Conversaciones y novedades

Octavio Paz y André Pieyre de Mandiargues, idas y vueltas

Alain-Paul Mallard

Año

2009

Tipología

Historiografía

Temas

Recontextualizaciones

Lustros

1955-1959

 

Andreé Pieyre de Mandiargues y Octavio Paz, Venecia, c.1959

El siguiente ensayo de Alain-Paul Mallard, inédito en español, fue publicado en su álbum ilustrado André Pieyre de Mandiargues, Pages Mexicaines, Éditions GALLIMARD, 2009. Traza un repaso sucinto de la relación editorial entre Paz y Mandiargues, y sirve como guía de lectura de lo que a lo largo de los años firmaron, recíprocamente, uno sobre el otro.

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 El 15 de agosto de 1958 —en el hemisferio norte, el día más estival— se publica en la Ciudad de México, con tiro de dos mil ejemplares, La estación violenta, libro fundamental de Octavio Paz que toma su título y epígrafe de un verso de Apollinaire: Voici que vient l’été, la saison violente[1]. La edición original lleva en portada una diminuta viñeta de Bona Tibertelli de Mandiargues, una flor abierta de cuatro pétalos, uno de los cuales es también un pez que es mazorca y es encuentro de dos golondrinas. El tiempo —prosigue Apollinaire— de la Razón ardiente…

Al mediar agosto y tras tocar puerto en Génova, el matrimonio Mandiargues recién ha llegado a Venecia, punto final de la travesía atlántica que los devuelve a Europa, concluida su intensa aventura mexicana —una estancia de cinco meses (11 de marzo — 14 de julio). En breve, Mandiargues recibe por correo un ejemplar de La estación violenta. La dedicatoria, de puño y letra de Paz, reza: "Al poeta André Pieyre de Mandiargues, al artista perfecto, al amigo generoso."

Más allá de los vericuetos pasionales que los distanciarían más tarde, la emotiva dedicatoria de Paz jamás perdió vigencia. Ambos escritores se profesaron una admiración intelectual recíproca y sostenida; cada cual obró por la recepción de la obra ajena en la lengua propia.

André Pieyre de Mandiargues y Octavio Paz se conocieron en París hacia 1948 o 49 en la órbita de "La Place Blanche", "Le Cyrano", "La promenade de Venus", cafés donde André Breton y Benjamin Péret presidían la tertulia surrealista. Al evocar aquellos años, Paz subraya en el prólogo al segundo volumen de sus obras completas —lo redacta en 1991— su cercanía con Julien Gracq y con dos escritores más, recién llegados, como él, a dichas reuniones: "Mis mejores amigos fueron Mandiargues, brillante y fantasmagórico como un cuento de Arnim, y [Georges] Schehadé, siempre con un racimo de proverbios acabados de cortar en un árbol del paraíso."[2]

La referencia al romántico alemán Achim Von Arnim es significativa y nos permite apurar un horizonte de afinidades: mecida por las olas en el camarote del buque que lleva a los Mandiargues a México, Bona anotará en su agenda, el viernes 21 de febrero de 1958, que relee una vez más los cuentos de Arnim.

¿Leerá los Contes bizarres en la edición de 1953, aquella con traducción de Théophile Gautier hijo, prefacio entusiasta de Breton, y carátula abstracta con un juego de transparencias realizada por Wolfgang Paalen? ¿Acaso la imanta la cristalización romántica que hace Anrim del mito de Melusina, la metamórfica mujer-serpiente que hechizara a Nerval y bajo cuyos rasgos Nadja gustaba dibujarse? En los versos de Piedra de Sol, la escamosa Melusina, enroscada entre sábanas, se disuelve en un graznido…

Electivas, o debidas a azares menor o mayormente objetivos, las afinidades entre Paz y los Mandiargues son, en aquellos años (49-54), profundas. Ambos escritores se frecuentan en París o Ginebra —donde, deslumbrado, Paz había conocido a Bona— mientras el poeta-diplomático mexicano —ya instalado, ya de paso— esté en el continente europeo.

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Vuelto a su patria en 1954, Paz ansía mostrar su país a Bona y André. Cada una de sus cartas pide noticia de la edición francesa, varada, de Aigle ou Soleil? y cierra reiterando, con insistencia creciente, su invitación al viaje. En la medida en que, en la correspondencia, el libro va cobrando realidad (Bona realiza cinco grabados en intaglio para los treinta y cinco ejemplares de tête), se dibuja también lo que faltaba para animarlos a viajar, un motivo concreto. Éste será la exposición, promovida por Paz, de la pintura de Bona en la galería Antonio Souza de la ciudad de México.

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El primer acercamiento crítico de Mandiargues a la poesía del poeta mexicano aparece en el número 62 de la Nouvelle Revue Française, en febrero de 1958 —para esa fecha, el matrimonio Mandiargues navega ya rumbo a costas americanas a bordo del Andrea Gritti. El texto saluda generosamente la aparición de Aigle ou Soleil?.

No se trata, cabe señalar, del ¿Águila o sol? original, sino de una antología poética bilingüe de Paz para la colección Falaize, en versiones francesas de Jean-Clarence Lambert. Las apreciaciones críticas de Mandiargues no sólo son esclarecedoras; tienen también el mérito de ser una de las escasísimas reseñas en publicarse en Francia.

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El Andrea Gritti amarra en Veracruz el martes 11 de marzo. El jefe de oficina de migración y de sanidad internacional estampa las tarjetas de desembarco de dos pasajeros: Pieyre de Madiargues André y Pieyre de Mandiargues Bona.

Embajador de su propio país ante sus ilustres invitados, receloso de verlos decepcionados, Octavio Paz se esmera como anfitrión. Les organiza viajes, excursiones y salidas nocturnas. Les consigue alojamiento. Los presenta con sus amigos escritores: Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Marco Antonio Montes de Oca, una jovencísima Elena Poniatowska —petite fille modèle—, y el correcto y desesperado poeta andaluz Luis Cernuda. A Bona, le abre las puertas del mundillo de las artes plásticas: el galerista Antonio Souza, el doctor y coleccionista Alvar Carrillo Gil, y, niño permanente, sin años, el pintor Juan Soriano.

Difícil imaginar interlocutores y paseos más estimulantes —en los que se entrelazarían la afiladísima curiosidad de Mandiargues, la sensibilidad plástica y el humor despiadado de Bona, la apasionada elocuencia de Paz— que los que procuró ofrecerles el poeta mexicano. Ante el abigarrado barroco novo-hispano de la iglesia de Santa Prisca de Taxco; volando en avioneta de Zihuatanejo al moderno, vibrante Acapulco (que encanta a Bona y que André detesta); dando tumbos en jeep por el monte huasteco rumbo a en las ruinas del Tajín y su juego de pelota[3]; con un cigarrillo entre los dedos en la cima solar de la pirámide de Teotihuacan —lugar de sacrificio de dioses—; en Cuernavaca, primero al sólido Palacio de Cortés y más tarde a los lujuriantes y frescos senderos del jardín Borda; deambulando por el Centro de la capital y sus calles que fueron canales; un San Ildefonso diurno con muros de color de sangre seca; el atardecer en el castillo de Chapultepec remodelado al estilo neoclásico por Carlota y Maximiliano (cuyo drama incitara a André a comentar con alarmante empatía: Grand sadisme mexicain / Fauteuil-pal où trona bien / Le majestueux masochisme / De Maximilen d’Autriche[4]). Acompañados por Paz, los viajeros ingresan de su mano al laberinto de los innumerables Méxicos.

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En cierto ‘centro revolucionario español’ de la Ciudad de México el matrimonio Mandiargues asiste a una lectura de La hija de Rappaccini, breve pieza teatral de Octavio Paz escrita dos años antes para ‘Poesía en voz alta’ y puesta en escena por Héctor Mendoza con vestuario y decorados de Leonora Carrington. Amiga de Mandiargues desde antes de la Guerra, fue por cierto Leonora quien, sugiriendo una adaptación escénica, diera a leer a Paz el cuento de Hawthorne.

Conmovido por la violencia y la tensión poética de la pieza, Mandiargues decide verterla al francés para, así, comprenderla mejor. La traducirá en las tumbonas de cubierta del trasatlántico Francesco Morosini, durante la travesía de regreso. Tendida en la tumbona de al lado, Bona —vaya que le ha costado arrancarla de México— se adentra, literal y figuradamente, en El laberinto de la soledad.

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Desde el puerto de Houston, donde hace escala el navío, Mandiargues se queja por carta ante Jean Paulhan (carta del 16 de julio de 1958) del hedor de los residuos petroleros. Pero el motivo de su carta es otro: obrar ante su amigo cercano, hombre fuerte de la NRF, para que la versión francesa de Piedra de Sol —en traducción de Benjamin Péret, quien había propuesto como título tentativo Soleil sans âge— se publique en la prestigiosa Collection Blanche[5]. Tardará en aparecer, esperando de André Breton un prefacio que nunca vino. Verá la luz finalmente en 1962, en otra colección de la NRF, Du Monde Entier, y con otro título: Pierre de Soleil. Son, no obstante, los buenos oficios de Mandiargues los que le abren a Paz las puertas de la Maison Gallimard: en agosto de 1959 el número 80 de la Nouvelle Revue Française publica en sus páginas, y en separata, La Fille de Rappacini, en su traducción.

Paz, no sin orgullo, envía un ejemplar del N° 80 de la NRF a Alfonso Reyes, patriarca de las letras mexicanas, quién por carta[6] lo felicita por haber metido un pie en la que, gracias a Valery Larbaud, treinta años antes fuera su casa. Gallimard será, en lo sucesivo, el principal editor en Francia de la obra de Paz.

 

Dedicatoria de Paz a Bona y Mandiargues

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Corresponde a la revista SUR el honor de haber, la primera, publicado a Mandiargues en lengua española. Traducciones de textos suyos aparecen en ediciones de 1953 (N° 222) y 1954 (N° 228)[7].

¿Pudo ser Paz quien los remitió a José Bianco, jefe de redacción de SUR, amigo suyo desde finales de los años treinta y confidente en París en los años de posguerra? ¿O pasaron de las manos de Roger Caillois a las de Victoria Ocampo? Hipótesis, ambas plausibles, que tal vez puedan corroborarse en la correspondencia inédita de Paz a Bianco o en el epistolario Ocampo-Caillois. Acaso tales consultas disipen también la duda sobre el impulso tras la publicación en 1959 en Buenos Aires, bajo el sello de la misma casa editorial, de La muchacha debajo del león. Tal es el título que da el traductor Roberto Bixio a la hermosa e inquietante novela sarda de Mandiargues, Le lis de mer. Octavio Paz, al recibir Le lis de mer y agradecerla por carta en agosto de 1957, no escatima elogios: "Es un libro admirablemente escrito y verdaderamente turbador. La escena erótica en aquel circo lunar, rodeado de pinos, es en verdad maravillosa e inolvidable."

En todo caso, es sin duda gracias a Paz que en 1956 se publica en México, en el número 4 de la Revista Mexicana de Literatura (dirigida por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo) un breve y hermoso cuento de Mandiargues: "Clorinda". (Extrañamente, no se consigna el nombre del traductor —lo tradujo Helena Garro, con su marido revisándole las páginas por encima del hombro.)

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Durante su estancia en México, Mandiargues trabaja en la escritura de su libro de relatos Feu de braise, uno de cuyos siete cuentos 'Le nu parmi les cercueils' recrea con pasmosa, alucinatoria proximidad las sórdidas atmósferas de un motel de paso, una funeraria, las aceras accidentadas y mugrientas de la capital mexicana. Otro relato, ‘Les Pierreuses’, está dedicado a Paz y va acompañado de un epígrafe robado a su poema en prosa ‘Dama huasteca’.

Feu de braise, aparece al año siguiente (1959) bajo el sello de las ediciones Grasset.

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Paz vuelve a instalarse en Paris en 1959. Tomará finalmente el pulso a la escritura de Mandiargues en un ensayo de 1960 ‘Las metamorfosis de la piedra’ en Corriente Alterna, su columna de la Revista de la Universidad de México, posteriormente recogida en el libro del mismo título. Si ya antes, obrando en privado, le había ganado adeptos entre literatos y editores, es en su glosa de un par de cuentos de Feu de Braise donde Paz presenta a sus lectores de habla hispana, subrayando la singularidad, el universo Mandiargues.

Hacia 1960 su amistad vive una estación violenta. Paz y Mandiargues se distancian.

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Con su novela La Marge, situada en el Barrio Chino barcelonés, Mandiargues obtiene el Prix Goncourt de 1967. Tres años después aparece en México bajo el sello Joaquín Mortiz, casa editorial en la que Paz ejerce gran influencia. Una vez más, resulta verosímil aventurar que una recomendación de Paz impulsó la publicación de la novela. Claro que el Goncourt puede haber pesado por sí mismo, pero son más bien escasos los libros distinguidos con dicho premio traducidos al español. Habrá, nuevamente, que buscar pruebas documentales.

En 1971 la correspondencia, interrumpida desde 1960, se reanuda con la invitación de Paz a que Mandiargues colabore en su nueva revista, Plural. Plural publica ‘Armario de luna’ en el primer número de aniversario[8]. De una carta a la otra, Paz le acusa recepción de sus libros y agradece, primero, las gestiones de Mandiargues para que La Fille de Rappaccini se publique de nuevo (bajo el sello Mercure de France), y más adelante, desde Cambridge, Mass. el 3 de junio de 1972, el texto de presentación de su pieza teatral: "Me llegaron tres ejemplares de la preciosa edición de La Fille de R. Tu admirable traducción me reconcilió con mi texto y tu generoso prólogo me dio un placer inmenso. Exageras, pero es hermoso ser uno el objeto de esas exageraciones."

Tan gratas exageraciones, ¿cuáles podrían ser? Tras puntualizar cómo y porqué la metafísica de la Rappaccini de Paz diverge de la de Hawthorne, Mandiargues concluye: "me parece que Rappaccini contiene el filtro más wagneriano de toda la literatura contemporánea".

En marzo de 1978, Mandiargues urde nuevas "exageraciones", todavía más redondas y sugerentes, y consagra a Paz el ensayo ‘Signature du Bélier’, su acercamiento final, el de mayor penetración y hondura, al poeta. Un texto generoso además —en el interlineado— en claves vitales. Apareció, bajo el signo de aries, en el número 302 de la NRF, y no fue recogido en volumen sino de manera póstuma.

En 1991 muere Mandiargues. En el citado prólogo de sus obras completas, Paz lo recuerda como uno de sus mejores amigos.



NOTAS

[1] "La jolie rousse", Calligrames, en Œuvres poétiques, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1956, P. 313-314.

[2] Nota del 2020:

Ante ciertas aseveraciones de Paz sobre su experencia parisina —que tanto sirvieran para su legitimación cultural—, aconsejo prudencia: hacia el año 2000, interesado por ahondar sobre la proximidad temprana de Paz con los círculos surrealistas, procuré a Gracq con miras a interrogarlo al respecto. A mi gran sorpresa, Gracq me dijo telefónicamente —palabras más, palabras menos— que no era yo el primero en consultarlo. que a él le honraba mucho que un señor tan encumbrado e importante anduviera diciendo por ahí que fue su gran amigo; él, por su parte, medio que creía identificarlo en las periféricas brumas surrealistas de aquellos años...

            Descolocado, à court de mots, me disculpé con Gracq por haberlo importunado y colgamos.

            Un tropezón algo similar me ocurriría en el ámbito familiar de Jean Paulhan, en el que ciertas anécdotas de Paz sobre Paulhan se tenían por "interesantes pero completamente fantasiosas".

[3] A los pocos años de dicha visita, Paz escribirá "Risa y penitencia", su luminosa reflexión sobre la risa a partir de las caritas sonrientes del Totonacapan. Los Mandiargues llevan en sus maletas a París algunas piezas prehispánicas, entre ellas una carita totonaca, de la que André nunca se separaría.

[4] “Maximilien d'Autriche", Livre Œil, Gallimard, 1979.

[5] El epistolario cruzado de Jean Paulhan y André Pieyre de Mandiargues se editó bajo el cuidado de Éric Dussert e Iwona Tokarska-Castant, Gallimard, "Les Cahiers de la NRF", 2009.

[6] Carta del 28 de agosto de 1959, Correspondencia Alfonso Reyes / Octavio Paz (1939- 1959), edición de Anthony Stanton, Fundación Octavio Paz / Fondo de Cultura Económica, 1998.

[7] Respectivamente "Los cuerpos platónicos" y "El vocabulario" (recogidos en Marbre, Robert Laffont, 1953.)

[8] Ya en el No. 26 de Diálogos [Mexico, noviembre-diciembre de 1969], revista dirigida por Ramón Xirau, filósofo cercanísimo a Paz, aparece el cuento ‘La marea’ en la espléndida traducción, sin firma, de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. Pizarnik fue amiga cercana de Madiargues —y de Paz— durante los años que viviera en París (1960 a 1964). Su amistad con Mandiargues se tornó epistolar a su retorno a Buenos Aires y perduró hasta su muerte voluntaria en 1972. La traducción que hizo de ‘La marée’ apareció en libro en Buenos Aires en 1971 bajo el sello Ediciones Aquarius.


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