En la mirada de otros

En la mirada de Enrique Ramírez y Ramírez

Enrique Ramírez y Ramírez

Año

1930

Tipología

En la mirada de otros

Temas

Los años en San Ildefonso

Lustros

1930-1934

 

Enrique Ramírez y Ramírez

Enrique Ramírez y Ramírez (1915-1980), fue un escritor, periodista y político que participó en diferentes movimientos estudiantiles. En 1933 fue apresado junto con otros jóvenes por su militancia comunista; uno de sus defensores fue el abogado Octavio Paz Solórzano, padre de su amigo.[1] Fue miembro del Partido Popular y, eventualmente, del Partido Revolucionario Institucional. Colaboró desde los 14 años en muchos diarios y fue fundador y director, hasta su muerte, del periódico El Día.


          Su relación con Octavio Paz se desprende de los ideales políticos que la juventud de la época compartía: se inició en los años de San Ildefonso, cuando ambos militaban en la Unión Estudiantil Pro Obrero y Campesino (UEPOC) —de la que Ramírez fue secretario general—, y se volvió más estrecha durante el cardenismo. Después, la ortodoxia marxista de Ramírez los fue alejando.


          Elena Garro lo recuerda como “un joven moreno, delgado, de grandes ojos negros, que llevaba zapatos y no usaba calcetines [...]. No me asombró que Enrique no llevara calcetines ya que en México decimos: “Aquí se roban los calcetines sin quitarles los zapatos".[2]


          Socorro Díaz, colaboradora de Ramírez, comenta sobre él: “Fue un patriota que habitó el siglo XX, formado en la crítica y la militancia de la Revolución mexicana; tuvo a México y a su pueblo; su historia, su realidad y su destino como estrella polar de reflexiones y acciones”.[3] A Carmen Galindo le es inexplicable, por sus distintas ideologías, “su admiración por Octavio Paz, a quien siempre recordaba y a quien dedicó […] un número monográfico del suplemento”.[4]


          Tuvo amistad con Carlos Pellicer, Vicente Lombardo Toledano, Vittorio Vidali, Juan Marinello, Lázaro Cárdenas, Heriberto Jara, Rodolfo Dorantes, Luis Torres Ordoñez, Salvador Toscano, Leopoldo Méndez, Adolfo López Mateos...


          Los siguientes fragmentos tienen como objetivo ser un espejo de los años 30, cuando las convicciones políticas de Ramírez y Ramírez y las de Paz era semejantes. (AGA)



I

No hay amor verdadero sin conocimiento verdadero; no hay amistad auténtica si no se entiende al amigo.[5] Es arriesgado hablar elogiosamente de un amigo en un país donde florecen las sociedades de elogios mutuos. Sin embargo, yo he vivido entre amigos a quienes la profunda relación espiritual no obstruye la visión serena de las cualidades o las limitaciones.[6]

 

II

[Cuando tenía] aún 15 años de edad [participé] en la campaña electoral de 1929. Fui entonces un apasionado vasconcelista. Lo fui porque mi concepción política de aquella época, demasiado confusa, no alcanzaba para más. Pero lo fui con toda sinceridad. De entonces acá, afortunadamente, ha pasado algún tiempo y me ha sido posible evolucionar con más o menos rapidez, hasta llegar a ser comunista.[7]  

 

III

En 1929 brota en México una de las luchas estudiantiles más intensas que se hayan registrado […]. Ahora hasta resulta un poco irónico recordar que ese movimiento empezó a desarrollarse porque los alumnos de una facultad universitaria, la de Derecho, se opusieron a la instauración de reconocimientos trimestrales; pero hay que comprender que lo de menos era el motivo aparente o el pretexto, de ahí se desarrollaron los hechos hasta desencadenar un movimiento total, de larga duración, por una gran violencia verbal y física entre los estudiantes, las autoridades universitarias y el gobierno, y con incidentes también violentos. El final de ese movimiento vino cuando […] el presidente don Emilio Portes Gil, contestó a las demandas estudiantiles declarando la autonomía de la Universidad Nacional de México. Con cierto sentido autocrítico yo, que era un participante de aquel movimiento, si bien de los escalones más bajos, debo decir que los estudiantes no habían pedido la autonomía de la Universidad, no lo habían pedido expresamente, pedían otras cosas de orden secundario y la hábil respuesta de don Emilio consistió en decir: ¡bueno ahí está la Universidad! Era aquel movimiento de 1929 muy difuso en su orientación, vago en sus objetivos y en sus demandas; pero ese movimiento en el que participaban todos los estudiantes, independientemente de su ideología, sí tuvo, a mi juicio, una significación: puso muy en contacto a los jóvenes de aquel tiempo con la realidad del país, los hizo asomarse en masa a los problemas nacionales; fue en este sentido, un avance en el movimiento juvenil mexicano. En los años siguientes habría más experiencias y se darían pasos adelante.[8]


IV

En México [en 1930] estamos asistiendo al doloroso espectáculo que día tras día nos presentan criminales de instintos feroces y repugnantes; a los delitos cometidos ocasionalmente, se aúnan los ejecutados por individuos de origen perverso y de inmoralidad absoluta. Y toda esta marejada de odios y de tragedias no es sino el resultado lamentable de una descomposición social ya señalada por escritores de valía.[9]

 

V

Los primeros recuerdos que tengo de José Alvarado son fuertes y vivos. Vienen de aquellos días en que una gran marejada popular se levantaba a la lucha contra la dictadura callista, porque veía en el callismo la representación de las claudicaciones repulsivas, la vuelta de espaldas a la Revolución Mexicana y la entrega del país al imperialismo extranjero. Confusos y románticos, nos afiliamos a una gran corriente de política liberal que prometía la regeneración de la vida pública, el gobierno de los aptos y honestos, el desenvolvimiento de México por los causes de la democracia. Creíamos en la política como arranque justiciero y hasta como ímpetu vengador, expiatorio, pero poco o nada sabíamos de la política como disciplina sostenida, como esfuerzo planeado y de largo alcance. [...]


          Entonces cada quien buscó y tomó su propio camino. Unos, se entregaron pronto. En pocos días articularon dentro de la vida muelle y confiada del maximato victorioso. Otros, siguieron un sendero más sinuoso, lucharon más con su propia conciencia —o se cotizaron más alto—; pero al fin terminaron, en el sexenio de la sonrisa permanente, incorporándose al gobierno que más hizo por revivir, agravándola, la historia de claudicaciones del callismo.


          Pero la gran corriente popular que había dado fuerza a la tumultuosa oposición contra el callismo, no se disolvió ante la deserción de los pusilánimes y la traición de los oportunistas. Simplemente, buscó caminos más eficaces para su lucha. A esa corriente se unió José Alvarado.[10]

 

VI

Ya llevaba muchas prisiones seguidas (por comunista) y queriendo cortar tan mala racha me acordé de que contaba con grandes amigos influyentes aquí en la Universidad y en todo Michoacán. Vine a buscar su protección y su ayuda. [Eran] los derrotados vasconcelistas. Los conocí con Rodolfo Dorantes, cuando los dos éramos chamacos. […] Aquí están Victoriano Anguiano, Manuel Moreno Sánchez, Rubén Salazar Mallén, [Salvador] Azuela, Carpy Manzano y Alfonso Ortega. Ellos me conocieron en las luchas del 29, en las que no distinguí como organizador nacional pero sí como activo agitador estudiantil; yo era muy chico y se admiraban los grandes de que fuera precozmente tan apasionado político.[11]

 

VII

Hace diez años José Revueltas casi no sabía escribir. Había regresado unos días antes de su segundo viaje involuntario a las Islas Marías. Pero en sus pequeños relatos sobre la experiencia amarga y reveladora —que junto con él sufrieron, por aquellos tiempos, docenas de trabajadores e intelectuales revolucionarios de México— se advertía ya la más profunda cualidad del escritor: el encontrar y saber transmitir lo más entrañable de la vida de su pueblo. Lo que Revueltas aprendió después, en su arduo y relampagueante aprendizaje de artista, es bien poco en comparación con lo que él ya sabía con el inmenso conocer y comprender a su pueblo que le venía de su calidad de militante revolucionario.[12]


VIII

En su grande, ardiente libro “La condición humana” (1933), André Malraux parecía descubrir la belleza profunda de nuestra lucha, al desprender, del cuadro rojizo y dramático de la revolución china, unos cuantos personajes hondos, zigzagueantes, atormentados y luminosos que arden también y después desaparecen en el espacio y tiempo, dejando sólo un rastro de ceniza. Es, pensábamos, la revolución vista hacia adentro, inconmensurablemente al fondo de sus resortes humanos, trágica e inmortal en el destello apasionado de los que la viven. […] Porque estábamos cansados igualmente de los libros que hablan del pasado y se revuelven melancólicamente en él, y de los que miran al futuro, pero solamente lo balbucean, incapaces y débiles para presentirlo.[13]


IX

Antes de 1934, antes de “la escuela socialista”, cuando muchos obreros e intelectuales eran llevados al destierro a las Islas Marías por su militancia revolucionaria y las huelgas eran declaradas oficialmente “antipatrióticas e inoportunas”; es decir, cuando ser marxista no era oportunidad ninguna para vivir en paz o con domicilio conocido, ya se hablaba en México de marxismo; se leían las obras de los teóricos marxistas, se expresaban puntos de vista marxistas en periódicos y libros y existían grupos de obreros, dirigentes sindicales e intelectuales que trataban de desarrollar la lucha del pueblo conforme a los principios del marxismo.[14]


X

En 1934, en un periodo particularmente intenso de la vida nacional, en que todos los problemas económicos, sociales, políticos y culturales del país entran por así decirlo en ebullición y son materia de una agitación como en pocas etapas se ha visto a lo largo de toda la vida nacional, se instaura una reforma al artículo 3° constitucional que fue y ha sido objeto de las más apasionadas luchas. Es la reforma […] en que se define que la educación en México, en las escuelas primarias, secundarias, normales y en las dedicadas especialmente a los obreros y a los campesinos tendrá el carácter definido: será socialista. [...] Yo viví como estudiante y como militante político aquellos años.[15]


XI

Hasta el año de 1936, la prédica de la Unión Soviética en México se había desarrollado sobre moldes mecánicos, formales, rutinarios. [Lombardo Toledano] hizo comprender a cientos de miles de mexicanos el prodigioso mensaje de la Revolución Socialista de Octubre. Él hizo familiar a los campesinos, obreros e intelectuales de México la obra portentosa de Lenin y de Stalin.[16]

 

XII

Fue en la época del gobierno del general Lázaro Cárdenas cuando el movimiento juvenil mexicano cobró más amplitud, extensión, intensidad y, sobre todo, claridad ideológica. Fueron los años en que por primera vez se habló con mucha claridad […] de los intereses de las nuevas generaciones y del papel que esas generaciones podían y debían desempeñar en la vida pública, y tuvo una característica muy importante y edificante: […] En sus mejores momentos fue un movimiento que alcanzó grados muy altos de unidad.[17]


XIII

La literatura es un vehículo de comunicación entre los hombres, ejerce una gran influencia en la sociedad y por tanto no ha sido nunca ni puede ser ajena a las cuestiones políticas. Consciente o inconscientemente, confesándolo o no, los escritores hacen siempre política […] en relación con su tiempo, la situación en que viven y la ideología que sustentan. Los llamados literatos apolíticos son políticos vergonzantes o hacen política sin darse cuenta exacta de ello. Lo importante es saber a qué clase de intereses sociales quiere servirse.[18]

 

XIV

El estupor producido por “No pasarán” reside en gran parte, en la equivocada credulidad de los que creen que la poesía, para ser tal, no pueden referirse nunca a nada, sino simple y exclusivamente al misterio de las palabras entrelazadas cabalísticamente. Octavio Paz ha sido de los primeros poetas mexicanos —si no el primerísimo— en demostrar que en tal pretensión no hay sino una gran impotencia, impotencia para conocer la realidad y para exaltarla poéticamente. Octavio Paz no adolece de esta impotencia porque él es un artista nato, uno de los más vigorosos y profundos poetas de la nueva generación mexicana. Y al decir esto, por poco quitamos lo “de la nueva generación mexicana”. Porque es esta nueva generación la que hoy da poetas a México. Las otras generaciones dan casi solamente sombras y recuerdos de poetas. Después del ejemplo deslumbrante del gran maestro de la poesía americana —Carlos Pellicer— después de uno que otro poema de Novo, de Villaurrutia, ¿qué va a quedar? Mientras José Gorostiza no nos ofrezca formas en lugar de rumores fantásticos sobre obras no menos fantásticas que prepara hace diez años, tendremos que pensar en él como en un remoto recuerdo. En cuanto a Torres Bodet, con sinceridad declaramos que era el poeta en quien pensábamos se desarrollaría la voz más pura, vertebrada y alta. […]


          Después de “No pasarán”, Paz ha publicado un libro: “Raíz del Hombre” ¿Quién, que no sea un hombre incompleto, estimará como contrarrevolucionario este libro? “Raíz del Hombre”, que contiene sólo poemas de amor, y que fue escrito por Paz antes que “No pasarán”, sin embargo, confirma y explica el “No pasarán”. [...]


          Hablando de la tragedia de la España actual y hablando de la ceguera y la soledad del amor en el mundo no socialista, surgen en la poesía de Paz, siempre, la protesta, la exigencia de un orden que sustituya al desorden triste que, no hace falta gritarlo, es el mundo capitalista. Porque Paz, verdadero poeta, está predestinado por esto mismo a ser un radical; un hombre apegado a la raíz del hombre y de la realidad.[19]


XV

En las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, [existió] una prensa en México [...] que hacía la apología de Hitler y Mussolini y del militarismo japonés. Hitler era según esa prensa el azote de Dios, el látigo tomado por las manos de Dios para castigar al género humano por sus pecados y regenerarlo. Mussolini un estadista visionario, el militarismo japonés invencible. Roosevelt, en cambio, era un paralítico, según esa prensa, caprichoso y vesánico, iluso y sospechoso de comunismo. Tuvo que venir la Segunda Guerra Mundial y una situación en la que México declaró la guerra a las potencias del Eje, para que esa prensa cambiara el tono por la fuerza de las circunstancias y empezara a hablar bruscamente de la democracia y de las Naciones Unidas.[20]


XVI

El México de nuestra época vio batallar [a José Mancisidor] a lo largo de muchos años en el campo de la cultura y en el de la política que para él —que tenía una clara conciencia de hombre de su tiempo— eran uno solo; el de la lucha sin tregua por la independencia y la libertad de su patria y por la emancipación de todos los pueblos de la tierra.[21]

 

XVII

Rememora Enrique Ramírez Cisneros:


          Él sabía hacer amigos en todos lados, de todas las edades, en todas las épocas. […] En la adolescencia, a su paso por la Secundaria 4, conocería a Rodolfo Dorantes, con quien ingresaría al Partido Comunista […]. De esa etapa también data su amistad con Ricardo Cortés Tamayo, [quien] decía mi padre, bien pudo ser el cronista de la Ciudad de México. […]


          Fue en el PC donde […] conoció a José Alvarado. También en ese partido se hizo amigo de José Revueltas, con quien fue a dar al entonces Palacio de Lecumberri. “¡Ramírez!, no ¡Revueltas!”, corrigió el custodio encargado de “la cuerda” destinada al penal de las Islas Marías. Y así mi padre se libró de ser enviado al temido cautiverio. […] Recuerdo con nitidez la visita a mi casa de un hombre de cabellera blanca, moreno, cubano, poeta: Nicolás Guillén. Y es que mi padre, hombre de letras, de gran sensibilidad, podía sentarse una tarde a platicar, y lo hacía con personajes de la talla de Efraín Huerta, Carlos Pellicer, Andrés Henestrosa, Alí Chumacero, Elena Garro, Rosario Castellanos, "Pepe" Iturriaga, María Luisa "La China" Mendoza [...] o el mismo Octavio Paz, quien, no sé por qué, lamentaba que mi padre se hubiera dedicado a la política y no de lleno a la literatura. "Perdimos un gran poeta", decía en una frase que a mi padre parecía no hacerle mucha gracia.[22]



NOTAS

[1] Carrancá confirma la intervención del abogado Paz y apunta que “junto a otras actividades de naturaleza socialista y comunista”, lo que lo llevó a la cárcel fue “un artículo intitulado 'A la Defensa' donde criticaba acremente al Ejercito mexicano”. Raúl Carrancá y Rivas, “El humanista” en Remembranza e iconografía, México, Tinta, 2010, p. 130.

[2] Elena Garro, Memorias de España 1937, México, FCE, 1992, p. 6.

[3] Socorro Díaz, “Patriota, reformador periodista”, en Remembranza, op. cit., pp. 27 y 28.

[4] Carmen Galindo, “La cultura, su pasión”, ibid., p. 12. 

[5] Ibid., p. 12.

[6] “Raíz popular de José Alvarado” en El Popular, 30 de agosto de 1958, p. 6.

[7] “Carta de un joven a José Vasconcelos” en U. O. Revista de cultura moderna, número 11, octubre-noviembre de 1936, p. 3.

[8] “Evolución del movimiento juvenil mexicano I” en Obra recopilada, Conferencias 1947-1966, México, Publicaciones mexicanas, 1992, pp. 311-313.

[9] “La injusticia pide justicia” en Hombre Libre, 24 de enero de 1930, p. 1.

[10] “Raíz popular de José Alvarado” en El Popular, 30 de agosto de 1958, p. 6.

[11] Marco Antonio Millán, La invención de sí mismo. Edición de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Memorias Mexicanas), 2009, pp. 26 y 27.

[12] “José Revueltas, artista del pueblo de México”, conferencia impartida con motivo del galardón a Revueltas en el Certamen de Argumentos Cinematográficos y publicada en El Popular, 19 de octubre de 1944, p. 5.

[13] “De regreso a la soledad” en El Popular, 14 de agosto de 1956, p. 6.

[14] “Samuel Ramos o la ignorancia del marxismo” en Futuro, julio de 1939, p. 34.

[15] “El artículo 3º constitucional” en Obra recopilada, op. cit., pp. 377 y 378.

[16] “Lombardo Toledano bajo el signo del marxismo” en El Popular, 16 de julio de 1950, p. 6.

[17] “Evolución del movimiento juvenil mexicano “, op. cit., pp. 311-313.

[18] “Preguntas a vueltas a Enrique Ramírez y Ramírez” en El Gallo Ilustrado, Suplemento dominical de El Día, 24 de agosto de 1980, p. 15.

[19] “La juventud de la poesía mexicana” en El Nacional, 9 de febrero de 1937, p. 3.

[20] “La necesidad de nacionalizar a la opinión pública” en Obra recopilada, op. cit., p. 116.

[21] “José Mancisidor” en El Popular, 22 de agosto de 1956, p. 6.

[22] Enrique Ramírez Cisneros, “Imágenes públicas y privadas” en Remembranza, op. cit., pp. 89-93.


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