En la mirada de otros

En la mirada de Luis Antonio de Villena

Luis Antonio De Villena

Año

1975

Tipología

En la mirada de otros

 

Luis Antonio de Villena (31 de octubre de 1951), poeta madrileño ubicado dentro del grupo de los novísimos, fue cercano al grupo de los poetas catalanes creadores del Premio Formentor a principios de la década de los 60.


          Fernando Savater ha calificado a Villena como:

un poeta, copioso y colorista, sensual, cultivado, cosmopolita y a veces deliberadamente provocativo. Pero siempre personal, sin cura ni remedio. Y además de poeta es ocasional novelista, ensayista agudo y erudito, traductor de clásicos griegos y latinos que conoce muy bien, articulista de prensa, comentarista radiofónico, profesor de humanidades… [1]


          Su trabajo poético y editorial lo acercaron a Octavio Paz. A pesar de que no existió una estrecha amistad entre ellos, el poeta español guarda recuerdos importantes sobre sus encuentros, acuerdos y desacuerdos; las siguientes líneas son prueba de ello [2]. (AGA)



I

[De la primera visita a México] son ya días muy lejanos. Fui a México por primera vez en la primavera de 1975. Entonces tenía 23 años, planeaba hacer un recorrido turístico y visitar a algunos exiliados españoles que quedaban allí y de los que sabía a través de José Luis Cano (director de la revista Ínsula) […].


          [Estuve relacionado con grandes escritores], especialmente con Octavio Paz, de quien se decía que era una persona difícil, que no era fácil hacer amistad con él. Y, efectivamente, Octavio tenía un lado duro: cuando se enfadaba, se enfadaba con fuerza, tenía cierto mal genio… Pero luego, por otra parte, era una persona muy encantadora, y conmigo acertó, quizá porque aparte de las relaciones literarias, había una cuestión que a él le gustó mucho de mí: yo era entonces un chico que iba vestido un poco de dandy, de raro, y eso a Octavio le atrajo mucho.


II

Lo conocí [a Paz] un año antes de mi primera visita a México, en mayo del 74, en Madrid. La obra de Octavio había llegado a España bastante antes. Las librerías estaban llenas de libros del FCE, y yo había leído El arco y la lira y sus poemas de Libertad bajo palabra (que me gustaban mucho). En el 73 salió un tomo de ensayos en Alianza editorial, y un año después él vino a presentarlo. Octavio le dijo al editor Jaime Salinas que quería conocer a unos poetas jóvenes de España, sobre todo a Leopoldo María Panero, que tenía fama de «maldito». Así que asistimos a la casa del poeta Pedro Salinas, en el Madrid antiguo; Octavio llegó a la reunión con Marie-Jo, y pronto salió a un balcón con Leopoldo María para hablar en privado. En esa conversación, Octavio intentó, creo, verter juicios racionalistas sobre los poemas de Leopoldo, y eso, a él, que no era una persona cabalmente normal, le disgustó. Al terminar la reunión, todos como buenos lectores y admiradores de Octavio, habíamos llevado libros para que nos los firmara. Yo llevaba la primera edición de Cuadrivio. Cuando le dieron los libros a firmar, él dijo que sí, pero que no tenía con qué firmarlos. Alguien le tendió un bolígrafo, y al ver un bolígrafo corriente, dijo: “Con esto no firmo”. Yo casualmente tenía una pluma estilográfica Mont Blanc; se la extendí y le dije: “¿Y con esto, sí firma usted?”, y él respondió: “Sí, por supuesto, con esto, claro que firmo”. Entonces se me quedó mirando y me preguntó: “Usted es Villena, ¿no?”.


          Ese momento en que me reconoció fue el mismo en que empezó nuestra amistad. Las dedicatorias en los libros que firmó fueron muy sucintas (sólo su nombre), salvo la de Leopoldo María Panero, a quien le puso: “A Leopoldo María Panero, poeta mago”. Sin embargo, cuando la reunión terminó, y yo me fui a la noche de Madrid con Leopoldo, él manifestó un total desdén por Octavio. De hecho, repitió durante toda la noche la misma frase, “Octavio Paz es más tonto que de aquí a Tijuana".


III

Yo traté mucho a Octavio en España, pero siempre tengo recuerdos más intensos de él cuando lo vi en México. Siempre me decía que me envidiaba cada vez que yo volvía a España. A mí aquello me desconcertaba, porque en México lo trataban muy bien, vivía estupendamente, y después de haber recibido el Premio Nobel era como un rey, pero él me decía: “A mí me gusta ir a España porque yo en España descanso. Allá no tengo problemas, me editan, me leen, vienen a mis conferencias, hay muchos jóvenes interesados en mi obra; en México me están continuamente discutiendo y a veces me siento muy incómodo”.


IV

Hay una anécdota interesante al respecto: sucedió que a mí me habían contado que una de las bestias negras de Octavio era Monsiváis. De hecho, el nombre «Monsiváis» no se podía mencionar porque lo irritaba. A principio de los 90 fui a dar unas lecturas a la UNAM que estuvieron muy bien, y al día siguiente fui a la universidad de los jesuitas. Al llegar a esta última, vi a muchos chicos que eran blancos y, en algunos casos, rubios. Tuve la ingenuidad de preguntarle al rector si eran mexicanos. Yo había visto un día antes en la UNAM esa mezcla maravillosa del mestizaje que es México, pero en la universidad de los jesuitas no la había. Dije al rector que ese tipo de chicos no se veían por la calle y él me contestó que eso podía explicarse porque siempre iban en carro, pero que eran absolutamente mexicanos.


          Como aquella tarde había quedado con Octavio en su casa, le dije de broma: “Octavio, he descubierto por qué te llevas tan mal con Carlos Monsiváis”, y él, de repente, se interesó y me dijo: “¿Ah, sí?, ¿por qué? Cuénteme”.  Entonces, le conté aquello que vi en la Universidad jesuita y completé: “Creo que tú eres de los que va en carro y Monsiváis es de los que va andando”. Octavio se enfureció un poco y me dijo: “¿Me está usted diciendo que yo no soy mexicano? Ha de saber usted que mi familia está en México desde el siglo XVI, y soy muchísimo más mexicano que Carlos Monsiváis. Soy absolutamente mexicano”.  Yo le respondí que no tenía duda al respecto, que simplemente me parecía que, por algunas otras cuestiones de tipo social, había mexicanos que iban en coche y otros a pie. Al final, todo terminó bien, sólo es una anécdota interesante que me dejó ver que Octavio se llevaba no muy bien con Monsiváis.


V

Octavio era un hombre enormemente inteligente, culto y refinado… como he dicho, encantador. Lo mismo pasaba con Marie-Jo, que tenía fama de antipática, sobre todo con los antiguos amigos de Paz. El día que conocí a Octavio, intercambié algunas palabras en francés con ella y terminamos siendo muy buenos amigos. Incluso muchos no me creían, porque se decía que era una mujer durísima, pero yo nunca vi eso. Solíamos hablar por teléfono y cada vez que venía a México quedaba con ella para tomar algo. Todavía en el 2017, cuando fui a la Casa del poeta Ramón López Velarde a presentar una antología de mis poemas, realizada por la Universidad Veracruzana, pude hablar por celular con ella, e insistía en acompañarme a la presentación. Lamentablemente, ya estaba algo mayor y en ese momento no se dio el último encuentro. Contrario a lo que se pensaba, era muy dulce. Después de la muerte de Octavio, publiqué Piedra y sol, una antología de sus poemas editada en Visor; hablé con Marie-Jo previamente para ver si quería una lista con los que había elegido para la antología, y ella me dijo que no había necesidad, que se fiaba totalmente de mi selección.


VI

Una vez estábamos en su casa, en el año 91 o 92, hablando de literatura. Yo tenía una duda que no podía decir de forma directa porque eso quizá lo hubiera ofendido (me preguntaba si era mejor poeta o ensayista). Discutíamos sobre su poesía última, algo hermética, de un tipo metafísico que a mí me gustaba menos; eran alrededor de las 5 de la tarde y mientras abordábamos esos matices, llegó una señora que nos preguntó qué queríamos tomar. Yo respondí que un gin tonic, y entonces Octavio me dijo: “usted y yo tenemos de vez en cuando alguna controversia literaria, y eso siempre es bueno porque la controversia enriquece, sobre todo cuando se da entre personas inteligentes. Pero usted y yo tenemos una cosa que es muy importante, y es que siempre estoy de acuerdo con las corbatas que usted lleva y, además, es la única persona que sabe a qué hora se debe tomar un gin tonic: exactamente, a esta hora del día”. A partir de esa frase empezamos a tener una relación muy afectuosa, muy íntima, que luego se acrecentó cuando a él le nombraron jurado del premio Loewe en Madrid.





NOTAS


[1] Fernando Savater, “En las palayas de la vida” en Babelia, 15 de enero de 2020. Disponible en: https://elpais.com/cultura/2020/01/13/babelia/1578913173_775146.html


[2] Entrevista tomada de “México en Luis de Villena (Primera parte)” en Campos de plumas. Disponible en: https://camposdeplumas.com/2020/07/30/mexico-en-luis-antonio-de-villena-primera-parte/