Conversaciones y novedades

Premio Internacional Menéndez Pelayo

Ángel Gilberto Adame

Año

1987

Lugares

Santander

Personas

Martínez, José Luis; Vargas Llosa, Mario; García Márquez, Gabriel

Tipología

Historiografía

Temas

La consolidación de la figura: Vuelta, encuentros y desencuentros (1976-1991)

 

La reina Sofía entrega el Premio Marcelino Menéndez Pelayo a Octavio Paz. 

En 1932, el presidente Niceto Alcalá-Zamora fundó la Universidad Internacional de Verano de Santander con sede en el entonces Palacio de La Magdalena. Después de unos años de operación, la institución cerró sus puertas por la Guerra Civil Española. En 1945, reanudó sus labores bajo el nombre de Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en honor al filólogo oriundo de la región; actualmente, dispone de otros campus en diversas ciudades españolas.


Real Palacio de La Magdalena

El 25 de junio de 1987, se anunció que la Universidad Internacional Menéndez Pelayo había “instituido a partir de este año un premio que otorgará anualmente para distinguir la labor literaria, artística o científica de una persona con suficiente dimensión humanística como para evocar en nuestro tiempo el esfuerzo de erudición y mérito contenidos en la obra de Marcelino Menéndez Pelayo”. [1] El galardón estaría dotado con cinco millones de pesetas y una medalla de honor.

     El jurado de la primera edición se conformó de la siguiente manera: como presidente, Santiago Roldán López, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo; Raúl Morodo Leoncio y Francisco Ynduráin Hernández, ex rectores de la misma institución; Luis Yáñez, presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana; Jorge Carpizo, rector de la UNAM; Jesús de Polanco, presidente de la Fundación Santillana; Alonso Zamora Vicente, secretario de la Real Academia Española; y Eulalio Ferrer, presidente de la Fundación Cervantina de México, quien, además, fue el mecenas del reconocimiento.

     También se informó que los candidatos habían “sido propuestos por diversas universidades, academias, centros e instituciones de España y América Latina. Cada una de las propuestas ha sido aceptada según los méritos de su labor literaria, humanista o científica”. [2] De los más de treinta nominados, se indicó que, entre los finalistas, figuraban Francisco Ayala, Rafael Caldera, Gabriel García Márquez, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Octavio Paz, Domingo Pérez Minik y Mario Vargas Llosa.

     Al día siguiente, se dio a conocer que Paz había resultado ganador por unanimidad, tras dos rondas de votación; el otro finalista fue López Aranguren. El acta indicó que se le otorgaba...

en reconocimiento de una obra y de toda una amplia y fecunda trayectoria intelectual, que es símbolo y expresión de la mejor creación literaria y ensayista de nuestros días, por su capacidad integradora de lo clásico y de lo vanguardista, de lo antiguo y de lo moderno, aunando esfuerzo de erudición y una gran potencia de pensamiento, precisión en el análisis y audacia interpretativa, y combinando en dosis óptimas sabiduría y capacidad de comunicación. [3]

Paz se encontraba en Málaga, de tal suerte que la prensa pudo obtener rápidamente sus declaraciones. El poeta mexicano dijo que el reconocimiento lo llenó "de asombro y de alegría, ya que trata de distinguir a un escritor que sea vehículo de unión entre las culturas de nuestra lengua. […] Mi esfuerzo en este sentido ha sido uno entre tantos: he tratado de recuperar la tradición española en México y en otros países de Hispanoamérica". [4]

     La ceremonia de entrega se efectuó el jueves 2 de julio en el Real Palacio de La Magdalena y coincidió con la apertura de los cursos y seminarios de la Universidad. El acto fue presidido por la reina Sofía. La lección inaugural fue dictada por el historiador Raymond Carr. También dirigieron unas palabras Santiago Roldán y José María Maravall, ministro de Educación y Ciencia.

     El rector destacó que la Universidad se había transformado “en un gran centro de extensión universitaria, polivalente y dinamizador”. [5] Maravall “reafirmó las líneas de la política educativa emprendida como el vehículo más idóneo para crear la sociedad futura". [6] Minutos después, la reina le entregó el premio a Paz, quien expresó:

Agradezco profundamente la distinción de que he sido objeto. Mi emoción y mi gratitud se acrecientan por recibir de vuestras manos, Señora, el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Me conmueve estar otra vez en Santander y participar en las actividades de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo; dirigida con pericia por Santiago Roldán. Esta institución se ha convertido en un gran centro cultural europeo en donde se estudian y debaten los grandes temas filosóficos, científicos, literarios y políticos de nuestro tiempo.

El fundador del Premio Menéndez Pelayo es un español de México, Eulalio Ferrer. Desde hace muchos años ha dedicado sus mejores esfuerzos a restaurar el diálogo entre nuestros pueblos y culturas. Uso el plural porque, en efecto, son varias y distintas las culturas hispanoamericanas; añado que esas culturas son familias de una especie común y que todos conviven dentro de la misma civilización hispánica. Eulalio Ferrer ha comprendido de manera admirable que una civilización es un diálogo de culturas; lo ha comprendido, sin duda, porque él mismo es un ejemplo vivo de ese diálogo.

Hace unos días me preguntó un periodista: ¿no le ha sorprendido que le hayan otorgado a usted, un heterodoxo, el Premio Menéndez Pelayo? Le respondí que su pregunta me sorprendía aún más que la noticia del Premio. Ortodoxia y heterodoxia son dos hermanas de la misma edad, que han crecido juntas y que ahora, al finalizar el siglo, se parecen más y más. Cuando creemos que nos paseamos del brazo de heterodoxia andamos en realidad con ortodoxia —y a la inversa. Ortodoxia y heterodoxia eran dos enemigas irreconciliables, pero hoy son apenas dos nombres, dos antifaces, uno rosado y otro negro, con los que gusta ocultarse y descubrirse la misma mujer. Una mujer de cuerpo transparente: una idea.

Debo confesar, sin embargo, que la noticia del Premio no sólo me sorprendió, sino que provocó en mí un sentimiento difícil de describir pues está compuesto de emociones diversas y contrarias: alegría, gratitud, asombro, melancolía, añoranza. Fue un instantáneo, inesperado y tal vez inmerecido regreso a un tiempo íntimo y remoto. A ese tiempo en el que un joven descubre, jubiloso y aterrado, un mundo que es muchos mundos: la literatura. El nombre y los escritos de Menéndez Pelayo están asociados a mi adolescencia y a mi juventud; mi abuelo era un heterodoxo mexicano que tenía la pasión de la lectura y entre los libros de su biblioteca, frente a frente, se encontraban los volúmenes del liberal Pérez Galdós y las obras de dos campeones de la ortodoxia, ambos montañeses: Menéndez Pelayo y Pereda. Los estudios del primero me abrieron un camino hacia nuestros clásicos y me ayudaron a comprender a Lope y a Calderón. Incluso sus condenaciones y anatemas fueron benéficas: despertaron mi curiosidad y estimularon mi rebeldía estética, como en el caso de Góngora. Años más tarde navegué por las páginas caudalosas de la Historia de los heterodoxos españoles, entregado a un placer perverso y delicioso: la pesca de herejías. Luis Buñuel me confió que ese libro había sido una de sus lecturas favoritas y que había inspirado varios pasajes de sus películas y la trama misma de La Vía Láctea. Por lo visto, nunca cesará de fascinarnos la belleza, ligeramente horrenda casi siempre, de las dos hermanas fatales: ortodoxia y heterodoxia.

El país de la crítica literaria es triste y áspero; abundan los yermos, los matorrales y las yerbas biliosas; hay muchas colinas peladas, lúgubres pantanos, unos cuantos valles encantadores con vistas admirables y una montaña imponente. La montaña se llama Menéndez Pelayo. Rica en cascadas y manantiales impetuosos, su vegetación es robusta pero poco variada, casi monomaníaca: robles categóricos, encinas contundentes. Vista desde el llano, la montaña infunde miedo: es una enorme, pétrea obstinación. Impresión no engañosa sino superficial: la montaña contiene muchos tesoros y basta excavarla un poco para encontrarlos y hacerse rico para toda la vida. Además, vale la pena subir por sus lomos escarpados: allá arriba el aire es puro y el cielo límpido y estrellado. Desde alguna de sus cumbres puede contemplarse la variada geografía de nuestra literatura. Más allá, el mar y su centelleo solar; a lo lejos, se vislumbran los volcanes, las sierras, los desiertos y las selvas americanas. Menéndez Pelayo fue uno de los primeros críticos españoles, el otro fue Varela, que se atrevió a explorar los desconocidos territorios de la literatura hispanoamericana. Entre otros estudios le debemos el primer ensayo serio sobre el primer escritor universal nacido en nuestro continente, en sus dos mitades, la sajona y la latina: Sor Juana Inés de la Cruz. Con ella comienza la tradición de Darío, Lugones, Neruda, Vallejo, Borges… Sobre la montaña se tiende un arcoíris con nombre de mujer: Juana Inés. No describo un paisaje: trazo los signos de un ideograma de nuestra literatura. [7]

La medalla honorífica que se le entregó fue hecha por el escultor Julio López Hernández; era de bronce y sus medidas eran de quince por catorce centímetros. En ella se retrata en relieve el rostro de una mujer con un libro de poesía en las manos y, abajo, su reflejo en un espejo. Alrededor de la figura, están escritas las palabras de Pedro Salinas, quien fuera secretario general de la Universidad: "Las sombras que forjamos en este inmenso lecho de distancias". En el reverso, aparecen el nombre de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y, grabados en huecorrelieve, el Real Palacio de la Magdalena y la Colegiata de Santillana del Mar.



Medalla que reciben los ganadores.

La reina cerró el evento:

La verdad nos hará libres y la libertad, sabios […]. Esa lección se desprende de la inmensa trayectoria universal de don Marcelino Menéndez Pelayo e inspira la tarea que aquí desarrolláis. Abrir las puertas de la Universidad para que entre la sociedad con los interrogantes profundos que la conmueven y se pueda reflexionar sobre lo que es necesario hacer es la tarea que la legitima como madre y como maestra. Para realizar ese debate disponemos de un valor esencial que es la libertad. La Universidad no es sólo ámbito de libertades, sino una creación de la propia libertad. [8]

Al término, un grupo selecto de veintiséis invitados —entre los que se encontraba Jorge Semprún y la periodista Mercedes Milá— asistieron a una comida de gala: “El menú estaba compuesto de entremeses variados, crema de centollo, lomos de merluza con gambas y sorbete de frutas, todo ello regado con vinos de Rioja blancos y tintos, cava catalán”. [9]

     Años después, el poeta pasó a sugerir candidatos. En 1991, escribió al nuevo presidente del jurado, el catalán Ernest Lluch, para promocionar a José Luis Martínez. En la misiva, agradece las atenciones que Lluch tuvo con los mexicanos seis años atrás, después del temblor de 1985; reafirma su amistad y adelanta la candidatura del ex director del Fondo de Cultura Económica:

Esta circunstancia me anima a manifestarle que deseo proponer al Jurado, como candidato al Premio Menéndez Pelayo para este año, al señor José Luis Martínez. La proposición la hago en nombre propio y como director de la revista Vuelta

Apenas si necesito mencionar las razones que me mueven a proponer a Don José Luis Martínez. Es el director de la Academia Mexicana de la Lengua y no es sólo uno de los mejores críticos e historiadores de la literatura hispanoamericana, como lo atestiguan sus libros y estudios sobre las letras mexicanas de los siglos XIX y XX, sino que en los últimos años se ha revelado como un notable historiador. Su reciente y magna biografía de Hernán Cortés es un modelo de erudición y visión histórica, imparcialidad científica y simpatía humana. Una obra, debo añadir, que además de su gran valor histórico y literario tiene otro no menos importante: ser un puente de comprensión entre nuestros pueblos y nuestras culturas. [10]

Más tarde, en 1995, las palabras de Paz surtirían efecto: José Luis Martínez obtuvo los laureles del reconocimiento. Otros coterráneos que han sido distinguidos con el Menéndez Pelayo fueron Carlos Fuentes, en 1992; Miguel León Portilla, en 2001; Margit Frenk en 2009; y Ernesto de la Peña, en 2012.




[1] “Se otorga por primera vez el Premio Internacional Menéndez Pelayo” en El País, 25 de junio de 1987.

[2] Ibidem.

[3] “EI Premio Internacional Menéndez Pelayo, 1987”. Disponible en: https://web.archive.org/web/20091005023757/http://www.uimp.es/premios/premio1987.html

[4] “Octavio Paz, primer ganador del Premio Internacional Menéndez Pelayo” en El País, 25 de junio de 1987.

[5] Ibidem.

[6] Ibidem.

[7] Octavio Paz, “Discurso” en Al paso, Seix Barral, Barcelona, 1992 p. 178.

[8] “Octavio Paz recibe el Premio Menéndez Pelayo” en El País, 2 de julio de 1987.

[9] “La Reina reclama de la Universidad que sea un ámbito de libertades” en La Vanguardia, 3 de julio de 1987, p. 37.

[10] Octavio Paz a Ernest Lluch, 4 de febrero de 1991.