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Amistad escalena: Bergamín, Neruda y Paz

Pablo Berthely Araiza

Año

2021

Tipología

Historiografía

Temas

Recontextualizaciones

 

Un mundo en el que los poetas tuvieron una voz influyente en el juego político parece un mundo diametralmente opuesto al de nuestros días. Se trata de una realidad que dejó de existir hace tiempo, acaso el 9 de noviembre de 1989, o tal vez el 19 de abril de 1998. Lo cierto es que es una entelequia que vive únicamente en la memoria y en los archivos conservados de aquellos protagonistas del verso.

En agosto de 1940, Pablo Neruda llegó con credenciales de cónsul a lo que entonces era el epicentro de la resistencia antifascista hispanoamericana, la Ciudad de México. Su presencia fue un terremoto para amigos y enemigos, porque con Neruda no había punto medio. Un joven Octavio Paz, de 26 años, que se encontraba en el conjunto de las amistades por las andanzas vividas años antes en el II Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura, evento antifranquista convocado por Neruda en la convulsa España de 1937, recibió con gratitud e ilusión al chileno de 36 años.

Exactamente un año después, en una cena en el Centro Asturiano, los poetas se enfrascarían en un desencuentro en el que llegarían a los puños. Relatan los testigos y el propio Paz que Neruda, de manera mordaz, elogió la camisa del mexicano y añadió “está más blanca que tu conciencia”.

Aquel episodio marcó el inicio de una bifurcación en la concepción pública del intelectual comprometido. La figura del poeta de talla mundial que acaudillaba los argumentos de trascendencia política dejó de recargarse exclusivamente en los hombros de Pablo Neruda. Una ruptura que resultó embrionaria de otro modelo de poeta-líder y, también, de la animadversión de Paz por la entonces vanagloriada poesía comprometida. El distanciamiento del mexicano de la poesía politizada fue paulatino, encontrando su consolidación en 1959 cuando declaró: “Desde el punto de vista moral, me parece el ejemplo vivo del poeta degradado por un partido. Puesto al servicio de la política, la riqueza verbal de Neruda se convierte en pobreza”.

Para entender qué sucedió en la fractura entre Neruda y Paz, resulta necesario inspeccionar en la figura del polémico José Bergamín: el hombre que cortó la cuerda tensa que unió a los dos ganadores del Nobel de Literatura.

Bergamín, poeta de tradición quevedesca, orgulloso comunista, incansable republicano y buen cristiano, llegó a México con el exilio de la guerra civil española en 1939. Pendenciero por naturaleza se enemistó con la mayoría de sus compatriotas y refugió su amistad cotidiana en un grupo de poetas mexicanos de reconocible trayectoria, como Xavier Villaurrutia, así como con jóvenes brillantes, entre ellos Octavio Paz.

Bergamín fundó la editorial Séneca, crisol de los primeros logros de Paz como editor y autor, ahí, en 1943, el joven poeta obtuvo su primer galardón en un concurso literario. Alfonso Reyes y Bergamín fueron los jurados que concedieron aquel reconocimiento.

La llegada de Neruda monopolizó, como era de esperarse, la atención de los reflectores de la vida intelectual. Bergamín, amigo de viejas batallas, no soportó vivir eclipsado por la figura del autor de Canto de amor a Stalingrado y en un arrebato le dirigió un soneto-epitafio. Neruda respondió por carta, sin el menor asomo diplomático, ni mucho menos conciliador. Así murió la amistad de esos dos poetas, como solo puede morir la amistad entre dos escritores de esa envergadura: por escrito.

En medio de la pelea Octavio Paz preparaba Laurel, una antología de poesía moderna editada por Séneca, Neruda le exigía solidaridad y Bergamín otro tanto. Con paciencia timorata soportó los coléricos desplantes de uno y otro sin tomar partido, hasta aquella noche del 25 de septiembre en el Centro Asturiano.

La historia no se repite, pero sí rima, dijo Mark Twain; algunos años más tarde, una diferencia de similares características distanciaría a Paz con Bergamín, quien se convertiría en un nómada cuya fama se iría desdibujando con el paso del tiempo. Cuando al final de sus días el nombre de Bergamín se barajeaba entre los posibles ganadores del Premio Cervantes, se dice que fue Paz, miembro del jurado, quien le negó el premio. Paradojas de la vida literaria.

La relación de Paz, Neruda y José Bergamín fue una amistad escalena. Cada uno era muy diferente, pero a pesar de las marcadas divergencias, había similitudes que los unían profundamente; la principal, no cabe duda, la poesía. La poesía como vehículo transformador de realidades.

Este telar de historias es hilvanado finamente por Ángel Gilberto Adame, quizá de los biógrafos de Paz el más comprometido con la prueba documental, en su más reciente libro editado bajo el sello de Taurus: Pasiones, fracturas y rebeliones. Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín. El autor, con su ya acostumbrado rigor detectivesco, nos regala dos centenas de páginas de absoluta diversión, que dibujan un retrato de la feria de vanidades que fue el México intelectual del medio siglo. El libro ofrece, a no dudarlo, una garantía de entretenimiento absoluto.

Las pasiones, fracturas y rebeliones relatadas en el libro no sólo se muestran en sus personajes principales, pues orbitan en notas al pie y en páginas centrales divertidas anécdotas de la intelectualidad mexicana. Merece fugaz mención la interesante figura de Alfonso Reyes, respetado por tirios y troyanos, que con movimientos pendulares estaba presente en las conversaciones de unos y otros, escuchando y aconsejando, con mesura y sin herir susceptibilidades. Reyes parecía capaz de tranquilizar el agua de todos los mares.

No serán pocos los que se sorprendan ante el derrumbe del erróneo postulado que en busca de desmitificar a Paz ha querido mitificar a José Revueltas, presentándolo como un eterno rebelde indomable. Bien documentada queda la docilidad y autocensura que Revueltas asumió ante el primer regaño literario de Neruda, a quien consideraba “su hermano mayor”. Algunos, después de esta lectura, habrán de reformularse la cantaleta “Más Revueltas menos Paz”. 

La pluma de Adame regresa, pues, cargada de fe pública, propia de su profesión, pero también de una cadencia narrativa que melódicamente nos conduce por una antología poética disfrazada de colección epistolar. Adame quien ya ha revelado en diversas publicaciones sus dotes prosísticos, demuestra que ha consolidado el oficio de escritor.






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