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Los dos testamentos de Ireneo Paz

Ángel Gilberto Adame

Tipología

Historiografía

Temas

El origen y la familia

Lustros

1900-1904

 

Ireneo Paz (ca. 1890)

A principios del siglo XX, Ireneo Paz, con sesenta y cuatro años, decidió planificar qué sucedería con sus bienes después de su muerte. Así, realizó dos testamentos: el primero fue público cerrado. Lo hizo en 1900, ante la fe del notario Agustín Silva y Valencia, compañero de generación de su hijo Arturo y con quien publicó Anales del Ministerio Público.  El segundo, que revocó al anterior, lo otorgó un año y medio antes de su deceso, pero bajo la modalidad de público abierto.

     Según el Código Civil de 1884 (vigente en esa época), la diferencia entre estos instrumentos era que, en el primero, nadie más que el testador conocía su voluntad, ya que el documento se guardaba en un sobre cerrado y sellado por el notario. En el segundo, tanto el fedatario como los testigos sabían el contenido de las últimas disposiciones.

     Salvo Ireneo y Rosa (su esposa), ningún miembro de la familia Paz Solórzano otorgó testamento, a pesar de que dos de sus hijos fueron abogados: Arturo y Octavio. También incurrió en esta falta de previsión la viuda de su nieto Octavio.

     Los archivos históricos de notarías, que se vuelven públicos después de setenta años de otorgado el acto que contienen, han sido escasamente explorados por los historiadores, cuando constituyen una fuente indispensable para entender a una persona o un entorno. A continuación, se presentan los dos testamentos de Ireneo:

 

I. 1900 

62.

En la Ciudad de México a diez de abril de mil novecientos, el suscrito Notario, en cumplimiento del artículo tres mil quinientos veinte del Código Civil se hace constar que en esta fecha y a esta hora se cerró y firmó en mi presencia y de los testigos que después se expresará el testamento otorgado por el señor Ireneo Paz. Fueron testigos los señores José Ferrel, José Gutiérrez Ortiz y Ranulfo Penagos, de esta Ciudad; el primero abogado, de veintiocho años de edad, soltero y vive en la primera calle del Presidente número dos; el segundo, periodista, soltero, de treinta y cinco años, y vive en el Hotel Central, Escalerillas número cincuenta y dos; y el tercero,  empleado particular, soltero, de veintiocho años y vive en la casa número setecientos dieciocho de la primera calle de la Pila Seca quienes hacen constar que en su presencia recibió el señor Paz el testamento cerrado que se otorgó con todas las formalidades de la ley. Doy fe.


Firmas de Ireneo Paz (testador); José G. Ortiz, José Ferrel y Ranulfo Penagos (testigos); y de Agustín Silva (notario) en el testamento.


A la par de este testamento cerrado, su esposa hizo el propio, pero abierto. Ella dejó bienes a todos sus hijos, lo que hace sospechar que la intención de Ireneo al hacerlo de este modo era condicionar la herencia. Para este momento, aún vivían seis de sus descendientes.

     Los testigos que acompañaron a Ireneo en ese momento eran colaboradores de La Patria. José Ferrel y Félix fue periodista y, aunque tuvo desavenencias con Arturo —que incluso llegaron a resolverse en duelo—, su amistad con Ireneo se extendió algunos años más. Ranulfo Penagos Parada fue militar y periodista. José Gutiérrez Ortiz era su jefe de redacción.


II. 1923

1532.

En la Ciudad de México, a las once horas treinta minutos, del día diecisiete de enero de mil novecientos veintitrés, ante mí, el Licenciado Rafael Flores, Notario Público, encargado de la notaría número uno y en presencia de los testigos señores don Manuel Caballero de setenta y dos años de edad, casado, periodista, vecino de esta, con habitación en la casa número sesenta y tres de la tercera calle de Medrano hoy Avenida de la República de Cuba; don Luis León, de setenta y un años de edad, casado, agricultor, también vecino de esta ciudad, con habitación en la casa número ochenta y uno de la Avenida de la República del Salvador; y don Ángel Pola, de sesenta y tres años de edad, soltero, comerciante, y vecino de la Ciudad de Guadalupe Hidalgo, Distrito Federal, con habitación en la casa número veintiuno de la Avenida Francisco I. Madero, comparece en el despacho del suscrito notario situado en los bajos de la casa número ciento uno de la cuarta calle de Donceles, el señor Licenciado don Ireneo Paz y expone: Que los testigos que concurren a este acto lo hacen a su llamado porque ha deliberado otorgar su testamento el cual, dicta con voz clara y perceptible y el suscrito notario redacta en su protocolo al tenor de las cláusulas siguientes: Primero: Declara llamarse como se ha expresado, ser natural de Guadalajara, capital del estado de Jalisco, de setenta y seis años de edad, abogado y periodista, viudo, vecino de Mixcoac, Distrito Federal, con habitación en la casa número sesenta y nueve de la Avenida Cuauhtémoc; hijo legítimo del señor don Matías Paz y de la señora Teresa Flores de Paz, ya difuntos y que profesa la religión católica. Segunda: Que estuvo casado legítimamente con la señora Rosa Solórzano de Paz y en su matrimonio tuvo seis hijos de los cuales cuatro llamados Arturo, Rosa, Carlos y Laura ya fallecieron; y los otros dos viven y se llaman Amalia y Octavio a quienes reconoce como sus hijos legítimos de una manera solemne. Tercera: Que instituye por su única y universal heredera a su mencionada hija Amalia Paz y Flores a quien también nombra albacea. Cuarta: Que omite especificar sus bienes por ser perfectamente conocidos de su hija Amalia y sólo advierte que entre esos bienes existen varias obras de que es autor, unas editadas y otras inéditas y de todas ellas por lo que toca a sus derechos también los deja a su hija; y además la instituye heredera de dos pólizas, una de la sociedad “La Equitativa”, por mil pesos, que quedó saldada en mayo de mil novecientos dieciocho por la cantidad de setecientos diecinueve pesos y lleva el número cuatrocientos catorce mil ciento setenta y nueve; y la otra por cinco mil pesos de la compañía denominada “New York Life Insurance Company”, marcada con el número ciento setenta y cinco mil seiscientos tres que fue saldada el treinta y uno de julio de mil novecientos dieciocho. Quinta:  Que a principios del año de mil novecientos otorgó un testamento cerrado cuya cubierta autorizó el notario Don Agustín Silva y Valencia, que revoca en todas sus partes dicho testamento, así como cualquiera otro que apareciere pues quiere que el presente se cumpla como su última y deliberada voluntad. Yo el notario doy fe:  De conocer al testador y de que está expedito en el uso de sus facultades intelectuales y por lo mismo tiene la capacidad requerida por el artículo tres mil doscientos setenta y cinco del Código Civil y de que leído que le fue este testamento como se ha dicho dictado por él y redactado por mí, todo en un solo y en presencia de los nombrados testigos, lo ratificó y firmó en unión de los repetidos testigos quienes a su vez certifican ante mí que conocen al testador; tiene la capacidad requerida por la ley  y ha procedido sin coacción ni violencia alguna, firmándose a las doce horas y quince minutos.
Acto continuo, autorizo el presente testamento en la Ciudad de México, el mismo lugar y fecha en el que se extendió; haciendo constar que en el propio testamento se han llamado todos y cada uno de los requisitos presentados por la ley.


Firmas de Ireneo Paz (testador), así como de Manuel Caballero, Luis León y Ángel Pola (testigos).

Así, para 1923 el panorama había cambiado considerablemente, pues a Ireneo sólo le sobrevivían dos de sus hijos: Amalia, la mayor, y Octavio, el menor. A éste lo desheredó. Las razones pueden ser varias. Presumo que el padre conocía las debilidades del hijo —el vino y las mujeres—, por lo que prefirió cuidar de su hija, más leal y su eterna compañera, quien, además, nunca se casó ni tuvo hijos.

     Tampoco los testigos fueron los mismos. La segunda ocasión, lo acompañaron sus amigos de toda la vida: Manuel Caballero, Luis León y Ángel Pola. Con el primero, antiguo colaborador en La Patria, no sólo lo unía el periodismo, sino la sombra del duelo con Santiago Sierra. [1] Ángel Pola, otro viejo colega, participó muy de cerca con Paz durante la colecta para el monumento de Manuel Acuña; fue él quien narró un escalofriante pasaje sobre la inhumación del poeta. [2] Por su parte, Luis León también tuvo una amistad duradera con Paz, la cual se heredaría de padres a hijos. Octavio Paz Solórzano fue amigo del hijo homónimo de Luis León... Ambos compartían la juerga y la política. León fue cercano a Plutarco Elías Calles y también fue quien le reveló al poeta Octavio Paz Lozano la existencia de una media hermana suya, hija extramarital de Paz Solórzano.




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