Álvaro Matute
Tipología
Análisis y crítica
Temas
Lecturas y relecturas: la obra en prosa
Durante los años en que impartí la materia historiografía contemporánea de México (1974-1984) los alumnos más inquisitivos se preguntaban por qué no incluía como tema la obra de Octavio Paz, por lo menos, la interpretación histórica que ofrece en El laberinto de la soledad. Yo sabía por qué, a pesar de que se tratara de uno de los libros cuya lectura me causó mayor impacto en mis años juveniles. El porqué que yo asumía era claro, al menos para mí: el objetivo de mi materia era trazar una trayectoria de la historiografía como disciplina y el libro de Paz puede ser tomado como uno de los mejores ejemplos de transgresión a la disciplina historiográfica vigente, tanto en el tiempo de su aparición como en el medio siglo restante. Conforme a la disciplina historiográfica. El laberinto… es una obra que no cumple con requisitos tales como ser producto de una investigación archivística y si cuenta con notas al pie de página, son escasas y sirven para aclarar algo, no para citar una fuente. Así, no fui yo quien expulsara al libro de la disciplina, fue ella misma quien lo hizo, o mejor, quien lo hubiera hecho en el caso de que a alguien se le ocurriera tomarlo como parte de la historiografía al uso. Afortunadamente, El laberinto de la soledades más que historiografía, es conciencia histórica, que en el mejor de los casos es aquello a lo que debiera aspirar toda buena historiografía.
Sin embargo, hay algo que debe ser tomado en consideración: de los tres componentes básicos de toda historiografía, el libro de Octavio Paz cumple a plenitud con dos de ellos. De hecho sólo es uno el que lo expulsa de la disciplinización historiográfica.[1] Los factores componentes de la historiografía, de manera simplificada, son tres: investigación, interpretación y expresión. La pobreza historiográfica típica se caracteriza por apostarle todo a la investigación. La cliometría valora sus productos por el número de archivos consultados y el de fuentes citadas al pie de página. Si ofrece una interpretación y ésta resulta osada, es sospechosa de no estar bien fundamentada en las fuentes. El factor retórico es considerado como una prenda no fundamental de la pieza. Si hay buen estilo, bueno; si no, no importa porque —dicen— la historiografía no es literatura. Vale más la precisión. Con esto se justifican montañas de libros insulsos, que restringen ofrecer una interpretación inteligente y descuidan los elementos retóricos más elementales.[2]
El laberinto de la soledad se caracteriza por esos dos de los tres elementos: su interpretación, que lo ubica como expresión de la conciencia histórica, y por su nítida expresión. Incluso es válido preguntarse si es posible separar un elemento del otro: la interpretación descansa en la escritura; la escritura expresa una conciencia histórica. Desde luego que las dos se fundan en un conocimiento, en un episteme. No es éste el conocimiento que se apoya en el detalle obtenido en expedientes o en legajos. Eso no hace falta cuando se elabora una síntesis, porque una síntesis asume el conocimiento obtenido por acumulación. Desde luego que existen síntesis divergentes, esto es, no todas parten de la misma asunción del curso de la historia en el cual los hechos tienen la misma significación, o el curso general la misma teleología, pero se parte de la ubicación de los hechos fundamentales del curso histórico, se asume un conocimiento general de la historia, sin pretensiones eruditas o técnicas. El laberinto de la soledad contiene esa historia, al ofrecer una interpretación de la historia de México, sin tratarse del objeto exclusivo del libro, sino sólo de una parte, si bien esencial, del mismo.
La historia disciplinizada, si se me permite esta palabra, no es garantía plena de que lo que ofrece es una expresión de la conciencia histórica. Esta se puede manifestar en cualquier creación y no necesariamente o de manera exclusiva en la historiográfica. Por eso, El laberinto de la soledad representa una de las más acabadas expresiones de la conciencia histórica mexicana del siglo XX.
En cuanto a su origen, cabe discutir un elemento de la historia genética. Desde el ángulo de la historia de las ideas, sería posible rastrear las diferentes expresiones de conciencia histórica que se refieren a la condición de los mexicanos. En ese sentido, tal vez la manifestación más antigua sea la expresada por José María Vigil en 1878, en una serie de artículos periodísticos titulados “Necesidad y conveniencia de estudiar la historia patria”,[3] en los cuales alude al sentimiento de inferioridad que padecen los mexicanos frente a lo externo. Propone una cura, consistente en reforzar la conciencia histórica, mediante una enseñanza y un conocimiento profundos de la historia. El ensayo de Vigil expresa una cuestión que estaba en el aire y que puede tener su concreción en la realización de una obra monumental como México a través de los siglos, para sólo citar una de las muchas obras historiográficas de la época. El segundo escaño corresponde a Ezequiel A. Chávez, quien en 1901 publicó un “Ensayo sobre los rasgos distintivos de la sensibilidad como factor del carácter mexicano”, que había presentado en el Concurso Científico Nacional de 1900.[4] El texto avanza sobre el de Vigil en la medida en que incorpora una buena dosis de la psicología prefreudiana al uso, para distinguir los caracteres de indios y mestizos. Colocaría en el lugar siguiente a Samuel Ramos con su muy leído libro El perfil del hombre y la cultura en México, donde, como subraya Octavio Paz, es evidente el influjo de la psicología de Alfred Adler. No creo en la causalidad, y por consiguiente, niego el que El laberinto… ocupe el peldaño siguiente. No obstante, de Vigil a Ramos hay tina continuidad interesante que comienza con “el sentimiento de inferioridad” que plantea don José María hasta el “complejo de inferioridad” que abunda en las páginas de El perfil del hombre… No creo, ni me interesa hacer una búsqueda exhaustiva, que el uno haya citado al otro, y así sucesivamente. Paz, sí leyó a Ramos, aunque el libro de Paz se aparta notablemente del de don Samuel.[5]
Quienes sí continuarán esa línea serán los psicoanalistas de los años cincuenta: Santiago Ramírez, Francisco González Pineda, Jorge Carrión, que abundan en el problema de los complejos y sí tienen como referentes tanto a Ramos como a Paz.[6] El otro nexo es el que si bien se antoja interesante, es más difícil de probar. Ramos tuvo contacto con Chávez, personal e intelectual. Además de conversaciones, posible asistencia a clases, e incluso, la lectura misma del ensayo de 1901. No es imposible que ello ocurriera. Y el nexo entre Vigil y Chávez también fue personal, aunque sí resulta difícil que don Ezequiel hubiera leído los artículos publicados en El Sistema Postal, rescatados por Juan A. Ortega y Medina, por indicaciones de Clementina Díaz y de Ovando, quien los encontró en la Hemeroteca Nacional.
Podría decir que los párrafos anteriores son una suerte de pérdida de tiempo, si la tesis más obvia es que a Octavio Paz le pudieron haber tenido sin cuidado don José María Vigil y don Ezequiel A. Chávez. Pese a ello, no está del todo mal traerlos a colación para dejar establecido que la problemática del o lo mexicano estaba en el ambiente intelectual desde el último tercio del siglo XIX y, también, que no se trata de una filosofía impulsada por la Revolución mexicana, sino acaso fortalecida por ella.
En la conversación con Claude Fell, Paz menciona de manera explícita autores de los que obtuvo elementos para pensar y realizar El laberinto… El ambiente intelectual de los años cuarenta propiciaba la elaboración de un texto de esa naturaleza, independientemente del genio de quien lo emprendiera, que era el otro factor fundamental. Paz reconoce su deuda y su nexo con Ortega, y Ortega es, además, puerta abierta a Dilthey, a Simrnel. a diversas variantes del historicismo.[7]
El laberinto… muestra cómo se va de la conciencia desgarrada a la conciencia histórica,[8] en la medida en que encuentra una unidad y un punto de arribo. Conciencia desgarrada es la padecida por México y los mexicanos al no asumir una conciencia histórica. La muy citada frase final de El laberinto… es la muestra de una teleología a la que se llega después de avanzar por épocas distintas, cada una independiente de la otra, cada una autosuficiente y regida por sus propios valores. ¿No es eso historicismo? Mi respuesta es afirmativa en la medida en que también, el pasado abordado por Octavio Paz es un pasado que llega al presente, que no se queda congelado en el pretérito, sino que trasciende y pesa en esa tensión entre conciencia desgarrada y conciencia histórica. Pero, claro, el libro de Paz no es únicamente historicista, como tampoco es exclusivamente existencialista, a pesar de que en el momento en que fue escrito pocas cosas inteligentes podían sustraerse al existencialismo, como tampoco es un ensayo psicoanalítico aunque tiene deudas reconocidas con Freud. Asimismo, es clara la deuda de Paz con un marxismo que para 1950 había dejado todo rastro de militancia para sedimentar como instrumento de análisis. El laberinto de la soledad es un libro en el que Paz echó mano de todos sus recursos en función de un objeto de reflexión, es un libro sin corriente, sin escuela, sin metodología que paradójicamente puede estar en una corriente, formar parte de una escuela y tener, desde luego, una metodología como de hecho la tiene. El caso es que se trata de un ensayo que va más allá de cualquier producto típico de una corriente, de una escuela y de una metodología. De ahí las muchas malas lecturas de que ha sido objeto; aquellas que lo han querido ver como un tratado sociológico, un libro de historia, en fin, como algo que no es lo que es, es decir, un ensayo.
Su riqueza lo lleva a trascender lo que puede aparentar ser, por ejemplo, una interpretación de la historia de México, aunque la contiene; una definición del mexicano, aunque nunca la da o la rechaza abiertamente. O simplemente el llegar a la conclusión de que el mexicano no es una esencia sino una historia, un ser en devenir, un ser en el tiempo, aunque no haya referencias explícitas, ni por fortuna, incursiones en el lenguaje conceptual heideggeriano. Pero también está ahí. Insisto, es un libro de su tiempo, que asume su tiempo como quizá ningún otro y que por eso lo trasciende y lo hace llegar medio siglo después lleno de significado, lejos de ser una curiosidad arqueológica u objeto de interés sólo para los historiadores de las ideas como lo son los textos de Vigil, Chávez e inclusive Ramos. Es un libro vivo, vital, que rejuvenece en su medio siglo.
Hoy en día en que la historia cultural se presenta como una de las alternativas más viables del quehacer historiográfico. El laberinto de la soledad se nos muestra como un texto que ya transitó por esos caminos, como lo hicieron otros libros de naturaleza semejante, que buscaban algo más que la descripción de hechos o situaciones. Son todos esos libros viejos rejuvenecidos que pueden estar en la misma línea como España invertebrada o Radiografía de la Pampa. Libros todos, que transgreden normas disciplinarias, que trascienden métodos y superan dogmas.
El laberinto… es historia cultural de México en la medida en que recorre las diferentes épocas encontrándoles su significado y analizando sus principales realizaciones y creadores intelectuales. Pero no es una historia que sólo contempla el pasado, sino una historia que le habla al presente. Es, en términos de Gadamer, una historia efectual, una historia que trasciende, que plantea un diálogo al lector, al que puede hacer consciente de su propia soledad, de su inmersión en el laberinto. Desde luego que el propio Paz es el solitario por antonomasia. Es la figura que culminaría el capítulo de “La intelligentsia mexicana” y que se abre en los cincuenta años transcurridos para que sean añadidos los nombres de quienes han pensado a México en esos u otros términos catárticos. Mas la propuesta de Paz es hacer partícipe al lector de esa soledad, hacer del lector otro solitario que se confronte consigo mismo y que entre en su dialéctica de la soledad. De ahí su vigencia por encima del cambio en las circunstancias. Ya no hay pachucos, pero sigue habiendo “otros extremos”. Los pachucos ahora se llaman de otro modo y construyen otros estereotipos. Sobre cada época de la historia la investigación ha podido arrojar nuevas luces, pero las interpretaciones de Paz siguen dando lugar a reflexiones sobre cada una y el conjunto. Sobre todo, la tensión que Paz hace explícita entre lo que hereda y significa cada época, es decir, lo que la Conquista representa para la época prehispánica o lo que la Reforma pone en tela de juicio con respecto a la Colonia y el significado de la Revolución como resultante de su pasado.
Superada la mitología
de la Revolución mexicana, el momento en el que se escribe El laberinto de
la soledad, el final de los años cuarenta, se ofrece como una de las épocas
más
ricas de la historia del siglo XX mexicano. Es, en algún
sentido, el ombligo del siglo, el momento en el que se abandonan los lastres
decimonónicos, en que el verdadero siglo XX comienza a aterrizar en México,
el siglo XX urbano en el que la tensión entre lo cosmopolita y lo tradicional
se hacen más evidentes. De ahí que
en los años inmediatos, anteriores y posteriores a 1950, se produzcan algunas
de las reflexiones intelectuales más interesantes. También
es momento de cinismo e ironía. Se asocian las palabras revolución e institución,
se hace conciencia de la necesidad del pasado como cobertura ideológica, aunque
en realidad se le quiere superar a toda costa, pero el verdadero pasado, el de
la larga duración, no el ideológico, se resiste. Le pone frenos a la
modernización a
ultranza. Ésta,
por su parte, se dedica a subrayar lo que el pasado tiene de lastre. Es el
momento de mayor tensión, que comenzó unos diez años antes y se prolongó otros
tantos después. El
laberinto de la soledad es uno de los libros que mejor expresan ese
momento. No el único, por fortuna, pero sí el más logrado.
NOTAS
[1] La palabra “disciplinización” es, a todas
luces fea. Sin embargo, la uso como traducción literal de disciplinization,
con lo que quiero expresar la manera como la historiografía se
convierte en una disciplina canónica, con sus reglas de juego bien
establecidas. De acuerdo con Hayden White, esto comienza a suceder con la
Ilustración y se perfecciona durante el siglo XIX. No
es que antes no lo fuera del todo, pero había mucho más
libertad en las maneras de abordar la historia.
[2] Desde
luego, mi criterio personal no se ajusta con el que expongo. Para mí los valores
fundamentales son el retórico y el interpretativo, que si bien deben descansar
en una investigación bien hecha, ésta no es fin sino medio y corno tal se le debe
concebir.
[3] Rescatados
en Juan
A. Ortega y Medina, Polémicas
y ensayos mexicanos en torno a Ia historia, México, Instituto de Investigaciones Históricas/UNAM,
1970, pp. 265-278.
[4] Revista
Positiva 3 (1 de marzo de 1901), pp. 81-99.
[5] Así lo manifiesta
en la luminosa entrevista que le hiciera (Claude Fell. recogida en la primera
edición de El ogro filantrópico.
Para este trabajo sigo la edición del Fondo de Cultura Económica que
recoge El laberinto de la soledad,
Postdata y “Vuelta
a El laberinto de la soledad”
que es el título
de dicha entrevista. De esta edición, que tiene toda una trayectoria, se ha
hecho una impresión conmemorativa del medio siglo de la aparición de El
laberinto…
por la misma casa editorial en el año
2000.
[6] Sobre
el impacto de la búsqueda
de lo mexicano en la historiografía,
véase el interesante artículo de Ricardo Pérez Montfort, “Entre la
historia patria y la búsqueda
histórica de lo mexicano. Historiografía mexicana
1938-1952”, Indice.
Revista del Instituto de Ciencias de la Educación, Cuernavaca:
1, 1 (enero-abril de 1997), pp. 15-27.
[7] La
edición conmemorativa citada de El laberinto de la soledad se
complementa con un volumen que recoge comentarios a la obra. Me interesa
destacar el que hizo José Vasconcelos porque uno de los pocos reproches que
hace a la obra, a la que recibe con beneplácito,
es que cite a Ortega y Gasset, que era una de las fobias de don José.
En cambio alaba el que siga a Toynbee sin ser muy explícito al respecto.
[8] La
idea de conciencia desgarrada la tomo de Eugenio Irnaz, El pensamiento de
Dilthey, México,
El Colegio de México, 1946, quien dice no aludir “con esta
expresión a la idea hegeliana de ‘conciencia
desgarrada’ como ‘conciencia de la perversión y, sobre todo, de la
perversión absoluta’ que
constituye un momento específico
y concreto de la fenomenología
ascendente del espíritu.
Con bastante menos pretensiones, queremos dar a entender la situación de
división de la conciencia, que tampoco es la ‘conciencia dividida’ de Hegel, también
específica,
sino una situación de división que se siente como desgarro y que se presenta con
esa indeterminación, a lo largo de toda la historia de la filosofía”, p. 30.