influencia en charla con Anthony Stanton en 1988, refiriéndose a los textos de Arenas movedizas

OP: [...] Estos cuentos y el lenguaje en que están escritos tuvieron cierta influencia en la prosa hispanoamericana. Por ejemplo, en Julio Cortázar. Él lo reconoció alguna vez e incluso me dijo: “¿Por qué no seguiste por ese camino?”. Claro que él hizo cosas muy distintas y mejores que las mías en el cuento. Los textos de Arenas movedizas también tuvieron cierta influencia en el primer libro de Fuentes.
AS: ¿Los días enmascarados
OP: Sí. Asimismo, en algunos momentos de sus otros libros.[31]

Esa vertiente narrativa de ¿Águila o sol? suele enmascararse bajo la etiqueta poesía en prosa y por el hecho de que, igual que con La hija de Rapaccini como dramaturgia o El mono gramático como antinovela, son títulos incluidos en obra poética en sentido amplio: como creación. Pero Paz echaba en falta ese descuido hacia su “cuentística” por parte de la crítica local, lo que deja atisbar el interés que su propia vena narrativa le despertaba:

OP: [...] Arenas movedizas comprende textos que oscilan entre el poema en prosa y el cuento. Algunos son francamente cuentos. Sin embargo, ningún crítico mexicano me ha incluido en una antología de cuento.
AS: “El ramo azul” y “Mi vida con la ola” son claros ejemplos.
OP: Sí. Irving Howe y otros críticos de fuera han incluido textos míos en antologías del cuento universal o del cuento latinoamericano. Sobre todo los que usted mencionó... Entre los otros textos que son realmente cuentos está “Cabeza de ángel”, que utiliza el lenguaje de una niña mexicana en un contexto fantástico.[32]

ESTRELLA DE OBSIDIANA

Al leer el título del libro de Malva Flores, me desconcertó la inusitada imagen de una estrella de dos puntas. Pensé en una navaja de doble filo, un cuchillo de obsidiana de doble punta, pero además sacrificial... También con Pablo Neruda había tenido el joven Paz amistad y luego desencuentros que casi llegaron a los golpes. Pero fue posible la reconciliación, según le revela a MacAdam en 1990:

En 1967 participamos los dos [Neruda y yo] en el Festival de Poesía de Londres. Nos instalaron en el mismo hotel, en Cadogan Gardens. Yo acababa de casarme por segunda vez y Pablo se había casado con Matilde Urrutia. Una mañana, al atravesar un pasillo con Marie José, nos encontramos a Matilde. Ella nos detuvo, sonrió y me dijo: ‘Tú eres Octavio y ella Marie José, ¿verdad?’. Le contesté. ‘Y tú eres Matilde’. Nos saludamos y nos preguntó: ‘¿Quieren ver a Pablo? Creo que a él le daría mucho gusto verte’. Acepté inmediatamente y fuimos a su habitación. Un periodista lo entrevistaba. A los pocos minutos salió el periodista, Pablo abrió la puerta y, al verme, abrió los brazos diciendo: ‘Mi hijito...’. Esta expresión es muy chilena y Pablo la dijo con emoción. Yo estuve a punto de llorar. Hablamos poco. Él y Matilde preparaban sus maletas: en dos horas tomaban el avión rumbo a Chile. Un año más tarde recibí un libro suyo, con una dedicatoria cariñosa. Yo le envié otro. No volví a verlo. Murió un poco después. Fue triste y, sin embargo, ha sido una de las mejores cosas que me han sucedido: volver a ser amigo de un hombre al que quise y admiré.[33] 

En el texto que Fuentes dirigiría a un Octavio Paz recientemente desaparecido habla del cariño fraternal que lo unía al poeta. Entre recuerdos entrañables menciona las discrepancias: “No estábamos de acuerdo en varios asuntos políticos, pero nos preciábamos de diferir sin pelearnos, de probar nuestra amistad, fuerte y honda, contra todas las diferencias. Dábamos, queríamos dar, una prueba de coexistencia respetuosa entre concepciones diferentes de la vida y la sociedad. Casi lo logramos”[34].  Y luego, de manera por demás sugerente, cuenta un episodio en el que el propio Fuentes se negó a publicar un texto que atacaba a Paz —cuando dirigía con Emmanuel Carballo la Revista Mexicana de Literatura—, pues consideraba que la amistad era más importante que la libertad de crítica, y él no publicaba ataques contra sus amigos. Por supuesto aludía al ensayo “La comedia mexicana de Carlos Fuentes” de Enrique Krauze[35],  publicado en la revista de Paz, que fue parteaguas de la amistad, y que Malva Flores en su libro documenta en muchos incidentes previos y posteriores a esa ruptura definitiva. A diferencia de Neruda, aquí no hubo reconciliación: Fuentes no acudió al llamado del poeta moribundo. Decidió escribir su despedida en una respuesta que su antiguo amigo ya no vería. En cambio, al decir de Elena Poniatowska, Paz preguntó hasta el final de sus días: "¿Has visto a Fuentes?".[36]

Concluyo aquí recordando las líneas finales del poema —¿acaso no es la verdadera poesía siempre premonitoria?— “Mariposa de obsidiana”, de ¿Águila o sol?:

Te espero en ese lado del tiempo en donde la luz inaugura un reinado dichoso: el pacto de los gemelos enemigos, el agua que escapa entre los dedos y el hielo, petrificado como un rey en su orgullo. Allí abrirás mi cuerpo en dos, para leer las letras de tu destino.

Marco Antonio Montes de Oca, Paz y Fuentes caminan hacia la Rectoría en Ciudad Universitaria, 22 de septiembre de 1967. Archivo Histórico de la UNAM. Fotografía de Ricardo Salazar.



[*] Publicado en El Cultural, suplemento de La Razón, núm. 314, México, 14 de agosto de 2021, pp. 2-6. Agradezco a Enzia Verducchi la lectura preliminar y a Julia Santibáñez el acucioso cuidado de edición para la versión impresa original.

[1] Ese texto fue publicado unos días más tarde en El País. Aquí el enlace:
https://elpais.com/diario/1998/05/13/cultura/895010411_850215.html

[2] Malva Flores, Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad, Ariel, México, 2020, p. 137.

[3] Maarten Van Delden, “En la mirada de Carlos Fuentes”, 

https://zonaoctaviopaz.com/detalle_conversacion/247/en-la-mirada-de-carlos-fuentes

[4] Octavio Paz / Julián Ríos, Solo a dos voces, Lumen, 1973, incluido en Obras completas, Miscelánea III. Entrevistas, FCE/Círculo de Lectores, 2003, t. 15, p. 693.

[5] Silvia Cherem, “Soy otro, soy muchos”, Reforma, 28 de abril de 1996, recogida en Miscelánea III, op. cit., pp. 359-360.

[6] Alfred MacAdam, “Tiempos, lugares, encuentros”, Vuelta, diciembre, 1991, recogida en Miscelánea III, op. cit., p. 334.

[7] Malva Flores, op. cit., p. 134. En la cita aparece “empeñaras” pero un cotejo con la foto de la carta original arroja “empañaras” más acorde con la condición turbia.

[8] José Emilio Pacheco, “La región más transparente”, Estaciones, núm. 10, verano, 1958, p. 194.

[9] Elena Garro, “El contra de una novela escandalosa”, México en la Cultura, suplemento de Novedades, 11 de mayo de 1958, pp. 1 y 10.

[10] Publicada en México en la Cultura, 11 de mayo de 1958, pp. 2 y 10, donde también aparecieron las reseñas de Garro (el contra) y de Cardoza y Aragón (el pro) sobre la “escandalosa” novela de Fuentes. Fueron tres artículos anunciados desde la portada del suplemento para un mismo libro.

[11] Malva Flores, op. cit., p. 136.

[12] No hay que olvidar que Bianco inspira al personaje de Dardo Moratto, “escritor argentino, exsecretario de Victoria Ocampo y corrector de pruebas de Jorge Luis Borges”, como se le describe en la lista preliminar de personajes que acompañó a la novela desde su edición original, y cuyo retrato caricaturesco debió de causar su malestar.

[13] Malva Flores, op. cit., pp. 115-116.

[14] Fue la emisión del Premio Villaurrutia de 1975, que compartió con Efraín Huerta, Tito Monterroso y Carlos Fuentes por Terra Nostra.

[15] José Vázquez Amaral, “Mexico’s Melting Pot”, Saturday Review, 19 de noviembre de 1960, p. 29, cit. por Malva Flores, ibíd., p. 164.

[16] José Vázquez Amaral, cit. por M. Van Delden, ibídem.

[17] Malva Flores, op. cit., p. 164.

[18] En su balance anual, con una nota en la portada de México en la Cultura del 28 de diciembre, Emmanuel Carballo titulaba “1958: El año de la novela”. Por supuesto, mencionaba el libro de Fuentes como la novela del año y dedicaba varias líneas a la de Vicens, que todavía no había sido premiada, junto a otras de Armando Ayala Anguiano, Emilio Carballido, Sergio Fernández, Sergio Galindo, Guadalupe Dueñas, Carmen Rosenzweig y Jorge López Páez.

[19] Esta carta aparecería por primera vez, a manera de prefacio, en la edición francesa de El libro vacío: Le Cahier clandestin, Juliard, París, 1963. Las ediciones posteriores la incluyen fechada: “5 de septiembre de 1958”.

[20] La amistad, admiración y cercanía intelectual entre Reyes y Paz está consignada en Anthony Stanton, ed., Correspondencia Alfonso Reyes / Octavio Paz (1939-1959), FCE-FOP, México, 1998.

[21] “Entrega del Premio Villaurrutia”, Excélsior, 22 de marzo de 1959, p. 2C. Entre los invitados acudió Bernardo Reyes Mota en representación de don Alfonso, que por esos días ya estaba muy delicado de salud, y moriría meses después. (Agradezco a la escritora Aline Pettersson el acceso al archivo de Josefina Vicens que tiene en custodia, lo mismo que a Olga Mariscal del Acervo de la Coordinación de Literatura del INBA por la consulta de otros documentos y a Soledad Aranda por la búsqueda de varias notas periodísticas en la Hemeroteca Nacional y la Biblioteca Lerdo de Tejada.)

[22] Fuentes recibiría el codiciado Premio Villaurrutia en 1975 por Terra Nostra, pero no debió de ser un buen trago pues tuvo que compartirlo con Efraín Huerta, Augusto Monterroso y José Vázquez Amaral, el crítico literario que en 1960 publicara una reseña demoledora sobre La región más transparente en Saturday Review. Según una crónica del evento, Fuentes no acudiría a la premiación (“Entre luz y sombras se entregaron los premios Villaurrutia, la Capilla Alfonsina y la devaluación”, Novedades, 24 de enero de 1976).

[23] Maarten Van Delden, “En la mirada de Carlos Fuentes”, ibídem.

[24] ídem

[25] ídem

[26] Paz fue lector y traductor de Nerval. En Versiones y diversiones (Joaquín Mortiz,1974) incluye su traducción de “Artémis”. Hay estudio de Fabienne Bradu sobre el tema: “Octavio Paz, traductor de Gérard de Nerval”, publicado en Zona Pazhttps://zonaoctaviopaz.com/detalle_conversacion/95/octavio-paz-traductor-de-gerard-de-nerval

[27] Carlos Fuentes, La región más transparente, edición conmemorativa, RAE-Alfaguara, México, 2008, p. 447.

[28] Octavio Paz, Obra poética I, Obras completas, t. 11, pp. 155-156. La imagen prefigura el célebre poema “Hermandad”, incluido en Árbol adentro (1987): “Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea”.

[29] Aunque Van Delden y Flores documentan la admiración que Fuentes sentía por Paz en esos años, es muy interesante un pasaje del libro Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo (recogidas y editadas por Cecilia Fuentes, Trilce, México, 2019), donde se narra un viaje a Oaxaca que realizan dos parejas: Paz y Maka Chernicheff, Fuentes y Rita Macedo, en 1957. Ahí, un Octavio Paz nervioso y atolondrado no acierta a lidiar con la impetuosa Maka ni a manejar el auto con sentido práctico. El resultado, la ira de Maka y las risas de Rita y Carlos que se burlan de Paz, acusándolo de “¡Poeta!”. Op. cit., pp. 158-159.

[30] Malva Flores, op. cit., p. 48.

[31] Anthony Stanton, “Genealogía de un libro: Libertad bajo palabra”, Obras completas, Miscelánea III, p. 116.

[32] ídem

[33] Alfred MacAdam, “Tiempos, lugares, encuentros”, op. cit., p. 336.

[34] Carlos Fuentes, “Mi amigo Octavio Paz”, ibídem.

[35] Vuelta, núm. 139, junio, 1988, pp. 15-27. Aquí el enlace:

https://enriquekrauze.com.mx/wp-content/uploads/2020/03/Vuelta-Vol12_139_02CmMxCFtEKrz.pdf

[36] Al agradecerme el envío del presente escrito, la escritora me confió estas palabras en un correo electrónico del 18 de agosto de 2021.



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