Conversaciones y novedades

En torno a la "Cruzada" de Octavio Paz por la autentificación ideológica de la izquierda de su patria

Oscar Zires

Año

1984

Tipología

Conversación

Temas

Recontextualizaciones

Lustros

1980-1984
1985-1989
1995-1999

 

Octavio Paz, en la Feria del Libro de Fráncfort. Fotografía de Gaby Sommee, Gamma-Rapho

A Juana Inés, of course

Se decía que, en 1815, Tayllerand había dicho de los Borbones que no habían aprendido nada ni olvidado nada, pero a juzgar por las evidencias de ese 1848 era la izquierda, más que los líderes de la reacción, la que seguía entrampada en una fantasía anacrónica sobre la revolución, en vez de ponerse al día con las nuevas realidades.

Gareth Stedman Jones


I. Interpelaciones a la izquierda finisecular mexicana

El 7 de octubre de 1984 Octavio Paz se encuentra en la ciudad de Francfort. Ha viajado a esa ciudad centroeuropea para recibir el Premio Internacional de la Paz que le ha otorgado la Asociación de Editores y Libreros Alemanes. El discurso de recepción del premio, que titula “El diálogo y el ruido” —una honda reflexión en torno al significado de la democracia y el diálogo para la perduración de la paz en el mundo moderno—, incluye una larga “digresión” (así la llama) a propósito de la situación política que en aquel momento priva en Centroamérica. La cierra con estas palabras:

Las elecciones de El Salvador han sido una condenación de la doble violencia que aflige a esas naciones: la de las bandas de la ultraderecha y la de los guerrilleros de la extrema izquierda. Ya no es posible decir que ese país no está preparado para la democracia. Si la libertad política no es un lujo para los salvadoreños sino una cuestión vital, ¿por qué no ha de serlo para el pueblo de Nicaragua? Los escritores que publican manifiestos a favor del régimen sandinista, ¿se han hecho esa pregunta? ¿Por qué aprueban la implantación en Nicaragua de un sistema que les parecería intolerable en su propio país? ¿Por qué lo que sería odioso aquí resulta admirable allá? [1]


          Este pasaje es, en el fondo, una interpelación a la izquierda de su patria: en él, Paz le echa en cara a esta fuerza política la contradicción en que incurre al romper lanzas en favor del régimen revolucionario del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, al mismo tiempo que plantea la exigencia de respetar la democracia en El Salvador. No será ésta, por cierto, la única ocasión en que la emplace. Siete veces más le instará a superar esta incongruencia doctrinaria. Esparce esos llamados a lo largo de los doce años que transcurren entre los prolegómenos de la instauración de un sistema electoral en Nicaragua y los momentos germinales de la democracia mexicana, durante la presidencia del doctor Zedillo. Es decir, entre los años 1984 y 1996.


          Pero, además, del número de los emplazamientos hechos cada uno de ellos a tal punto categórico que no queda lugar a dudas de la importancia que revistió para el poeta la causa de la recuperación de la integridad intelectual de la izquierda mexicana. Bien podría decirse que llegó a montar una verdadera cruzada en su defensa. Y, acaso, porque a sus ojos, el que esta fuerza política se expurgara de sus vetas doctrinales de origen significaba el conjuro definitivo del riesgo de que México volviese a la época de los regímenes autoritarios.


          Así plasma esta inquietud en un ensayo “México: modernidad y tradición”, publicado en 1990 como parte del volumen Pequeña crónica de grandes días:

El Partido de la Revolución Democrática (PRD) está dirigido por antiguos líderes del PRI aliados a otros que vienen del disuelto Partido Comunista y de varios grupos afines. […] ¿Y su amor a la democracia? Nunca hablaron de ella, salvo para denunciarla como una mistificación. De pronto, tocados por una súbita luz, comenzaron a escribir loas a los derechos humanos y a las despreciadas «libertades formales». ¿Cómo y por qué? Nunca nos han explicado las razones de su cambio. [2]


          Cuatro años después, en un ensayo a propósito de las elecciones presidenciales de 1994 en México, que titula justamente “Las elecciones de 1994: doble mandato.”, dice lo siguiente:

De una vez por todas, no en privado y con voz susurrante, sino en público y con voz clara para ser oída por todos, los intelectuales de izquierda deben confesar sus complacencias y complicidades con las tiranías totalitarias (sobre todo con Castro) y afirmar la incompatibilidad entre su actual ideología democrática y la totalitaria. Esto es esencial porque hasta la caída del muro de Berlín un gran número de intelectuales del PRD no ocultaban sus simpatías por la URSS, China, Cuba y los otros Estados totalitarios. [3]


          Y en 1996, al calor de la discusión nacional en torno a la ”Cuarta Declaración de la Selva Lacandona” —documento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en conmemoración del segundo aniversario de su alzamiento armado—, dirá en un artículo que titula “Más sobre botánica lacandona”, lo siguiente:

Para Marx el camino hacia el socialismo pasaba por la dictadura del proletariado y para Lenin por la dictadura de la vanguardia de la clase obrera: los comunistas. Ninguno de los dos creía en la democracia representativa: les parecía incompatible con la lucha revolucionaria y con el socialismo. Si Gómez [en la actualidad, legislador por Morena] quiere jugar limpio, debería decirnos qué piensa sobre esta disyuntiva: o renuncia a la democracia representativa o renuncia a uno de los principios fundamentales del marxismo.[4]


          Los tres pasajes anteriores ilustran de manera clara cuál era el sentido de la cruzada de Paz: no le resultaba creíble —no lo es— que la izquierda mexicana de finales del siglo XX pudiese abrazar el ideal de la democracia representativa y el liberalismo sin antes renegar de su filiación histórica al totalitarismo. —Ahora bien, ha venido a suceder que a treinta y cinco años de distancia de lanzada la primera de esas interpelaciones (en aquel discurso del poeta en Francfort, del año 1984), hemos venido a saber, sin sombra de duda, que la izquierda finisecular mexicana se negó en redondo a escucharlas. Lo único que hizo fue agazaparse, a la espera de tiempos propicios para hacer valer de nueva cuenta su vena autoritaria de origen.


II. Interpelación de la izquierda mexicana de nuestros días

¿Cómo sabemos esto? Pues gracias a un reciente ensayo del biógrafo y ensayista Enrique Krauze, “El presidente historiador”.[5] En éste, su autor demuestra de manera por demás plausible que López Obrador, hoy líder de la izquierda mexicana y también presidente del país, no es un demócrata sino un caudillo embozado. La demostración se basa en el análisis de la obra historiográfica de éste. En particular, de su libro Neoporfirismo, hoy como ayer, del año 2014, texto cardinal en materia de credo político del macuspano, ya que contiene los rasgos doctrinales del partido-movimiento que él ha fundado y encabeza:

Neoporfirismo. Hoy como ayer es un libro importante no sólo porque refleja [la visión de su autor acerca del pasado inmediato de México], sino porque resume el fundamento ideológico de sus actos y anticipa la nueva historia oficial. [6]


          ¿Cuál es ese fundamento ideológico del lópezobradorismo? Parecería connotarlo el hecho de que este libro-manifiesto está basado en la obra de don Daniel Cosío Villegas. Calcula Krauze en setenta por ciento el total de citas tomadas de la Historia moderna de México, particularmente de su décimo y último volumen, para articular seis de los siete capítulos del propio Neoporfirismo. Hoy como ayer. Hasta tal extremo llega a gravitar la obra principal de Cosío Villegas sobre este libro capital del lópezobradorismo. De lo cual se sigue, uno supone, que estamos ante un liberal de pura cepa. Pero la realidad es otra:

López Obrador aspira a ser como Juárez, Madero y Cárdenas, pero sus actos perfilan otro modelo político, otra biografía del poder: mandar desde el principio, encabezar un régimen unipersonal y autoritario, centralizar el mando del país, no compartir el poder con nadie, ser el gran elector, poner y quitar gobernadores, nombrar magistrados del poder judicial, hacer del parlamento un departamento del ejecutivo, confeccionar la lista de diputados y senadores, tejer una red de hombres fuertes e incondicionales en todas las regiones del país, someter a sus adversarios, amordazar a la prensa, manipular las leyes a su modo, instaurar el culto a su persona, practicar el nepotismo, reinstaurar el ritual del “besamanos”, la foto oficial en las oficinas públicas, dejarse ver como un dios en todas partes y dejar que los suyos insinúen la posibilidad de la reelección. ¿No es ese el “estilo personal de gobernar” de Porfirio Díaz? ¿López Obrador lo ha estudiado con detenimiento para mejor imitarlo? [7]


          En otras palabras, el que López Obrador haya cimentado su principal obra doctrinal sobre la Historia moderna de México, y haga alarde de ello, obedece a un propósito ajeno al del oficio de historiar: el de recubrir con una pátina liberal su verdadera ideología política. La apelación a Cosío Villegas no es genuina. Para el político tabasqueño la obra de éste no representa otra cosa que escenografía, vestuario e iluminación. El liberalismo viste, el liberalismo suscribo. Pero liberal, liberal en el sentido maderista del término, él no lo es:

Quien, como López Obrador, politiza la historia, subordina el interés general de conocimiento a sus intereses políticos particulares. [...] Sólo apunto que esa afirmación [la identidad entre porfiriato y “periodo neoliberal”, que postula el autor de Neoporfirismo. Hoy como ayer], aunada a su propia identificación con Madero, no es histórica, es política, y lo lleva a negar la democracia mexicana bajo cuyas reglas, instituciones y libertades triunfó el 1º de julio de 2018. [8]


          “El presidente historiador” viene a ser así una suerte de acta notariada: asienta de una vez y para siempre que esta fuerza política, representada hoy por López Obrador, no es lo que presume ser. La vivisección que hace allí Krauze del actual líder de la izquierda mexicana, concluye así:

López Obrador pertenece a esa antigua cultura política [priista], no al republicanismo. Pertenece al elenco autoritario, no al liberal. Aunque con raíces mexicanas, su perfil iliberal corresponde a los populismos iberoamericanos y europeos de nuestro tiempo. [9]


          El hecho desvelado es, pues, que quien tuvo la pretensión de llegar al cargo de presidente tocado con el aura sacramental de Madero viene a ser, en realidad, su antítesis doctrinaria. Estamos no ante el presidente mártir revivido sino ante la enésima encarnación del caudillo político, que jalona de principio a fin la historia de México, al igual que la de América Latina toda. Lo cual viene a probar, sin sombra de duda, que la interpelación paciana a la izquierda de su tiempo fue cabalmente desoída: esta izquierda, hoy en el poder en México, está devolviendo al país a la época que Paz, con su cruzada, buscaba evitar que volviera


          Ahora bien, el significado de este ensayo no se agota en el hecho de dar constancia de una impostura política. Es decir, no sólo pone al descubierto la naturaleza política contrahecha del personaje abocetado —y con ello, la de la izquierda toda que acaudilla éste. También interpela. Constata, sí, pero igualmente insta. Insta a la izquierda de hoy a que haga lo que se negó a hacer la izquierda de ayer. Y en este sentido, “El presidente historiador” encierra un segundo significado: representa la reanudación de la cruzada paciana misma. Véase:

No es la historia del poder el mejor destino de México. Es la historia de la libertad, con su división republicana entre poderes independientes, sus salvaguardas frente al absolutismo, su pacto federal, sus elecciones libres (no tuteladas por el gobierno), sus antiguas y recientes instituciones autónomas, sus garantías individuales. “La libertad8 individual —escribió Daniel Cosío Villegas en 1951— es un fin en sí mismo [...] el más imperioso que el hombre puede contemplar.” Lo sigue siendo, lo será siempre. Ningún gobernante que la haya vulnerado tiene un pedestal en la memoria de los pueblos, incluido el pueblo mexicano.[10]


          Son ahora, entonces, dos las voces que emplazan a la izquierda mexicana a desprenderse de sus vetas autoritarias. La del poeta y pensador es una; y la del historiador y ensayista, la otra. Pero que son, a fin de cuentas, una y la misma voz. La voz del pensamiento liberal mexicano de entre siglos, interpelando al apparátchik de ayer y de hoy. Y lo que esta voz profiere vivamente es que la democracia representativa es superior a toda modalidad de patrimonialismo y que el liberalismo político es superior a toda modalidad de totalitarismo.


III. Las interpelaciones y el futuro inmediato

“El presidente historiador” es, pues, tanto la constatación de que la izquierda finisecular hizo oídos sordos a la interpelación de Octavio Paz como el refrendo de la interpelación misma. Desháganse de su lastre autoritario y ensayen la sociedad abierta, les espetó el poeta a fines del siglo XX. Y a fines de la segunda década del siglo XXI el historiador hace lo propio: “No es la historia del poder el mejor destino de México. Es la historia de la libertad...”. Ahora bien, queda por dilucidar una cuestión: ¿qué suerte tendrá este segundo llamado?


          En principio, no hay razón para pensar que una distinta a la que tuvo el primero. Si el emplazamiento paciano, que tuvo como trasfondo geo-político la aurora de la democracia liberal en el mundo, fue desoído, ¿por qué habría de esperarse que el emplazamiento krauziano fuese escuchado ahora que ese trasfondo ha dado un vuelco por completo adverso? En efecto, el populismo autoritario está al auge en casi todo el mundo, y el liberalismo en repliegue. Sin embargo, a pesar de este entorno hostil parece haber una rendija abierta a la esperanza: el relevo generacional.


          Es verdad que hasta el día de hoy son los santones de siempre, o sus espectros, quienes llevan la voz cantante dentro de esta fuerza política —es decir, los mismos que en los ochenta y los noventa esquivaron la interpelación paciana: Sánchez Vázquez (q.e.p.d.), Dussel, Gilly, y tantos más—. Pero no es menos verdad que la generación de izquierda que está emergiendo es distinta en algo de la que le precede: no fue ella la que urdió el subterfugio de recubrir sus pulsiones autoritarias con los ropajes de la democracia liberal teniendo en mente el socavarla, sino la que fue formada en el subterfugio mismo.


          Y es de suponer que a medida que el tiempo pase, a medida que el curso de los acontecimientos contraríe sus generosas expectativas —hasta el día de hoy quienes forman parte de ella creen haber tomado rumbo a un mundo mejor—, acaso repare en la engañifa de la que se le ha hecho objeto y opte por autentificarse, por superar la esquizoide condición ideológica en que fue moldeada. Después de todo, su situación no es por entero cómoda. Forma parte de una fuerza política que se ha dado de manos a boca con la responsabilidad de gobernar un país sin estar en absoluto preparada para hacerlo. Por añadidura, lo está teniendo que hacer en el momento mismo en que acaece la virtual quiebra histórica del paradigma del socialismo del siglo XXI —mutatis mutandis, su propio paradigma, y nuez de la engañifa—.


          Así que quizá esta difícil circunstancia, hecha a la vez de apremio político y crisis de identidad ideológica, la invite a transitar hacia el liberalismo y la democracia. Posibilidad, por cierto, que puede verse alimentada de enterarse esta generación misma que la mentada interpelación tiene un origen, en rigor, doméstico: “Mis afinidades intelectuales y morales, mi vida misma e incluso mis críticas, son parte de la tradición de la izquierda”.[11] De manera que sí existe esa posibilidad. La de que la izquierda joven de nuestros días sea sensible a la interpelación del poeta-pensador, ahora refrendada por un historiador.


          Por lo demás, ese tránsito existencial no es complicado. Basta con cursar por un rito de pasaje compuesto de tres pasos: el primero es reconocer que, efectivamente, su matriz teórico-política lleva inscrita en sí la idea totalitaria y la idea patrimonialista; el segundo es expurgarse (como dijimos antes) de sus vetas de pensamiento originales; y el tercero y último es reinventarse a partir de nuevas bases teóricas y doctrinales, ya no extraídas de la superchería de la dialéctica sino de la panoplia de las ciencias y las humanidades contemporáneas. Lo dijo así el propio poeta-pensador:

Los tiempos que vienen nos enfrentan a grandes tareas. El derrumbe del socialismo burocrático vuelve imperativa la crítica de la sociedad de consumo, aunque sobre bases distintas a las conocidas. No es menos esencial la construcción de un pensamiento político que recoja la tradición liberal y lo que está vivo aún de las aspiraciones socialistas. Tal vez la conciencia ecológica —el redescubrimiento de nuestra fraternidad con el universo— podría ser el punto de partida de una nueva filosofía política. [12]

          Por desgracia, como sabemos todos, Paz no tuvo tiempo de hacer esa síntesis. “Ya no tengo edad ni fuerzas para hacerla”, dijo, palabras más palabras menos, en la etapa final de su vida. Pero sí hay buenas razones para suponer que nunca habría descartado lo mejor del legado democrático y del legado liberal para levantar ese edificio filosófico: “En los últimos años [dijo al recibir el Nobel de Literatura] se ha intentado exorcizarla [la modernidad] y se ha hablado mucho de la «postmodernidad». Pero ¿qué es la postmodernidad si no una modernidad aún más moderna?”.[13] De modo que la suposición tiene fundamento: podemos dar por cierto que la democracia representativa, el estado de derecho, la división de poderes y las libertades civiles habrían sido parte toral de su andamiaje


          Es decir, todo ese bagaje civilizatorio contra el cual milita hoy día la vieja izquierda en el poder, aún lastrada por su rancio nacionalismo revolucionario y su caduco socialismo científico. Dígase si no: prefiere el régimen de gobierno de caudillos al régimen republicano y de derecho; prefiere la democracia plebiscitaria dirigida a la democracia representativa; prefiere la revolución cultural a la construcción de ciudadanía; prefiere la personalidad peticionaria a la personalidad meritocrática; prefiere una fanaticoide moralidad religiosa a la moralidad laica, basada en la tolerancia; prefiere la economía estatizada a la economía de mercado regulado. Y, en otro plano, prefiere las energías fósiles a las energías limpias.


          He aquí, pues, codificado en siete elecciones el subterfugio ideológico de la vieja guardia. ¿Qué de liberal y qué de democrático puede encontrarse en las seis primeras? Y, ¿qué de verde, vale decir, de promesa de futuro encierra la última de ellas? Por eso cabe la posibilidad de que entre los jóvenes aglutinados en esta fuerza política cunda el desencanto y, después, la búsqueda de nuevos asideros doctrinales. Desde luego, no es de esperar que, de manera uniforme, tengan todos una igual disposición a cursar por el rito de pasaje. De hecho, son parte de una generación que ya carga, como toda generación, con su cuartillo de alcahuetes del poder —algunos ingenuos incluidos—. De modo que nunca podrán ser todos.


          Pero acaso sí haya esa disposición en algunos. Digamos, en los menos obcecados, los menos fanáticos, los más libres y autoafirmados; es decir, en los mejores de entre ellos. —Bien, la interpelación del pensamiento liberal mexicano a la correspondiente fuerza política de izquierda, hoy en el poder, ha sido relanzada. ¿Llegará a calar entre sus militantes jóvenes? Puede ser, pero es demasiado pronto para saberlo. Debe aguardarse un tiempo todavía. Aunque la posibilidad cabe. De que cabe, cabe. O, lo que es lo mismo, sí parece haber una rendija abierta a la esperanza. Después de todo, el cisne negro existe. ¿O no?


Anexo

Compendio de pasajes de la obra de Octavio Paz en los cuales insta a la izquierda mexicana a la autocrítica y a la rectificación doctrinal

Octubre 1984

Señalo, por último, que la pacificación de la zona no podrá consumarse efectivamente sino hasta que le sea posible al pueblo de Nicaragua expresar su opinión en elecciones de verdad libres y en las que participen todos los partidos. Esas elecciones permitirían la constitución de un gobierno nacional. […] Muchos encontrarán irrealizable este programa. No lo es; El Salvador, en plena guerra civil, ha celebrado elecciones. A pesar de los métodos terroristas de los guerrilleros, que pretendieron atemorizar a la gente para que no concurriese a los comicios, la población en su inmensa mayoría votó pacíficamente. Es la segunda vez que El Salvador vota (la primera fue en 1982) y en ambas ocasiones la copiosa votación ha sido un ejemplo admirable de la vocación democrática de ese pueblo y de su valor civil. Las elecciones de El Salvador han sido una condenación de la doble violencia que aflige a esas naciones: la de las bandas de la ultraderecha y la de los guerrilleros de la extrema izquierda. Ya no es posible decir que ese país no está preparado para la democracia. Si la libertad política no es un lujo para los salvadoreños sino una cuestión vital, ¿por qué no ha de serlo para el pueblo de Nicaragua? Los escritores que publican manifiestos a favor del régimen sandinista, ¿se han hecho esa pregunta? ¿Por qué aprueban la implantación en Nicaragua de un sistema que les parecería intolerable en su propio país? ¿Por qué lo que sería odioso aquí resulta admirable allá?[14]


Septiembre 1985

–Roberto Vallarino: ¿Hay ejemplos de autocrítica?
–Octavio Paz: Hay dos, contradictorios. El partido comunista de Italia se ha hecho estas preguntas y esta valentía es la que explica su supervivencia. El otro ejemplo es el partido comunista de Francia: aferrado a los viejos dogmas ha entrado en un periodo de irrevocable declinación. La izquierda mexicana no se ha hecho el examen de conciencia histórica que exige nuestro tiempo. Tampoco ha asumido una actitud de verdad crítica ante la Unión Soviética, Cuba y, hay que decirlo y repetirlo, ante Nicaragua. Si la izquierda quiere ganar influencia, votos y respeto público, debe responder a la cuestión capital de este fin de siglo: ¿socialismo con o sin democracia? No niego que, aquí y allá, han brotado valiosos y valerosos gérmenes de renovación crítica. Es alentador pero no es suficiente.[15]


Diciembre 1989 /Enero 1990

El Partido de la Revolución Democrática (PRD) está dirigido por antiguos líderes del PRI aliados a otros que vienen del disuelto Partido Comunista y de varios grupos afines. […] Proclaman ardientes convicciones democráticas. Lo menos que se puede decir de ellas es que, si son sinceras, son muy recientes. Si alguien tiene la paciencia de recorrer la prensa de los últimos diez años, encontrará en los artículos y declaraciones de estos líderes y de los intelectuales e ideólogos de su bando, insultos a los disidentes soviéticos y a los que nos atrevimos a criticar las dictaduras comunistas, elogios a Castro, críticas a Walesa y a Solidaridad. No sería caritativo recordarles todo lo que han callado y ocultado durante muchos años: de los campos de concentración de Stalin al envío de tropas cubanas al África (sólo que eso no se llama intervención sino, por lo visto, internacionalismo), del montón de improperios que acumularon sobre Solzhenitsyn a sus denuncias contra varios escritores mexicanos, a los que acusaron de ser voceros del Departamento de Estado en el conflicto centroamericano. ¿Y su amor a la democracia? Nunca hablaron de ella, salvo para denunciarla como una mistificación. De pronto, tocados por una súbita luz, comenzaron a escribir loas a los derechos humanos y a las despreciadas libertades formales. ¿Cómo y por qué? Nunca nos han explicado las razones de su cambio. Pero no es difícil saberlo: descubrieron a la democracia cuando Gorbachov inició su reforma democrática como, treinta años antes, habían descubierto los crímenes de Stalin cuando Jruschov los hizo públicos.[15]


Diciembre 1989 /Enero 1990

Ha caído el muro de Berlín pero el muro de nuestros intelectuales [de izquierda] resiste, intacto. Unos callan y otros, desaforados, incurren en interpretaciones grotescas de lo que ocurre. […] La clase intelectual es la conciencia crítica de las sociedades pero para que esa crítica posea consistencia y autoridad debe comenzar con una autocrítica. Ya es hora de que los miembros de ese grupo tan influyente —catedráticos, ideólogos y otros predicadores— hagan un examen de conciencia. Aunque tenían que haberlo hecho antes, mucho antes, todavía es tiempo, a no ser que quieran convertirse en estatuas de sal. Es tarde para la historia, no para la salud de sus conciencias. Una limpia intelectual y psicológica les daría credibilidad ante los demás y confianza en sí mismos. La necesitan: van a la zaga.[16]


Enero, 1990

Allá [en los países de Europa Oriental recién liberados del yugo soviético] la clase intelectual ha sido una de las palancas del cambio pacífico y democrático; aquí los intelectuales han hecho el elogio de la violencia revolucionaria y han apoyado a regímenes como el de Fidel Castro (muchos todavía lo respaldan). Aunque después han aceptado las vías democráticas, nunca han hecho un examen público, serio y sincero de sus actitudes y de su ideología: ¿cómo pueden cumplir la función crítica que les corresponde si no han sido capaces de criticarse a sí mismos?[17]


Octubre, 1993

En cuanto al PRD […] Es imposible saber a ciencia cierta cuál es la ideología de ese partido. […] ¿qué decir de una agrupación híbrida como el PRD y cuya adhesión a los principios democráticos, aparte de ser muy reciente, es incompleta? Los dirigentes del PRD no se han tomado nunca el trabajo de explicar cómo han llegado a sus actuales convicciones democráticas. Pero para cualquier ciudadano imparcial no es fácil olvidar su origen; muchos entre ellos pertenecían hasta hace algunos pocos años al PRI y formaban el ala conservadora de esa agrupación, empeñada en defender el viejo estatismo. El pasado de los otros grupos que integran el PRD tampoco es democrático. Fueron militantes comunistas, trotskistas y de otras banderas. Ninguno de ellos ha explicado la razón de su cambio ideológico.[19]


Septiembre, 1994

En un número reciente de la prestigiada revista norteamericana de izquierda Dissent, el historiador marxista Eugène Genovese se pregunta: ¿cuándo la izquierda norteamericana supo que la noble causa que tantos entre ellos apoyaban –el movimiento comunista internacional- rompió todos los “records” de matanzas colectivas, apilando millones de cadáveres en menos de un siglo?. Genovese llama a esa terrible pregunta la Cuestión y agrega: mientras la izquierda intelectual norteamericana no conteste a la Cuestión o lo haga de manera evasiva, no tendrá crédito moral. La misma pregunta debe hacerse a la izquierda intelectual mexicana, aún más cerrada que la norteamericana. De una vez por todas, no en privado y con voz susurrante, sino en público y con voz clara para ser oída por todos, los intelectuales de izquierda deben confesar sus complacencias y complicidades con las tiranías totalitarias (sobre todo con Castro) y afirmar la incompatibilidad entre su actual ideología democrática y la totalitaria. Esto es esencial porque hasta la caída del muro de Berlín un gran número de intelectuales del PRD no ocultaban sus simpatías por la URSS, China, Cuba y los otros Estados totalitarios.[20]


Febrero, 1996

El primer artículo [sobre la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, publicado en La Jornada Semanal del 21 de enero de 1996], es de Pablo Gómez, dirigente del PRD. Se declara en contra de la idea de Marcos: formar un Frente Zapatista de Liberación Nacional. Su previsible argumento se funda en el marxismo: mientras no lleguemos a una sociedad sin clases, libre e igualitaria, la acción política primordial es la toma del poder. Sólo así podremos acabar con el Estado, que es simultáneamente la expresión y el mantenedor de la desigualdad social. Gómez reprende a Marcos y le dice que el camino hacia la sociedad sin clases, el socialismo, pasa por la democracia representativa. Extraño argumento en sus labios: sus maestros pensaban exactamente lo contrario. Para Marx el camino hacia el socialismo pasaba por la dictadura del proletariado y para Lenin por la dictadura de la vanguardia de la clase obrera: los comunistas. Ninguno de los dos creía en la democracia representativa: les parecía incompatible con la lucha revolucionaria y con el socialismo. Si Gómez quiere jugar limpio, debería decirnos qué piensa sobre esta disyuntiva: o renuncia a la democracia representativa o renuncia a uno de los principios fundamentales del marxismo.[21]



NOTAS

[1] Octavio Paz, “El diálogo y el ruido”. Discurso al recibir de manos del presidente de la República Federal de Alemania, doctor Richard von Weizsäcker, el Premio Internacional de la Paz de la Asociación de Editores y Libreros Alemanes, en Francfort, el 7 de octubre de 1984, en Obras completas, tomo 9, Ideas y costumbres I, “La letra y el cetro”, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 464 y 465.

[2] Octavio Paz, “México, modernidad y traición”, en Pequeña crónica de grandes días, Obras completas, tomo 9, Ideas y costumbres I, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 410-411.

[3] Octavio Paz, Las elecciones de 1994: doble mandato, en El peregrino de su patria. Historia y política de México, Obras completas tomo 14, Miscelánea II México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 232.

[4] Octavio Paz, “Días de prueba. VI. Más sobre botánica lacandona”, en “El peregrino...”, op. cit., p. 279.

[5] Enrique Krauze, “El presidente historiador”, Letras Libres, núm. 241, enero 2019, año XXI.

[6] Ibid, p. 19.

[7] Ibid, p. 27.

[8] Ibid, p. 18-19.

[9] Ibid, pp. 26-27. Cita “66” del texto original: “’Yo ya no me pertenezco, yo estoy al servicio de la nación [...] mi amo es el pueblo de México’, expresó López Obrador en una entrevista en Mérida, Yucatán, el 12 de noviembre de 2018.”

[10] Ibid, p. 27.

[11] Octavio Paz, “El poeta en su tierra”. Entrevista de Braulio Peralta. En: “Siluetas y perfiles”, Obras completas, tomo 15, Miscelánea III, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 389.

[12] Octavio Paz “México, modernidad...”, op. cit., p. 420.

[13] Octavio Paz, La búsqueda del presente (Conferencia Nobel 1990), en Fundación y disidencia, Obras completas, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 36.

[14] Paz, “El diálogo y el ruido”, en “Piezas...”, op cit., pp. 464-465.

[15] Octavio Paz “Conversación con Octavio Paz”. Entrevista de Roberto Vallarino. En: “Horizontes”, Obras completas, tomo 15, Miscelánea III, Entrevistas, México 1998, pág. 496.

[16] Paz, “México, modernidad y tradición”, en “Pequeña...”, op cit., pp. 410-411.

[17] Ibid, p. 420.

[18] Paz, “Apunte justificativo”, en “Pequeña...”., op. cit., pp. 373-374.

[19] Paz, “Tela de juicios, entrevista con Julio Scherer”, en  “Horizontes”, op. cit., p. 578.

[20] Paz, “Las elecciones...”, op. cit., p. 232.

[21] Paz “Días de...”, op. cit, p. 279.


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