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Efraín Huerta: una carta a los amigos en Mérida

Efraín Huerta

Año

1937

Tipología

Conversación

Temas

Paz en Mérida: la primavera socialista de 1937

 

Efraín Huerta

Escribe Huerta en México este mensaje, publicado en el Diario del Sureste (y supongo que también en El Nacional) el 12 de abril de 1937, cuando sus amigos, Paz, Octavio Novaro y Ricardo Cortés Tamayo, llevan ya casi un mes de estancia en Mérida. Lo recogí en Aurora Roja. Crónicas juveniles en tiempos de Lázaro Cárdenas. 1936-1939. (G.S.)



Carta lírica a Paz, Cortés y Novaro


Efraín Huerta


Llegó precedida por furiosos vientos marceños y rápidas lluvias que, más que refrescar, sólo bochorno y cansancio produjeron en el ánimo y cuerpo de los hombres de la fangosa ciudad. ¿Es necesario que declare otra vez mi odio a la ciudad, camaradas Cortés, Novaro y Paz?


          Ustedes han huido noblemente al sureste, a laborar con dignidad y entusiasmo en el ancho terreno de la enseñanza. Parecen tres modernos mosqueteros de la Revolución. Los envidio, sí: negarlo sería negar mis más íntimos deseos. ¿Qué hacer? Me vivo apenas como un vulgar Lagardere, o como un simple Buenrevés, haciendo los honores a la joven y primaveral primavera.[1]


          ¿Recuerdan, de algún libro de Alberti, este verso: Le printemps pleut sur Les Anges? Está en “Harold Lloyd, estudiante”, segundo poema de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos.[2] Pero es preciso aclarar que la cita no la he hecho por pedantería ni mucho menos, sino simplemente para avisarles que la poesía jotísima sigue “triunfando” en la calle de Gante y en el taller de Bordado.[3] Que la poesía de toxicómanos tiene su mejor representante en el autor de Nocturno de los ángeles, preciosa plaquette publicada bajo el signo de los hipocampos —caballos que hablan, nadan y escriben—, y en la cual se llega a la sorprendente conclusión de que los ángeles “cuando duermen sueñan no con los ángeles sino con los mortales”; el mismo autor, bajo idéntico signo, ha dado a luz “Nocturno mar”, vibrante ejemplo de lo puro y acendrado en poesía. Yo me pregunto, ¿escribió Villaurrutia este libro cuando su piel crecía en la piel de otro cuerpo, o cuando entre los negros de North Carolina “Confundidos cuerpos y labios”, no se atrevía a decir “esta boca es la mía”?[4] Quién sabe, amigos. Pero la primavera llueve sobre Los Ángeles —ciudad californiana—, y encima de los ángeles —entes cuya encarnación misteriosa sólo es conocida por Carlos Luquín y similares.


          La primavera llueve sobre la Ciudad de México, camaradas, es injusto que la sienta en soledad, frente a Tlatelolco, a mil kilómetros de las hamacas vacías cantadas por Novaro, de la ironía desenfrenada del que suspira por Munich, de la seriedad artística de Paz, de la sonrisa de Clemente, de mi finísima amiga Chula, de... bueno, de tantas personas y cosas.


          Lo de menos sería entregarme a charlar. Pero, resulta que César Ortiz vive viendo crecer las bugambilias en Tacubaya, y Ramírez y Ramírez está internado, postrado en el lecho del dolor, esperando que alguien le componga un tango quejumbroso. Como ven, no existe comparación entre ellos y yo contra la integridad espiritual de ustedes. Resultan falsas ciertas versiones —a veces en forma de horrendos sonetos— acerca de una confabulación.


          Sólo la primavera, la amistad de Nicolás Guillén y su libro inminente (Cantos para soldados y sones para turistas, editorial Masas), un amor vertiginoso y la lucha electoral en el 5o distrito me sostienen. Tal vez fue una casualidad, pero la mañana de uno de los domingos más limpios de este año lo pasé en un formidable mitin pro Laborde celebrado en el teatro que es feudo de Cantinflas y en la Plaza de cuyo nombre prefiero no acordarme. Aquel domingo me convencí de todo lo que en un acto de agitación bien organizado se puede aprender: la intensa y sostenida emoción, el discurso político pronunciado con habilidad, el poema revolucionario, la canción combativa, etcétera, etcétera. Son ejemplos, son enseñanzas. Son esas cosas las que integrarían a la larga el eje esencial de nuestra vida.


          (Antes de pasar al final, ¿recuerdan el corrido-son que Lira compuso como saludo a Nicolás Guillén? Hay versos así: “Cántale al agua de chía —Nicolás— Cántale a la chirimía —Nicolás—” Y en realidad, a Miguel le faltó decir: “Tuércele el cuello al cisne —Nicolás”. La invitación habría estado completa.


          Por último, queridos mosqueteros, reciban mi saludo personal, el de todos los camaradas del barrio universitario, el de Héctor Pérez Martínez, y el de esta odiosa e imprescindible ciudad de las albas como vírgenes hipócritas sobre la cual la primavera llueve —hace versos— no ángeles sino tibieza, vida, aburrimiento y, lo que es más extraño, algo de fresca y estimulante alegría.


México, D. F. abril de 1937.



NOTAS

[1] El Chevalier de Lagardère fue un famoso espadachín justiciero inventado por el popular novelista Paul Féval (1816-1887) en su novela Le Bossu (El Jorobado) de la que Alexandre Dumas tomó rasgos para sus tres mosqueteros.

[2] El ingenioso libro de 1929, la etapa “surrealista” de Alberti, algunos de cuyos poemas aluden a personas o personajes del cine mudo

[3] Se refiere, claro está, a los poetas del grupo de los Contemporáneos, con quienes Huerta y Enrique Ramírez y Ramírez están en pleito en esos días.

[4] Alude (y alburea) a “North Carolina Blues”, el poema de Villaurrutia dedicado a otro poeta homosexual, Langston Hughes.