En la mirada de otros

En la mirada de Rosario Castellanos

Rosario Castellanos

Año

1951

Tipología

En la mirada de otros

Lustros

1950-1954

 

Rosario Castellanos

En 1950, después de haber recibido su maestría en filosofía en la UNAM, Rosario Castellanos (25 de mayo 1925 - 7 de agosto 1974) obtuvo una beca del Instituto de Cultura Hispánica para estudiar estética y estilística en la Universidad de Madrid. La poeta y narradora chiapaneca aprovechó su estancia en España para visitar varias ciudades europeas, entre otras París, donde en diciembre de 1950 y enero de 1951, junto con su amiga la poeta Dolores Castro, visitó a Octavio Paz.


          En estos años, Castellanos sostenía una extensa correspondencia (de su lado) con el filósofo Ricardo Guerra, a quien había conocido en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1949, y con quien más tarde se casaría. En las cartas que escribe durante su viaje en barco de Veracruz a Barcelona, Castellanos alude en varias ocasiones a Paz, y más tarde relatará sus impresiones del poeta durante su visita a París. La correspondencia con Guerra se interrumpiría unos meses después de su regreso a México en el otoño de 1951, para ser retomada muchos años después, primero durante una estancia de Castellanos como profesora visitante en las Universidades de Wisconsin e Indiana, y más tarde cuando Guerra viaja a Puerto Rico. En las cartas de 1966 y 1967, Castellanos también menciona a Paz en varias ocasiones, aunque sin la simpatía que se observa en las cartas de 1950 y 1951. 


          En el prólogo a Poesía en movimiento (1966), Paz escribe lo siguiente sobre la poeta chiapaneca: “Rosario Castellanos es un temperamento menos complejo y agudo; su mirada es amplia y conmovedora su derechura espiritual. Su lenguaje es llano y, cuando no cede a la elocuencia, grave, sentencioso. Como Torres Bodet y algunos otros de la generación anterior, Margarita Michelena y Rosario Castellanos pertenecen a la tradición de la ruptura sólo en momentos aislados.”


          Las citas han sido tomadas de Rosario Castellanos, Cartas a Ricardo, prólogo de Elena Poniatowska, México, Conaculta, 1994. (MVD)



S.s. Argentina, 3 de octubre de 1950

El nivel cultural de este pueblo es bastante alto. Por todas partes, por donde vuelvas la vista en Cartagena te encuentras con colegios particulares, internados, institutos politécnicos, etc. En el periódico que compramos venía un suplemento literario del que temíamos los acostumbrados engendros poéticos que padecemos en toda Hispanoamérica. Sin embargo, no era así. Las colaboraciones muy escogidas, con firmas extranjeras muy prestigiadas. Tomamos en Cartagena muchas fotos, pero todavía no las han revelado, por eso no te las mando en este sobre. La influencia de México es muy notable: las canciones, el cine, la pintura son aquí muy conocidos y admirados. En el suplemento literario había un extenso y elogioso artículo sobre Octavio Paz. Se lo voy a recortar para enviárselo.


Madrid, 4 de noviembre de 1950

El favor grande que le quería pedir era uno de lo más tonto pero de lo más molesto. ¿Tiene algún ejemplar del último número de América? Supongo que sí. Pues quería rogarle que por favor se lo enviara por correo a Octavio Paz; ya sé que es una lata envolverlo, llevarlo a la oficina de correo y todo lo demás, por eso no se lo pedí de sopetón. Pero como usted es todo amable lo hará, cosa que de antemano le agradezco. La dirección de Octavio es: Embajada de México, 9 rue de Longchamp, París, Francia.


París, 23 de diciembre de 1950

Estamos en París desde hace cinco días y hemos hecho cantidad de cosas: hemos conocido el París moderno: Versalles, Louvre (que es maravilloso, importantísimo), hemos ido al cine a ver Orphée de Cocteau y La justice est faite. Hay miles de teatros, todos muy suaves, hemos recorrido el París nocturno, conocimos a Octavio Paz, nos invitó a comer. Mañana iremos a Fontainebleau; nuestro francés muy mal pero nos hacemos entender; la calle un nombre horrible; el hotel de lo peor; la comida muy salerosa; la bebida muy cara. París es una ciudad real lógica, uno no se pierde; la gente es refinada, inteligente. No deje de venir, se perdería una extraordinaria experiencia. Ya le contaré. Lo amo.


París, 18 de enero de 1951

Vimos gentes. Octavio Paz. Es todo guapo, todavía joven. Nos trató muy bien. Creo que le simpatizamos. Él esperaba encontrar sendas vampiresas. Y va encontrando dos niñas con calcetines de lana y botitas y que no se atrevían a meter de golpe en las puertas giratorias. Decidió que éramos tímidas y modestas y que así lo admiraríamos mejor y nos invitó a comer y nos aconsejó libros y hablamos de México y nos presentó con María Zambrano (¿no la ha leído? Es filósofa, discípula de Ortega). Una señora toda remilgada y disque muy inteligente con un hijo de Valle Inclán y, cáete cadáver, con Sartre y con Simone de Beauvoir. Muy, muy amable Octavio. Nos cayó muy bien. Nos regaló unas revistas.


Madison, Wisconsin, 9 de noviembre de 1966

En el seminario de novela mexicana, en el que tengo 22 alumnos (con lo que se convierte en una clase cualquiera), hay un monstruito cubano que me da mucha lata porque antes fue alumno de Vázquez Amaral y él les explicaba todos los libros desde el punto de vista metafísico y quiere que yo le muestre los sublime de La muerte de Artemio Cruz, por ejemplo. En cambio, hay un español, Ferrer, que hizo un ensayo sobre Pedro Páramo (no para mi clase, sino el año pasado) que es una obra maestra de imaginación. Ahí está condensada, nada menos, que toda la historia de México, todos los traumas del mexicano, toda esa búsqueda de la filiación, etc., etc. Es muy ingenioso y está muy bien urdido, aunque, como ni siquiera conoce el país, se le pasan por alto cosas muy obvias o interpreta muy rebuscadamente otras que son muy simples. Aquí todo el mundo delira por El laberinto de la soledad y se lo aprenden de memoria y explican y entienden todo lo mexicano a través de esto.


México, D.F., 30 de agosto de 1967

Aquí va a haber una mesa redonda con los consabidos Villoro, Rossi, Villegas, etc., sobre la situación de la filosofía en México que, como tu comprenderás, ha variado mucho desde que te fuiste y está irreconocible.

Villoro también tomó parte en otra mesa redonda con Margit Frenk y una serie de gentes más para glosar el discurso y los cursos de Octavio Paz en el Colegio Nacional. Yo no asistí ni he leído ninguna reseña ni escuchado comentario al respecto.


México, 17 de septiembre de 1967

Ayer abro el periódico y leo la noticia, pequeñita, perdida entre un montón de cables: ‘El premio Trouyet se concede a Rosario Castellanos.’ Ah, esto es lo de Yáñez y la entrega va a ser mañana, a las doce en su despacho. Muy displicente, porque qué me duran los premios, leo el texto, muy escueto, y de pronto me entero de la cifra. El premio consiste en ¡cincuenta mil pesos! Como soy muy sentimental me puse a llorar ipso facto. Entiendo muy bien los mecanismos que movieron a Yáñez, porque no hubo jurado, a elegirme. Hay que parar a Carlos Fuentes y a la ola de niños mafiosos que están creciendo como espuma y que no le son adictos. Pero tampoco hay que crear seres sin necesidad. Y allí estoy yo, que no he publicado nada últimamente, lo que me hace inofensiva, y mujer, y Octavio Paz no me quiere, lo que indirectamente le da en la torre y … ya sabes todos los mecanismos. Además yo desde chiquita dije que Al filo del agua era la raíz de la novela mexicana contemporánea y además me he portado bien y soy muy decente y no voy a dar lata. Pero como no creo en el honor ni en los honores, sino en el cheque, estoy de lo más feliz. Además es la patria abriéndome los brazos y dándome una bienvenida que me invita a hacer un viajecito así todos los años. Y, para el currículum, tú sabes lo apantallador que resulta. ¡Qué lástima que no estuvieras aquí para celebrarlo!, porque ya te imaginas el ninguneo con que fue recibida la noticia. No existo, lo que es mucho más cómodo. Pero me hubiera gustado que me acompañaras mañana. Me haces mucha falta, en ocasiones así, no para llamar plomeros que de eso ya me las sé todas. 

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