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Pasiones, fracturas y rebeliones, Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín

Armando González Torres

Año

2020

Tipología

Historiografía

Temas

Recontextualizaciones

 

Ángel Gilberto Adame, Pasiones, fracturas y rebeliones, Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín, México, Taurus, 2020

*La primera mitad del siglo XX fue una etapa de fascinaciones magnéticas y antagónicas y, como sugiere Francois Furet en El pasado de una ilusión: ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, en todo el mundo muchos miembros notables de los estamentos artísticos, intelectuales y políticos apostaban por soluciones rápidas y radicales que cambiaran de raíz a la sociedad, ya fuera el salto al futuro del socialismo o la reconciliación con los orígenes del fascismo.  En el ámbito hispanoamericano, hacia mediados de los años treinta, José Bergamín, Pablo Neruda y Octavio Paz coincidieron en sus entusiasmos literarios y políticos y, por un periodo, cultivaron una ferviente camaradería. Eran figuras de creciente influencia en la literatura de su época y los tres se identificaban con la izquierda. José Bergamín se había convertido en uno de los autores más representativos de la literatura española en el exilio, esgrimía una compleja mezcla de catolicismo y comunismo y ejercía un liderazgo moral entre los partidarios de la República. Pablo Neruda era la voz poética americana más reconocida en el orbe del idioma y un activo y leal estalinista. Octavio Paz, el más joven de los tres, fungía como un incómodo compañero de ruta de la izquierda y buscaba reconciliar compromiso y autenticidad estética. Los tres tenían un ego robusto y un carácter inflamable y vivían con intensidad los dilemas estéticos, éticos y políticos de la época.


          Llena de notoriedad en su momento, la figura de Bergamín se eclipsó, mientras que Neruda y Paz ascendieron a la cima del canon y obtuvieron los reconocimientos literarios internacionales más preciados, incluyendo el Nobel. Pasiones, fracturas y rebeliones, Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín, (Taurus, 2020), de Ángel Gilberto Adame, es una indagación minuciosa que explora los derroteros de esta amistad y reconstruye tres personalidades proteicas y su papel en una época de esperanzas, exaltaciones, efusiones y fanatismos. El libro comienza en el II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura en España en 1937 que reúne a los protagonistas del libro. Para el joven Paz, este Congreso constituye su primera gran experiencia de socialización literaria internacional, que le permite conocer a las figuras señeras de su tiempo. En este Congreso, Paz establece magníficos contactos y estrechas alianzas literarias (entre ellas precisamente con José Bergamín y los miembros de la revista Hora de España), pero no puede sustraerse a reacciones colectivas (como la condena en bloque al testimonio de Gide sobre la URSS) que después le causarán una culpa y vergüenza retrospectivas. Tampoco deja de advertir la radicalización y la intolerancia con que son juzgados aquellos que mantienen posiciones más moderadas o manifiestan dudas o reparos ante las directrices del partido. 


          El libro continúa con la derrota de la República y el exilio en México de una pléyade de intelectuales españoles, así como el tránsito simultáneo de Neruda en su puesto de cónsul de Chile en nuestro país. Pese a su fecunda aportación, la asimilación de los emigrados españoles en México estuvo lejos de ser un proceso idílico y, Ángel Gilberto Adame, detalla las contradicciones y fisuras internas y, sobre todo, las dificultades que un carácter puro pero atrabiliario, como el de Bergamín, tuvo para consolidar sus proyectos y liderazgo entre la comunidad de exiliados. Estos años mexicanos tampoco son muy buenos para Paz, que enfrenta dudas ideológicas, problemas económicos y cada vez mayor aislamiento ante posiciones políticas polarizadas. Neruda, por su parte, en su apogeo como figura pública y funcionario, viene a México a partir plaza. A diferencia de Bergamín (y su tensión interior entre fe religiosa y fidelidad al partido) o de Paz y sus crecientes conflictos de conciencia con la izquierda ortodoxa, la postura política de Neruda es mucho más simple y previsible: la aquiescencia absoluta con las posiciones del partido comunista de la URSS y, particularmente, del camarada Stalin. Por lo demás, desde su llegada hay un alejamiento con la parte más influyente de la comunidad poética local, léase Contemporáneos, y en una de sus muchas declaraciones pirotécnicas Neruda espeta que lo más valioso de México son sus pintores y sus agrónomos y que en poesía hay una alarmante falta de conciencia social. En este entorno de efervescencia política comienzan los diferendos entre estos tres machos alfa de las letras: el noble pero conflictivo Bergamín se pelea con Neruda; Paz, entre dos fuegos, colabora con Bergamín en la antología Laurel de poesía hispanoamericana, a la que Neruda repudia. Entre rivalidades literarias, conflictos ideológicos y, sobre todo, guerra de vanidades (Neruda es generoso para patrocinar festines y logra conjuntar un nutrida corte de seguidores, pero, desde luego, más que interlocutores con pensamiento propios, pide aplaudidores) las tensiones se exacerban y, en un famoso episodio en 1941, Paz y Neruda casi se trenzan a golpes, el alejamiento de Paz con Bergamín es más gradual, pero no menos amargo (e incluye un episodio en el que el ya consagradísimo Paz, fungiendo como jurado del Premio Cervantes, se pronuncia porque sea otro candidato y no su viejo amigo Bergamín quien reciba el reconocimiento), mientras que, si bien Bergamín y Neruda vuelven eventualmente a coincidir, nunca restituyen su afecto.


          Más allá de la malograda relación entre esos tres amigos, el libro vuelve a la memoria los antagonismos ideológicos que se prolongaron por décadas, las guerras campales entre letrados y el carácter extremo de personajes adyacentes, como José Revueltas, José Ferrel, Tina Modotti o Margarita Nelken, entre muchos otros, que, mediante querellas, delaciones, atentados o autoacusaciones, participan de ese desaforado tiovivo de efusiones humanas y políticas. Como puede verse, la pasión ideológica, casi siempre, mata los afectos y la inteligencia y conduce a la intolerancia y la violencia. Uno pensaría que, tras la caída del Muro de Berlín por ejemplo, la ideología nunca volvería a jugar un papel tan protagónico en los afectos y la vida cotidiana de los individuos; sin embargo, los resentimientos a flor de piel y la estrategia de enfrentamiento y polarización social de los populismos regresa de lleno a muchos países a tiempos que se creían superados. Por eso, vale la pena rememorar, con Ángel Gilberto Adame, esa etapa bélica tan vivificante como tortuosa del pensamiento y  la literatura hispanoamericana.



Notas

* Esta nota tuvo su antecedente en el periódico Milenio, 4 de diciembre de 2020.


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