Conversaciones y novedades

El desayuno del candidato

Octavio Paz

Año

1976

Personas

Arreola, Juan José; Yáñez Delgadillo, Agustín; Rulfo, Juan

Tipología

Controversias

Temas

Recontextualizaciones

 

ca. 1988

A inicios de 1976, Paz escribió este drástico condensado de su crítica al PRI (Partido Revolucionario Institucional), al PAN (Partido Acción Nacional) y a la “penuria intelectual” de la izquierda en la sección “Letras, Letrillas, Letrones” de su revista Plural (número 53, febrero de 1976, p. 74). No pocos de los temas que enumera Paz en esta diatriba parecen renacer en nuestros días, cuando “el Partido” grifón se ha metamorfoseado una vez más (ahora en “movimiento”)  y los poderes legislativo y judicial se hallan de nuevo asediados por “el Gran Chingón”, lo mismo que otras realidades que sí logramos cambiar desde que se escribió el artículo, sobre todo la libertad de prensa y el ejercicio civil de la opinión pública. Y, desde luego, que los escritores ya no se limitan a cumplir con la “función fática”…


          En una carta de esos días a Pere Gimferrer Paz le escribe que “El desayuno del candidato”, que era el inolvidable licenciado José López Portillo, “va a molestar a mucha gente en México” pues “entre los asistentes a ese lever du roi estaban Rulfo, Agustín Yáñez, Arreola… Qué vergüenza”[1].  (La ceremonia de lever du Roi —el levantarse del rey— consistía en que el rey recibía al despertar a sus cortesanos para iluminarlos con su presencia y escuchar sus peticiones.) 


          Y sí, les molestó mucho. (Fuentes, incondicional de Echeverría, no fue al desayuno porque ya era su embajador en Francia.) Unos meses después, el presidente de la “apertura democrática” se las arreglará para expulsar a Scherer del Excélsior y a Paz de Plural (G.S.)



En un país donde el Poder Legislativo es una “claque” disciplinada y obsequiosa que cada año, en esas apoteosis burocráticas que son los Informes Presidenciales, rompe el “récord” mundial de la duración de los aplausos; 

          en un país donde la independencia del Poder Judicial es un principio constitucional de naturaleza tan sutil que jamás la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha osado oponerse a las disposiciones de un Presidente de la República;

          en un país donde gobierna un partido que desde hace medio siglo gana todas las elecciones y que como el Grifón  que vio Dante en el Purgatorio y que era una alegoría de Nuestro Señor, cambia sin cesar y nunca de ser el mismo;

          en un país donde la frase “el Partido en el poder” significa realmente “el Poder en el partido”, ya que no es sino una agencia del Gobierno, una suerte de Secretaría de Manipulación Política (de ahí que disponga de los recursos de la Nación con mayor desenvoltura que un simple Consejo de Administración de cualquier compañía privada: ¿a quién le rinde cuentas el PRI?);

          en un país donde la televisión y la radio son propiedades de una empresa particular, con excepción de una pequeña parte en manos del Gobierno;

          en un país donde, salvo en poquísimos y conocidos casos, la prensa es un negocio, un altavoz de los grandes interesas privados y de la burocracia política que nos gobierna;

          en un país donde sólo existe un verdadero partido político frente al partido gubernamental (el PAN) y ese partido, al cabo de años y años de luchas, no ha logrado elegir siquiera a un Gobernador ni ha podido movilizar al pueblo, a pesar de que en más de una ocasión el Gobierno lo ha vencido con métodos ilegales, arbitrarios y violentos;

          en un país donde la derecha desde hace muchos años ha dejado de tener una filosofía política (sólo tiene intereses) y prefiere, en lugar de discutir con sus adversarios, sobornarlos o deshonrarlos; una derecha que aborrece el debate público y cuyas armas son la corrupción, el rumor calumnioso y la componenda entre bastidores: una derecha que detesta las ideas, sin excluir a las ideas de derecha;

          en un país donde la izquierda, poseída por el espectro de Caín se ha desgarrado a sí misma hasta la atomización y en la cual cada fragmento se sueña un mundo autosuficiente y cada molécula cultiva, con la misma rabia monótona de las otras pero en sentido contrario (¡siempre en contra del vecino!), el mismo repertorio de lugares comunes progresistas, mostrando así una vez más que la impotencia política está en relación directa con la penuria intelectual: una izquierda víctima de la degeneración de sus ideas;

          en un país donde la conciencia popular se distingue por su pasividad, su resignación, su desaliento y su nihilismo, es decir: por su inconciencia;

          en un país en donde la opinión pública no tiene ni fuera ni medios para expresarse y en el que las formas predilectas de la crítica son el chiste político y el rumor, productos ambos del escepticismo y la credulidad (estas actitudes no son incompatibles sino en apariencia: el alma roída por el escepticismo está ya madura para la superstición, el que duda de todo acaba por todo creerlo y las antesalas de César están llenas de nihilistas en busca de empleo);

          en un país donde el poder es por definición indiscutible y en el que desde hace mil años el poderoso es adorado como un dios y venerado como la naturaleza que nos da el agua, el maíz y el temblor de tierra: poder del Tlatoani y del Virrey, poder del Arzobispo y del General, poder del Señor Presidente y del Tata, poder del Macho y del Gran Chingón, poder del Jefazo y del Jefecito;

          en un país donde la mentira, desde hace más de cien años, se ha convertido en una práctica política del tal modo generalizada que es ya una segunda naturaleza, un engaño vuelto consubstancial gracias a la complicidad de todos, lo mismo de los engañadores que de los engañados, al grado de que mentira y engaño son ya tradiciones inmutables: Porfirio Díaz gobernó con la máscara del liberalismo y el PRI con la de la Revolución;

          en un país donde los sindicatos obreros son monopolios y monopolios son la política, el dinero, la información y la cultura: México es un monopolio de monopolios y una pirámide de pirámides;

          en un país, en suma, en donde apenas si hay grupos y voces independientes;

          ¿cuál es la función de los intelectuales?

          La respuesta está en todos los labios: concurrir al desayuno ritual que se ofrece al candidato del PRI a la Presidencia de la República.


La función fática


Bueno, dijo el joven.
Bueno, dijo ella.
¡Bueno!, ya estamos, dijo él.
Ya estamos, dijo ella, ¿verdad?
¡Claro, ya estamos!, dijo él.
Bueno, dijo ella.
Bueno, dijo él.

Dorothy Parker


Dije ritual y dije mal: el desayuno no es una función religiosa y no tiene nada que ver ágape de los cristianos; tampoco es un convite entre amigos ni un acto político; es una ceremonia cortesana que se parece más bien al “lever du Roi” de la monarquía francesa. Un “lever du Roi” en todos los sentidos: un nuevo sol comienza a iluminarnos.

          Al desayuno ofrecido al Candidato asistieron muchos escritores. Fueron tantos que sería más fácil mencionar a los que no fueron. El anfitrión dijo que ninguno de los invitados había dejado de asistir. No es exacto; conozco, por lo menos, un caso. Tal vez haya otros.

          ¿Y de qué hablaron los escritores con el futuro presidente? No, no tuvieron el mal gusto de tocar temas políticos y controvertibles. Nadie le preguntó cuál será su política en materia demográfica, ni cómo piensa enfrentarse al desastre de la educación mexicana, ni si se propone acabar con los monopolios de la información, ni si tiene un plan para “democratizar” al PRI (sic), ni cuál es su idea de lo que podría ser una política internacional de México en la cambiada situación mundial, ni cómo piensa combatir el desempleo, la contaminación del ambiente, la centralización, etc., etc. No, el diálogo fue una inesperada y curiosa ilustración de las ideas del lingüista Jakobson sobre la función fática del lenguaje. Esta función consiste en la orientación de los hablantes hacia el contacto: “en este tipo de intercambio la conversación no tiene por objeto comunicar ideas o informaciones sino crear y mantener un contacto.” La crónica que hizo Excélsior del desayuno es una impresionante confirmación de la justeza de estos puntos de vista: “López Portillo quedó en un momento dado cerca de XYZ.

Le extendió la mano: 

—¿Todo va bien?, interrogó el Candidato.

—Todo va bien, contestó el escritor.

—¿No ha habido problemas?, volvió a preguntar el Candidato.

—No, no los ha habido, replicó el escritor.

Octavio Paz



[1] Carta 58 (6 de enero de 1976) de Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer (Barcelona, 1999, p. 107).


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