Conversaciones y novedades

El duelo: Ireneo Paz contra Santiago Sierra

Ángel Gilberto Adame

Año

1880

Lugares

Tlalnepantla

Personas

Paz, Ireneo

Tipología

Historiografía

Temas

El origen y la familia

 

Santiago Sierra Méndez

Lo que se ha escrito sobre el duelo entre Ireneo Paz y Santiago Sierra contempla sólo los antecedentes más inmediatos (en particular, lo que sucedió entre ellos en abril de 1880), pero la historia entre estos dos personajes es mucho más añeja y profunda, pues hay agravios originados casi diez años antes. Otro factor fundamental en el conflicto fue el papel de la prensa en la sociedad decimonónica: los diarios ejercían una gran influencia y quienes publicaban debían responsabilizarse de sus palabras.


Mala herencia

Las pugnas entre federalismo y centralismo como forma de gobierno determinaron la vida nacional durante la primera etapa del México independiente. Las Siete Leyes de 1836 sirvieron como pretexto para la separación de Texas y provocaron, hacia 1840, la declaración de independencia de Yucatán, un territorio atravesado por los conflictos internos entre los nativos mayas y los colonizadores. Esta situación llegó a su punto más álgido en la llamada Guerra de Castas de 1847, simultánea a la intervención estadounidense en México. Yucatán quedó amenazado por los dos flancos: Santa Anna debía combatir las revueltas de la península (aunque, en realidad, no les prestó tanta atención) y los Estados Unidos, que no reconocían la emancipación de esas costas, invadieron puertos mayas.

     En una acción desesperada, el gobernador Santiago Méndez envió a su yerno, Justo Sierra O’Reilly, a pactar con el Gobierno estadounidense la liberación de los puertos yucatecos y a pedir ayuda económica para sostener la guerra civil que enfrentaban. En su diario, Sierra O'Reilly expresó temor ante la empresa, pero mostraba plena convicción patriótica en favor de Yucatán:

Sufro mucho […] pensando en ti, en mis hijos, en papacito, en mi país, en su suerte futura, en mi porvenir, en mi pobreza, y en todo lo que me anuncia la fatal posición de nuestro desgraciado Yucatán […]. Después de almorzar cerré y sellé una larga nota que he escrito al ministro Buchanan, la más importante que haya yo preparado aquí sobre los negocios de Yucatán y cuyo éxito, que para mí es dudoso, va a decidir tal vez la suerte del país. A las 11 tomé mi paquete y me dirigí al Departamento de Estado con el objeto de entregarlo yo personalmente. Entrevisté al ministro, hablé con él cerca de media hora y le entregué mi nota que, según parece, recibió con bastante aprecio. Ya veremos el éxito. Me temo que no sea muy favorable, porque ciertos antecedentes que poseo me hacen desconfiar de su resultado. Pero de todos modos yo habré cumplido con un deber de honor, de patriotismo y de conciencia. Yo creo que esta nota, escrita con demasiada franqueza y claridad puede con el tiempo comprometerme en mi país mismo. Acuérdate de esta predicción que hoy estampo aquí. Mi nota de 3 de abril de 1848 al ministro de Estado americano ha de ser con el tiempo un capítulo de acusación contra el Comisionado de Yucatán en Washington. Con este convencimiento la he escrito y no me arrepiento; y tan es así que sin temor he resuelto sacar copia de ella y enviarla a algunos periódicos… [1]

La nota mencionada ofrecía el territorio yucateco a cambio de ayuda para librar sus conflictos locales:

Solicito la intervención formal, la activa y eficiente cooperación de los Estados Unidos a consecuencia de la guerra sangrienta, la más cruel que sufre el pueblo de Yucatán. Y si conforme a la Constitución y a las leyes de la República, el poder ejecutivo no tiene la facultad necesaria para determinar acerca de este punto, pido formalmente que esta mi nota junto con las que a ella se refieren y que ya entregué al Departamento de Estado, sean sometidas a cualquiera de los cuerpos de la legislatura, como memorial dirigido por el gobierno de Yucatán en nombre de la nación que representa. […]
Señor: La situación actual de Yucatán es ciertamente precaria y miserable, pues está reducido a la absoluta necesidad de pedir extraña ayuda para salvar a su pueblo del exterminio. Pero en sus días de prosperidad, en aquellos días que creo en Dios volverán, tenía entradas anuales por un millón de pesos, suficientes para cubrir todos sus gastos. Todavía tiene una riqueza pública considerable y tierras fértiles y ricas, de las que puede disponer. Con esto quiero decir que, si ese país está ahora arruinado y en la miseria, es a consecuencia de la guerra de los bárbaros; vendrá la paz y con ella todos los recursos del país se restablecerán y todos los gastos y contrariedades que los Estados Unidos tengan hoy por ayudarlo y protegerlo, serán repagados. [2]

Por fortuna, como se estaba negociando el Tratado de Guadalupe Hidalgo, el presidente estadounidense James K. Polk ignoró el ofrecimiento. Con la venta de la región septentrional, México pudo enviar ayuda al sur, limar asperezas al interior y reunificar Yucatán. Ello libró a Sierra O´Reilly del título de vendepatrias; sin embargo, muchas personas recordarían su fallida “traición”. Para Marte R. Gómez el comisionado Sierra O´Reilly “escribe con naturalidad sin el menor sentimiento de solidaridad con México o conmiseración para nuestra tragedia”. Héctor Pérez Martínez lo ataca con dureza y lo estigmatiza. Genaro Fernández MacGregor opina “que esa actitud no tiene en consideración las circunstancias, las ideas y los sentimientos de la época en que los hombres peninsulares del 48 tuvieron que actuar”. [3] Su hijo mayor, Justo Sierra Méndez, también mencionaría el espinoso episodio:

Porque todos tenemos plena conciencia de que mucho habrá que censurar en la vida política del hombre de bien que hoy conmemoráis; pero nada, ningún error, ningún empeño, ninguna falta que no haya tenido por móvil el amor, el profundo y apasionado amor por Yucatán, que se exaltaba hasta tomar proporciones trágicas, hoy incomprendidas, en los días de desgracia, de agonía y muerte del país amado. [4]

Varios integrantes de la generación posterior a Sierra O´Reilly censuraron su proceder. Ireneo Paz estaba entre ellos. En ese tenor, José Mariano Leyva imagina un primer encuentro entre el jalisciense y Santiago Sierra, situándolo en una cantina del centro de la Ciudad de México:

Ahí estaban Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza.
—La iglesia católica es, con creces, el último vestigio de la colonización— los presentes asintieron con excesivo entusiasmo a las palabras de Santiago. Era fácil, no había ninguno que pensara distinto. Santiago se sabía consentido. Era el hermano menor de Justo y [eran] sus amigos. Se sentía seguro de sí mismo.
Pero el gusto no le duró mucho tiempo. Tras su apasionada intervención una voz lejana comentó:
—Pero los curas católicos no son los únicos traidores de la patria. Los hay que gustan de vender islas a países vecinos…
Santiago sabía perfectamente a qué se refería la interpelación. Justo también.
—¿A qué se refiere, amigo?— contestó Santiago lleno de un valor que se acerca peligrosamente al enojo.
La voz cobró forma. Del fondo de la mesa se incorporó un hombre mayor que el resto. Si el promedio de edades en la mesa se instalaba en la década de los veinte, el interpelado superaba esa edad por tres lustros al menos.
—Usted bien sabe a lo que me refiero, amigo. En la historia de este menguado país ha habido personajes que se quieren aprovechar de situaciones nacionales para obtener un bien personal.
—¿A quién se refiere concretamente?— regresó Santiago con la cara ya roja de ira.
—No lo sé, hay muchos. Recuerdo por ejemplo a Lorenzo de Zavala. Un gran liberal que se las gastaba en discursos como el suyo y mire, al final terminó siendo vicepresidente del flamante estado independiente de Texas.
—Zavala tenía negocios en esas tierras, y creyó conveniente que…
—¡A eso me refiero, amigo! Aun cuando nos deshagamos de las instituciones católicas, un país no puede echar a andar a menos que elementos de esa naturaleza obtengan una conciencia verdaderamente patriótica.
Santiago ya sabía quién era su interlocutor. El legendario editor de El Payaso en Guadalajara. Abogado de preparación, liberal de hueso colorado.
—Curioso que un liberal hable de esa forma de otro liberal.
—Hay de liberales a liberales. Yo nunca pelearía por separar o vender al mejor postor territorio mexicano. Hay personas que se la viven haciendo negocios nocivos para su país. ¿Sabía usted, joven amigo, que Zavala también intentó separar la península de Yucatán, seguramente con las mismas miras que tuvo en Texas? Me sorprendería que no lo supiera, en especial cuando su propio padre fue un honorable vecino de aquellos lugares. […]
—Si tiene algo que decir dígalo de frente. No se ande por las ramas.
Santiago no recibió respuesta de Ireneo Paz esta vez. Un hombre que se encontraba a su derecha se levantó y compartiendo la misma torpe pasión de Santiago dijo:
—Usted bien sabe a lo que el coronel Paz se refiere. Todos los presentes sabemos quién era su padre. Un hombre de pocos escrúpulos que negoció con los invasores la desocupación de la isla del Carmen [5] cuando ésta se encontraba en dificultades. Peor aún, todos los presentes sabemos que su padre ofreció la soberanía de la península, a cambio de una pingüe ayuda para calmar la india. Su padre prefería antes ser esclavo de los norteamericanos que negociar con su propia gente.
Santiago no pudo decir más. Era el mismo argumento que tantas veces había oído en su niñez y adolescencia. Se sentó y no volvió a contestar. El grave error de su padre había sucedido hacía más de quince años. Pero parecía que nadie lo olvidaba. [6]


Politiquería

Desde el triunfo de Juárez en 1867, la vida de Ireneo Paz transcurrió en una constante lucha por la no reelección. Desde los primeros números de La Palanca de Occidente “postuló […] a D. Porfirio Díaz para presidente de la República”. [7] Dicho respaldo se mantuvo en 1871 con el Plan de la Noria y, años después, con el triunfante Plan de Tuxtepec.

     En cambio, las convicciones políticas de los hermanos Justo y Santiago Sierra Méndez fueron menos belicosas y más legalistas. Algunos percibían que siempre buscaban estar del lado vencedor. Ellos mismos se tacharon, en algún momento, de liberales y conservadores a la vez. Así, defendieron a Juárez y a Lerdo mediante barricadas como El Federalista. En 1876, otra vez cambiaron de bando:

Justo Sierra reprobaba los procedimientos dictatoriales del gobierno […] el único remedio a este estado de crisis según él estaba en la realización de elecciones verdaderamente libres, se dedicó a demostrar que las anteriores no tuvieron ningún valor legal […] en un artículo del 7 de septiembre […] declaró que, puesto que las falsas elecciones de julio fueron aprobadas por el Congreso, se trataba en realidad de un golpe de Estado. Se deducía que, ante ese abuso de poder, la resistencia se hacía legítima, pues según la Constitución el presidente, “muerto para la ley” debía ser reemplazado legalmente por el vicepresidente de la República, es decir, en este caso, por el presidente de la Suprema Corte de Justicia, José María Iglesias”. [8]

Esa postura hizo que los tuxtepecanos los tacharan de tibios y los bautizaran como decembristas:

Este partido de los términos medios siempre ha hecho lo mismo; generalmente han pertenecido a él las inteligencias tímidas, los cerebros apocados que buscan soluciones en los relojes… Fijar las reglas de moralidad de las acciones del gobernante en el movimiento de los relojes; tomar por nombre de las acciones una fecha más o menos lejana, sin buscar de otra manera pronta y eficaz el remedio de los males, es ponerse en ridículo, es dejar siempre en pie los abusos […]. Señores decembristas, si obráis de buena fe, os estáis suicidando con la política tibia de que os habéis constituido defensores. [9]

Justo respondió duramente: “La saludable lección que el país dará a la tiranía vale la pena de un poco de angustia y de sangre. Será la última y por eso será terrible. Tiene de vez en cuando el progreso humano la súbita necesidad de una evolución trágica: es la cascada que salva el abismo, es el mar que rompe el dique”. [10]

     Luego de que Iglesias hiciera un pacto con Díaz, a los Sierra les pareció pertinente seguir el cauce político y brindarle su apoyo. Cuando los hermanos dirigían La Libertad, ya eran porfiristas de cepa, defendían el derecho del oaxaqueño a nombrar a su sucesor y, en consecuencia, estaban del lado de Manuel González:

¿Han variado nuestras creencias, sin embargo, en presencia de lo que ha pasado? No, porque nosotros, hoy como ayer, tenemos el más completo convencimiento de que la solución que presentábamos al país, era no sólo la más legal, sino la más conveniente; porque dado el estado de nuestra cultura, la Constitución es bastante amplia para que dentro de ella cupieran cuantas reformas proclamara el levantamiento nacional; porque descartaba noble y desinteresadamente la ilustre personalidad que opuso al gobierno prevaricador la fuerza incontrastable de la ley, el que es hoy presidente de la República hubiera llegado al poder sin necesidad de haber pasado por encima del pacto fundamental.[11]

Los críticos no se conformaron. De Santiago se dijo: “fue juarista, lerdista en seguida, a continuación, adicto al orden constitucional encabezado por el señor Iglesias, porfirista después y admirador del General González.” [12] Esa ambigüedad originó que varios colaboradores de los Sierra los abandonaran y se sumaran a otros medios. Tal es el caso de Manuel Caballero, quien los dejó para trabajar en La Patria y, desde ahí, los criticó.

     Ireneo se burló de este vaivén en El Padre Cobos:

Notas cronológicas
Se enumeran según la corrección gregoriana.
Del Gonzalismo de La Libertad: 8 días
Del Benilismo de La Libertad: 9 días
Del Cadenismo de La Libertad: 10 días
Del Vallartismo de La Libertad: 11 días
Del Porfirismo de La Libertad: 12 días
Del Rivapalacismo de La Libertad: medio día
Del Iglesismo de La Libertad (Los cronistas no están uniformes en este dato; pero casi todos convienen que duró este periodo desde el Plan de Salamanca hasta la conferencia de la Capilla). [13]

Paz era desafecto a esta nueva generación, porque vislumbraba que ocuparían espacios que les correspondían a los que lucharon con Díaz. Cosío Villegas reconoce que el oaxaqueño financió al nuevo grupo, mientras que estos jóvenes lo ayudaban a consolidar su gobierno:

Y absolutamente extraordinario puede clasificarse el caso de La Libertad. En primer lugar, por la edad de sus cuatro redactores principales: Telésforo García, el más viejo, tenía al fundarse el diario treinta y cuatro años. Justo Sierra, treinta, y Francisco Cosmes y Santiago Sierra, veintiocho. Habían escrito antes en los periódicos, pero distaban muchísimo de ser nombres consagrados, y todavía menos si se les comparaba […] con los pilares […]. Aun plumas tan toscas como la de Ireneo Paz tenían mucho mayor arraigo en el público. En segundo lugar, los cuatro redactores de La Libertad habían sido ardientes decembristas: participaron en el movimiento y escribieron y arengaron en su favor. Llevaban encima, pues, el pecado de haber sido adversarios de la revuelta tuxtepequeña y de su caudillo. En tercer lugar, podía ponerse en duda su habilidad literaria, pero en manera alguna su orgullosa independencia. Y debió ser también transparente la gota de vanidad y aun de soberbia; a más de creerse talentosos y pulidos escritores, se juzgaban precursores del México nuevo que apenas despuntaba; y también los únicos conocedores del nuevo pensamiento europeo y, por lo tanto, monopolizadores de una “ciencia” generalmente ignorada. Por último, no es poca gracia que hayan escrito como escribieron en pleno ambiente tuxtepeco, un ambiente hostil a cuanto fuera refinamiento y cultura; es más, “exclusivista”, o sea excluyente de los elementos conocidamente desafectos a él y aun de los neutrales en la contienda. [14]


El Círculo Gustavo Adolfo Bécquer

Tal como narra Jonathan Rico Alonso, a mediados de abril de 1877, Santiago Sierra emprendió un nuevo giro empresarial “ubicado en el número 7 de la calle de las Escalerillas [y] la prensa capitalina, tanto conservadora como liberal, celebró la apertura con frases elogiosas y buenos augurios: ‘deseamos prosperidades de todo género al nuevo impresor y tipógrafo, señor Santiago Sierra, [cuyo nombre y] conocidos dotes [...] son la mejor recomendación del establecimiento.’” [15]

     Al emprender la labor editorial, Chano —como era conocido Santiago Sierra— competía con casi una treintena de negocios del mismo giro. Su ubicación no fue casual:

La calle de las Escalerillas, ubicada muy cerca de [su] domicilio particular (número 8 de la calle del Parque Cerrado de la Moneda, justo detrás del Palacio Nacional, entre Corregidora y Academia; hoy calle Soledad) […], fue —desde los sesenta de aquella centuria— el sitio donde tuvieron su sede diferentes imprentas y administraciones de publicaciones periódicas. En específico, en 1877, convivieron a lo largo de esta pequeña vía impresos noticiosos (El Monitor Constitucional y El Federalista), conservadores y católicos (La Voz de México), infantiles (El Correo de los Niños), industriales (El Explorador Minero) y de apoyo al gobierno en turno, como La Época y La Libertad[16]

Una de las empresas con las que rivalizaba era la Imprenta y Litografía de Ireneo Paz, que, desde el 15 de marzo de ese año, estaba ubicada en la primera calle de San Francisco número 13. En ese local, los miembros del Círculo Gustavo Adolfo Bécquer [17] dieron a conocer su primera publicación. Pronto surgirían las desavenencias:

En el fondo de todo había diferencias serias y enconadas […] entre el poeta Cuenca y un grupo de amigos en contra de Paz. Los primeros se habrían negado a cubrir el importe de la impresión del boletín del Círculo Gustavo Adolfo Bécquer, efectuada en el taller del segundo, y éste, montado en cólera, había hecho públicas […] varias denuncias de lo ocurrido. Cuenca, Juan de Dios Peza y otros miembros del grupo literario adeudaban al señor Paz siete pesos, y se negaban a pagarlos con el argumento nada despreciable de que la edición de Paz de su boletín parecía catálogo de tipos, pues en dicho taller las fuentes estaban empasteladas. Y el empresario jalisciense contraatacaba con argumentos de no menor peso: “Mi taller ha entregado impreso al Círculo Gustavo Adolfo Bécquer un boletín cuyos autores, en persona, ordenaron editar. Yo cumplí mi parte, toca a la contraria hacer la suya”. [Por su parte], Cuenca y sus amigos alegaban que ante la mala calidad de los impresos del taller de Paz se habían visto obligados a producir su boletín en un taller serio y pulcro. Trabajo que ya estaba en marcha. Y mencionaban al dueño del impresor sustituto: don Santiago Sierra. [18]

El pleito cayó en lo absurdo. Ante los yerros editoriales del primer número de sus Páginas Literarias, Cuenca, Bolaños y Peza difundieron un manifiesto...

[en] el que se avisó que el Círculo prescindiría de los servicios de Paz. Este documento salió de la imprenta de Ireneo, puesto que aún no se encontraba en funciones el establecimiento de Santiago Sierra. Lamentablemente, al igual que el primer número de la revista literaria, el manifiesto estaba lleno de erratas, letras rotas y tipos de casta diferente. No obstante, el Círculo decidió pagar el documento en dos partes: la primera al momento y la segunda luego de que se recaudara la cuota extraordinaria de los señores socios; Paz convino en ello, mas cuando el tesorero de la asociación leyó sus recriminaciones, emitidas el día 13 en La Patria, éste se abstuvo de hacer el pago; finalmente, pese a los insultos, se llegó a la resolución de saldar el adeudo correspondiente. [19]

El 24 de mayo, Ireneo publicó lo siguiente:

El Círculo Bécquer ha pagado ya la cuenta que tenía pendiente por impresiones en esta casa, lo cual nos complace en hacer público para desvanecer el juicio desfavorable que se hubiera formado alguien por la noticia contraria que dimos anteriormente. Creemos que esto que acredita a los miembros del Círculo Bécquer de buenos pagadores, les será más satisfactorio que el habernos vencido en duelo como querían, según el artículo de tres de ellos que reprodujimos, y lo que no sucedió porque nos consideramos indignos de medir sus armas con las nuestras, en virtud de lo insignificante de la deuda.
Por lo demás, pueden estar seguros los miembros del Círculo Bécquer de que les profesamos toda nuestra simpatía, de que nunca quisimos hacerles daño, de que la costumbre fue la que nos obligó a dar cuenta al público de su falta de pago para ejemplo de los morosos, y de que nuestros malos tipos no necesitan de sus bellas publicaciones. [20]

Meses después, al darse a conocer El Mundo Científico, la nueva publicación de Santiago, Paz ironizó: “lo único que sentimos es que no nos haya honrado con sus visitas”. [21] Sierra, a su vez, recordaría cada que podía el desaseo tipográfico del que se acusaba a Ireneo:

Hace tres o cuatro días que vienen deslizándose en La Libertad algunas erratas de caja capaces de poner de gorja a nuestras víctimas habituales. […] Ayer apareció en las primeras líneas de las “Cosas del día” una concordancia digna de […] La Patria. […] Conste para desconsuelo de tontos. [22]

La empresa Santiago Sierra, Tipógrafo cerró a mediados de abril de 1878, ya que a su dueño se le encomendó una misión diplomática. Curiosamente, la imprenta de Ireneo Paz se instaló en aquel lugar meses después, según da cuenta una publicación del 31 de diciembre: “Es cierto que hemos cambiado las oficinas de La Patria a la calle de las Escalerillas núm. 7, en donde estamos a las órdenes de ustedes”. [23]


Misión diplomática

Para 1878, por conducto del ministro Ignacio L. Vallarta, se envió una delegación a América del Sur para afianzar los vínculos entre naciones y buscar la utopía de unidad latinoamericana. Con júbilo, se narraba el tránsito de los diplomáticos:

Acaba de pasar por esta ciudad una misión que México ha nombrado cerca de las repúblicas del Pacífico en la América del Sur, con objeto de estrechar las relaciones y de establecer una alianza entre los países de origen español de este continente. […] Los distinguidos caballeros que componen esa misión, que tan halagüeñas esperanzas augura para estas nacionalidades […] son los Sres. Leonardo López Portillo, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario; Santiago Sierra, secretario de la legación; y Anselmo de la Portilla, hijo, oficial adjunto. [24]

El 11 de abril, los delegados partieron hacia Nueva York y de ahí debían ir a Santiago de Chile para instalarse. Sin embargo, al llegar a la metrópoli estadounidense, López Portillo cambió caprichosamente el rumbo hacia París. Pretextó que negociaría “ventajosamente los sueldos de los subalternos y las libranzas que le habían sido entregadas para viáticos”. [25] A regañadientes, los otros dos aceptaron. Ya en la Ciudad Luz, López Portillo quiso prolongar su estancia, pero sus subalternos se rebelaron y compraron pasajes económicos para continuar su viaje.

     Al llegar al país andino, Sierra le narró a Vallarta lo que hasta ese momento había ocurrido:

Había yo obtenido de él la promesa de que me acompañaría a hacer mi primera visita oficial al Ministro de Relaciones, y de que después me entregaría los documentos y objetos pertenecientes a la Legación. Sin embargo, después, con un dependiente del hotel en que vivía me envió un recado verbal muy extraño, y otro con el señor Portilla, Oficial de la Legación, advirtiéndome que no quería tener relaciones de ninguna especie conmigo y que no entregaría nada absolutamente. [26]

Vallarta cesó a López Portillo, quien tuvo que anunciar su regreso el 27 de noviembre: 

Tengo el honor de poner en conocimiento de V.S. que, habiendo sido llamado por mi gobierno, con el objeto de informarle sobre diversos asuntos concernientes a la misión que me confió, de acuerdo con las instrucciones que he recibido dejo encargado de esta legación al primer secretario, Sr. D. Santiago Sierra. [27]

Deshonrado, arribó al puerto de Veracruz el 29 de enero de 1879. Se reintegró a su cargo de senador.

     Sierra volvió en otoño, ya que sus buenos oficios se vieron empañados por la guerra entre Chile y Bolivia. En su carácter de secretario del Senado, pronto se reencontraría con el ex embajador:

El señor López Portillo había mandado un cartel de desafío a D. Santiago Sierra, que este no había querido admitir; a los pocos días se encontraron en la Secretaría del Senado: el señor López Portillo insistió en que deberían batirse, a lo que contestó el señor Sierra que él no se batía, porque no consideraba que hubiera motivo. Entonces el señor López Portillo para que lo hubiera, escupió en la cara al señor Sierra; éste entonces se lanzó sobre el señor López Portillo, y se trabó un combate de porrazos a puño pelón. El señor Sierra agrega en su escrito que el señor López Portillo sacó una pistola, la amartilló e iba a disparársela, cuando intervinieron los empleados de la Secretaría, impidiendo un desastre. Entonces el señor Sierra corrió a quejarse con el gobernador, después con un juez de lo criminal y al último al Congreso. [28]

Parte de la prensa especuló que Sierra había acusado a López Portillo por órdenes del ministro Protasio Tagle, quien así buscaba deshacerse de un correligionario hostil y de uno de los acusadores contra el gobernador de Veracruz, Luis Mier y Terán, por los asesinatos del 25 de junio.

     En respuesta, Sierra publicó una carta el 12 de octubre:

Con motivo de los disgustos habidos en la Secretaría del Senado entre un senador y yo, El Republicano, El Monitor y La Patria han afirmado varias inexactitudes. La verdad de los hechos consta a los caballeros que han presenciado estos incidentes, y ella será evidente para todos cuando se publiquen las diligencias de la autoridad judicial que conoce de este asunto.
Pero se ha mezclado indebidamente en esta cuestión el nombre respetable del Sr. Ministro de Justicia, y esto me obliga a declarar, bajo mi palabra de caballero, que yo, espontáneamente y sin sugestión de nadie, presenté mi acusación al Senado y mis declaraciones ante el Juez 3° de lo Criminal.
 El mismo Juez es el que, cumpliendo con su obligación, ha remitido mi queja a la H. Cámara de Diputados.
 Creo que el deber de todos los hombres honrados es no preocupar a la opinión pública en un negocio que es de la exclusiva competencia de la justicia. El hecho, además, de que estos desagradables sucesos han ocurrido entre dos personas que acaban de figurar en una Legación de México, me parece recomendación suficiente para que los dignos órganos de la prensa se abstengan de aumentar un escándalo que redundará en desdoro de la patria en el exterior y dará en Sudamérica pábulo a comentarios desfavorables para el gobierno y el país. [29]

Ireneo tomó partido por Leonardo, pues en su formación académica influyó de manera determinante su hermano Jesús López Portillo, quien lo apoyó mientras hacía sus prácticas de jurisprudencia en Guadalajara. Así lo demostró burlándose de la aclaración de Sierra: "D. Santiago Sierra […] nos dice que no debemos hablar más del asunto, porque tanto él, como el señor López Portillo, figuraron en una Legación Mexicana. […] Respecto del señor Sierra, sostenemos que dice la verdad: figuró." [30] Más tarde, Paz alegó que había consigna contra su amigo:

Se asegura que el señor Tagle ha dado a su mayoría en la Cámara de Diputados, orden de que se declare con lugar a formación de causa al senador D. Leonardo López Portillo, acusado por D. Santiago Sierra, a quien parece que aquél le infirió uno de aquellos agravios que deberían ventilarse en otros terrenos.
Esta nueva intriga tan mezquina como todas las que vienen acentuando la política de entresuelo, tiene por objeto eclipsar a un representante de la federación, de voz elocuente y de espíritu levantado e incorruptible. [31]

Después, justificó la aparente corrupción de su paisano:

Hubiera sido un excelente diplomático, pero el gobierno se propuso matarlo de hambre […] sin que se le pagaran sus honorarios del tiempo en que fue ministro.
Sus doloridos amigos piden al pasajero un Padre nuestro para que Dios perdone… a los que tuvieron la culpa de que un hombre, honrado y patriota estuviera a punto de quedar en ridículo ante un pueblo extraño. [32]

Luego, aunque el escándalo se diluyó, Ireneo se sumó a los que propalaban la falta de hombría de Santiago. El 14 de marzo de 1880, publicó una hiriente nota del periodista Francisco Javier Rivera, Pipo, quien se preguntó qué podía esperarse de “aquel que responde a un afrentoso bofetón, con un escrito de queja ante el juez en turno”, y remató: “quedé convencido, y no puedo negar la tristeza que engendró en mi ánimo esa persuasión, ¿qué recurso le queda a uno para desquitarse de los insultos de una persona del sexo débil o de las injurias de un hombre como aquel a quien llaman la Divina Simona[33] Ninguno.” [34] Por último, Paz también se refirió de esa manera hacia Sierra. [35]

     Después del incidente, la vida política de Leonardo López Portillo menguó:

Este señor tiene tanto derecho a ser considerado en la galería de olvidados como en la de diplomáticos, porque después de haber formado parte de la oposición como diputado durante los gobiernos de Juárez y Lerdo, se confirmó una misión diplomática y después se eclipsó completamente, sin que haya vuelto a figurar para nada en la política mexicana. [36]


El espiritismo

Otras burlas por parte del jalisciense estuvieron relacionadas con las creencias de «Chano» Sierra. En el siglo XIX, la corriente espiritista [37] tuvo un auge inusitado y más de un intelectual engrosó las filas de esta doctrina. Víctor Hugo, Abraham Lincoln, Charles Dickens, Francisco I. Madero y Santiago Sierra son algunos de los nombres que pueden citarse. Este último colaboró activamente, con el seudónimo Eleútheros, en La Ilustración Espírita, periódico consagrado exclusivamente a la propaganda del espiritismo. La publicación comenzó a circular desde 1868 y la edición estuvo a cargo de Refugio I. González, futuro suegro de Santiago.

     El 15 de mayo de 1872, apareció un monólogo del espíritu del médico queretano Pedro Escobedo y Aguilar —amigo de Guillermo Prieto y de Manuel Payno, y fallecido veintiocho años atrás—; Eleútheros fue el médium. La sesión se llevó a cabo el 27 de abril y versó sobre los problemas de la medicina, el alma y el cuerpo. En particular, el espíritu de Escobedo discurrió sobre la posibilidad de comunicar el mundo material con el espiritual por medio de la electricidad. Era común encontrar este tipo de narraciones en sus páginas, aunque ésta fue la única donde Sierra fungió como canal.

     Muchos se resistían a creer en los milagros del espiritismo. Ireneo, atrincherado en sus periódicos, satirizó estas prácticas, señalando a Sierra como un perturbado: “Asegura un colega que [Santiago Sierra] ha sido nombrado secretario de la Legación de México en las repúblicas de la América del Sur. ¡Los espíritus se van!". [38] Además, publicó un artículo de un tercero sobre lo absurdo de esta corriente: 

Con el título de «Espíritu-manía» he visto en el número 101 de «La Libertad» un suelto en su sección «Ecos de todas partes» en el cual su autor se permite colocar en primer término, entre las locuras mayores, la de los espiritistas, y nos favorece con otras apreciaciones como la de que, cada día estamos más cerca del manicomio, y que haríamos más bien al país si nos dedicásemos a cultivar la tierra.
Me propongo llamar solamente la atención del Sr. Lic. Director de «La Libertad» sobre tan incalificable inconsecuencia; hacerle saber que el Sr. D. Santiago Sierra, su hermano, es redactor corresponsal de la «Ilustración Espirita»; recordarle que ya otra vez ha retirado su nombre de otro periódico en que figuraba como redactor, [39] por haberse permitido uno de sus colegas atacar su religión —es la palabra— y suplicarle que si no tiene inconveniente, le estimaré como un señalado favor, mande quitar su nombre que con el carácter de editor correspondiente, figura en «La Libertad», ya que no ha querido o no ha podido impedir que se insulten en sus creencias y en su persona, a un hermano amante.
Por otra parte, hay también un motivo de conveniencia de quitar el nombre de D. Santiago Sierra del periódico «La Libertad» pues no se comprende cómo, cuando se trata de hacer de este periódico, el mejor diario de la capital, se comienza por poner al frente de él, a un demente por redactor. [40]

Ireneo no desaprovechó el tema de los espíritus y lo incluyó en sus calaveritas literarias: “Aquí se condensó el espíritu de CHANO SIERRA”. [41]


Un ataque afuera de La Patria

Unos días antes de que el conflicto final estallara, el 18 de marzo Manuel Caballero fue víctima de un intento de homicidio afuera de la redacción de La Patria; esto, a propósito de un suelto donde Caballero criticaba al diputado Cástulo Zenteno, simpatizante de Manuel González. Después de salir de la redacción, Caballero fue alcanzado por un extraño que le preguntó su identidad y luego lo golpeó. El reportero intentó defenderse, pero su oponente estaba armado y le disparó varias veces; sin embargo, Manuel logró huir ileso. Jesús Pruneda, un empleado de Ireneo, intentó socorrerlo y tomó una pistola, mas fue desarmado y lastimado por dos policías que se acercaron al lugar. Caballero y Pruneda fueron los únicos detenidos; se les remitió al juez.

     Caballero publicó un día después su versión de los hechos y señaló al responsable del ataque: “un individuo a quien no conozco me ha agredido bruscamente […] me ha disparado […] de milagro salí ileso. […] [Poco] antes del suceso […] el Sr. Cástulo Zenteno estaba apostado […] en la esquina de Escalerillas; no sé si sería él mi agresor”. [42]


Manuel Caballero

Además de denunciar la agresión, La Patria acusó a El Libre Sufragio de ser una herramienta del gonzalismo que desfiguraba y editaba en pro del Gobierno los hechos del altercado que sufrió Caballero; así como de justificar y aplaudir la represión a la libertad de expresión y de tener dos implicados en el agravio. Así fue como Ireneo tomó la ofensiva ante la falta de respuestas de las autoridades: “El gobierno es cómplice del atentado que lamentamos. Ninguno de los asaltantes ha sido preso, mofándose de la justicia y escarnio de la ley. De hoy más, tendremos que repeler la fuerza con la fuerza y matar como perros, a los que no saben combatir como caballeros”. [43] 

Ataque fuera de La Patria

Por otro lado, La Libertad también publicó sus propios juicios de los hechos. El 19 de marzo dio cuenta de lo ocurrido, pero deslindó el altercado de cualquier tinte político y se limitó a decir que la razón del problema fue un artículo donde Caballero fue demasiado insultante con Zenteno, por lo que el asunto era una “simple ofensa personal”. El día 23, La Libertad publicó una nota que desmentía las versiones ofrecidas por el periódico de Ireneo: "[La Patria] se ha convertido en un Sinaí del que se desprenden en vez de truenos y rayos, protestas llenas de indignación, contra el suceso […] ocurrido en Escalerillas”. [44] El diario de Ireneo respondió a esas declaraciones señalando que se trataba de una burla que el presidente Díaz mandaba a hacer por medio de ese diario y que, cuando algún reportero de La Libertad fuese atacado por ejercer su derecho, ellos lo apoyarían. Los Sierra contestaron:

Francamente nos parece demasiado que fuese preciso acudir a la voluntad del presidente, para obtener de nosotros que por obediencia nos burlásemos de un periódico del que por costumbre nos burlamos todos los días, con o sin incidentes […]. En cuanto a la promesa que nos hace La Patria de que nos defenderá […] le damos las debidas gracias […] desde ahora podemos asegurarle que no tenemos atentados de la clase del cometido contra La Patria, porque seremos víctimas de enemigos superiores en fuerza a nosotros, más nunca de un hombre solo. [45]


Un cambio de domicilio

A mediados de abril de 1880, los redactores de La Libertad decidieron mudar su domicilio de nueva cuenta a la calle de las Escalerillas. Así los recibió Ireneo:

Creemos cumplir con un deber de compañerismo, anunciando a los muchos lectores de La Libertad que la redacción de tal periódico se ha pasado en la calle de las Escalerillas, tomando un local que no presenta letra ni número, pero muy conocido de todos, por haber servido de sala de títeres. Otra seña: se halla dicho local, pared de por medio del renombrado Hotel [46] de las Escalerillas. [47]

Al día siguiente, insistió en que los miembros de su rival ya estaban “en carácter”, ya que eran “un teatrillo de títeres”. [48] El 21 de abril, La Libertad anunció que sus oficinas estaban en el número 19 y medio, [49] y respondió:

La Patria está furiosa porque nos hemos mudado a los bajos del Hotel de las Escalerillas. Este furor no puede explicarse, sino por la sombra que el hotel hace a La Patria. Mas le diremos, para tranquilizarla, que no debe temer, tratándose de nosotros, que el hotel le haga competencia. Nos proponemos observar una estricta imparcialidad entre La Patria y el hotel, no honrando a ninguno de los dos con nuestras visitas, para no despertar celos. [50]

Esto sería el preludio del desenlace:

La Libertad. Hoy damos orden de que no vuelva a recibirse ese diario en nuestra recepción, siguiendo el ejemplo que desde hace muchos meses nos pusieron El Monitor, El Combate, El Republicano y El Correo de los Lunes, suspendiendo con él toda especie de relaciones periodísticas.
Por nuestra parte lo ponemos también desde hoy fuera de la ley de reciprocidad reconocida en la prensa, por no considerarlo digno de pertenecer a ella […]. Cualesquiera que sean los insultos que los redactores de La Libertad nos dirijan, no tendrán de nuestra parte contestación alguna. Su nombre no volverá a ser mencionado en nuestras columnas, pues que, para nosotros, en lo sucesivo, será lo mismo que si ese periódico no existiera. [51]

Ireneo cumpliría su promesa.


Contra el maestro de América

Los denuestos de Ireneo no se limitaban a Santiago. Una y otra vez atacó a Justo Sierra y a los demás redactores de La Libertad. Esto no sólo se extendía a sus opiniones políticas, sino que caía en el terreno personal. De Justo Sierra, dijo a propósito del Día de Muertos:

¡Qué propensión a dar guerra,
luchando con todo el mundo!
¡Qué talento tan profundo!
Y sobre todo ¡qué Sierra...
                                                  tan filosa! [52]

También hizo escarnio de su complexión robusta:

Muerto en la Capilla, resucitó en Tecoac.
            Asombro fue de la tierra.
 Y tan vasta su figura
Que si más crece, la yerra,
Pues no hallábamos sepultura
Para semejante… Sierra”. [53]

En otra ocasión, habló de su pedantería: 

Los eminentes poetas [Rafael] de Zayas Enriquez y Justo Sierra, se han llenado hasta el copete mutuamente de elogios retumbantes. Cada uno dice al otro que es el primero de los poetas mexicanos: esto ha de haber puesto de mal humor a los demás miembros de la sociedad consabida.
Jamapa.- «De dos buenos mozos sé por más que la envidia ladre: El uno es usted, compadre.
Merlín.- Compadre, el otro es usté.» [54]


Las cartas de abril

Las pullas subieron de tono en el marco de las elecciones de 1880. Los Sierra apoyaban al candidato oficial Manuel González, mientras que Ireneo estaba con Trinidad García de la Cadena. El 2 de abril de 1880, La Libertad recalcó, en un texto sin firma, la ingratitud de Paz al contrariar los deseos de Díaz: “La Patria llama ingrato al redactor de El Heraldo. ¡El director del periódico cadenista, (que todo lo que es, se lo debe al general Díaz) hablando de ingratitud! Esto es chistoso”. [55]  Adolfo Carrillo, colaborador de La Patria, lanzó su respuesta:

Podríamos preguntar a los modernos porfiristas que escriben en La Libertad, qué cosa es hoy nuestro redactor en jefe y qué es lo que le debe al general Díaz, para que se fijara la cuestión en términos precisos; pero como no podrían contestarnos, vamos desde luego a aprovechar la oportunidad que nos presentan para decir algunas verdades. […][56]
En este catálogo que pudiéramos alargar más todavía, no incluimos servicios muy personales prestados por Ireneo Paz al general Díaz, porque la caballerosidad nos veda entrar a otro terreno que no sea el de los hechos que corresponden al dominio público.
¿En dónde estaban entonces, qué hacían los que hoy se llaman los amigos leales del presidente? Se ocupaban en escribir parrafillos en los periódicos juaristas, lerdistas e iglesistas, llamando a Porfirio Díaz y a sus amigos plagiarios, salteadores de caminos, estupradores y bandoleros.
En cambio, de esos servicios de once años prestados en cierto modo a la causa constitucionalista que era la que nuestro redactor en jefe creía servir, pero en realidad a D. Porfirio Díaz que es el que se aprovechó de ellos, ¿qué ha recibido en recompensa? Ireneo Paz no tiene en su poder ni siquiera una tarjeta del general Díaz en que le diga: “Mil gracias”.
Ireneo Paz lo único que ha ganado con su amigo el general Díaz por quien sacrificó familia, intereses, porvenir, posición, todo; han sido crueles desengaños y negras ingratitudes. Sentimos que su decoro propio le impida contestar él mismo al insulto de los modernos porfiristas de La Libertad para que así quedara el velo descorrido completamente.
Pero si puede hablar el general Díaz: a su caballerosidad nos dirigirnos para que nos conteste por algunos de sus órganos, diciéndonos cuáles son los favores, cuáles son las mercedes, cuáles son las consideraciones siquiera que le debe nuestro compañero Ireneo Paz.
Si él es sincero como debe serlo en presencia del país que es el mejor testigo de lo que ha pasado, dirá que Ireneo Paz fue el primero en lanzarse siempre a los peligros en favor de la causa porfirista y ni siquiera el último en llegar a recibir las recompensas, porque hasta la fecha no ha pedido ni un papel de nada que legar a sus hijos, porque desde la intervención extranjera solo supo tener carácter militar a la hora de los combates.
Concluiremos diciendo a los nuevos porfiristas de La Libertad que, aunque el general Díaz hubiera alguna vez cargado de beneficios a nuestro redactor en jefe, nunca le podría pagar con nada sus trabajos personales y sus sacrificios, y que aunque así fuera, aunque tuviera que agradecerle uno, quince, cien, mil o doscientos mil favores muy grandes, no por eso se consideraría ligado a aprobar su conducta política, si está encaminada, como va ahora a hacer la desgracia de México, porque la patria es la que ocupa el primer lugar en el corazón de todo buen mexicano.
De propósito no hemos tocado la posición actual de nuestro redactor en jefe pues, aunque tenemos la costumbre de considerar a los redactores de La Libertad como gente infeliz, no creemos que llegue su pequeñez a creer que es diputado Ireneo Paz por favor de Porfirio Díaz.
En otra vez quizás tendremos el humor de volver a dirigirnos sobre el asunto a los modernos porfiristas de La Libertad, que según otros son porta-incensarios de todos los que tienen algún salario que regalarles: veremos si no les basta con esto.
La misma contestación puede servir a los redactores del Libre Sufragio que han reproducido el suelto de La Libertad, por encontrarse en idénticas circunstancias. [57]

Para seguir atizando el conflicto, La Libertad manifestó:

Don Ireneo se adjudica los títulos de patriota, liberal, constitucionalista, revolucionario, caudillo, apóstol, mártir, poeta, periodista, diputado, epigramático, polemista, autor de proclamas, arengas, planes, hojas sueltas, boletines de campaña, etc., etc., etc.
Las oleadas de incienso nos impiden ver que el acólito de D. Trinidad García de la Cadena se ha hecho el chinchón en las narices con el fenomenal incensario, por lo demás la táctica no es mala: el incienso quemado por toneladas dispara un poco el tufillo del editor y redactor propietario de La Patria: porque D. Ireneo huele mal y la culpa es de sus setenta mil… rasgos biográficos publicados por Juan Panadero.
La apología usurpa su puesto al fumigatorio, y la cuestión de la gratitud deja el campo a la higiene, hasta hoy descuidada por el funámbulo redactor de El Padre Cobos.
Él es mucha cosa y olvida que el general Díaz, movido a lástima, le concedió una credencial para encubrir la vergonzosa nulidad de su gran amigo, que hoy por un plato de lentejas sirve a la cuadra cadenista; él vale lo menos dos porque si es uno cuando se le insulta, es otro cuando se le toma cuenta de sus insultos; y nosotros que tenemos un miedo espantoso de D. Ireneo ponemos punto a estas líneas para que la muerte no nos sorprenda en pecado mortal. [58]

Ireneo buscó al responsable de los improperios. Tenía una pista del autor por las sospechas de Francisco J. Rivera, que señalaban a Santiago Sierra. Para corroborarlo, mandó a Manuel Caballero a investigar en las oficinas de La Libertad y éste confirmó las suposiciones, quizá porque tenía animadversión contra Santiago o porque alguien le informó en este sentido.

     Ireneo envió a dos padrinos para pedir satisfacción, y en las oficinas de la imprenta les comunicaron que el autor no era Sierra, sino, en palabras de Paz: “un hombrecillo a quien no conozco, sino por su voz y sus maneras afeminadas”. [59] Se refería a Agustín F. Cuenca.

     Se ha dicho que Cuenca e Ireneo no llegaron a batirse por ser masones, institución que prohíbe a sus miembros resolver sus diferencias por la violencia. Así, supongo que en el seno de la logia se pactó que la satisfacción se lograría con la ventilación de la querella en las páginas de La Patria y con el cese de toda comunicación entre las partes:

Las circunstancias me obligan a ocuparme de un asunto propio contra mi costumbre y contra mi voluntad. A principio de este mes apareció un suelto en La Libertad en que se me llamó ingrato con el general Díaz porque le ataco en política debiéndole todo lo que soy. Alguno de mis compañeros tuvo a bien defenderme de ese cargo, extendiéndose en razones para demostrar que no le debo absolutamente nada, lo cual es verdad.
Ese artículo no tenía contestación, pero los señores redactores de La Libertad la encontraron, publicando un párrafo el 6 del corriente, en que se me colmó de insultos. Inmediatamente supe que el autor de esas graves ofensas era un D. Santiago Sierra a quien el Lic. Leonardo López Portillo escupió la cara hace poco tiempo; el mismo que presentó una acusación ante el Congreso contra aquel caballero mencionando la escupitina, y el mismo a quien el Sr. Francisco J. Rivera, contestando otros insultos, le recordó después del nombre de la Divina Simon [60] con que es conocido […]; pero aunque mucho se me aseguró que ese Sr. Sierra era el autor del párrafo, no estando firmado, [61] tuve que nombrar el mismo día a dos personas que se encargaron de pedir satisfacción al que resultara ser el autor de tales insultos. [62]

Los hechos narrados por Ireneo fueron los siguientes:

En la Ciudad de México, a los doce días del mes de abril de 1880, reunidos los que suscriben esta acta en la casa del Sr. Ignacio M. Altamirano, hacemos constar los hechos siguientes y declaramos a fe de caballeros haber acordado lo que consta en el presente documento.
1ª. Los Sres. Roberto A. Esteva y Adolfo M. Obregón representado al Sr. Lic. Ireneo Paz, los Sres. Rafael David e Ignacio M. Altamirano, representado al Sr. Agustín F. Cuenca, han exhibido sus respectivos poderes para el arreglo de un duelo o una cumplida reparación que el Sr. Paz pide al Sr. Cuenca.
2ª. Perteneciendo Sres. Paz y Cuenca y así como los que suscriben a una asociación respetable cuyos estatutos prohíbe a nuestros respectivos representados batirse en duelo, así como a nosotros terminantemente el apadrinar estos lances, hacemos esta manifestación, declarando que antes de recibir nuestros poderes ignorábamos los cuatro el carácter de nuestros representados, y en cumplimiento de nuestro deber y con el objeto de que los Sres. Paz y Cuenca cumplan con el suyo ocurriendo al Tribunal Competente para que este conozca de sus pretensiones y resuelva lo que haya lugar.
Y para constancia firmamos la presente acta por duplicado. […]
El mismo día en que se me entregó ese documento dirigí al Sr. General Jesús Arechiga y al Sr. Coronel Joaquín Yáñez una carta, que me fue contestada a los dos días con la siguiente:
Sr. Lic. D. Ireneo Paz.— Casa de Vd., abril 17 de 1880 —Muy estimado compañero: —Contestamos la grata de Vd., fechada el 15 del corriente manifestándole: que aunque hemos ofrecido a Vd. apadrinarlo en su cuestión pendiente con D. Agustín Cuenca y nos hemos considerado muy honrados con esa comisión que Vd. se sirvió encomendarnos, la circunstancia de encontrarnos a la vez comprometidos en otro asunto de interés público y no poder consagrar al de Vd. toda nuestra eficacia y todo nuestro tiempo como quisiéramos, nos hace suplicarle se sirva eximirnos de él por ahora, seguro de que en cualquiera otra ocasión nos tiene a sus órdenes para servirlo en todo cuanto a Vd. se le ofrezca. […]
Dándome el tiempo absolutamente preciso para buscar personas que no estuvieran impedidas de representarme, escribí a los Sres. Mont y Grinda la siguiente carta:
Casa de Vdes. Abril 19 de 1880—Sres. diputado D. Wenceslao Mont y D. Rafael Grinda. —Presentes. —Mis estimados y finos amigos: —Según verán Vdes. por el acta que les adjunto, tengo una cuestión pendiente con el autor de un párrafo muy ofensivo contra mí que apareció en el periódico La Libertad, cuyo ejemplar también les acompaño. Resultó haberlo escrito el Sr. Agustín Cuenca, persona de quien jamás he llegado a ocuparme ni bien ni mal en mis escritos. Como dicha cuestión no fue terminada por las personas a quienes comisioné para el efecto, ruego a Vdes. me sigan representando en ella hasta conseguir la reparación completa que se me debe. […]
El día 22 obtuve esta respuesta:
México, abril 2 de 1880.—Sr. Lic. Ireneo Paz.—Presente.—Apreciable y fino amigo: —Competentemente autorizados por la grata de Vd. de fecha 19 del corriente, para pedir satisfacción cumplida en cualquier terreno, al Sr. D. Agustín Cuenca por los insultos graves que le dirigió, en un párrafo del periódico La Libertad de 6 del corriente, pasamos a ver a dicho señor el mismo día, quien nos dijo que aún no tenía conocimiento del resultado de la comisión que dio a los Sres. Altamirano y David, y que hablaría con ellos, y nos diría si lo seguían apadrinando o nombraba a otros: pasamos a verlo el día 2, y nos manifestó que pasáramos a ver al Sr. Altamirano, quien nos suplicaba fuésemos a las siete de la noche. Fuimos y el Sr. Altamirano nos dio una explicación del asunto, manifestándose que creía no poder seguir conociendo en él, pero que iba a consultar a los Sres. Esteva y Obregón, y nos citó para las tres de la tarde del día 21: volvimos y consecuente al Sr. Altamirano con sus deudas, nos hizo presente que dejaba de representar al Sr. Cuenca, quien nombraba al Sr. Telésforo García, a quien autorizaba para nombrar otra persona.
A las cinco de la tarde del día 21, pasamos a ver al Sr. D. Telésforo García, quien nos manifestó, que volviésemos hoy 22 a las 12 de la mañana, por haber recibido dicha comisión hacia una hora.
Fuimos hoy a la hora citada, y el Sr. Telésforo García, y el Sr. D. Cándido del mismo apellido, oyeron nuestra demanda de pedir a nombre de Vd. al Sr. Cuenca la reparación de sus insultos en cualquier terreno. Después de una larga discusión, ambos Sres. García, nos resolvieron que, en virtud de un acta levantada por los primeros comisionados de Vd., consideraban el asunto terminado, y que aun suponiendo que no existiese esa acta, había pasado el término legal, cuyas manifestaciones hacían como fundamento y por ser de su deber, que si Vd. lo deseaba retase por otro motivo al Sr. Cuenca y entonces lo resolverían.
Contestamos a lo primero, que el acta para nosotros en nuestra demanda nada tenía que hacer, pues que no teníamos carácter alguno en la respetable sociedad a que en aquella se aludía.
A lo segundo, que no había pasado ningún plazo legal, puesto que la demanda comenzaba sin ningún carácter más que el personal desde el día 19, y que a causa de lo que dejamos referido no habíamos tenido la junta.
Que, en cuanto a lo tercero, el Sr. Paz haría lo que tuviese por conveniente, puesto que hasta ahora no había otro motivo que el dado por el Sr. Cuenca, y a lo que se contestaba con las razones expuestas.
Viendo la imposibilidad en que estábamos de ponernos de acuerdo, puesto que se siguió insistiendo por los Sres. García, en que todo estaba terminado con el acta, y pareciéndonos inconveniente el insistir y no adelantándose nada respecto a que se diese la satisfacción pedida en el terreno de los caballeros, por los insultos que dejamos indicados, nos retiramos, dirigiendo a Vd. la presente para lo que a su derecha convenga.

Sin embargo, en dicha exhibición de los hechos, Ireneo se excedió:

Por mi parte no volveré a perder el tiempo buscándolos inútilmente, ni molestaré a mis amigos para que sujeten a las leyes de la caballerosidad a quienes no las conocen, pues desde hoy me considero autorizado para reprimir de otro modo la insolencia de los que, intrépidos para manejar el insulto y la diatriba en el bufete, son pusilánimes ante las reglas que en sociedad tiene el honor establecidas. [63]

Ante esta provocación, Sierra tachó de miserable a Ireneo y apuntó:

Este sujeto que se ha honrado insultándome en La Patria de hoy; como yo jamás le he hecho el altísimo favor de escribir una sola línea sobre su personalidad, que me es tan indiferente como su rabia; como yo he firmado con mi nombre en La Libertad todo, absolutamente todo lo que he escrito, y que por lo mismo siento bajo mis pies al villano que me injuria sin motivo; como a mí poco me importa que haya quien se ocupe de mí cuando yo no le honro ni con mi desprecio, las vociferaciones de ese quídam me tienen sin cuidado.
Por lo demás, los sucesos imaginarios que refiere han sido en su verdad presenciados por testigos numerosos que pueden dar fe de que en el Senado y fuera de él he castigado con mi propia mano a quien se ha creído capaz de atacarme.
Ireneo Paz usa de un expediente muy cómodo para conjurar el ridículo que su cobardía le ha de traer: no cambia con La Libertad. ¡Muy bien! Pues para que no disfrace su bellaquería con la pretensión de que no ha conocido nuestra respuesta, [64] le enviamos bajo cubierta este número de La Libertad, con lo cual le ponemos en la necesidad de probar sus fanfarronadas.
La Libertad se imprime frente a la imprenta de La Patria; si el títere indecente a quien nos referimos quiere alardear de hombre, ya sabe que no tiene mucho que andar para encontrarnos, a cualquiera de los redactores de La Libertad y en particular el que firma. [65]

Agustín F. Cuenca también avivó el fuego en la misma página:

Sepa este galancete de la farsa cardenista que el autor de estas líneas conoce las leyes de la caballerosidad y está dispuesto a darle gratis una lección de ellas.
Don Ireneo Paz necesita estudiar prácticamente la manera de reparar las ofensas, y el que esto escribe le avisa oportunamente que despreciando por ahora los insultos que ha pretendido inferirle, está resuelto a castigar con propia mano, y donde lo encuentre, los que le dirija de hoy en adelante.
Una docena de afeminados chicotazos convencerá a D. Ireneo Paz de que mi intrepidez para injuriarle puede correr parejas con mi tranquilidad para sacudirle el polvo cuantas veces sea necesario.
Si no hablamos claro puede pedir una explicación el miserable a quien van dirigidas estas líneas. [66]

Años antes, el 11 de agosto de 1874, uno de los mejores amigos de Santiago, Rafael de Zayas Enríquez, al hacer una semblanza de la carrera de Chano, vaticinó:

Chano se ha suicidado, respetemos su memoria […]. Hoy no piensa sino en los espíritus más o menos perfeccionados, y su gran deseo es llegar a morirse, para tener el infable [sic] placer de derramar lágrimas de espíritu sobre su cadáver insepulto. [67]


El duelo

La Hacienda de San Javier fue el escenario pactado para el duelo (los campos abiertos de Tlalnepantla eran ideales para estos fines); de ella se dijo: “está a tres leguas, más o menos, de México, es un edificio de vasta e irregulares proporciones, enclavada en unos terrenos un tanto bajos, y que rodean unos cerros de un negro azuloso... contiene el usual quántum de muebles de todas las casas de campo”. [68] Contaba con grandes extensiones de tierra: al norte colindaba con los pueblos de Tequesquináhuac y San Rafael; al oriente se extendía hasta Tenayuca, que a su vez albergaba al menos cuatro ranchos. Para llegar a Tlalnepantla se debía tomar un tren tirado por animales, el cual contaba con viajes de primera y de segunda clase. Este rústico transporte salía de Puente de Vigas, atravesaba los linderos de la Hacienda de El Rosario, así como las villas de Azcapotzalco y Tacuba.


Hacienda de San Javier

Seguramente, ése fue el camino que siguieron Santiago Sierra e Ireneo Paz el 27 de abril de 1880, quienes a las ocho de la mañana ya se encontraban en el sitio acordado. Del lugar sólo saldría uno con vida, pues la cita puso un punto final a los agravios acumulados. Todos los presentes sabían que el duelo estaba penado, al menos, con ocho años de cárcel. La legislación lo definía como “un combate con armas entre dos personas, con peligro de muerte, mutilación, herida o contusión en presencia de testigos o sin ellos, precediendo reto o desafío por palabras, por escrito o gestos o ademanes, o aplazando tiempo o lugar para tenerlo”. [69] Nada de eso les importaba. Todos estaban de acuerdo en lo que expresaría Antonio Tovar:

[Si] el caballero se quedó con la ofensa: ¿va a querellarse ante la autoridad? Este simple hecho bastaría para que en lo sucesivo fuera el escarnio de todos. ¿Busca a su ofensor para asesinarlo? El único recurso que le queda es el duelo, en el cual tal vez va a encontrar la muerte; pero yo pregunto a los caballeros: ¿qué es preferible, morir por quitarse la mancha de un bofetón en la cara, o ser constantemente señalado por el dedo social? [70]

Los contextos de Sierra y Paz eran distintos: mientras que el primero era un hombre de diplomacia, el segundo era un hombre de acción, que, además, había practicado esgrima con un reconocido maestro francés. Santiago era mucho más joven que Ireneo: tenía treinta años, era padre de dos hijos y Tarsila, su mujer, se encontraba embarazada: “¡No vayas, Chano, no vayas!”, [71] le suplicó ésta. Pero Sierra estaba dispuesto, si no a morir, sí a demostrar su dignidad. Ireneo, por su parte, ya tenía cinco hijos y varios proyectos políticos y editoriales en su haber.


Boda de Santiago y Tarsila


Al despoblado también llegaron, por parte de Sierra, Eduardo Garay y Jorge Hammeken —como padrinos—, y su familiar Severino Comis —como testigo—; del lado de Ireneo se presentaron los tuxtepecanos Ignacio Martínez y Bonifacio Topete, acompañados del médico Juan N. Gorantes.

     Un par de pistolas de un tiro —no de retrocarga— y sin rayar fueron las elegidas; esto siguiendo las normas estipuladas en el Code du Duel de 1836, obra de Louis Alfred Le Blanc de Châteauvillard. [72] Así, al tratarse de una ofensa con insulto, Ireneo tenía el carácter de agraviado y gozaba del “derecho de elegir las armas, que está obligado a aceptar su agresor”. [73] Se pactó el tipo de guardia alta y la distancia fue de quince pasos entre ellos.

     Otra norma señalaba que uno de los padrinos debía hacer las veces de juez: este papel le tocó a Hammeken, quien tenía la última palabra sobre la cantidad de tiros. Ya con todo lo necesario (juez, arma, distancia y guardia), ambos expusieron su pecho para demostrar que no había ningún cuerpo que los protegiera. Luego, se marcaron las líneas y la voz del juez estalló:

     —¡Tomen sus pistolas!

     Prepararon sus armas.

     —¡Uno!

     Levantaron las pistolas en actitud de apuntar.

     —¡Dos!

     Ninguno se mostraba convencido.

     —¡Tres!

     Dispararon y sendas balas se perdieron en el campo abierto.

     Para Topete y Martínez, los contrincantes mostraron su valor y dignidad con ese disparo; sin embargo, Hammeken no se encontraba satisfecho. Pudiera ser que, en ese momento, Santiago se arrepintiera de haberlo elegido como padrino: “Hammeken, que creyó aquello un juego, les dijo en alta voz a los padrinos de Paz: —Yo creo que debe repetirse el disparo, pues no hemos venido aquí a jugar”. [74]

     Así, como era costumbre, el segundo tiro debía hacerse a menor distancia: esta vez serían cinco pasos menos. Fallar desde tan cerca se podía ver como una falta de hombría. Recargadas las pistolas, frente a frente y con gestos más dubitativos que antes, el disparo se repitió. Santiago, en una postura que vacilaba entre el ataque y la defensa, pegó su barbilla al pecho. Erró el tiro. En cambio, la destreza militar de Ireneo clavó su bala en el inicio de la cabellera de su oponente.

     A partir de ese momento, los hechos se vuelven confusos. Una versión sugiere que los padrinos del difunto corrieron hacia el cuerpo al verlo desplomarse. El agresor salió en busca de ayuda y en su caminó se encontró con Justo, quien recibió tardíamente un recado de su hermano para que lo encontrara en los llanos. El periodista sólo atinó a disculparse por lo sucedido: “Acabo de matar a tu hermano, perdóname”.

     Ángel Escudero [75] sostiene que Hammeken y Garay, ante el inesperado final, abandonaron el cuerpo en la Plaza de Gallos para evitar las represalias y, entonces, fue Santiago Méndez y Méndez, primo del occiso, quien se enteró y comunicó la noticia. Según este autor, Justo no se paró en Tlalnepantla. Es difícil creer que su hermano mayor y editor responsable de La Libertad no supiera del duelo, puesto que, además, Comis —el testigo— era suegro de su hermano menor Manuel. Por otra parte, momentos antes del lance, una vez que Santiago estaba en camino a batirse, su esposa y su madre corrieron a buscar a Justo, quien vivía en la casa contigua: “Se habían levantado. Oímos la voz de […] Luz que gritaba angustiada: '¡Vístete pronto, Justo, vístete!'. […] Su madre le gritó: '¡Tú, me respondes de mi hijo menor!'". [76]

     El cuerpo de Santiago se “[trasladó] a dicho pueblo [Tlalnepantla] a disposición de la autoridad judicial que instruía una averiguación sobre el suceso; fue conducido después a esta capital, por dos miembros [Justo y su primo] de su familia inmediata, depositado en la estación del ferrocarril de Toluca durante la noche”. [77]  Luego, fue llevado a su casa donde aún con la esperanza de verlo con vida lo esperaban su esposa, sus hijos y su madre, quien “al ver llegar [al] muerto dio un grito desgarrador y desde lo alto del corredor dijo [a Justo] con voz enloquecida: —Caín, ¡qué has hecho con tu hermano!”. [78]

     En la prensa se comentó la detención de los participantes del suceso, aunque con ciertas reticencias, pues todos ostentaban cierto renombre político: “Se contaba ayer en todas partes que un lance desgraciado había ocasionado la muerte del Sr. D. Santiago Sierra, y que varias personas distinguidas estaban presas por la autoridad judicial de Tlalnepantla en donde ocurrió la desgracia”. [79] No obstante, Paz, Martínez y Garay fueron puestos en libertad inmediatamente por gozar de fuero constitucional. [80] La suerte de los otros implicados no distaba mucho de la de éstos, pues fueron pocos los días que estuvieron bajo arresto: para el 4 de mayo ya estaban fuera: “El juzgado de Tlalnepantla ha sobreseído en las diligencias que practicaba con motivo del fallecimiento del Sr. D. Santiago Sierra, siendo puestos en libertad los Sres. Topete, Gorantes y Hammeken que aún estaban presos”. [81]

     El cadáver de Sierra fue sepultado al día siguiente en el panteón de Dolores. Se presentó un oficio en los juzgados de Tlalnepantla para que el cuerpo pudiera ser enterrado. El acta de defunción sólo señala la causa de muerte debido a una herida en la cabeza. La tumba se rodeó de amigos que le lloraron. En varios periódicos de la capital se leyó la siguiente nota: “¡Triste homenaje rendido al sincero cariño que fue objeto durante su corta vida!”. [82] También se lamentó que Sierra hubiera perdido la vida en un duelo; sin embargo, para muchas personas, éstos seguían siendo la única manera de resarcir agravios:

El duelo es una enfermedad social, tiene al menos la ventaja de dejar satisfechos a los contendientes y en esto están conformes todos los sociologistas. Fuera del caso en que el agravio afecte profundamente al honor, siempre se ve que los adversarios, pasado el lance se tienden la mano caballerosamente, y olvidan para siempre el motivo que los llevó al terreno. ¿Sucede lo mismo si se acude a un Juez para que decida sobre una ofensa recibida? Ciertamente que no; y el odio nacido de la querella, no se destruye ni con la sentencia de un juez, ni con el fallo del más respetable tribunal. Teniendo en cuenta estas razones y otras que pudieran aducirse, los gobiernos de los pueblos ilustrados, bien convencidos de la ineficacia de las leyes para evitar el duelo, lo toleran prudencialmente como ha pasado en México, siempre vigilando, hasta dónde puede llegar la acción oficial en este sentido, que se verifique solo en casos inevitables, bajo las mejores condiciones de equidad y de otras circunstancias particulares, en perfecta consonancia con las prescripciones de los códigos de duelo mejor aceptados. [83]


La suerte de los otros

Tras la muerte de Santiago, nació Tarsila, su tercera hija, quien fue esposa de Jesús Urueta. Sus hermanos mayores fueron María de la Paz, quien se casó con Juan José Tablada, y José Santiago. La viuda, casi después de cuatro años, contrajo nuevas nupcias con el periodista Jesús M. Rábago.

     La gran interrogante es por qué Justo Sierra no impidió el duelo. Una posible explicación es que, aunque tenía conocimiento del lance, él también estaba molesto por las palabras de Paz, ya que en todas sus burlas hablaba de los impresores de La Libertad, de tal suerte que las alusiones iban para los dos hermanos. Santiago se enfrentaría a Paz en nombre de ambos.

     Años después, Justo hizo un balance de los hechos:

El 27 de abril del año de 1880 a las nueve de la mañana, en las cercanías de Tlalnepantla fue asesinado en un duelo mi hermano Santiago por el periodista Ireneo Paz. Fueron sus testigos D. Jorge Hammeken, muerto joven, D. Eduardo Garay, muerto joven y, los del contrario, el Dr. Ignacio Martínez, muerto asesinado, el coronel Bonifacio Topete, muerto ya. Presenciaron el lance D. Severino Comis, muerto en vigor de la edad y el Dr. Juan Gorantes, muerto joven. La causa del duelo fue un suelto publicado en el periódico La Libertad por D. Agustín Cuenca, muerto joven y atribuido a mi desdichado hermano por el asesino Paz, sugerido por un infame que se llama D. Manuel Caballero. Según el mismo matador se lo dijo al Dr. Martínez que, el día del lance, me lo refirió. [84]

Llama la atención que Justo dejara pasar más de dieciséis años para escribir esta lacónica nota —de los que cita como difuntos, hay uno que falleció en 1896—, que no diga nada de su participación en esta tragedia y que resalte, tantas veces, el tema de la juventud. Esto último no es casual. Claude Dumas apunta que “la idea de esta tragedia familiar marcaba, en el hombre que era, el fin de la juventud, no es un simple concepto forjado a posteriori. Es efectivamente una idea que estaba en su corazón y en su espíritu”. [85]

     Así, el joven Justo Sierra Méndez, de treinta y dos años, murió con su hermano esa mañana de primavera. Nacería otro, “sin ilusiones, sin esperanzas”, para el que concluyó una “estación […] breve y feliz, […] la edad de la siembra”. [86] El nuevo Justo se dedicaría ahora a cumplir el fin que le traería la gloria. En ese tenor, es pertinente revisar la suerte de los nombrados.

     Si damos por cierto el relato de Eligio L. Torres, el instigador final de la muerte de Santiago, paradójicamente, fue el primero en fallecer, y también lo hizo en plena lozanía: Jorge Hammeken y Mexía. Nació el 31 de diciembre de 1851 en la Ciudad de México. Sus padres fueron el neoyorkino George Hammeken y la veracruzana Matilde Mexía. Perteneció a una familia adinerada y de abolengo. Estudió en el Colegio de San Juan de Letrán y luego cursó la carrera de jurisprudencia. En La Patria se publicó, tres días antes del duelo, una felicitación por su titulación: “Este ilustrado y caballeroso joven, sustentó el jueves último en la noche, un brillante examen profesional de abogado […]. Reciba el eminente letrado nuestras más sinceras felicitaciones.” [87] Fue redactor de El Artista y de La Libertad junto a los Sierra Méndez. Su reconocimiento y poderío social lo llevaron a ser testigo en la boda de Porfirio Díaz con Carmen Romero Rubio. En 1883, al abogado falleció de una afección del corazón.

     El poeta Agustín F. Cuenca nació en la Ciudad de México el 16 de noviembre de 1850. En 1868 fundó, junto con Manuel Acuña, la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl. También fue periodista. Después de la muerte de Acuña, se encargó de administrar la recaudación del dinero para sus funerales. Estuvo casado con la poeta Laura Méndez. Tras el duelo, poco a poco fueron desapareciendo sus columnas de La Libertad y, cuando el 30 de junio de 1884 murió en la pobreza, este periódico en un principio no hizo mayor referencia al deceso, hasta que intervino Manuel Gutiérrez Nájera:

Los periódicos suelen anunciar con censurable indiferencia, la muerte de ciertos hombres que algo han significado en el desenvolvimiento social o científico de México, y que merece, por tanto, los honores de una sucinta oración fúnebre. […] Hoy tenemos que deplorar la muerte de un joven en quien reconocíamos entusiastas los más altos dones poéticos: el Sr. D. Agustín F. Cuenca. […] Mas aunque esto no fuera, bastaría el aprecio en que tuvimos su talento, para obligarnos a dedicarle algunas líneas. [88]

Este pretendido olvido pudo deberse a una pequeña venganza de Justo por la muerte de su hermano. Al final, el educador sabía que era Cuenca quien debió haberse batido. Para Eduardo Lizalde, la actitud de Cuenca rayó en la cobardía, como lo deja ver su novela Siglo de un día. [89]


Agustín F. Cuenca

El inmigrante español José Severino Comis nació en 1829. Fue suegro de Manuel, el más joven de los hermanos Sierra Méndez. El 12 de abril de 1857, Comis se casó con Ana María Carbajal y Pérez Cano. El matrimonio tuvo una hija, Guadalupe, quien el 18 de noviembre de 1878 unió los lazos familiares con los Sierra. Este enlace y la presencia de Comis en el drama final me hacen asegurar que la familia del occiso conocía el pacto del duelo, y que incluso estuvo de acuerdo con él.

     Severino falleció el 11 de marzo de 1887, a los cincuenta y ocho años. Curiosamente, se registró el deceso tres días más tarde porque el juez del Registro Civil se quedó sin papel especial en la oficina, por lo que mandó una carta con la petición de inscribir el hecho a otro colega.

     Eduardo Garay Tornel nació el 12 de junio de 1845 en la Ciudad de México. Participó en la Guerra de Intervención con el grado de teniente. Luego, Juárez lo nombró profesor del Colegio de Minería y de la Escuela Nacional. Durante el gobierno de Díaz fue oficial segundo en el Ministerio de Hacienda, senador e hizo una prolija carrera diplomática. Esta información se sabe gracias al libro de Ireneo Paz Los hombres prominentes de México. Al final de la entrada de Garay, se concluye: “es un joven que posee una clara inteligencia y tiene aún delante de sí abierta de par en par las puertas del porvenir”. [90] No sería así. Falleció en 1890. Tenía solamente cuarenta y cinco años.


Eduardo Garay

Ignacio Martínez Elizondo nació en 1844 en la Villa de San Carlos, Tamaulipas. Creció cerca de la frontera: primero en Matamoros y luego en Brownsville. Se instruyó como médico militar. Intervino en el Plan de la Noria. Tras el fracaso de éste, emprendió su primer gran viaje. Luego de apoyar el Plan de Tuxtepec, también realizaría otra excursión más ambiciosa en 1884. Dos libros fueron el resultado de ambos viajes: Recuerdos de un viaje en América, Europa y África (1884) y Viaje universal, visita a las cinco partes del mundo (1886).


Ignacio Martínez

En su carrera militar obtuvo el grado de general. Cuando Manuel González dejó la presidencia y Díaz se reeligió, comenzó a descreer del porfirismo. Se exilió a Estados Unidos, donde atacó al presidente Díaz desde las páginas de El Mundo. Combinó su actividad periodística con la medicina. Sus críticas lo convirtieron en blanco de atentados. Su muerte se planeó usando como señuelo su actividad profesional:

El 3 de febrero de 1891, en la ciudad fronteriza donde Martínez vivía lidiando con las enfermedades y las ideas de libertad, le avisaron que uno de sus pacientes necesitaba de atención. En su inseparable carrito tirado por un caballo, se dirigió al lugar de la cita. Ahí lo esperaban dos hombres desconocidos, cuando uno de ellos se acercó para conversar con él, el otro le disparó por la espalda. De inmediato los asesinos montaron sus caballos y cruzaron el río hacia tierra mexicanas para ponerse a salvo. [91] 

Ireneo, compañero de lucha y de ideales de Elizondo, lamentó el asesinato en las columnas de su diario:

Aunque supimos desde el martes a las tres de la tarde que el Gral. Ignacio Martínez había sido asesinado en esa mañana en Laredo, nos resistimos a dar crédito a tan infausta noticia y por eso no la consignamos en nuestro número de ayer. Probablemente el correo nos traerá detalles sobre ese triste suceso y entre tanto no podemos menos que lamentar que aquel ilustre mexicano, que tan valiente se mostró en su carrera militar, como abnegado y caritativo como médico, haya tenido un fin tan desastroso, cuando por sus cualidades personales era digno de mejor suerte. Deploramos profundamente el fin tristísimo de un amigo con quien nos ligaron vínculos tan estrechos como los de hermanos. Reciban su esposa, deudos y amigos nuestro más sentido pésame. [92]

José Bonifacio Topete Gómez nació en Guadalajara y, al igual que Ireneo, fue miembro de la generación de 1836. Su ejercicio militar lo llevó a la Ciudad de México; combatió al lado de Paz en favor del Plan de Tuxtepec y alcanzó el rango de general. Falleció de fiebre tifoidea el 9 de abril de 1896 a la edad de cincuenta y siete años. Sobre su muerte, Ireneo anotó:

Ayer, al entrar en prensa nuestro diario, tuvimos la indecible pena de saber que a las 2 y media del día falleció, víctima del tifo, que desde hacía varios días lo aquejaba el ameritado y simpático General de Brigada don Bonifacio Topete. Era soldado republicano modelo de honra, de patriotismo y de inquebrantable energía. Como amigo, como esposo, como hombre del hogar, en fin, no tenía tacha. Sus convicciones liberales eran profundas y en los campos de batalla supo cubrirse siempre de inmarcesibles lauros. La Nación, el Ejército, la respetable familia del finado están de duelo. Reciban sus estimables deudos nuestros sinceros sentimientos de condolencia, y que la Patria deposite sobre esa tumba acabada de abrir, las siemprevivas de su gratitud. [93]


José Bonifacio Topete

Del médico alienista Juan N. Gorantes no hay muchas noticias. Figura en la “Lista de los médicos, veterinarios, farmacéuticos, dentistas y parteras autorizadas para ejercer su profesión y que se encuentran en el Distrito Federal” (24 de marzo de 1876) con la dirección: Revillagigedo, número 8; se da cuenta de que realizó un viaje de México a Nueva York a bordo del trasatlántico La Guscoque, donde se registra como psiquiatra de profesión de cuarenta y cinco años de edad.

     Tal como puede verse, sólo dos de las personas que Justo menciona le sobrevivieron: el "asesino" y el "infame". Sin embargo, parece que Justo Sierra jamás perdonó. Según Felipe Gálvez, una nieta de Ireneo le confió lo siguiente:

Sin ánimo polémico, que su abuelo solía contar en las pláticas de sobremesa que años después del duelo, cuando ya estaba a punto de llegar a su casa de las calles del Reloj, donde por cierto estaban los talleres de La Patria, don Ireneo sintió pasos detrás de él. Hombre ágil, siempre afecto a practicar la defensa personal, la esgrima y el tiro, con un rápido movimiento desarmó al sicario que lo seguía y le preguntó por qué deseaba agredirlo. El otro repuso que cumplía órdenes de Justo Sierra, hombre ya instalado en el poder porfirista; Ireneo Paz le exigió entonces: dígale a ese señor que venga él personalmente a quitarme la vida. [94]




[1] Justo Sierra O’Reilly, Diario de nuestro [de mi] viaje a los Estados Unidos, pp. 27 y 28.

[2] Nota del Dr. Sierra a Mr. Buchanan. Disponible en línea en: http://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/2ImpDictadura/1847-NJSY-JB.html

[3] Genaro Fernández MacGregor, “Don Justo Sierra O’Reilly y su generación” en El Universal, 22 de febrero de 1954, pp. 3 y 15.

[4] Justo Sierra, Obras completas, tomo V, México, UNAM, 1977, p. 367.

[5] Al ser ocupada por las fuerzas del comodoro Matthew C. Perry, las autoridades yucatecas se pusieron en contacto con él y negociaron la neutralidad de Yucatán a cambio de permitir la utilización de la isla del Carmen como base estadounidense. El 5 de junio de 1848, se firmó un protocolo en que se reconocía: “Ahora que la guerra de los bárbaros ha hecho tantos progresos y que a consecuencia de ellos fluye diariamente a esta isla una inminente inmigración, que ésta no trae consigo más que el hambre devoradora y la más lamentable indigencia: los exponentes suplican continúe la ocupación militar de esta isla, mientras el gobierno de México pueda enviar fuerzas a ocuparla y defenderla, quedando los productos líquidos de las rentas aduanales a beneficio de la desventurada península de Yucatán”.

[6] José Mariano Leyva, El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX, México, Cal y arena, 2005, pp. 105-107.

[7] La Patria, 27 de agosto de 1910, p. 7.

[8] Claude Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo 1848-1912, tomo 1, México, UNAM, 1986, p. 144.

[9] Ibid, pp. 144 y 145.

[10] Ibid, p. 145.

[11] La Libertad, 5 de enero de 1878, p. 1.

[12] El Libre Sufragio, 12 de diciembre de 1879, p. 3.

[13] El padre Cobos, 21 de febrero, 1880, p. 9.

[14] Daniel Cosío Villegas, Obras 8, Historia moderna de México: El porfiriato. La vida política interior 2, México, El Colegio Nacional, 2011, p. 210.

[15] Jonathan Rico Alonso, “Imprentas e impresores mexicanos en el siglo XIX: El caso de ‘Santiago Sierra, Tipógrafo’.”, en (an)ecdótica, enero-junio 2020, número 1, p. 34.

[16] Jonathan Rico Alonso, op. cit. p. 35.

[17] El promotor principal del grupo —fundado a principios de 1877— fue el catalán Francisco de P. Urgell, y lo integraron Manuel de Olaguíbel, Agustín F. Cuenca, Pedro Castera, Juan de Dios Peza, Benjamín Bolaños, Manuel Caballero, Manuel Gutiérrez Nájera y Benjamín Bolaños hijo.

[18] Gálvez, F. (2000). “El cronista del diablo: Manuel Caballero, padre del reportaje moderno en México”. Anuario de investigación 1999, Vol. I.  México: UAM-X, CSH, pp. 143-160.

[19] Jonathan Rico Alonso, op. cit., p. 42.

[20] Ireneo Paz, “El Círculo Bécquer”, en La Patria, 24 de mayo de 1877, p. 3.

[21] Ireneo Paz, “El Mundo Científico”, en La Patria, 10 de octubre de 1877, p. 3.

[22] “Gazapos mayúsculos”, en La Libertad, 31 de octubre de 1879, p. 3.

[23] Jonathan Rico Alonso, op. cit. p. 45.

[24] El Siglo Diez y Nueve, 25 de julio de 1878, p. 1.

[25] Cecilia Wu Brading, Santiago Sierra: la diplomacia mexicana en América del Sur y la Guerra del Pacífico, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1995, p. 13.

[26] Ibid, p. 35.

[27] “Ministerio de Relaciones Exteriores” en El Siglo Diez y Nueve, 25 de julio de 1887, p. 1.

[28] La Patria, 10 de octubre de 1879, p. 3.

[29] Santiago Sierra, “Aclaración”, en La Libertad, 14 de octubre de 1879, p. 3.

[30] Ireneo Paz, “Silencio en las filas” en La Patria, 15 de octubre de 1879, p. 2.

[31] “Consigna” en La Patria, 16 de octubre de 1879, p. 3.

[32] “Leonardo López Portillo” en La Patria, 3 de noviembre de 1878, p. 2.

[33] El pleito entre Rivera y Sierra, que estuvo a punto de llegar a las armas, surgió porque La Libertad, contestando a El Monitor Republicano, que pedía serenidad a los periodistas por las pasiones políticas del momento, publicó: “En las columnas del mismo periódico que hoy hace un llamamiento a los sentimientos honrados y a la buena educación de los escritores públicos, resonaba la voz de un Pipo, que descendía a los últimos escalones de la injuria para manchar toda clase de reputaciones”. Teofrasto, “La suspensión de garantías” en La Libertad, 12 de marzo de 1880, p. 2.

[34] “La Libertad. Sus insultos y su cobardía” en La Patria, 13 de marzo de 1880, p. 1.

[35] Véase sección “Las cartas de abril”.

[36] “Nuestros diplomáticos” en El Tiempo, 16 de febrero de 1890, p. 1.

[37]  José Mariano Leyva señala que el espiritismo mexicano, al menos en el siglo XIX, tenía dos vertientes muy marcadas: el intelectual y el popular. En 1858 llegó a México La Revista Espiritista. El creciente número de seguidores hizo posible la creación de la Sociedad Espírita Central de la República Mexicana; entre quienes firmaron el acta constitutiva se encuentra Santiago Sierra. Él también participó con el seudónimo de Eleútheros en el diario La Ilustración Espírita, fundada por Refugio I. González, dedicado a la de defensa del espiritismo.

[38] “Santiago Sierra” en La Patria, 21 de febrero de 1878, p. 3.

[39] El diario La Época.

[40] “Hemos recibido” en La Patria, 17 de mayo de 1878, p. 3.

[41] La Patria, 1 de noviembre de 1878, p. 2.

[42] “Sucesos del día” en La Patria, 19 de marzo de 1880, p. 2.

[43] “Más pormenores sobre el asalto al Sr. Caballero por un grupo de gonzalistas” en La Patria, 13 de marzo de 1880, 19 de marzo de 1880.

[44] “Cabos sueltos” en La Libertad, 23 de marzo de 1880, p. 2.

[45] “Cabos sueltos” en La Libertad, 25 de marzo de 1880, p. 2.

[46] El último renglón de la nota hace referencia a un hotel famoso por su mala reputación, más conocido por ser un prostíbulo.

[47] “El destino manifiesto” en La Patria, 20 de abril de 1880, p. 2.

[48] “En carácter” en La Patria, 21 de abril de 1880, p. 2.

[49] Al día siguiente publicaron que la imprenta estaba ubicada en el número 20.

[50] “La Patria” en La Libertad, 21 de abril de 1880, p. 3.

[51] “La Libertad” en La Patria, 25 de abril de 1880, p. 2.

[52] La Patria, 3 de noviembre de 1879, p. 2.

[53] La Patria, 1 de noviembre de 1878, p. 2.

[54] “Incienso y flores” en El Padre Cobos, 30 de abril de 1874, p. 5.

[55] “La paja en el ojo del vecino” en La Libertad, 2 de abril de 1880, p. 3.

[56] Se reproduce aquí el fragmento que editó:

Nuestro compañero Ireneo Paz, a quien tratan de injuriar con ese suelto los modernos porfiristas de La Libertad no debe nada absolutamente al Sr. general Díaz: mejor dicho, le debe los siguientes:

Once años de sacrificios y de persecución por la constancia que con ese tiempo defendió y sostuvo en todos terrenos la causa que el caudillo constitucionalista representaba.

Cuatro prisiones en esos once años, siendo la mejor de ellas dos meses de incomunicación sufrida en la cárcel de Belem.

Haber arrastrado los peligros consiguientes en diez y siete combates que tuvo que concurrir durante ese tiempo, desempeñado algunas veces investidura militar.

Haber hecho treinta viajes por cuenta propia a diversos estados de la República, emprendiendo trabajos porfiristas.

Haberse prestado a desempeñar dentro y fuera de México cuantas comisiones se le encomendaran sin estipendio de ninguna clase.

Haber redactado los siguientes periódicos porfiristas, sin haber recibido jamás un real de remuneración: El Estado de Sinaloa, La Palanca de Occidente, El Diablillo Colorado (los primeros periódicos que postularon para presidente al general Díaz), La Nueva Era, El Mensajero y El Padre Cobos, sin contar las proclamas, planes, hojas sueltas, boletines de la campaña, etc., etc., etc.

Haber caído prisionero en Charco escondido, estando a punto de ser fusilado por el general Rocha y escapar de dentro del cuadro que iba a verificar la ejecución mandada por el general Tolentino.

Haber escapado segunda vez en Monterrey de la nueva orden para ser pasado por las armas, saliendo por una noria de la prisión, para escapar definitivamente, después de burlar una ruda persecución y pasar por mil riesgos.

Haber sufrido un destierro en el extranjero de más de diez meses en los últimos tiempos del gobierno de Lerdo de Tejada.

Haber perdido catorce mil pesos a consecuencia de ese destierro; fuera del deterioro que sufrió su establecimiento tipográfico y los perjuicios acarreados a todas sus publicaciones.

[57] Adolfo Carrillo, “Sucesos del día: La Libertad” en La Patria, 4 de abril de 1880, pp. 2 y 3.

[58] “Don Ireneo Paz” en La Libertad, 6 de abril de 1880, p. 3.

[59] Ireneo Paz, "Asunto personal" en La Patria, 25 de abril de 1880, p. 1.

[60] Supongo que este apodo, además de resaltar la supuesta falta de hombría de Sierra, hace burla de sus creencias: Simón, en hebreo, significa “el que ha escuchado a Dios".

[61] Rico Alonso, después de una minuciosa investigación, parece estar seguro de que el autor de los textos fue Cuenca: “Para dar luces sobre el periodo más colérico, marzo y abril de 1880, que padecieron los redactores de ambos diarios capitalinos, he de dar a conocer mis pesquisas acerca de quién estuvo detrás del seudónimo de Teofrasto o el mismo autor que firmó notas y textos contra Francisco Javier Rivera e Ireneo Paz. […] María del Carmen Ruiz Castañeda y Sergio Márquez Acevedo sugieren que el disfraz literario de Teofrasto ['de habla o estilo divino'] pudo pertenecer tanto a Santiago Sierra como a Agustín F. Cuenca. Con él, en algunas ocasiones, las otras de manera anónima, apareció firmada la sección 'Lo del día' desde el 4 de julio de 1879 hasta el 2 de agosto del corriente en La Libertad. Posteriormente, este alias se volvió a utilizar para alternar con la firma de Santiago Sierra la columna 'Cosas del día', la cual apareció el 21 de octubre de ese mismo año. Con base en los datos arrojados por el catálogo 'Colaboraciones de Santiago Sierra en la prensa mexicana: 1868-1880', que actualmente sigo trabajando, se puede desligar a Chano de la atribución hecha por Castañeda y Acevedo. Expongo algunas razones: durante el tiempo de vida de la columna 'Lo del día', Sierra residía en Santiago de Chile en calidad de diplomático; en ese mismo lapso, el nombre del escritor dejó de aparecer en las listas de redactores y de correspondientes de La Libertad; dicha sección comenta noticias del momento, como su nombre lo indica, y de temas nacionales que están en boga en la prensa, además su periodicidad es casi diaria, lo anterior quedaría fuera del alcance de Santiago, debido a que por entonces vivía en otro país y sus ocupaciones oficiales le demandaban mucho tiempo; asimismo, el estilo de la sección no corresponde al de Sierra en su etapa madura: el de éste es más pulido, más trabajado, el de aquélla es más sencillo y suelto. Finalmente, en este mismo tenor, el verdadero autor de la columna deja ver que escribe desde la capital […] ¿Entonces fue Cuenca el que suscribió con el apodo 'de habla o estilo divino'? De igual manera, tomando como base el citado catálogo, se puede desligar a este escritor del seudónimo, por lo menos en lo que concierne a la sección 'Lo del día': el poeta se unió a la fila de redactores de La Libertad el 26 de julio de 1879, fecha en la que Olavarría y Ferrari abandonó el periódico en cuestión y en la que ya habían aparecido textos firmados por Teofrasto. No obstante, […] Cuenca adoptó meses más tarde ese 'estilo divino' para alternar, ahora sí, con Santiago la columna 'Cosas del día', de la cual salieron varios de los juicios más negativos hacia las personas de Francisco Rivera e Ireneo Paz”. Jonathan Rico Alonso, Rescate, estudio y edición crítica de Viajes por una oreja (1869), de Santiago Sierra, tesis de maestría, San Luis Potosí, 2019, pp. 94 y 95.

[62] Ibidem.

[63] Ibidem.

[64] No se olvide que ese mismo día Ireneo había publicado que ya no leería más La Libertad.

[65] Santiago Sierra, “Un miserable llamado Ireneo Paz” en La Libertad, 25 de abril de 1880, p. 2.

[66] Agustín F. Cuenca, “Al mismo zángano” en La Libertad, 25 de abril de 1880, p. 2.

[67] Rafael de Zayas Enríquez, “Los hombres de El Federalista” en El Eco de Ambos Mundos, 11 de agosto de 1874, p. 1.

[68] Lucio Ernesto Maldonado, El tribunal de vagos de la Ciudad de México (1828-1867) o la buena conciencia de la gente decente, México, Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2018, p. 299.

[69] Código Penal para el Distrito Federal y Territorio de la Baja California sobre delitos del fuero común, y para toda la República sobre delitos contra la Federación de 1871.

[70] Antonio Tovar, Código Nacional Mexicano del Duelo, México, Imprenta y encuadernación de Ireneo Paz, 1891, p. 12.

[71] Margarita Urueta, La historia de un gran desamor. Biografía de Jesús Urueta, el gran tribuno de la Revolución, México, Stylo, 1964, p. 57.

[72] Para esas fechas ya circulaba una versión traducida de Eligio Dufoo, editada por Sandoval y Vázquez en 1874.

[73] Artículo 9 del Código del Duelo, en Ensayo sobre la jurisprudencia de los duelos, versión traducida por Andrés Borrego, Madrid, Juan Iglesia Sánchez impresor, 1890, p. 14.

[74] Eligio L. Torres, “Un gran pensador callado a tiros” en El Informador, 1 de marzo de 1942, p. 12.

[75] Ángel Escudero, El duelo en México, México, Porrúa, 1998, p. 84.

[76] Urueta, op. cit., p. 50.

[77] El Monitor Republicano, 30 de abril de 1880, p. 3.

[78] Urueta, op. cit., p. 60.

[79] “Accidente desgraciado” en El Republicano, 28 de abril de 1880, p. 3.

[80] “Gacetilla” en El Siglo Diez y Nueve, 26 de abril de 1880.

[81] “Sobreseimiento” en La Voz de México, 4 de mayo de 1880, p. 3.

[82] La nota se publicó en El Republicano el 30 de abril, y se retomó en El Monitor Republicano del siguiente día.

[83] Sóstenes Rocha, “Prólogo” en Tovar, op. cit., p. IV.

[84] Justo Sierra, Obras completas, tomo XIV, México, UNAM, 1949, p. 14.

[85] Claude Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo, Tomo I, México, UNAM, 1986, p. 181.

[86] Ibidem.

[87] La Patria, 24 de abril de 1880, p. 3.

[88] Manuel Gutiérrez Nájera, “Agustín Cuenca” en La Libertad, 03 de julio de 1884, p. 2.

[89] Eduardo Lizalde, Siglo de un día, México, Jus, 2015. Versión electrónica.

[90] Ireneo Paz, Los hombres prominentes de México, México, La Patria, 1888, pp. 192.

[91] Rosa María Talavera Aldana, Ignacio Martínez Elizondo viajero y liberal heterodoxo, México, Tesis de doctorado, p. 137.

[92] “Muerte del Gral. Ignacio Martínez” en La Patria, 5 de febrero de 1891, p. 2.

[93] “Lamentable muerte” en La Patria, 9 de abril de 1896, p. 3.

[94] “La muerte de Santiago Sierra, asesinato de Ireneo Paz” en Proceso, 24 de noviembre de 1984. Disponible en: https://www.proceso.com.mx/140000/la-muerte-de-santiago-sierra-asesinato-de-ireneo-paz


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