En la mirada de otros

En la mirada de Rita Macedo

Rita Macedo

Año

1955

Tipología

En la mirada de otros

 

Rita Macedo

María Concepción Macedo Guzmán (21 de abril 1925 - 5 de diciembre 1993) fue una actriz de cine y televisión. Aunque debutó bajo el nombre de Conchita Macedo, pronto lo cambió por Rita. Participó en múltiples filmes, entre ellos El ángel exterminador de Luis Buñuel. Tuvo tres matrimonios, el último de ellos con Carlos Fuentes, con quien engendró una hija. Esta relación fue posible gracias a Octavio Paz quien los presentó en la década de los 50. Por esta amistad entre los escritores, la actriz tuvo la oportunidad de vivir algunas peripecias con Paz.


          Rita se suicidó el 5 de diciembre de 1993, a los 68 años. Cecilia Fuentes, su hija, publicó en noviembre de 2019 Mujer en papel[1] de donde se extraen las siguientes líneas. (AGA)


 

I

Una noche de función, Ernesto se me acercó durante el intermedio para dejarme saber que entre el público estaban mi amiga Maka, la hermana de Pablito, Maruca, y que las acompañaba el ya renombrado autor Octavio Paz y otro amigo de él.


          Como cada noche al terminar la función, me cambié y salí de mi camerino para irme a casa. Al dirigirme por un pasillo de desahogo, un joven levantó la cortina que cubría una de las entrepiernas. Al verme, el muchacho me tendió la mano al mismo tiempo que sonriendo me decía: “¡Felicidades!”.


          En ese instante quedé petrificada, fulminada, loca de amor por él. Salí de mi estupor cuando nos alcanzaron Paz y mis amigas, para invitarme a cenar con ellos.


          Durante la cena, yo traté de mostrar que era una mujer viajada, mundana e informada. Platicamos acerca del final del macartismo en los Estados Unidos y del buen teatro y cine que se estaba realizando en nuestro país. Como había escuchado decir que la obra Las criadas de Jean Genet, me iría muy bien, mencioné mi intención de producirla. Mis planes rápidamente fueron apoyados por Octavio como por el muchacho que se había apoderado de mi voluntad. No es que él dijera esa noche cosas especialmente impactantes. Era que, dijera lo que dijera, todo él me parecía fascinante.


          Al llegar a casa no pude conciliar el sueño, a la mañana siguiente, telefoneé a Maka para dejarle saber que quería volver a ver al amigo de Octavio pues me había parecido muy interesante. Ella prometió organizar una reunión en su casa para los cuatro. Antes de despedirme le pregunté cómo se llamaba el muchacho ese. “Carlos Fuentes”, me respondió.


          A los dos días y cumpliendo su promesa, Maka nos organizó la reunión. La conversación de ellos fue animada y brillante. Yo, luciéndome femenina y misteriosa, le daba a mi rostro las expresiones, que gracias a mi experiencia en el cine, sabía hacían verme bella. Carlos me miraba con admiración y yo procuraba verlo con displicencia.


          Recuerdo que esa noche no llevé mi automóvil pues tenía la esperanza de que al terminar la velada, Carlos se ofreciera a llevarme a mi casa y así poder pasar con él un rato a solas. Pero al despedirme, fue Octavio quien se ofreció a acompañarme. Quedé muy decepcionada de que Carlos no supiera (aprendiera nunca a) manejar.



Rita Macedo y Carlos  Fuentes


II

Nos quedamos en Oaxaca un par de días. Después los cinco trepamos en el coche de Octavio conducido por Pierre, nos dirigimos hacia Salina Cruz. En esa playa, nuestros acompañantes probaban ostras del tamaño de una mano y que, según decían ellos, no sabían a nada. Nosotros dos, tirados en la arena, nos mirábamos intensamente. Octavio se acercó preguntando: “¿Qué tanto se ven?”, a lo que yo respondía: “Tiene ojos…” (iba a decir cafés, pero Octavio, divertido, me interrumpió: “Sí tiene ojos, tiene nariz, tiene boca… ¡Qué cosa tan increíble descubren el uno en el otro, los enamorados!”).


          A los pocos días noté que Paz ya no se veía tan divertido. Le pregunté a Maka qué ocurría, a lo que la Cosaca respondió riendo, que le estaba dando al poeta unas noches tremendas. “Antes de acostarnos”, dijo, “me pongo a hacer gimnasia sueca con Pierre por lo menos una hora. Después me sampo dos saconales. Así que cuando Octavio quiere que hagamos el amor, por más que sacude no logra despertarme”. Paz, aunque abochornado por la indiscreción de Maka, trataba de conservar el sentido del humor y comentaba: “Esta cosaca es capaz de terminar con un regimiento”.


          Cuando retomamos la carretera rumbo a Tehuantepec. Octavio manejaba y Maka empezó a darle instrucciones que solo lo pusieron muy nervioso: “¡Cuidado con la vaca, Octavio!... ¡Cuidado con el burro!... ¡Cuidado con ese camión grava!”, y claro, el hombre, ya atolondrado incrustó el coche en el camión. Quedamos momentáneamente sepultados por la grava, pero todos salimos ilesos del accidente. Al terminar de sacudirnos el polvo, Maka exclamó: “¡Este Octavio es un retrasado mental! ¡Sus reflejos le responden dos segundos después que a las demás personas!”.


          De ahí en adelante, ella tomó el volante. En Tehuantepec nos alojamos en el único hotel limpio que encontramos. Ahí, día y noche, se escuchaba un disco de Sarita Montiel que cantaba La violetera. Los cuartos, divididos por muros que no llegaban hasta el techo, permitían que los huéspedes escucháramos lo que pasaba en las habitaciones contiguas. Mi compañero y yo procurábamos amarnos silenciosamente mientras de fondo sonaba La violetera, la voz de Pierre que dirigía los ejercicios gimnásticos de la cosaca y las inútiles protestas del poeta.


          Regresamos a México por la ruta que llevaba a Veracruz. Tenía una ventana que daba a un cubo de luz. Desde ahí se veía la habitación que le asignaron a nuestros amigos. Esa primera noche se soltó un norte y amaneció lloviznando. Fuentes y yo salimos a desayunar, para luego recorrer los portales. Cuando regresamos al hotel, me extrañé que Maka y Octavio no se hubieran levantado, así que me asomé al cubo y noté que su ventana estaba rota. Me dio un vuelco el corazón. ¿Quién lo rompió y por qué? En mi mente empecé a atar cabos imaginarios: Maka llevó sus crueldades demasiado lejos y Octavio, enloquecido de rabia, la asesinó.


          Llamé por teléfono a la habitación, pero nadie contestó. Pasaron dos horas más sin tener novedad. Yo imaginaba ya el sangriento cuadro y los titulares de los periódicos: crimen pasional en Veracruz. Destacado poeta estrangula y destaza a su bella amante. Estaba entregada a estas aterradoras imágenes cuando tocaron la puerta. Abrí. Eran ellos. A causa del tiempo, la ventana de su cuatro se había roto y fueron trasladados a otro. A pesar de que el alivio fue enorme, me di cuenta de que estaba un poco decepcionada. Nunca había estado tan cerca de participar en una tragedia pasional. Ajena, claro está.


          Seguimos nuestro viaje rumbo al D.F. Maka manejaba con ferocidad indómita, lo callaba. Nosotros, cual pareja feliz, nos mirábamos ocasionalmente de reojo para terminar exclamado al mismo tiempo “¡Poeta!”, y soltar carcajadas. Para Paz nada de esto tenía sentido.


          Llegando al edificio donde vivía Maka, esta le entregó el auto a su dueño y, sin despedirse de nadie, se metió a su departamento. Octavio, tembloroso, nos fue a dejar a la Casa de las Campanas, y, al hacer una maniobra para estacionarse, el volante se le quedó en las manos. La Cosaca, con su temperamento indomable, lo había arrancado de su engranaje. No creo que a Octavio ese viaje la haya inspirado poema alguno. 



Maka Strauss



NOTAS

[1] Cecilia Fuentes, Mujer en papel, México, Trilce, 2019.