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Las primeras reseñas de Entre la piedra y la flor: José Luis Martínez y Ermilo Abreu Gómez

José Luis Martínez ; Ermilo Abreu Gómez

Año

1941

Tipología

Análisis y crítica

Temas

Los inicios del poeta (1936-1943)

 

Octavio Paz, Entre la piedra y la flor

1. La de José Luis Martínez:

La reseña de José Luis Martínez (1918-2007) apareció en la revista Letras de México.[1]


Octavio Paz, ya lo sabemos, es el primer poeta y la más cierta realidad de nuestra juventud. Su camino poético, a partir de Raíz del hombre (1937), no ha tenido un solo momento de desmayo. Nada en él ha sido tan palpable como su voluntad de realizar una poesía, desde su puro y estricto mundo, con sus recursos y sus formas originarias, fuera de toda facilidad y moda ajenas a su personal maduración.


          Preocupado por el destino y la condición de la poesía mexicana, abandonada secularmente al curso de una corriente que siempre le fue extraña; con la firme vocación a la poesía entrañable, cuya voz no podían expresar cabalmente sino los poetas de su misma sangre y de su misma tierra que sólo se ocupaban de armar una poesía “cosmopolita”; dueño de una altura espiritual arisca y orgullosa, que le permitía quedarse solo para gritar desde su soledad su opaco pero verdadero grito, Octavio Paz ha podido ser para nosotros la voz de la poesía viva y la esperanza de una voz universal de lo mexicano.


          Raíz del hombre descubre para la sensibilidad mexicana el mundo del amor. Un amor ciego y oscuro, arrebatado y animal, que sentimos desde entonces reptando entre nuestra sangre, animándola y enfureciéndola. La poesía que Octavio Paz publica posteriormente, continúa y matiza esta dirección (Taller, IV y X), o bien se aventura por otros espacios. Algunos poemas de los que publica durante su estancia en España y los recientemente recogidos en Sur, número 74, tienen un aliento hacia la naturaleza, un primero y suave afán amoroso. Los poetas del romanticismo inglés y alemán se transparentan en esta segunda manera, así como el gran inspirador de la primera era, el novelista Lawrence. El mejor camino para la expresión del sueño y de la lumbre interiores es la naturaleza. Su pasión, quieta y concentrada, trasluce y simboliza la propia.


          Pero si en esta etapa poética la naturaleza era aún apenas un blando espejo que traducía en cifras vegetales la pasión del poeta, en su último poema publicado (Entre la piedra y la flor), Octavio Paz se echa de lleno a la aventura de penetrar y relevar con plena categoría poética, una realidad mexicana. Ha escrito un poema sobre el henequén yucateco y ha hablado en poesía desde dentro de la planta para expresar su crecimiento arduo y seco, su pasión de ceniza y piedra viva, tal el crecimiento sordo y rencoroso de México y lo mexicano. La naturaleza ha dejado de ser escenario, para ser enardecido actor de nuestro destino. Por ello Entre la piedra y la flor da un cierto paso, ya seguro, hacia una poesía mexicana auténtica y no nacional ni cosmopolita, porque se profiere desde México y en México, y México no es en ella el tópico pintoresco ni revolucionario sino la eternidad y la aspereza de un destino.



2. La de Abreu Gómez

El yucateco Ermilo Abreu Gómez (1894-1971) publicó su reseña de Entre la piedra y la flor (Nueva Voz, México, 1941), en Tierra nueva. Revista de Letras Universitarias.[2]


Dios me libre de hacer, a costa de mi conciencia, una definición de lo que es o de lo que parece que es la poesía. Quede esto para los filósofos: no porque éstos carezcan de conciencia, sino porque como están habituados a manejar conceptos, caen con premura en fórmulas, propias para guardar el pensamiento. A veces, es justo decirlo, logran acierto. Dije que a veces; no dije siempre. Queda, pues, para ellos esta peligrosa tarea.


          Después de leer aquel bello discurso de Bernardo de Balbuena sobre la poesía, he llegado a pensar que vale más explicarla que definirla. La explicación no constriñe la esencia de lo que es la poesía. Deja abiertas las ventanas para que entre y salga su substancia; para que repose, se evada, se modifique y produzca la noble emoción que crea esa triple conciencia de la belleza que los antiguos explicaron.


          Una explicación nos viene de Platón cuando dijo que la poesía es éxtasis, estado de embriaguez, aturdimiento cristalino de los sentidos. Otra es la que nos dio Aristóteles cuando asentó que la poesía no era sino la imitación de la naturaleza. Y la tercera de Santo Tomás. El santo escribió que la poesía es el resplandor de la verdad…


          No puede menos que admitirse que la explicación de Santo Tomás participa de la intención de las anteriores definiciones. El término verdad se aproxima a la idea de Aristóteles; mientras el término resplandor se acerca a la idea de Platón. La expresión del doctor Angélico concilia, en un afán de superación, la interpretación pagana de la poesía.


          Con estos recuerdos es posible que pensemos con más seguridad en el reciente poema de Octavio Paz, titulado Entre la piedra y la flor. La capacidad poética de Paz no radica en una concepción objetiva de los hechos (como hace Othón); ni en una concepción subjetiva de los mismos (como acontece con González Martínez). La capacidad poética de Octavio Paz se condiciona a la recreación de lo objetivo-subjetivo. En la poesía de Octavio Paz existe un violento viaje trágico que va, según las circunstancias, de lo subjetivo a lo objetivo y de lo objetivo a lo subjetivo. En el tránsito de esta transmutación, en el devenir de esta percepción y de su más genuina voz, radica la médula vital de su poesía.


          En la posibilidad de realizar la expresión de esta tragedia de lo lírico, radica la brillantez, el equilibrio, la originalidad que ha logrado en este poema Octavio Paz. Así lo que sus ojos miran no sólo es un motivo decorativo, jugo pétreo de la tierra, desafío del aire, es también producto de una raíz —la raíz del hombre. Es la propia raíz humana que se subleva y estalla y rompe la cárcel de la tierra y se alza para hurtar el aire y la luz que se derraman arriba. En esta raíz la vida y la muerte florecen y maduran. Cuando se miran los desiertos verdes de la tierra maya, el varejón recio, solitario, de sus plantas, y junto a ellos la escuálida, sombra férrea de indio, entonces se adivina, se siente, lo que es la existencia del pueblo maya.


          Y esto que puede explicarse con palabras y razones y sentimientos, según sea lo preferido, en la voz de Octavio Paz se realiza por medio del milagro de una revelación, de una transfiguración de sus valores. Nace así el torbellino atormentado y ordenado de su poema. Las palabras y los silencios, las reservas y las denuncias, todo parece que danza y se envuelve en un viento de elegantísima gracia. El poder expresivo en la palabra y en el enlace de la palabra, se presenta íntegro como en un cántico arrancado con dolor y con ira.


          No creo que se haya escrito, en la moderna poesía de México, ningún poema de más honda resonancia humana ni de más entrañable responsabilidad poética. Con este poema Octavio Paz se sitúa, en un sitio de privilegio que sólo la envidia, que tiene los dedos transparentes, puede ocultar.



NOTAS

[1] Letras de México, volumen 3, número 5, 15 de mayo de 1941.

[2] Tierra Nueva. Revista de Letras Universitarias, México, números 9-10, mayo-agosto de 1941.


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