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"Prende con todas las gasolinas": Octavio Paz visto por Claude Roy

David Noria

Año

1971

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Lecturas y relecturas: la obra poética

Lustros

1960-1964

 

Claude Roy

El poeta y ensayista Claude Roy (París, 1915-1997), contemporáneo exacto de Octavio Paz, escribió en 1971 el prefacio para la segunda edición francesa de Libertad bajo palabra, poemario traducido por Jean-Clarence Lambert.[1] Años después, Roy escribe otra semblanza del poeta mexicano, “Los soles de Octavio Paz” ya conocida en español,[2] donde desarrolla algunas de las ideas planteadas en aquel prefacio, en especial la rara alianza que se dio en Paz entre la pasión y la inteligencia o, según los intraducibles términos franceses, entre cœur y esprit. Presente en ambos textos, esta idea resultó fundamental para que los lectores franceses, tan hechos a separar ambos dominios, empezaran a comprender las dimensiones de la obra de Octavio Paz, a quien al cabo han llegado a comparar con Paul Valéry.


          A cincuenta años de su publicación, presento mi traducción íntegra del prefacio de Liberté sur parole.


París, 2 de noviembre de 1993. Fotografía de Marc Deville


Prefacio por Claude Roy[3]

Sólo la continuación de la historia hace descifrable el origen de la historia. Sólo lo que un hombre ha hecho de su vida hace legibles los comienzos de su vida. Un poeta como Octavio Paz no se nos presenta solamente como el producto de su biografía, sino que su biografía es, en cierta medida, el producto de su poesía.


          De aquello que le fue dado al joven Octavio Paz cuando nació en México en 1914, el desarrollo de su obra nos revela, a posteriori, los elementos que lo “influenciaron” o lo marcaron. Pero sin duda retenemos también de esta infancia y de esta juventud lo que el hombre maduro ha recibido y escogido de ellas. Lo que el hombre hecho ha hecho con ello:[4] la historia hace a los hombres, pero los hombres hacen su historia.


          De su herencia, de sus fuentes, de sus raíces, ¿qué es lo que Octavio Paz asume? La sangre española e india. Una tradición “colonial” que se opone, combina y “sobrepasa” dos culturas: india e hispánica. Una doble explosión revolucionaria: la Revolución mexicana, y en 1937, en la “metrópolis” española, la Revolución social provocada por el desencadenamiento de la guerra civil. Una apertura, en fin, hacia Europa y los Estados Unidos.


          Todos estos símbolos están presentes en la baraja que le fue distribuida al niño Paz: un abuelo que es uno de los primeros intelectuales “indigenistas” —es decir que se interesa por los indios (¿o hay que decir que se vuelca sobre ellos?)— escribe una novela sobre los “indígenas”. El padre, abogado, es uno de los iniciadores de la reforma agraria (Tierra y Libertad[5] es su consigna), que será en Estados Unidos el representante de Zapata, el gran revolucionario campesino. Una tía “afrancesada[6] le hará leer a Octavio a Rousseau, Hugo, Michelet.


          Todo lo que hará Octavio Paz ya está aquí. O todo lo que de Octavio hará Paz: la visión india del mundo, mucho tiempo reprimida y ocultada por la Conquista, pero manifestándose a través de la huella española y católica: “La Virgen de Guadalupe era también Tonantzin, la llegada de los españoles se confundía con el regreso de Quetzalcóatl, el viejo ritual indígena presentaba inquietantes analogías con el ritual católico”. El movimiento revolucionario en su corriente profunda, que va de continente a continente: el pensamiento del “siglo de las luces”, después el humanismo socializante del siglo XIX, atracando en las orillas americanas; la insurrección de los campesinos pobres del nuevo continente; el movimiento revolucionario renaciente, un cuarto de siglo más tarde, en la antigua “madre patria”; y como los peones[7] mexicanos habían ocupado sus tierras, los campesinos españoles ocupan las suyas en los inicios de la “rebelión” fascista. Además, el conocimiento de las culturas occidentales (anglosajona y francesa en especial) a través del padre que va frecuentemente a los Estados Unidos, y a través de la tía afrancesada.[8]


          A los diecisiete años, Octavio Paz funda una revista de vanguardia. Es la zarza ardiente que prende con todas las gasolinas: un hombre joven. Ya está fascinado por el México antiguo y por la poesía náhuatl cuyas fuentes indias están sofocadas. (En 1936 residirá largo tiempo en Yucatán, donde oirá más fuerte la voz del pasado mexicano anterior a la Conquista.) Nutrido por españoles, mexicanos e hispanoamericanos: entre los suyos, prendado a través de tres siglos de aquella prodigiosa Sor Juana Inés de la Cruz, que reúne en sí el fuego de Louise Labé, el ardor de Santa Teresa de Ávila y el furor por el conocimiento de una suprema doncella del Saber; amigo de sus mayores, Tablada y Velarde; devorador de los poetas españoles. Pero descubriendo al mismo tiempo a Eliot, Saint-John Perse y André Breton. Convencido en fin de que es el hijo de un siglo y de un continente donde no basta comprender el mundo, sino donde hay también que transformarlo: leyendo y estudiando a Marx.


          Cuando España se incendia, allá acude Paz. La experiencia de la realidad española de 1937, la observación lúcida de la guerra civil, darán a Paz una lección, un choque y una herida. Una lección: Paz ha visto a un pueblo —frente a la traición de su burguesía, el levantamiento de sus militares y la dubitación de una República— tomar a un tiempo la tierra, el poder y las armas. “Las organizaciones populares, los partidos, y eso que la jerga política llama ‘el aparato’ fueron desbordados por la marea… El 19 de julio de 1936, el pueblo, sin líderes, representantes o intermediarios, asume el poder”. Comunistas, “liberales” y moderados se recuperan, y Franco toma al cabo el poder. Que el pueblo español no solamente haya sido vencido por los militares, abandonado por las democracias sino también estrangulado por sus dirigentes y los rusos, es un descubrimiento que estremecerá a Paz por mucho tiempo. Que tuviera el coraje de verlo y decirlo frente a la incredulidad, la hostilidad o el odio de la mayor parte de sus amigos españoles o sudamericanos, será una herida —que la historia no ha cerrado todavía. Un revolucionario antiestalinista, un socialista no comunista, de 1937 a… —hoy— es el “jugador marcado” del futbol, a quien no “se le pasa la pelota”. No son solamente sus afinidades electivas con Breton y los surrealistas que a partir de entonces lo acercarán a ellos para fundar una amistad de inteligencia y pasión: es también una elección de cara a la historia, un juicio político y moral. Pero esta elección y este juicio implican por muchos años (al menos hasta 1953, hasta el XX Congreso) el exilio y la retirada, la soledad, el aislamiento y la impotencia. Es el largo recorrido del espíritu por un angosto sendero de montaña, donde se corre el riesgo de ser desbarrancado por los defensores del orden, porque no les gustan las revoluciones, o de ser aplastado por el estalinismo, que quiere que todos sus adversarios sean sencillamente enemigos de la revolución. “Calla o gesticula: es igual, escribirá Paz en esta época de travesía en el desierto. En algún sitio ya prepararon tu condena…”.


          En el mismo poema en prosa, Paz habla del “abrazo mortal de los adversarios: cada herida es una fuente”. Es de la herida histórica de la esperanza revolucionaria y de su herida personal que el poeta hará brotar el agua de las fuentes profundas. Y de la derrota, su victoria de poeta.


          Una larga reflexión errante, una larga búsqueda de la palabra más justa para “abolir la distancia entre el nombre y la cosa” va a abrirse para Paz. Vida vagabunda entre México, Estados Unidos, Francia, Japón, India. Trabajo paciente donde la actividad teórica de inmensas lecturas “cosmopolitas” y la búsqueda crítica no se separan jamás del trabajo poético. Octavio Paz publicará durante estos años tanto ensayos como recopilaciones de poemas: El laberinto de la soledad es por ejemplo una tentativa de genealogía del espíritu mexicano, como El arco y la lira una tentativa de arte poética. En el poema en prosa del que ya cité dos pasajes, Octavio Paz se asigna la gran tarea de encontrar “una filosofía fuerte”. Se ordenó a sí mismo: “Por ahora, coge el azadón, teoriza, sé puntual”. La poesía de Paz correrá cada vez más a borbotones (de la fuente de la herida y de la fuente de la alegría). Pero no es nunca simple efusión, sensibilidad expandida, exhalación del sentimiento sin control de la inteligencia. Si Paz busca conquistar su “libertad bajo palabra”, no concibe la palabra en libertad a la imagen de una hoja abandonada al viento, sino parecida más bien al ave soberana, conductora de su vuelo. Sólo las experiencias justas forman una verdadera libertad. No hay lirismo verdadero sin inteligencia.


          No hay nada más bello que seguir el trabajo de un poeta en quien el análisis paciente prepara la iluminación “inspirada”, en quien la reflexión crítica prolonga la incandescencia del canto. “Merece lo que sueñas” dice Paz: él sueña lo que merece.


          El reflujo de la historia, la resaca de la esperanza, los laberintos de la soledad harán pesar sobre Octavio Paz, entre 1945 y 1955, esa tentación de la que, en particular, no siempre escapará André Breton, y que podríamos llamar la “tentación mística”. Indómitamente materialista, inexorablemente ateo, Breton es seducido al mismo tiempo por el hermetismo, el ocultismo, la magia. “Espíritu de un mundo sin espíritu, corazón de un mundo sin corazón”, lo maravilloso-sagrado ofrece su último recurso al extenuado, como un remanso de la historia y como un refugio frente a la desesperanza. Poeta del amor, largo tiempo envuelto por la claridad de Éluard (Semillas para un himno acusa una influencia incluso abusiva), Octavio Paz conoció y experimentó soberbiamente este ardor siempre fresco, cuya experiencia hace creer a veces que, puesto que el amor religa, podría haber allí una suerte de religión del amor. “Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud”. Poeta hispanoamericano en búsqueda de las raíces mexicanas de su ser, intentando expresar en español una realidad india subterránea (Águila o sol), haciendo aflorar la mitología clandestina de su infancia y de su pueblo, Paz estará tentado a escapar de la “pesadilla de la historia”. Persigue el sueño del tiempo por fin abolido por la corriente invertida del río de las fábulas más acá del tiempo: “Yo parto al encuentro del que soy, del que ya empieza a ser; mi descendiente y antepasado, mi padre y mi hijo, mi semejante desemejante. El hombre empieza donde muere. Voy a mi nacimiento”.


          “El ave del paraíso abre las alas” en el éxtasis amoroso. Quetzalcóatl, la gran Serpiente Emplumada lleva al hombre a “ese lado del tiempo en donde la luz inaugura un reinado dichoso”. Cuando Paz celebra aquellos instantes en que la comunión erótica y la fusión-confusión original se arrancan, diríamos, a la duración del tiempo, corre el gran peligro (como cualquiera en esta cresta de ola) de dejar que la marea lo cubra totalmente, que la palabra se apague en el silencio, y que el hombre se borre en la complacencia feliz en lugar de vivir. “El tiempo se abre en dos: hora del salto mortal”.


          Pero el movimiento constante del poeta ante este “salto mortal” —cuyo seductor peligro hay que haber corrido para acometer el bello peligro de vivir— consiste en rehusarlo. La reflexión incesante de Paz, su pensamiento filosófico y su florecimiento poético, buscan reencontrar constantemente el sentido de los grandes mitos (el mito íntimo del paraíso amoroso, las mitologías sagradas de su pueblo y de los pueblos de Oriente, de los que Paz estudiará los textos, traduciendo al japonés Vaso, profundizando constantemente su conocimiento de China, de Japón y de la India). Pero a riesgo de dar una carga pedante a un recorrido vital, digamos que en su obra la experiencia mitológica busca fundar un conocimiento antropológico; que agotando los sueños de la humanidad Paz tiende a hacer surgir al hombre concreto fuera de sus sueños. Al principio parece replegarse sobre sí mismo al profundizar sobre su americanidad, su “mexicanidad”. Pero se hace más universal a medida que ha cruzado el polvo de su humus natal. La pregunta que no deja de plantearse en la poesía de Paz a cada paso que su corriente se ensancha es aquella que aparece en “Mutra”: “¿Dónde está el hombre, el que da vida a las piedras de los muertos, el que hace hablar piedras y muertos?…”


          Soberbio poema (que sobrepasará en 1957 el admirable “Piedra de sol”), donde la pregunta se prolonga en su respuesta, sin cerrarse sobre sí misma; donde el pensamiento se cumple en canto, y la filosofía en himno; donde el viajero interior que ha parecido detenerse y extraviarse en el mundo subterráneo de los dioses oscuros ignorando la historia, emerge de nuevo a la claridad de los vivos. “El hombre sólo es hombre entre los hombres”.



NOTAS

[1] Lambert había escrito el prefacio de la primera edición de Liberté sur parole, Du monde entier/Gallimard, Paris, 1966. http://www.gallimard.fr/Catalogue/GALLIMARD/Du-monde-entier/Liberte-sur-parole. Cf. David Noria, “Las poesías mexicanas de Jean-Clarence Lambert”, Zona Paz, 2020. https://zonaoctaviopaz.com/detalle_conversacion/418/las-poesias-mexicanas-de-jean-clarence-lambert.

[2] Traducción de Fabienne Bradu en Revista de la Universidad, no. 31, noviembre de 1983. https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/a9bb3a6b-27ec-4df5-9a32-34fb8eeecea0/los-soles-de-octavio-paz.

[3] Tomado de Octavio Paz, Liberté sur parole, Préface de Claude Roy, Traduction par Jean-Clarence Lambert, Poésie/Gallimard, 2014. http://www.gallimard.fr/Catalogue/GALLIMARD/Poesie-Gallimard/Liberte-sur-parole

[4] Mantengo la figura retórica del original: “Ce que l’homme fait en a fait”.

[5] En español en el original.

[6] En español en el original.

[7] En español en el original.

[8] En español en el original.


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