En la mirada de otros

En la mirada de José Octavio Ruiz Speare

José Octavio Ruiz Speare

Año

1995

Tipología

En la mirada de otros

 

Paz y su doctor, José Octavio Ruiz Speare, 1995

José Octavio Ruiz Speare (1941) , general de división médico cirujano, acompañó a Octavio Paz en los últimos 2 años de su vida. De los recuerdos de aquellos tiempos da cuenta en el libro Memorias de un cirujano militar (2020), del cual reproducimos la parte conducente. (AGA) 



En 1996 el señor Boutros Boutros-Ghali, entonces secretario general de las Naciones Unidas, realizó una visita a México. Fui nombrado su Edecán Militar y lo acompañé en todos los eventos y ceremonias en los que participó durante su estancia […]. Uno de los eventos organizados fue una reunión con intelectuales en el Exconvento del Templo del Carmen en San Ángel; la Fundación Televisa ofreció una comida y entre los asistentes estuvo Octavio Paz, al que conocí ese día. […]


          La tarde del 14 de julio de 1997 me llegó un documento en donde se me ordenaba que me trasladara al día siguiente a los Estados Unidos. Inmediatamente me presenté en la oficina del jefe del Estado Mayor Presidencial a enterarme de cuál era la misión.


          —Doctor —me dijo el jefe del Estado Mayor Presidencial—, el señor presidente le solicita que acompañe al maestro Octavio Paz a la Clínica Mayo [en Rochester, Minnesota]. Mañana a las 12 horas salen del Hotel Camino Real en donde está alojado el maestro hacia el aeropuerto. Habrá un vehículo especial para llevarlos. No tuve más información.


          El día 15 de julio a las 12 horas llegué al Hotel Camino Real de la Ciudad de México. Frente a la entrada estaba una camioneta tipo van con personal del Estado Mayor y que había sido adaptada para llevar una silla de ruedas. Allí deberíamos esperar a Octavio Paz y su esposa. Pasó cerca de una hora y nadie aparecía. Llamé a la oficina del EMP para corroborar los datos, y me confirmaron que las indicaciones de recogerlos frente al vestíbulo eran correctas y que ellos estaban perfectamente enterados. Después de hora y media de espera decidí subir a su habitación, una suite del Hotel.


          Llamé a la puerta en varias ocasiones y abrió la puerta una dama, la esposa de Octavio Paz, a quien yo no conocía. Se le notaba agitada, muy nerviosa, como que no sabía qué hacer. Me sorprendió lo que vi:  en medio de la sala de la suite se encontraba Octavio Paz, angustiado, en forma agitada llamaba a su esposa indicándole que estaban retrasados, su faz denotaba dolor y desesperación. Vestía pijama y bata y se mantenía en pie con la ayuda de una andadera; noté una bolsa para colectar orina conectada a una sonda de Foley. Evidentemente era una persona enferma y que estaba sufriendo. Me presenté con ellos (yo creo que no escucharon lo que les decía), los ayudamos a terminar su equipaje y otros enseres que llevaba Marie-Jo.


          Nos trasladamos a la camioneta equipada con una rampa para subir la silla de ruedas. Nos dirigimos al Aeropuerto, en donde abordamos un jet privado que nos llevaría a Rochester. Ya en la cabina del avión, con más tranquilidad me presenté y se sorprendieron cuando les dije que yo era un médico militar y que tenía el encargo del presidente de apoyarlos en todo lo necesario, que conocía perfectamente la Clínica Mayo y que mi entrenamiento como cirujano había sido en Minnesota. Solamente les habían informado que los acompañaría “un general” y no sabían que era médico. 


          Marie-Jo llevaba un paquete con estudios radiológicos y expedientes clínicos. Durante todo el vuelo fue evidente el constante dolor que sufría Octavio Paz.


          Después de haber tomado alimentos y con mayor confianza les pregunté, como médico, si me pudiesen relatar el padecimiento y la razón de ir a la Clínica Mayo. Marie-Jo fue la que me relató la historia de la enfermedad y los tratamientos efectuados. Octavio Paz no hablaba.


          Según Marie-Jo, el problema se había iniciado a fines de octubre principios de noviembre, cuando Octavio mencionó un dolor constante en la región anorrectal, difícil de manejar con analgésicos. A sugerencia de su cardiólogo de muchos años, acudió con un cirujano que lo operó de hemorroides en un prestigiado hospital privado de la ciudad en los últimos días de diciembre de 1996.


          La evolución no fue satisfactoria, ya que el paciente después de la cirugía quedó con incontinencia, por lo que fue dado de alta con una sonda de Foley.


          Estando convaleciente en su casa de Río Guadalquivir 109, esquina con Paseo de la Reforma, una noche se incendió su departamento. Se sabe que lo despertó una explosión que llenó de humo negro su lujoso departamento. Las llamas alcanzaron su colección de libros, así como muebles, cortinas, alfombras y pinturas. Con ayuda de sus vecinos abandonaron su vivienda.


          ¿Podemos imaginarnos a una persona de 82 años, recién operada, con dolor constante y sentado en la banqueta en el frío del invierno, y además viendo arder su departamento, sin más familia que su esposa?


          Enterado el presidente Zedillo, inmediatamente ordenó que se le presentara apoyo. La pareja fue llevada al Hotel Camino Real y Paz quedó bajo el cuidado personal del Estado Mayor Presidencial, (EMP).


          En los primeros días del nuevo año 1997 fue internado en uno de los más prestigiados Institutos de Salud de la Secretaría de Salud, en donde fue atendido directamente y coordinó su atención el director de la Institución.


          Según me refirió Marie-Jo, en los siguientes días lo volvieron a operar de hemorroides y en dos ocasiones de la próstata por vía transuretral. Fue dado de alta en el mes de abril, aunque persistía el dolor anorrectal y tenía incontinencia.


          Estando fuera del hospital alguien sugirió que se le realizara una TAC de abdomen y pelvis que mostró imágenes de posibles metástasis en el hueso sacro. Regresó Paz al hospital, en donde se le practicó una biopsia del hueso sacro que fue interpretada como metástasis provenientes de un tumor renal maligno del cual había sido operado 20 años antes.


          Así pues, y siguiendo con el relato de mi misión de acompañar a los Paz, cuando a la media noche llegamos a la ciudad de Rochester, nos trasladamos al Kohler Plaza Hotel, frente a la Clínica Mayo.


          Después de descansar, al día siguiente fuimos atendidos por la señora Anna G. Leal, de la sección de medicina internacional de la Clínica; era de origen español, muy amable, y ya tenía todo listo para las consultas en la Clínica. […]


          Al día siguiente fuimos recibidos directamente por el Dr. Scott L. Stafford, de la División de Radioterapia Oncológica de la Clínica Mayo, quien ya había revisado el expediente, los estudios radiológicos del paciente y las laminillas de la biopsia.


          Nos hizo ver el Dr. Stafford que para validar los estudios histopatológicos de la biopsia tomada en México se necesitaba un documento que certificara que esas laminillas eran las de Octavio Paz. Me comuniqué a México para solicitar el documento.


          Posteriormente me enteré de que hubo algunas “inquietudes” en México al saberse de mi presencia acompañando a Octavio Paz en la Clínica Mayo.


          Entregado el documento, volvimos a cita con el Dr. Stafford, en la que certificó el diagnóstico de enfermedad neoplásica metastásica a hueso sacro con presencia de células claras, típico de tumores malignos del riñón. El tratamiento indicado era radioterapia localizada en el sitio de las metástasis, con sesiones que durarían seis semanas, administradas con un aparato de radioterapia conocido como acelerador lineal. Indicó el doctor que el tratamiento podía ser proporcionado en Rochester o en México si es que se contaba con el aparato indicado. Nos surtieron recetas para adquirir morfina, ya que era la única droga efectiva para manejar el dolor de Paz. 


          Quedamos en regresar para dar una respuesta referente al sitio en donde se aplicaría la radioterapia.


          Le señalé al matrimonio Paz que me dieran la oportunidad de investigar qué hospital de México tenía los medios para administrar el tratamiento de acuerdo con lo indicado por la Clínica Mayo. Sabía de la existencia del acelerador lineal en el Hospital Militar. Confirmé que otros dos hospitales lo tenían en la Ciudad de México, el Hospital de Oncología del Centro Médico Nacional Siglo XXI y un hospital privado en el sur de la Ciudad. Después de analizar si estar seis semanas en el hotel en Rochester o regresar a la Ciudad de México, optaron por esta última opción, aunque aún había duda respecto a elegir el lugar en México. 


          Percibí que la decisión tenía mucho que ver con el pasado político de Octavio Paz; le importaba mucho la opinión de sus amigos y seguidores, los intelectuales de izquierda, y en especial el control de la prensa, a la cual temía. Me permití sugerirles que la mejor opción era el Hospital Militar, encamarse en el CHEMP en donde la atención es excelente y la discreción estaría asegurada, y que todos los días sería llevado y traído a su tratamiento en el Hospital Militar. Aceptaron esta última propuesta, regresamos a la Clínica para una consulta más y recibir indicaciones finales y la propuesta del plan radioterapéutico recomendado.


          El EMP me preguntó las necesidades requeridas por el paciente en el lugar que se le iba a facilitar para vivir en la Ciudad de México. La única recomendación fue que el sitio que fuera a habitar no debería tener escalones ni escaleras. El paso de la silla de ruedas por un escalón le causaba un tremendo dolor a Octavio Paz. Un día antes de regresar me informaron que por orden del señor presidente lo llevara al Hospital Central Militar.


          El regreso a México fue aproximadamente a las 15 horas. Ya camino al Hospital Militar, nuevamente me preguntó Octavio Paz:

—General, ¿está usted seguro de que ir al Hospital Militar es la mejor opción? ¿Qué van a decir mis amigos de izquierda? Que estoy en manos del ejército.

—A sus amigos no les duele nada —le contesté—. Es la mejor opción, no se va a arrepentir.

          Al entrar al Hospital Militar noté de inmediato que no había ni una sola persona, y ningún automóvil en el estacionamiento. “Algo pasa”, me dije.


          Rodeando el edificio central nos dirigimos hacia el estacionamiento entre la primera y la segunda sección del hospital, que da entrada a la Suite Presidencial. En la puerta estaba el señor secretario de defensa con un libro en las manos y un capitán ayudante. Me intrigó el libro… […]


          Subimos por el elevador directo a la Suite Presidencial y entramos en una sala de atención médica; el paciente fue colocado en una camilla para su revisión médica. El secretario se acercó, me retiré y los dejé solos, aunque logré escuchar su conversación:

—Don Octavio, tengo órdenes del señor presidente de atenderlo en todo lo que usted necesite, y en nombre del Ejército Mexicano le entrego esté presente… es el expediente militar de su abuelo, el general Ireneo Paz.


          Era un libro encuadernado en cuero muy fino con letras doradas… así quedó resuelta mi duda.


          De lo sucedido fui el único testigo, y me impresionaron la categoría y la actitud de mi general.


          El médico designado como responsable del tratamiento radioterapéutico de Octavio Paz fue el general Rafael de la Huerta Sánchez, jefe del Departamento de Radioterapia del Hospital Central Militar, con gran experiencia al respecto.


          Durante los siguientes días el paciente bajaba diariamente a recibir su tratamiento, que duraba unos minutos, y regresaba a su cuarto.


          Marie-Jo salía casi todos los días, se la veía mucho más tranquila, y tanto a ella como a su esposo se les notaba muy satisfechos y agradecidos por la atención recibida por parte del personal militar. Me daba la impresión de que ya no se querían ir. […]


          A su salida del Hospital Militar, Octavio y Marie-Jo fueron directamente a ocupar la Casa de Pedro de Alvarado, situada en la calle de Francisco Sosa, en el barrio de Santa Catarina en Coyoacán, y por disposición del presidente Zedillo contarían con todo el apoyo logístico […].


          Desde su llegada a la nueva casa iba yo a verlo todos los días, incluyendo los fines de semana, y recibía informes dos veces al día por parte de las enfermeras de todo lo que ocurriese.


          Con frecuencia había desacuerdos con Marie-Jo en lo referente a la administración de los medicamentos. Desde nuestra estancia y convivencia en Rochester, ella era reacia a darle analgésicos, no porque quisiera verlo con dolor, sino porque no le gustaba verlo sedado o adormilado.


          Durante todo el tiempo que estuve presente en mis frecuentes visitas a la casa, con excepción de un par de ocasiones en que los visitó una pareja de amigos, no constaté visitas del mundo intelectual, periodístico o político.


          Hubo una gran cantidad de momentos de aprendizaje en el tiempo que conviví con Octavio Paz, pero voy a relatar tres que vienen gratamente a mi memoria.


Algunos diálogos con Octavio Paz

Tenía yo muy clara mi relación con el matrimonio Paz durante mi estancia en Rochester. Era una comisión militar ordenada por el presidente Zedillo […]. Los Paz no eran quienes me habían seleccionado como responsable de cuidarlos en todos los aspectos […]. Yo no daba mi opinión ni hacía comentarios que pudiesen incomodarlos o llegar a oídos del señor presidente.


          Durante nuestra estancia en el Hotel Kohler les gustaba cenar en el restaurante; generalmente Marie-Jo se retiraba a descansar y yo me quedaba con Octavio Paz haciendo sobremesa. Su dolor era constante, pero noté que se sentía mejor y era menos manifiesto cuando estaba platicando. […]


          Para iniciar las pláticas yo empezaba con preguntas. Le tocaba temas sobre su niñez, su paso por la universidad, opiniones sobre los países en los que había vivido; nunca puse sobre la mesa temas políticos o de literatura, y en alguna ocasión le hice preguntas acerca de su familia. Me señaló que su abuelo el general Ireneo Paz fue quien lo introdujo a la cultura y tenía una gran biblioteca. Cuando le pregunté sobre su padre me contestó que de él no quería hablar. […]


          Llegué a preguntarle sobre la evolución de su pensamiento religioso: había sido católico, me confirmó que practicó el budismo pero que en la actualidad era agnóstico. En una ocasión lo interrogué sobre su relación con Carlos Fuentes y evadió la pregunta.


          Una de esas noches, estando solos, lo noté más angustiado y molesto que de costumbre, y alzando la voz súbitamente me dijo:

—¡General, ya me voy a morir!
—De ninguna manara —le dije—. Usted está enfermo, pero no de muerte; nos es necesario a todos los mexicanos, todavía tiene mucho que dar a nuestra cultura e historia, va a estar bien por mucho tiempo.
Sin embargo, si eso ocurriera en Rochester, me imaginé los titulares en los periódicos: "Muere Octavio Paz en Rochester, Minnesota, acompañado de un médico militar" (¡qué casualidad: el mismo que estuvo en los casos de Colosio y Ruiz Massieu!).
—¡Usted no se muere hasta que se muere! —le dije.
Al escuchar esas palabras se quedó callado, su rostro mostró asombro y me preguntó:
—¿De quién es ese pensamiento?, ¿en dónde lo ha leído?
—No es de nadie —le dije—, se me ocurrió en este momento y viene de una frase que conozco desde niño y que utilizamos con frecuencia: “¡Esto no se acaba hasta que se acaba!”. 
—¿Qué filósofo lo dijo? —me preguntó.
—No fue un filósofo, lo dijo un catcher de los Yankees de Nueva York, Yogi Berra.
—¿Quién es ese personaje?
—¿Vivió usted en Nueva York? —le pregunté.
—Sí —me contestó. 
—¿No sabe quiénes son los Yankees de Nueva York?
—No.
—¿Nunca ha ido a un juego de béisbol?
—No.


          Me di cuenta de que Paz no sabía nada de béisbol, por lo que consideré necesario explicarle claramente el significado de la frase de Yogi Berra que estaba yo utilizando para decirle que todavía no se iba a morir. Además, ganaba tiempo al seguir conversando para mitigar su dolor.


          Estaba yo explicándole a un Premio Nobel qué era el béisbol, cómo se juega, qué es un pitcher y qué un catcher, que en ese juego no hay límite de tiempo y se puede prolongar muchas horas hasta que cae el último out.


          Que, en muchas ocasiones, cuando parece que todo está ganado o que todo está perdido, el último lanzamiento del pitcher puede cambiar el desenlace, se gana o se pierde, y por eso el juego “no se acaba hasta que se acaba”.


          Le expliqué que ese último lanzamiento, comparándolo con nuestras acciones en la vida, puede ser la clave para ganar o perder, para vivir o morir. Como cirujano siempre lo he tenido presente.

—Interesante —me dijo.
—Para entenderlo hay que verlo y vivirlo, tiene usted que ir a un juego de béisbol.


          Terminó nuestra conversación y noté en su cara que me había entendido.


          En otras circunstancias jamás hubiese tenido conversaciones con Octavio Paz y mucho menos para hablar de béisbol. Lo acompañé a su dormitorio, ayudándolo con la silla de ruedas.


La Fundación Octavio Paz

A instancias del presidente Zedillo, la Fundación Octavio Paz fue constituida el 11 de diciembre de 1997, con un fondo proporcionado en parte por empresarios filántropos de México.


          Seis días después —en una ceremonia celebrada en la Casa de Pedro de Alvarado, en Coyoacán, donada por el Gobierno Federal para albergar al organismo—, el presidente Zedillo agradeció que Octavio Paz hubiera confiado en su palabra “de que la Fundación cumplirá con los fines que le dan origen”, [principalmente] “la preservación, la difusión y el estudio de la obra de Octavio Paz”.


          Temprano ese día me presenté ante el matrimonio Paz para ver en qué podía apoyarlos. Octavio estaba muy nervioso, era un acto muy importante y debería dirigir unas palabras; me mostró el discurso que había escrito Marie-Jo de su puño y letra y me dijo que el contenido no era de su agrado. Sin que se diera cuenta su esposa, me permití decirle e insistirle en que dijera lo que él quisiera, que era su homenaje y que debería ser auténtico, como siempre lo había sido, que no debería cambiar sólo por el deseo de su esposa. Con el discurso en la mano lo llevé en su silla de ruedas hasta la mesa de honor en donde los esperaba el presidente Zedillo.


          La concurrencia era numerosa e impresionante, estaban presentes miembros del Gabinete, políticos, artistas, escritores y filántropos entre los que destacaban Carlos Slim Domit, Emilio Azcárraga, Manuel Arango, así como muchos otros empresarios destacados que habían contribuido a la Fundación Octavio Paz.


          Después de la bienvenida y algunos discursos el turno fue para Octavio Paz. Tomó el discurso escrito por Marie-Jo, lo hizo a un lado, lo colocó sobre la mesa y empezó a hablar sin leerlo. Cuando empezó a pronunciar sus palabras, Marie-Jo estaba molesta. 


          A pesar de su enfermedad, la función cerebral y la fluidez del pensamiento de Octavio Paz eran maravillosas. Pronunció un discurso brillante, emocionante, con ideas y frases típicas de él. Para terminar, mencionó el cielo, las nubes y el sol del Valle de México...


          “Valle de México, esa palabra ilumina mi infancia, mi madurez y mi vejez... Gracias”.


          Después de un muy prolongado aplauso con todos los asistentes en pie, Paz hizo un ademán y probablemente mencionó sus últimas palabras en público:


          “Agradezco a mis doctores que me ayudaron a descubrir algo muy importante, que la medicina existe, existe la medicina mexicana, existe en la forma mejor, la medicina militar. Gracias, doctores”.


          Después de esas palabras considero que el Octavio Paz del 68 se había reencontrado con el Ejército Mexicano.


¿Las últimas palabras que escribió Octavio Paz?

Durante los diez meses que conviví día a día con la familia Paz entendí cuál debería ser mi desempeño. Octavio Paz y Octavio Ruiz eran dos personas totalmente diferentes, con gustos y preferencias quizás opuestos, así que tal vez por ello sólo se estableció una relación de médico (cuidador) hacia paciente. […]


          Mi gran amigo Eduardo Santiago Delpin, cirujano de trasplantes de Puerto Rico, era un gran admirador de Octavio Paz. Además de su extraordinaria vocación de cirujano y humanista, es poeta, escritor y ensayista.


          En alguna ocasión, sabiendo de mis relaciones en la presidencia, me hizo llegar un libro de sus poesías y me pidió que, si fuese posible, se lo hiciera llegar a Octavio Paz. Así lo hice y a través de la presidencia le enviaron el libro a Octavio Paz. Nunca dio acuse de recibo.


          Sabiendo de la admiración que sentía Eduardo por Octavio Paz, y aprovechando mi situación en ese momento, compré un libro de Octavio Paz y siempre lo traía conmigo. Marie-Jo era muy celosa de cualquier entrevista o acto de Octavio Paz; yo sabía que si le pedía un autógrafo en su presencia ella se iba a oponer y aun a molestar.


          Cierto día en mi visita diaria no estaba Marie-Jo y aproveché para ir por el libro, que traía en mi carro. Octavio estaba en la sala y se veía agotado, pero aun así era una oportunidad de oro:

—Don Octavio, quiero pedirle un favor muy especial: tengo un gran amigo que es admirador de usted, es puertorriqueño de San Juan, cirujano y poeta. ¿Le podría dedicar este libro? 
—Claro —me dijo.


Al Doctor Eduardo Santiago
Puertorriqueño de San Juan
Cirujano y Poeta
Triple destino y una sola inteligencia.
Cordialmente
Octavio Paz
(15 de enero de 1998)
Perdón por la mala escritura,
espero que el pensamiento sea
menos defectuoso
Octavio Paz 
[1]


La muerte de Octavio Paz

El 19 de abril de 1998 por la tarde recibí una llamada del personal de enfermería a mi cargo que tenían bajo su cuidado a Octavio Paz; me dijeron que lo veían mal. De inmediato me trasladé a la Casa de Pedro Alvarado e informé de la situación al Dr. De la Huerta. Los dos llegamos al mismo tiempo. Nuestro paciente se veía muy pálido, seminconsciente, el pulso estaba acelerado, tenía la presión arterial baja y un abundante sangrado gastrointestinal bajo.


          Le informamos a Marie-Jo de la gravedad de la situación y en mi opinión colegiada los médicos le sugerimos no llevarlo al Hospital, considerando que prolongaríamos una agonía. Marie-Jo aceptó nuestra opinión y la dejamos a solas con él. Discretamente estábamos pendientes; el paciente entró en coma profundo y murió tranquilamente en compañía de Marie-Jo. Ninguna otra persona estuvo presente. 


          Eran aproximadamente las 19 horas y me comuniqué directamente con el jefe del Estado Mayor Presidencial, que junto con el presidente se encontraban de gira por Chile. Recibí instrucciones de mantener la máxima confidencialidad del hecho, en especial ante la prensa. 


          Le sugerí a Marie-Jo que por el momento no se difundiera la noticia (lo que creí que no iba a suceder) y estuvo de acuerdo en que antes de que se difundiera la noticia se llevaría el cuerpo al Hospital Militar para su preparación. Discretamente colocamos el cuerpo en una ambulancia militar que siempre teníamos lista y, sin que nadie lo notara, nos dirigimos al Hospital Militar, al departamento de patología, para preparar el cuerpo, maquillarlo y vestirlo en forma adecuada. 


          Aproximadamente a las 23 horas vi por televisión que el presidente Zedillo en su vuelo de regreso a México, era el primero en dar la noticia de la muerte de Octavio Paz a los periodistas que cubrían la gira presidencial, los cuales la difundieron de inmediato. 


          A mi regreso a la Casa de Pedro de Alvarado la cantidad de gente y de periodistas que rodeaban la casa era muy numerosa; vieron entrar la ambulancia, pero pensaron que íbamos a recogerlo, no de regreso. 


          Dejé todo listo y me informaron que la sección cuarta del Estado Mayor se encargaría de todo lo relacionado con los funerales. 


          Aproximadamente a la 01:00 salí de la Casa de Pedro de Alvarado en mi vehículo rumbo a mi casa, seguido por la ambulancia; de inmediato fuimos rodeados por periodistas que nos seguían en carros y varias motocicletas con cámaras, ya que creían que el cuerpo de Octavio Paz iba en la ambulancia. 


          Fuimos perseguidos por todo el Periférico; a la altura del Hospital Militar la ambulancia se desvió y yo me seguí a mi casa. La persecución terminó. 


          Por la mañana me dirigí a la Casa de Pedro de Alvarado y en ella ya se encontraba una gran cantidad de personas, entre ellas periodistas, medios de comunicación, políticos, artistas y seguramente amigos. La sección cuarta del EMP había ya organizado todo lo referente al sepelio. 


          En un momento el jefe del Estado Mayor me dijo: 

—Hola, doctor, ya le ganaron la primicia de la noticia. 
—¿Por qué, mi general? —le pregunté. 
—En la televisión acaban de entrevistar al pintor Juan Soriano, quien refirió que en el momento de la muerte de Octavio Paz, él estaba a su lado y que Paz le susurro al oído las ultimas palabras que pronunció antes de morir. 


          ¿Cuántos más van a querer ser protagonistas aprovechando esta situación?, pensé… y así ocurrió. 


          En un convoy fúnebre nos dirigimos al Palacio de Bellas Artes en donde se le rendiría a Octavio Paz el homenaje que se merecía. En todo momento fui el único acompañante de Marie-Jo Paz; no tenía familiares y amigos que ocuparan ese puesto. La ceremonia en Bellas Artes fue impresionante, con la presencia de numerosas personalidades de la cultura, la política, el medio artístico, el empresarial y el público en general, con guardia de honor y la presencia del presidente de la República y miembros de su gabinete. 


          Antes de que el ataúd saliera de Bellas Artes hacía el Panteón Español, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México ejecutó el Himno Nacional, y así concluía al atardecer del lunes, el primer homenaje póstumo de sus compatriotas: “¡Viva México! ¡Viva Octavio Paz!”. 


          Terminaba la ceremonia, y siguiendo la carroza fúnebre, en un solo automóvil, nos dirigimos al área del crematorio del Panteón Español. Al llegar al lugar noté cuando menos seis camiones de empresas televisivas y medios de comunicación para documentar el último adiós a Octavio Paz: la noticia era un boccato di cardinale para la prensa. 


          Acompañando a Marie-Jo y a un par de amigas personales, entramos en una pequeña sala de espera que comunica a un pasillo por donde se llega al horno crematorio. El cuerpo es introducido a este por otra puerta. 


          Mientras esperábamos que terminara la cremación, súbitamente apareció en la puerta una figura esplendorosa, perfectamente maquillada, con un vestido deslumbrante, llena de joyas y desbordando saludos: era María Félix, no precisamente vestida para un funeral, y que había estado ausente durante la ceremonia de Bellas Artes, a donde había acudido un gran número de personajes famosos del medio artístico. ¿Por qué esto?, me pregunté. Estaba ante mí y yo veía por primera vez a esa bellísima mujer a la que Frida Kahlo pintó en un mural de la pulquería La Rosita cuando yo tenía 11. Ahora María tenía 84. La presencia de María Félix cambió el ambiente; evidentemente era amiga de Marie-Jo y la conversación se tornó alegre, había hasta risas. Noté que María volteaba a cada rato la vista hacía la puerta por la que traerían la urna con las cenizas de Octavio Paz. 


          ¿Qué estaba pasando?


          Por mi formación de cirujano y militar acostumbrado a ver o a imaginarme cosas que generalmente otras personas no ven y a percibir señales secretas, me puse a razonar. 


          Viendo la cantidad de cámaras de televisión y medios de prensa frente a la salida deduje que María Félix había ido a la cremación para salir con las cenizas de Octavio Paz en las manos y “robar cámara”, ya que era una noticia de gran interés para todo el mundo. Entonces llamé a un oficial a mi mando y le dije: 


          —Mira, párate junto a la señora María Félix. Si cuando salga la persona que trae la urna con las cenizas ves que ella intenta tomar la urna, te atraviesas y muy discretamente impides que lo haga. La urna debe serle entregada a su esposa. 


          Y así sucedió: en el momento de entregarle las cenizas a Marie-Jo, María Félix que estaba sentada junto a ella intentó tomar la urna, lo cual fue discretamente impedido por el oficial. 


          Marie-Jo avanzó hacia la salida, yo unos dos metros detrás y a mis espaldas el resto de los presentes, entre ellos María, que de reojo pude ver que se veía molesta. La televisión filmó a Marie-Jo saliendo, solitaria, con las cenizas de su marido. 




[1] Ruiz Speare, José Octavio, Memorias de un cirujano militar, México, Alfil, 2020, p. 251