Conversaciones y novedades

Los grandes escritores latinoamericanos no son progresistas

Ruy Lima

Año

1975

Tipología

Entrevistas

Temas

Retorno a México: los años de Plural (1972-1976)

 

Suplemento de Novedades

En 1975 Paz charló con el periodista brasileño Ruy Lima, que después reunió sus relatos y entrevistas en el libro Mademoiselle K, en 1975. Ahí aparece la siguiente transcripción. (G.S.)



—¿Qué diferencias existen entre las literaturas modernas de América Latina y de Europa?*


—En primer lugar: una diferente percepción del tiempo. El pasado europeo está lleno de fechas, mientras que nuestro pasado es más mítico que histórico. ¿Qué había antes de la llegada de los españoles y los portugueses al continente americano? La naturaleza, las sociedades sin historia o, en fin, las grandes civilizaciones de México y Perú en las que el ritual y el mito ocupan el lugar central que tiene en Occidente la historia. Europa es la inventora de la noción de historia, una idea que no aparece en las civilizaciones de Oriente, salvo en la antigua China. Pero para los chinos la historia y sus cambios eran manifestaciones del Tao Tien, la ley del cielo. La historia humana es confundida con el ritmo del cosmos, un ritmo hecho de variaciones y repeticiones, un ritmo cíclico. Por eso la antigüedad era un modelo para los chinos; en el pasado estaban ya el presente y el futuro. La historia era una dimensión, una expresión de la naturaleza. Para Occidente, por el contrario, la historia no sólo se separa de la naturaleza para construirse en un orden aparte, sino que, desde el siglo XVIII, expropia todos los valores y propiedades de la eternidad cristiana. El cielo y el infierno bajan a la tierra; la misión del hombre ya no es ganar el paraíso sino hacer la historia: conquistar el futuro. El quehacer histórico se volvió la tarea humana por excelencia. Y claro, el centro del quehacer histórico fue Occidente. En esto coincidieron Marx y Comte: realizar la historia de Occidente equivalía a realizar la historia universal.


          Nosotros nos hemos sentido siempre marginales y hemos vivido este sentimiento casi como una falta. El pecado original de América —especialmente la que habla portugués y castellano— era haber nacido fuera del centro de la historia. Hoy sabemos que no hay centro. El centro se rompió, se escondió en muchos centros. Somos parte de una historia y un planeta errante. Y hay algo más: en Occidente se vive el fin de la modernidad, es decir, el fin del culto al futuro y al progreso. Ahora bien, los pueblos de América Latina nunca han tenido la idolatría del progreso y el futuro. Son pueblos tradicionales y sus creencias religiosas y morales están muy alejadas de la ética progresista de la era moderna. Además, son demasiado sensuales para creer en el futuro, un paraíso por definición inhabitado e inhabitable. Por eso también su visión de la muerte es más sana que la de los europeos y norteamericanos. La muerte contradice y refuta definitivamente la idea del progreso y del futuro; de ahí que resulte insoportable para los hombres modernos. En cambio, para los pueblos latinoamericanos, la muerte es el complemento natural de la vida. El tradicionalismo latinoamericano ha sido un antídoto y no, como muchos creen, una maldición. La Virgen de Guadalupe ha resistido mejor al imperialismo que las ideas de nuestros liberales, positivistas y marxistas. La verdadera maldición ha sido y es la de gradación que produce la imposición forzada o la adopción irreflexiva de la modernidad en un contexto tradicional. Eso es lo que nos amenaza hoy. Tenemos que vernos en el ejemplo de Calcuta. El horror de esa ciudad no es el horror tradicional sino el moderno. Calcuta no es la antigua India: es la consecuencia de la implantación del industrialismo en una sociedad tradicional y con un crecimiento demográfico enorme. A no ser que ocurra un verdadero milagro, la Ciudad de México no tardará en convertirse en otra Calcuta.


          La literatura latinoamericana no ha sido víctima del espejismo del futuro. Al contrario, los valores que exalta son valores tradicionales. Ninguno de nuestros grandes escritores es progresista. No lo es Rulfo y tampoco lo es Borges. El mismo Neruda, a pesar de su marxismo primario, exaltó y expresó en sus mejores poemas valores y visiones antimodernas: no el futuro sino el presente. Naturalmente, esto que digo no es aplicable a los gobiernos ni a las oligarquías ni a la mayoría de nuestros intelectuales. Todos esos grupos, ya sean de izquierda o de derecha, siguen siendo adoradores del progreso, la historia y sus dioses sanguinarios. La historia de la América Latina, desde la independencia hasta nuestros días, ha sido la historia de un inmenso error. Más bien de una apostasía: hemos escupido sobre nuestro pasado. Nuestro presente es una acumulación de fracasos. Quizás los desastres nos devolverán la razón. La vuelta a la razón quiere decir: la vuelta a nuestra realidad, a nuestra historia propia. Tenemos que empezar a pensar por nuestra cuenta. Tenemos una gran poesía, un grupo de excelentes novelistas y algunos grandes pintores. Nos hacen falta un pensamiento y una política. Desde el siglo pasado nuestros dirigentes han tratado de convertirnos en naciones modernas. No lo han logrado: somos el furgón de cola de Occidente. Hoy todo empieza a cambiar. Tal vez el tradicionalismo de los pueblos latinoamericanos nos permitirá saltar con mayor facilidad al mundo que viene: la era postmoderna…


          La segunda diferencia entre la literatura moderna de América Latina y europea es una diferente percepción del espacio. El espacio europeo está lleno mientras que el espacio americano está vacío en gran parte. Cierto, nos amenaza la sobrepoblación, pero yo me refiero al espacio literario; el espacio hispanoamericano no está vacío de hombres sino de nombres. Gran parte de nuestra realidad está todavía por nombrar. Estamos más cerca de la geografía que de la historia. Otra diferencia: nuestras literaturas no son ricas en hallazgos y descubrimientos psicológicos. No hemos tenido ni un Proust ni un Dostoyevsky. La verdadera vocación de nuestra literatura es metafísica y antipsicológica (Borges), épica y mítica (Guimarães Rosa). Por último: escribir, en nuestra América, es fundar una tradición y esto nos distingue radicalmente de la cultura europea.


Siendo poeta y ensayista al mismo tiempo, ¿cuál es la diferencia desde el punto de vista del lenguaje, entre el texto poético y el texto ensayístico?


—El poema es un objeto verbal hecho de ritmos y de metáforas. En el ritmo y en la metáfora es esencial el principio de la repetición en espiral; quiero decir, el ritmo es un eco, una repetición que es también una variación; por su parte, la metáfora no es una identidad matemática sino una equivalencia: no es lo mismo la fórmula A-A que decir “el águila es un sol en el horizonte”.


Hay diferencia básica entre el espíritu crítico del escritor del pasado y el del escritor contemporáneo?


—Los escritores del pasado, con y desde el lenguaje, describían a la sociedad y así la criticaban, los modernos describen al lenguaje desde el lenguaje y así lo critican. Esa es la diferencia entre, digamos, Balzac y el primer escritor realmente moderno, Flaubert. Esta tendencia culmina en Joyce y en sus discípulos. Tal vez ya no es posible ir más allá por ese camino y, como lo muestra el caso de Solzhenitsyn, ahora no se trata de hacer la crítica del lenguaje dentro del lenguaje sino rescatar la memoria de los hombres, recordarle al hombre que es hombre. En los últimos años se ha hablado mucho de crítica y yo mismo he hablado de la necesidad del espíritu crítico, no menos decisiva es la pasión y sobre todo, la compasión. Eso es lo que echo de menos en gran parte de la literatura contemporánea. Creo que vivimos el fin de la vanguardia y que la nueva literatura que comienza tratará de ser, otra vez, la crónica del paso de los hombres en la tierra. La crónica del fratricidio y la crónica de la fraternidad.


—¿Cómo conciliar la conciencia crítica del escritor y la poesía concreta, tal como es practicada en Brasil?, ¿la crítica no exige mejor comunicabilidad?


—La poesía concreta no es difícil ni incomunicable. Al contrario, por ser eminentemente visual, la comunicación es instantánea. Su limitación es de otro orden: la poesía concreta es una crítica del antiguo discurso poético, pero es una crítica que suprime el curso, el transcurrir del lenguaje.


—¿Cuál es la función del escritor en la sociedad contemporánea?


—Ya lo dije: ser la conciencia crítica de la sociedad y de su lenguaje, pero asimismo ser su pasión. Una pasión compartida, una compasión.


—¿Quién es el mejor poeta hoy en el mundo?


—No es Mao Tse Tung.


—¿El surrealismo tuvo una gran influencia en la formación de la nueva literatura hispanoamericana?


—La influencia del surrealismo fue grande y, en cierto modo, todavía persiste. Vea la Antología de la Poesía Surrealista Latinoamericana que acaba de publicar Stefan Baciu. Es un libro que deshace muchas mentiras y necesidades que han dicho sobre este tema. Pero también otros autores y tendencias influyeron en nuestra literatura: Eliot, Joyce, Kafka, Proust, Lawrence, Faulkner, Hemingway, Malraux, etc. La literatura hispanoamericana —lo mismo puede decirse de la brasileña— presenta un aspecto doble: es una literatura cosmopolita y, al mismo tiempo, muy impregnada de regionalismo. Es moderna y es antigua. Creo que debemos preservar la antigüedad de nuestra cultura, es decir, su humanidad.


Hace poco un gran escritor latinoamericano declaró que nunca leía comentarios sobre su obra, explicando: tengo la impresión de que si llegara a conocer los esquemas de mi creación nunca más podría escribir”. ¿Usted conoce los esquemas de su creación?


—No, por desgracia no los conozco. Pero quisiera conocerlos. En realidad, en todo lo que he escrito están implícitas ciertas preguntas: por qué, cómo, para qué y para quién escribo. Creo que la literatura verdaderamente moderna nace de estas preguntas y es una tentativa por responderlas. Al menos eso es lo que yo me he propuesto hacer. Aborrezco el oscurantismo, lo mismo en literatura que en política. Creo que debemos distinguir entre espontaneidad e ignorancia, naturalidad e incultura. El camino de regreso hacia la inocencia pasa por la conciencia. El limbo no es mi ideal.



NOTAS

*La entrevista apareció en el suplemento La Onda, del diario Novedades, el 20 de julio de 1975.


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