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La crítica, el intelectual y la democracia

Yvon Grenier

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Lecturas y relecturas: la obra en prosa

 

Yvon Grenier

Pensar es el primer deber de la intelligentsia. 
Y en ciertos casos, el único.

Octavio Paz, El laberinto de la soledad


Definición y autodefinición

¿Qué significa el concepto de intelectual? Las definiciones, para empezar, suelen ser —como lo dijo el sociólogo Zygmund Bauman— autodefiniciones, bastante ponderadas.

Ferozmente independiente, el intelectual busca la verdad, ama la libertad y la justicia, y desafía a los poderosos. Más que todo, el intelectual —y el artista moderno— es desinteresado. Un siglo después del J'accuse de Zola, la experiencia histórica nos muestra más bien lo contrario a esta actitud. De hecho, con Zola, defensor de Dreyfus y de la verdad, se definió la regla y simultáneamente, la excepción. En el siglo XX, el intelectual cortejó a los déspotas, ocultó la verdad, detestó la libertad y la justicia, y dio la bienvenida a todos los privilegios que se le otorgaban. De los grandes pensadores de la modernidad, posteriores, digamos, a Voltaire, ¿quién promovió la sociedad abierta y la libertad? ¿Marx, Nietzsche, Heidegger, Sartre, Foucault? Por lo regular, el intelectual quiere el triunfo de su verdad y no la competencia franca de las ideas. El intelectual es enemigo de las dictaduras, pero raramente de todas las dictaduras.

Una definición normativa y neutral podría empezar con la idea de que el concepto de “intelectual” designa un papel social, y que este papel es definido tanto por los atributos personales como por sus aspectos de relación. El intelectual es alguien cuya autoridad cultural le permite hablar públicamente sobre asuntos políticos y morales. Esta autoridad es, en buena medida, otorgada por los demás. Un intelectual es alguien reconocido como tal por una masa crítica de personas que participan, como productores y consumidores, en la vida cultural de una sociedad.[1]

Octavio Paz no ofrece una teoría del intelectual o de la intelligentsia. Propone una lectura crítica, razonada, culta y bella de las ideas dominantes de su tiempo, a través de la cual se destacan ideas coherentes y a menudo originales sobre la intelligentsia como grupo histórico, y sobre pensadores y artistas en particular, muchos de ellos “intelectuales”. De hecho, el tema de los intelectuales vincula muchos ejes que son claves del pensamiento político-cultural de Paz. Aparece en sus numerosos escritos sobre la historia de México, por ejemplo, cuando habla de la inclinación cortesana y del escolasticismo de la intelligentsia mexicana.[2] Lo plantea con más indulgencia en sus pasajes de vena sociológica sobre la modernización del país o sobre el auge de las clases medias. Así interpretó, por ejemplo, el movimiento del 68, no como una movilización política provista de voluntad sino como la espuma romántica de un cambio social profundo. Por supuesto, el tema de los intelectuales asoma desde el trasfondo de sus muchas reflexiones sobre el papel de las ideas en varias épocas, regiones del mundo y civilizaciones, y en sus meditaciones sobre las liaisons dangereuses entre el intelectual y el poder en México. 

Paz no confunde a la persona con el papel del intelectual. Como lo dice en su Pequeña crónica de grandes días (1990), en una de sus numerosas críticas a la izquierda intelectual mexicana: “Al hablar de los intelectuales no me refiero a sus trabajos, siempre respetables y a veces excelentes, sino a la participación de muchos de ellos en nuestra vida colectiva” (Obras completas 9: 420). Ser intelectual no significa serlo de tiempo completo. De hecho, se puede sugerir que nunca lo es, pues un intelectual es siempre un amateur, alguien cuya profesión es otra. El intelectual siempre se manifiesta en sus áreas de incompetencia.

En el Laberinto de la soledad, Paz llama “intelligentsia mexicana” a ese sector de la sociedad “que ha hecho del pensamiento crítico su actividad vital” (Obras completas 8: 147). Aquí su definición se refiere más a la explicación sociológica que a la realidad histórica. El sentido de la expresión “actividad vital” no queda muy claro en su definición. Sin embargo, ésta tiene el mérito de subrayar lo que para Paz constituye la responsabilidad central del intelectual: la crítica.


Contribución de Paz


En la intersección de los escritos de Paz sobre intelectuales e intelligentsia se encuentra la idea bastante común de que el intelectual debe ser independiente de todos los poderes, promover valores humanistas y mantener el más alto nivel de competencia en su arte. Tiene razón y lo afirma con convicción y elocuencia, pero la originalidad de Paz radica en otra parte.

Primero, en el hecho de haber logrado vivir una vida a la altura de sus ideales como intelectual. Su temprana crítica al totalitarismo de izquierda fue una de las pocas excepciones en la tribu de los intelectuales occidentales (exceptuando, claro está, a los disidentes de los propios países comunistas).[3] Parece aún más extraordinaria cuando se considera que Paz abrazaba los valores de la izquierda y que era latinoamericano. Asimismo, son bien conocidos sus textos en los que pone en tela de juicio el régimen autoritario de su propio país. 

¿Por qué un intelectual mexicano con disposición revolucionaria, nacido al principio del siglo XX, supo resistir a la tentación totalitaria? A mi juicio, lo que inmunizó a Paz fue su profundo entendimiento de la palabra libertad. Viene de su liberalismo, pero también de su romanticismo; para decirlo con más precisión, viene de su liberalismo romántico.[4] Es en sus escritos sobre arte, más que en los textos explícitamente políticos, donde se destaca una definición de la libertad en el sentido de algo virtual, algo que está por definirse; esto, a mi juicio, constituye el antídoto a toda utopía totalitaria. En el mundo de la utopía el tiempo se detiene; ya no hay improvisación, ya no hay libertad.[5] Si uno sabe eso; mejor aún, si uno lo siente, con toda la convicción que hay en la obra de Paz, entonces no puede claudicar frente a la tentación totalitaria.

En los últimos años de su vida, dicho sea de paso. Octavio Paz fue criticado por su acercamiento a las administraciones de los presidentes Salinas de Gortari y Zedillo. Constituye una crítica legítima. Sin embargo, un examen serio y honesto de las posiciones políticas de Paz en aquella época debe tomar en consideración un evento sin precedente: la ola de democratización en el mundo, a la cual no escapó México. Paz describió lo que de hecho fue el crepúsculo del régimen del PRI no como el de una dictadura —como lo propuso una vez Mario Vargas Llosa—[6] ni, por supuesto, el de una democracia, sino como el periodo de transición de un régimen hacia la democracia. Después de las elecciones históricas de julio de 2000, resulta difícil negar que en su análisis de la transición mexicana, destaca, más que una esperanza ciega, una anticipación. Si en su contra se puede utilizar la palabra credulidad, no tiene nada que ver con la tentación totalitaria que devoró a tantos intelectuales de su generación.

Segundo, la originalidad de Paz radica en su descripción y análisis de la caída del intelectual en el siglo xx, particularmente en su propio país. Este tema fue una de las obsesiones de Paz. Y es que para el autor de Libertad bajo palabra, el artista y el intelectual son, por definición, maestros de la crítica y amantes de la libertad. Entonces, ¿por qué tantos de ellos fueron serviles y dogmáticos?

Paz analizó el problema de la tentación totalitaria en el siglo XX, pero también el problema más general de la relación entre el intelectual y el poder. El caso de México, por supuesto, ha merecido su mayor interés. En el México posrevolucionario el itinerario del intelectual empieza con su ascenso en el aparato de Estado, que permitió la verdadera contribución de muchos en la modernización del país. El análisis de aquel periodo dio a Paz la oportunidad de reflexionar con sutileza sobre el problema de las relaciones entre poder y saber, en un caso donde se trata no de un poder constituido sino de un poder en construcción. Dice en El laberinto de la soledad:

Con la excepción de los pintores —a los que se protegió de la mejor manera posible: entregándoles los muros públicos— el resto de la intelligentsia fue utilizada para fines concretos e inmediatos; proyectos de leves, planes de gobierno, misiones confidenciales, tareas educativas, fundación de escuelas y bancos de refacción agraria, etc. La diplomacia, el comercio exterior, la administración pública abrieron sus puertas a una intelligentsia que venía de la clase media [Obras completas 8: 151-152].

En El laberinto de la soledad Paz dedica varias páginas a la contribución muy positiva de intelectuales como José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín, Jesús Silva Herzog o Daniel Cosío Villegas a la edificación de la polis mexicana. El mismo Paz entró en el servicio exterior en 1946 y renunció en 1968, bajo circunstancias bien conocidas.

El acercamiento con el poder conlleva un riesgo real. Según Paz:

Preocupados por no ceder sus posiciones —desde las materiales hasta las ideológicas— han hecho del compromiso un arte y una forma de vida. Su obra ha sido, en muchos aspectos, admirable; al mismo tiempo, han perdido independencia y su crítica resulta diluida, a fuerza de prudencia o de maquiavelismo. La intelligentsia mexicana, en su conjunto, no ha podido o no ha sabido utilizar las armas propias del intelectual: la crítica, el examen, el juicio. El resultado ha sido que el espíritu cortesano —producto natural, por lo visto, de toda revolución que se transforma en gobierno— ha invadido casi toda la esfera de la actividad pública [Obras completas 8: 152].

El análisis de Paz no es maniqueo ni simplista. Como lo reconoce en el mismo párrafo, nada más difícil que la situación de los intelectuales en un contexto posrevolucionario y de subdesarrollo. Lo que Paz muestra es que el factor determinante no es la distancia con el poder propiamente dicho, sino la naturaleza de las relaciones con el poder y con la sociedad en su conjunto. Por eso se puede concluir que sus contribuciones a la historia de las relaciones entre el intelectual y el poder en México radican no tanto en el campo de la historia, en el sentido académico de la palabra, sino en su campo de predilección: el saneamiento del lenguaje que se utiliza para pensar el México contemporáneo.


Las armas propias del intelectual


La posición social e intelectual de Paz no es cómoda, pero le permite esbozar un retrato sensato de lo que puede ser un intelectual en un contexto histórico específico. Los intelectuales tienen una gran responsabilidad ya que “han sido y son el gran fermento político y moral de la Edad Moderna, desde fines del siglo XVIII. Sin ellos se puede ganar votos pero no cambiar a una nación” (“Historias de ayer” 10). Paz no rechaza la participación del intelectual en actividades estatales o gubernamentales, como se ha dicho. Más bien, se opone a la dilución de su función crítica y promueve la utilización de sus habilidades propias y específicas, que son habilidades artísticas. En Postdata dice:

La crítica del estado de cosas remante no la iniciaron ni los moralistas ni los revolucionarios radicales sino los escritores (apenas unos cuantos entre los de las viejas generaciones y la mayoría de los jóvenes). Su crítica no ha sido directamente política —aunque no hayan rehuido tratar temas políticos en sus obras— sino verbal: el ejercicio de la crítica como exploración del lenguaje y el ejercicio del lenguaje como crítica de la realidad [Obras completas 8: 293].

La tarea principal del escritor es el saneamiento del lenguaje, porque “cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje. La crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados” (293). Dice aquí, casi textualmente, lo que algunos disidentes de la llamada Europa del Este, como Kundera, Manea, Milosz, Solzhenitsyn, o Zamiatin han repetido por décadas.[7] Asimismo, a un pintor se le pueden comisionar obras destinadas al público, a condición de que su trabajo no esté circunscrito por consideraciones propagandísticas. ¿Cuál es la diferencia entre una obra de arte con tema político y una obra puramente propagandística? Quizá la primera no es tan maniquea, presenta un mundo de matices y tensiones, donde la lógica de la razón, si existe, compite con otras lógicas (estéticas, pasionales, etc.). La obra propagandística tiende a reflejar el mundo simplista y binario —amigos contra enemigos— de la política. Obviamente, no estamos hablando aquí de una distinción bien demarcada. El arte está en la política y afuera de ella, es político pero no puede serlo completamente sin dejar de ser arte.

Además de transigir con el poder, el intelectual también deroga su función cuando sacrifica su actitud crítica por un plato de lentejas ideológicas. ¿Qué es una ideología? Para Paz, una ideología es una “cárcel de conceptos”, una “forma inferior del instinto religioso”, o simplemente una “creencia”, “enemiga del verdadero saber”. Supuestamente, uno puede tener ideas, incluso ideas políticas, sin caer en las trampas de la ideología. Una vez más, no resulta fácil identificar los indicadores específicos que nos permiten hacer tal distinción. Existen discursos o acciones puramente ideológicas, pero no sé si existen discursos o acciones políticas completamente desprovistos de contaminación ideológica. La variable fundamental es la de la relación con el mundo empírico y con los principios de imparcialidad y de veracidad. Es ideológica la disposición o la acción política fundamentada en la devoción a una doctrina; es política sin ser ideológica, en la acepción que le da Paz, cuando la disposición o la acción política, a pesar de fundamentarse en principios morales inconmovibles, busca siempre corroboración en los hechos. Los principios son pilares: las ideologías son casas ya hechas —o sea, cárceles. En la ideología el individuo no existe: en la política no-ideológica, el individuo, ser imprevisible e imperfecto (el “torcido madero de la humanidad”, como bien lo dijo Kant y luego Isaiah Berlín), constituye el principio y el fin de la acción política. La política moderna tiende un puente entre los mundos de la religión y de la ciencia; cuanto más ideológico, más cerca de la religión;[8] cuanto menos, más cerca de la ciencia (con la diferencia que el método científico es el método y la finalidad de la ciencia, mientras que la política pragmática se limita a apropiarse del principio racional y empírico de la ciencia y ponerlo al servicio de una finalidad moral y política). Para regresar a la crítica paciana, lo que el Nobel mexicano reprocha a la intelligentsia de su país es básicamente el hecho de seguir ciegamente dogmas criminales, rehusándose a considerar la montaña de pruebas y testimonios que los denuncian y contradicen. Paz lamentaba lo que él consideraba el atraso de la intelligentsia mexicana (la izquierda) relativo a la comprensión del fenómeno totalitario, y define este atraso en función de su negativa a admitir los hechos conocidos sobre el socialismo autoritario (lo que en América Latina y, significativamente, en Francia, se conoce como “el socialismo real” o “el socialismo realmente existente”). Por eso siguió criticando a la izquierda cuando empezó a hablar de democracia y de socialdemocracia: “... porque el cambio no ha sido precedido por un examen público de conciencia y por una franca confesión de los errores cometidos. Esto es lo que hicieron, en su momento, Gide y Silone, Koestler y Camus, Semprún y Spender”. Y añade: “Es grave pues no se trata sólo de errores intelectuales y políticos sino de faltas morales” (“América en plural y en singular” 148). La diferencia entre defender el totalitarismo en 1930 y en 1980 es la diferencia entre no saber y no querer saber.


Conclusión: democratización y crepúsculo intelectual


...debemos concebir modelos de desarrollo viables y menos inhumanos, costosos e insensatos que los actuales. Dije antes que ésta es una tarea urgente: en verdad, es la tarea de nuestro tiempo. Octavio Paz, Postdata

Si las armas propias del intelectual son la crítica, el examen, el juicio, y si la crítica es la fundación misma de la modernidad, y si por fin “debemos concebir modelos de desarrollo viables y menos inhumanos, costosos e insensatos que los actuales”, entonces, ¿quién debe concebir estos modelos? Paz dice:

Si hay una tarea urgente en México, esa tarea es la reconstrucción del “alma nacional”, como se llamaba antes al conjunto de tradiciones, creencias y valores que sustentan a las sociedades. Es una tarea no únicamente educativa y política: nos atañe a todos y muy especialmente a los intelectuales. En la sociedad moderna la función de la clase intelectual es triple: la específica de su profesión o especialidad; la crítica moral y política; y, en el caso de los escritores y los artistas, la creación. La literatura y las artes son hijas de la Memoria y las obras que inspira la Memoria tienen la propiedad de despertar a los pueblos y recordarles qué y quiénes son [“El azar y la memoria: Teodoro González de León” 396-397].

¿Qué quiere decir a todos y muy especialmente a los intelectuales? Todos somos iguales, pero en la vanguardia de los reconstructores del alma nacional ¿acaso los intelectuales son más iguales que otros? A veces Paz dice claramente que sí, los intelectuales tienen una responsabilidad particular. A veces dice que no, que al contrario, el mismo pueblo es más sabio “que los intelectuales devotos de las utopías” (Itinerario 196). A veces queda claro que su crítica de los intelectuales atañe a los intelectuales reales y no propiamente a la misión del intelectual. A veces, no. Cuando Julio Scherer le pregunta: ¿qué puede hacer realmente por su país un escritor mexicano? Paz contesta: “Yo no creo que los escritores tengan deberes específicos con su país. Los tienen con el lenguaje —y con su conciencia” (“Suma y sigue” 378). Su conciencia... ¿de intelectual? ¿En qué consiste una conciencia de intelectual? ¿Es diferente de una conciencia de taxista? En una discusión con Czeslaw Milosz y Claude Simón, quienes también han recibido el premio Nobel de literatura, Paz dice:

We are for free literature, and we think that the function of the writer is not political or moralistic. It is not to indoctrinate or to preach good morals. The function of the writer is to enter inside himself or inside others in order to express this unique particularity that is each person and each nation and each language. It is the only way to arrive at universality.[9]

Expresar la particularidad de una nación y así llegar a la universalidad —¿pero quién llegará a la universalidad: el intelectual o la nación? En ambos casos, la responsabilidad del intelectual es abrumadora.

Al parecer, no existe en la obra de Paz un pensamiento sistemático sobre la misión del intelectual. Lo que sí existe es una intuición: que la especificidad del intelectual, es decir la crítica, está “por dentro”, en la misión del verdadero artista. Y la crítica, Paz lo escribió mil veces, es la esencia misma de la modernidad. El intelectual es un personaje que exterioriza y representa lo que el verdadero artista hace de una manera precognitiva; es decir. presentar la otra voz, presentar lo decible y lo indecible de la experiencia humana. La otra voz no es reductible a la modernidad pero su ingrediente crítico sí constituye el ingrediente central de la modernidad. Paz dijo una vez que la revolución es la religión pública de la modernidad, y la poesía, su religión privada, secreta. En otros términos, los poetas, y por extensión los intelectuales, son los clérigos de la modernidad.

A la tríada “intelectual, artista, y modernidad”, se une otro actor en el liberalismo romántico de Paz: el ciudadano libre y en una circunstancia natural de igualdad. Poroso la concepción paciana del intelectual aparece siempre como una tentación corregida: es decir, una tentación de ver al intelectual y al artista como la conciencia más lúcida de la modernidad, corregida (a veces anulada) por su disposición a negarles cualquier estatuto privilegiado en el reino de la moral o de la sabiduría. Se trata de una cuestión muy difícil: ¿Cuál puede ser el papel del intelectual en una sociedad verdaderamente libre y democrática? El intelectual debe criticar, pero todos deberíamos criticar en una civilización fundada en la crítica. A una ciudadanía libre y educada no le hace falta una aristocracia de intelectuales para servirle de “conciencia crítica”. En teoría, el intelectual y la democracia son un poco como el Estado y la revolución en la teoría de Lenin: el primero está destinado a desaparecer. Mientras tanto, el intelectual que vive en una sociedad democrática o en vías de democratización, tiene una misión importante pero ambigua, una ambigüedad que encontramos en la obra estimulante de Paz.



NOTAS

[1] El análisis más conciso y penetrante de la función del intelectual moderno, a mi juicio, se encuentra en una colección de ensayos de Gabriel Zaid, De los libros al poder (varias ediciones). Véase también Grenier 10-14.

[2] En un conocido pasaje Octavio Paz dice: “Su situación [la del intelectual] no es muy distinta a la de los clérigos de la época virreinal, especialmente a la de los miembros de las órdenes religiosas. Los intelectuales son parte del sistema como sus predecesores de los siglos XVI, XVII y XVIII; también romo ellos, a veces son críticos y aun revoltosos. En ciertos momentos, algunos han sido la conciencia del régimen. Pero en general, por desgracia, su crítica ha sido casi siempre ideológica. Enamorados de las abstracciones, desdeñan a la realidad. Los medios de comunicación prolongan y acentúan estas características. Nuestra prensa —pienso, sobre todo, en la de la capital— es ideologíca o, en el otro extremo, acomodaticia y aun, en ciertos casos, venal. Esta es una de las razones de su escasa influencia” [“Hora cumplida (1929-1085)” 386].

[3] Véase su texto “Los campos de concentración soviéticos”, publicado en el núm. 197 (marzo de 1951) de la revista Sur de Buenos Aires. El texto es recogido en sus Obras completas 9: 167-170.

[4] Véase mi artículo “The Romantic liberalism of Octavio Paz”, que se publicará en Mexican Studies/Estudios Mexicanos (otoño de 2001).

[5] Véanse al respecto los bellos ensayos de Milán Kundera, Les testaments trahis, París, Folio Gallimard, 1993.

[6] En un texto posterior. Vargas Llosa negó toda legitimidad a la rebelión de Chiapas sobre la base de que México no es una dictadura, en concordancia con lo afirmado por Paz. Véase su texto sobre Chiapas en Vargas Llosa: 300-312.

[7] De hecho, me parece que si Paz invitó a tantos disidentes del Este a su congreso de 1990 (el famoso Encuentro de Vuelta, “La Experiencia de la Libertad”), no fue tanto por su anticomunismo como por la similitud de sus concepciones en torno a la libertad y la función del intelectual. En 1991, las transcripciones de los debates fueron publicadas por la Editorial Vuelta en siete lujosos volúmenes.

[8] Como dice Paz: “Hay una falla, una secreta hendedura en la conciencia del intelectual moderno. Arrancados de la totalidad y de los antiguos absolutos religiosos, sentimos nostalgia de totalidad y absoluto. Esto explica, quizá, el impulso que los llevó a convertirse al comunismo y a defenderlo. Fue una perversa parodia de la comunión religiosa” (Itinerario 78).

[9] Octavio Paz, Czeslaw Milosz y Claude Simón, “The Universal is the Particular”, New Perspectives Quarterly (invierno de 1996).


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